1. INTRODUCCIÓN.
Las circunstancias socioeconómicas de la isla de La Palma mantenían todavía, a princi-pios
de siglo XX, una coyuntura depresiva que intentaba superar la crisis de la cochinilla
con el desarrollo de los cultivos del azúcar, el plátano, el tomate y el tabaco, los trabajos de
ampliación del muelle capitalino y la construcción de la carretera del sur Santa Cruz de La
Palma-Los Llanos, con excesivas pausas de progreso económico, o lo que es lo mismo, se
encontraba en una situación casi de estancamiento comercial, originando un comporta-miento
diferencial de crecimiento demográfico que mantiene todavía altos índices de
defunciones y salida de emigrantes, lo que le hace perder peso demográfico relativo en el
conjunto del Archipiélago. Estas limitaciones han puesto el freno en los efectivos demo-gráficos.
Por ejemplo, la población palmera en 1900 era de 41.994 habitantes y en 1910
de 45.752. La tasa de crecimiento entre 1901 y 1910, es de 0,86 y el saldo migratorio es
de -2.993. La esperanza de vida al nacer en 1901 se situaba entre el 35 y 40 % (para los
hombres era de 34 años y para las mujeres de 36) y en 1910 aumentó hasta los 41 y 43 años
respectivamente. En una década los palmeros ganaron 7 años de vida.
2. HIGIENE PÚBLICA.
Hasta finales del siglo XIX la política sanitaria tan sólo se había preocupado del peli-gro
del contagio exterior, de actuación frente a las epidemias. En el cambio de centuria
se llevan a cabo algunas iniciativas locales en tareas de inspección y control del estado de
salubridad de las poblaciones. Las autoridades locales proyectan iniciativas en materia de
salud pública después de escuchar las denuncias que se plasman en los periódicos. Poco
a poco se fueron dotando de infraestructuras sanitarias a los municipios, adoptando nue-vas
fórmulas de prevención del contagio, convencidos de las ideas del momento que
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LA HIGIENE Y LAS EPIDEMIAS EN LA ISLA DE PA PALMA
DURANTE LA PRIMERA DÉCADA DEL SIGLO XX.
Miguel A. Martín González1
1 Profesor de Enseñanzas medias en el IES Las Breñas.
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Miguel A. Martín González
daban mayor importancia a la mejora de las condiciones de vida de la población deriva-das
de aquellas actuaciones que a la intervención médica o terapéutica propiamente
dicha.
Dos de las principales causas de las enfermedades en la isla de La Palma son la pobre-za
y la falta de higiene; la mayoría de las clases trabajadoras no tenían acceso al consumo
de carne, aumentando los casos de anemias y tuberculosis. En La Palma, al igual que el
resto de las islas, tienen menor incidencia las enfermedades transmitidas por el aire y una
mayor incidencia las enfermedades transmitidas por el agua o los alimentos. Entre las pri-meras
encontramos la viruela, el sarampión, la escarlatina, la «coqueluche», la difteria y el
crup, la gripe, la tuberculosis pulmonar, la tuberculosis de meninges, diferentes tuber-culosis,
la meningitis simple, la bronquitis aguda, la bronquitis crónica, la neumonía, así
como otras enfermedades del aparato respiratorio.
En cuanto a las enfermedades transmitidas por agua y alimentos, registramos el cóle-ra,
las enfermedades epidémicas, la diarrea y la enteritis, la nefritis y el mal de Bright.
También constatamos enfermedades de carácter infeccioso como la fiebre tifoidea, el
tifus, la fiebre intermitente y la caquexia palúdica, la sífilis, la peritonitis y las fiebres en
general.
Nadie se acuerda de la higienización sino cuando el fantasma de las epidemias ronda
las calles. La falta de una cultura higiénica con calles sucias llenas de basura, estercoleros
en el que la gente tira las orinas y excrementos, aguas empozadas, pozos negros rebosan-tes,
animales sueltos que comen y duermen en las calles y con sus dueños en las casas,
son elementos insalubres, más propios de países tropicales que de una población “moder-na”.
