ECONOMÍA
= 7 Y
COMERCIO
EL COMERCIO COLONIAL Y LA ECONOMÍA
METROPOLITANA: UNA RECAPITULACI~N Y ALGUNAS
CONSIDERACIONES SOBRE ÉXITOS Y FRACASOS
Hace tan solo unos meses el hispanista D. R. Ringrose ha publicado
un libro titulado España, 1700-1900: el mito del fracaso (Madrid, 1996),
cuyo objetivo primordial podría decirse, generalizando, que es cuestio-nar
la forma en que los españoles hemos percibido distintos aspectos de
nuestra historia más reciente. Afinando algo más, de lo que se trata es,
al parecer, de contrarrestar esa tan extendida, hi~torio~ráficamentael
menos, autopercepción negativa de España como un país que perdió su
oportunidad histórica de unirse al resto de la Europa occidental en
su progreso hacia la modernización económica, social y política. Utilizan-do
sus propias palabras correremos menos riesgos de tergiversar su inten-ción;
afirma textualmente que «la meta de este libro es explotar el pre-sente
debate historiográfico que está teniendo lugar actualmente en
España con la finalidad de examinar de nuevo la relación mutua a largo
plazo de la vida económica, la sociedad y las instituciones españolas
durante los siglos XVIII y XIX (ya que) nuestra cambiante perspectiva his-tórica
e historiográfica acerca del pasado español ha abierto la posibili-dad
de una revalorización de algunas presuposiciones habituales)) '. En-tre
las situaciones que constituyen motivo de reflexión al respecto, como
e::: de esperur, se inr!uyen !as rr!ucinne~ ten P,mPr;.ci y en nlanten- r-------
miento aparece un párrafo, como el que reproduciré de inmediato, cuyo
contenido me pareció sumamente sugestivo a la hora de redactar esta
ponencia que debo presentar aquí acerca de la trayectoria del comercio
colonial español y su desembocadura metropolitana. El párrafo en cues-tión
dice así: «El aura de la oportunidad perdida ha influido largo tiem-po
en !as desciipciones acerca de c51m Espufiu uti!izS e! enome cuu-da1
de metal precioso procedente de América que comenzó a llegar en
el siglo XVI. Ciertamente, este fracaso aparece a veces como el primer
1 0 Antonio García-Baquero Go~izúlei
acto de una serie de errores casi voluntarios o inevitables y en virtud
de los cuales España ... que había adquirido una inmensa riqueza de
América, fracasó a la hora de enriquecerse durante el siglo XVII o
de situarse en el camino que conducía al crecimiento económico» 2. Debe
entenderse que Ringrose no cree confiadamente en que esta percepción
de lo que denomina «el fracaso de la revolución comercial en España»
(al igual que la de los «fracaso» de la revolución agrícola o de la revo-lución
industrial) sea impoluta y de indiscutible veracidad; por el con-trario,
sugiere que «la necesidad insistente de explicar el fracaso indica
el grado hasta el cual la historiografía española se ve permeada por el
razonamiento teleológico» y que «una asunción inicial y casi automáti-ca
del fracaso económico ha llevado a muchos eruditos a formular sus m
análisis de manera que dan por seguro el fracaso» 3.
S Partiendo de este enunciado, cualquier historiador del comercio co- O
lonial español y de sus impactos puede sentirse aludido y, con honesti- -S
dad, impulsado a una reflexión sobre la probabilidad de que, efectiva- ó"
S mente, esté él incluido en este grupo de pesimistas que, de una u otra I
2 manera, se han sentido tentados a enfrentarse con la Carrera de Indias 1
esgrimiendo el convencimiento previo de hacerlo con un parámetro de- -
cisivo en el atraso histórico español y cuyo objetivo más explícito, por 5
Y
tanto, no podía ser otro que el de disecar tal error y esclarecer las cade- Sn=
nas causales de semejante fracaso anunciado. En un cierto sentido debo m 1
confesar que esta propuesta me ha afectado y que me ha parecido, por O
ello, que podía ser útil reflexionarla con algún rigor, aprovechando la g
oportunidad que tan generosamente me ha brindado la Casa de Colón d
E en este coloquio. A mayor abundamiento, la comezón se intensifica -
a
cuando, justamente, en la introducción a su libro Relaciones económi- 4
d
cas entre EspaRa y América hasta la Independencia (Madrid, 1992), J. R. 8
Fisher nos dice que la interpretación más tradicional de esas relaciones 5
se puede resumir en tan solo unas pocas frases, a saber: primera, que el O
motivo principal de la expansión imperial española fue el ansia del oro
y que el sistema comercial creado en el siglo XVI tuvo como objetivo
primordial proteger los cargamentos de dicho metal: segunda. que esa
obsesión oficial por el metal precioso americano fue causa de la infla-ción
y decadencia industrial de la península; tercera, que hasta la déca-da
de los años sesenta del siglo XVIII no se trató de remodelar ese sis-tema
y que si bien las reformas introducidas estimularon un rápido
crecimiento económico, sus resultados, sin embargo, se vieron minados
por la participación de E~pañaa~ partir de 1796, en L i n largo ciclo de
guerras internacionales que culminaron con las de independencia en las
propias colonias 4. Disculparán la longitud de la referencia por su abso-
El comercio colonia[ y la economía metropolitana ... 11
luta funcionalidad, ya que, no en vano, acabamos de obtener, en tan solo
diez líneas, un diseño sumamente limpio y eficaz del núcleo de la tesis
de la que Ringrose desconfía y a la que cuestiona y plantea como pro-blema.
A horcajadas entre la cita de Ringrose y la de Fisher debería yo
desarrollar, con alguna utilidad, esta ponencia.
l. UNA MATIZACIÓN TERMINOL~GICA Y CONCEPTUAL
El primer punto de la reflexión va a proponer matizar el concepto
mismo que subyace en el fondo de ambas posiciones y que no es otro
que el de fracaso. A1 respecto, la primera idea sencilla que se me ocu-rre
es si dicho concepto obtiene definiciones distintas cuando se plantea
a nive! es!ri'rti'ral y cuando lo hace a nivel coyuntural. Aplicado a nues-tro
tema ello quiere decir si es posible plantearse el fracaso de una re-lación
colonial como un fracaso al margen del tiempo- histórico y en
conexión, a cambio, con disfunciones evidentes de parámetros estructu-rales
(que seguirían siendo disfunciones en cualquier circunstancia tem-poral)
o, por el contrario, si todo intento de definición de un tal fracaso
debe iimpiesciiidible~i~eiiisee i constmido en rdaci6íi coíi e! zia:er co-yuntural
de épocas específicas. Una segunda aproximación debería te-ner
en cuenta si vamos a aplicar el concepto de fracaso, obtenido de las
dos precisiones anteriores, cualquiera que haya sido tal definición, a un
diseño radicalmente económico, radicalmente político o, como tercera
opción, globalizador de algo que pudiéramos llamar el «crecimiento y
desarrollo histórico de España». Como bien se ve semejante proyecto
desborda considerablemente no solo el tiempo sino, con toda probabili-dad,
la pertinencia y propiedad de la ocasión e incluso la capacidad de
quien, lo propone. Con todo, no podremos evitar unas consideraciones
al respecto, siquiera sean rápidas y superficiales. Con relación al primer
par de cuestiones parece prudente asumir alguna otra'colateral. Me re-riero,
concretamente, a que para hablar de un fracaso estructural debe-remos
al menos tener presente cual es el paradigma o el modelo del que
pueda diagnosticarse tal fracaso. A su vez, es bastante razonable acep-tar
que, como mínimo, hay que tener en cuenta lo que nosotros pode-mos
entender como tal modelo (en este caso el de una relación colo-fii~!)
y !O ~ I 1Pnc 2 r t n r ~ cy gryp_ctps & tl! r&&Sfi ~efi~i&r&&fCi I ~ Q
7"" '""
dicho modelo. Al mismo tiempo parece igualmente razonable plantear-se
si, en ambos casos, se han producido, con el paso del tiempo, cam-bios
en la percepción de tales modelos y sus avatares. Dicho con toda
sencillez el problema sería, por lo visto, establecer que si algo fracasa
12 Antonio García-Baquero González
deberá hacerlo respecto a un opuesto modelo de éxito que tendería, a
su vez, a identificarse, precisamente, con lo que protagonistas e histo-riadores
hayan decidido, en sus respectivos tiempos, que constituye el
objetivo y el diseño de relaciones, si no perfectas, al menos, mayo-ritariamente,
funcionales, útiles o imprescindibles. Para salir de seme-jantes
pequeños laberintos propongo que empecemos por suponer que
el fracaso alude a la ineficacia estructural del sistema de relaciones y
que dicha ineficacia puede medirse en función de un paradigma eficaz
(modelo de éxito). Comenzaremos entonces por este último por razones
de facilidad. ¿Cual podríamos considerar como tal modelo, eficaz, y en
tanto tal piedra de toque de cualquier sistema sometido a disección? La
primera consideración que se me ocurre es que para el Antiguo Régi-men
el modelo del éxito de las relaciones económicas con los temto-rios
incorporados en Ultramar podría venir establecido por el diseño del
denominado pacto colonial. La ventaja de este planteamiento es que nos
ahorra una complicada aproximación a las redes de las mentalidades y
argumentos ideológicos que, obligatoriamente, subyacen en el intento de
precisar qué se suponía que estaban haciendo descubridores, conquista-dores,
funcionarios (del trono y del altar), encomenderos, comerciantes
y, en general, el conj'intn be los imp!irados en !as o!acinnes crin Amé-rica.
Ello es así, creo, porque, la definición del pacto colonial se limita
a establecer unos parámetros eficaces de fácil medida y unos objetivos
pragmáticos cuantificables y, desde esos puntos, al menos, resulta sen-cillo
analizar si se cumplieron o no. Desde luego eso supone prescindir,
por ahora, del modelo que los protagonistas pudiesen tener en su cabe-za
y comparar, linealmente, lo que sabemos de las relaciones coloniales
españolas con lo que el pacto colonial explicaba que había que hacer.
