«UNA VIDA SENCILLA Y FILOS~FICA)).
EL PRIMITIVISMO IDEALIZADO EN LA 'HISTORIA'
DE VIERA Y CLAVIJO
Es bien sabido que uno de los rasgos más unanimemente recono-cidos
en las Noticias de la Historia General de las lslas Canarias [en
adelante NHGC] es su sentido crítico, la especial disposición de su
autor a escrutar lo confiable de las fuentes y someter a examen las
afirmaciones de sus predecesores en el tratamiento de las cuestiones
que él aborda. Resulta evidente en su texto un sistemático distancia-miento
escéptico, el propósito, enunciado en el prólogo, de desarro-llar
su trabajo bajo los dictados de «la razón y el buen juicio», para
evitar que, a diferencia de lo ocurrido con el del «patriótico» pero
«inexacto» Núñez de la Peña la ausencia de instrucción y crítica lo
plagaran de «anacronismos, errores y equivocaciones»; que como en
el de Viana se antepusiera a la información veraz la «imaginación viva
e inventora», o que, como en Espinosa, pudiera contener «tanta in-certidumbre
como confusión». En este sentido podria decirse que el
propósito de Viera fue tópicamente ilustrado en tanto que presidido
por ese espíritu de razocinio como basamento de la argumentación y
de la explicación justificadora de sus afirmaciones. El afán de some-ter
a crítica a sus antecesores en el empeño de exponer el pasado is-leño,
analizar sus fuentes y aportar otras nuevas son razones de peso
en la bien acreditada condición de Viera como hito fundamental de
la historiografía canaria e iniciador de la etapa moderna de la misma.
La mordacidad con la que repasa las fabulaciones a base de las cua-les
se habia venido explicando el origen o la procedencia de los pri-mitivos
habitantes del Archipiélago, ironizando sobre las legendarias
ascedencias bíblicas atribuidas a los de Gran Canaria y la Gomera ',
o sobre las fantasías en torno a extravagantes migraciones en la épo-ca
clásica, unas y otras en el capítulo 1 del libro 11, son buen expo-
706 Demetrio Castro Alfín
nente del talante positivo y realista del historiador. Si las elucu-braciones
en torno a Crano y Crana y a Gomer las despacha como
«ilustre quimera» la una y como «opinión pueril» la otra, examina
con detalle los argumentos y testimonios que podrian probar la pre-sencia
de pobladores romanos o relacionados con ellos en las Islas, y
lleva a cabo una minuciosa comparación etnográfica para rebatir el
supuesto del origen fenicio de aquellos aborígenes. Desechadas esas
opiniones por carentes de fundamento y sin base consistente tras su
examen, Viera sostiene a este respecto dos cosas: una, el origen co-mún
de los pobladores de las distintas islas; otra, su entronque con
una vaga humanidad de héroes y patriarcas que se perfila en su texto
no tanto como un lugar geográfico originario sino como una forma ,,
D de civilización. Todo el tratamiento que sobre la población prehis- E
pánica hace está determinado por este supuesto y a partir de él se u
explican todas las peculiaridades que le atribuye y el juicio de con- --= junto que sobre sus componentes formula de modo expreso o implí- m
O
E cito a lo largo de los veinticuatro capítulos del libro 11 ?. E
2 Sin embargo, en su propio examen de la cuestión Viera abando- E
na abiertamente sus principios escépticos y su enfoque racionalista =
YnUg 'rUo U&V;oJrUc'Uo' UoInI UrVtCrIoU Lr LoI lIoU rUl e"c r"r I; .nlrtiJA n" lrU"l"el liU inl lgU 0cn"IcI;"mUAUoUA iIUA""eI.~I.U1Ui ~U,o A olU. IU 3
lización que tiene origen doble: de un lado la corriente de estimación - - 0
de los aborígenes que se manifiesta en la mayor parte de las crónicas m
E
e historias primitivas de la conquista de las Islas; de otra, la cons- O
trucción intelectual en torno a la figura del «buen salvaje» que desa-rrollada
y perfilada a lo largo de los tiempos modernos experimenta -
E una particular aceptación durante el siglo XVIII.
-
a
El primero de esos aspectos es manifestación concreta de una ac- 2 -
titud perceptible en el pensamiento y la literatura histórica europea - 0
del período bajomedieval y del renacentista, en particular entre las 3
sociedades mediterráneas. E1 progreso de los descubrimientos geográ- O
ficos y la proliferación de navegaciones y contactos con las regiones
costeras del África atlántica y también con el Archipélago canario, sus-citaría
el problema de la exacta condición de las gentes que allí se
hallaban. El Occidente medieval habia visto en «el otro», el que no
participa de las mismas pautas de conducta y de la misma axiología
vigentes en la propia sociedad, ante todo al infiel, y en especial al
r n~~s u lmáon a l jiidío; más tarde tamhikn en pueh!ns de más ocasiona!
contacto como los localizados en Oriente, pero, por distintos que fue-ran,
a aquellos hombres, y a diferencia de los que llenaban múltiples
fantasías en forma de híbridos y monstruos, no se les discutía su con-dición
de seres racionales, de semejantes -extraviados y perversos,
«Una vida sencilla yfilosófica». El primitivismo idealizado en la 'Historia' ... 707
quizá, pero partícipes de la misma naturaleza. Con los «etíopes», esto
es, los africanos de color, y también con los aborígenes canarios la
cuestión tendría otras dimensiones, pues entre ellos las formas de vida
eran tan primitivas, la organización social tan aparentemente elemen-tal,
las creencias religiosas tan toscas o inexistentes que no parecía
despropósito plantear si se trataba de seres humanos o de represen-tantes
de una peculiar categoría de seres localizables en un estadio
infra o prehumano; es, en una palabra, el prólogo a la cuestión de «los
salvajes» o «los bárbaros» cuyo mayor y más patético desarrollo se
experimentaría con el conocimiento de las poblaciones americanas 3.
El horror suscitado por comportamientos y creencias muy aleja-das
de las propias o que vulneran sus tabúes o ignoran sus valores,
alimenta la actitud discriminadora que toma a quienes los practican
por qantinaturalesn, especialmente pervertidos o sumidos en la anima-ii&
d. Si se afia& la cree,icia & que esa es insuper&ie,
que existe en el salvaje una clara incapacidad para alcanzar las ideas
y formas de vida propias del observador, identificándose éstas con lo
decorosamente humano, el discurso discriminatorio deriva a la justi-ficación
del sometimiento y aun del exterminio. Es una actitud que
se advierte en el modo en que una corriente de la cultura clásica se
enfrentó a íos bfdbaros: Cesar, por ejempio, en La Guerra de las
Galias se encarga de dejar constancia de aquellos aspectos de los
pueblos vencidos que más repugnantes podrian resultar para la men-talidad
romana, por ejemplo la promiscuidad sexual incestuosa que
atribuye a los de Britannia (V,14) o la crueldad gala en las ceremo-nias
funerarias y otros ritos religiosos en los cuales se inmolaban
victimas humanas en la hoguera (VI,16 y 19). O Estrabón en su Geo-grafía
(III,4; 16, 17 y 18), donde se refiere a la ociosidad, hábitos
higiénicos, adornos y prácticas religiosas de los pueblos celtíberos y
cántabros con indisimulada reprobación (pasan la vida inactivos, sin
apetecer más que lo imprescindible y la satisfacción de «sus brutales
instintos», se lavan los dientes con orines. duermen en el suelo y son
ateos o tienen creencias y prácticas religiosas elementales, su valen-tía
se confunde con inhumana ferocidad, etc.).
