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A VUELTAS CON PÉREZ GALDÓS Y PÉREZ-REVERTE: EL DISCURSO DE LA NACIÓN EN LA NOVELA HISTÓRICA SOBRE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA
PÉREZ GALDÓS AND PÉREZ-REVERTE ALL OVER AGAIN: THE
DISCOURSE OF THE NATION IN THE HISTORICAL NOVEL ABOUT THE PENINSULAR WAR
Toni Dorca
RESUMEN
Las novelas de Pérez Galdós y Pérez-Reverte sobre la Guerra de la Independencia iluminan la pervivencia del problema de España. La mirada del autor canario se asemeja a la del dios Jano, en cuanto que contempla la realidad desde una radical ambivalencia: la épica de la guerra al lado del pacifismo; el honor y el horror, dos caras de la misma moneda; el pueblo que se levan-ta en armas versus el populacho que se regodea en pronunciamientos fútiles. Por su parte, Pérez-Reverte concibe una nación en permanente estado de precarie-dad, donde el poder aplasta impunemente al pueblo sin que las hazañas de unos pocos basten para regenerar el tejido moral de la sociedad. El escritor cartagenero alerta de que la España de la globalización recuerda demasiado a la de la Guerra de la Independencia, pues no en vano los canallas y las víctimas siguen siendo los de siempre.
PALABRAS CLAVE: Trafalgar, Dos de Mayo, Cádiz, Pérez Galdós, Pérez-Reverte, nación.
ABSTRACT
Both Pérez Galdós’ and Pérez-Reverte’s novels about the Peninsular War highlight the permanence of the so-called Spain problem. Galdós has a Janus-faced view on the issue, inasmuch as he looks at it from a radical ambivalence: epic war next to pacifism; honor and horror, two sides of the same coin; the people rising in arms against the French vis-à-vis the mobs staging futile coup d’états. On the other hand, Pérez-Reverte conceives of a Spanish nation in a permanent state of precariousness where the establishment crushes the people with impunity, as the heroic deeds of a minority do not suffice to regenerate society’s moral fabric. Pérez-Reverte warns his readers about the fact that Spain during the Peninsular War and today’s global-ized Spain resemble each other way too much. In both periods, he claims, the scoundrels and the victims are always the same ones.
KEYWORDS: Trafalgar, Dos de Mayo, Cádiz, Pérez Galdós, Pérez-Reverte, nation.
La Guerra de la Independencia dio alas a la eclosión de un concepto moderno de nación que em-pieza a forjarse en Europa en los albores del Romanticismo. Ernest Renan lo definía en 1882 como un «principio espiritual» (1882, 10) que hinca sus raíces simultáneamente en el pasado y el presente. Consiste, por un lado, en «la posesión en común de un rico legado de recuerdos» (1882, 10); por otro, en «el deseo de vivir juntos, la voluntad de continuar haciendo valer la herencia que se ha recibido indivisa» (1882, 10). La unión de los españoles para mantener la integridad del territorio frente a la invasión gala se explicaría, pues, en aras de la preservación de una historia y una idiosincrasia propias, inalienables e intransferibles. No obstante, y a pesar de la importancia capital que tiene la victoria contra Napoleón, la gestación de este «proyecto sugestivo de vida en común» (Ortega y Gasset: 1971, 42) en España ha sido lenta, tortuosa y ha estado además plagada de numerosos retrocesos —«demasiados», como recordaba Josep Fontana (2012) citando unas palabras de Ramón Carande— que no merece la pena citar por ya sabidos. El desmantelamiento de las estructuras del Antiguo Régimen iniciado en 1808 y tantas veces interrumpido no culmina en el plano político, de hecho, hasta la conso-lidación de la democracia en la década de 1980. La Constitución de 1978 canaliza las diferencias de ideología en el marco de una monarquía parlamentaria, mientras que garantiza el principio de unidad en la diversidad a través del reparto de poderes entre el gobierno central y las autonomías. Las lecturas
Macalester College. 591
más optimistas de la transición hablan de que España deja finalmente atrás sus divisiones para abrazar un modelo de estado consensuado por la gran mayoría de los ciudadanos.
