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559 COSTUMBRISMO, PRENSA Y NOVELA: LAS FISONOMÍAS SOCIALES DE GALDÓS COSTUMBRISMO, PRESS AND NOVEL: GALDÓS’ FISONOMÍAS SOCIALES Isabel Román Román RESUMEN Se analiza el primero de los volúmenes de las Obras inéditas de Galdós recopiladas por Alberto Guiraldo a partir de las colaboraciones de Galdós en La Prensa de Buenos Aires entre 1883 y 1894. Interesa mostrar aspectos como los rasgos de costumbrismo crítico contemporáneo o las impresiones de viajes. Se propo-nen también algunas de las conexiones entre los artícu-los de prensa y el desarrollo de sus tipos, escenas, etc. en la obra narrativa de Galdós PALABRAS CLAVE: Prensa literaria del siglo XIX, im-presiones de viaje, costumbrismo, relaciones prensa-novela. ABSTRACT There is analyzed the first one of the volumes of Galdós's unpublished Works compiled by Alberto Guiraldo from Galdós' collaborations in La Prensa of Buenos Aires between 1883 and 1894. This paper is interested in showing aspects as the features of critical contemporary writing of customs and novels of man-ners, travel impressions, etc. We propose also some of the connections between the articles of press and the development of his types, scenes, etc. in Galdós's nar-rative work. KEYWORDS: Literary Press of s. the XIXth, Travel Impressions, writing of customs and novels of man-ners, relations press-novel. En mayo de 1923 salió a la luz el primer volumen del conjunto de los nueve que componen las se-dicentes Obras inéditas de Galdós que editó Alberto Guiraldo, volumen titulado Fisonomías sociales. No sólo abre la serie de las inéditas, sino que contiene también el Prólogo redactado por Guiraldo, precediendo a la compilación de 27 artículos titulados, comprendidos entre 1883 y 1893, de los cuales sólo dos aparecen con su fecha de edición. Los textos fueron organizados por su editor en tres seccio-nes, en función de sus asuntos predominantes: «Ciudades de España», «Observaciones de ambiente» y «Tipos». En su Prólogo, Guiraldo había afirmado que la inmensa obra que él iba a publicar estaba «despa-rramada en publicaciones americanas», aunque se ha comprobado que el material del que se sirvió sólo procedía en verdad de La Prensa de Buenos Aires (Shoemaker: 1973, 11). Sin que podamos saber a ciencia cierta qué parte de invención contienen sus palabras, el editor, periodista argentino residente en España, reconstruye la conversación en la que un anciano Galdós le habría propuesto la ordenación del material de sus colaboraciones periodísticas en Argentina. Explica que María Pérez Galdós, here-dera universal a la muerte de su padre, le pidió que organizase y editase el material, «esta inmensa obra desparramada en publicaciones americanas durante diez años de fecundidad admirable» (Guiral-do: 1923, 4). Supuestamente acordaron clasificar los textos desconocidos en España, y el propio Galdós habría dado la indicación de hacer volúmenes orgánicos, con títulos apropiados, recogiendo en ocho a diez tomos su labor periodística de otros tantos años para América, desconocida en España. Hasta 1973, año en el que apareció el trabajo de W. H. Shoemaker que venía a completar y precisar muchos de los errores textuales de Guiraldo —aun creando un nuevo laberinto él mismo— se había creído que las colaboraciones de Galdós en La Prensa de Buenos Aires se habían producido entre 1883 y 1894. Pero Shoemaker documentó que en octubre de 1901 Galdós entregó una nueva carta a La Prensa, tal vez como anticipo de una segunda etapa de colaboraciones que no tuvo finalmente desarro-llo. En esta interesantísima carta que Shoemaker da como apéndice en su libro, se desplegaba, con un léxico plenamente regeneracionista, una reflexión sobre el caciquismo junto a grandes elogios de la Universidad de Extremadura. 560 figura de Joaquín Costa. El periódico la publicó el 17 de noviembre de 1901, bajo el rótulo “Benito Pérez Galdós: su reaparición en La Prensa”. Diez años más tarde, una aportación de Matilde Boo (1, 1983) daba a conocer dos cartas más, de 1905, en esa segunda y brevísima etapa de la colaboración de Galdós en La Prensa. Una de las cartas inéditas era un artículo sobre Jacinto Verdaguer con motivo de la muerte de éste; la segunda, que se dio el 9 de mayo de 1905, respondía a una de las colaboraciones solicitadas por La Prensa, para con-memorar el segundo centenario de El Quijote. ¿Cuál era la presencia viva de Galdós en el panorama cultural de la primavera de 1923, cuando se comenzó a publicitar la inminente aparición de las Obras inéditas, pasados más de tres años desde su muerte? La temporada del Liceo de Barcelona se inauguraba con la versión musical de Marianela, arreglada por los hermanos Álvarez Quintero, y con música del maestro Jaime Paissa, al parecer con gran expectación, según recogía la prensa a la sazón. Y en fechas cercanas, la compañía de Enrique Borrás presentaba El abuelo. Pero los gustos novelísticos de los modernos de 1923 se alejaban cada vez más de la narrativa realista, y El Español, en el mismo número en que anunciaba la representación del El abuelo, (31 de marzo de 1923), daba seriada la novela El secreto del acueducto de Gómez de la Serna, por no poner más que un ejemplo bien conocido de la nueva vanguardia narrativa. Las noticias y la publicidad de la inminente aparición de Fisonomías sociales se insertaron en la prensa un mes antes de la salida del volumen. Por ejemplo, Eduardo del Portillo (1923, 4) se felicitaba ante esta perspectiva, y señalaba que en San Quintín aguardaban aún materiales tan interesantes como las corresponsalías literarias en La Época y en La Nación, además de las Memorias, el epistolario o las críticas teatrales, todo ello esperando ser editado. En La Libertad (31 de marzo de 1923, p. 4) bajo el rótulo “Acontecimiento literario. Don Benito Pérez Galdós. Prólogo de sus Obras inéditas” se antici-paba el Prólogo de Guiraldo y se informaba de que éste había sido «designado por los herederos y editores de Galdós para ordenar los originales dejados por el maestro, que constituyen su inapreciable tesoro». Una vez aparecido el libro, notamos que las críticas se dividen entre quienes objetan a esta iniciati-va editorial, y quienes la defienden con un argumento central, el del supuesto valor costumbrista de las Fisonomías sociales, para lo cual suelen ubicar estos artículos en la estela de Mariano José de Larra. Melchor Fernández Almagro (1923, 5), es buen ejemplo de lo dicho, al llamar a los artículos «ani-mados cuadritos de género», destacando además que fueron compuestos en una época esencial de la actividad creadora de Galdós. A su juicio, de ningún modo se trata de textos menores, como tampoco era menor la tradición costumbrista a la que pertenecerían los artículos: «Siluetas, en efecto, de los más varios aspectos de la realidad social, componen este volumen, en que el gran don Benito se nos muestra señoreando, como no podía menos, la aparente insignificancia de los artículos de costum-bres». Particularmente cercana al espíritu de Fígaro le resultó la sección «Observaciones de ambiente» a Fernández Almagro, que aprovechaba para destacar la faceta costumbrista de la narrativa de Galdós, constatando que incluso en sus «novelas grandes es magnífico retratista de tipos y usos sociales». En este sentido, ya proponía en 1923 una fecunda línea de relaciones que muchas décadas después explo-rarían los estudiosos galdosistas: la relación entre artículos de prensa y novelas, y específicamente, entre costumbrismo y novela. Sobre todo en la sección de Fisonomías sociales titulada «Tipos», se podría hallar, a su juicio, el «germen de figuras que, hechas y derechas ya, individualizadas y con cédula personal, encontramos en algunas novelas», entre las que el crítico destacaba Miau por el desa-rrollo del tipo del cesante del costumbrismo, observación retomada por Weber medio siglo después (1973, 17-18). Alberto Insúa (1923, 1) afirmaba que el recién aparecido primer volumen Fisonomías sociales se componía de «estudios y artículos de costumbres». Haciendo de abogado del diablo, suponía que algunos podrían exclamar «¡qué vejeces!», al ver ofrecida como novedad una colección de artículos que tenían hasta 40 años de antigüedad los primeros de ellos, y que pese a haber sido publicados en Buenos Aires se ofrecían como inéditos en España. Insúa defiende el libro ante un posible receptor escéptico, y lo pone en parangón con la obra periodística de Larra, subrayando: «no pueden ustedes imaginarse nada más joven, más español, más actual». El formato de artículos de prensa coleccionados en libro no era muy común en 1923. Recordemos sin embargo que en la segunda mitad del siglo XIX, los propios periódicos solían tener una colección 561 editorial específica para crónicas de viaje como los Recuerdos de Italia de Emilio Castelar, publicados en Madrid en dos volúmenes entre 1872 y 1876 por La Ilustración Española y Americana, o Un año en París, del mismo autor, que en 1875 editó la imprenta de El Globo, agrupando crónicas ya publica-das en periódicos americanos entre 1866 y 1867. En 1923, Insúa parece presuponer que el público tendría a Galdós sólo por novelista, y por ello asegura que si van leyendo los capítulos (sic) de Fisonomías uno tras otro se hallarán ante una especie de novela, «la novela de Galdós periodista, de Galdós reportero». Llega a calificar la colección como «prontuario de la novelística de Galdós», al contener además de «artículos magistrales», aspectos rela-cionados con su narrativa: «Cuando en la última parte del volumen -Tipos- habla Galdós del parlamen-tarista, del veraneante, del cesante, ¿cómo no evocar a las criaturas de sus novelas, en que cada una de estas especies españolas tiene representación vigorosa e inolvidable?». Por otro lado tanto el valor intrínseco de la escritura periodística, como las aportaciones de ésta al conocimiento de la persona y la obra de Galdós, fueron ya apreciados por críticos como Roberto Cas-trovido (1923, 1), quien valoraba que los artículos en La Prensa nos descubren al Galdós periodista, que ya se había mostrado como tal en El Debate de Albareda, en El Correo de Ferreras, en La Esfera y en otros muchos diarios y semanarios. La reseña de Castrovido ensalza la sensación de oralidad de las cartas en La Prensa, que «parecen chácharas sostenidas por el autor resucitado». Las anécdotas, lectu-ras, referencias a países y personas vistos por Galdós, etc., aparecen de tal forma expresadas que, para el crítico —antiguo interlocutor de Galdós, que dice haber escuchado de su boca algunas de las anéc-dotas que figuran en los artículos— tienen la capacidad de evocar «su voz, su manera de hablar y de accionar, sus gestos, sus actitudes, sus risas y sus sonrisas». En un sentido muy distinto, Fernando Bertrán (1923, 1) abría otra reseña reproduciendo literalmen-te la frase de un joven sobre «el trote de caballo pesetero» que suponen los previstos tomos de Obras inéditas de Galdós. Y señalaba: «Los jóvenes ya no gustan de Galdós y con incomprensiva iconoclasia le lapidan arrojándole las mismas piedras que la generación galdosiana arrojó sobre sus antecesores». Intenta explicar las razones del despego de los jóvenes ante la narrativa del autor canario, y las centra en que tal vez el exceso de detallismo retrae a un lector joven al que disgusta que el autor se lo dé todo hecho tanto y que rechazaría también el abuso del lenguaje popular «repleto de modismos». En su opinión, los dos tomos ya aparecidos, Fisonomías Sociales y Arte y Crítica, tenían más interés históri-co que artístico. Sin confiar en su valor estético, concede no obstante que son «vivos y fogosos docu-mentos de la época», y proporcionan gran material «para futuros estudios y reconstrucciones». Más modernamente, Matilde Boo (2, 1983) mostraba ejemplos prácticos de una atractiva línea de estudio de la prensa literaria galdosiana, al comparar las diferencias que existen entre dos situaciones de comunicación de una misma realidad: la perspectiva del periodista o cronista y la presentación de esta realidad desde la perspectiva de la ficción. Y en este último modelo, a su vez las diferencias entre la voz de un narrador y el punto de vista de un personaje concreto del mundo ficcional creado. Como ejemplo de estas relaciones, cotejaba de forma ejemplar las relaciones entre tres artículos de Galdós publicados en La Prensa en 1887 y en 1888 y su traslación en las situaciones narrativas creadas en diversos capítulos de La desheredada (aun siendo esta novela anterior en seis años) y en La incógnita, de la cual ambos artículos serían coetáneos. Los artículos, referidos a la Navidad en Madrid y a la fiesta de San Isidro, respectivamente, se plasman en La desheredada con un enorme pesimismo en la voz del narrador, mucho más profundo que el del periodista. En La desheredada, el lenguaje figurado y la selección lingüística presentan una visión grotesca de la Navidad en Madrid mediante una suce-sión de imágenes espantosas y casi esperpénticas, en contraste con el artículo en La Prensa, donde el Galdós cronista se limitaba a informar con detalle de dos tradiciones navideñas, la lotería y los agui-naldos. El segundo artículo que proponía Boo, referido a la fiesta de San Isidro, se relaciona con el capítulo 7 de la segunda parte, en el que Isidora acude a la romería, con un asombro que recuerda al de los isi-dros a los que se refiere Galdós en su artículo. En el artículo de prensa, el lector recibía información sobre los detalles de la citada fiesta popular y la presencia de los llamados isidros, los campesinos que acudían a Madrid ansiosos de conocer la Corte. Sin embargo, en la novela encontramos estos datos convertidos en espacios, situaciones y ambientes tal como estos son vividos por nuestros personajes, cuyos sentimientos y reacciones vamos conociendo. M. Boo seleccionaba para su propuesta comparativa un tercer artículo del 6 de marzo de 1888 refe-rido a la tribuna de señoras en el Parlamento, al que hace corresponder con el capítulo 5 de La incógni-562 ta, en el que Manolo Infante dirige a su amigo Equis X desde Madrid una carta en la que le cuenta la decepción de las damas asistentes a las sesiones del Congreso, pues en lugar de los esperados orado-res, Cánovas y Castelar, tuvieron que soportar a un mal orador. En el artículo de prensa ya se plantea-ba cómo influía la presencia femenina en las sesiones de cortes, asunto también tratado por Manolo Infante, pero ya desde su subjetividad concreta en La incógnita. Por nuestra parte, podemos seleccionar, entre muchos casos, alguno paradigmático de las relacio-nes entre personajes, situaciones y hasta modos expresivos comunes en artículos y novelas. Respecto a los modos expresivos: en “Bilbao”, la peculiar imaginación galdosiana, su modo de ver y crear, para nuestra suerte como lectores, se imponen a veces a la función puramente informativa de testigo que el periodista asume desde la ciudad vascongada. La expresión ante una misma realidad puede ser semejante en un artículo y en una novela, en una intersección debida lógicamente a la peculiar imaginación y creatividad galdosiana. Es el caso de la contemplación de montañas socavadas por las minas: en “Bilbao” aparece una visión idealizada y literaria de las cuadrillas de trabajadores abriendo barrenos, que forman «un hermoso espectáculo». El testigo no sólo detalla el tipo de trabajo, sino que mediante hipérboles y analogías mitológicas compa-ra a los obreros con «atletas», a los peñascos que caen con «monstruosos animales» que «descienden por la ladera hiriendo el aire con rumores semejantes a un salvaje bramido». El contemplador plasma una visión poética y metafórica de las minas, y comparte con el lector cómo funciona su imaginación ante esa realidad objetiva, causa de sus peculiares modos expresivos: «Hay lugares allí que nos traen al pensamiento las más soberbias creaciones del arte griego en la mitología. Todo cuanto se ha dicho de los titanes es aplicable a esta decoración grandiosa» (Pérez Galdós: 1923, 33). Tal vez impresionó mucho a Galdós la eventual contemplación del acto de dinamitar, y los enormes y súbitos cambios producidos por estas acciones en el paisaje natural. Sus opciones expresivas nos recuerdan el mismo tipo de imaginación que se atribuye en Marianela a Golfín en su primer encuentro con las minas de Socartes, impresiones que el narrador explica así en los comienzos del cap. II de la novela, donde las formas ‘semejante a’ o ‘parecía’ articulan la descripción desde la óptica de la imagi-nación y la analogía creativa: El viajero, que había andado algunos pasos junto a su guía, se detuvo asombrado de la