Entre buena parte de los primeros historiadores de Indias, en el
siglo XVI, se advierte una actitud idéntica y el uso de casi los mis-mos
puntos y argumentos para la descalificación del indio. La ausen-cia
aplicación p. interks prácticn, la cr~e!dad Q !a f ~ ! t i de háhit~s
higiénicos se añadirían, en esos casos, a pautas culturales más repul-sivas
para el observador que haría de ellos argumentos de cargo para
la condena: promiscuidad y sodomía, indistinción de roles familiares
708 Demetrio Castro Alfín
o inexistencia de estructuras monógamas y patrilineales, canibalismo
e idolatría. Los ejemplos que pueden ilustrar estas actitudes son abun-dantes
y bien conocidos; baste mencionar tan sólo a Oviedo o Gómara.
En sus referencias a algunos comportamientos de determinados pue-blos
se llega a la más extrema expresión de repugnancia, viendo en
ellos clara muestra de su carácter infrahumano.
Existe, sin embargo, una actitud opuesta respecto a la vida social
y los valores morales del primitivo contrapuestos a los de la propia
cultura; en ésta, esos valores y las pautas de la vida social aparecen
como degeneración o perversión de un arquetipo representado por el
mundo primitivo. Ese mundo y los hombres que lo pueblan se confi-guran
como contramodelo del mundo real y de la conducta mayorita- ,, -
ria entre quienes lo habitan. En cierta medida se trata de una variente, E
o de uno de sus aspectos, de la tradición mítica y Iiteraria de la Edad O
de Oro, cuyas mis conocidas foíiiiülii~i~iicelá~s icas (Elesiodo, Los n-=
trabajos y los días, 1; Virgilio, Eneida, VIII, 315-25; Ovidio, Meta- m
O
E morfosis, 1, 2; etc) sustentarían sus acepciones en el comienzo de los E
2 tiempos modernos y su aplicación a las sociedades cuyo conocimien- E
to tuvo lugar por entonces. Como en las distintas sociedades ideali- =
zadas de las edades aúreas, se exaltaba respecto a los primitivos el 3
principio estoico de que el ideal de vida más recomendable es el de - - 0
mayor simplicidad y naturalidad; un medio, como el suyo, en el que m
E
la ausencia de lujos y comodidades innecesarias y viciosas era garan- O
tía de la integridad de cuerpos y espíritus. Se trata de lo que Lovejoy
y Boas llamaron «el primitivismo cultural austero» 4. También la An- n
E
tigüedad dejó testimonios sobre ello, por ejemplo, en Ias alabanzas de -
a
Tácito al desinterés de los germanos por los metales preciosos o a su 2
n
vida ordenada y virtuosa (Germania, 5,18,19). Este visión del primi- n
0
tivo, para su más convincente encuadre en el contexto de la Edad de 3
Oro, solía acompañarse con la descripción de su medio social y aun O
físico subrayando la inexistencia de la propiedad privada, de los in-tercambios
comerciales, de la guerra y las discordias civiles, de la
autoridad opresiva y del trabajo penoso, gracias a una naturaleza pró-diga
productora de alimentos sin apenas mediación del esfuerzo hu-mano.
Lo que de ese cuadro resulturá peculiar en los tiempos modernos
será la convicción entre la mayor parte de quienes lo tracen de que
e! mnde de vida primitivo es el modo de vida natural. que quienes
así viven reflejan una bondad originaria que la artificiosidad de la vida
civilizada contradice. Montaigne, hablando de los indígenas de Bra-sil,
escribiría: «se hallan muy próximos a la candidez original. Toda-
«Una vida sencilla yfilosóficaica». El primitivismo idealizado en la 'Historia' ... 709
vía obedecen a las leyes naturales, muy poco bastardeadas por las
nuestras», por lo que «las palabras que expresan la mentira, la trai-ción,
el disimulo, la avarcia, la envidia, la difamación y el perdón
son desconocidas»; e, igualmente, «se hallan aún en la fase feliz de
no desear nada que no sea lo que les piden sus naturales nacesidades
y consideran superfluo lo restante»5. En suma, la barbarie, antes que
en los «bárbaros» caníbales está en los civilizados; entre los siglos
XVI y XVIII una larga serie de textos doctrinales inspirados en la lite-ratura
de viajes desarrollaría ese principio como elemento de crítica
social y política 6. En la dualidad salvajismo/civilización que vertebra
estas concepciones, es evidente la distinta posición que respecto a la
vida civilizada y sus exigencias existe entre esta actitud y la primera:
en aquélla, es su inexistencia lo que descalifica al primitivo y le re-
!egü a !m ümb:a!es de !u animdidud; e:: !u ma, es esa currnciu de
elementos propios de la vida civilizada lo que le hace especialmente
digno y estimable. Al situar ambas nociones en un eje temporal, la
primera encierra el núcleo de una visión proyectiva, del futuro, o al
menos del presente, como superación y perfeccionamiento del pasa-do;
la otra, de una de signo inverso, de regresión, del presente como
degeneración dei pasado.
La simplicidad de las pautas sociales y la sencillez de los recur-sos
técnicos a su alcance asimiló, como queda dicho, a las poblacio-nes
aborígenes de Canarias a ese estadio de primitivisrno o barbarie
cuando se tomó contacto con ellas. Tal sería, a mediados del siglo
XIV, el parecer de Petrarca sobre la «bestialidad» de los canarios en
De vita solitaria (11,XXXIV)'. Un siglo más tarde, Gomez Eanes de
Azurara en su crónica de Guinea mantiene, en los capítulos dedica-dos
a Canarias, una actitud análoga, si bien su información es mucho
mejor. Si el autor es capaz de conmoverse ante el infortunio de los
cautivos guineos y proclamar que siio da generaciio dos filhos de
zA f i n \r si gczc~hpsLl ,p Tefierife !e parece que «y i vg.m .m~i rc g.mc> .- .." 3 J
homens que alguns destes outros» [los de las restantes islas], de los
naturales de La Palma dice que «sdo muito bestiais», y los de Gran
Canaria le resultan <$ora do conto de tanta bestial ida de^^, cualidad
que podrian compartir con los gomeros. La bestialidad de los de es-tas
dos islas está bien argumentada por el cronista: los canarios, por
ejempio, además del extraño rito prenuriciai ariáiogo al iu~ prirrru
noctis a que se someten las novias, van desnudos, son desleales y
desconocen el valor del oro y los metales 'O. Los gomeros, por su parte,
no sólo ostentan con orgullo su desnudez y pasan la vida en un ocio
desarreglado ", sino que además demuestran su condición infrahumana
7 10 Demetrio Castro Alfin
con su promiscuidad sexual y con su dieta nada selectiva, de una
voracidad animalizadora que no excluye ni lo más repugnante: deu
comer generalmente é Eeite, e ervas como bestas, e raízes de juncos
(...) comen coisas torpes e sujas, assim como ratos, pulgas, e piolhos,
e carrapatos, havendo tudo por boa vianda» (p. 213, .el subrayado es
mío). Es sabido que la transformación de los alimentos para su in-gestión
ha sido una de las referencias básicas para situar el nivel cul-tural
de un pueblo, su grado de emancipación de la naturaleza mer-ced
a la cultura, y las prácticas culinarias y la aceptación o repudio
de determinadas cosas como alimento uno de los factores básicos de
exclusión o identificación con una civilización. La aversión a los há-bitos
alimenticios de las comunidades que se iban conociendo fue una ,, -
de las cuestiones más regularmente abordadas entre los historiado- E
res de lndias, que dedicarnn por lo genera! una extremada atención
a la dieta en sus descripciones, y tal aversión constituye el fondo de n -
=m
la actitud discriminatoria y descalificatoria que este texto prefigura 12.
