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UN JOVEN PERIODISTA LLAMADO PÉREZ GALDÓS: TESTIMONIOS COETÁNEOS
A YOUNG JOURNALIST NAMED PÉREZ GALDÓS:
CONTEMPORARY TESTIMONIES
Carmen Menéndez-Onrubia
RESUMEN
La labor del joven Benito Pérez Galdós en la prensa madrileña de la década de los 60 y comienzos de la de los 70 del siglo XIX, como analista de política interior y crítico de bellas artes, literatura, música o teatro, al tiempo que autor de obras de ficción, fue valorada de forma positiva por sus coetáneos, que admiraban en él su aguda mirada, lo vasto de sus conocimientos, su amplia cultura y su renovadora manera de escribir.
PALABRAS CLAVE: crítica periodística, José Alcalá Galiano, Rafael M. de Labra, Modesto Fernández y González, Ramón de Navarrete.
ABSTRACT
The journalistic activity of young Benito Pérez Galdós in the Madrid press during the 1860s and the beginning of the 1870s as domestic political analyst and fine arts, literature, music and theatre critic, and at the same time author of works of fiction, was positively valued by his contemporaries, who admired him for his sharp eye, the vastness of his knowledge, as well as his broad culture and innovative manner of writing.
KEYWORDS: Journalistic criticism, José Alcalá Galia-no, Rafael M. de Labra, Modesto Fernández y Gonzá-lez, Ramón de Navarrete.
De poca ayuda para aquel que aborde el estudio de los primeros años de Galdós en Madrid resultan los recuerdos plasmados en sus Memorias de un desmemoriado,1 en las entrevistas o charlas que man-tuvo con Carretero Novillo,2 González Fiol (1910), Antón del Olmet y García Carraffa (1912), o en las pinceladas apenas esbozadas en alguno de sus Episodios Nacionales. En numerosas ocasiones parece que la memoria no acompañó al escritor en sus precisiones, cosa natural dado el lapso de tiempo trans-currido entre los sucesos vitales y la evocación de los mismos. Sin embargo, cabe preguntarse si no fue una estrategia para diluir en una nebulosa los datos personales, que, según confesaba al inquieto Clarín, comprometido en trazar un estudio biográfico y crítico del canario (Alas: 1889, 2003), en carta remitida desde Madrid con fecha del día 8 de junio de 1888: «Me parece a mí que los escritores, val-gan lo que valieren, deben poner entre su persona y el vulgo o público como una muralla de la China, honesta y respetuosa (…) Las confianzas con el público me revientan» (Smith y Rubio Jiménez: 2005-2006, 159).
Añádase a esto que lo publicado por el joven escritor en la época de sus «primeros atrevimientos» parece que lo conceptuaba como algo de escaso o nulo valor literario. Por «barrabasada infantil» tenía un «articulejo, retrato o semblanza» que había dedicado a Mesonero Romanos, sin mencionar su pro-cedencia de La Nación ni la fecha en que fue publicado. No es posible determinar con exactitud a cuál de los dos que allí vieron la luz, uno en la “Galería de españoles célebres” (1866), el segundo en la “Galería de figuras de cera” (1868), se refiere Galdós, si bien cabe pensar que fuera este último, publi-cado de nuevo en la revista quincenal dirigida por Rafael M. de Labra, El Correo de España, donde se mantuvo el marbete de “Galería de figuras de cera”, aunque se alteró la numeración —en esta ocasión ocupa la sexta posición de los retratados—, mientras en La Nación hacía el número 10.3
La valoración que, pasados los años, no muchos, tenía de este trabajo, le hacía avergonzarse ante El Curioso Parlante, según le manifestaba en carta dirigida desde su residencia madrileña en la calle de Serrano con fecha del 18 de mayo de 1875 (Varela Hervías: 1943, 13):
Instituto de Lengua, Literatura y Antropología (ILLA). Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). 534
Aunque en aquellos tiempos me hubiese causado mucho gusto y extraordinario orgullo que V. fijase la atención en el mencionado parto de mi ingenio, hoy me avergüenzo al pensar que V. lo va a leer, pues no solo es detestable por su estilo, sino que en el fondo y en la forma tiene mucho de frívolo y aun de irreverente (…) Es tan solo una silueta o bosquejo de género francés (…).4