El reciente bicentenario de la Guerra de la Independencia ha puesto de manifiesto la existencia de un panorama menos halagüeño que el que hemos esbozado en el párrafo anterior. No han faltado cier-tamente los actos institucionales de efemérides como el Dos de Mayo, la batalla de Bailén, los sitios de Zaragoza y Gerona, la Constitución de Cádiz o las batallas de Arapiles y Vitoria. Debe hacerse, con todo, una salvedad importante al respecto: la gran mayoría de ellos, con la excepción de Cádiz, se ha circunscrito a un ámbito local o autonómico. La atomización del bicentenario no sugiere tanto un pro-tagonismo compartido, sino la ausencia de una mirada totalizadora que dé sentido a lo que fue, para bien o para mal, una contienda a escala nacional e internacional. Es evidente que la guerra contra Na-poleón, que en el siglo XIX se erigió en el mito fundacional de la nación moderna, no aglutina hoy en día los intereses de la ciudadanía, sin que tampoco dispongamos de un sustituto eficaz. Desde la atala-ya del siglo XXI, con una crisis galopante que afecta tanto la economía como las instituciones, uno se pregunta si España ha superado su condición de animal invertebrado que en su día le atribuyó Ortega y Gasset (1971); y si resulta que no lo ha hecho, ¿es lícito asumir que un día lo haga, y cómo?
Los interrogantes con que cerramos el párrafo anterior están presentes de una u otra manera en un grupo de novelas históricas publicadas respectivamente en las décadas de 1870 y de 2000 por Benito Pérez Galdós y Arturo Pérez-Reverte. Nos referimos a las entregas primera, tercera y octava de la serie inicial de Episodios nacionales de Galdós: Trafalgar (1873), El 19 de marzo y el 2 de mayo (1873) y Cádiz (1874); y a Cabo Trafalgar (2004), Un día de cólera (2007) y El asedio (2010) de Pérez-Reverte. Cada escritor recrea en ellas tres acontecimientos señeros que tuvieron lugar a principios del siglo XIX dentro del marco de las guerras napoleónicas que asolaron Europa: la batalla de Trafalgar, el Dos de Mayo y el sitio de Cádiz. Aun teniendo en cuenta la distancia de más de un siglo que separa a dos autores nacidos en 1843 y 1951, así como la diversidad de estrategias narrativas que utilizan, el problema de fondo que exponen apenas ha variado. Tanto Galdós como Pérez-Reverte ansían, en efec-to, acometer una regeneración social, política y, en última instancia, moral de España que ambos cali-fican de urgente. El pasado se utiliza, pues, de telón de fondo desde el que proyectarse a un futuro que aspire a ser mejor, si bien las expectativas de cada escritor difieren sustancialmente. Galdós no oculta su preocupación por la suerte del país, pero confía en que la utopía liberal del Sexenio Democrático se convierta en realidad; Pérez-Reverte, en cambio, resuma el desencanto de ciertos compatriotas de su generación hacia una transición tal vez no tan modélica como nos habían hecho creer.
Los artículos que Galdós publica entre 1871 y 1872 en Revista de España (1982) dan fe de su ad-hesión a la monarquía de Amadeo I y la Constitución de 1869. Se constatan allí las desavenencias de los partidos ante la ausencia de un líder que abogue por la conciliación. Consciente de la gravedad de la situación tras el asesinato de Prim, el joven periodista sigue invocando los principios burgueses de libertad y orden, al tiempo que endurece sus ataques contra republicanos, carlistas y alfonsinistas. Cuando empieza a redactar los Episodios en 1873, tiene aún esperanzas de que la clase media repre-sentada por Gabriel Araceli sepa manejar las riendas de una nación amenazada por la discordia. Su pesimismo se agudiza, sin embargo, de resultas del golpe de estado de Martínez Campos que anuncia la Restauración borbónica. Así se percibe en el episodio que clausura el relato de la guerra napoleóni-ca, El equipaje del rey José (1875), donde la ruptura entre el juramentado Salvador Monsalud y el absolutista Carlos Navarro es total.
En su condición de prólogo de la serie, Trafalgar hace hincapié en el descubrimiento de la idea de nacionalidad por parte del protagonista, motivo central que deviene el motor de sus memorias. Se re-trata asimismo la corrupción del gobierno de Carlos IV, en particular la sumisión de Godoy a los dic-tados de Napoleón. Por otra parte, la ineptitud de Villeneuve contrasta con la ejemplaridad de Churru-ca, quien fallece heroicamente en el ejercicio de su deber. La visión de la tropa oscila entre el escaso patriotismo que profesa y la valentía con que se bate por la supervivencia. El episodio acaba con el reconocimiento del valor del enemigo, circunstancia que da pie a la formulación de un humanismo pacifista que augura la armonía de las naciones en un futuro próximo.
A la hora de abordar el motín de Aranjuez y el alzamiento contra Murat, la actitud de Galdós pasa de la condena a la exaltación. El primer suceso es para él origen de los muchos pronunciamientos que lastran la construcción del estado liberal en el siglo XIX. La multitud que asalta el palacio de Godoy en la noche del 17 de marzo de 1808 exhibe los instintos más bajos de un populacho que el narrador des-precia por recurrir gratuitamente a la violencia. El Dos de Mayo, por el contrario, constituye un levan-592
tamiento legítimo del pueblo para salvaguardar la independencia de una nación que no quiere renun-ciar a su ser (Dorca: 2008, 9-20). En tanto que los amotinados de Aranjuez se cebaron cobardemente en el Príncipe de la Paz, los madrileños luchan hasta la muerte por el retorno del monarca legítimo.