Simultáneamente, este tipo de aproximación dispone de una dificultad
adherida que sería determinar si algo que pudiésemos entender como una
definición del pacto colonial estuvo presente siempre y desde el princi-pio
en las relaciones con América (para que estas pudiesen «comparar-se
» con dicho ideal) o desde cuando podemos considerar que, de una
forma razonablemente eficaz, tal definición constituye la síntesis explí-cita
de medios y objetivos al respecto. En efecto, parece una dificultad
previsible utilizar el diseño del pacto colonial como referencia para
definir el éxito o el fracaso de las relaciones con América a lo largo de
todo el siglo XVI, si mantuviésemos que la vigencia de lo que hemos
llamado el pacto colonial no se clarifica en su totalidad y pormenor hasta
el siglo XVII. En mi opinión y al respecto no podemos ignorar que el
fundamento jurídico e incluso ético que subyacerá después en los tér-minos
de dicho pacto es muy anterior y que, en los juristas y teólogos
~1 comercio colonial y [a economía metropolitana ... 13
españoles de la segunda mitad del siglo XVI, aparece ya muy claramen-te
enunciado el derecho (incompatible con el de cualquier otra nación)
al usufructo exclusivo de los nuevos territorios. Por eso y con las pre-sumibles
precauciones, me parece que no seria un dislate utilizar los
parámetros de dicho pacto para juzgar el éxito o fracaso del sistema
incluso para el siglo XVI. Desde luego sé muy bien el campo minado
de debate conceptual que puede abrirse al respecto y sobre el que no
hace mucho yo mismo escribí algo que me permito recordar ahora. En
efecto, en mi libro La Carrera de Indias, Suma de la Contratación y
Océano de negocios (Sevilla, 19921, señalé expresamente que si bien en
nuestro país terminó prevaleciendo la teoría del pacto colonial, en los
términos puros y duros en que fue definida en el siglo XVII, no siempre
hubo una concepción tan rigurosa de las relaciones de dependencia eco-nómica
entre metrópoli y colonias. Dije textualmente: «en el transcurso
de los siglos xvr y xvi! y en la medida, claro esta, que !z cé!ehre
Recopilación de las Leyes de los Reinos de Indias pueda considerarse
un reflejo fiel de la filosofía del derecho español de la época cara a los
asuntos de Indias, se podría afirmar que en España no existió un con-cepto
muy definido ni determinado de las nociones de metrópoli y co-lonias.
Más aún, por lo que se desprende de esta colección legislativa,
al igual que de la Política Indiana de J . de Solorzano, a lo largo de esta
época Castilla y sus Indias parecen definirse, más que como una metró-poli
y unas colonias, como dos reinos desiguales de un mismo sobera-no
entre los que existía una relación de jerarquía» Bien es verdad que
una cosa es predicar y otra dar trigo, de modo que mientras se puede
transparentar en las disposiciones digamos políticoinstitucionales una
«voluntad» de «reinos» o «provincias» aglutinadas, nadie habrá olvida-do
que, simultáneamente y en el terreno económico, se están produciendo
disposiciones concretas y pertinentes del más puro estilo de relaciones
duras metrópolicolonias, como las que prohibían la plantación de viñas
y olivares o el establecimiento de «obrajes» en aquellos territorios 6. Pero,
aún así, la «indefinición» es lo que, en realidad, percibimos con mayor
ciariciad, ya que como señalara C. H. Haring, a lo largo de esos dos
siglos esta política de «coerción» no llegó a alcanzar esos dineamien-tos
definidos que uno atribuye a las ideas mercantilistas de la época ...
el gobierno oponía trabas al desarrollo de las industrias americanas para
favorecer las de la metrópoli, pero las medidas adoptadas eran versátiles
y arbitrarias, y a menudo de poco efecto» '. Cuestión distinta y de me-nos
peso argumenta1 me parece, en cambio, la planteada por algunos
especialistas al sugerir que el modelo del pacto colonial no se adecua
al utilizado por España en sus relaciones con América, fundándose,
14 Antonio Gurcírr-Baquero González
únicamente, en la desproporci6n absoluta manifestada por los metales
preciosos en las importaciones respecto a las materias primas, ya que
entienden que es precisamente la explotación y comercialización de es-tas
últimas las que caracterizarían una técnica de pacto colonial aplica-da
a territorios anexionados. Es decir, que España se apartaría de este
modelo teórico (no lo olvidemos, el del «éxito») en la medida que <<aban-donó
» la posibilidad del negocio a que las materias primas podían y
debían dar lugar (procesándolas en sus propias fábricas o reexportándolas
a otros países) para conformarse «sólo» con la apropiación de los me-tales
preciosos. En mi opinión, sin embargo, tal argumentación no re-sulta
tan decisiva como parece si recordamos, sin ir más lejos, que el
metal precioso puede considerarse, sin distorsión argumental, como una
materia prima sui géneris que iba a ser introducida en forma de mone- m
0"
da en el mercado nacional y en el europeo. Por otra parte parece tam- E
bién una ingenuidad de buen calibre atenerse a una literalidad engaño- O -
sa. En efecto, lo sustancial en el pacto colonial es lo que podríamos -- m
llamar la teoría de la depredación (si se me permite una nomenclatura O
E
algo radical pero eficaz, para entendernos) y el primer producto a de- E
2
predar en la época (y espero ahora que no tengamos que extendernos -E
en una crítica minuciosa de la teoría del bullonismo) es, con toda evi- 3
dencia, el metal precioso. Me atrevería incluso a sugerir que la apro- -
piación y comercialización de las materias primas alcanza su primer y -
0
m
mayor sentido justamente en la medida en que no existen metales pre- E
ciosos que secuestrar, explotar, expoliar o como quieran que llamemos O
6
al proceso de trasvase colonial. Lo lógico sería poder responder ahora a n
la pregunta de si el pacto colonial fue considerado, en las relaciones -E
a con América, como un verdadero «metro de éxito» (es decir, de efica- l
cia y «corrección»); el resultado es que, como acabamos de ver, podría- n
n mos llegar a la conclusión de que si pero no. Es decir, que no declara-damente,
en la medida que podría desprenderse de la literatura O3
jurídicoadministrativa y que sí, en cambio, si atendemos al trasfondo
pragmático de dichas leyes. Partiendo, pues, definitivamente, de estas
preniisas, razoñabies, esiamus ya en dispoSiciSii de retomar el primer
par dialéctico que proponíamos, es decir, si el concepto de fracaso debe
definirse como estructural o como coyuntural. En realidad es evidente
que debe entenderse en ambas direcciones.
Por una parte parece claro que tiene que ser aceptado un cierto ca-rácter
estructural y no cualquiera sino incluso preponderante; el concepto
de fracaso y de exito soio puede hacerse inteiigibie estabieciendo mo-delos
y comparándolos. El éxito de un conjunto de actividades progra-madas
no puede entenderse como una sucesión narrada de datos positi-
~1 comercio colonial y la economía metropolitana ... 15
vos, »organizados» por el azar o la simple secuencia. Las relaciones con
América no fueron una cadena de cosas concretas y pintorescas que
pasaron, que tenían al mar y al navío como escenario y a los comer-ciantes
como marionetas del destino. Muy al contrario, existía un dise-ño
político que establecía unos objetivos y unos medios para obtenerlos
y precisaba (hasta donde la época daba de sí) la tela de araña jurídica,
institucional y hasta moral en la que envolverlos. A esto se llama, con
mayor o menor rigor terminológico, un modelo y todo modelo es una
construcción estructural. Por otra parte, evidentemente, durante mucho
tiempo no parece haber existido una conciencia clara en los «actores-gerentes
» del descubrimiento-conquista-explotación de que tal sistema o
modelo neto, cuyos componentes y sus relaciones pudiesen ser analiza-dos
con toda limpieza, fuese una referencia imprescindible; la existen-cia
de tal modelo es el resultado de una progresiva toma de conciencia, p--u.l. .p."aAiL,. r; UA-G "~.."u u-,.*s,.---m. vaiipuiaLi -ic-u-s-, uA-c1i ~-,.u-:.i--i*jAu i i ~u2u-c il,d.- s I--Gl..I-~: L-I -U-I-I ~~-S- L-U- LI IU-micas
(más visiblemente pero también de otros tipos) con América y sus
consecuencias, y solo fue abriéndose paso a lo largo del tiempo. Esto
es ya, por cierto, coyuntural. De este modo, si no existió un modelo neto
que estableciese con toda claridad en qué consistía lo que se estaba
haciendo, mal puede haber existido una conciencia de fallo respecto a
otro mocieio neto que füera ei «correcto». Cxito yio fracaso serán, pues,
conceptos difusos, de percepción más intuitiva que racionalizada y, en
todo caso, coyuntural, en la medida que va construyéndose al paso del
avatar histórico.
Esto nos lleva de inmediato a abordar el otro panorama, dialéctico
o simplemente vidrioso, al que aludimos con anterioridad, a saber: si
hablamos de éxitos o fracasos estrictamente políticos, estrictamente eco-nómicos
o de alguna otra calificación respecto a materias tan difusas
como el desarrollo de la monarquía española o cosas así. Tal dialéctica,
plausible, me parece, en primer lugar, más propia de nuestra percepción
especializada que de la de los gerentespacientes de la situación, diga-mos
colonial, en su momento. Quiero decir que para mi no es nada
dudoso que los teóricos del siglo XVI y, en cierta medida, los del XVII
(el XVIII es otra cuestión) no tuvieron una percepción separada de que
lo político y lo económico (incluso añadiendo otros parámetros como el
religiosomoral, por ejemplo) fuesen parcelas distintas y netas de la vida
nacional. Creo, por el contrario, que enfrentaron la cosa como un con-tinuo
sin solución de fronteras fácticas ni de otras conceptiiale- La
Monarquía lo abarcaba todo y este todo incluía acciones específicas de
organización interior, tanto como diseños de presencia internacional y,
todo ello, bien adobado con los fundamentos morales respecto a qué
16 Antonio García-Baquero González
fuese un colectivo de súbditos, qué una cúspide dirigente y qué un con-junto
de avatares digamos políticovitales. Todos sabemos, tras el ya clá-sico
y esclarecedor análisis del maestro Vilar, que la teoría económica
de los «primitivos españoles» tiene un motor de inquietud moral lo
tiene en el doble sentido de la posibilidad de estar asistiendo a un pié-lago
de pecados probables o ciertos y también al desarrollo de un cier-to
estilo de vida cada vez más alejado de criterios sólidos respecto al
valor moral del trabajo y del enriquecimiento, amen de las reglas del
juego de las relaciones sociales que afectaban a tales campos. Somos
nosotros, en última instancia, como analistas, los que podemos propo-ner
una distinción entre fracaso político, económico o de cualquier otro
tipo. Los que hemos llamado «gerentes» de la situación (agentes y pa-cientes)
en el mejor de los casos podían percibir un fracaso general del
todo «nacional», es decir, la percepción de un fracaso políticovital, de
!a m~n-rqiiiznaciin.