En las páginas que siguen no voy a ocuparme de forma directa del trabajo periodístico de Galdós, aunque a él habré de aludir como es obvio, ni del aprendizaje que este supuso para su futura labor como creador de la novela moderna española del siglo XIX. Traeré a colación algunos datos con inten-ción de que aporten alguna luz sobre los destellos juveniles del escritor canario, si bien soy consciente de que el efecto de esa luz no será brillante, sino que tenderá al claroscuro. A paliar este ambiente de semipenumbra acudirán en nuestro auxilio testimonios de sus coetáneos, que nos harán conocer de forma directa la estima en que se tenía la producción en prensa de Pérez Galdós. Codo a codo debieron andar con él en las redacciones de periódicos y revistas, o compartir horas de charla en el Ateneo viejo donde salieran las confesiones, o comentarse en los corrillos y tertulias, porque mucho de lo escrito por el canario, como sabemos, salió sin firma o con seudónimos no identificados, algo bastante habi-tual en esas décadas de los 60 y 70 del siglo XIX. Quizá este anonimato tenga que ver con que el perio-dismo era estimado como un oficio más que una profesión, y los que a él se dedicaban eran motejados mayoritariamente como ‘publicistas’, y en menor medida como ‘periodistas’.
EL ESCRITOR EN LA ENCRUCIJADA
Bien pronto, como en su día señaló Hoar (1968, 30), el inexperto aprendiz adquirió el reconoci-miento y el prestigio destinado a los escogidos. Ocupar la primera página o plana de una publicación periódica como la Revista del Movimiento Intelectual de Europa, así lo daba a entender. Un coetáneo de Galdós, Ramón Rodríguez Correa, con quien compartió tareas periodísticas en publicaciones como el diario El Debate y la quincenal Revista de España, daba cuenta de la triste situación de los colabo-radores literarios, reflejada hasta llamarles con un diminutivo, frente a los que se dedicaban al artículo político, merecedores de figurar en la primera plana, y trampolín que les proyectaba hacia otras ocupa-ciones mejor remuneradas y más consideradas socialmente.
La prensa diaria ocupada en sostener a regañadientes lo antiguo o empeñada en abrir brecha con el ariete de las libertades y del progreso (…) en los macizos muros de la (…) corrupción (…) apenas se dignaba descender a las producciones puramente literarias, siendo más reve-renciado y aplaudido un articulista de fondo que el más ameno colaborador literario; pues había pocos periódicos que se permitieran el lujo de tenerle en plantilla.
Era, pues, el literato de una redacción un derroche de la empresa, una condescendencia ama-ble a favor del público ligero, y los encargados de agradarle éramos por lo común jóvenes imberbes, mancebos de la tienda política, que aspirábamos a penetrar en el Sancta Santorum (…) hasta el día en que provistos del saber y del vocabulario propios (…) y de tales profun-didades, rompíamos a escribir en la primera plana desdeñando como baladíes los trabajos pa-sados y la bohemia literaria de que procedíamos. Sin embargo, la vida anterior imprimía cierto carácter, como el sacerdocio (…) y solo el que en los empeños de la gestación literaria no había logrado tener luz propia en Gacetillas o Variedades [secciones ambas de un buen número de cabeceras], era el que se convertía en sesudo político o respetable personaje al pa-sar de las revistas y los folletines [secciones también de los periódicos] a la primera plana en que se contenía lo esencial y profundo de la ciencia y de la utilidad periodística. Hasta existía en las redacciones nomenclatura particular para el que se dedicaba a novelitas, críticas y obras de imaginación. El eximio Valera, era Juanito; el correcto Manuel del Palacio, Manoli-co; Alarcón, Perico; yo, Correíta. ¡Cuánto tiempo fui Correíta, y cuántas veces he tropezado en este diminutivo como en una montaña!5
No aspiraba Galdós a transitar esa senda de padre de la patria o a comer en los pesebres del Estado, y aunque no tenía claro «por dónde había de ir», declaraba a Clarín que siempre había tenido aficiones literarias.6 Pero el panorama que a su alrededor veía era poco alentador. Los editores, una de las plagas 535
del año 1865, explotaban mayoritariamente la edición de obras por entregas, que les reportaba pingües beneficios.