O E
Ese proceder adéfago valía, ciertamente, como la antropofagia, de SE prueba de la inferioridad mental del salvaje, incapacitado para dife- =E
renciar lo aprop. iad.o. d e lo inapropiado para comer; tanto comiendo L--L-,.- .--.----a- 1- -:*..-A- -- 1-- .<1*:--- - - L - - A - - 2- 1- -- 3
IIUIIIUIGS L.UIIIU III~UIGIIUIJ IU xLuauu GII 1u> UILIIIIU> exlaws UG la GS-cala
de los seres, y hasta lo ajeno a la misma, se vulneraba el orden
- -
0m
natural y esa vulneración ponia de relieve las limitaciones del salva- E
je 13, SU condición bestial o ferina, por ser incapaz, como los anima- O
les, de seleccionar su alimento.
n
-E
* * X - a
2
n
La consideración del indígena como bárbaro, como salvaje anima- 0
lizado, no es, como se sabe, la tónica dominante en las crónicas e 3
historias de la conquista de Canarias. Hay en ellas, por el contrario, O
una generalizada benevolencia y estima por aquellos hombres y su
civilización, exaltando de manera particular su valor y sus principios
morales, en no pequeña medida fantaseados por los cronistas 14. Es a
ésta tradición a la que cabe vincular, como se apuntó, la posición del
propio Viera. Pero en su momento, ya en la segunda mitad del siglo
XVIII, el primitivismo había adquirido un sesgo peculiar, vinculado a
la &fUsiSE de! ikminismo a! &smo!!o e;;.,brionafia de gna ciencia
antropológica l5 que no podia serle desconocida, al menos en sus 1í-neas
fundamentales. En terminos amplios la situación pudiera parecer
la misma que se perfilara con las primeras historias de América: de
un lado, los salvajes como modelo de verdadera virtud y acusación
«Una vida sencilla yfilosófica». El primitivismo idealizado en la 'Historia' ... 71 1
viviente a la civilización europea de su desvarío. De otro, la visión
ferina del salvaje, o cuanto menos la consideración nada idealista de
sus condiciones de existencia y de sus limitaciones culturales y téc-nicas.
Las últimas décadas habian introducido, no obstante, algunos
criterios nuevos; de entre ellos el más relevante, quizá, el del genera-lizado
convencimiento de que el estado de naturaleza no era sólo una
hipótesis para explicar el origen de las instituciones humanas, sino una
realidad histórica cuyas circunstancias reales y efectivas se perdían en
un pasado de oscuridad insondable 1 6 .
La primera actitud, la que hacía del primitivo exponente de la
virtud natural, tendría su mejor representante en el hurón Adario pues-to
en escena a comienzos de siglo por GueudevilleíLa Hontan (Supplé-ment
aux Voyages du baron de Lahontan, ou I'on trouve des dialo-gues
curieux entre i'auteur et un sauvage de bon sens quz a voyagé;
Dialogues ou Entretiens d'un sauvage et du baron de la Hontan, La
Haya, 1703 y 1704). Adario no sólo refuta con su cuerpo saludable y
su ánimo apacible todos los supuestos beneficios que la vida civiliza-da
promete, sino que con una demoledora inteligencia natural desmo-rona
los principios sociales que el barón representa: la propiedad: el
sistema judicial, la tortura ..., y además ridiculiza los atavios y ador-nos,
los usos galantes y las convenciones de la buena educación. Es
en todo la apoteósis de la sencillez espontánea frente al artificio y la
afectación. Todo el contenido del «buensalvajismo» ilustrado está ahí,
incluido el tópico del desconocimiento de «lo tuyo» y «lo míos. La
antítesis más completa no llegaría hasta casi siete décadas más tarde
con la aparición en 1768-69 de las Recherches philosophiques sur les
Americaines, de Cornelius de Pauw, en las que los relatos de viaje-ros
proporcionan el material para establecer la superioridad del modo
de vida civilizado en todos los órdenes, físicos y morales 17. En cual-quier
caso, pese al propósito de de Pauw de basar sus argumentos en
la información positiva de viajeros y exploradores (en el fondo la
misma que serviría a Rousseau para idealizar el estado de naturaleza
en el Discours sur l'origine et les fondaments de l'inégalité parmi les
hommes, como la amplia colección reunida en la Histoire génerale des
voyages de Prévost), la cuestión aparecía en estos autores en térmi-fies
przmefite ~ ~ n ~ r i i l a t i \ ryn, ce n ese srfiti&, rsrasuE.rnte uc=r&s -"Yv"-'-" ' ""
con las exigencias intelectuales del siglo. Pese al carácter irracionalista
de sus planteamientos (encaminados a probar el innatismo del senti-miento
religioso en todos los hombres y en todas las épocas) la, en
sus Moeurs des Sauvages Américains comparées aux moeurs des
Premiers Temps, 1724, el padre Lafitau aportó, sin embargo, el valor
712 Demetrio Castro Alfn
de la observación directa y el dato contrastado aun concluyendo tam-bién
la bondad natural de los salvajes, su sencillez, su alejamiento de
los vicios ... Con todo, en la segunda mitad del siglo todavía podia
escribir Ferguson, «La investigación relativa a las épocas remotas y
todas las conclusiones deberán basarse en los datos que se conser-van
a nuestro alcance. Nuestro método, sin embargo, es con dema-siada
frecuencia el fundamentar todo en conjeturas, el atribuir cada
avance de nuestra naturaleza a aquellas artes que nosotros mismos
poseemos y el considerar que una mera negación de todas nuestras
virtudes es una descripción suficiente del hombre en su estado pri-mi
t ivo~19. El primitivismo de Viera en su descripción de las socieda-des
aborígenes canarias se amolda plenamente a lo que el filósofo
escocés denunciaba y abunda en la inconsecuencia de su planteamiento
crítico, tal como al principio se apuntó. Vale la pena examinarlo con
detalle.
Algo cabe decir respecto al método, E! acercamiento del historia-dor
canario al pasado aborigen aúna un propósito de comprensión con
el de evaluación; en otros términos, describiendo evalúa y se inclina,
aun con alguna reserva, hacia la estimación del pasado natural como
un período sustancialmente estimable. Para ello estructura los datos
de manera que lleven a esa conclusión y debilita con la argumenta-ción
pertinente aquellos que pudieran apuntar en sentido contrario. Por
lo demás, su información no difiere de la manejada por aquellos de
sus contemporáneos que trataron la cuestión del buen salvaje; es de-cir,
como ellos se basa en textos procedentes de quienes tuvieron
contacto más o menos prolongado y directo con los primitivos, en su
caso los historiadores de la conquista del Archipiélago. Sólo de modo
ocasional, al ocuparse de los ritos funerarios, hace mención de vestí-gios
arqueológicos refiriéndose a una cueva funeraria colectiva halla-da
en el barranco de Herque, Abona, de la que vio algunas momias
pero no el lugar en que se encontraban dando por bueno el nada ve-rosímil
dato de que el número de las allí agrupadas era superior al
mi!!ur (NHGC, I!,!?). De ipü! mane::, desde% !a c~mpü:uciSn y si
hace uso de ella es parangonando los usos y conducta de los aboríge-nes
con la sociedad heroica que le sirve de arquetipo para subrayar
sus similitudes pero no establece analogías con pueblos concretos.
En su descripción argumentativa o demostrativa, arranca Viera
presentando a las aborígenes canarios con los rasgos de simplicidad
«Una vida sencilla yfilosÓfica». El primitivismo idealizado en la 'Historia' ... 7 13
y candor predicados tópicamente del buen salvaje: así, habla de «la
frugalidad de los pobres, los sobrios e inocentes guanches~ (NHGC,
II,l), de sus «modales sencillos», al extremo de que la comparación
de su modo de vida con el de dos primeros hombres» permitirá ver
«la naturaleza en toda su simplicidad y primera infancia» (y ello para
«satisfacción» y hasta «placer» del observador) (NHGC, 11,2). Su in-dumentaria
predicaba ya la austeridad natural que les fuera peculiar:
«todas sus vestiduras se reducían a despojos de animales y plantas,
galas verdaderas y hermosas a los ojos que aman la sencillez»
(NHGC, II,8), pero también característica de la limitación técnica y
de la capacidad de transformar, propia de dos hombres en su estado
de barbarie natural» (NHIGC, 11,20). Concede sin aparente reserva
esto último, pero inmediatamente lo matiza con la adjetivación: sería
aquél, sí, «un pueblo bárbaro, pero respetable y heroico» (NHGC,
II,8), sin necesidades y ambiciones (a ello contribuiría, como luego
se verá, algún aspecto de su constitución social y económica, de for-ma
que las instituciones ayuden a la observancia de la frugalidad na-tural).