En resumen tenemos: que el concepto de fracaso debe referirse a
perspectivas estructurales y coyunturales; las primeras porque necesita-mos
conjuntos comparables (lo que se hace y lo que debería hacerse para
tener éxito), las segundas, porque la presencia de América y su circuns-tancia
necesitó tiempo para irse convirtiendo en algo conjuntado; en
segundo lugar que fracaso, semifracaso o éxito no fueron percibidos por
los «gerentes» de la situación como realidades específicas, políticas,
económicas o de cualquier otro tipo, sino como lo que hace y le pasa a
la Monarquía (que es lo mismo que decir a todos); en tercer lugar que
aunque en los siglos XVI y parte del XVII no existió el pacto colonial
como un modelo neto y paladínarnente declarado, con el que comparar-se,
se percibe una dualidad significativa entre lo que se dice que se hace
(y probablemente, incluso, quiere hacerse) y el resultado duro e impla-cable
de lo que se está haciendo, cuyo parecido con aquel modelo, cuan-do
se propuso con claridad, es innegable. Resueltos (es un decir) los
primeros problemas conceptuales que encontramos sobre qué quería decir
fracaso, con sus adherencias pertinentes, debemos retomar ahora el se-gundo
problema básico que píanteamos en ia introducción: si ei concepto
debía analizarse desde los entendimientos de sus protagonistas o desde
los nuestros. No creo que existan muchas dudas de que lo pertinente será
ocuparnos de ambas visiones no solo porque el sentido común así lo
exige sino porque nuestra visión no puede dejar de tener en cuenta la
de quienes, de una forma u otra, tenían entre sus manos las experjen-cias
directas del fenómeno.
El comercio colonial y /a economía metropolitana,.. 17
Vamos, pues, en primer lugar, a adentramos en los propios testimo-nios
de la época para constatar este carácter de indeterminación que
acabamos de anunciar respecto a la percepción «metropolitana» del fe-nómeno
americano y también de las tramas del diagnóstico de los pro-tagonistas.
En una perspectiva de intelegibilidad muy amplia el trabajo
del prof. J. H. Elliott El viejo mundo y el nuevo, 1492-1650 (Madrid,
1972) me dispensa de retomar lo que sin duda constituiría una cierta
digresión voluminosa de lo que sería hoy nuestro horizonte específico.
De este modo iré a los textos pero procurando utilizar estrictamente
aquellos que resulten más adecuados a la multiforme relación éxito-fra-caso
que pudo ser percibida por los contemporáneos. Resultará enton-ces,
como enseguida tendremos ocasión de comprobar, que la selección
puede dar la impresión de ser tendenciosamente pesimista; en realidad
se trata, en cierta manera, de un cuasi equívoco, porque si bien es ver-dad
que nos vamos a concentrar en las quejas, ellas no deben hacemos
olvidar que su presencia se debe, precisamente, a un punto de partida
absolutamente triunfalista y por lo tanto a una identificación (que no
debía dejar lugar a dudas) entre el descubrimiento, la conquista y sus
resultados económicos como un conjunto de éxitos indiscutibles.
Precisamente la, en cierto sentido, confusa toma de conciencia de que
algo iba mal (sumamente lúcida desde otra perspectiva) es la prueba de
que, al menos, inicialmente, se dio por sentado que nada podría ir mal,
porque ni la grandeza de la empresa ni sus parámetros de expansionismo
misionero (o simplemente trascendental, si les parece mejor este térmi-no)
ni la magnitud de los tesoros en la desembocadura sevillana, po-dían
provocar, a primera vista, la presencia de efectos no deseados ni
deseables. Y es por eso por lo que la amargura de las primeras com-probaciones
de que se estaban produciendo algún tipo de agrietamien-tos
de tanta felicidad y tan desmesurada eficacia, resulta, al mismo tiem-po,
confirmación de un referente de éxito (que, con cierta sorpresa, se
percibe ahora como equívoco) y una constatación de «fracaso»$ (más bien
experimental e incómodo, no muy claramente presentado como definiti-vo)
bien que pueda aplicarse a este último un diferente valor porcentual
en el sentido de si se considera todo fracasado o algunas cosas fracasa-das.
También será sumamente indicativo el saber si los distintos por-centajes
de fracaso se predican de la naturaleza intrínseca de las rela-ciones
con América [es decir, perteneciente a la naturaleza de esas cosas)
o, por el contrario, si se hace responsable a malos usos políticos de un
sistema, bueno en sí mismo o, cuando menos, neutro.
18 Antonio García-Baquero González
Si hemos de atenernos a la estricta cronología de los textos, el prime-ro
que percibió la presencia de «daños» en la irresistible ventaja, aparen-te,
de la abundancia del metal precioso americano, fue el doctor Martín de
Azpilcueta, quien en su Comentario resolutorio de cambios (Salamanca,
1556), no solo establece, sólidamente, la relación existente entre abundan-cia
de moneda y aumento de los precios sino que, doce años antes que
Bodin, vincula este último fenómeno con el descubrimiento de América:
«...en Francia, do ay menos dinero que en España, valen me-nos
el pan, vino, paños, manos y trabajos; y aun en España, al
tiempo que avía menos dinero, por mucho menos se davan las
cosas vendibles, las manos y trabajos de los hombres que después
que las Indias descubiertas la cubrieron de oro y plata. La causa
de lo qual es, que el dinero vale menos donde y quando ay falta
del, que donde, y quando, ay abundancia» '.
Recordemos que cuando Azpilcueta escribe, los precios de los pro-ductos
castellanos estaban aumentando más rápidamente que los de los
otros países, con los que, además, nuestra balanza comercial era cada
vez más desfavorable. Pero, salvo error por mi parte, creo que su diag-nostico
establece que los daños que se perciben atañen a la naturaleza
misma de «lo sucedido», de tal manera que retomando nuestro sistema
bipolar éxitofracaso, su teoría sería de doble filo. En efecto, en una
interpretación radical, podría estar negando la posibilidad misma de que
cualquier sistema de relación con América que implicase la llegada de
los tesoros pudiera considerarse un «éxito», en la medida en que su sola
presencia exige el fracaso relativo de la inflación; pero también podría
leerse que el éxito genérico que supone la llegada de estos metales pre-ciosos
ha puesto de manifiesto fracasos sectoriales (la relación abundan-cia-
inflación) que deben ser corregidos pero que no afectaban al siste-ma
mismo. Dos años después y justo a raíz de producirse la mayor crisis
financiera del siglo, el consejero real y contador de Burgos Luis de Ortiz
escribe su famoso Memorial, dirigido a Felipe 11, en el que arranca tam-bién
del comentario sobre el alza de los precios que, como vemos, fue
la fiebre que puso en guardia a los analistas de la época sobre la posi-bilidad
insistente del daño inherente al exceso de oro y plata. En su
opinión, la razón de la existencia de tales desarreglos radicaba en que
los españoles, mal acostumbrados a la reciente facilidad y abundancia
de! meta! precioso americano, habían renunciado a la producción de ma-nufacturas,
entregándose, inermes, en manos de la actividad productiva
extranjera y convirtiéndonos así en «las Indias del extranjero»:
El comercio colonial y la economía metropolitana ...
«...es causa no solo de llebarnos el dinero, mas de que en es-tos
Reynos balgan las cosas tan caras por bivir por manos ajenas,
que es berguenca y grandisima lastima ber, y muy peor lo que
burlan los extranjeros de nuestra nación, que cierto en esto y en
otras cosas nos tratan peor que a yndios) lo.
En este catálogo particular que venimos haciendo, sobre la sensa-ción
de éxito o fracaso que tales textos puedan transmitir, parece claro
que Ortiz amplía considerablemente el horizonte de «fracaso»: ya no es
sólo el que podría suponer la inflación, sino otro mucho más amargo,
el de la inferioridad relativa, de la economía y del prestigio político, res-pecto
a un segundo nivel de colonización, el de los «extranjeros»; y
también parece claro que empieza a introducir responsabilidades de los
españ"ies, ya. es a y a ia riaiui.eza riiisiiia de las reiaci"-
nes con América, a quienes parece culpar de su pesimismo analista:
«...y al día de oy es tan grande la olgura y perdición de Espa-ña,
que qualquier persona de qualquier estado o condición que sea,
no save otro of i~ion i negocio sino yr a Salamanca o la guerra de
Ytalia, o a las Yndias, o ser escribano y procurador; y todo en
daño de la rrepública* ".
El tercer testimonio a utilizar nos lo proporciona Tomás de Merca-do,
en su Suma de tratos y contratos (Salamanca, 1569). Fiel a la doc-trina
escolástica, para Mercado los metales carecen de valor en si mis-mos
y solo cuentan por su utilidad y la necesidad en que se les tiene;
en esta línea establece una clara distinción entre el valor nominal del
dinero y lo que denomina «estimación de la moneda» (es decir, su po-der,
adquisitivo), entendiendo por ello que, según los lugares y tiempos,
la «reputación» del dinero varía:
«...en Indias vale el dinero lo mismo que acá ... Más aunque el
valor y precio es el mismo, la estima es muy diferente entrambas
partes, que en mucho menos se estima en Indias que en España ...
Tras las Indias, do en menos se tiene es en Sevilla, como ciudad
que recibe en sí todo lo bueno que hay allá: luego las demás par-tes
de España. Estimase mucho menos en Flandes, en Roma, en
Alemania, en Inglaterra» 12.
El fraile sevillano señala, asimismo, cual es el efecto de daño real
que la abundancia del oro y la plata americanos produce no sólo en los
20 Antonio García-Baquero González
tratos específicos del comercio de la Carrera sino también en el resto
de las conductas económicas, a las que distorsiona y desordena con grave
perjuicio del común de las gentes:
«Que yo vi valer en Granada los terciopelos a veinte y ocho y
a veinte nueve reales, e ir un necio de gradas y darse a mercar
y atravesar tan indiscretamente para la carga de una carabela que
en espacio de quince días los hizo subir a treinta y cinco y treinta
y seis ... y así también pedían después a los vecinos» 13.