De una manera irónica el periódico El Heraldo de La Palma, que en diversas ocasio-nes
se quejaba públicamente de las basuras acumuladas en las calles de la población capi-talina
y caminos de la Isla, el 31 de diciembre de 1901, pone el dedo en la llaga de la real
miseria que soporta la Ciudad y propone un sarcástico y duro inventario urbano que
pone a disposición del alcalde Juan Bautista Lorenzo Rodríguez:
– Calle O'Daly, 333 perros que vegetan diariamente en la vía. 222 alfombras ten-didas
en ventanas y balcones. 5.555 niños en las calles sin ir a las escuelas.
400.000 kilos de estiércol.
– Calle Álvarez de Abreu, 444 cuernos y 111 calaveras de ganado vacuno exis-tentes
en el matadero público. 100.000 kilos de estiércol.
– Alameda, 666 gallinas que allí se crían y 200.000 kilos de estiércol.
– Plaza de Mercado, inmunda pocilga.
– Calle de La Marina, 100 estercoleros de mampostería y otros. 15.950 flores de
camino. 600 charcos infectos.
– Casas Consistoriales, una letrina inmunda.
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La higiene y las epidemias en la isla de Pa Palma durante la primera década del siglo XX.
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– Puente del medio, parece que se inicia la obra.
– Barranco de Dolores, centro de desinfección que divide la localidad en dos dis-tritos,
cuyos vecinos tienen en él un depósito común.
Siguen algunas referencias más y culmina el artículo con el siguiente verso:
En algunas casas que exhalan perfumes
Se crían cochinos más gratos y finos
Y cerdos en otras que los de las flores…
Y en otras gorrinos, que hay en los caminos.
Por otro lado, La Palma, y más concretamente su ciudad capital, gracias a la climato-logía
llegó a alcanzar gran popularidad entre los enfermos de tisis que vienen de fuera,
sobre todo, de Cuba para curarse «por la suavidad de su temperatura, la pureza y limpidez
de su atmósfera, la frescura de sus brisas, embalsamadas por las emanaciones de los cercanos
pinares y tonificadas por el yodo de sus risueñas riberas.» (Germinal, 11 de abril de 1908).
Esta enfermedad se ha extendido mucho por Santa Cruz de La Palma.
Desde diciembre de 1901 se había constituido la Junta Local de Sanidad en la ciudad
de Santa Cruz de La Palma bajo la presidencia del alcalde Juan Bautista Lorenzo Rodrí-guez
y los vocales que nombró el Gobernador Civil. En este sentido se redactó un Edicto,
que publica el periódico El Grito del Pueblo, sobre el estado sanitario de la población
mediante las siguientes prevenciones, dadas el 3 de enero de 1902:
“1º.- Limpieza del interior de las casas (habitaciones, retretes y letrinas), desapare-ciendo
corrales y depósitos de estiércol cercanos.
2º.- Todos los vecinos harán barrer el frente y alrededores de sus casas, sitios y huer-tas
hasta el centro de la calle, por lo menos una vez a la semana.
3º.- Se prohíbe arrojar aguas sucias a las calles y barrancos, sólo se permite arro-jarlas
al mar.”
Inmediatamente se procede a la limpieza de las principales calles, retirando de las vías
públicas embarcaciones, carros, coches y otros objetos. En estos primeros momentos
surte efecto la medida al ser expedientadas y multadas algunas personas, empezando
incluso por los propios concejales.