fantástica perspectiva que se ofrecía ante sus ojos. Hallábase en un lugar hondo, semejante al cráter de un volcán, de suelo irregular, de paredes más irregulares aún. En los bordes y en el centro de la enorme caldera, cuya magnitud era aumentada por el engañoso claro-oscuro de la noche, se elevaban figuras colosales, hombres disformes, monstruos volcados y patas arri-ba, brazos inmensos desperezándose, pies truncados, desparramadas figuras semejantes a las que forma el caprichoso andar de las nubes en el cielo; pero quietas, inmobles, endurecidas. Era su color el de las momias, un color terroso tirando a rojo; su actitud la del movimiento febril sorprendido y atajado por la muerte. Parecía la petrificación de una orgía de gigantes-cos demonios; y sus manotadas, los burlones movimientos de sus desproporcionadas cabe-zas, habían quedado fijos como las inalterables actitudes de la escultura. El artículo “Divagando” es también de gran interés por su relación con el ámbito creativo de otra novela, Ángel Guerra. Galdós habla en él de su última estancia en Toledo, su empeño en conocer los hasta quince conventos de monjas en la ciudad, su tristeza por la decadencia de estas venerables insti-tuciones, y el abandono de los hermosos edificios que las albergan, entre otros aspectos que explican el efecto que la ciudad le causó, y que como es bien sabido, forma parte del impulso creativo de Ángel Guerra en 1891. Y como ocurría en el caso de Teodoro Golfín, recién llegado viajero de Marianela, también sabremos de la impresión que en Ángel va haciendo su primer encuentro y descubrimiento de otra ciudad, en este caso Toledo. Sin duda Galdós proyecta en algunos personajes la misma forma de mirar e imaginar que demostraba él mismo al escribir fuera del ámbito de la ficción. A la inversa, la tendencia al relato y el ademán narrativo que parece ficcionalizar los hechos reales, se filtra en algunos de los artículos del libro que es ahora objeto de nuestra atención, las Fisonomías sociales. Encontramos a veces anécdotas contemporáneas narradas con impulso novelesco, donde se inventan incluso diálogos de las personas (que quedan así convertidas en personajes) en estilo directo. Por ejemplo, en “El poder de los humildes”, primero de los artículos de la sección «Observaciones de ambiente», se narra de una forma entre novelesca, chismográfica y teatral, en dos partes, un asunto que 563 conmocionó a las damas católicas de alta clase, a propósito de los sermones del jesuita Padre Mon solo para damas, que atraían a muchas señoras pese a la dureza con que se fustigaba la vida social que ellas hacían. Al parecer, cuando un día llegó tarde a la misa la infanta Doña Eulalia, fue increpada y afren-tada en público por Mon. El hecho derivó a asunto de estado, al considerarse como desacato a un miembro de la familia real. El ministro Pidal habló con el cardenal Moreno, tomaron partido dos fac-ciones de los católicos (los llamados puros —los más carlistas— y los llamados mestizos) y finalmente Mon fue desposeído de su puesto como predicador y enviado a Sevilla. El hecho es reflejado por Galdós con gran dominio de la dosificación de la intriga, para unos lectores que en Argentina no habr-ían tenido noticia del caso. El artículo “Santander”, que pertenece a «Ciudades de España», ilustra con un caso real la informa-ción sobre el origen pobre de los indianos que volvieron opulentos y capitalistas. Introduce un ameno relato, con pasajes dialogales en estilo directo, sobre un indiano que tras años de espera y ofertas logró comprar un caserón importante venido a menos, adquisición que era la ilusión de su vida. El indiano (¿tal vez don Antonio López, nombrado primer Marqués de Comillas en 1878?) da una gran fiesta a toda su gran familia y amigos, y con gran emoción los lleva a la cocina, donde recuerda su infancia de muchacho descalzo que sacaba su primer jornal llevando el pescado cada día a esa cocina. Es evidente el toque novelístico del relato de una vida en primera persona, con sus palabras inventadas por Galdós, con el toque sentimental de la adquisición de la casa en la que el ahora capitalista había sido un sir-viente… Otro de los asistentes ‘opulento capitalista’ en la actualidad, íntimo amigo del nuevo propie-tario, tercia y añade su experiencia propia en aquella casa, y su vergüenza de subir, y cómo se quedaba en el portón esperando a su amigo (Pérez Galdós: 1923, 48). Nos encontramos, pues con una especie de brevísima «Historia de dos hijos del pueblo», no muy lejana en su forma a la del relato interpolado en el capítulo X de Marianela, donde uno de los dos hermanos huérfanos Golfín cuenta su vida ante un auditorio propicio, y explica cómo han llegado a ser científicos ambos, partiendo de la pobreza y la soledad cuando niños. La tradición costumbrista del tipo del indiano era poderosa, como bien sabemos. Pereda, en su artí-culo “A las Indias” de Escenas montañesas, nos mostraba a un Andresillo, que como tantos niños de Santander, cifraban su ilusión en un pasaje para ir a La Habana a forjarse un futuro. El artículo sólo nos presenta la preparación y el momento de la partida del adolescente, mientras que por el contrario, Pardo Bazán en su novela corta Rodando se centra en el regreso súbito de otro joven indiano, este fracasado, que vuelve vencido por la nostalgia de su amor. Sin embargo, Galdós convierte en breve relato de amplia temporalidad, como una novelita-vida, la historia de un indiano real. Por otra parte, el estudio en sí —y no ya en interrelación con otros géneros— de la obra periodísti-ca nos permite reconocer en algunos textos la forma galdosiana de enfrentarse a este género, combi-nando información y opinión y permitiéndose mostrar el hilo de sus pensamientos, con sus dudas y contradicciones, cercano a veces al ensayismo confesional. También percibimos las dificultades pro-pias de la pragmática del periodismo, la tensión creada por el compromiso de enviar en fecha fija los textos comprometidos. En este sentido, son particularmente interesantes los recursos que despliega el autor cuando debe cumplir el compromiso de la entrega del artículo sin tener idea clara del asunto a tratar. La amplificatio y la construcción divagatoria de algunos artículos serían la consecuencia inme-diata de lo anterior, y terreno privilegiado para que podamos observar los resortes creativos y el proce-so de sus razonamientos. Tomemos por caso el artículo “El mes de marzo”, perteneciente a la sección segunda de Fisonom-ías sociales, la titulada «Observaciones de ambiente»: Galdós comienza divagando, sin que parezca que tenga un plan sobre los derroteros del artículo. El título lo compromete, obviamente, a hablar de Madrid en el corriente mes de marzo: las fiestas de san José, el clima variable, el inicio de la veda… Enseguida se pasa al tema de las comidas y el pescado en Cuaresma, y así el texto va creciendo, me-diante la enumeración de los variados pescados que llegan a Madrid, el gran consumo de bacalao, su origen y variedades, etc. De modo parecido, el artículo “Madrid” evoca en su parte I una especie de ‘Cena jocosa’ con su estructura acumulativa o de sarta, su enorme inventario de los manjares castella-nos y extremeños que llegan a Madrid y se consumen allí. Los recursos de la amplificatio son tan evi-dentes que el periodista lo reconoce, ya cerca del cierre del texto: «Antes de concluir, quiero disipar la impresión que estas digresiones (…)» (Pérez Galdós: 1923, 64). Podemos percibir el efecto de calamo currente que convierte al artículo, en parte o en todo, en una digresión ensayística mediante la que el autor se concede la posibilidad de autocorregirse y hasta de 564 contradecirse en el devenir del texto. Un caso emblemático de estos efectos lo encontramos en el muy conversacional «El circo y el toreo»: después de sugerir que mejor es dedicarse a otros trabajos que a estos a los que tanto critica, Galdós acaba por matizar sus juicios de valor hasta llegar casi a desdecir-se: Pero casi estoy por desdecirme de lo que acabo de estampar, porque los espectáculos en que se muestra la temeridad humana son necesarios, y su desaparición no sería compensada por el ligero aumento que tendrían los gremios de zapateros, albañiles o sastres. Quédense las cosas como están, que el mucho reformar suele ser causa de positiva ruina (Pérez Galdós: 1923, 134). El muy crítico artículo “Nuestro sport”, dedicado igualmente al controvertido asunto de la llamada fiesta nacional, se cierra también con unas enmiendas que contradicen en parte las objeciones aporta-das contra el toreo. En efecto, nos sorprende una reflexión final, entre romántica y antropológica, que elogia cómo España evita la tendencia a la uniformidad europea aferrándose a los toros no ya como fiesta, sino como un distintivo netamente nacional, en tiempos de una uniformidad cultural europea que no parece agradar a Galdós. En este punto manifiesta cierta prevención —recurrente en otros luga-res— contra la invasión extranjera que afecta a las instituciones, trajes, arquitectura, arte social, litera-tura: «ya se deja imponer el parlamentarismo inglés, ya las formas literarias preconizadas por Francia, ya abre sus puertas a la invasión filosófica y política» (Pérez Galdós: 1923, 151). LAS FISONOMÍAS SOCIALES Y EL GÉNERO DE LAS IMPRESIONES DE VIAJES. CONFESIONES PERSONALES SEMBLANZA DEL AUTOR EN LA DÉCADA DE 1883-1893 Como vio Rubio Cremades en su imprescindible aportación (1990: 210) la sección «Ciudades de España» recuerda el género de las impresiones de viaje, tan frecuente desde el romanticismo, si bien se dan inevitables intersecciones con bosquejos, escenas y tipos costumbristas. A su juicio, este es el caso del artículo “Santander” comentado más arriba, en el que se interpola lo que para Rubio resulta una especie de cuento interpolado, el relato del indiano, tipo de amplia tradición costumbrista. En el artículo dedicado a “San Sebastián”, no sólo el espacio físico sino también los tipos y am-bientes constituyen el texto, compuesto por el autor en sus propias vacaciones en San Sebastián, si-guiendo in situ, y logrando la apariencia de transmitir en tiempo real, lo que hace un tipo y sus varie-dades, el del madrileño en su desplazamiento estival. Nos encontramos una especie de inventario que, salvando las distancias, recuerda a aquellos tipos transhumantes, casi todos madrileños de veraneo en Santander, que había reflejado con gracioso ademán narrativo Pereda en la obra costumbrista de ese título. Recordemos que en el Prólogo al lector de Tipos trashumantes, Pereda se servía del término ‘fisonomía’ en 1877, una fecha tardía respecto al uso común del vocablo en el romanticismo. Aprecia-ba Pereda que en la masa de forasteros que invadían Santander en verano, el observador atento podría encontrar un cierto aire de familia, unos rasgos comunes reproducidos en una larga serie de generacio-nes, rasgos a los que llama «fisonomía». De forma semejante respecto a la otra gran capital del veraneo acomodado, en “San Sebastián” anota Galdós que «El madrileño se encuentra aquí su pasear eterno, sus cafés poblados de gente, sus reuniones agradabilísimas (…) y por último, lo que allá [en Madrid] se llama ampulosamente los Círculos Políticos». Detalla el cronista los tipos que componen este círculo, procedentes de «la pequeña corte de secua-ces», de ex-ministros y directores, a los que se añaden «los cesantes que a todo Círculo de estos se arriman para desembuchar el fárrago de sus agravios» (Pérez Galdós: 1923, 17). Después del paisanaje o fisonomía social irónica de los madrileños en San Sebastián, pasa a una descripción muy elogiosa de la ciudad y su urbanismo, la vida de la playa de la Concha, el trasiego e intercambio con los franceses de Biarritz y Bayona, las corridas de toros que a tantos turistas franceses atraen, incluyendo rápidos apuntes del ambiente en la plaza. “Bilbao” se declara igualmente escrito desde la propia ciudad, «la villa en que estoy» (Pérez Galdós: 1923, 27), lo que orienta el texto hacia la crónica de viaje y también a la corresponsalía pe-riodística. El autor resalta su cualidad de testigo para hablar tanto del carácter bilbaíno como de la afición a los toros o de la industria de altos hornos y minas. 565 Por último, señalaremos que la clasificación de los artículos realizada por Guiraldo, unida a la índole heterogénea de muchos de ellos, hace que un artículo como “Divagando” —incluido en la «Ob-servaciones de ambiente», sección segunda de Fisonomías sociales— contenga gran información so-bre una ciudad de España, Toledo, si bien con la relativa distancia que supone la evocación de un viaje reciente, a diferencia de la crónica inmediata de las cinco ciudades que aparecen en la sección primera, «Ciudades de España». Muy relacionadas con el género de las impresiones de viaje se encuentran las confesiones autobio-gráficas. Como recordaba Fernando Romera (2012, 308-309), no es raro que algunos estudiosos ads-criban la literatura de viajes al género de la autobiografía, pues es casi imposible separar ambos, sobre todo cuando se trata de viajes formativos o de gran impronta en el aprendizaje personal. Por otra parte, en el género de viajes tan frecuentado en el siglo XIX, los autores dedican buena parte de sus crónicas a tratar impresiones personales y vivencias en los lugares recorridos. Según ha subrayado Ana M. Freire (1,1999; 2, 2012, 77-78), el relato de viajes en el siglo XIX se impregna de la personalidad y subjetivi-dad del viajero individual. La propia Pardo Bazán, que le sirve de base para su estudio, defendía que la crónica de viajes «es tan obra de arte como una novela», resaltando la particular sensibilidad y capaci-dad de ver lo que no ve un profano que caracteriza a los escritores de viajes. La conexión con lo auto-biográfico parece evidente; y por lo que afecta a Galdós, podemos corroborar que los artículos que estamos estudiando aportan, aun de forma dispersa, valiosa información a su autobiografía. De casi todos los artículos se desprenden interesantes apuntes, aunque ocasionales, sobre el pensa-miento del escritor acerca de asuntos tanto intemporales como contemporáneos, expuestos a veces con sorprendente franqueza. También encontramos confesiones personales nada desdeñables, por ser Galdós poco proclive a ellas, confesiones que son pinceladas de su semblanza más privada, sin el ta-miz de las voces narrativas creadas ni de personajes ficticios interpuestos. Si seleccionamos sólo algu-nos ejemplos, desde lo menor hasta los asuntos de mayor calado, vemos que el cierre del texto “Ma-drid” (en el que ha realizado un despliegue de información gastronómica), es una declaración de su frugalidad e indiferencia ante los placeres de la mesa. Su antipatía ante la ostentación social y el culto a las apariencias, (culto muy presente en tantos de sus personajes novelescos) se hace explícita en “Barcelona” donde en junio de 1888 elevaba a esta ciudad sobre Madrid aduciendo, entre otras mu-chas razones, que los ricos catalanes viajan, saborean privadamente el lujo y prefieren las comodida-des domésticas a la ostentación pública, mientras que a los madrileños sólo les importa el lujo que se pueda exhibir. Su animadversión hacia la fiesta de los toros, que está presente en diversos lugares, entra a veces en conflicto con otras consideraciones que comparte con el lector, haciéndole partícipe de sus propias dubitaciones, como hemos señalado anteriormente. En “Alegrías de la primavera”, contrasta su gusto por la animación de un domingo primaveral de toros en Madrid, con su declarada antipatía ante lo que ocurre en la plaza. En “Madrid” encuentra una nueva diferencia a favor de Barcelona sobre la capital: que la ciudad catalana dista mucho de lo que denomina «la barbarie de los toros» a los que los madri-leños son tan aficionados (Pérez Galdós: 1923, 113-118). En “El circo y el toreo” argumenta que am-bos espectáculos tienen escaso valor intelectual, si bien matiza que le parecen algo más estéticos los toros. En “Santander”, el elogio de lo mucho que como mecenas enriquecidos aportan los indianos a sus localidades en Asturias y Galicia, encadena reflexiones que defienden y alaban el retorno de capitales, en una digresión general sobre las emigraciones, al hilo del auge demográfico de Cantabria (Pérez Galdós: 1923, 40-44). Sus temores ante la pervivencia del carlismo se plasman en diversas ocasiones, en las que suele mostrar antipatía por el atraso ideológico del mundo rural, en una actitud totalmente contraria al me-nosprecio de corte y alabanza de aldea tan frecuente en su amigo Pereda. La preocupación por un posible rebrote carlista está presente