Este convencimiento de Mercado que las causas de la carestía tie-nen
todo que ver con la abundancia y estimación de la moneda (y que
su consecuencia es una elevación tal de los costos que se abandonará la
producción por la irnporiaciónj ie iieva a desembocar en e! pesimismo
que recogen las siguientes líneas, en las que se dibuja ya, con toda cla-ridad,
la «acusación» al metal americano de la destrucción de España:
«de do viene esta disolución, que pobres y ricos cargan, y car-gando
destruyen ambas repúblicas, a España y a las Indias. A
España haciendo subir el precio con la gran demanda que tienen,
y con la multitud de mercaderes que acuden a los extranjeros y
aun a los naturales ... Destruyen también lo de allá, poniéndoles
costos tan subidos, que es lastima» 14.
Mi diagnostico es que Mercado resulta el más sibilino en su per-cepción
del fenómeno: por una parte es evidente que insiste en un daño
que pertenece a la naturaleza de las relaciones (entre abundancia metá-lica,
estima y precios) pero también lo es que está teniendo en cuenta
actitudes de conductas concretas que podrían ser diferentes (las reaccio-nes
voluntaristas ante las circunstancias) y que, por lo tanto, no perte-necen
a lo que nosotros llamaríamos la estructura neta de las relaciones
coloniales. En efecto, la conducta de un negocio apresurado y a cual-quier
precio, tentado por la coyuntura de una ganancia fácil, casi evi-dente,
está calificada como de «necia». Pero no sólo eso; existe tam-bién
una casi imperceptible alusión a la «aberración» de que los pobres
cargueni considerándolo un elemento de distorsión porque hace parecer
(al menos) que el ámbito del negocio está dando cabida a no expertos
que con su avaricia y torpeza constituyen una gangrena que contamina
igualmente a los ricos, a quienes se les debería suponer una mayor ex-periencia
y una menor avaricia. Al final, es a ambos a quienes se culpa
del «fracaso», definido aquí, con la mayor dureza expresiva, como la
El comercio colonial y h economía merropolitana ... 2 1
«destrucción de ambas Repúblicas». Y no se debe pasar por alto, en
último lugar, que Mercado considera ya, netamente, que la presencia del
tesoro americano y la inflación lo que producen a un observador atento
es «lastima», o sea, reconocimiento dolorido del derrumbamiento de la
trama americana tan «admirable» cincuenta años antes.
En definitiva, lo cierto es que este pesimismo de Mercado preludia
ya el diagnóstico más duro que se impondrá en el siglo XVII, época en
la que los textos no se limitan a referirse, de forma indirecta, a la per-cepción
que existe respecto al impacto americano sino que denuncian,
abiertamente, la crisis del sistema. La abundancia del metal precioso, en
plaza, no solo había hecho subir los precios, elevado el coste de la vida
y comprometido el gasto interno y externo, sino que, además, había es-trangulado
la producción española, cuyos productos habían dejado de ser
competitivos frente a los extranjeros.
De esta forma y en la bisagra de ambos siglos, Martín González de
Cellorigo, en su famoso Memorial de la política necesaria y útil res-tauración
a la república de España (Valladolid, 1600) ataca, casi
compulsivamente, la pasión metalista, a la que responsabiliza de la pér-dida
de las «antiguas virtudes)) y de la subsecuente descomposición social
de! pus, yue rescrr?p, en e! -handm~d e! trdxjn y !2 ética mercanti!. Se
expresa con toda claridad cuando afirma que:
«la verdadera riqueza no consiste en tener labrado, acuñado o
en pasta, mucho oro y plata, que con la primera consuncibn se
acaba; sino en aquellas cosas que aunque con el uso de consu-men,
en su género se conservan, por medio de la subrogación» 15.
O también cuando más adelante añade que:
«Ha puesto tanto los ojos nuestra España en la contratación de
las Indias, que ha dejado la comunicación de los reinos sus veci-nos
y si todo el oro y plata que sus naturales en el Nuevo Mundo
han hallado y van descubriendo le entrase, no la harían tan rica,
tan poderosa, como sin ello ella sena» 16.
González de Cellorigo se decanta por la condena del metal precioso
y exige, como contrapartida, la vuelta al trabajo y a las antiguas virtu-des
de esta sociedad que el oro y la plata americano habían descompuesto:
«El cual (daño) es muy cierto, que procede de menospreciar
las leyes naturales, que nos enseñan a trabajar, y que de poner la
22 Antonio García-Baquero González
riqueza en el oro y plata y dejar seguir la verdadera y cierta, que
proviene y se adquiere por la natural y artificial industria, ha ve-nido
nuestra República a decaer tanto de su florido estado» ''.
Si leemos atentamente descubrimos que el diagnóstico de «fracaso»
se está deslizando abiertamente hacia una perspectiva moral desde el
momento en que se contrapone metal precioso moral de trabajo y con-cede
la supremacía, sin paliativos, a esta última; a Cellorigo no parece
importarle tanto. la naturaleza de las relaciones metalinflación como las
mucho más evidentemente morales, riqueza metálicalaboriosidad. A no
olvidar, además, la inundación de la visión barroca del mundo (que con
su finura característica ya detectara Vilar 18), en e1 sentido de la parado-ja
irremediable entre lo que es y lo que parece:
«Y así, el no haber dinero, oro ni plata, en España, es por
haberlo, y el no ser rica es por serlo» 19.
Tras él y en idéntica trayectoria se manifiestan Pedro de Valencia,
Lope de Deza, Pedro Femández de Navarrete o Miguel Caxa de Lemela,
insistiendo .todos ellos en que son la agricultura, las artes y los oficios
mecánicos los que enriquecen a los países, pues, como señala este últi-mo,
«no bastan las riquezas, y tesoros, que las Monarquías acumulan
de otras Provincias, a suplir el defecto de los frutos nativos de la pa-tria,
antes son causa de distraerse los naturales, y dejar sus propias tie-rras
incultas, y adulterar sus loables costumbres antiguas» 20. La idea,
pues, de América como motor de la ruina de España y, por tanto, como
un «fracaso» evidente recorre los textos de este periodo. De todas for-mas
hay que subrayar que el diagnóstico sigue siendo sumamente equí-voco
y lo prueba esa sutil distinción que se predica de los tesoros colo-niales:
no que sean per se culpables del daño sino que «no bastan» o
incluso inducen al error, mientras la conducta de los españoles ~demues-tra
» que creen, precisamente, que sí bastan y aun sobran.
Como colofón, reparemos en Sancho de Moncada, quien en su
Restauración política de España (Madrid, 1619) no tuvo el menor empa-cho
en titular el capítulo 11 del Discurso 111: «La pobreza de España ha
resultado del descubrimiento de las India Occidentales». La dureza y ra-dicalismo
de este enunciado no pueden ser mitigados por los matices de
su desarrollo, sobre todo, porque tampoco tales matices lo son realmente:
«El daño de ella no puede atribuirse al dicho descubrimiento,
porque las Indias antes han sido muy útiles ... Pero es llano que el
El comercio colonial y la economía metropolitana ...
daiío ha resultado de ellas, por no haber usado bien de la prospe-ridad
en España* 2 ' .
Moncada, fiel a la doctrina escolástica atribuye el aumento de los
precios españoles a la llegada del oro y la plata americanos («antes del
descubrimiento de las Indias solía comprarse por un cuarto, lo que aho-ra
por seis reales») para, a renglón seguido, enfrentarse con la segunda
razón del por qué las Indias «trajeron a España la raíz de todos sus
daños» y que estriba en que «los extranjeros causan la falta de mone-da
». Y sobre este mismo particular todavía podríamos citar, entre otros,
a Francisco Martínez de la Mata, con su «Sexto Discurso en que se
prueba cómo por haber librado España sus fuerzas más en las riquezas
de las Indias que en las artes con que las pudiera haber conservado, las
ha perdido», donde se lamenta de lo poco rentable que resultaba a Es-paña
el comercio que sostenía con sus Indias, pues:
c.. de qué sirve el traer tantos millones de mercaderías, y pla-ta
y oro la Flota y Galeones con tanta costa y riesgos, si viene en
permuta y trueco de haciendas de Francia y de Génova ... quedan-do
los Españoles por míseros sirvientes y pobres recueros ...
arcadutos por do conducen la plata y sólo les queda la humedad
de por aquí pasó» 22.
En definitiva, a donde se dirija la mirada, en los tratadistas del XVII,
nos enfrentamos con diagnósticos que mezclan bastante rencor y no poca
desesperación no ya solo ante el metal precioso americano sino incluso
a la existencia misma de una América «descubierta». Tanto el metalismo
avasallador de la explotación americana como la impericia propia para
manejar semejante masa monetaria les parecen la yunta desastrosa que
ha despeñado el carro no solo de la economía sino aún de la ética so-cial
y la grandeza política de España. Igualmente puede también detec-tarse
la queja obsesiva por el oportunismo extranjero y la mejor com-prensión
que. al parecer. demuestran ellos de los mecanismos
económicos, circunstancias ambas que les permitieron, en contra nues-tra,
ser los únicos beneficiarios de la riqueza americana supuestamente
destinada en exclusiva para España. Ahora bien, una cuestión esencial,
que no había sido ni estaba siendo contemplada a la hora de tratar de
analizar y explicar el problema de la decadencia económica de España,
radicaha en p!antease si, en e! fnndn, !a raz6n fcndamenti! de !a mir-ma
no estribaría en la mala gestión que hasta entonces se había hecho
de los recursos del Imperio y que la clave de la recuperación, en tal caso,
24 Antonio García-Baquero González
debía pasar, ineludiblemente, por un cambio radical de la política se-guida
respecto a América. Formulada en palabras de Larraz, si «no ha-bría
una posibilidad de aprovechar el imperio colonial sin mengua, an-tes
con bien, de la economía española, aunque a trueque de disminuir
la acumulación monetariometálica» 23. LOS primeros intentos de abordar
esta nueva línea de preocupación se van a manifestar en la segunda mitad
de la centuria de la mano de Juan de Castro, Eugenio Carnero, Alvarez
Osorio o Feliu de la Penya, pero no fructificarán hasta mediada la cen-turia
siguiente y lo harán en dos niveles distintos que, de alguna mane-ra,
venían a incidir en los temas que acabamos de mencionar. En efec-to,
de una parte, se endurece sustancialmente el análisis del papel que
deben jugar las colonias en el organigrama económico de la metrópoli, m
abogándose, en este sentido, por una aplicación pura y dura de la teoría a
del pacto colonial; de otra y en coherencia con el nacimiento de la P
corriente de revalorización de la riqueza agrícola, que culminará con el n -
triunfo del fisiocratismo, se exigirá una explotación no solo de la rique-
- a
za metálica sino del conjunto de los recursos naturales del imperio. E
Respecto a nuestra peculiar medida de la percepción del fracaso ello B
representa, me parece, un cambio sustancial en tanto que se deja de -
S
culpar a la circunstancia (el metal precioso) o a la mera existencia (el 5
descubrimiento y sus implicaciones) para pasar a una dirección distinta a - Q claramente descarnada: España se ha equivocado en tratar a América B
como una nocolonia, percepción desde luego muy sui géneris; la con- P
clusión entonces será que ya es hora de hacer lo que debió hacerse desde S
un principio: una aplicación inmisencorde de las leyes del pacto colo- n
nial. $
Entre estos análisis «duros» sobre la realidad de las relaciones eco- A - nómicas metrópolicolonias que llenan el siglo XVIII ", el primero impor- n
n
tante fue el que llevó a cabo el ministro José Campillo y Cossio en su 5S
Nuevo sistema de gobierno económico para la América, obra escrita en 0
1743 aunque no se publicó hasta 1789. Prescindiremos aquí de toda la
polémica a que ha dado lugar la estrecha similitud de esta obra con
la segunda parte del no menos famoso Proyecto económico de B. Ward
(escrito veinte años después) y también de la suscitada más reciente-mente
por L. Navarro García acerca de la verdadera autoría de dicho
texto 25. LO primero que conviene resaltar, a efectos de nuestro interés,
es que, efectivamente y de acuerdo con la nueva forma ya aludida de
enfocar el problema, el texto se abre con una severa crítica del sistema
de e~p!~ta&nc elonii! imp e s t ~en el siglo XVI y todavía vigente; al
que se acusa de todos los «males» que aquejan a las Indias (abandono
de la agricultura, desarrollo pernicioso de la industria, estancamiento del
El comercio colonial y la economía metropolitana ... 25
comercio, etc) y al que se responsabiliza de haber «aniquilado los inte-reses
de España». Tan desfavorable juicio se ratifica, a su vez, con un
ejemplo que resulta absolutamente determinante:
«Para que se manifieste más claramente ... cotejaremos nuestras
Indias con las colonias extranjeras, y hallaremos que las dos islas
de la Martinica y Barbada dan más beneficios a sus dueños que
todas las Islas, Provincias, Reynos e Imperios de la América a
España» 26.