Poco después, de muy poco sirvieron las medidas tomadas, pues no se respetan las
normas y las calles siguen igual de asquerosas, los castigos son poco efectivos y los servi-cios
de limpieza municipal no cumplen lo establecido en la limpieza general de la pobla-ción;
por ello, el propio Alcalde capitalino vuelve a promulgar un edicto el 12 de octu-bre
de 1903 para que en un plazo de 8 días sean retiradas del casco de la población todas
las materias inflamables y explosivas:
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“…pues los depósitos de estas materias en el recinto de la población se halla prohi-bido
expresamente por el artículo 31 del Bando de policía urbana vigente. Ningún
particular podrá tener en su casa más de media libra de pólvora. Los mercaderes
podrán tener en sus almacenes tan solo 1 libra sin permiso de la autoridad, y con
intervención de ésta hasta 5 libras” (Crónica Palmera, 14 de octubre de 1903).
La turista británica Miss Uri que visitó la Isla en febrero de 1904 se sorprendió del
tremendo contraste entre las bellezas naturales, afirmando incluso que no hay otro sitio
tan sublime en el mundo, siendo la isla más hermosa de todas las canarias, y la decep-ción
al entrar en la calle principal de la ciudad «convertida en un basurero, calle mal empe-drada,
sucia, llena de papeles e inmundicias»; en todas partes notó el más completo aban-dono
que tan poco honra a las autoridades de una ciudad tan culta (Germinal, 25 de
mayo de 1904).
En otro artículo de Miss Uri publicado en la Wide Worls Review de Londres, sobre
la isla de La Palma, también resumido por Germinal, el 5 de junio de 1904, se vuelve a
reafirmar en el aspecto deplorable de la ciudad de Santa Cruz de La Palma. La falta de
higiene le pareció insoportable, los fuertes olores pestilentes por todas las calles, desde la
principal hasta los más ínfimos callejones. No es de extrañar el tropiezo con excremen-tos
de cabras, perros, bueyes y humanos.
A nuestra visitante le sorprendió ver a sus habitantes:
“durante todo el día, apoyados en las puertas de sus casas, con una mano en el bol-sillo
y la otra en un largo tabaco, que chupan casi sin cesar y escupiendo en medio
de la calle o de la acera. ¡Lástima grande que la ciudad de Santa Cruz de La Palma,
deje en el espíritu una impresión tan desfavorable!.”
La salubridad social brilla por su ausencia en la capital palmera; no existe presupues-to
oficial para la higiene, tan sólo los cinco céntimos que pagan los dueños de los fron-tis
de las casas de las calles Santiago y O'Daly para su limpieza muy de tarde en tarde.
En enero de 1904 se dio un paso legislativo clave en el desarrollo del regeneracionis-mo
sanitario con la creación de la Instrucción General de Sanidad, un texto largo y minu-cioso
en legislación sanitaria. Sin embargo, todo quedó en buenas intenciones, pues su
aplicación fue decepcionante.
En La Palma, la Inspección de Sanidad no ha dado los resultados apetecidos, se sigue
sin mantenimiento de los desagües, de las letrinas; los estanques están rebosando de aguas
pestilentes; los despojos de animales se apoderan de las calles; las aceras, cuando las hay,
se convierten en improvisadas letrinas de los niños; en pequeñas habitaciones duermen
hasta seis personas, se lava, se plancha, se cocina, se hacen las necesidades fisiológicas en
el mismo cuarto, «mientras tanto aumenta cada día el número de fiebres infecciosas, difte-
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La higiene y las epidemias en la isla de Pa Palma durante la primera década del siglo XX.
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ria y otras enfermedades debidas no más que al abandono o negligencia de nuestras autori-dades
» (M. Reyes, Germinal, 15 de agosto de 1906).
A raíz de este artículo, el alcalde accidental Ezequiel Pérez Rosa mandó 10 peones a lim-piar
las calles de la población, empezando por la calle Real. Se ordena recoger el pescado
puesto a secar en la calle de La Marina; se anuncia la construcción de letrinas provisiona-les
en distintos puntos de esta calle y, por último, se girará una visita de inspección domi-ciliaria
para disponer de información sobre las condiciones de aseo de las viviendas.