en el artículo “Bilbao”, en cuya conclusión reitera su preferencia por el espíritu urbano, y su confianza en que el espíritu liberal y de cultura que suele ser propio de las capitales se sobreponga al carlismo rural y clerical y actúe como «un baluarte contra las acometidas teocráticas» (Pérez Galdós: 1923, 38). En la parte II del artículo “San Sebastián”, para explicar cómo es «el pueblo guipuzcoano», distingue entre los habitantes de la capital y los del campo, defendiendo rotundamente a los primeros frente a los segundos. A «los rurales» (sic) les atribuye la responsabilidad mayor de «dos cruelísimas guerras civiles en lo que va de siglo». Aunque reconoce grandes virtudes en los vascongados, uno de los defectos que registra es su tendencia política al absolutismo, propiciada 566 a su juicio por la influencia clerical, que ha insuflado «ese espíritu suspicaz, fanático y levantisco al que debemos tantas desgracias». Define el articulista cuáles son los errores ideológicos que obstaculi-zan en la región el desarrollo de sus muchos dones naturales y humanos, de los que Galdós se declara gran admirador: De veras digo, que si no fuera por el carlismo este país sería delicioso. Si se pudieran arran-car de él las raíces del monstruo, no tendría rival para la vida pacífica, laboriosa y tranquila. Pero ha de pasar algún tiempo antes de la extirpación completa, y entretanto procuremos in-culcar en el ánimo del vascongado la idea de nacionalidad que apenas existe en él, comba-tiendo por todos los medios posibles el patriotismo local y de campanario que es origen de tantos males (Pérez Galdós: 1923, 23-25). MADRID Y EL COSTUMBRISMO CRÍTICO Lo que podríamos considerar costumbrismo madrileño nutre varios artículos, en diversos niveles. Por un lado, es visible en componentes formales como la estructura de «paseo o itinerario con guía» tan querida por Mesonero que, por poner un ejemplo, abre y articula el artículo galdosiano “Madrid”. Por otro, se advierten las escenas de costumbres madrileñas, presentadas desde una perspectiva con-temporánea muy crítica. Por último, reencontraremos tipos muy conocidos y tratados por la tradición, y conoceremos los nuevos tipos que han aparecido en la capital. Así, “Humanas locuras”, que está en la órbita de los tan conocidos artículos de costumbres sobre los carnavales, reconoce la decadencia contemporánea de tales festejos, pero no ahorra críticas a las fiestas que perviven y a las «mamarrachadas» con que se visten algunos. En “La Epifanía” se detallan los curiosos festejos de la víspera de Reyes; entre ellos, la estrafalaria costumbre popular —vigente hasta poco tiempo atrás— de quienes salían a «esperar a los Reyes» en la noche del 5 de enero en Ma-drid, con grandes escaleras a las que invitaban a subirse a los incautos, sirviéndose del señuelo de que el primero que los viera y se acercara a los reyes ganaría 3000 reales. Sorprende que Galdós se apreste a realizar artículos sobre usos madrileños en extinción, tal vez considerándolos un buen objeto de atención por su pintoresquismo, y por la gracia que podrían hacer estos relatos a sus lectores argenti-nos. En cuanto a tipos madrileños contemporáneos, en “Mayo y los Isidros” presenta al nuevo tipo, par-tiendo de la definición del término, ‘isidro’, arranque muy usual en los artículos del primer costum-brismo romántico. Seguidamente los describe, explica las actividades de estos provincianos —labradores en su mayoría— que llegan en tren a Madrid para los eventos de mayo, e invaden los tea-tros, se aglomeran delante de los escaparates de las tiendas, visitan las tribunas del Congreso, etc. Eli-mina Galdós, por cierto, toda posible idealización costumbrista de la romería a la pradera de San Isi-dro, que le parece «vulgar, tumultuosa, cara, y con más molestias que atractivos» (Pérez Galdós: 1923, 155). De muy distinta índole es el nuevo tipo aparecido en Madrid bajo el galicismo de la demimonde, recogido en “Vida de sociedad” como un modelo de mujer importado de París, que un Galdós escan-dalizado define como toda aquella cortesana de alto nivel y gran elegancia y ostentación, capaz de arruinar al hombre que cae en sus hechizos. Por otra parte, las escenas de la vida parlamentaria, y el tipo del ‘parlamentarista’ recorren varios de los artículos recogidos en Fisonomías sociales. “El parlamentarista”, interesantísimo artículo al que Galdós califica de «bosquejo descriptivo de nuestro parlamento», editado el 23 de junio de 1893, con-tiene una irónica narración de costumbres contemporáneas acerca de cómo suelen transcurrir las se-siones parlamentarias, cómo es el ambiente de las tribunas públicas repletas de los «isidros», las tribu-nas diplomáticas, las de orden y las de señoras, estas últimas rebosantes de lo que el periodista llama con gracia las «abonadas» que acuden como a un espectáculo. No faltan en este cuadro viviente las señoras mamás que van a escuchar el discursito de su retoño, incipiente político, y por último, las que acuden sólo con la expectativa de un gran alboroto, y «salen disgustadas» cuando este no se arma (Pérez Galdós: 1923, 219). En cuanto al desarrollo de un tipo propiamente dicho, “El parlamentarista” incluye esta figura tan familiar en la tradición costumbrista. De hecho, puede compararse provechosamente el texto de Galdós con otros de Antonio Flores en Ayer, hoy y mañana, como el cuadro XXX de la Parte II de la 567 colección, titulado “Los pollos de 1850” o el XLVII, “El cuarto poder del Estado”. Ambos preceden al punto de vista galdosiano sobre el paso del periodismo a la política de muchos jóvenes ambiciosos, los compromisos de repartir destinillos, que todo diputado local sabe que tiene que asumir ante los suyos, etc., etc. Este panorama pasa con inmenso sarcasmo a la ficción galdosiana, desde la perspectiva de testigo desengañado del Tito Liviano de la quinta serie de Episodios nacionales. En el ámbito de la ficción es la primera persona del burlón Tito la que se integra en el ambiente que había descrito Galdós, también como testigo y cronista en primera persona, años atrás en sus artículos para La Pren-sa de Buenos Aires. No sería ocioso comparar “El parlamentarista”, por ejemplo, con el capítulo VIII de La Primera República, uno de cuyos pasajes citamos a continuación. 1873 es el marco histórico de este episodio, lejos del 1893 que es el marco contemporáneo del artículo de Galdós. Claro está que el episodio fue escrito en 1911, y proyecta el desengaño más absoluto sobre la frustrada república y el sistema de turno de partidos: Cuanto más arreciaba contra mí la caterva de pretendientes, con mayor desenfado me iba yo metiendo en el delirio de arrojar sobre todos la lluvia de oro de mis generosas ofertas. En es-ta rarísima situación psíquica llegué a extremos verdaderamente morbosos. Llenaba mi espí-ritu un intensísimo sentimiento paternal. Sin duda sufría yo un ataque de altruismo en su forma más aguda y frenética. Antes de referir los casos más extraordinarios de mi dolencia, traeré a estas páginas sucesos públicos que por obligación, no por gusto, debo comunicar a mis parroquianos. Asistí en 1.º de Junio a la apertura de las Cortes Constituyentes y a las se-siones del examen de actas; vi la turbamulta de flamantes diputados, caras inocentes, caras de honrada convicción y sinceridad candorosa, caras de rurales novatos, con visajes de ma-rrullería y destellos de ambición. En su estreno, las Constituyentes fueron bautizadas por un profesional del chiste con el apodo de tren de tercera; grande necedad e injusticia, pues el pueblo español dio su representación a bastantes hombres de gran mérito, como a su tiempo se verá. Vuelvo a mi manía de grandezas para deciros que a lo mejor me abordaban en los pasillos del Congreso sujetos desconocidos para mí, diputados algunos, y llevándome aparte me de-cían con sigilo: “Amigo don Tito, ya sé que usted tiene vara alta con Pi y Margall...”; o bien: “No me niegue usted, señor Liviano, que Figueras le quiere a usted como a un hijo”. La configuración de las escenas de la vida parlamentaria va unida, como no podía ser menos, al tema de la oratoria pública, tan recurrente en el conjunto de la obra galdosiana. En “Tribuna de seño-ras” se presenta un animado panorama de cómo las damas invaden las tribunas del parlamento para escuchar por entretenimiento a los oradores, y de cómo la presencia femenina alienta a los oradores tibios, y orienta siempre el efecto teatral de cualquier discurso. Y “El parlamentarista” concluye con el asunto de la oratoria ampulosa que tanto disgustaba a Galdós, y su polo opuesto igualmente criticable, el del parlamentario que sólo habla para prestar un sí o un no en las votaciones. La capacidad de sinté-tica clasificación es asombrosa. Galdós presenta esquemáticamente pero con trazos rotundos una or-denación de los tipos de oratoria que ha conocido como testigo directo: Conviene añadir que en él hay además de la pléyade de retóricos brillantes, oradores melo-dramáticos, oradores lúgubres y oradores graciosos. De éstos, los más chistosos son aquellos que no sospechan su propia vis cómica, que creyendo hablar seriamente, hacen desternillarse de risa a todo el mundo. Los más admirados son los oradores a quienes se tiene por hombres de mala intención, los que usan frase acerada y hoja sutil damasquina. Tras la clasificación de los estilos, toca recordar los ejemplos más señeros: En tiempos liberales, Cánovas es el Júpiter de la oposición. Su elocuencia de primer orden, ceñida y revestida de formas sobrias y elegantes, conmueve siempre a la Cámara, y atrae gran concurrencia al salón. El fogoso Pidal, Romero Robledo, maestro en artes de guerrilla, Silvela, lidiador de cuidado (…) (Pérez Galdós: 1923, 222-227). 568 No falta la presentación, entre admirativa y burlona, de un nuevo modelo de sesiones formalmente corteses, pero rebosantes de reproches cruzados, reticencias maliciosas, ironías sutiles, que van susti-tuyendo a la anterior «elocuencia florida». Pese a todo, reconoce Galdós literalmente la extinción de un tipo obsoleto de parlamentario: «El antiguo tipo parlamentario del tribuno va pasando también a la arqueología política», afirma. Explica con todo detalle las ubicaciones, las reacciones, las actitudes de los parlamentarios, las ca-ras y gestos de Sagasta… Detalles como su paso rápido, su campechanía, sus saludos cordiales a todos y hasta ¡su reparto de caramelos a los circundantes! redondean un relato muy vivo, propio de un testi-go que ha estado allí, ha observado mucho y puede comparar la combinación de familiaridad y discre-ción de Sagasta, con la inaccesibilidad y mal genio de Cánovas. Muy distinta será la presentación de los mismos personajes y de escenas semejantes —si bien refe-ridas a otra década— en los tres últimos Episodios nacionales, donde se deja a cargo del burlón y des-encantado Tito Liviano la crónica de la vida parlamentaria desde 1873 hasta el gobierno del turno de partidos en los dos últimos episodios. Tito Liviano se mostrará, como el Galdós periodista de algunos artículos de Fisonomías sociales, con la autoridad de un testigo que conoce bien cada rincón del Con-greso, y el paisaje humano que lo puebla. Pero el Tito Liviano de los episodios escritos entre 1911 y 1912 proyecta un sarcasmo demoledor, que ha sido bien estudiado por la crítica. Su insistencia en resaltar que conoce de primera mano todo tipo de cabildeos, se plasma en su reiterado «Yo vi… », como el cap. X de De Cartago a Sagunto, donde afirma: «En los escaños vi a los políticos viejos y jóvenes, que se sustrajeron al retraimiento acordado por todos los partidos no federales», enumerando a continuación una larga lista de políticos, entre ellos Sagasta, dentro de los intervinientes en la Glo-riosa que se quedaron sin acta de diputados. La antipatía contra Cánovas conlleva descalificaciones permanentes por parte de Tito Liviano, que a lo largo del episodio homónimo desenvuelve con dureza la visión del turno de partidos mediante metáforas degradantes (pasteleo, retablo de títeres…). En el capítulo X de De Cartago a Sagunto, Tito se refiere a cómo el Duque de la Torre, Cánovas, Sagasta, entre otros, se acababan de reunir en el Congreso: Amasando el pastelón del nuevo Ministerio para meterlo en el horno. Cánovas dijo que si no se proclamaba en el acto Rey de España al Príncipe Alfonso, debía declararse por lo menos abolida y conclusa la forma republicana. A esto no accedieron los altos reposteros, y conti-nuaron trabajando el hojaldre para darle una pronta cochura y servirlo al país. Y en el capítulo III de Cánovas, el hecho histórico de la formación del Ministerio Regencia por parte de su urdidor, aparece bajo la poderosa imagen de un ‘Maese Cánovas’ que manipula los títeres de un retablo, imagen que se desarrollará burlonamente a lo largo de la novela. El cotejo entre la vi-sión que de Cánovas —o de cualquier otro personaje histórico contemporáneo— ofrece Galdós como periodista y como autor de novelas, sin duda arrojaría conclusiones interesantes, en las que no pode-mos ahora profundizar. De la mano del Galdós periodista y testigo de la vida parlamentaria, con sus detalles y hasta chas-carrillos intrahistóricos, conocemos igualmente las subdivisiones y pequeños grupos, sus líderes, las actitudes de todos, las vanidades personales… También aspectos anecdóticos frecuentes, como el efec-to de las interrupciones en medio de sesiones borrascosas, el repique de campanilla del presidente, el jolgorio de los testigos de las tribunas ante las réplicas, que no siempre aparecen tal cual en los Dia-rios de Sesiones pues los oradores se apresuran a ir a la imprenta para corregir en el escrito lo que han dicho verbalmente (Pérez Galdós: 1923, 216-224). En “Crisis políticas” se dan más apuntes del panorama vivo de las sesiones parlamentarias, adop-tando el punto de vista de un espectador curioso en «el teatro más animado y divertido que puede exis-tir», donde llama la atención el bullicio que se forma con la asistencia de los políticos «de segunda, tercera y cuarta fila» en los días críticos de discusiones gubernamentales en el Congreso (Pérez Galdós: 1923, 176). El cronista compendia admirablemente el sentido y el tono de las discusiones, y nos provee de valiosa información sobre los cambios contemporáneos en el tratamiento de la política en la prensa, cuando ya el exceso de opinión provocaba el tedio de unos lectores que preferían la in-formación. Un útil resumen sobre la prensa contemporánea es aportado por Galdós, adaptándolo a lectores ar-gentinos ajenos al conocimiento de las publicaciones periódicas españolas. El hecho periodístico, el 569 funcionamiento de una publicación desde dentro, con la figura del tipo del periodista joven como eje, es revivido por un Galdós que conocía perfectamente el medio, lo que le permitía dar testimonio deta-llado del trasiego y la actividad diaria de la muchedumbre de jóvenes periodistas. La parte III de este documentado artículo se dedica a «una breve noticia acerca de la prensa española», información de gran utilidad acerca de las cabeceras más destacadas y sus sesgos políticos, la reglamentación de la prensa del momento, la gigantesca difusión de la prensa a partir de 1868, los nuevos gustos del público orientados al artículo breve y ameno y al estilo que combine lo serio con lo humorístico, etc., a las alturas del 25 febrero de 1890, cuando se editó este artículo en La Prensa de Buenos Aires. FISONOMÍAS SOCIALES Y TIPOS COSTUMBRISTAS Para uno de los más autorizados conocedores del costumbrismo español, Rubio Cremades, Fiso-nomías sociales constituye el más importante corpus costumbrista galdosiano, junto a las colaboracio-nes en las dos colecciones costumbristas de la década de los setenta (1990, 208, 220). A su juicio la tercera parte del libro, la titulada «Tipos», es la más interesante, y la que más entronca con los artícu-los de Galdós publicados en las colecciones costumbristas mencionadas. Sin embargo, no hay que presuponer que existe costumbrismo sólo en la sección última del libro, ni que todo lo que aparece en ella es costumbrista, como podría pensarse por la denominación «Tipos» que Guiraldo puso al agrupar los seis artículos que él mismo tituló “El coleccionista”, “El parlamenta-rista”, “El elegante”, “El veraneante”, “El cesante”, “El coleccionista”. Hemos de anticipar también que Galdós muestra a menudo la tendencia a recrear sub specie cos-tumbrista una visión del entorno contemporáneo español para sus lectores argentinos, en una tendencia que rebasa el marco de cualquier tema tratado, y sea cual sea la sección en la que Guiraldo ubique la crónica. Un buen ejemplo de