Finalmente, en el episodio Cádiz se impugnan los modelos espurios de nación como la España im-perial y la España pintoresca. El primero se refugia en el quijotismo ridículo de don Pedro del Congos-to; el segundo se acoge a un satanismo de raigambre byroniana que encarna un lord Gray carente de principios. La propuesta de Galdós se cifra en la actualización de la figura de don Quijote en la perso-na de Gabriel. Se trata de un héroe positivo que se adhiere con su ejemplo a las reformas que se están forjando en las Cortes Constituyentes de Cádiz: la defensa de la soberanía nacional por un lado, el ejercicio de la meritocracia por otro. El simbolismo llega a su máxima expresión en el desenlace, cuando la lectura del proyecto de Constitución el 18 de agosto de 1811 coincide con la muerte de lord Gray a manos de Gabriel (Dorca: 2011, 161-171).
Al igual que Galdós, las reflexiones en torno a España que Pérez-Reverte intercala en sus novelas coinciden en líneas generales con las opiniones vertidas en sus columnas de prensa (Urioste: 2005, 134-135). El escritor cartagenero se inclina asimismo por el cultivo de una literatura amena que llegue al gran público, con la cual se propone desenterrar la memoria histórica de una nación demasiado pro-clive a la amnesia. A tal efecto, su axiología diferencia nítidamente la incapacidad de unos gobernan-tes que no dan la talla de los sufrimientos de un pueblo víctima de los desmanes de aquellos. El pasado se convierte además en un espejo que refleja la actualidad, ya que España fue, es y seguirá siendo la tierra de la injusticia y la ingratitud. No obstante el pesimismo revertiano, la dignidad de que hacen gala los héroes de sus obras sirve al menos de antídoto contra la vacuidad espiritual de un presente, el nuestro, donde el medro ha arrinconado la práctica desinteresada de la virtud.1
Cabo Trafalgar denota la influencia de Galdós a la hora de criticar la inutilidad de las élites políti-cas de España que se pliegan sin rechistar a los caprichos de Napoleón. Ante la corrupción que plaga la corte de Carlos IV, el profesionalismo de los oficiales como Churruca no recibe otra recompensa que la muerte prematura, el silencio y el olvido. El elogio del vulgo —tan despreciado, por otra parte, por Galdós— se centra en la figura del hampón Marrajo, un representante de la clase más baja a quien en principio sólo le importa sobrevivir a la hecatombe que se avecina. Sorprendentemente, el fragor de la batalla despierta en él un acceso de patriotismo temerario que lo lleva a arriesgar su vida por colgar la bandera del palo mayor del navío en que se encuentra. Se subraya así que la españolidad más acen-drada se encierra en los márgenes de la población, lo cual equivale a una reivindicación del casticismo dieciochesco del que arranca la imagen moderna de España (Torrecilla: 2004).
El homenaje de Pérez-Reverte al pueblo-nación alcanza su cenit en Un día de cólera. La narración minuciosa de la jornada del 2 de mayo de 1808 se elabora a partir de un relato coral en el que intervie-nen cerca de 350 personajes, todos ellos rigurosamente históricos. Al dar primacía a la colectividad, el autor saca del anonimato a los madrileños que se enfrentan espontáneamente contra Murat. La resis-tencia en el parque de Monteleón consagra la entereza de Daoiz y Velarde, los únicos oficiales que se atreven a desobedecer a una autoridad tan incompetente como pusilánime. Antes de que los franceses terminen imponiendo su superioridad, los luchadores de Monteleón disponen aún de tiempo para sen-tirse partícipes de un proyecto común que ellos identifican con el de la nación en ciernes.
La trilogía revertiana llega a su fin con El asedio, una novela que se ubica en el Cádiz sitiado donde se ha instalado el gobierno patriota. A diferencia de Galdós, a quien le concierne sobre todo enaltecer la labor reformista de las Cortes, Pérez-Reverte se detiene en la reconstrucción de los espacios y am-bientes de una ciudad cosmopolita donde florece el comercio. No obstante la actividad que despliega la burguesía local, las descripciones ahondan en la sordidez de una urbe cuya prosperidad tiene los días contados a causa de las revueltas que han empezado en las colonias de ultramar. La Cádiz de Pérez-Reverte anticipa el porvenir incierto de un país que, si bien fue capaz de promulgar la Constitu-ción de 1812, está condenado a la ignominia por culpa de una clase rectora que incumplirá todas sus promesas tan pronto como se reponga a Fernando VII en el trono. Entonces y ahora, el ideal de pro-greso se diluye al primer soplo de una política de despropósitos que reviste siempre idénticas formas.