El Subdelegado de Salud visitó de inspección, en diciembre de 1907, los molinos más
inmediatos a la Ciudad, manifestando que el reglamento de higiene le concedía facultades
amplias para clausurar los molinos por sus pésimas condiciones de salud. Es allí, precisa-mente
en los molinos donde más inmundicias reciben las aguas que bajan luego para el
consumo ciudadano. Los molineros no se preocupan en absoluto de mantener limpias las
atarjeas; es más, vierten todo tipo de basuras, desgorrifan el pescado y lavan la ropa sucia.
A pesar de que la alcaldía ha estado con el problema encima, no ha logrado resolverlo.
A partir de 1908 se replantea con más fuerza si cabe, la posibilidad de sustituir los
pozos negros por un sistema de alcantarillado; de este modo, se contribuiría a desterrar
al endémico problema de la limpieza y la higiene de la ciudad.
3. EPIDEMIAS.
El otro elemento fundamental para medir el estado de la población son las epidemias
catastróficas que sacudían históricamente las ciudades y pueblos de La Palma causándoles
verdaderos estragos. Durante el siglo XVI no tenemos constancia de epidemias en La Palma
debido, en parte, a las buenas condiciones higiénico-sanitarias, con controles efectivos de
los buques que llegaban del exterior. En este sentido, en 1625 arribó a la Isla un barco pro-cedente
de Inglaterra con peste bubónica y fue interceptado para que nadie pusiera pie en
tierra. El 16 de octubre de 1659 la Isla se ve afectada por la viruela, falleciendo en la Ciudad
145 personas, en su mayor parte niños. En otro momento, las autoridades no tomaron las
precauciones sanitarias necesarias y permitieron la entrada de un buque francés que arribó
al puerto capitalino el 1 de agosto de 1669. El barco venía infectado, desembarcando tres
cadáveres para que fuesen enterrados y un enfermo grave que fue trasladado al Hospital
donde falleció una semana después. La enfermedad no se llegó a propagar.
Según Juan Bautista Lorenzo, durante el siglo XVIII La Palma se vio afectada por seis
epidemias importantes: la viruela de 1720, que causó 104 fallecimientos entre el 17 de abril
y el 19 de junio; el brote epidémico desarrollado entre el 25 de agosto y el 17 de noviem-bre
de 1759, falleciendo 81 personas, niños en su mayor parte; la epidemia conocida enton-ces
como la puntada o pulmonía desatada en 1763, sin que conozcamos el número de víc-
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timas mortales; la que afectó entre el 25 de noviembre y el 18 de marzo del año siguiente,
muriendo 39 personas. Nuevamente, el 21 de diciembre de 1767 empezó la epidemia cata-rral
que duró hasta el 16 de marzo de 1768, falleciendo 490 personas, de las cuales 115 fue-ron
en la Ciudad; por este motivo se baja la Virgen de Las Nieves el 2 de enero del mismo
año. Nuevamente la viruela causa estragos en la población insular, en 1789; desde el 17 de
octubre hasta el 18 de diciembre murieron en la Ciudad 145 personas, en su mayoría niños.
En noviembre de 1888 se detectaron casos de fiebres tifoideas en el barrio de San Telmo
(Santa Cruz de La Palma) y viruela en el pago de Tazacorte. Poco después, se declaró ofi-cialmente
la existencia de fiebre amarilla. Para prevenir sus efectos, el Boletín Oficial de 14
de noviembre, establece la incomunicación de la Isla, con vigilancia en las costas con varias
parejas de la Guardia Provincial, impidiendo cualquier desembarco de pasajeros y mercan-cías
en puntos de la costa donde no haya puertos habilitados; incluso se organizan rondas
de vecinos que ejercen de inspectores para impedir los desembarcos clandestinos.