esto es el relato de una peregrinación a Roma. En el artículo “Peregrinos a Roma” —uno de los dos únicos en los que el poco riguroso editor Giraldo incluye la fecha de su aparición, 23 diciembre de 1887— el peregrino es presentado con cierta actitud tipificadora y la ten-dencia taxonómica propia del costumbrismo, aplicada a un sonado hecho del momento: el viaje de miles de peregrinos españoles a Roma para participar en el jubileo sacerdotal de León XIII. Igualmen-te ofrece Galdós un apunte clasificatorio de los tipos de curas que van en la expedición: Los curas que forman parte de la caravana pasan de quinientos, habiendo entre ellos todas las variedades del tipo, que son innumerables. El cura llamado de escopeta y perro es, quizás, la variedad más abundante; pero también va en la peregrinación el sacerdote estudioso y de modales finos, formado en los seminarios modernos o en la Compañía de Jesús (Pérez Galdós: 1923, 160). Se sigue un fugaz esbozo dedicado a las beatas, otro tipo de tan amplia tradición como el del cura. Y un último modelo de catalogación afecta a los miembros del partido ultramontano, que engrosaron igualmente la famosa peregrinación, y que aparecerán representados en sus dos grandes variedades familiares, los llamados íntegros o intransigentes, y los mestizos que acabaron por adaptarse a la mo-narquía alfonsina, olvidando sus principios carlistas. Si atendemos, por otra parte, al ya mencionado “El parlamentarista” que en el libro se ubica como hemos dicho en el grupo de los «Tipos», no hallaremos propiamente un artículo sobre un tipo, pese a que así lo sugiera su título sobrevenido. Trata Galdós las dudas contemporáneas acerca de la utilidad o inutilidad del parlamentarismo, la necesidad de poner «diques a la palabra» y reformar para ello el Reglamento de la Cámara. Declarando su autoridad como testigo diario durante cinco años de la vida parlamentaria, y conocedor de «los hábitos y rutinas de aquella casa» se propone expresar no lo común que indudablemente habrá entre las Cámaras de distintos países, sino lo «peculiar y característico de la española». Así termina su muy ordenada parte I general y de presentación del artículo. A la descripción de la arquitectura, estancias y despacho, le sigue una estampa rápida y viva del movimiento humano que se da en el «Salón de Conferencias», al que compara «con cualquiera de las salas de conversación que hay en cualquier casino» con sus diversos grupos, compuestos por diputa-dos, periodistas y charlatanes, «ex-gobernadores de provincia, candidatos derrotados en las últimas elecciones, pretendientes fosilizados por la ineficacia de sus gestiones». Traza Galdós un panorama muy vivo de las discusiones y pasiones humanas que subyacen a las sesiones, pero señala el buen trato 570 personal entre parlamentarios, lejano a los tiempos en que progresistas y moderados ni se hablaban en esa trastienda. Incluye a los periodistas y su importante función en este ambiente. Y constata un hecho del que trata con detalle Pilar García Pinacho en este mismo volumen: que el periodismo era el vivero del que provenían los políticos, o en palabras de Galdós, «el noviciado de la política» (Pérez Galdós: 1923, 213-216), como había mostrado también Antonio Flores en Ayer, hoy y mañana, y el propio Galdós en novelas como El amigo Manso. De forma parecida, “El veraneante” (editado en agosto de 1893) no resulta, pese a su título, tanto el desarrollo de un tipo como una serie de escenas que clasifican las distintas modalidades de veraneos entre los españoles adinerados. La primera sería la vida balnearia de las clases altas españolas en agos-to, tanto en España como en el extranjero. En tono malhumorado, Galdós describe en pleno verano la rutina habitual de los balnearios, que le parecen obsoletos e incómodos. La rigidez de los horarios de baños y comidas, la comida comunitaria, y la obligación de compartir todo el tiempo con los residen-tes, el deber social de acudir a las excusiones de grupo, dificultan el aislamiento de quien no sea tan gregario y rechace sumarse obligadamente a las excursiones, a las musiquillas (para él deleznables) y a los bailes de salón; en definitiva, «el barullo de tanta gente que no sabe vivir sino pensando al unísono y divirtiéndose a compás». Otras escenas, pobladas en consecuencia por otro tipo de veraneante, se centran en el viaje a ciuda-des arqueológicas «en que hay algo que ver». La independencia de Galdós como viajero, y su oposi-ción al ocio programado y colectivo se hace aquí igualmente explícíta. Desde la función de avisador o desengañador, recomienda precaución ante los tediosos guías o enterados oficiales que obligan a se-guir un itinerario. Un tercer apartado se dedica por fin a «los veraneantes más felices», aquellos que se dirigen al fresco mar Cantábrico. Pero también acechan peligros a estos «bañistas de agua salada». De nuevo con la actitud de avisador, advierte contra marineros locales y fanáticos de la pesca, que pueden inducir a los inocentes capitalinos a la «tentación piscatoria» (Pérez Galdós: 1923, 247-249). Por últi-mo, el artículo retorna al ambiente balneario, pero refiriéndose ya a la fe de algunos en las aguas mine-rales medicinales del país para curar «males de moda» como la anemia o el reuma. Con mayor claridad aún, el artículo “El elegante”, pese a su título, no trata de un tipo. Resulta más bien una parodia de obrita oratoria que tiene el objetivo jocoso de persuadir sobre un asunto polémico: la necesidad de renovación y modernización de la fastidiosa moda masculina. En esta especie de ex-abrupto, entre enfadado y zumbón, Galdós propone una peculiar historia de la vestimenta masculina hasta llegar a la ropa contemporánea de los varones españoles. El polemista guía a su hipotético audi-torio mediante el encadenamiento de unos razonamientos lógicos cuya conclusión es que el hábito de fraile resultaría lo más cómodo. A partir de aquí se infiere, con el gracioso malhumor de todo el texto, que cada varón podría elegir el hábito de la orden que más le gustase, añadiendo los colorines que son tan necesarios para romper la perspectiva de tonos ratoniles y tristes que envuelven a los varones es-pañoles. En la sección última de Fisonomías sociales, el artículo “El coleccionista” sí resulta ser claramente un tipo, pero el artículo alcanza además otros derroteros. Galdós lanza su burla contra la manía del coleccionismo y el tiempo que absorbe esta moda contemporánea, en sus variedades: el que rinde culto a todo hallazgo arqueológico, el bibliófilo que sería capaz hasta de robar un libro, el numismático, el filatélico, etc. Pero se desliza a un asunto concreto que le interesó mucho desde su juventud madrileña, cuando le debió de impactar la primera de las quiebras y escandalosa hipoteca de la imponente Casa de Osuna, tanto que al reconstruir ese tiempo como marco temporal de El Doctor Centeno, inventa para su manirroto Alejandro Miquis la obsesión por componer un drama histórico basado en la vida del Conde de Osuna del que Quevedo fuera secretario. La reflexión moral sobre la descomposición económica de la Casa de Osuna (Casa que terminaría por perder todos sus bienes en la última subasta de 1896) adquiere proporciones de escarmiento en su sentido moral barroco: el suceso contemporáneo de la subasta le sirve para realizar un ubi sunt sobre la caída de esta riquísima casa y argumentar sobre cómo tras la bancarrota de ilustres familias de la no-bleza, las subastas fomentan que los burgueses enriquecidos accedan a tesoros históricos y den esplen-dor a su recién estrenada clase social del dinero. La figura de Torquemada acude de inmediato a nues-tra memoria, lógicamente, como encarnación de estas reflexiones, ya desde la ficción literaria. En opinión de E. Rubio (1990, 217), que comparto enteramente, la voz del periodista actúa en este artícu-lo al modo de Liñán y Verdugo, avisando, aconsejando y desengañando. 571 La relación de “El coleccionista” con un texto de otra sección como es “Vida de sociedad” viene dada por la convergencia del pensamiento sobre cómo el cambio de manos del dinero y los bienes artísticos está produciendo un intenso cambio social y la permeabilidad de las clases. En “Vida de sociedad”, que pertenece a la sección «Observaciones de ambiente» los apuntes, unos elogiosos y otros críticos, sobre la vida de la buena sociedad de Madrid incluyen el asunto del ennoblecimiento producido por el dinero, y hasta los títulos comprados por industriales y otros profesionales enriqueci-dos. Desde la consideración de los rasgos propios del artículo costumbrista, ninguna objeción cabe hacer al “El cesante” (publicado el 2 de octubre de 1893), en cuanto a su pertenencia al género. El inicio es de indudable estirpe costumbrista, al proponer la definición del término; sigue con el léxico pictórico tan propio del costumbrismo («Al pintar al cesante…»), el ademán clasificatorio de la «va-riedad de tipos dentro de los caracteres inalterables de la clase: «Cesante es el ex ministro, personaje de pretensiones (…) Cesante es el vigilante de consumos, expulsado del Cuerpo por capricho guberna-tivo». Se trataría de distintas ramas, todas ellas vinculadas por el tronco común de «ser víctimas de viles luchas políticas del siglo en que nos ha tocado vivir». Galdós juzga con dureza un rasgo permanente y común a todas las variedades del tipo: la autocom-pasión y la narración obsesiva y continua de sus cuitas a cada persona que se les ponga por delante. Entendiendo que no se trata de una antigualla del pasado, sino que los cesantes son reconocibles en la sociedad contemporánea, pone en guardia al lector respecto a los relatos lastimeros y previsibles que este tipo se aprestaría siempre a endosar. Esta actitud sería aún más acusada en el modelo «cesante famélico» que existe en todas las épocas, y que se presenta como «ánima en pena, solicitando junta-mente con la recomendación para el ministro un socorro para atender a las necesidades de su familia». Cómo no reconocer la encarnación de este tipo en el Villamil de Miau, en el cual convergería también la modalidad del arbitrista: El cesante proyectista y salvador de la hacienda, en la cual ha servido veinte o treinta años, y que se deja decir que el ministro no nivela el presupuesto porque no quiere (…) No una, sino muchísimas veces, he oído al cesante arbitrista vanagloriarse de poseer la clave de la Hacienda (…) Y por añadidura ha discurrido el hombre un plan completo de reforma de los impuestos, con el cual se llenan las arcas del Tesoro (…) (Pérez Galdós: 1923, 256-259). Otra de las variedades que se desgajan del tipo general es la del redactor cesante del periódico del partido, cuando el tal partido queda fuera del poder. El escritor pone en solfa el continuo victimismo, e ilustra este espécimen con un «modelo vivo», un caso concreto que él conoció, «cesante, infeliz, padre de numerosa prole» al que le repugnaba escribir sobre política nacional y dedicaba sus escritos a la internacional, con un léxico plagado de tópicos y muletillas periodísticas, que por cierto son ridiculi-zadas por Galdós en numerosísimas obras literarias, como he analizado en otros lugares (Román 1 y 2: 1993): «Era de los que a Inglaterra la nombraban diciendo siempre “El Gabinete de Saint James” (…) Turquía era la “Sublime Puerta” y a Rusia se permitía motejarla con aquella muletilla de “el oso del Norte”». La relación entre el tipo abstracto y el modelo vivo conocido por Galdós fluctúa en el texto. Para el estudioso de la historia literaria se trataría aparentemente de dos fuentes inventivas distintas: la del seguimiento de la tradición literaria y la de la observación empírica de una persona, que en una obra novelística podría aparecer encarnada en un personaje. Sin embargo, Galdós parece valerse de una combinación de ambas, ya que tras su afirmación de la existencia de un cesante concreto, incluye una fórmula generalizadora y tipificadora, al señalar que cuando llegaba al fin el ansiado día del cambio político su conocido era uno de los que «pasaban a ser los hombres más felices de la creación» (Pérez Galdós: 1923, 261-263). En la parte III del artículo, después de varias reflexiones generales sobre cómo los cambios políti-cos tienen súbitas consecuencias en las familias, y la consiguiente conexión entre la historia y la in-trahistoria de las vidas privadas, Galdós se refiere a un nuevo «modelo vivo», otro ejemplo concreto de peculiar cesante que dice haber conocido. Se trata ahora de un miembro del cuerpo diplomático con grandes cargos hasta la década de los setenta. En su mísera cesantía se había convertido en arbitrista, y dedicaba la mitad del día a escribir a todos los ministros de Estado de Europa y América con el objeti-vo de ayudar a gestionar la paz mundial. Cuenta Galdós que como su conocido —al que denomina «el 572 cesante diplomático»— escribe exquisitamente, a veces recibía respuestas de los altos personajes históricos a los que se dirige (Gladstone, Bismarck, etc.), que lo trastornaron aún más. Los falsos ami-gos del pobre loco le incitan a hablar para burlarse, y el lector encuentra supuestos párrafos en estilo directo de este personaje, que habla con familiaridad de varios personajes importantes de Europa. Las frases que dice tal personaje demuestran su locura, pero en la conclusión del artículo prevalece la compasión del periodista, para quien se trata de una pobre víctima de la situación: ¡Infeliz! Es una cabeza de primer orden, perturbada por la cesantía, por una excedencia de veinte años. En este periodo ¡cuántos servicios podría haber prestado a su país! No pudiendo servir a la ingrata nación que le niega el pan, se dedica a servir a la humanidad… otra ingrata incorregible (Pérez Galdós: 1923, 266-268). La deriva en locura («Hay quien dice que ha perdido el juicio, a consecuencia del continuo preten-der sin ningún fruto», se dice de este modelo vivo) nos hace recordar la de otros locos arbitristas gal-dosianos, como el Don Jesús Delgado de El doctor Centeno, o de nuevo el Villamil de Miau. También podemos asociarlo al don José María Malespina de Trafalgar, arbitrista de la guerra que en el capítulo XV diserta ante quienes, al modo de los examinadores de los locos en la tradición teatral barroca, le hacen preguntas para dejar en evidencia su manía, y para divertirse con las disparatadas respuestas. En el episodio nacional Bailén, Malespina aparece asociado a otro arbitrista, el marqués diplomático, que se cree poseedor de altos secretos que no puede revelar. Las conversaciones del dúo provocan escenas cómicas, como lo hacen en distinto grado el loco Canencia de La batalla de los Arapiles y El equipaje del rey José y otros muchos personajes que ya tuve la ocasión de estudiar (Román Román: 3, 2009). Los expuestos en este trabajo son algunos de los resultados de una línea de lectura que conecta dos de los géneros cultivados por Galdós, el periodismo literario y la novela. Coherentemente, asumimos la necesidad de este tipo de trabajos de relación, sin que queramos con ello proponer una lectura su-bordinada de los textos periodísticos, pues estos tienen valor e interés por sí mismos. Pero no está de más el recordar que la persona y el artista son uno, y que es necesario abrir el contexto y el círculo del estudio de la creación literaria como tal, tal vez haciendo provechosas calas e interrelacionando por épocas o fechas, como una de las coordenadas que han de combinarse con la del género (novelas, cuentos, episodios nacionales, teatro, artículos, etc.). 573 BIBLIOGRAFÍA BERTRÁN, F., “Galdós, sus páginas inéditas y nuestro tiempo”, La Correspondencia de España, 8 de agosto 1923. BOO, M., “Suplemento de Las cartas desconocidas de Galdós en 'La Prensa' de Buenos Aires”, Anales Galdosianos, 17 (1982), pp. 117-27 BOO, M., “Galdós: periodismo y novela (La desheredada, La incógnita y tres artículos de La Prensa de Buenos Aires)”, Anales Galdosianos, 23, 1988, pp. 123-31. CASTROVIDO, R., “De Galdós”, La Voz, 10 julio, 1923. FERNÁNDEZ ALMAGRO, M., “Obras inéditas de Galdós. Fisonomías sociales”, La Época, 14 de julio 1923. FREIRE LÓPEZ, A. 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Calificación | |
Título y subtítulo | Costumbrismo, prensa y novela: las "Fisonomías sociales" de Galdós / costumbrismo, press and novel: Galdós’ Fisonomías sociales |
Autor principal | Román Román, Isabel |
Entidad | Casa-Museo Pérez Galdós |
Publicación fuente | Actas del décimo congreso internacional Galdosiano |
Numeración | Congreso 10 |
Sección | Sección 4. Episodios nacionales. Galdós e Hispanoamérica. Teatro. Biografía |
Tipo de documento | Actas de congreso |