No sabemos de ninguna obra notable, ni en nuestros teatros se ha representado comedia al-guna digna de llamar la atención. Aquí no se escriben libros de filosofía, ni de ciencias, ni de crítica; esto es cosa muy ardua (…) a cada momento nos vemos asediados por prospectos in-geniosos tan bien escritos como las novelas que pregonan y sazonados con toda la sal de las baraturas editoriales, para que sea más fácil el negocio, que es el quid divinum alumbrador de semejantes producciones. ¡Cuánta novela, gran Dios, cuánta novela! No hay esquina donde no se anuncie en letras gordas una, recientemente salida del cacumen de un escritor y dada a la estampa por las prensas del más artificioso de los editores. Las primeras entregas se desli-zan por debajo de las puertas y vienen a sorprendernos en nuestras casas, ofreciéndonos al par de su desabrido contenido un trocito de literatura suplicativa en que nos pide nuestra sus-crición el amable repartidor.7
Ante esta situación, a poco de comenzado el año 1868, se posicionó a favor de la creación de una Asociación de escritores y artistas, que no solo tuviera un fin caritativo y asistencial, como se proyec-taba, sino que, además, buscara la vía para dar salida a las publicaciones, sustrayendo a los escritores de las manos usurarias de los editores.8
Apenas comenzada la extensa reseña que de los Proverbios de Ruiz Aguilera dio a la estampa en la Revista de España (1870, 162-172), hacía una denuncia del panorama desolador en que estaban las letras en España y de la triste situación en que se encontraba el que persistía en su empeño de dedicar-se a ellas:
Hay además el gran inconveniente de las circunstancias tristísimas de la literatura considera-da como profesión. Domina en nuestros pobres literatos un pesimismo horrible. Hablarles de escribir obras serias y concienzudas de puro interés literario es hablarles del otro mundo. To-dos ellos andan a salto de mata, de periódico en periódico, en busca del necesario sustento, que encuentran rara vez; y la mayor recompensa y el mejor término de sus fatigas es penetrar en una oficina, panteón de toda gloria española. Todos reposan su cabeza cargada de laureles sobre un expediente; y el infeliz que no acepta esta solución, y se empeña en ser literato a se-cas, viviendo de su pluma, bien podría ser canonizado como uno de los más dignos mártires que han probado las amarguras de la vida en este valle de lágrimas.9
EL PERIODISTA PÉREZ GALDÓS LEÍDO ATENTAMENTE POR SUS CORRELIGIONARIOS DE LA PRENSA
De publicación periódica en publicación periódica venía moviéndose en Madrid él mismo, al me-nos desde 1865, cuando vio impresa en el periódico progresista La Nación su primera colaboración, una crítica musical, en la que reseñaba extensamente la ópera Fausto de Gounod y su interpretación en el Teatro Real de Madrid, y con brevedad la Lucía de Lamenmoor de Donizetti por madame Lagrange (Shoemaker: 1972, 21-25).
Fue la labor crítica de Galdós en diferentes medios periodísticos lo que asombraba a sus contem-poráneos, porque en ella hacía gala, pese a su juventud, de una capacidad de análisis poco frecuente, de una fácil pluma, de unos vastos conocimientos nada comunes que le llevaban a abordar con igual soltura y profundidad los asuntos musicales, los artísticos, los literarios o la crítica dramática. Era de los pocos, acaso el único, que podía hablar con conocimiento de causa de tan variados temas. Así lo reconocía José Alcalá Galiano, su gran amigo y futuro compañero de andanzas por Europa, en la rese-ña de La Fontana de Oro aparecida en la Revista de España (1871, 149):
Su autor (…) es un joven modesto, amante de las letras hasta el entusiasmo, adornado de una erudición vasta y sólida, de un talento superior, y poseedor de una pluma que, manejada ya en el periodismo político, ya en la crítica, y ya en las creaciones de pura fantasía, puede con justicia considerarse como una de las más correctas que se esgrimen en esta eterna batalla in-telectual en que hoy todos, más o menos, reñimos constantemente.