Otra ciudad canaria, Santa Cruz de Tenerife está padeciendo una epidemia grave; por
ello, un número considerable de ciudadanos palmeros, mediante una carta, también
publicada en la prensa, realizan una serie de ruegos al Sr. Gobernador de la Provincia que
resumimos en la derogación de la imposición del desembarco de carga procedente de
Tenerife, que no se obligue a admitir pasajeros sin someterlos a cuarentena en el lazare-to,
que se permita seguir fumigando la correspondencia y que los vapores-correos inte-rinsulares
administren un buque con garantías de no estar contagiado.
La desaparición de la mortalidad catastrófica originada por brutales epidemias (peste,
viruela, tifus, fiebre amarilla, cólera…) se nota sustancialmente en la isla de La Palma.
Las enfermedades infectocontagiosas transmitidas por el aire, el agua y los alimentos
comienzan a combatirse con las mejoras nutricionales, médicas e higiénicas. En este sen-tido,
Santa Cruz de La Palma toma una serie de medidas higiénico-sanitarias, aunque
poco efectivas y eficaces por los malos hábitos de la población, pero sembraron las bases
de futuras actuaciones en calidad de servicios y modernización.
Superada ya la reseñada mortalidad catastrófica y sin ser determinante en el cómpu-to
poblacional de 1901-1910, merece la pena mencionar los escasos conatos de epide-mias
que se dan en la isla de La Palma.
La primera referencia que hemos podido encontrar la tenemos en Tazacorte, en enero
de 1901, donde se desencadenó una alarma por los elevados casos de pulmonía, de tal
manera que el médico titular de Los Llanos tuvo que permanecer todo un día completo
en el pago, y en constante vigilancia, con frecuentes visitas en días sucesivos.
En enero de 1902, el periódico El Grito del Pueblo en su primer número, relata la pre-ocupación
que existe en Santa Cruz de La Palma por una epidemia de sarampión. Poco
después, en octubre del mismo año, se desatan fiebres tifoideas que afectaron a la pobla-ción
de Mazo (Velázquez, C, 1999).
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La higiene y las epidemias en la isla de Pa Palma durante la primera década del siglo XX.
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La máxima expresión de estas enfermedades lo representaba la tuberculosis, proba-blemente
la enfermedad más temida en aquellos primeros años del siglo XX. Más de
70.000 personas murieron en España por esta enfermedad, en 1901. Cuando se regis-traban
casos en cualquier punto de la Isla, la gente se movilizaba y algunos huían para
evitar el contagio. En los pueblos es habitual encontrar gente flaca y encorvada, jóvenes
raquíticos y amarillentos, con el pecho deprimido, los ojos hundidos y andares insegu-ros.
Muchos palmeros y palmeras llevaron encima la enfermedad durante largos años
hasta la muerte.
En El Heraldo, 17 de febrero de 1903, se denuncia la aparición de dos casos de viruela
en El Paso, algo grave que ocurre por el completo abandono de la higiene en toda la Isla.
La enfermedad del «crup» es muy habitual entre los niños debido a una clara falta de
higiene; es una epidemia frecuente, a lo largo de todos estos años, que asola a la infancia
sobre todo de la Ciudad.
La Fiebre Amarilla se declara oficialmente por los médicos el 15 de noviembre de
1906 en Santa Cruz de La Palma, detectándose tres casos. Automáticamente, se toman
las medidas oportunas para evitar el contagio, prohibiéndose cualquier entrada de per-sonas
en la Isla y se extrema la vigilancia por parte de la Guardia Civil y de grupos de
vecinos, que se turnan día y noche, para evitar los desembarcos clandestinos. Una circu-lar
extraordinaria que publica el Boletín Oficial del Gobierno Civil de la Provincia de
Canarias, el 15 de diciembre, crea la alarma en toda la isla de La Palma.
La causa-efecto entre la higiene y la enfermedad es el tema a tratar en diferentes con-ferencias
populares que se celebran en Santa Cruz de La Palma, como la impartida el 7
de enero de 1905, en la sociedad “Amor Sapientiae” por el médico Julián Van-Baumber-ghen.