Lugar de publicación | Las Palmas de Gran Canaria |
Editorial | Cabildo Insular de Gran Canaria |
Fecha | 2013 |
Páginas | p. 559-573 |
Materias | Pérez Galdós, Benito (1843-1920) ; Crítica e interpretación |
Enlaces relacionados | Casa Museo Pérez Galdós: http://www.casamuseoperezgaldos.com Benito Pérez Galdós en la Biblioteca virtual de Miguel de Cervantes: http://www.cervantesvirtual.com/bib/bib_autor/galdos/ |
Copyright | http://biblioteca.ulpgc.es/avisomdc |
Formato digital | |
Tamaño de archivo | 253883 Bytes |
Texto | 559 COSTUMBRISMO, PRENSA Y NOVELA: LAS FISONOMÍAS SOCIALES DE GALDÓS COSTUMBRISMO, PRESS AND NOVEL: GALDÓS’ FISONOMÍAS SOCIALES Isabel Román Román RESUMEN Se analiza el primero de los volúmenes de las Obras inéditas de Galdós recopiladas por Alberto Guiraldo a partir de las colaboraciones de Galdós en La Prensa de Buenos Aires entre 1883 y 1894. Interesa mostrar aspectos como los rasgos de costumbrismo crítico contemporáneo o las impresiones de viajes. Se propo-nen también algunas de las conexiones entre los artícu-los de prensa y el desarrollo de sus tipos, escenas, etc. en la obra narrativa de Galdós PALABRAS CLAVE: Prensa literaria del siglo XIX, im-presiones de viaje, costumbrismo, relaciones prensa-novela. ABSTRACT There is analyzed the first one of the volumes of Galdós's unpublished Works compiled by Alberto Guiraldo from Galdós' collaborations in La Prensa of Buenos Aires between 1883 and 1894. This paper is interested in showing aspects as the features of critical contemporary writing of customs and novels of man-ners, travel impressions, etc. We propose also some of the connections between the articles of press and the development of his types, scenes, etc. in Galdós's nar-rative work. KEYWORDS: Literary Press of s. the XIXth, Travel Impressions, writing of customs and novels of man-ners, relations press-novel. En mayo de 1923 salió a la luz el primer volumen del conjunto de los nueve que componen las se-dicentes Obras inéditas de Galdós que editó Alberto Guiraldo, volumen titulado Fisonomías sociales. No sólo abre la serie de las inéditas, sino que contiene también el Prólogo redactado por Guiraldo, precediendo a la compilación de 27 artículos titulados, comprendidos entre 1883 y 1893, de los cuales sólo dos aparecen con su fecha de edición. Los textos fueron organizados por su editor en tres seccio-nes, en función de sus asuntos predominantes: «Ciudades de España», «Observaciones de ambiente» y «Tipos». En su Prólogo, Guiraldo había afirmado que la inmensa obra que él iba a publicar estaba «despa-rramada en publicaciones americanas», aunque se ha comprobado que el material del que se sirvió sólo procedía en verdad de La Prensa de Buenos Aires (Shoemaker: 1973, 11). Sin que podamos saber a ciencia cierta qué parte de invención contienen sus palabras, el editor, periodista argentino residente en España, reconstruye la conversación en la que un anciano Galdós le habría propuesto la ordenación del material de sus colaboraciones periodísticas en Argentina. Explica que María Pérez Galdós, here-dera universal a la muerte de su padre, le pidió que organizase y editase el material, «esta inmensa obra desparramada en publicaciones americanas durante diez años de fecundidad admirable» (Guiral-do: 1923, 4). Supuestamente acordaron clasificar los textos desconocidos en España, y el propio Galdós habría dado la indicación de hacer volúmenes orgánicos, con títulos apropiados, recogiendo en ocho a diez tomos su labor periodística de otros tantos años para América, desconocida en España. Hasta 1973, año en el que apareció el trabajo de W. H. Shoemaker que venía a completar y precisar muchos de los errores textuales de Guiraldo —aun creando un nuevo laberinto él mismo— se había creído que las colaboraciones de Galdós en La Prensa de Buenos Aires se habían producido entre 1883 y 1894. Pero Shoemaker documentó que en octubre de 1901 Galdós entregó una nueva carta a La Prensa, tal vez como anticipo de una segunda etapa de colaboraciones que no tuvo finalmente desarro-llo. En esta interesantísima carta que Shoemaker da como apéndice en su libro, se desplegaba, con un léxico plenamente regeneracionista, una reflexión sobre el caciquismo junto a grandes elogios de la Universidad de Extremadura. 560 figura de Joaquín Costa. El periódico la publicó el 17 de noviembre de 1901, bajo el rótulo “Benito Pérez Galdós: su reaparición en La Prensa”. Diez años más tarde, una aportación de Matilde Boo (1, 1983) daba a conocer dos cartas más, de 1905, en esa segunda y brevísima etapa de la colaboración de Galdós en La Prensa. Una de las cartas inéditas era un artículo sobre Jacinto Verdaguer con motivo de la muerte de éste; la segunda, que se dio el 9 de mayo de 1905, respondía a una de las colaboraciones solicitadas por La Prensa, para con-memorar el segundo centenario de El Quijote. ¿Cuál era la presencia viva de Galdós en el panorama cultural de la primavera de 1923, cuando se comenzó a publicitar la inminente aparición de las Obras inéditas, pasados más de tres años desde su muerte? La temporada del Liceo de Barcelona se inauguraba con la versión musical de Marianela, arreglada por los hermanos Álvarez Quintero, y con música del maestro Jaime Paissa, al parecer con gran expectación, según recogía la prensa a la sazón. Y en fechas cercanas, la compañía de Enrique Borrás presentaba El abuelo. Pero los gustos novelísticos de los modernos de 1923 se alejaban cada vez más de la narrativa realista, y El Español, en el mismo número en que anunciaba la representación del El abuelo, (31 de marzo de 1923), daba seriada la novela El secreto del acueducto de Gómez de la Serna, por no poner más que un ejemplo bien conocido de la nueva vanguardia narrativa. Las noticias y la publicidad de la inminente aparición de Fisonomías sociales se insertaron en la prensa un mes antes de la salida del volumen. Por ejemplo, Eduardo del Portillo (1923, 4) se felicitaba ante esta perspectiva, y señalaba que en San Quintín aguardaban aún materiales tan interesantes como las corresponsalías literarias en La Época y en La Nación, además de las Memorias, el epistolario o las críticas teatrales, todo ello esperando ser editado. En La Libertad (31 de marzo de 1923, p. 4) bajo el rótulo “Acontecimiento literario. Don Benito Pérez Galdós. Prólogo de sus Obras inéditas” se antici-paba el Prólogo de Guiraldo y se informaba de que éste había sido «designado por los herederos y editores de Galdós para ordenar los originales dejados por el maestro, que constituyen su inapreciable tesoro». Una vez aparecido el libro, notamos que las críticas se dividen entre quienes objetan a esta iniciati-va editorial, y quienes la defienden con un argumento central, el del supuesto valor costumbrista de las Fisonomías sociales, para lo cual suelen ubicar estos artículos en la estela de Mariano José de Larra. Melchor Fernández Almagro (1923, 5), es buen ejemplo de lo dicho, al llamar a los artículos «ani-mados cuadritos de género», destacando además que fueron compuestos en una época esencial de la actividad creadora de Galdós. A su juicio, de ningún modo se trata de textos menores, como tampoco era menor la tradición costumbrista a la que pertenecerían los artículos: «Siluetas, en efecto, de los más varios aspectos de la realidad social, componen este volumen, en que el gran don Benito se nos muestra señoreando, como no podía menos, la aparente insignificancia de los artículos de costum-bres». Particularmente cercana al espíritu de Fígaro le resultó la sección «Observaciones de ambiente» a Fernández Almagro, que aprovechaba para destacar la faceta costumbrista de la narrativa de Galdós, constatando que incluso en sus «novelas grandes es magnífico retratista de tipos y usos sociales». En este sentido, ya proponía en 1923 una fecunda línea de relaciones que muchas décadas después explo-rarían los estudiosos galdosistas: la relación entre artículos de prensa y novelas, y específicamente, entre costumbrismo y novela. Sobre todo en la sección de Fisonomías sociales titulada «Tipos», se podría hallar, a su juicio, el «germen de figuras que, hechas y derechas ya, individualizadas y con cédula personal, encontramos en algunas novelas», entre las que el crítico destacaba Miau por el desa-rrollo del tipo del cesante del costumbrismo, observación retomada por Weber medio siglo después (1973, 17-18). Alberto Insúa (1923, 1) afirmaba que el recién aparecido primer volumen Fisonomías sociales se componía de «estudios y artículos de costumbres». Haciendo de abogado del diablo, suponía que algunos podrían exclamar «¡qué vejeces!», al ver ofrecida como novedad una colección de artículos que tenían hasta 40 años de antigüedad los primeros de ellos, y que pese a haber sido publicados en Buenos Aires se ofrecían como inéditos en España. Insúa defiende el libro ante un posible receptor escéptico, y lo pone en parangón con la obra periodística de Larra, subrayando: «no pueden ustedes imaginarse nada más joven, más español, más actual». El formato de artículos de prensa coleccionados en libro no era muy común en 1923. Recordemos sin embargo que en la segunda mitad del siglo XIX, los propios periódicos solían tener una colección 561 editorial específica para crónicas de viaje como los Recuerdos de Italia de Emilio Castelar, publicados en Madrid en dos volúmenes entre 1872 y 1876 por La Ilustración Española y Americana, o Un año en París, del mismo autor, que en 1875 editó la imprenta de El Globo, agrupando crónicas ya publica-das en periódicos americanos entre 1866 y 1867. En 1923, Insúa parece presuponer que el público tendría a Galdós sólo por novelista, y por ello asegura que si van leyendo los capítulos (sic) de Fisonomías uno tras otro se hallarán ante una especie de novela, «la novela de Galdós periodista, de Galdós reportero». Llega a calificar la colección como «prontuario de la novelística de Galdós», al contener además de «artículos magistrales», aspectos rela-cionados con su narrativa: «Cuando en la última parte del volumen -Tipos- habla Galdós del parlamen-tarista, del veraneante, del cesante, ¿cómo no evocar a las criaturas de sus novelas, en que cada una de estas especies españolas tiene representación vigorosa e inolvidable?». Por otro lado tanto el valor intrínseco de la escritura periodística, como las aportaciones de ésta al conocimiento de la persona y la obra de Galdós, fueron ya apreciados por críticos como Roberto Cas-trovido (1923, 1), quien valoraba que los artículos en La Prensa nos descubren al Galdós periodista, que ya se había mostrado como tal en El Debate de Albareda, en El Correo de Ferreras, en La Esfera y en otros muchos diarios y semanarios. La reseña de Castrovido ensalza la sensación de oralidad de las cartas en La Prensa, que «parecen chácharas sostenidas por el autor resucitado». Las anécdotas, lectu-ras, referencias a países y personas vistos por Galdós, etc., aparecen de tal forma expresadas que, para el crítico —antiguo interlocutor de Galdós, que dice haber escuchado de su boca algunas de las anéc-dotas que figuran en los artículos— tienen la capacidad de evocar «su voz, su manera de hablar y de accionar, sus gestos, sus actitudes, sus risas y sus sonrisas». En un sentido muy distinto, Fernando Bertrán (1923, 1) abría otra reseña reproduciendo literalmen-te la frase de un joven sobre «el trote de caballo pesetero» que suponen los previstos tomos de Obras inéditas de Galdós. Y señalaba: «Los jóvenes ya no gustan de Galdós y con incomprensiva iconoclasia le lapidan arrojándole las mismas piedras que la generación galdosiana arrojó sobre sus antecesores». Intenta explicar las razones del despego de los jóvenes ante la narrativa del autor canario, y las centra en que tal vez el exceso de detallismo retrae a un lector joven al que disgusta que el autor se lo dé todo hecho tanto y que rechazaría también el abuso del lenguaje popular «repleto de modismos». En su opinión, los dos tomos ya aparecidos, Fisonomías Sociales y Arte y Crítica, tenían más interés históri-co que artístico. Sin confiar en su valor estético, concede no obstante que son «vivos y fogosos docu-mentos de la época», y proporcionan gran material «para futuros estudios y reconstrucciones». Más modernamente, Matilde Boo (2, 1983) mostraba ejemplos prácticos de una atractiva línea de estudio de la prensa literaria galdosiana, al comparar las diferencias que existen entre dos situaciones de comunicación de una misma realidad: la perspectiva del periodista o cronista y la presentación de esta realidad desde la perspectiva de la ficción. Y en este último modelo, a su vez las diferencias entre la voz de un narrador y el punto de vista de un personaje concreto del mundo ficcional creado. Como ejemplo de estas relaciones, cotejaba de forma ejemplar las relaciones entre tres artículos de Galdós publicados en La Prensa en 1887 y en 1888 y su traslación en las situaciones narrativas creadas en diversos capítulos de La desheredada (aun siendo esta novela anterior en seis años) y en La incógnita, de la cual ambos artículos serían coetáneos. Los artículos, referidos a la Navidad en Madrid y a la fiesta de San Isidro, respectivamente, se plasman en La desheredada con un enorme pesimismo en la voz del narrador, mucho más profundo que el del periodista. En La desheredada, el lenguaje figurado y la selección lingüística presentan una visión grotesca de la Navidad en Madrid mediante una suce-sión de imágenes espantosas y casi esperpénticas, en contraste con el artículo en La Prensa, donde el Galdós cronista se limitaba a informar con detalle de dos tradiciones navideñas, la lotería y los agui-naldos. El segundo artículo que proponía Boo, referido a la fiesta de San Isidro, se relaciona con el capítulo 7 de la segunda parte, en el que Isidora acude a la romería, con un asombro que recuerda al de los isi-dros a los que se refiere Galdós en su artículo. En el artículo de prensa, el lector recibía información sobre los detalles de la citada fiesta popular y la presencia de los llamados isidros, los campesinos que acudían a Madrid ansiosos de conocer la Corte. Sin embargo, en la novela encontramos estos datos convertidos en espacios, situaciones y ambientes tal como estos son vividos por nuestros personajes, cuyos sentimientos y reacciones vamos conociendo. M. Boo seleccionaba para su propuesta comparativa un tercer artículo del 6 de marzo de 1888 refe-rido a la tribuna de señoras en el Parlamento, al que hace corresponder con el capítulo 5 de La incógni-562 ta, en el que Manolo Infante dirige a su amigo Equis X desde Madrid una carta en la que le cuenta la decepción de las damas asistentes a las sesiones del Congreso, pues en lugar de los esperados orado-res, Cánovas y Castelar, tuvieron que soportar a un mal orador. En el artículo de prensa ya se plantea-ba cómo influía la presencia femenina en las sesiones de cortes, asunto también tratado por Manolo Infante, pero ya desde su subjetividad concreta en La incógnita. Por nuestra parte, podemos seleccionar, entre muchos casos, alguno paradigmático de las relacio-nes entre personajes, situaciones y hasta modos expresivos comunes en artículos y novelas. Respecto a los modos expresivos: en “Bilbao”, la peculiar imaginación galdosiana, su modo de ver y crear, para nuestra suerte como lectores, se imponen a veces a la función puramente informativa de testigo que el periodista asume desde la ciudad vascongada. La expresión ante una misma realidad puede ser semejante en un artículo y en una novela, en una intersección debida lógicamente a la peculiar imaginación y creatividad galdosiana. Es el caso de la contemplación de montañas socavadas por las minas: en “Bilbao” aparece una visión idealizada y literaria de las cuadrillas de trabajadores abriendo barrenos, que forman «un hermoso espectáculo». El testigo no sólo detalla el tipo de trabajo, sino que mediante hipérboles y analogías mitológicas compa-ra a los obreros con «atletas», a los peñascos que caen con «monstruosos animales» que «descienden por la ladera hiriendo el aire con rumores semejantes a un salvaje bramido». El contemplador plasma una visión poética y metafórica de las minas, y comparte con el lector cómo funciona su imaginación ante esa realidad objetiva, causa de sus peculiares modos expresivos: «Hay lugares allí que nos traen al pensamiento las más soberbias creaciones del arte griego en la mitología. Todo cuanto se ha dicho de los titanes es aplicable a esta decoración grandiosa» (Pérez Galdós: 1923, 33). Tal vez impresionó mucho a Galdós la eventual contemplación del acto de dinamitar, y los enormes y súbitos cambios producidos por estas acciones