Como puede comprobarse, el «fracaso» no se percibe en relación con
un modelo político inicial sino con el del colonialismo europeo, es de- ,,
cir, con el modelo del pacto colonial: hemos fracasado por no compor-
E tamos como los ingleses, franceses y holandeses. La tesis central que
se defiende en el texto es que la avaricia del metal precioso («!a d i - o
n
tia de las minas»), había cegado a la corona, impidiéndole así dedicar =m
O
su atención al desarrollo agrícola de América que, a la larga, hubiese EE
sido más rentable. Evidentemente su autor (Campillo o quien fuere) no S
E
tenía nada en contra de los metales preciosos pero sí respecto a su divi-nización
económica y a la consecuencia inmediata que ello produjo a 3
saber: ci~nstmir? dee ! sistema imperial en f~nc iónd e :&es me:a!es. Y - 0 frente a esta forma de actuar que, al fin y a la postre, solo había servi- m
E
do para estancar la producción interior («apenas la veintena parte de lo o
que consumen nuestras Indias es de los productos de España») y enri-quecer
a otras naciones («de los tesoros que vienen de América, nueve n
E partes de diez van a las Naciones extranjeras»), se propone que se imi- a
te y siga el ejemplo de lo que esas otras naciones venían haciendo en n
sus propias colonias. n
Esta «nueva» línea crítica se nutrió pronto con las aportaciones del
«informe secreto» escrito para la Corona, en 1749, por Jorge Juan y 3
O
Antonio de Ulloa, que ratificaba el diagnóstico de Campillo. Un párra-fo
de estas Noticias Secretas (que es el título con que fue nominado este
informe por su compiiacior y editor D. Bany en 1826) incide, con ab-soluta
nitidez, en el análisis al que estamos aludiendo y aunque está
referido específicamente a Pení, podría predicarse, con igual rigor, del
resto de la América española:
«Todas estas cosas que el Pení produce ... serían riquezas bas-tantes
para otra nación que supiese darles la estimación que me-recen.
Pero en poder de la nuestra no solo no sirven de adelanta-miento,
haciendo comercio con ellas, y sacando de las otras
Antonio García-Baquero González
naciones que no la gozan las utilidades de su valor, sino que ni
aún sabemos aprovechamos de ellas para nuestro propio uso. Y
esta es la causa esencial de que entre nosotros no se luzcan las
riquezas que producen nuestras Indias ...o *'.
Inmediatamente después, esta corriente de pensamiento se reforzará
con las aportaciones de teóricos tan importantes y conocidos como Ber-nardo
Ward o Pedro Rodríguez de Campomanes. Puesto que el prime-ro,
reproduce casi literalmente en la segunda parte de su Proyecto econó-mico
la obra de Campillo, centraremos nuestra atención en Campomanes,
quien desarrolló lo esencial de su pensamiento respecto a América en
sus Reflexiones sobre el comercio español a Indias, escritas en 1762. Por
de pronto y en sintonía con las opiniones ya constatadas, Campomanes
considera que el sistema de explotación colonial instaurado desde el mo-mento
mismo de! desciihrimiento había tenido como «~.ínico móvil» la
obtención de los metales preciosos; ello determinó, por una parte, »que
los terrenos desproveídos de oro y plata quedasen totalmente abandona-dos
» y, por otra, que entrasen en el país grandes sumas de oro y plata,
muy superiores a las cantidades de géneros exportadas, lo que provocó
una inflación galopante y una continua salida de numerario hacia el
avt -n- ;a-~i D ~ - a n t ~n x\ i n -neo P nmn nmo n n c i ni incitrqc ~ C \ P P & C \ ~ POP ~ P & P = _
b A L I Q I I J C i L V . I U b J L V YUC YLLLU L L L l l l ~ V L I I C U I C U I I U b O L I U D Y V D C O I V I I U I ) UlllUllUU
nas tenían un indudable carácter de «colonias», cuya finalidad residía
en la extensión del comercio de la metrópoli, resultaba evidente que:
«Todos los frutos o manufacturas que son propios de la me-trópoli
jamás se deben permitir en las Colonias. Porque si la ma-triz
hace concurrentes en la venta de sus frutos y manufacturas
propias a las Colonias, estas se sacuden la dependencia mercantil,
que es la útil para la metrópoli. Vanos títulos de dominación se-rían
para la España las Indias Occidentales, si de su dominio nin-gún
producto resultase a la Corona y a la Nación» 28.
- Es mas, no solo se les debía prohibir ia produccion de bienes que
resultasen competitivos sino que, además, había que mantenerlas «siem-pre
en el estado de prohibición» para comerciar directamente con otros
países. Y partiendo de estos presupuestos, Campomanes no solo retoma
la vertiente agrarista de Campillo al propugnar el fomento de la agri-cultura
de plantación, sino que va aún más lejos al recomendar que tal
fomento se llevase a cabo, a ser posible, con mano de obra esclava. Las
razones .de esta preferencia no solo eran económicas (menores gastos de
mantenimiento y mayor productividad) sino también políticas, ya que,
El comercio colonial y la economía metropolirana ... 27
en su opinión, «la vileza que induce la esclavitud no les da ánimo para
aspirar a la independencia». De ahí, por tanto, que abogue por la liberali-zación
del comercio de esclavos, ya que entiende que:
«Sin hacer gran surtimiento de negros ... no podríamos hacer flo-recer
nuestras Colonias a imitación de los Ingleses, que por su
abundante introducción de negros han puesto sus Islas en mucho
valor, y lo mismo han hecho los franceses* 29.
En definitiva, podemos observar ahora que la teoría del fracaso al-canza
una culminación explícita y que la alcanza justamente por haber-se
apartado del modelo del éxito (al que se alude incluso «con nombres
y apellidos») que resulta ser, precisamente, el modelo del pacto colo-nial
que se supone practicado, con toda su eficacia, por los extranjeros,
en sus respectivas redes coloniales.
Aunque esta nueva iínea de pensamiento no se agota con Ios auto-res
citados, lo que importaba a nuestro propósito no es tanto la canti-dad
como el hecho de la existencia misma de esta comente de reflexión
que nos advierte de dos datos importantes: en primer lugar, que los
españoles más lúcidos fueron conscientes de que las relaciones con
América habían sido un problema mal planteado y mal resuelto; en se-gundo
lugar, que interpretaron cómo la raíz de tales errores había con-sistido
en una sobrevaloración de los metales preciosos y en la ignoran-cia
de cuales eran los verdaderos fundamentos de una economía colonial.
Casi podría decirse que a lo largo de estos tres siglos, de una forma u
otra, muchos españoles tuvieron la sensación de que algo iba mal o
incluso muy mal en las relaciones con Indias, aunque pocos estuvieran
en condiciones de diagnosticar con precisión la enfermedad y si esta era
«genética» o circunstancial, para lo que, tal vez, tampoco podían estar
preparados.
Hasta ahora tenemos, bien que a galope y de forma superficial, una
idea de la percepción éxitofracaso de las relaciones con América por
parte de los gerentes (agentes y pacientes) del sistema. Pasemos ahora
a idéntica percepción por parte de la historiografía especializada a la que
se le supone mayor capacidad científica de comprender el fenómeno e
incluso una mayor y mejor información o al menos una perspectiva más
amplia para organizar la que poseemos. De esta manera deberíamos estar
en condiciones de efectuar el diagnóstico que ellos no parecen haber
podido completar sobre los resultados globales de la Carrera.