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Dispares opiniones suscitó la labor periodística del canario entre sus coetáneos, cuyos nombres y labor literaria y cultural nos son más o menos conocidos. Aunque integrante de una exigua pléyade de valiosos jóvenes periodistas, poca confianza mostraba en que fuera a convertirse en algo más, el Fula-no que firmaba el artículo “Lo que pasa en Madrid” en la revista quincenal El Correo de España (28-01-1871, 20-21), en cuyas columnas se había estrenado Galdós con el artículo “Mi calle” (núm. 6, 28 de noviembre de 1870).10 Bajo ese genérico Fulano parece que se ocultaba el director de esta publica-ción, defensora de los intereses de las colonias, Rafael María de Labra (Rogers y Lapuente: 1977, 197), quien trazaba en su mencionada colaboración un panorama de las letras españolas poco halagüe-ño. Las dos décadas anteriores, las de los años 50 y 60, habían dado eminentes literatos y periodistas (Alarcón, Bécquer, Manuel del Palacio, Narciso Serra, Ramón Rodríguez Correa, Ayala…), pero un buen número de ellos se habían echado en brazos del Estado. En la creencia de que los jóvenes valores del momento seguirían el mismo camino, las perspectivas futuras no eran especialmente alentadoras.
Y lo peor del caso, es que nadie sustituye a estos tránsfugas. Yo no diré que no haya jóve-nes… Yo he leído los artículos de Pepe [Alcalá] Galiano, de Moja y Bolívar, de Benito Galdós… y algunos más, aunque muy contados; pero estos escriben solo por compromiso; no tienen aliento para desafiar la indiferencia pública, y si el uno engorda en la oficina, los otros no descansan hasta encontrar su periódico político (21).
Desconocido, según creo, para los que nos dedicamos a las tareas literarias resulta el nombre de Modesto Fernández y González, si no es por la reivindicación que de su pariente hizo Camilo José Cela en su libro de memorias La rosa, como uno de los escritores habidos en la familia, injustamente olvidado, y cuyo seudónimo, Camilo de Cela, con el que firmó un buen puñado de artículos periodísti-cos, coincide casi al completo con el del Nobel (1989, 24):
En mi familia, hasta llegar a mí y a mi hermano Jorge (cito por orden cronológico), no ha habido escritores o, al menos, no ha habido escritores medianamente importantes o conoci-dos. El nombre de Camilo de Cela que aparece al pie de algunos artículos de La correspon-dencia de España, de El Contemporáneo y de La Ilustración Española y Americana es la ex-cepción, y fue el seudónimo de Modesto Fernández y González, primo de mi abuelo, delega-do de Hacienda en Madrid durante muchos años y autor de un libro titulado La Hacienda de nuestros abuelos que le dio gran nombre. Este gran nombre, sin embargo, no lo mantuvo y hoy está muy olvidado.
En este libro que menciona Cela recopiló Fernández y González numerosos artículos aparecidos en diarios de la época, dedicados a divulgar temas relacionados con el mundo de las finanzas. Quizá por darle alguna amenidad incluyó al final un capítulo, el décimo quinto, “La prensa”, que ha pasado des-apercibido por estar incluido en un volumen con título tan alejado de nuestros intereses profesionales. Ya lo advertía Eduardo de Cortázar en la reseña que del mismo hizo para la Revista de España (1872, 135-137):
No creo yo adecuado para la expresada obra el título dado a la misma (…) El autor (…) ha querido sin duda reunir, a imitación del utile dulci de Horacio, lo conveniente con lo agrada-ble. Indudablemente lo ha conseguido; pero a costa de cierta amalgama de estudios y mate-rias que la crítica no puede enaltecer ni alabar (…) Apuntado queda que determinados capí-tulos del mismo no acompañan bien a su asunto principal.