En efecto, sus riquezas, «consistian principalmente en gana-d
o y tierras, y (..) Prun bastante para hacerlos felices» (NHGC;
II,12). Un horizonte, pues, de primitivismo agropecuario, en cuya
evocación no tiene Viera empacho en desbocarse bucolicamente tras
la más manida imagineria de la lírica pastoril 20.
La apariencia de aquellos pastores es también parte del discurso
primitivista, y a ello consagra todo un capítulo (NHGC, II,3). Pero en
otros varios reitera una misma idea: «eran hombres robustos, ágiles,
aguerridos ... » (NHGC, II,4. En otros pasajes de la obra abunda en los
mismos conceptos: «ágiles, sanos, robustos» [NHGC, VII,49]). Deja
sentado su escepticismo acerca de individuos gigantescos de quienes
dieran noticia Espinosa y Abreu (NHGC, 11, 3), pero se entusiasma con
sus dotes atléticas consagrando todo un capítulo (NHGC, I1,14) a re-sumir
sus proezas en los juegos deportivos, sin olvidar tampoco sus
cualidades para la guerra (NHGC, 11,20) 2'. La fuerza física muy supe-rior
en el primitivo, necesitado de ella para sobrevivir en la hostilidad
del medio y desarrollada por la carencia de elementos técnicos,fue un
tópico del que participaron casi todos los publicistas del siglo xvir~c, on
Büfh:: y Rmsseaü a !a cabeza. Este ú!tim~ exp!icaria c a m , aü:: !as
más elementales herramientas mermaban las facultades físicas natura-les:
con la escalera se reducía la capacidad de trepar, con la honda la
de lanzar piedras, con el hacha la de romper ramas gruesas, y sus ra-zones
y ejemplos parecen estar, a todas luces, tras alguna afirmación
de Viera: «arrojaban una piedra con la mano, tan impetuosamente
714 Demetrio Castro Alfín
como si la disparasen con una honda» (NHGC, 11, 14)12. Pero supera-do
el estado salvaje en sus estadios más primitivos, también la manera
de vivir contribuía a determinar el vigor que Viera descubría en los
aborígenes canarios: «Este género de vida laboriosa, campestre y na-turalmente
moderada, formándoles unos cuerpos sanos, secos y endu-recidos
al trabajo, era el origen principal de aquellas grandes fuerzas
de que dieron pruebas espantosas» (NHGC, II,13). Como para el hu-rón
Adario de La Hontan la frugalidad reñida con los refinamientos
culinarios era entre los aborígenes garantía de una vida saludable y
prolongada 23. Si la salud se quebraba, cosa por lo demás muy impro-bable,
la parquedad en el uso de los fármacos, que no pasaban de ele-mentos
naturales casi sin transformación, era, a su vez, razón añadida ,, -
al vigor corporal originario: «debieron su robusta constitución y bue- E
na salud, no sólo al método simple y natural con que vivían, sino tam- o
bién a sus pocos medicamentos» (NHGC, II,18). --- m El marco general y lo saludable de su constitución no podian por O E
menos que fomentar un temperamento adornado de todas las galas E
2
morales que la literatura primitivista solía estimar. Viera parece dar -E
por tan sabida la cuestión que apenas le dedica unas líneas en el más
breve de los capítulos del libro 11 (el cuarto, «Su carácter»); pero son 3
suficientes para repasar el talante colectivo de los habitantes de cada - -
0
una de las islas encontrando en unas, seres «propensos a la conmise- m
E
ración, austeros para si, capaces de amistad, festivos...)), hallándoles o
en otras «de veracidad inexpugnable», en las demás melancólicos; en
Tenerife, finalmente, «amantes de la patria, modestos, generosos y -
-E
sensibles al honor» (NHGC, II,4). La contradicción que en torno a la a
veracidad de los habitantes de Gran Canaria registran sus fuentes, y -2-
que él mismo consigna, no le suscita comentario alguno. Una, pura- -
mente literaria, Cairasco, se pronuncia por la sinceridad a toda prue- 3
ba mientras la otra, la de mayor peso historiográfico, Bontier y Le O
Verrier, hiperboliza su doblez, sin que el historiador se sienta en la
obligación de dirimir a cuál de ellas asiste la razón.
Pero no sólo a las condiciones que cabría llamar innatas o pecu-liares
del hombre primitivo en su ambiente se pueden atribuir esas
cualidades, sino que resultan ser, a tenor de la exposición de Viera,
Prc(l_c~ttcy mhiéI1 cn génlre ! u h n r i ~ sJ~ Y CtivOp repiQ de
la actividad pecuaria: «su inclinación a la equidad, su templanza, su
sinceridad y demás virtudes morales eran el fruto de una continua
ocupación que los ponían como al abrigo de las pasiones vivas, quiero
decir, del lujo, de la avaricia, de la ambición, de la violencia, etc.»
(NHGC, II,13).
K Una vida sencilla y jilosófica». El primitivismo idealizado en la 'Historia' ... 7 15
Parece una forma rebuscada de corroborar la máxima del mora-lismo
tradicional sobre la ociosidad como matriz de los vicios. En todo
caso, esas inclinaciones paracen bastante para llevar a Viera a una de
sus más contundentes conclusiones en torno a las calidades de aque-llos
primitivos (y de los primitivos en abstracto en tanto que mode-los
ideales), haciendoles observantes de «una ética.experimenta1 dic-tada
por sólo la razón» (NHGC, II,16), una ética, pues, no derivada
de dogmas religiosos e inculcada antes que por la enumeración de
supuestos teóricos a la luz de principios y formulismos, por la consi-deración
de casos y circunstancias concretos ante los cuales se hace
reflexionar a los niños (pues eso es lo que expresa con el adjetivo
«experimental»). Resulta explicable, por la condición sacerdotal de
Viera, con toda su carrera aún por hacer entonces, el cauto laconis-mo
del que se vale aquí; pero bajo esa afirmación alienta una densa
red de opiniones que no dejó de tupirse a lo largo del siglo: la Ra-zón
antes que el Ser supremo dicta la Verdad y esa Verdad se pro-yecta
en la naturaleza, por ello la moral no podia dejar de ser natural
y por ello, racional. Las variaciones circunstanciales que pudieran
registrarse en tal lugar o cual época no objetaban la existencia de unas
nociones universales: en cuanto racionales: de licitud y justicia. Por
ello, lo justo coincidía con la opinión general y Viera, dramatizando
la enseñanza de un padre de aquella primitiva sociedad a su hijo, le
hace argumentar mostrándole cómo la mala fama es compañera del
vicio y se ha de aspirar, por contra, a la reputación que merecen quie-nes
conservan la condición bondadosa que por naturaleza todos tie-nen
(idem).
Con estas premisas podrian quedar esbozadas las líneas maestras
de la «vida sencilla y filosóficas (NHGC, II,20) que Viera reconstru-ye
como propia de las sociedades primitivas de las Islas, un mundo
presidido por la naturalidad y la razón, un binomio inextricable en el
primitivismo del siglo xvm Sin embargo, en el panoram trazado por
el historiador canario reserva un espacio fundamentai al orden insti-tucional,
a la organización política y social de la comunidad o comu-nidades
a cuya evocación procede. La cuestión tiene un inmediato
interés teórico, dado que el modo de vida específicamente primitivo,
el del hombre natural propiamente dicho, cifra sus virtudes precisa-mente
en la ausencia de instituciones, en la inexistencia de un orden
político, cualitativamente distinto del natural, o en el carácter suave
y hasta inconcreto, nada opresivo en su condición y efectos de las
instituciones. Éstas se presentan incluso como instrumento agente de
la perversión del mundo paradisíaco. No es ése el caso de Viera, para
716 Demetrio Castro A!@
quien el orden social y la estructura política son elemento esencial
para la consagración de la vida «sencilla y filosófica» que pondera, y
en este sentido se aparta de las ideas más aceptadas en este terreno 24.