28 Antonio García-Baquero González
3. LA PERSPECTIVA HISTORIOGRÁFICA
Los datos que nosotros estamos en condiciones de utilizar permiten
reconocer algunas etapas significativas entre las que parece que se per-filan
dos grandes ciclos, que no concitan graves diferencias de interpre-tación,
separados, en cambio, por un tercero, muy controvertido. Los dos
primeros son, evidentemente, los que se corresponden con los siglos XVI
y XVIII, mientras el ciclo debatido coincide, grosso modo, con el siglo
XVII, período para el que, en mi opinión, debe mantenerse el diagnosti-co
más generalizado de recesión y de crisis, aplicado a la realidad glo-bal
de las relaciones económicas entre España y sus colonias. m
Este diseño elemental parece que proporciona una sustantiva venta- -
ja a las etapas positivas sobre las negativas y ello, a su vez, casaría mal
con el pesimismo que suele primar entre los autores de la segunda mi- O
n -
taci ciei sigio xviii a ia hora de pronunciarse sobre ia eficacia de ia Ca- -
m
O mera en la evolución de la economía española a lo largo de la moderni- E
dad. Una posible clarificación de esta paradoja exigiría desmitificar el E
2
E tráfico colonial, reduciéndolo a una dimensión más razonable, es decir, -
considerándolo una variable importante, pero solo eso, en el conjunto 3
de las que modelaron la historia de España en esta época. El consejo -
fue explicitado ya por J. Fontana cuando avisaba que resultaba peligro- -
0
m
E so e inexacto vincular la trayectoria completa de la historia de España
de la época, en una relación mecánica y automática de efecto a causa, O
con los flujos del comercio con América. España era más que eso (tam- n
bién la específicamente económica) y además no se debería tampoco a-E
homologar, sin más, la marcha política de la monarquía con la de la vida l
de la sociedad en general 30. Para aclarar en la medida de lo posible esta. n
n
paradoja a la que acabamos de referimos, intentaremos aproximarnos,
siquiera sea brevemente, al significado general de la Carrera en la evo- 3
O
lución económica de la España moderna.
Parece claro que cualquier valoración de la incidencia de los flujos
de la Carrera sobre la economía española se ve obligada a tomar en
cuenta el shock del primer impacto de larga duración que tales relacio-nes
produjeron en el siglo XVI. Vulgarmente conocido como «la revolu-ción
de los precios», ha dado lugar a un amplio debate sobre la respon-sabilidad
directa del tráfico de la Carrera en tal inflación y, muy
especialmente, sobre el protagonismo que en ella adquiriese la avalan-cha
de metales preciosos americanos desembocados en España. Desde
que en la década de los treinta, E. J. Hamilton publicó su estudio sobre
la incidencia de estos metales en la economía española, su tesis acerca
EZ comercio colonial y la economía metropolitana ... 29
de dicha revolución se ha convertido en un elemento inevitable al ha-blar
de este tema 3'. Independientemente de las posibles objeciones a sus
series de precios y salarios, a la metodología de la cuantificación y, sobre
todo, a la hipótesis de que fue esta «revolución de precios» la genera-dora
del capitalismo moderno, el hecho demostrado de una inflación
galopante y del papel que en ella jugaron los metales preciosos parece
incontestable 32. El fenómeno fue tan gigantesco y las peculiaridades del
tráfico tan novedosas, que las consecuencias han sido consideradas como
un solo bloque. Tales peculiaridades condujeron a un exceso de
protagonismo del crédito y a una especie de hambre insaciable de mer-cancías
cuyas consecuencias inmediatas cristalizaron en una desaforada
carrera de precios sobre la que parecía imposible ejercer el más mínimo
control. La abundancia (real o creída) del metal precioso en plaza aba-rató
el precio del dinero, elevando con ello el valor del trabajo y el de
las mercancías; al unísono y en contradicción flagrante con este esque-ma,
la necesidad de numerario, en momento concretos, elevó desmesu-radamente
los tipos de interés y el resultado de tantas contradicciones a
la vez sería una especie de fiebre especulativa que arrasó todas las nor-mas
éticas conocidas y también las prudentes garantías con que solía
realizarse el comercio de la época.
Que fuese el metal precioso el único responsable de esta inflación
galopante, como pretendía Hamilton, parece sin duda excesivo. Sigue
siendo difícil trazar la curva real del metal precioso circulante a lo lar-go
de este siglo, pero como ya vieron, en su momento, los propios
tratadistas españoles, tal vez fue el destino dado a este metal y no el
metal mismo el causante del caos. Porque, en efecto, el oro y la plata
llegados a España no tuvieron nunca, para contrarrestar sus efectos in-flacionistas,
el freno de una reinversión productiva; por el contrario y a
tenor de lo que hoy sabemos, todo parece indicar que se utilizaron,
básicamente, como medio de pago de mercancías y servicios, teniendo
en cuenta que conforme se avanza en el siglo xvI ni las unas ni los otros
estaban referidos a España. J. Gentil da Silva ha demostrado que en
1570-71 salieron de Sevilla cantidades de plata y oro equivalentes al 99,
6% de lo entrado en los mismos años y aunque oficialmente consta que
tales cantidades tuvieron como destino diversas ciudades españolas, lo
cierto es que terminaban por pasar las fronteras para pagar las mercan-cías
que el resto de Europa nos suministraba 33. En realidad, la salida
del metal precioso era perfectamente comprensible: España había «op-tado
» por convertirse en exportadora de materias primas e importadora
de productos manufacturados y el resultado de semejante situación no
podía ser otro que lo que hoy llamaríamos una balanza comercial des-
30 Antonio García-Baquero González
favorable que drenaba hacia Europa una parte sustancial del numerario
que América remitía. Y es que, como ha escrito Wallerstein, España
actuaba, cada vez más, como una simple «cinta transportadora» de di-chos
metales 34.
Por otra parte, conviene no olvidar, también, la utilidad dada al metal
precioso perteneciente a la Corona y que, como es bien sabido, se des-tinó
en su totalidad (y aún no bastó, como prueban las constantes in-cautaciones
de las remesas de los particulares) a pagar el costo de la
«política imperial» que, a su vez y en no poca medida, es tanto como
decir las deudas contraídas con los banqueros alemanes, flamencos e
italianos. Carande ya puso de relieve que las «licencias de sacas» por
préstamos a la Corona se inauguraron en 1552, momento a partir del
cual las remesas americanas se convertirán en el principal recurso para
los pagos exteriores 35. Y bien entendido que esta situación no hizo sino
agravarse en el reinado de Felipe 11, periodo en el que todos los meta-les
pertenecientes a la corona terminaron por desembocar en Europa, ya
fuese a través del mecanismo de los préstamos y asientos, ya remitién-dolos
directamente desde BilbaoSantander o a través del «rodeo fran-cés
» y de la ruta BarcelonaGénova a ese pozo sin fondo que fueron los
Países Bajos 36.
Con independencia de cual ha sido el grado de responsabilidad del
tráfico indiano en la inflación general europea del siglo XVI, lo que con-viene
precisar es que la subida del coste de la vida en España fue indu-dable.
Por supuesto que tales dificultades no estuvieron equitativamente
distribuidas en el conjunto de la sociedad, como es notorio; pero fue
mucho más grave que aquellos sectores directamente beneficiados por
las altas «rentas» procedentes del tráfico las utilizasen, según todos los
indicios, para el consumo suntuario y la compra de honor social en vez
de dirigirlas a inversiones económicamente productivas. A mayor
abundamiento y aunque se haya exagerado el shock del metal precioso
sobre la sicología laboral española, no resulta ilógico suponer que las
expectativas más evidentes de beneficio no se encontraban en la pro-ducción
sino en el comercio. Aquella fue, pues: abandonada en la ur-gencia
de la ganancia rápida y fácil y todas las avaricias se dirigieron
al trueque de «cualquier manera». Ello coincidía, a su vez, en la segun-da
mitad del siglo, con un notable aumento de la población y, con él,
de la exigencia de alimentos y manufacturas. Incluso manteniendo el tren
productivo de la primera mitad del siglo no hubiese bastado; agravada
por el efecto «metal precinsn~, la situación se convirtiS en un mode!~
reconocible de demanda desproporcionada a la capacidad de la oferta y,
con tal modelo, la dependencia del extranjero quedaba garantizada.
El comercio colonial y la economía metropolitana ... 3 1
En resumen, la pregunta sobre si en el siglo xvr la Carrera de In-dias
constituyó un éxito o un fracaso depende de su respectiva adscrip-ción
a un motor de .enriquecimiento. para España o, por el contrario, si
resultó ser responsable de un empobrecimiento irreversible y, en conse-cuencia,
no parece estar correctamente enunciada. Es evidente que exis-tió
una liquidez adicional que permitió a la Corona sostener, mucho más
allá de lo previsible, una política que estaba por encima de las posibili-dades
reales del país; ello pudo y puede interpretarse como un éxito si
lo parece la política misma que promocionó. Simultáneamente no es
menos cierto que tales rentas no suponían, en el mejor de los casos, más
allá de una cuarta parte de los ingresos totales del Estado por vía fis-cal:
¿puede considerarse eso un fracaso?; y ello, ¿querría decir que de-bió
extraerse mucho más? En estas condiciones ¿puede concedersele, ale-gremente,
al metal americano la capacidad de levantar o destruir una
maquinaria tan compleja como la monarquía española del siglo XVI o
negarlo taxativamente? Una vez más debemos debatirnos en un proble-ma
de percepción de ellos y de nosotros. La constatación de que los
resultados económicos directos de la relación colonial representen el 25%
de los ingresos del Estado puede leerse de dos formas bien distintas:
una, que desde luego el 75% restante se sugiere como verdaderamente
definitorio frente a ese 25% poco más que testimonia! o como mucho
colaborador; otra, que estamos hablando de un 25% absolutamente ex-tra,
es decir, del que teóricamente no dispone ninguna otra monarquía,
de modo que, en realidad, estaríamos tomando en consideración que
España disponía de un surplus equivalente al 33% de sus ingresos es-tructurales
normales. Responder a este dilema es evidente que no me
corresponde.
Trasladándonos ahora al siglo XVII, la pregunta sobre las responsabili-dades
de la Carrera debe ser retomada en un sentido inverso a como ha
sido planteada para siglo x v i , a saber: cual fue su papel en la crisis es-pañola
de esa época. La complejidad de la pregunta es mucho mayor
en este caso, ya que, como sabemos y para empezar, no todo el mundo
está iie acuerdo siquiera eñ el voiumen de riqueza que ei tráfico repre-sentó
37. En efecto, si se aceptan unas cifras, las de Hamilton-Chaunu,
la crisis española tiene su correlación en una similar de la Carrera; por
el contrario, si se opta por las de Morineau, tendríamos un comercio co-lonial
no solo próspero sino creciendo en una España con una econo-mía
depresiva. Ante la dificultad, hoy por hoy, de decantarse, con cla-ridad
y definitivamente, por un diagnóstico u otro, tal vez lo mas
adecuado sea sugerir algunas de las explicaciones que los especialistas
debaten.