Este doctor, según publica Fénix Palmense, en su edición del 10 de enero de 1905,
solicitó hace unos meses establecer una clínica gratuita de niños pobres y otra de niños
sanos, dar conferencias sobre asuntos de higiene, en particular a embarazadas y paridas,
higiene infantil, profilaxia e higiene de la instrucción en las escuelas. El escaso interés por
la higiene en la población es causa de epidemias y enfermedades; de ahí, la preocupación
del cuerpo de médicos por tratar sobre los efectos sanitarios de la posición social, las
enfermedades profesionales, higiene corporal, pauperismo, higiene de la habitación, ali-mentos,
alcoholismo y medidas de sanidad pública.
La falta de higiene en la ciudad de Santa Cruz de La Palma es señalada por la prensa
de aquellos instantes de 1907 como la causante de nuevos brotes de viruela.
Según publica Tierra Palmera el 14 de abril de 1909, desde julio de 1908 se empie-zan
a detectar nuevamente casos de viruela en Santa Cruz de La Palma, aunque la deno-minación
oficial de la enfermedad fuera «tifus exantemático», «sin que las autoridades
hagan nada por erradicarlos.» La alarma se extendió nuevamente en la Isla y el virus empe-zó
a causar estragos entre los que moraban en los lugares más sucios, cuyos cadáveres se
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Miguel A. Martín González
enterraban de noche con verdadero sigilo. Al frente en la lucha contra la enfermedad se
encontraba el doctor Julián Van-Baunberghen.
La viruela es una enfermedad muy antigua, padecida por los humanos desde hace
10.000 años, encontrándose pruebas tangibles de su padecimiento en diversas momias
egipcias. Las primeras descripciones de la enfermedad se realizaron en China, en el siglo
IV. A occidente la plaga llegó en el siglo XVI, y basta una muestra para determinar el
fuerte impacto ocasionado en la Europa de finales del siglo XVIII, en donde sucumbían
unas 400.000 personas por la viruela cada año. En España, en 1901, murieron por virue-la
unas 7.000 personas, reduciéndose las cifras paulatinamente hasta los 3.500, en 1910.
En muchos lugares de la Península todavía se dieron algunos contagios de fuerte viru-lencia
como lo demuestran las 4.809.776 de muertes oficiales por enfermedades infec-ciosas,
entre 1901 y 1910.
Otras enfermedades comunes que se padecían en la isla de La Palma son las fiebres
gastrointestinales (hepatitis), resfriados, bronquitis, neumonía pleuresía, disentería (todo
tipo de diarreas), anginas, sarna, tifus, reuma, tétano, gangrenas, erisipela, piemia, septi-cemia,
oftalmías, lepra, sífilis, cutáneas y viriasis.
La situación médica tampoco ayudaba mucho; según el periódico Crónica Palmera de
3 de agosto de 1903:
“En Santa Cruz de La Palma había 6 médicos y 1 farmacéutico; en Los Llanos, 1
médico y 1 farmacéutico; en Tazacorte, 1 médico y 1 farmacéutico; en El Paso, 1
médico y 1 farmacéutico; en Mazo, 1 médico y 1 farmacéutico y en San Andrés y
Sauces, 1 médico.”
Célebres médicos españoles como Ramón y Cajal, Novoa Santos o Gregorio
Marañón dieron esplendor, en momentos de miseria científica, a la Medicina en estos
primeros años del siglo XX. Francia acogió a un pequeño grupo de jóvenes universita-rios
palmeros debido, según opinan Francisco M. Toledo y Miguel Hernández (2001),
al influjo de la cultura francesa sobre los demás países mediterráneos, al deseo de apren-der
el idioma francés que se consideraba como básico para desempeñar un buen papel en
la civilización occidental y, sobre todo, a la creencia de que nuestras Facultades de
Medicina no estaban al nivel científico con que gozaban aquéllas.