en el paisaje natural. Sus opciones expresivas nos recuerdan el mismo tipo de imaginación que se atribuye en Marianela a Golfín en su primer encuentro con las minas de Socartes, impresiones que el narrador explica así en los comienzos del cap. II de la novela, donde las formas ‘semejante a’ o ‘parecía’ articulan la descripción desde la óptica de la imagi-nación y la analogía creativa: El viajero, que había andado algunos pasos junto a su guía, se detuvo asombrado de la fantástica perspectiva que se ofrecía ante sus ojos. Hallábase en un lugar hondo, semejante al cráter de un volcán, de suelo irregular, de paredes más irregulares aún. En los bordes y en el centro de la enorme caldera, cuya magnitud era aumentada por el engañoso claro-oscuro de la noche, se elevaban figuras colosales, hombres disformes, monstruos volcados y patas arri-ba, brazos inmensos desperezándose, pies truncados, desparramadas figuras semejantes a las que forma el caprichoso andar de las nubes en el cielo; pero quietas, inmobles, endurecidas. Era su color el de las momias, un color terroso tirando a rojo; su actitud la del movimiento febril sorprendido y atajado por la muerte. Parecía la petrificación de una orgía de gigantes-cos demonios; y sus manotadas, los burlones movimientos de sus desproporcionadas cabe-zas, habían quedado fijos como las inalterables actitudes de la escultura. El artículo “Divagando” es también de gran interés por su relación con el ámbito creativo de otra novela, Ángel Guerra. Galdós habla en él de su última estancia en Toledo, su empeño en conocer los hasta quince conventos de monjas en la ciudad, su tristeza por la decadencia de estas venerables insti-tuciones, y el abandono de los hermosos edificios que las albergan, entre otros aspectos que explican el efecto que la ciudad le causó, y que como es bien sabido, forma parte del impulso creativo de Ángel Guerra en 1891. Y como ocurría en el caso de Teodoro Golfín, recién llegado viajero de Marianela, también sabremos de la impresión que en Ángel va haciendo su primer encuentro y descubrimiento de otra ciudad, en este caso Toledo. Sin duda Galdós proyecta en algunos personajes la misma forma de mirar e imaginar que demostraba él mismo al escribir fuera del ámbito de la ficción. A la inversa, la tendencia al relato y el ademán narrativo que parece ficcionalizar los hechos reales, se filtra en algunos de los artículos del libro que es ahora objeto de nuestra atención, las Fisonomías sociales. Encontramos a veces anécdotas contemporáneas narradas con impulso novelesco, donde se inventan incluso diálogos de las personas (que quedan así convertidas en personajes) en estilo directo. Por ejemplo, en “El poder de los humildes”, primero de los artículos de la sección «Observaciones de ambiente», se narra de una forma entre novelesca, chismográfica y teatral, en dos partes, un asunto que 563 conmocionó a las damas católicas de alta clase, a propósito de los sermones del jesuita Padre Mon solo para damas, que atraían a muchas señoras pese a la dureza con que se fustigaba la vida social que ellas hacían. Al parecer, cuando un día llegó tarde a la misa la infanta Doña Eulalia, fue increpada y afren-tada en público por Mon. El hecho derivó a asunto de estado, al considerarse como desacato a un miembro de la familia real. El ministro Pidal habló con el cardenal Moreno, tomaron partido dos fac-ciones de los católicos (los llamados puros —los más carlistas— y los llamados mestizos) y finalmente Mon fue desposeído de su puesto como predicador y enviado a Sevilla. El hecho es reflejado por Galdós con gran dominio de la dosificación de la intriga, para unos lectores que en Argentina no habr-ían tenido noticia del caso. El artículo “Santander”, que pertenece a «Ciudades de España», ilustra con un caso real la informa-ción sobre el origen pobre de los indianos que volvieron opulentos y capitalistas. Introduce un ameno relato, con pasajes dialogales en estilo directo, sobre un indiano que tras años de espera y ofertas logró comprar un caserón importante venido a menos, adquisición que era la ilusión de su vida. El indiano (¿tal vez don Antonio López, nombrado primer Marqués de Comillas en 1878?) da una gran fiesta a toda su gran familia y amigos, y con gran emoción los lleva a la cocina, donde recuerda su infancia de muchacho descalzo que sacaba su primer jornal llevando el pescado cada día a esa cocina. Es evidente el toque novelístico del relato de una vida en primera persona, con sus palabras inventadas por Galdós, con el toque sentimental de la adquisición de la casa en la que el ahora capitalista había sido un sir-viente… Otro de los asistentes ‘opulento capitalista’ en la actualidad, íntimo amigo del nuevo propie-tario, tercia y añade su experiencia propia en aquella casa, y su vergüenza de subir, y cómo se quedaba en el portón esperando a su amigo (Pérez Galdós: 1923, 48). Nos encontramos, pues con una especie de brevísima «Historia de dos hijos del pueblo», no muy lejana en su forma a la del relato interpolado en el capítulo X de Marianela, donde uno de los dos hermanos huérfanos Golfín cuenta su vida ante un auditorio propicio, y explica cómo han llegado a ser científicos ambos, partiendo de la pobreza y la soledad cuando niños. La tradición costumbrista del tipo del indiano era poderosa, como bien sabemos. Pereda, en su artí-culo “A las Indias” de Escenas montañesas, nos mostraba a un Andresillo, que como tantos niños de Santander, cifraban su ilusión en un pasaje para ir a La Habana a forjarse un futuro. El artículo sólo nos presenta la preparación y el momento de la partida del adolescente, mientras que por el contrario, Pardo Bazán en su novela corta Rodando se centra en el regreso súbito de otro joven indiano, este fracasado, que vuelve vencido por la nostalgia de su amor. Sin embargo, Galdós convierte en breve relato de amplia temporalidad, como una novelita-vida, la historia de un indiano real. Por otra parte, el estudio en sí —y no ya en interrelación con otros géneros— de la obra periodísti-ca nos permite reconocer en algunos textos la forma galdosiana de enfrentarse a este género, combi-nando información y opinión y permitiéndose mostrar el hilo de sus pensamientos, con sus dudas y contradicciones, cercano a veces al ensayismo confesional. También percibimos las dificultades pro-pias de la pragmática del periodismo, la tensión creada por el compromiso de enviar en fecha fija los textos comprometidos. En este sentido, son particularmente interesantes los recursos que despliega el autor cuando debe cumplir el compromiso de la entrega del artículo sin tener idea clara del asunto a tratar. La amplificatio y la construcción divagatoria de algunos artículos serían la consecuencia inme-diata de lo anterior, y terreno privilegiado para que podamos observar los resortes creativos y el proce-so de sus razonamientos. Tomemos por caso el artículo “El mes de marzo”, perteneciente a la sección segunda de Fisonom-ías sociales, la titulada «Observaciones de ambiente»: Galdós comienza divagando, sin que parezca que tenga un plan sobre los derroteros del artículo. El título lo compromete, obviamente, a hablar de Madrid en el corriente mes de marzo: las fiestas de san José, el clima variable, el inicio de la veda… Enseguida se pasa al tema de las comidas y el pescado en Cuaresma, y así el texto va creciendo, me-diante la enumeración de los variados pescados que llegan a Madrid, el gran consumo de bacalao, su origen y variedades, etc. De modo parecido, el artículo “Madrid” evoca en su parte I una especie de ‘Cena jocosa’ con su estructura acumulativa o de sarta, su enorme inventario de los manjares castella-nos y extremeños que llegan a Madrid y se consumen allí. Los recursos de la amplificatio son tan evi-dentes que el periodista lo reconoce, ya cerca del cierre del texto: «Antes de concluir, quiero disipar la impresión que estas digresiones (…)» (Pérez Galdós: 1923, 64). Podemos percibir el efecto de calamo currente que convierte al artículo, en parte o en todo, en una digresión ensayística mediante la que el autor se concede la posibilidad de autocorregirse y hasta de 564 contradecirse en el devenir del texto. Un caso emblemático de estos efectos lo encontramos en el muy conversacional «El circo y el toreo»: después de sugerir que mejor es dedicarse a otros trabajos que a estos a los que tanto critica, Galdós acaba por matizar sus juicios de valor hasta llegar casi a desdecir-se: Pero casi estoy por desdecirme de lo que acabo de estampar, porque los espectáculos en que se muestra la temeridad humana son necesarios, y su desaparición no sería compensada por el ligero aumento que tendrían los gremios de zapateros, albañiles o sastres. Quédense las cosas como están, que el mucho reformar suele ser causa de positiva ruina (Pérez Galdós: 1923, 134). El muy crítico artículo “Nuestro sport”, dedicado igualmente al controvertido asunto de la llamada fiesta nacional, se cierra también con unas enmiendas que contradicen en parte las objeciones aporta-das contra el toreo. En efecto, nos sorprende una reflexión final, entre romántica y antropológica, que elogia cómo España evita la tendencia a la uniformidad europea aferrándose a los toros no ya como fiesta, sino como un distintivo netamente nacional, en tiempos de una uniformidad cultural europea que no parece agradar a Galdós. En este punto manifiesta cierta prevención —recurrente en otros luga-res— contra la invasión extranjera que afecta a las instituciones, trajes, arquitectura, arte social, litera-tura: «ya se deja imponer el parlamentarismo inglés, ya las formas literarias preconizadas por Francia, ya abre sus puertas a la invasión filosófica y política» (Pérez Galdós: 1923, 151). LAS FISONOMÍAS SOCIALES Y EL GÉNERO DE LAS IMPRESIONES DE VIAJES. CONFESIONES PERSONALES SEMBLANZA DEL AUTOR EN LA DÉCADA DE 1883-1893 Como vio Rubio Cremades en su imprescindible aportación (1990: 210) la sección «Ciudades de España» recuerda el género de las impresiones de viaje, tan frecuente desde el romanticismo, si bien se dan inevitables intersecciones con bosquejos, escenas y tipos costumbristas. A su juicio, este es el caso del artículo “Santander” comentado más arriba, en el que se interpola lo que para Rubio resulta una especie de cuento interpolado, el relato del indiano, tipo de amplia tradición costumbrista. En el artículo dedicado a “San Sebastián”, no sólo el espacio físico sino también los tipos y am-bientes constituyen el texto, compuesto por el autor en sus propias vacaciones en San Sebastián, si-guiendo in situ, y logrando la apariencia de transmitir en tiempo real, lo que hace un tipo y sus varie-dades, el del madrileño en su desplazamiento estival. Nos encontramos una especie de inventario que, salvando las distancias, recuerda a aquellos tipos transhumantes, casi todos madrileños de veraneo en Santander, que había reflejado con gracioso ademán narrativo Pereda en la obra costumbrista de ese título. Recordemos que en el Prólogo al lector de Tipos trashumantes, Pereda se servía del término ‘fisonomía’ en 1877, una fecha tardía respecto al uso común del vocablo en el romanticismo. Aprecia-ba Pereda que en la masa de forasteros que invadían Santander en verano, el observador atento podría encontrar un cierto aire de familia, unos rasgos comunes reproducidos en una larga serie de generacio-nes, rasgos a los que llama «fisonomía». De forma semejante respecto a la otra gran capital del veraneo acomodado, en “San Sebastián” anota Galdós que «El madrileño se encuentra aquí su pasear eterno, sus cafés poblados de gente, sus reuniones agradabilísimas (…) y por último, lo que allá [en Madrid] se llama ampulosamente los Círculos Políticos». Detalla el cronista los tipos que componen este círculo, procedentes de «la pequeña corte de secua-ces», de ex-ministros y directores, a los que se añaden «los cesantes que a todo Círculo de estos se arriman para desembuchar el fárrago de sus agravios» (Pérez Galdós: 1923, 17). Después del paisanaje o fisonomía social irónica de los madrileños en San Sebastián, pasa a una descripción muy elogiosa de la ciudad y su urbanismo, la vida de la playa de la Concha, el trasiego e intercambio con los franceses de Biarritz y Bayona, las corridas de toros que a tantos turistas franceses atraen, incluyendo rápidos apuntes del ambiente en la plaza. “Bilbao” se declara igualmente escrito desde la propia ciudad, «la villa en que estoy» (Pérez Galdós: 1923, 27), lo que orienta el texto hacia la crónica de viaje y también a la corresponsalía pe-riodística. El autor resalta su cualidad de testigo para hablar tanto del carácter bilbaíno como de la afición a los toros o de la industria de altos hornos y minas. 565 Por último, señalaremos que la clasificación de los artículos realizada por Guiraldo, unida a la índole heterogénea de muchos de ellos, hace que un artículo como “Divagando” —incluido en la «Ob-servaciones de ambiente», sección segunda de Fisonomías sociales— contenga gran información so-bre una ciudad de España, Toledo, si bien con la relativa distancia que supone la evocación de un viaje reciente, a diferencia de la crónica inmediata de las cinco ciudades que aparecen en la sección primera, «Ciudades de España». Muy relacionadas con el género de las impresiones de viaje se encuentran las confesiones autobio-gráficas. Como recordaba Fernando Romera (2012, 308-309), no es raro que algunos estudiosos ads-criban la literatura de viajes al género de la autobiografía, pues es casi imposible separar ambos, sobre todo cuando se trata de viajes formativos o de gran impronta en el aprendizaje personal. Por otra parte, en el género de viajes tan frecuentado en el siglo XIX, los autores dedican buena parte de sus crónicas a tratar impresiones personales y vivencias en los lugares recorridos. Según ha subrayado Ana M. Freire (1,1999; 2, 2012, 77-78), el relato de viajes en el siglo XIX se impregna de la personalidad y subjetivi-dad del viajero individual. La propia Pardo Bazán, que le sirve de base para su estudio, defendía que la crónica de viajes «es tan obra de arte como una novela», resaltando la particular sensibilidad y capaci-dad de ver lo que no ve un profano que caracteriza a los escritores de viajes. La conexión con lo auto-biográfico parece evidente; y por lo que afecta a Galdós, podemos corroborar que los artículos que estamos estudiando aportan, aun de forma dispersa, valiosa información a su autobiografía. De casi todos los artículos se desprenden interesantes apuntes, aunque ocasionales, sobre el pensa-miento del escritor acerca de asuntos tanto intemporales como contemporáneos, expuestos a veces con sorprendente franqueza. También encontramos confesiones personales nada desdeñables, por ser Galdós poco proclive a ellas, confesiones que son pinceladas de su semblanza más privada, sin el ta-miz de las voces narrativas creadas ni de personajes ficticios interpuestos. Si seleccionamos sólo algu-nos ejemplos, desde lo menor hasta los asuntos de mayor calado, vemos que el cierre del texto “Ma-drid” (en el que ha realizado un despliegue de información gastronómica), es una declaración de su frugalidad e indiferencia ante los placeres de la mesa. Su antipatía ante la ostentación social y el culto a las apariencias, (culto muy presente en tantos de sus personajes novelescos) se hace explícita en “Barcelona” donde en junio de 1888 elevaba a esta ciudad sobre Madrid aduciendo, entre otras mu-chas razones, que los ricos catalanes viajan, saborean privadamente el lujo y prefieren las comodida-des domésticas a la ostentación pública, mientras que a los madrileños sólo les importa el lujo que se pueda exhibir. Su animadversión hacia la fiesta de los toros, que está presente en diversos lugares, entra a veces en conflicto con otras consideraciones que comparte con el lector, haciéndole partícipe de sus propias dubitaciones, como hemos señalado anteriormente. En “Alegrías de la primavera”, contrasta su gusto por la animación de un domingo primaveral de toros en Madrid, con su declarada antipatía ante lo que ocurre en la plaza. En “Madrid” encuentra una nueva diferencia a favor de Barcelona sobre la capital: que la ciudad catalana dista mucho de lo que denomina «la barbarie de los toros» a los que los madri-leños son tan aficionados (Pérez Galdós: 1923, 113-118). En “El circo y el toreo” argumenta que am-bos espectáculos tienen escaso valor intelectual, si bien matiza que le parecen algo más estéticos los toros. En “Santander”, el elogio de lo mucho que como mecenas enriquecidos aportan los indianos a sus localidades en Asturias y Galicia, encadena reflexiones que defienden y alaban