En “La prensa” ofrece un panorama de la misma, así como de los escritores y periodistas desde que se inició el siglo XIX. Redactado como el resto de capítulos en forma de diálogo entre un doctor de ideología absolutista y un liberal, trasunto de Camilo de Cela, sostiene este que gracias a los periodis-tas que libraron tantas batallas a favor de las instituciones liberales, desde Alcalá Galiano a Sartorius, y a la defensa parlamentaria que de ellas se hicieron, el país podrá progresar. Dignos herederos de aquellos defensores del sistema liberal también los encuentra Fernández y González entre los jóvenes periodistas, desde Ferreras a Rodríguez Correa, pasando por Sellés y Galdós, y otro puñado de nom-bres (1872b, 328-329). Parece evidente que el autor gallego tenía muy presentes las crónicas políticas 537
del canario en la Revista de España y el posicionamiento a favor de la monarquía de Amadeo de Sa-boya de El Debate, que entonces dirigía.
No ya como periodista político, sino como crítico literario vuelve a manifestar su consideración por él en otro libro que debió salir casi al mismo tiempo que el anterior. Es Retratos y semblanzas un exa-men de algunos literatos y periodistas españoles y portugueses, quizá los más estimados o los más leídos por Fernández y González (1872a, 235-236). Como hiciera en La hacienda de nuestros abuelos, dedicaba en esta ocasión el penúltimo capítulo a la crítica periodística, a la que entregaba el libro para que emitiera su opinión. A la altura de Fígaro, Valera, Fernández y Cañete, situaba a la nueva genera-ción, encabezada por Martínez de Velasco, Pérez Galdós, García Cadena, Sánchez Pérez y Eduardo de Cortázar.
Unía a Galdós y Fernández y González no solo su talante liberal, sino también algunas causas co-munes como el deseo de la creación de una Asociación de escritores y artistas, sobre la que Galdós, como hemos visto, escribió varios artículos. Por su parte, Fernández y González fue desde su puesta en marcha en 1873 y hasta algunos años después, el contador de la misma, para pasar a ocupar con posterioridad su vicepresidencia (Cuenca: 1897, 399). Es posible que también coincidieran en alguna redacción periodística, más en concreto en la de La Época, en la que el gallego se movía por estos años, y donde, según Fermín Herrán, colaboraba el joven canario por entonces, aunque la búsqueda de trabajos por él firmados haya sido hasta el momento infructuosa (Menéndez-Onrubia: 2009, 634-648). Quizá como un indicio de esas aportaciones galdosianas al diario La Época, afecto entonces a la Unión Liberal, podamos valorar las prometidas reseñas que Asmodeo (Ramón de Navarrete) hiciera a sus lectoras en las crónicas de salones de su sección “Ecos de Madrid”, de las primeras creaciones narrativas del novel escritor. No era inusual que Navarrete introdujera en su repaso de los aconteci-mientos de la sociedad madrileña más empingorotada, comentarios a la aparición de obras de creación (1872a), o que hablara de teatros y compañías dramáticas (1872c). Lo que resulta novedoso y sorpren-dente en el caso de Galdós no es tanto que examinara sus primeras producciones novelísticas, sino que anunciara la aparición de La Fontana de Oro y de El audaz, y dejara para más adelante sus reseñas críticas. Dejaba así a sus lectoras, a quienes iban dirigidas estas crónicas de sociedad, expectantes, deseosas de conocer una obra que se les anunciaba, y sobre la que se posponía el comentario (1872f).
Tengo sobre mi mesa dos obras de que dejo [de] hablar (…) Diré al menos sus títulos, para que los lectores puedan adquirirlas, si quieren formar el suyo antes de que yo emita mi jui-cio.
Son la Guía del Norte, por D. Ezequiel Ordóñez (…) y La Fontana de oro, novela histórica, de D. Benito Pérez Galdós, de la que se han ocupado muy favorablemente todos los periódi-cos madrileños.
Estoy de acuerdo con lo mucho [y] bueno que de ella han dicho mis colegas, y pronto am-pliaré y formularé esta opinión.