Entre la lista de grandes médicos palmeros que ejercieron la profesión dignamente
durante la primera década del siglo XX, encontramos a:
– Francisco Cabrera Saavedra, natural de Santa Cruz de La Palma; su trabajo profe-sional
alcanzó méritos extraordinarios en la isla hermana de Cuba.
– Juan José Martín Cabrera, natural de Santa Cruz de La Palma se doctoró en Francia
y regresó a su isla natal donde, además, destacó en el campo de la política al frente del
republicanismo.
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La higiene y las epidemias en la isla de Pa Palma durante la primera década del siglo XX.
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– Elías Santos Abreu, nacido en Los Llanos, se le considera la figura científica más
importante de Canarias durante el primer tercio del siglo XX. Se estableció en Santa
Cruz de La Palma y organizó el primer laboratorio de Análisis del Archipiélago; ocupó
numerosos cargos destacados, abarcando también la pasión por la música y la poesía.
– Juan Pérez Díaz, natural de Villa de Mazo, fue Director de Sanidad del puerto pal-mero
y llevó a cabo una destacada labor altruista en ayuda de los sectores más pobres
de la Isla.
– José Kábana Valcárcel, médico titular de Los Llanos desde 1891 hasta 1913.
– Antonio Martín González, nace en San Andrés y Sauces, siendo titular de su pueblo
natal desde 1901, destacó en las variadas facetas de un médico rural.
– Julián Van Baumberghem Bardají, nacido en La Habana, se trasladó a La Palma don-de
fue Inspector de Sanidad y Subdelegado de Medicina en esta isla; en Los Llanos
ejerció con gran prestigio su profesión. Su otra faceta fue la política, primero en el
Partido Conservador y luego en el Partido Liberal; llegó a ser Diputado a Cortes.
El único Hospital que existía en la Isla se encontraba en la ciudad capitalina, atendien-do
a los que necesitaban ayuda sin apenas contar con subvenciones nacionales ni provin-ciales,
que llegaban en pequeñas cantidades y a destiempo; subsistía sobre todo con las
ayudas municipales. Así, por ejemplo, a principios del siglo XX, Santa Cruz de La Palma
aportaba 9.000 ptas y 39 céntimos para cubrir las atenciones, el resto de los pueblos con-tribuía
con 24.094 ptas y 25 céntimos. Muchos casos que presentaban gravedad o que
en la Isla no se podían tratar se enviaban al Hospital Provincial. Desde aquí, se mandó
un oficio a la Alcaldía de Santa Cruz de La Palma para que no envíen más enfermos. Y
desde ésta se contesta que la Diputación le adeuda al Hospital palmero 68.332 ptas y 82
céntimos. La polémica es patente y constante en los medios de comunicación escritos.
Tampoco se encontraban en buena situación los cementerios en la Isla, tanto en el de
Los Llanos como el de Santa Cruz de La Palma, las quejas habituales se agolpan en la
prensa del momento al corroborar que siempre están en obras, sucios y abandonados.
BIBLIOGRAFÍA
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La Palma, 1985-2000.
MARTÍN, Miguel A. La Historia de Santa Cruz de La Palma. Arafo, 1999.
TOLEDO, F. M. y HERNÁNDEZ, Miguel. Historia de la medicina palmera y sus protagonistas.
Arafo, 2001.
VELAZQUEZ, Cirilo. Historia General de Villa de Mazo. Tenerife, 1999.
566 Revista de Estudios Generales de la Isla de La Palma, Núm. 1 (2005)
Miguel A. Martín González
PRENSA
Consultada en la Hemeroteca de la Sociedad “La Cosmológica” de Santa Cruz de La
Palma.
Crónica Palmera.
El Grito del Pueblo.
El Heraldo.
El Heraldo de La Palma.
Germinal.
La Solución.
Tierra Palmera.