el retorno de capitales, en una digresión general sobre las emigraciones, al hilo del auge demográfico de Cantabria (Pérez Galdós: 1923, 40-44). Sus temores ante la pervivencia del carlismo se plasman en diversas ocasiones, en las que suele mostrar antipatía por el atraso ideológico del mundo rural, en una actitud totalmente contraria al me-nosprecio de corte y alabanza de aldea tan frecuente en su amigo Pereda. La preocupación por un posible rebrote carlista está presente en el artículo “Bilbao”, en cuya conclusión reitera su preferencia por el espíritu urbano, y su confianza en que el espíritu liberal y de cultura que suele ser propio de las capitales se sobreponga al carlismo rural y clerical y actúe como «un baluarte contra las acometidas teocráticas» (Pérez Galdós: 1923, 38). En la parte II del artículo “San Sebastián”, para explicar cómo es «el pueblo guipuzcoano», distingue entre los habitantes de la capital y los del campo, defendiendo rotundamente a los primeros frente a los segundos. A «los rurales» (sic) les atribuye la responsabilidad mayor de «dos cruelísimas guerras civiles en lo que va de siglo». Aunque reconoce grandes virtudes en los vascongados, uno de los defectos que registra es su tendencia política al absolutismo, propiciada 566 a su juicio por la influencia clerical, que ha insuflado «ese espíritu suspicaz, fanático y levantisco al que debemos tantas desgracias». Define el articulista cuáles son los errores ideológicos que obstaculi-zan en la región el desarrollo de sus muchos dones naturales y humanos, de los que Galdós se declara gran admirador: De veras digo, que si no fuera por el carlismo este país sería delicioso. Si se pudieran arran-car de él las raíces del monstruo, no tendría rival para la vida pacífica, laboriosa y tranquila. Pero ha de pasar algún tiempo antes de la extirpación completa, y entretanto procuremos in-culcar en el ánimo del vascongado la idea de nacionalidad que apenas existe en él, comba-tiendo por todos los medios posibles el patriotismo local y de campanario que es origen de tantos males (Pérez Galdós: 1923, 23-25). MADRID Y EL COSTUMBRISMO CRÍTICO Lo que podríamos considerar costumbrismo madrileño nutre varios artículos, en diversos niveles. Por un lado, es visible en componentes formales como la estructura de «paseo o itinerario con guía» tan querida por Mesonero que, por poner un ejemplo, abre y articula el artículo galdosiano “Madrid”. Por otro, se advierten las escenas de costumbres madrileñas, presentadas desde una perspectiva con-temporánea muy crítica. Por último, reencontraremos tipos muy conocidos y tratados por la tradición, y conoceremos los nuevos tipos que han aparecido en la capital. Así, “Humanas locuras”, que está en la órbita de los tan conocidos artículos de costumbres sobre los carnavales, reconoce la decadencia contemporánea de tales festejos, pero no ahorra críticas a las fiestas que perviven y a las «mamarrachadas» con que se visten algunos. En “La Epifanía” se detallan los curiosos festejos de la víspera de Reyes; entre ellos, la estrafalaria costumbre popular —vigente hasta poco tiempo atrás— de quienes salían a «esperar a los Reyes» en la noche del 5 de enero en Ma-drid, con grandes escaleras a las que invitaban a subirse a los incautos, sirviéndose del señuelo de que el primero que los viera y se acercara a los reyes ganaría 3000 reales. Sorprende que Galdós se apreste a realizar artículos sobre usos madrileños en extinción, tal vez considerándolos un buen objeto de atención por su pintoresquismo, y por la gracia que podrían hacer estos relatos a sus lectores argenti-nos. En cuanto a tipos madrileños contemporáneos, en “Mayo y los Isidros” presenta al nuevo tipo, par-tiendo de la definición del término, ‘isidro’, arranque muy usual en los artículos del primer costum-brismo romántico. Seguidamente los describe, explica las actividades de estos provincianos —labradores en su mayoría— que llegan en tren a Madrid para los eventos de mayo, e invaden los tea-tros, se aglomeran delante de los escaparates de las tiendas, visitan las tribunas del Congreso, etc. Eli-mina Galdós, por cierto, toda posible idealización costumbrista de la romería a la pradera de San Isi-dro, que le parece «vulgar, tumultuosa, cara, y con más molestias que atractivos» (Pérez Galdós: 1923, 155). De muy distinta índole es el nuevo tipo aparecido en Madrid bajo el galicismo de la demimonde, recogido en “Vida de sociedad” como un modelo de mujer importado de París, que un Galdós escan-dalizado define como toda aquella cortesana de alto nivel y gran elegancia y ostentación, capaz de arruinar al hombre que cae en sus hechizos. Por otra parte, las escenas de la vida parlamentaria, y el tipo del ‘parlamentarista’ recorren varios de los artículos recogidos en Fisonomías sociales. “El parlamentarista”, interesantísimo artículo al que Galdós califica de «bosquejo descriptivo de nuestro parlamento», editado el 23 de junio de 1893, con-tiene una irónica narración de costumbres contemporáneas acerca de cómo suelen transcurrir las se-siones parlamentarias, cómo es el ambiente de las tribunas públicas repletas de los «isidros», las tribu-nas diplomáticas, las de orden y las de señoras, estas últimas rebosantes de lo que el periodista llama con gracia las «abonadas» que acuden como a un espectáculo. No faltan en este cuadro viviente las señoras mamás que van a escuchar el discursito de su retoño, incipiente político, y por último, las que acuden sólo con la expectativa de un gran alboroto, y «salen disgustadas» cuando este no se arma (Pérez Galdós: 1923, 219). En cuanto al desarrollo de un tipo propiamente dicho, “El parlamentarista” incluye esta figura tan familiar en la tradición costumbrista. De hecho, puede compararse provechosamente el texto de Galdós con otros de Antonio Flores en Ayer, hoy y mañana, como el cuadro XXX de la Parte II de la 567 colección, titulado “Los pollos de 1850” o el XLVII, “El cuarto poder del Estado”. Ambos preceden al punto de vista galdosiano sobre el paso del periodismo a la política de muchos jóvenes ambiciosos, los compromisos de repartir destinillos, que todo diputado local sabe que tiene que asumir ante los suyos, etc., etc. Este panorama pasa con inmenso sarcasmo a la ficción galdosiana, desde la perspectiva de testigo desengañado del Tito Liviano de la quinta serie de Episodios nacionales. En el ámbito de la ficción es la primera persona del burlón Tito la que se integra en el ambiente que había descrito Galdós, también como testigo y cronista en primera persona, años atrás en sus artículos para La Pren-sa de Buenos Aires. No sería ocioso comparar “El parlamentarista”, por ejemplo, con el capítulo VIII de La Primera República, uno de cuyos pasajes citamos a continuación. 1873 es el marco histórico de este episodio, lejos del 1893 que es el marco contemporáneo del artículo de Galdós. Claro está que el episodio fue escrito en 1911, y proyecta el desengaño más absoluto sobre la frustrada república y el sistema de turno de partidos: Cuanto más arreciaba contra mí la caterva de pretendientes, con mayor desenfado me iba yo metiendo en el delirio de arrojar sobre todos la lluvia de oro de mis generosas ofertas. En es-ta rarísima situación psíquica llegué a extremos verdaderamente morbosos. Llenaba mi espí-ritu un intensísimo sentimiento paternal. Sin duda sufría yo un ataque de altruismo en su forma más aguda y frenética. Antes de referir los casos más extraordinarios de mi dolencia, traeré a estas páginas sucesos públicos que por obligación, no por gusto, debo comunicar a mis parroquianos. Asistí en 1.º de Junio a la apertura de las Cortes Constituyentes y a las se-siones del examen de actas; vi la turbamulta de flamantes diputados, caras inocentes, caras de honrada convicción y sinceridad candorosa, caras de rurales novatos, con visajes de ma-rrullería y destellos de ambición. En su estreno, las Constituyentes fueron bautizadas por un profesional del chiste con el apodo de tren de tercera; grande necedad e injusticia, pues el pueblo español dio su representación a bastantes hombres de gran mérito, como a su tiempo se verá. Vuelvo a mi manía de grandezas para deciros que a lo mejor me abordaban en los pasillos del Congreso sujetos desconocidos para mí, diputados algunos, y llevándome aparte me de-cían con sigilo: “Amigo don Tito, ya sé que usted tiene vara alta con Pi y Margall...”; o bien: “No me niegue usted, señor Liviano, que Figueras le quiere a usted como a un hijo”. La configuración de las escenas de la vida parlamentaria va unida, como no podía ser menos, al tema de la oratoria pública, tan recurrente en el conjunto de la obra galdosiana. En “Tribuna de seño-ras” se presenta un animado panorama de cómo las damas invaden las tribunas del parlamento para escuchar por entretenimiento a los oradores, y de cómo la presencia femenina alienta a los oradores tibios, y orienta siempre el efecto teatral de cualquier discurso. Y “El parlamentarista” concluye con el asunto de la oratoria ampulosa que tanto disgustaba a Galdós, y su polo opuesto igualmente criticable, el del parlamentario que sólo habla para prestar un sí o un no en las votaciones. La capacidad de sinté-tica clasificación es asombrosa. Galdós presenta esquemáticamente pero con trazos rotundos una or-denación de los tipos de oratoria que ha conocido como testigo directo: Conviene añadir que en él hay además de la pléyade de retóricos brillantes, oradores melo-dramáticos, oradores lúgubres y oradores graciosos. De éstos, los más chistosos son aquellos que no sospechan su propia vis cómica, que creyendo hablar seriamente, hacen desternillarse de risa a todo el mundo. Los más admirados son los oradores a quienes se tiene por hombres de mala intención, los que usan frase acerada y hoja sutil damasquina. Tras la clasificación de los estilos, toca recordar los ejemplos más señeros: En tiempos liberales, Cánovas es el Júpiter de la oposición. Su elocuencia de primer orden, ceñida y revestida de formas sobrias y elegantes, conmueve siempre a la Cámara, y atrae gran concurrencia al salón. El fogoso Pidal, Romero Robledo, maestro en artes de guerrilla, Silvela, lidiador de cuidado (…) (Pérez Galdós: 1923, 222-227). 568 No falta la presentación, entre admirativa y burlona, de un nuevo modelo de sesiones formalmente corteses, pero rebosantes de reproches cruzados, reticencias maliciosas, ironías sutiles, que van susti-tuyendo a la anterior «elocuencia florida». Pese a todo, reconoce Galdós literalmente la extinción de un tipo obsoleto de parlamentario: «El antiguo tipo parlamentario del tribuno va pasando también a la arqueología política», afirma. Explica con todo detalle las ubicaciones, las reacciones, las actitudes de los parlamentarios, las ca-ras y gestos de Sagasta… Detalles como su paso rápido, su campechanía, sus saludos cordiales a todos y hasta ¡su reparto de caramelos a los circundantes! redondean un relato muy vivo, propio de un testi-go que ha estado allí, ha observado mucho y puede comparar la combinación de familiaridad y discre-ción de Sagasta, con la inaccesibilidad y mal genio de Cánovas. Muy distinta será la presentación de los mismos personajes y de escenas semejantes —si bien refe-ridas a otra década— en los tres últimos Episodios nacionales, donde se deja a cargo del burlón y des-encantado Tito Liviano la crónica de la vida parlamentaria desde 1873 hasta el gobierno del turno de partidos en los dos últimos episodios. Tito Liviano se mostrará, como el Galdós periodista de algunos artículos de Fisonomías sociales, con la autoridad de un testigo que conoce bien cada rincón del Con-greso, y el paisaje humano que lo puebla. Pero el Tito Liviano de los episodios escritos entre 1911 y 1912 proyecta un sarcasmo demoledor, que ha sido bien estudiado por la crítica. Su insistencia en resaltar que conoce de primera mano todo tipo de cabildeos, se plasma en su reiterado «Yo vi… », como el cap. X de De Cartago a Sagunto, donde afirma: «En los escaños vi a los políticos viejos y jóvenes, que se sustrajeron al retraimiento acordado por todos los partidos no federales», enumerando a continuación una larga lista de políticos, entre ellos Sagasta, dentro de los intervinientes en la Glo-riosa que se quedaron sin acta de diputados. La antipatía contra Cánovas conlleva descalificaciones permanentes por parte de Tito Liviano, que a lo largo del episodio homónimo desenvuelve con dureza la visión del turno de partidos mediante metáforas degradantes (pasteleo, retablo de títeres…). En el capítulo X de De Cartago a Sagunto, Tito se refiere a cómo el Duque de la Torre, Cánovas, Sagasta, entre otros, se acababan de reunir en el Congreso: Amasando el pastelón del nuevo Ministerio para meterlo en el horno. Cánovas dijo que si no se proclamaba en el acto Rey de España al Príncipe Alfonso, debía declararse por lo menos abolida y conclusa la forma republicana. A esto no accedieron los altos reposteros, y conti-nuaron trabajando el hojaldre para darle una pronta cochura y servirlo al país. Y en el capítulo III de Cánovas, el hecho histórico de la formación del Ministerio Regencia por parte de su urdidor, aparece bajo la poderosa imagen de un ‘Maese Cánovas’ que manipula los títeres de un retablo, imagen que se desarrollará burlonamente a lo largo de la novela. El cotejo entre la vi-sión que de Cánovas —o de cualquier otro personaje histórico contemporáneo— ofrece Galdós como periodista y como autor de novelas, sin duda arrojaría conclusiones interesantes, en las que no pode-mos ahora profundizar. De la mano del Galdós periodista y testigo de la vida parlamentaria, con sus detalles y hasta chas-carrillos intrahistóricos, conocemos igualmente las subdivisiones y pequeños grupos, sus líderes, las actitudes de todos, las vanidades personales… También aspectos anecdóticos frecuentes, como el efec-to de las interrupciones en medio de sesiones borrascosas, el repique de campanilla del presidente, el jolgorio de los testigos de las tribunas ante las réplicas, que no siempre aparecen tal cual en los Dia-rios de Sesiones pues los oradores se apresuran a ir a la imprenta para corregir en el escrito lo que han dicho verbalmente (Pérez Galdós: 1923, 216-224). En “Crisis políticas” se dan más apuntes del panorama vivo de las sesiones parlamentarias, adop-tando el punto de vista de un espectador curioso en «el teatro más animado y divertido que puede exis-tir», donde llama la atención el bullicio que se forma con la asistencia de los políticos «de segunda, tercera y cuarta fila» en los días críticos de discusiones gubernamentales en el Congreso (Pérez Galdós: 1923, 176). El cronista compendia admirablemente el sentido y el tono de las discusiones, y nos provee de valiosa información sobre los cambios contemporáneos en el tratamiento de la política en la prensa, cuando ya el exceso de opinión provocaba el tedio de unos lectores que preferían la in-formación. Un útil resumen sobre la prensa contemporánea es aportado por Galdós, adaptándolo a lectores ar-gentinos ajenos al conocimiento de las publicaciones periódicas españolas. El hecho periodístico, el 569 funcionamiento de una publicación desde dentro, con la figura del tipo del periodista joven como eje, es revivido por un Galdós que conocía perfectamente el medio, lo que le permitía dar testimonio deta-llado del trasiego y la actividad diaria de la muchedumbre de jóvenes periodistas. La parte III de este documentado artículo se dedica a «una breve noticia acerca de la prensa española», información de gran utilidad acerca de las cabeceras más destacadas y sus sesgos políticos, la reglamentación de la prensa del momento, la gigantesca difusión de la prensa a partir de 1868, los nuevos gustos del público orientados al artículo breve y ameno y al estilo que combine lo serio con lo humorístico, etc., a las alturas del 25 febrero de 1890, cuando se editó este artículo en La Prensa de Buenos Aires. FISONOMÍAS SOCIALES Y TIPOS COSTUMBRISTAS Para uno de los más autorizados conocedores del costumbrismo español, Rubio Cremades, Fiso-nomías sociales constituye el más importante corpus costumbrista galdosiano, junto a las colaboracio-nes en las dos colecciones costumbristas de la década de los setenta (1990, 208, 220). A su juicio la tercera parte del libro, la titulada «Tipos», es la más interesante, y la que más entronca con los artícu-los de Galdós publicados en las colecciones costumbristas mencionadas. Sin embargo, no hay que presuponer que existe costumbrismo sólo en la sección última del libro, ni que todo lo que aparece en ella es costumbrista, como podría pensarse por la denominación «Tipos» que Guiraldo puso al agrupar