32 Antonio García-Baquero González
La visión tradicional, fiada en la caída de las variables de Hamilton
(metal precioso) y de Chaunu (movimiento unitario de navíos y tonela-das),
interpretaba que estas reflejaban una contracción de la producción
argentífera y una atonía en los intercambios comerciales de una España
en crisis. Las cifras de Morineau (extraídas de sus famosas «gazettes»)
sugerían, por el contrario, un error en las señales de la coyuntura que,
una vez corregido, eliminaría el concepto de crisis en esa época. Frente
a estas dos posturas, radicalmente opuestas, J. Lynch ha propuesto una
interpretación intermedia que contiene elementos sumamente razonables.
Aceptando la caída (cualquiera que fuese su nivel) de las remesas de
metales preciosos, la explica por motivos que nada tienen que ver con
una crisis productiva en ambas orillas del Atlántico sino, más bien,
con la propia dinámica del desarrollo económico de las colonias. Tal m
D
dinámica habria tenido como consecuencia la retención de una parte cada
vez más alta de la riqueza que antes se reexportaba a la metrópoli y O n
que ahora se necesitaba en las colonias para financiar su propio creci- -- m
miento; simultáneamente, la desaforada presión fiscal de la corona es- o
pañola habría provocado que los comerciantes retuviesen sus beneficios E
2
allí, reinvirtiéndolos, toda vez que el trasvase a la península no solo debía -E
soportar las crecientes cargas fiscales sino también las cada vez más fre 3
cuentes incautaciones por parte de la corona 38. La ventaja de esta hipó- -
tesis es que puede aceptar perfectamente la revisión de la tesis -
0
m
de Hamilton, tal como se desprende de los trabajos más recientes de
Bakewell, Brading-Cross y Te Paske-Klein referidos a la propia produc- O
ción de plata en las minas americanas 39. En definitiva y según esta hi- n
pótesis, la crisis de las variables del tráfico no reflejarían un colapso de -E
la economía colonial sino un cambio cualitativo de dichas economías. a
2
En palabras de Lynch, «si las colonias ya no alimentaban el comercio n
n como lo habían hecho anteriormente, ello fue debido en gran parte a que
estaban empleando su capital en el interior, en inversiones públicas y O3
privadas. Más que esto: absorbían incluso los capitales españoles y eu-ropeos
... La crisis de la Carrera de Indias ocurrió no porque las econo-mías
americanas se esiuvierari iiuñiiieiido, sino pciiqie estabm desziío-llándose
y liberándose de su primitiva dependencia de la metrópoli». El
fenómeno podía considerarse de tanta importancia que Lynch no duda
en calificarlo como de «la primera emancipación de la América latina»,
situación a la que también se ha referido R. Romano al hablar de la
«oportunidad» americana del siglo XVII, por más que se tratase, como
este puntualiza, de una oportunidad perdida, ya que a ia postre terminó
por crearse otro tipo de explotación colonial, que vino a cubrir el vacío
que dejaba la relajación de los vínculos con la metrópoli.
El comercio colonial y la economía metropolitana ... 33
En cualquier caso, llegados a esta situación nos encontramos de
nuevo con la pregunta inicial sobre la existencia o no de una crisis
(estadísticamente demostrada en función del movimiento de navíos y de
tonelaje) para el comercio colonial español de la segunda mitad del XVII.
La solución no puede ser tajante ni parece oportuno por ahora que lo
sea, puesto que, en gran parte, depende de la fiabilidad de un solo tipo
de fuentes. Hay en cambios aspectos que, cualquiera que sea la respuesta
que se de a las cifras de importaciones de metales preciosos, podrían
desembocar en el reconocimiento de una crisis, al menos por lo que al
comercio español se refiere. En efecto, si no se aceptan o se matizan
las cifras de importaciones de metales de Morineau, el peso de las otras
variables nos obligaría a aceptar la existencia de la crisis. Por el contra-rio,
si se dan por buenas estas cifras de importaciones de metal habría
también que- dar como sustancialmente correcta la tesis de un cambio
en la estructura cualitativa del comercio; esta, por su parte, nos llevan'a
a la aceptación del agravamiento de la dependencia del comercio espa-ñol
respecto a la producción extranjera. Sin ánimo siquiera ejemplar sino
como un simple símbolo del tipo de crisis al que me refiero, podemos
recordar el dato anecdótico, que recoge Morineau, según el cual una
tonelada de encajes equivale en valor a mil toneladas de vino. Va de
suyo que el encaje no era un producto español y en cambio el vino sí.
Tendríamos entonces que, aún aceptando una recuperación del comer-cio
americano con Europa en la segunda mitad del XVII, esta se produ-ciría
precisamente a costa de las mercancías españolas, lo que incidiría
en que tal recuperación supondría, de hecho, una crisis para el comer-cio
netamente nacional. Y es precisamente en la dirección del deterioro
de los intereses comerciales españoles en la que podría plantearse el as-pecto
fundamental de la crisis respecto al área nacional 40.
Por último, si nos detenemos ya en el significado de la reactivación
comercial del siglo XVIII parece obligado retomar la mirada sobre la orilla
americana al indagar sobre lo que acontecía en la española. En efecto,
la transformación hacia una cierta autosuficiencia y su correspondiente
C U Q d~e oinversiSn leca! de 10s capitales estuvo aromgaiñada, como era
de esperar por lo que podríamos considerar un asalto del criollismo a
los organismos burocráticos del imperio español de la época. En opi-nión
de los especialistas (Phelan, Burkholder y Chandler 41), desde el
reinado de Carlos 11 hasta la oleada reformista de la segunda mitad del
XVIII, esta escalada parece haber alcanzado una cierta fórmula de con-canen
nntrn 1- mnti.Xnn1; -1 1-r rnlnn;~r riiwn rz=riiltorln nnrlri'~ n~rfz=rt~-
c.blli>V b l l C l b I C I IIIbUVyVII , 1-0 UUIVI.IU0, IUJV L I U U I C L I L l V yVLUIU y " I . " I L U
mente haber sido la reactivación de las relaciones comerciales. ¿Es esto
un éxito? Partiendo entonces de esta situación (que podría definirse como
34 Antonio García-Baquero González
un modelo a medio camino entre «la dependencia y la autonomía»), lo
que suele conocerse como el reformismo borbónico no consistió, bási-camente,
en otra cosa que un intento de recuperar el control del organi-grama
colonial, con la doble esperanza de incrementar sustancialmente
las rentas económicas de la corona y diluir el peligro del autonomismo
criollo. Sus manifestaciones más directas incidieron, efectivamente, so-bre
estas dos líneas de trabajo: en la primera dirección se intentará la
reforma «drástica» de los mecanismos de la Carrera culminando en los
decretos de libre comercio; en la segunda, la complacencia y permisivi-dad
en el ascenso de los criollos a puestos de responsabilidad en la
administración colonial será radicalmente cortada.
En realidad, la política del libre comercio puede considerarse como
el colofón imprescindible de todo este proceso en el que se habían de-positado
las mayores esperanzas de «revolucionar» los beneficios eco-nómicos
del Imperio; de hecho no constituía una alternativa real al mo-nopolio
sino una ampliación del mismo con la mira situada en expulsar
del tráfico a los extranjeros a cambio de abrirlo al conjunto de los pe-ninsulares.
Una visión tradicional y esquemática ha identificado, mecá-nicamente,
el reformismo borbónico con la reactivación de la economía
española y debe entenderse que se interpretaba como parte sustancial de
tal reformismo el aplicado a la Carrera de Indias, es decir, por pequeño
que resulte, un éxito ... a no ser que se altere el modelo de referencia.
Como ya he señalado en alguna otra ocasión, cualquier respuesta a la
pregunta sobre el impacto del reformismo borbónico en la Carrera y
la economía española debe contemplar, necesariamente, la relación en-tre
esta última y la posibilidad de un despegue industrial. La noción de
éxito o fracaso ahora no se percibe ya respecto a la funcionalidad
de un modelo colonial en si mismo sino a su capacidad para generar un
modelo de desarrollo industrial. Desde esta óptica, las interpretaciones
se han situado en un nivel de cierta ambigüedad. En efecto, tiende a
abandonarse lo que podríamos llamar la interpretación triunfalista que
reflejaría lo que Fontana denominó la «falsa secuencia reformismo
borbónicocomercio libreindustrialización» y tiende a ser sustituida por
un análisis más prudente a la búsqueda del efecto de despegue en aque-llas
áreas en las que podía esperarse encontrarlo. A partir de ahí las
interpretaciones pueden ser más o menos radicales en función de la pru-dencia
con que se utilicen las variables. Para Cataluña, por ejemplo, J. M.