Para él, la garantía de la vida féliz («del modo que es permitido serlo
a los mortales» [NHGC, VII,49]) se cifra tanto al menos como en el
proceder espontáneo o instintivo que inspira la naturaleza, en la in-tervención
de los hombres para regular su convivencia.
Su información fundamental es la relativa a Gran Canaria, de la
que se vale para presentar una sociedad jerarquizada presidida por una
casta (o clase, pues la categoría no queda nada clara) nobiliaria, algo
que quizá no deba sorprender en el Viera contertulio, preceptor y
confidente de aristócratas. La cuestión le parece lo suficientemente
relevante como para dedicarle un capítulo específico (NHGC, II,11,
«Su nobleza»). Aun más, las diferencias sociales las presenta estre-chamente
vinculadas a la propiedad privada, una institución cuya exis-tencia
aparece como dada por la fuerza misma de las cosas sin evo-cación
de estadios o situaciones de naturaleza colectivista. Nada, pues,
de las comunidades igualitarias que parecerían imponer las exigencias
del discurso primitivista; pese a su desconocimiento de los metales
preciosos, pese a !Q p r ima i ~& su estadio ~c.nnSmi-0q ue c.onsi&r-
«miserable», la sociedad canaria primitiva es, a ojos de Viera, una
estructura asentada en la dicotomía ricoslpobres y nobleslplebeyos, o
más bien en la fusión de esas dobles categorías contrapuestas, al ser
realidades coincidentes o complementarias: ricos-nobles/pobres-plebe-yos.
La condición nobiliaria la liga Viera al parentesco con los titu-lares
de la autoridad política que llama reyes, de forma que los no-bles
serían «personas que descendían de las casas reinantes», o lo
que es lo mismo, la realeza determina la aristocracia y no a la inver-sa,
planteamiento congruente con alguien que pudiera querer pasar por
incondicional de la monarquía absoluta. El carácter de plebeyo lo pre-senta
vinculado a la escasez o carencia de recursos productivos, o sea
tierra y ganados. Las diferencias pudieran ser incluso ab origine, ex-plicada
por una leyenda o mito que recoge de Espinosa (Historia ...
I,8; ed. cit. p. 42), según la cual, entendían los aborígenes, habria ha-bido
una doble creación de hombres: en la primera les dio el creador
medios de subsistencia, en la segunda les remitió a servir a los pri-meros
por medio del traba_io para su sostenimiento. Pero es, pues, esa
dualidad en cuanto al control de recursos lo que establece la desigual-dad
social, sin que haya actividades claramente definidas y privativas
de los nobles (por ejemplo, de orden político; no constituyen 'cuerpo
intermedio' alguno para restricción de la autoridad real) ni aparentes
«Una vida sencilla y jilosófica». El primirivismo idealizado en la 'Historia '... 7 17
diferencias funcionales en cuanto al trabajo. Queda apuntada la exal-tación
del mismo como fuente de virtud y fortaleza física propia de
toda la población, y en otros pasajes insiste en lo universal de la de-dicación
a las tareas agropecuarias: «los nobles y plebeyos, los gran-des
y los ínfimos, todos tenían esta ocupación importante* (NHGC,
II,13). Hay, sin embargo, alguna discriminación basada en el trabajo,
por cuanto ciertas actividades aparecen como tabú deshonroso para los
nobles: es lo que podrian llamarse tareas mecánicas, como ordeñar o
guisar.
La consideración que hace Viera del universo económico de la
prehistoria isleña permite abundar en el conocimiento de ese grupo
nobiliario, toda vez que precisa con reiterada exactitud el carácter de
su riqueza, la agraria. No hay, en efecto, otra forma patrimonial en
aquel mundo: «las riquezas de estos hombres originales consistían
principalmente en ganados y tierras y (..) eran bastantes para hacer-los
felices» (NHGC, I1,12). Rebaños y tierras de sembradura consti-tuyen,
por demás, no sólo los bienes «más antiguos del mundo», sino
«los más verdaderos, los más sólidos»(idem). Es ésta una apreciación
que constituye toda una toma de postura frente a otras formas de ri-queza,
per ejrmp!~ !u rr,ercur?ti!; y usi w puede ser;?render qlue e! mtnr
informe sobre la inexistencia del dinero en aquella sociedad y el uso
del trueque en los intercambios (idem). Una aristocracia,en suma, que
se define, además de por su parentesco con el rey, por el control y la
acumulación de riqueza, y una riqueza que se define por los recursos
agropecuarios, y no mercantiles. Es, practicamente, el modelo que
Viera tenía ante sí en la España de la segunda mitad del siglo XVIII,
y que parece como proyectado para explicar la armonía de aquella
sociedad pretérita.
El componente utópico propio de las idealizaciones primitivistas
lo desarrolla Viera en relación a Tenerife. Aunque para aquella isla
, no expone nada tocante al estatus y condición de la aristocracia, su
existencia se desprende de diferentes pasajes; por ejemplo, la elabo-rada
cuestión de las fantásticas genealogías de sus menceyes o refe-rencias
específicas al uso de prendas distintivas por «las personas
nobles» (NHGC, I1,8). Pero no es esto lo que hace al caso ahora, sino
que allí, a su decir, la propiedad privada habría estado limitada al
ganadri,mientras las tierras de. labor eran de dominio absoluto de los
reyes. Estos procedían anualmente al reparto de lotes entre la pobla-ción
que la trabajaba sin pago de canon o pensión, de manera que
«los guanches no eran más que unos usufructuarios de las tierras, o
como unos labradores del estado» (NHGC, II,12). Si cabe preguntar-
718 ' Demetrio Castro Alfín
se cuál seria entonces el fundamento de la nobleza al estar monopo-lizada
la propiedad de la tierra, sí resulta, en otro orden de cosas, muy
congruente esta suposición de Viera con época de conflictos sobre
foros y enfiteusis y de repartos de baldíos como fue la suya. Hay, en
cualquier caso, sobre el asunto que introduce dos observaciones en las
que merece la pena reparar; por lado, la condición de los beneficia-rios
de los repartos. Dice Viera glosando a Espinosa (Historia ..., I,7;
ed. cit. p. 39; el fraile se refirió sólo a «calidad o servicios») que se
otorgaban los lotes «atendiendo a la calidad, familia, méritos y ser-vicios
de cada uno», es decir, según un doble criterio que auna los
principios del orden aristocrático (calidad, familia) y los que contra-rrestan
los privilegios y entran en oposición con una sociedad de ór-denes
privilegiados (méritos, servicios personales). Pareciera como si
el ideal se cifrara en un equilibrio de ambos principios, en su coexis-tencia
armónica bajo el arbitrio real, capaz de salvaguardar los dere-chos
de la estirpe y de compensar al tiempo el mérito individual. Este
reconocimiento de la calidad individual tendría, en la fabulación de
Viera sobre Tenerife, incluso reconocimiento político, pues el mencey
daría acceso y voz en su consejo o tagoror a «aquellas personas de
mo'vitn y rnndi , r tns lNHGP TT 191 Fn S ~ g g g &t &--mifi~p, ~ t psi stema .,L..., U"" ..","U"".."-,I \. .-*- -> L1)L,,. ---
de tenencia precaria aparece como garantía de la estabilidad social y
del buen orden del mundo guanche. No serían sólo, como se indicó
arriba (v. p. 9, supra), las condiciones derivadas de la vida natural lo
que mantendría el equilibrio y la concordia tan celebrados, sino es-pecialmente
esta institución que anulando de hecho la propiedad pri-vada
de la tierra desactivaba elementos de conflicto, pues «Ea impo-sibilidad
de hacer las adquisiciones hereditarias contenía la ambición*
(NHGC, II,12). No es muy claro el razonamiento que desarrolla en el
conjunto de este pasaje, pero su idea fundamental parece evidente.