Al afrontar la crítica de esta novela se explayaba previamente sobre la carencia casi absoluta de no-velas y novelistas españoles, a pesar de que el público tenía afición a este género; pero ese mismo público se conformaba con las traducciones que periódicos y revistas daban en su folletín o en sus páginas de las novelas traducidas de Alejandro Dumas, Balzac, Ponson du Terrail, Jules Sandeau o George Sand, al tiempo que los libreros que compraban obras de obstetricia, medicina o numismática, desdeñaban las novelas originales por no encontrar lectores que las adquiriesen. Señalaba a continua-ción lo que él consideraba aciertos y lunares de la novela galdosiana, y se congratulaba del giro de novedad que este género podía experimentar con obras como la del escritor canario (Asmodeo: 1871).
De nuevo utilizaba ante sus «bellas lectoras» la táctica del anuncio de distintas producciones que se encontraban sobre su mesa, a las que, por el momento, no podía dedicarles la atención que merecían, por hallarse esta «distraída por asuntos más frívolos, aunque más urgentes». Entre las aludidas men-cionaba «una nueva obra del autor de La Fontana de Oro —el Sr. Pérez Galdós—, tan bien acogida por el público y por la prensa el año último» (1872b). Parece que olvidó la promesa de ofrecer un jui-cio crítico de El audaz, si bien, una vez más, sacó a colación a Galdós al ocuparse de las composicio-nes humorísticas que José Alcalá Galiano diera a la estampa en su Estereoscopio social, a cuyo frente se situaba el prólogo que aquél escribiera (Asmodeo: 1872d). 538
No dejó el joven periodista indiferente a otro sector de la crítica, la musical, con la que inició sus tareas en La Nación el 3 de febrero de 1865, según sabemos. Un año después, el examen que ofreció a los lectores de este mismo diario progresista de la interpretación que Jesús Monasterio había dado a la ópera Oberon de Weber, dejaba boquiabierto al anónimo crítico de la Gaceta Musical de Madrid:11
(…) el Sr. D. B. Pérez Galdós, concienzudo crítico de La Nación, dice (…) en el número (…) [del] día 1 del actual:
“El violín de Monasterio canta, habla, llora y sonríe; es una voz sobrenatural, una musa divi-na que expresa cuanto el humano corazón puede sentir. Vemos el arco tenderse sobre las cuatro cuerdas, y no comprendemos que este choque, este himeneo entre unas crines ásperas y unos intestinos de cabra engendran aquella falange de ángeles, que vemos agitarse en torno a la cabeza del artista (…) El arco de Monasterio tiene algo de varita evocadora; para noso-tros es un arcano misterioso que no entendemos; para él es un sexto sentido, que da y recibe sensaciones pertenecientes a un orden de sensaciones que pocos experimentan, pero que muy pocos producen.”
Estas poéticas frases pintan con exactitud lo que es Jesús Monasterio (…).
Aunque Galdós no tuvo el don de lo que hoy llamamos ‘habilidades sociales’, y resultaba antes de entrar en su trato frío, distante, demasiado serio y parco en palabras, comenzó a granjearse la admira-ción de sus contemporáneos desde sus primeros escritos periodísticos, que no solo declaraban su talan-te liberal, sino que aportaban una vasta, renovadora y sabia mirada sobre hechos y cosas de aquellos años del siglo XIX.
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1 Como es conocido, las Memorias aparecieron en La Esfera entre el 4 de marzo y el 14 de octubre de 1916. Pueden leerse en la edición de Sainz de Robles (1973, 1430-1473).
2 El Caballero Audaz (1914), recogido más tarde por el propio Carretero, al menos, en dos ocasiones (1915, 21-30; 1943, 9-22); también en la recopilación y edición de Dendle (1990, 73-78).
3 El primer retrato de Mesonero apareció sin firma en La Nación el 7 de enero de 1866 junto al de Antonio Ferrer del Río; el segundo, también anónimo, el 8 de marzo de 1868. Este fue el que reprodujo El Correo de España el jueves 13 de abril de 1871, en la misma entrega que el de García Gutiérrez, firmado por K. (22-23). El lector puede acercarse a los textos de La Nación en la recopilación y edición que de ellos hizo Shoemaker (1972, 258-261 y 444-446.)