La construcción de la nación española en el siglo XIX resulta inseparable de la creación de mitos (Álvarez Junco: 2003) que refuerzan la sensación de pertenencia a una comunidad imaginada (Ander-son: 1991). Ninguno de ellos es tan fructífero como la Guerra de la Independencia, a cuya memoria contribuyen liberales y conservadores desde sus respectivas ideologías. Pese a la prevalencia de una contienda aupada por la política, la historiografía y las artes decimonónicas, el proyecto no termina de 593
cuajar por la falta de consenso acerca de lo que debe constituir la esencia de la españolidad. Las con-secuencias de tal desacuerdo se dejan sentir hasta la transición democrática, cuando parece que por fin se alcanza un acuerdo que satisfaga a la derecha y a la izquierda, a los nacionalistas del centro y a los de la periferia. Sin embargo, el bicentenario de la Guerra de la Independencia que ha tenido lugar estos últimos años ha puesto de manifiesto que los españoles del siglo XXI se muestran reacios a compartir unas señas de identidad que los definan como tales. Las celebraciones han tenido lugar en un ámbito local o autonómico, sin que ninguna de ellas haya servido para estrechar los lazos que supuestamente nos unen más allá de nuestras diferencias de idiosincrasia, lengua y costumbres.
Leídas desde una perspectiva que trascienda el delectare y el prodesse horacianos que las preside, las novelas de Pérez Galdós y Pérez-Reverte sobre la Guerra de la Independencia iluminan la pervi-vencia del problema de España a lo largo de doscientos años. Trafalgar, El 19 de marzo y el 2 de mayo y Cádiz forman parte de un conjunto de once episodios que cuentan los hechos más decisivos de lo que aconteció en la península entre 1805 y 1813. La mirada del autor canario se asemeja a la del dios Jano, en cuanto que contempla la realidad desde una radical ambivalencia: la épica de la guerra al lado del pacifismo; el honor y el horror, dos caras de la misma moneda; el pueblo que se levanta heroica-mente en armas versus el populacho que se regodea en pronunciamientos fútiles. Dichas contradiccio-nes componen el rostro bifronte de una nación que, tras aunar esfuerzos para expulsar al intruso, em-pieza una inexorable desmembración que ni siquiera la escritura de las memorias de Gabriel puede atajar. Pérez-Reverte comulga con Galdós en la denuncia de los sectores más afines al Antiguo Régi-men, a los que acusa de entorpecer sistemáticamente el progreso. Por otro lado, su visión de la historia de España es monocular y circular. Sin importar la época que le toca vivir, el ciudadano de a pie sufre las consecuencias de la mala gestión de unos dirigentes que nunca están a la altura de las circunstan-cias. El escritor cartagenero concibe una nación en permanente estado de precariedad, donde el poder aplasta impunemente al pueblo sin que la heroicidad de unos pocos baste para regenerar el tejido mo-ral de la sociedad.
Galdós vive con la ilusión de que el Sexenio Democrático encamine a España por la senda del de-sarrollo y la libertad, aunque al final reconoce que sus esperanzas se han visto defraudadas. Pérez-Reverte sí fue testigo del afianzamiento de la democracia a finales del siglo pasado, lo cual no obsta para que sus reflexiones se tiñan de una profunda amargura. Pese al disfraz de modernidad que le han enfundado sus políticos, la España de la globalización recuerda demasiado a la de la Guerra de la In-dependencia, pues no en vano los canallas y las víctimas siguen siendo los de siempre. En conclusión, el desiderátum galdosiano de contribuir a la conciliación de una nación escindida termina en desenga-ño al constatar que sus compatriotas prefieren el fratricidio a la hermandad. El autor de Cabo Trafal-gar, Un día de cólera y El asedio, en cambio, lleva sumido desde hace tiempo en un estado de lúcida desilusión del que no parece estar dispuesto a salir.
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BIBLIOGRAFÍA
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NOTAS
1 Pérez-Reverte no niega la excepcionalidad negativa de la historia española. Por el contrario, la pone de relieve de mane-ra ostensible. Destaca, no obstante, que es posible hallar en ella ejemplares aislados y marginales, que no forman parte del corpus institucional del país, y que se contraponen a la orientación general colectiva. Es precisamente en esos casos individuales donde Pérez-Reverte descubre el modelo para la actualidad (Navajas: 2012, 90).