Pero ni siquiera esta limitación bastaba para contener el conflic-to,
y las leyes penales y la regulación de la guerra respondían a su .
existencia. Aquélla sociedad prehistórica, con toda su sencillez pri-mitiva,
no escapaba, pues, a la violencia originada tanto en la rapiña
del ganado ajeno o la invasión de pastizales de otros grupos, como a
la de naturaleza propiamente política 25. En un plano más amplio la
razón de ser de la violencia tenía que ver con una ínsita disposición
humana que ni siquiera las formas más simples y primitivas de la
organización social habrian podido precaver. La armonía del mundo
primitivo se revela así inestable y frágil y de poco valor el carácter
equilibrado y pacible de sus pobladores, pues «los hombres siempre
fueron enemigos de sus semejantes» y por ello «la guerra fue en las
«Una vida sencilla y filosófica». El primitivisrno idealizado en la 'Historia' ... 7 19
Canarias una calamidad necesaria, como en las demás regiones»
(NHGC, 11,201. Ya lo habia adelantado, por su parte, Espinosa: la
guerra «era muy usada entre ellos» y casi todos eran guerreros (His-toria
... I,5; ed. cit., p. 36).
La jerarquización política y social, el sistema penal, la guerra y
la violencia que en el texto de Viera se revelan introducen una radi-cal
ambigüedad en su figuración del pasado primitivo y sugiere la
conveniencia de sistematizar el arquetipo que inspira su descripción.
En este terreno la primera evidencia es la falta de concreciones
cronológicas, incluso relativas. La distinción entre «salvajismo» y
«barbarie» como etapas diferentes y sucesivas del primitivismo y dis-tintas
de la «civilización» fue tópico del pensamiento antropológico
rudimentario del siglo XVIII que habrian de consagrar las concepcio-nes
evolucionistas de la centuria siguiente. Su primera formulación
sistemática se encuentra en Montesquieu (De I'Esprit des lois,
XVII1,l l), quien atribuyó a los salvajes la ausencia de vida colectiva
organizada y la dedicación a la caza, mientras los bárbaros sí tendrían
formas de convivencia estables y organizadas en agrupaciones redu-cidas,
dedicándose al pastoreo 26. En este sentido, el término «bárba-ro
» adquiriría un sentido técnico y neutro, alejado del peyorativo le-gado
por su etimología clásica y tan notable en su empleo por la
literatura proto-etnológica durante los siglos XVI y XVII. A él parece
adherirse de manera implícita Viera en determinados pasajes de su
texto, y las características básicas de aquellas poblaciones se ajustan
bien a los rasgos propios de la barbarie. Pero más frecuente y explí-cita
resulta la utilización del término con la dimensión semática des-pectiva
convencional 27. Así, para él, como para la mayor parte de los
historiadores de Indias, por ejemplo, la barbarie es una condición
infrahumana, una forma de comportamiento ferino a la que los pri-mitivos
canarios habrian amoldado algunas facetas de su conducta. Por
ejemplo, los celebrados lances de arrojo de que dan cuenta las cróni-cas
de la conquista le parecen «mérito, a la verdad, común con. los
animales feroces, pero el más brillante que suelen conocer los hom-bres
en su estado de barbarie natural» (NHGC, II,20, el subrayado
es mío), y en este sentido resulta sintomático que exprese su forma
de lanzarse al combate con la metáfora «como bestias feroces»
(NHGC, VII,32) o les califique de «enemigos feroces» (NHGC,
VIII,7), si bien otras incidencias de la conquista le haga precisar que
720 Demetrio Castro Alfín
«la generosidad alternaba en aquellos bárbaros con la fiereza»
(NHGC, IX,6).
La barbarie de los primitivos canarios es, sin embargo, toda una
forma de cultura bien definida y de inequívoco carácter en tanto que
«coetánea de los tiempos heroicos» (NHGC, II,24). En efecto, no hay
duda de que el conjunto de sus formas de vida y pensamiento o prác-ticas
religiosas les sitúa en un estadio quizá ante-histórico, arcaico,
primario, claramente situado en los umbrales de la civilización 28, y
cuya analogía está en el mundo peleohelénico, en la sociedad homérica
cuyo rasgo fundamental sería el patriarcalismo. Una y otra vez reite-ra
en alusiones diversas esta identificación que presenta como con-clusión
irrebatible de un análisis paralelo: «por dondequiera que exa-mináramos
las repúblicas de los guanches, las encontraremos
comparables a las de los patriarcas y héroes» (NHGC, II,12). Y no
hay incertidumbre alguna de qué tiempos y sociedades son aquellos
de los patriarcas y héroes; los usos de la antigua población canaria
se asemejan «a las costumbres simples de los héroes de la Odisea»
(NHGC, II,10); sus gobernantes vivían como «los reyes y principes
que describe Homerox (NHGCJI, 13); sus intercambios eran «como en
tiempo de In guprrn de T r q n » (NHGC, II,12); en i i i ~ o n cn tléti-cos
arrojaban el disco, «como las naciones griegas» y en esos ejerci-cios
«no hicieron más los héroes del sitio de Troya» (NHGC, II,14);
hasta la preparación del gofio era también «propia de los tiempos he-roicos~
(NHGC, II,6). Como no podia ser menos, los usos culinarios
y alimenticios se perfilan como factor de apreciación del grado de ci-vilización;
la simplicidad de los productos e ingredientes y de la pre-paración
de los mismos, incluso la ingestión de la carne casi cruda
pueden tomarse, como se vió, por prácticas saludables, mientras que
la celebrada glotonería, sobre la que acumula testimonios, se convierte
en un rasgo más de identificación con el modelo cultural y, al tiem-po,
de nexo entre él y su condición bárbara: «estos bárbaros eran
voraces, cualidad propia de las naciones que se acercan a los tiem-pos
de los héroes y patriarcas» (NHGC, II,6).
El aprecio por Homero y su obra creció desde comienzos de si-glo
XVIII, raíz de la «querella de los antiguos y los modernos» y de
la traducción de La Iliada y La Odisea por Mme. Dacier (171 1 y
1716); en general, como es sabido, la enseñanza secundaria y en par-ticular
en Francia durante el siglo XVII y primeras décadas del XVIII,
estuvo impreganada de un culto a la Antigüedad que sería el firme
basamento del Neoclasicismo, de forma que cualquier persona culta
habria de tener la historia de Grecia y Roma como referencia y pa-
«Una vida sencilla yfilosóficaica». El primitivismo idealizado en la 'Historia' ... 72 1
trón constante. Particular aplicación al clasicismo tuvo la enseñanza
jesuítica y la ratio studiorum proporcionaba, entre otras cosas, una
excelente formación en ese terreno. No es, pues, sorprendente que
fuera un jesuita como el P. Lafitau quien, con la doble perspectiva
de sus estudios y su experiencia misional, desarrollara la comparación
sistemática de salvajes y antiguos griegos y explicara el mundo de
los unos por comparación de los datos que podia conocer del de los
otros 29. Lafitau pudo así pretender al publicar en 1724 sus Moeurs
des Sauvages ..., haber obtenido un conocimiento mucho más profun-do
y real de las costumbres homéricas que el que pudiera alcanzarse
con el estudio de gabinete. Editado en presentaciones diferentes su
libro tuvo un éxito notable y constituyó, además de un arsenal de datos
del que se valieron multiples tratadistas y no todos honradamente, un
modr!o o un urqurdpo. No parece que esté fuera de !i?gar, a tener de
lo visto, pretender que Viera tuvo ese modelo presente, pero de ser
así se trataría de un esquema general, no de un seguimiento de la te-sis
de fondo de Lafitau, esto es la de que las formas religiosas de la
Antigüedad pagana y de las sociedades primitvas prefiguraban o anun-ciaban
elementos de la revelación cristiana. El sacerdote algo escép-rico
que viera debió de ser podia seguirie, en cambio, en ia versión
minimalista de sus teorías: la existencia de nociones universales so-bre
la divinidad y la necesidad de rendirle culto, y poco más que eso,
si se prescinde de la descripción de ritos, es cuanto concede en su
consideración de las creecias religiosas de los primitivos canarios
(NHGC, 11, 15). No habrian sido éstos los idólatras que algunos habian
pretendido, sino deistas (como tantos en tiempos de Viera), conoce-dores
de la esencia divina y se considera en condiciones de precisar
que si en algunas islas se le rendía culto mediante prácticas de adivi-nación
o propiciatorias, en Tenerife, «los guanches la adoraban filo-sóficamente
». Un adecuado corolario para la «vida sencilla y filosó-fica
» pnr e! rpc~ns@ijid_ya qcp. en tantos aspectos adivina romo
proyección especular de sus propios ideales de organización social y
pautas de conducta.