4 El texto íntegro de la misiva en pp. 13-14. En contestación a esta escribe Mesonero al canario el 23 de mayo, agrade-ciéndole el envío «del periódico en que usted insertó hace ocho años un artículo por extremo laudatorio de mi persona y escritos» (14). Este acuse de recibo avalaría la hipótesis de que fuera el texto aparecido en La Nación en 1868. A este respecto ver lo señalado por Pérez Vidal (1987, 298-300). Sobre la autoría galdosiana de la “Galería de figuras de ce-ra”, el testimonio de M. de la Revilla corrobora que salieron de la pluma de Galdós, y que los “Bocetos literarios” por él trazados «son débiles reflejos e imperfectas imitaciones» de aquella (1883, 112).
5 De esta forma se expresaba en el “Prólogo” a su libro Agua pasada (1894, VI-VIII). A esta misma costumbre del empleo de diminutivos se refiere Galdós en Fortunata y Jacinta, aunque dice desconocer el origen, si bien apunta a «ternuras domésticas» o a «hábitos de servidumbre que trascienden (…) a la vida social». Cita como ejemplo, al igual que Rodríguez Correa, a Juan Valera: «Hasta hace pocos años, al autor cien veces ilustre de Pepita Jiménez, le llamaban sus amigos y los que no lo eran, Juanito Valera» (vol. I, parte I, cap. I).
6 Carta del 29 de agosto de 1888 (Smith y Rubio Jiménez: 2005-06, 161). Alas le apremia para que le envíe datos con los que confeccionar el folleto que va a dedicarle, pero el canario se resiste y lo poco que envía es difuso y elusivo.
7 “Revista del año. Las siete plagas del año 65”, extenso artículo publicado en La Nación el 31 de diciembre de 1865. (Shoemaker: 1972, 254-255).
8 En La Nación aborda el tema de la Asociación de escritores y artistas en sendos artículos aparecidos el 16 y el 23 de fe-brero de 1868 (Shoemaker: 1972, 421-424 y 429-431). Cuatro años después en su “Crónica de la quincena” (30-01-1872) de la revista quincenal de “política, ciencias, artes y literatura” La Ilustración de Madrid, volvía sobre el tema para apoyar la existencia de dicha Asociación. Más conciliador que en los artículos de La Nación, pedía que se clarifi-caran los fines que perseguía, ya caritativos, ya literarios, y señalaba que el tino era imprescindible para sacar a las le-tras y a las artes de la triste existencia que en España arrastraba (Pérez Galdós: 1948, 76). La lucha por la independen-cia del escritor quedaba reflejada en un artículo aparecido el 27 de mayo de 1870 en La Ilustración de Madrid, que Shoemaker reprodujo en su estudio introductorio. En él se manifestaba que la revista «pertenece a una sociedad de lite-ratos, dibujantes y grabadores» (6). Con idéntico fin puso en marcha Fermín Herrán su proyecto de una Biblioteca es-cogida, en cuyo volumen inicial, La primera colección (Vitoria, 1872), colaboró Galdós con el envío de La pluma en el viento. Sobre este y otros temas, además de la relación entre Herrán y Galdós, remito a un trabajo mío anterior (2009, 634-648).
9 Cito por la edición de Bonet (1999, 125; el artículo completo, “Observaciones sobre la novela contemporánea en Espa-ña”, en pp. 123-139).
10 Remito al estudio que Hoar (1970, 128-147) dedicó a este texto galdosiano.
11 Año II, núm. 23, 10-03-1866, p. 94. Este fragmento puede leerse en Pérez Vidal (1956, 203-204; la reseña completa en pp. 199-204). También en Shoemaker (1972, 288-289; reseña íntegra en pp. 286-289). La primera parte de este trabajo periodístico, justo antes de que entrara a valorar la interpretación de Monasterio, volvió a aparecer en la Revista del Movimiento Intelectual de Europa el lunes 26 de febrero de 1866 (léase en la edición de Hoar en las páginas 155-159).