los seis artículos que él mismo tituló “El coleccionista”, “El parlamenta-rista”, “El elegante”, “El veraneante”, “El cesante”, “El coleccionista”. Hemos de anticipar también que Galdós muestra a menudo la tendencia a recrear sub specie cos-tumbrista una visión del entorno contemporáneo español para sus lectores argentinos, en una tendencia que rebasa el marco de cualquier tema tratado, y sea cual sea la sección en la que Guiraldo ubique la crónica. Un buen ejemplo de esto es el relato de una peregrinación a Roma. En el artículo “Peregrinos a Roma” —uno de los dos únicos en los que el poco riguroso editor Giraldo incluye la fecha de su aparición, 23 diciembre de 1887— el peregrino es presentado con cierta actitud tipificadora y la ten-dencia taxonómica propia del costumbrismo, aplicada a un sonado hecho del momento: el viaje de miles de peregrinos españoles a Roma para participar en el jubileo sacerdotal de León XIII. Igualmen-te ofrece Galdós un apunte clasificatorio de los tipos de curas que van en la expedición: Los curas que forman parte de la caravana pasan de quinientos, habiendo entre ellos todas las variedades del tipo, que son innumerables. El cura llamado de escopeta y perro es, quizás, la variedad más abundante; pero también va en la peregrinación el sacerdote estudioso y de modales finos, formado en los seminarios modernos o en la Compañía de Jesús (Pérez Galdós: 1923, 160). Se sigue un fugaz esbozo dedicado a las beatas, otro tipo de tan amplia tradición como el del cura. Y un último modelo de catalogación afecta a los miembros del partido ultramontano, que engrosaron igualmente la famosa peregrinación, y que aparecerán representados en sus dos grandes variedades familiares, los llamados íntegros o intransigentes, y los mestizos que acabaron por adaptarse a la mo-narquía alfonsina, olvidando sus principios carlistas. Si atendemos, por otra parte, al ya mencionado “El parlamentarista” que en el libro se ubica como hemos dicho en el grupo de los «Tipos», no hallaremos propiamente un artículo sobre un tipo, pese a que así lo sugiera su título sobrevenido. Trata Galdós las dudas contemporáneas acerca de la utilidad o inutilidad del parlamentarismo, la necesidad de poner «diques a la palabra» y reformar para ello el Reglamento de la Cámara. Declarando su autoridad como testigo diario durante cinco años de la vida parlamentaria, y conocedor de «los hábitos y rutinas de aquella casa» se propone expresar no lo común que indudablemente habrá entre las Cámaras de distintos países, sino lo «peculiar y característico de la española». Así termina su muy ordenada parte I general y de presentación del artículo. A la descripción de la arquitectura, estancias y despacho, le sigue una estampa rápida y viva del movimiento humano que se da en el «Salón de Conferencias», al que compara «con cualquiera de las salas de conversación que hay en cualquier casino» con sus diversos grupos, compuestos por diputa-dos, periodistas y charlatanes, «ex-gobernadores de provincia, candidatos derrotados en las últimas elecciones, pretendientes fosilizados por la ineficacia de sus gestiones». Traza Galdós un panorama muy vivo de las discusiones y pasiones humanas que subyacen a las sesiones, pero señala el buen trato 570 personal entre parlamentarios, lejano a los tiempos en que progresistas y moderados ni se hablaban en esa trastienda. Incluye a los periodistas y su importante función en este ambiente. Y constata un hecho del que trata con detalle Pilar García Pinacho en este mismo volumen: que el periodismo era el vivero del que provenían los políticos, o en palabras de Galdós, «el noviciado de la política» (Pérez Galdós: 1923, 213-216), como había mostrado también Antonio Flores en Ayer, hoy y mañana, y el propio Galdós en novelas como El amigo Manso. De forma parecida, “El veraneante” (editado en agosto de 1893) no resulta, pese a su título, tanto el desarrollo de un tipo como una serie de escenas que clasifican las distintas modalidades de veraneos entre los españoles adinerados. La primera sería la vida balnearia de las clases altas españolas en agos-to, tanto en España como en el extranjero. En tono malhumorado, Galdós describe en pleno verano la rutina habitual de los balnearios, que le parecen obsoletos e incómodos. La rigidez de los horarios de baños y comidas, la comida comunitaria, y la obligación de compartir todo el tiempo con los residen-tes, el deber social de acudir a las excusiones de grupo, dificultan el aislamiento de quien no sea tan gregario y rechace sumarse obligadamente a las excursiones, a las musiquillas (para él deleznables) y a los bailes de salón; en definitiva, «el barullo de tanta gente que no sabe vivir sino pensando al unísono y divirtiéndose a compás». Otras escenas, pobladas en consecuencia por otro tipo de veraneante, se centran en el viaje a ciuda-des arqueológicas «en que hay algo que ver». La independencia de Galdós como viajero, y su oposi-ción al ocio programado y colectivo se hace aquí igualmente explícíta. Desde la función de avisador o desengañador, recomienda precaución ante los tediosos guías o enterados oficiales que obligan a se-guir un itinerario. Un tercer apartado se dedica por fin a «los veraneantes más felices», aquellos que se dirigen al fresco mar Cantábrico. Pero también acechan peligros a estos «bañistas de agua salada». De nuevo con la actitud de avisador, advierte contra marineros locales y fanáticos de la pesca, que pueden inducir a los inocentes capitalinos a la «tentación piscatoria» (Pérez Galdós: 1923, 247-249). Por últi-mo, el artículo retorna al ambiente balneario, pero refiriéndose ya a la fe de algunos en las aguas mine-rales medicinales del país para curar «males de moda» como la anemia o el reuma. Con mayor claridad aún, el artículo “El elegante”, pese a su título, no trata de un tipo. Resulta más bien una parodia de obrita oratoria que tiene el objetivo jocoso de persuadir sobre un asunto polémico: la necesidad de renovación y modernización de la fastidiosa moda masculina. En esta especie de ex-abrupto, entre enfadado y zumbón, Galdós propone una peculiar historia de la vestimenta masculina hasta llegar a la ropa contemporánea de los varones españoles. El polemista guía a su hipotético audi-torio mediante el encadenamiento de unos razonamientos lógicos cuya conclusión es que el hábito de fraile resultaría lo más cómodo. A partir de aquí se infiere, con el gracioso malhumor de todo el texto, que cada varón podría elegir el hábito de la orden que más le gustase, añadiendo los colorines que son tan necesarios para romper la perspectiva de tonos ratoniles y tristes que envuelven a los varones es-pañoles. En la sección última de Fisonomías sociales, el artículo “El coleccionista” sí resulta ser claramente un tipo, pero el artículo alcanza además otros derroteros. Galdós lanza su burla contra la manía del coleccionismo y el tiempo que absorbe esta moda contemporánea, en sus variedades: el que rinde culto a todo hallazgo arqueológico, el bibliófilo que sería capaz hasta de robar un libro, el numismático, el filatélico, etc. Pero se desliza a un asunto concreto que le interesó mucho desde su juventud madrileña, cuando le debió de impactar la primera de las quiebras y escandalosa hipoteca de la imponente Casa de Osuna, tanto que al reconstruir ese tiempo como marco temporal de El Doctor Centeno, inventa para su manirroto Alejandro Miquis la obsesión por componer un drama histórico basado en la vida del Conde de Osuna del que Quevedo fuera secretario. La reflexión moral sobre la descomposición económica de la Casa de Osuna (Casa que terminaría por perder todos sus bienes en la última subasta de 1896) adquiere proporciones de escarmiento en su sentido moral barroco: el suceso contemporáneo de la subasta le sirve para realizar un ubi sunt sobre la caída de esta riquísima casa y argumentar sobre cómo tras la bancarrota de ilustres familias de la no-bleza, las subastas fomentan que los burgueses enriquecidos accedan a tesoros históricos y den esplen-dor a su recién estrenada clase social del dinero. La figura de Torquemada acude de inmediato a nues-tra memoria, lógicamente, como encarnación de estas reflexiones, ya desde la ficción literaria. En opinión de E. Rubio (1990, 217), que comparto enteramente, la voz del periodista actúa en este artícu-lo al modo de Liñán y Verdugo, avisando, aconsejando y desengañando. 571 La relación de “El coleccionista” con un texto de otra sección como es “Vida de sociedad” viene dada por la convergencia del pensamiento sobre cómo el cambio de manos del dinero y los bienes artísticos está produciendo un intenso cambio social y la permeabilidad de las clases. En “Vida de sociedad”, que pertenece a la sección «Observaciones de ambiente» los apuntes, unos elogiosos y otros críticos, sobre la vida de la buena sociedad de Madrid incluyen el asunto del ennoblecimiento producido por el dinero, y hasta los títulos comprados por industriales y otros profesionales enriqueci-dos. Desde la consideración de los rasgos propios del artículo costumbrista, ninguna objeción cabe hacer al “El cesante” (publicado el 2 de octubre de 1893), en cuanto a su pertenencia al género. El inicio es de indudable estirpe costumbrista, al proponer la definición del término; sigue con el léxico pictórico tan propio del costumbrismo («Al pintar al cesante…»), el ademán clasificatorio de la «va-riedad de tipos dentro de los caracteres inalterables de la clase: «Cesante es el ex ministro, personaje de pretensiones (…) Cesante es el vigilante de consumos, expulsado del Cuerpo por capricho guberna-tivo». Se trataría de distintas ramas, todas ellas vinculadas por el tronco común de «ser víctimas de viles luchas políticas del siglo en que nos ha tocado vivir». Galdós juzga con dureza un rasgo permanente y común a todas las variedades del tipo: la autocom-pasión y la narración obsesiva y continua de sus cuitas a cada persona que se les ponga por delante. Entendiendo que no se trata de una antigualla del pasado, sino que los cesantes son reconocibles en la sociedad contemporánea, pone en guardia al lector respecto a los relatos lastimeros y previsibles que este tipo se aprestaría siempre a endosar. Esta actitud sería aún más acusada en el modelo «cesante famélico» que existe en todas las épocas, y que se presenta como «ánima en pena, solicitando junta-mente con la recomendación para el ministro un socorro para atender a las necesidades de su familia». Cómo no reconocer la encarnación de este tipo en el Villamil de Miau, en el cual convergería también la modalidad del arbitrista: El cesante proyectista y salvador de la hacienda, en la cual ha servido veinte o treinta años, y que se deja decir que el ministro no nivela el presupuesto porque no quiere (…) No una, sino muchísimas veces, he oído al cesante arbitrista vanagloriarse de poseer la clave de la Hacienda (…) Y por añadidura ha discurrido el hombre un plan completo de reforma de los impuestos, con el cual se llenan las arcas del Tesoro (…) (Pérez Galdós: 1923, 256-259). Otra de las variedades que se desgajan del tipo general es la del redactor cesante del periódico del partido, cuando el tal partido queda fuera del poder. El escritor pone en solfa el continuo victimismo, e ilustra este espécimen con un «modelo vivo», un caso concreto que él conoció, «cesante, infeliz, padre de numerosa prole» al que le repugnaba escribir sobre política nacional y dedicaba sus escritos a la internacional, con un léxico plagado de tópicos y muletillas periodísticas, que por cierto son ridiculi-zadas por Galdós en numerosísimas obras literarias, como he analizado en otros lugares (Román 1 y 2: 1993): «Era de los que a Inglaterra la nombraban diciendo siempre “El Gabinete de Saint James” (…) Turquía era la “Sublime Puerta” y a Rusia se permitía motejarla con aquella muletilla de “el oso del Norte”». La relación entre el tipo abstracto y el modelo vivo conocido por Galdós fluctúa en el texto. Para el estudioso de la historia literaria se trataría aparentemente de dos fuentes inventivas distintas: la del seguimiento de la tradición literaria y la de la observación empírica de una persona, que en una obra novelística podría aparecer encarnada en un personaje. Sin embargo, Galdós parece valerse de una combinación de ambas, ya que tras su afirmación de la existencia de un cesante concreto, incluye una fórmula generalizadora y tipificadora, al señalar que cuando llegaba al fin el ansiado día del cambio político su conocido era uno de los que «pasaban a ser los hombres más felices de la creación» (Pérez Galdós: 1923, 261-263). En la parte III del artículo, después de varias reflexiones generales sobre cómo los cambios políti-cos tienen súbitas consecuencias en las familias, y la consiguiente conexión entre la historia y la in-trahistoria de las vidas privadas, Galdós se refiere a un nuevo «modelo vivo», otro ejemplo concreto de peculiar cesante que dice haber conocido. Se trata ahora de un miembro del cuerpo diplomático con grandes cargos hasta la década de los setenta. En su mísera cesantía se había convertido en arbitrista, y dedicaba la mitad del día a escribir a todos los ministros de Estado de Europa y América con el objeti-vo de ayudar a gestionar la paz mundial. Cuenta Galdós que como su conocido —al que denomina «el 572 cesante diplomático»— escribe exquisitamente, a veces recibía respuestas de los altos personajes históricos a los que se dirige (Gladstone, Bismarck, etc.), que lo trastornaron aún más. Los falsos ami-gos del pobre loco le incitan a hablar para burlarse, y el lector encuentra supuestos párrafos en estilo directo de este personaje, que habla con familiaridad de varios personajes importantes de Europa. Las frases que dice tal personaje demuestran su locura, pero en la conclusión del artículo prevalece la compasión del periodista, para quien se trata de una pobre víctima de la situación: ¡Infeliz! Es una cabeza de primer orden, perturbada por la cesantía, por una excedencia de veinte años. En este periodo ¡cuántos servicios podría haber prestado a su país! No pudiendo servir a la ingrata nación que le niega el pan, se dedica a servir a la humanidad… otra ingrata incorregible (Pérez Galdós: 1923, 266-268). La deriva en locura («Hay quien dice que ha perdido el juicio, a consecuencia del continuo preten-der sin ningún fruto», se dice de este modelo vivo) nos hace recordar la de otros locos arbitristas gal-dosianos, como el Don Jesús Delgado de El doctor Centeno, o de nuevo el Villamil de Miau. También podemos asociarlo al don José María Malespina de Trafalgar, arbitrista de la guerra que en el capítulo XV diserta ante quienes, al modo de los examinadores de los locos en la tradición teatral barroca, le hacen preguntas para dejar en evidencia su manía, y para divertirse con las disparatadas respuestas. En el episodio nacional Bailén, Malespina aparece asociado a otro arbitrista, el marqués diplomático, que se cree poseedor de altos secretos que no puede revelar. Las conversaciones del dúo provocan escenas cómicas, como lo hacen en distinto grado el loco Canencia de La batalla de los Arapiles y El equipaje del rey José y otros muchos personajes que ya tuve la ocasión de estudiar (Román Román: 3, 2009). Los expuestos en este trabajo son algunos de los resultados de una línea de lectura que conecta dos de los géneros cultivados por Galdós, el periodismo literario y la novela. Coherentemente, asumimos la necesidad de este tipo de trabajos de relación, sin que queramos con ello proponer una lectura su-bordinada de los textos periodísticos, pues estos tienen valor e interés por sí mismos. Pero no está de más el recordar que la persona y el artista son uno, y que es necesario abrir el contexto y el círculo del estudio de la creación literaria como tal, tal vez haciendo provechosas calas e interrelacionando por épocas o fechas, como una de las coordenadas que han de combinarse con la del género (novelas, cuentos, episodios nacionales, teatro, artículos, etc.). 573 BIBLIOGRAFÍA BERTRÁN, F., “Galdós, sus páginas inéditas y nuestro tiempo”, La Correspondencia de España, 8 de agosto 1923. BOO, M., “Suplemento de Las cartas desconocidas de Galdós en 'La Prensa' de Buenos Aires”, Anales Galdosianos, 17 (1982), pp. 117-27 BOO, M., “Galdós: periodismo y novela (La desheredada, La incógnita y tres artículos de La Prensa de Buenos Aires)”, Anales Galdosianos, 23, 1988, pp. 123-31. CASTROVIDO, R., “De Galdós”, La Voz, 10 julio, 1923. FERNÁNDEZ ALMAGRO, M., “Obras inéditas de Galdós. Fisonomías sociales”, La Época, 14 de julio 1923. FREIRE LÓPEZ, A. 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