Demetrio Castro Alfín
1. La fantasía de los hijos espurios de Noé, Crano y Crana, como primeros po-bladores
de Gran Canaria, o del bíblico Gomer, hijo de Japhet, en la Gomera, es pa-ralela
a la del hermano de este último, Tubal, colonizando las riberas del Ebro, y
cnmple an6logo papel: llenar míticamente e! varío de la ignorancia, guardando un
difícil equilibrio entre las enseñanzas bíblicas y la evidencia del carácter poligenésico
de las sociedades humanas, aderezado todo con elementos de pueril orgullo localista.
En cierta medida (aunque con notables diferencias de escala en primer término), el
problema teórico del poblamiento primitivo del Archipiélago resulta durante los si-glos
de la Edad Moderna análogo al del poblamiento de América. Sobre las densas
implicaciones intelectuales de esa cuestión puede verse RUBIÉSJ, .-P.: «Hugo Grotius's
Dissertation on the Origin of the American Peoples and the Use of Comparative
Methods~, Journal of the History of Ideas, vol. 52, núm. 2, AprilIJune 1991; 221-44.
2. Sigo la primera edición de Madrid, 1772-1783, en cuatro volúmenes. Por re-ferirse
siempre al mismo libro 11 (del volúmen 1, 1772; 495 pp.) cito consignando
meramente el número del capítulo correspondiente.
3. Sobre los antecedentes medievales y renacentistas de la cuestión puede verse
RUMEUD E ARMASA, ,: «LOSp roblemas derivados del contacto de razas en los albores
de! Renarimie~te:i, en C~aWerncsd e .Ilstorin, 1, 1967; 61-!G3. JQNSS,w .!?.<:T he
image of the barbarian in Medieval Europe*, en Comparative Studies in Society and
History, 31, 1971; 376-407. Sobre sus derivaciones americanas. PADGENA,. : La caí-da
del hombre natural. El indio americano y los orígenes de In etnología comparati-va.
Alianza, Madrid, 1988.
4. «Hard culrural primivitivism», en oposición al «soft cultural primivitivism*:
LOVESOYA,. 0. and BOAS,G .: A documentary history of Primitivism and Related Ideas
iii Aiiiiqiiiíy, Uakiiiiure, 10:iiii Hupkiíi~V .P. 1935; l!, tb. U-:O.
5. «De los caníbales», en Ensayos [1589]. Cito por la edición de J.G. de Luaces,
Barcelona, 1985; 1,154 y 157.
6. Puede verse al respecto, pese a patentes limitaciones de enfoque e informa-ción,
GONNARDR,.: La Légende du Bon Sauvage. Contribution a L'étude des origines
du socialisme, Librairie de Médicis, Paris, 1946; en especial 40-103.
nUna vida sencilla y filosófica». El primitivismo idealizado en la 'Historia' ... 723
7. «...ma per que110 che si dice, e per quanto si comprende per la Ietrere che
di 1á [dell'lsole Fortunate] vengono, pare che la fortuna di quelle ferre non sia tale,
ch'elle meritono d'esser dete Fortunate. Quella gente si rallegra della solitudine piú
che tutti gli altri uomini, ma gli suoi costumi sono salvaggi e duri, e in tanto simili
a quelle delle bestie, che piú tosto per instinto delle natura, la quale a ció li induce,
che per certa elezione procenta da1 diritto sentimento dell'animo, tu dirai loro
dilettarsi di solitaria vita e disiderosi di andare vagabondi per li deserti, insieme colle
fiere e colli suoi greggin (Cito por la edición de Antonio Ceruti, en Scelta di curiositá
Letterarie da1 seculo xro al x w in Appendice alla colleczione di opere inedite o rare,
Bolonia, 1879, CLXX y CLXXI; el pasaje corresponde a esta última,159-60). El tex-to
de Petrarca no pasaría inadvertido como revela la respuesta de Las Casas (Histo-ria
de las Indias 1,XXI: «no parece que los canarios eran gente tan bestial como habia
dicho el Petrarca», cito por la edición de Agustín Millares Carlo, México, 1951; 118,
donde el pasaje está mal localizado), pues en versiones romances debió de tener am-plia
circulación en España y Portugal el tratadito de De vita solitaria (v. Obras de
Petrarca, ed. de F. Rico, Alfaguara, Madrid, 1978; 345, y G6MEZ MORENOA, ,: Espa-ña
y la Italia de los humanistas. Primeros ecos, Madrid, 1994; 33). De éstas versio-nes
castellanas la más divulgada fue el resumen muy compendiado del licenciado Peña,
Medina del Campo, 1553, donde en el capítulo XXVII del libro segundo traduce de
manera aun más significativa: [en las Islas Fortunatas] <la gente es algo bruta y bes-tial,
tanto que más pensarás que andan perdidos con las bestias y salvajes, que vi-van
como hombres humanos» (cito por la edición moderna de Tratado del clarisimo
orador y poeta F. P. que trata de la excelencia de la vida solitaria, Atlas, Madrid,
1944;121).
8. GOMESE ANESD E AZURARACr, ónica do descobrimento e conquista da Guiné,
edición de Reis Brasil, Publicac6es Europa-America, Lisboa, 1989; 97.
9. Idem, 214, 211.
10. «E todas as mocas virgens hdo eles [os cavaleiros o fidalgos] de romper»
(p. 212); «Todos andan nus, e somente trazem uma forcadura de palmas de colores
de redor (...) e muitos sdo os que as ndo frazem (idem): (sobre la desnudez como
exponente de incultura pueden verse las observaciones de TODOROT~.:, La Conqutte
de I'Amerique. La question de l'autre, Seuil Paris, 1982; 41-42, respecto a la reac-ción
de Colón ante los primeros indios que contempló); «sdo entendidos, empero de
pouca lealdade» (211); «todo ouro e prata, e assim qualquer outro metal, hbo em
desprezo~ (212).
11. «Arndarn nús sem nenhuma coisa, de que ttrn pequena vergonhm. «A maior
parte do tempo despendem em cantar e bailar, porque todo seu vico éfolga sem
trabalho. Em fornízio poem toda sua bem-avenruranca, ca nao ttm ensinanca de lei ... »
(p. 213).
12. Es casi idéntica la manera en que Gómara quiere reflejar el grado de
infrahumanidad que ve en los jaguaces de la Florida y Río de Palmas: «comen ara-n""
1i,-:nnr n..rnn,r rinlnmnnniinrnr 1nnn"t;;"r ,.,,l,,h""" *"?',r +iorrnr -, rnnninnor
"U.,, ,'"",'L6U*> &IíJUI'"II, iU'UIIIUIIyMCJU*, 1U6Ul L L J U O , LMIbYrU*, Y U L V Y , 'lrl l U0 , UU6UJ"I.CY
y cagarrutas». Historia general de las Indias, BAE, t. XXII; 182.
13. Cf. a este respecto el análisis de Padgen, 1988; 124-25, 129, sobre las con-sideraciones
de Vitoria sobre el canibalismo. Introducción general al asunto en HARRIS,
M.: Bueno para comer. Enigmas de alimentación y cultura, Madrid, Alianza, 1989,
esp. 202-230 para el insectivorismo y 264-309 para la antropofagia; en ambos casos
el autor explica esas prácticas alimenticias en función de las oportunidades de obte-ner
otras fuentes de proteinas con un coste razonable, y vincula el declive del cani-
724 Demetrio Castro Alfín
balismo al incremento de excedentes, situación difícil de consolidar en el nivel de
las sociedades de bandas (291-92).
14. La misma posición se encuentra en los historiadores generales del período
-Barnáldez, Pulgar-, y dio cuenta de ella MARAVALJL.A, .: «Utopía y primitivismo
en el pensamiento de Las Casas», en Revista de Occidente, núm. 141, diciembre 1974
(también en Utopía y reformismo en la España de los Austrias, Siglo XXI, Madrid,
1982, el punto concreto en pp. 157-58).
15. Hay una extensa bibliografía sobre esta cuestión, de la que bastará con citar
un par de clásicos: DUCHETM, .: Anthropologie et Histoire au siecle des Lumieres,
Maspero, Paris, 1971 (hay edición en castellano, Siglo XXI, México, 1975), y
MORAVIAS.,: La scienza dell'huomo nel Settecento, Laterza, Bari, 1970.
16. La cuestión encierra más complejidad de la que resulta posible hacerse car-go
ahora: hacia 1800, L.-F. Jauffret (1770-1850) discutía la hipótesis de que los pue-blos
de vida elemental y escasas cualidades intelectuales que se encontraban en to-dos
los continentes excepto Europa, fuesen no tanto vestigios de un estadio común
de toda la humanidad, sino representantes de una sola raza, la mongola, arrinconados
por grupos más capaces. Se trataría, así, no del primer estadio, sino del resultado de
la degeneración, y en esas ideas se perciben ya con toda claridad los fundamentos
del racismo moderno (cf. JAUFFRET«,S obre el estado de naturalezas, en BILBAOC, .
(ed): La ciencia del hombre en el siglo XVIII, Centro Editor de América Latina, Bue-nos
Aires, 1978; 45-55).
17. Sobre de Pauw y sus ideas en relación con los indios americanos, v. QUESA-DA,
C.: «Histoire hypothétique et ideologie anti-indienne au xviii'. sikcle (2". partie)»,
en AA.VV.: Études sur l'impact culturel du Nouueau Monde, L'Harmattan, Paris, 1982;
97-109.
18. Subraya ese irracionalismo Padgen, 1988; 263-64, 270.
19. FERGUSONA,. : Un ensayo sobre la historia de la sociedad civil, Instituto de
Estudios Políticos, Madrid, 1974; 97.
20. Así presenta «aquellas tropas de inocentes isleños velando sobre sus reba-ños
» haciendo gala de la mayor pericia pastoril y, además, «tocando sus flautas de
caña o panderos de drago aforrados de pieles, cantando sus amores sus ausencias,
sus celos y las hazañas de sus predecesores* (NHGC, II,13).
21. La servidumbre respecto a los textos precedentes es en estos pasajes muy
notable: Espinosa se refire a los ejercicios atléticos y la preparación universal y cons-tante
para la guerra (I,5). Sus noticias sobre la momia de un gigante, sobrino del
mencey de Güimar muerto en guerra con los de Tegueste, visible en una cueva de
Guadarnojete, viene precedida de la advertencia de que no detalla lo relativo a otros
individuos de increibles proporciones «porque no parezca cosa fabulosa lo que se
refiere dellos» (I,6). (Cito por la edición de CIORANESCAU,:, Historia de Nuestra
Señora de Candelaria, Goya Ediciones, Santa Cruz de Tenerife, 1980; 36).
22. «C'est notre industrie qui nos 6te la force et l'agilité que la nécessite I'oblige
[g !'hemme suuvge] d'ucyuérir. S'i! zvzit hUPlhe, p=ig'ie? r9i%i?:ait-i! de Si
fortes branches? S'il avait eu une fronde, lancerait-il de la main une pierre avec tant
de roideur? .....» . ROUSSEAUJ,. -J.: Discours sur 1' origine et les fondaments de
l'inegalitéparmi les hotnmes, en Oeuvres Complétes, Ed. Seuil, Paris, 1971; 11, 213.
23. Eran, como explicaba Viera, «hombres felices y robustos que conservaban
la vida hasta la más larga senectud con muy poco arte de cocina* (NHGC, II,6).
24. En la dicotomía estado de naturaleza-instituciones y normas positivas hay
autores que se inclinan por el segundo elemento, incluso Morelly, en su Code de la
«Una vida sencilla y filosófica». El primitivismo idealizado en la 'Historia' ... 725
Nature, ou le véritable esprit de ses lois, de tour temps négligé ou méconnu, 1755,
desarrolla un esquema legislativo para la restauración del orden natural (vide Goo-
NARD, R.: La Légende ..., 1946; 86 y Ch. Rihs, Les Philosophes utopistes.Le mythe
de la cité communautaire en France au xvn~'. siecle, Marcel Rivikre, Paris, 1970;
174-78).
25. La que tendría sus causas en das pretensiones a la corona, las revolucio-nes
de los vasallos mal contentos. los celos y resentimientos de capricho de algunos
reyezuelos* (NHGC, II,20).
26. «Les peuples sauvages (...) sont de petites nations dispersées (...) les barbares
son1 ordinairement de petites nations qui peuvent se réunir (...). Les premiers sont
ordinairement des peuples chasseaurs; les seconds. des peuples pasteursn (citado por
la edición de Seuil, Oeuvres Completes, Paris, 1964;634). El salvajismo es una fase
anárquica e individualista, la barbarie una fase de organización en torno la prestigio
de un jefe o cabecilla con la fuerza como norma (Cf. FERGUSONU: n ensayo.., ed.
1974; 154, también 125). Mientras el texto de Montesquieu era sin duda alguna co-nocido
por Viera no hay ninguna certeza de que, pese a su éxito, al redactar su His-toria
conociera el de Ferguson, publicado en 1767 y reimpreso varias veces en los
años siguientes.
27. La amplitud del campo semántica de «bárbaro» está aqui ceñida a su acep-ción
primaria, centrada en su vinculación con el primitivismo. No hay duda de que
en el léxico de Viera y en otros textos el término puede tener toda su gama de signi-ficados.
Por ejemplo, en'su elogio de Alonso Tostado, de 1782, parodia la argumen-tación
torpemente ilustrada y racionalista hablando de d a barbarie de aquellos tiem-pos
de ignorancia», es decir, el siglo XV. VIERAJ,. : Elogio de don Alonso Tostado,
obispo de Avila en Obras escogidas de Filósofos, BAE, tomo LXV; 141. El Diccio-nario
de autoridades prefiere como primeras y principales acepciones de «Bárbaro»,
«inculto, grosero, lleno de ignorancia y rudeza, tosco»; y sólo en último término «sal-vaje
», que, a su vez, explica como «hombre que vive o se ha criado en los bosques,
o selvas entre las fieras y brutos , o enteramente desnudo, u vestido de algunas pie-les,
de horroroso semblante, con barbas y cabellos Largos e hirsutos...».
28. «El estado de los antiguos canarios era la verdadera juventud de la especie
humana* (NHGC, VII,49).
29. La relación entre primitivos coetáneos y Antigüedad habia sido ya avanzada
a comienzos de siglo en escritos que no tuvieron ni el alcance ni la construcción sis-temática
que Lafitau les daría veinte años después (cf. PINARDD E LA BOULLAYHE.,:
El estudio comparado de las Religiones. Ensayo crítico, Razón y Fe, Madrid, 1940;
1,194n).