Delgado niega, tajántemente, que la implantación del libre comercio
resu!tzrz f z v ~ r z h !p~zr z e! &sz_rr~!!~i n&stria! & ertz regibn. En
opinión, las condiciones bajo las que se puso en práctica dicha política
facilitaron la entrada en nuestro país de productos extranjeros (semi-
El comercio colonial y la economía metropolilana ... 35
elaborados o enteramente terminados) que se reexportaron a América
bajo la etiqueta de españoles; de esto modo y en flagrante contradic-ción
con lo que parecía ser su finalidad primordial y primera, el desa-rrollo
de la industria nacional, allí donde este se había iniciado, como
ocurría en Cataluña contribuyó a frenarlo y ni que decir tiene lo que
sucedió, con mayor razón, donde aún no había apenas industria42. La
tesis de Delgado quizás resulte un tanto drástica a tenor de la evolu-ción
seguida por las exportaciones de productos industriales por el puerto
de Barcelona entre 1778 y 1796 43. Más ajustada nos parece, en cam-bio,
referida a aquellas otras regiones donde ni siquiera se había produ-cido
la chispa inicial de la industrialización. Tal podría ser la situación
de Andalucía y más específicamente del binomio Sevilla-Cádiz, donde
el mercado americano no sólo no había conseguido incentivar esta pro-ducción
sino que podría considerarse un fenómeno casi completamente
al margen de la misma. De este modo, cuando, a veces, se dice que
Andalucía perdió la oportunidad de industrializarse en la transición del
Antiguo al Nuevo Régimen quizás se está dando una imagen excesiva-mente
optimista de la situación real 44. Y vistos los ejemplos de las dos
regiones con mayores posibilidades para haber dado una respuesta
-nn:t;.in nnn n"*n,.*Anrl A a ,o.r.il":.,n,.io "0 1- 0.1-n"." p v a ~ ~ ~Li vbaaa caya~;uauu b i~vuiaivvr jub ~b ~b autivii;a ü !ü ÍlÜeVü PG-lítica
de liberalización comercial, por lo que respecta al resto no habrá
que decir que tampoco en ellas se perciben señales de esa reactivación
industrial que, al parecer, se esperaba obtener 45. En definitiva y
resumiendo ya con frustrante brevedad, lo que obtenemos del análisis
de la influencia del modelo del tráfico en el conjunto de las relaciones
coloniales en el siglo XVIII, es el fracaso del ajuste entre los objetivos
y los medios. Para que la política del libre comercio hubiese tenido éxito,
resultaban imprescindibles dos supuestos estructurales que para enton-ces
no existían: la reactivación de la capacidad productiva de la indus-tria
española y la solidez de una marina de guerra capaz de mantener la
integridad del tráfico frente a los acosos exteriores. La primera en rea-lidad
no se produjo y la segunda no sólo no contó con el nivel tradicio-nal
sino que se hundió espectacularmente entre 1796 y 1805. De esta
forma, las esperanzas que la corona española y sus consejeros habían
depositado en las cualidades terapéuticas del libre comercio, como re-medio
no sólo económico sino político, se vieron frustradas. Y es que
ceme hu señ~!~dCeé spedes de! Casti!!~, «pnr irinia de !a historia, ES-paña
fue incapaz en el siglo XVI de inventar el colonialismo ... En el
siglo XVII no quiso copiar el colonialismo que ya Europa le ofrece en
su primer modelo holandés. Sólo a fines del XVIII empieza a adoptarlo
de manera parcial y clandestina ... Cuando pudo, no quiso, y cuando ya
36 Antonio García-Baquero González
no puede ser un país colonialista, se decide a serlo. El resultado sería
cómico, si no hubiera sido tan triste» 46. ¿Contesta esta cita (desde lue-go
como una metáfora) al dilema dialéctico del éxito o el fracaso? ¿Po-dríamos
hablar de éxitos coyunturales y de fracaso estructural? ¿Debe-ríamos,
por el contrario de abandonar tales metros para problemas de
tan complejo esqueleto y manifestaciones tan resbaladizas? ¿Podría
dársele la vuelta a todo el enunciado y plantearse si el éxito debería
entenderse simplemente como la capacidad real de resolver un conflic-to
con las posibilidades de época, independientemente de que el resul-tado
no coincida con lo que hoy creemos que hubiese sido un éxito?
El mero enunciado de estas preguntas pone de manifiesto que el
simple especialista en segmentos del comercio colonial, que algunos
podemos creemos, queda sobrepasado de largo por ellas y que su res-puesta
requiere una perspectiva reflexiva mucho más larga y ancha que
la que produce la más rigurosa de las cuantificaciones. Como simple
historiador, parece evidente que podemos percibir la América española
como mucho más que un problema de contabilidad; precisamente por
eso el argumento de Ringrose de que el impacto de la pérdida de Amé-rica
«fue sorprendentemente tangencia] para la economía de la España
peninsular». dado que «la parte del comercio que se perdió resultó irre-levante
» (acepta las estimaciones de L. Prados de la Escosura para quien
el colapso del comercio colonial implicó un descenso sólo del 34% de
la Renta Nacional española) no me da la impresión de que resulte efi-caz
al basarse exclusivamente en un balance contable de última hora 47.
Por el contrario, en la dirección de una España-América más embrolla-da
y tramada, la noción de éxito o fracaso resultan empíricamente casi
irresolubles porque no disponen de modelos reales altemativos. Cual-quier
cosa que nos parezca la España del Antiguo Régimen estará
indisolublemente unida a la existencia americana y el diseño entrelaza-do
de ambas da de sí los beneficios y perjuicios típicos de tales laza-das.
Que el pacto colonial nos parezca el modelo del éxito se debe, sobre
todo, a la longevidad coloniaiista que propició, en la desembocadura dei
siglo XIX y, sustancialmente, al modelo del imperialismo inglés (el úni-co
comparable por la extensión territorial); pero la monarquía española
no se movió desde el siglo XVI por los mismos parámetros organizativos
que la británica y no podía «ser» británica para un tipo de organización
y no serlo para otro. La madeja de consideraciones no economicistas que
condicionaron el modelo del colonialismo español, aún aceptando en ellas
un muy alto grado de teoricismo inoperante, resultó suficiente para
complejizar el modelo y contaminarlo con todo tipo de disposiciones y
consideraciones, prácticamente contradictorias; sin ser una cosa ni su
El comercio colonial y la economía metropolitana ... 37
contraria (en eso parece consistir la originalidad de tal modelo), difícil-mente
puede aquilatarse un diagnóstico sobre el éxito o el fracaso pues,
con la mayor probabilidad, ambos pueden subsistir en un cuerpo tan con-tradictorio.
Tal vez un simple especialista en comercio colonial no deba
ir mucho más allá en la audacia de intentar respuestas razonables a pre-guntas
tan exigentes.
Antonio García-Baquero Gonzdlez
NOTAS
I . R~NGROSDE,. V.: Op. cit. p. 37.
2. Op. cit. pp. 39-40.
3. Op. cit. pp. 50 y 91.
4. Cfdo. FISHERJ, .: Op. cit. p. 11.
5. Cfdo. GARC~A-BAQUEAR.O: ,O p. cit. p. 21.
6. Cfdo. las leyes 18 del título 17, 15 del título 18, 18 del título 18 del libro 4." o
la ley 5, título 26 también del libro 4." de la Recopilación.
7. HARINGC, . H: Comercio y navegación entre España y las Indias en la época
de los Habsburgos. México, 1979, p. 163.
8. VILARP, .: «LOSp rimitivos españoles del pensamiento económico. Cuantitativismo
y bullonismon, en Crecimiento y desarrollo. Barcelona, 1964, pp. 175-207.
9. AZPILCUETAM, : Op. cit. Cap. X I I , n." 51. Cit. por la edic. del Corpus
Hispanorum de Pace. Vol. IV, Madrid, 1965, pp. 74-75.
10. ORTIZ, L.: Op. cit. Cap. 1, Fol. 9 r." 10. Cit. por la edic. de M. Fernández
Alvarez incluida en su libro Economia, Sociedad y Corona. Madrid, 1963, p. 382.
11. Cfdo. Op. cit. Fol. 14; edic. de Fernández Alvarez, p. 387.
12. MERCADOT, .: Op. cit. Vol. 11, pp. 38-89. Cit. por la edic. a cargo de N.
Sánchez-Albornoz, Instituto de Estudios Fiscales, Madrid, 1977.
13. Op. cit. Vol. 1, p. 208.
14. Ibidem.
15. GONZÁLEZD E CELLORIGOM, .: Op. cit. p. 69. Cit. por la edición a cargo de
J. L. Pérez de Ayala, Instituto de Estudios Fiscales, Madrid, 1991.
16. Op. cit. pp. 5Q-51.
17. Op. cit. p. 12.
18. Cfdo. VILAR, P.: Oro y moneda en la Historia. Barcelona, 1969, p. 192.
19. Op. cit. p. 90.
20. CAXAD E LERUELAM, .: Restauración de la antigua abundancia de España.
Nápoles, 1631, p. 32. Cit. por la edic. a cargo de J. P. Le Flem, Instituto de Estudios
Fiscales, Madrid, 1975.
2 ; . ~ ~ G N C A Ü AJ.,: Gp. cit. p. 142. Cit. íjui la edic. a caigu de 1. V i h , 1iisii;ütu de
Estudios Fiscales, Madrid, 1974.
22. MART~NEDZE LA MATA,F .: «Memoriales y Discursos», pp. 149-150. Cit. por
la edic. a cargo de G. Anes, Moneda y Crédito, Madrid, 1971.
El comercio colonial y la economía metropolitana ... 39
23. LARRAZJ,: La época del mercantilismo en Castilla (1500-1700). Madrid, 1963,
p. 92.
24. Al respecto, vid, entre otros, SEMPEREY GUARINOJS.,: Biblioteca española eco-nómico-
política. Madrid, 1821; COLMEIROM, .: Biblioteca de los economistas españoles
de los siglos XVI, XVII y XVIII. Madrid, 1880 (Reed. Madrid, 1979); MuÑoz PÉREZ, J.:
«Ideas sobre el comercio en el siglo XVIII español» en Estudios Americanos, Vol. XIX,
n." 100 (1960); EZQUERRAR,. : «La crítica española a la situación de America en el si-glo
xviiin en Revista de Indias, 87-88 (1962); BITARL ETAYFM, : Economistas españo-les
del siglo xv11l. Sus ideas sobre la libertad de comercio con Indias. Madrid, 1968.
25. A propósito de ambas polémicas, vid. ARTOLAM, .: «Campillo y las reformas
de Carlos IIIn en Revista de Indias, 49 (1952), pp. 685-714; MuÑoz PÉREZ, J.: «El co-mercio
de Indias bajo los Austria y la cn'tica del proyectismo del siglo x v m en Anuario
de Estudios Americanos, XIII (1956), pp. 85-103; BITAD LETAYF, M.: Op. cit, p. 127;
ARCILAF AR~AES.,: «Estudio introductono» a la 2.Qdic. del Nuevo Sistema. Mérida (Ve-nezuela),
1971; CASTELLANCOA STELLANJO. ,L .: «Estudio preliminar» al Proyecto Eco-nómico
de B. Ward. Madrid, 1982; BALLESTEROGSA IBROIMS,. : «Introducción» al Nuevo
sistema económico para América de J. del Campillo y Cosio. Oviedo, 1993; NAVARRO
G~ñí3i\,L .: «Caiiipi% y e: Küevu Sistema: üiia ailihci6ii UUdosa* eii Tef im Aiiiericü-nistas,
2 (1983), pp. 22-29; del mismo autor: «El falso Campillo y el reformismo
borbónicon en Temas Americanistas, 12 (1995), pp. 5-14.
26. CAMPILLOJ.,: Op. cit. l.' Parte, Cap. Primero, p. 67. Cit. por la edic. a cargo
de E. Arcila Farías, Mérida (Venezuela), 1971.
27. Op. cit. p. 498. Cit. por la edic. a cargo de L. Ramos Gómez, C.S.I.C. Madrid,
1985.
28. Qp. cit. pp. 35-45, Cit. pvr !u d i c . u cnrgv de V. L!~mhurt, !nrtit~te de Estu-dios
Fiscales, Madrid, 1988.
29. Op. cit. p. 336.
30. Cfdo. FONTANAJ.,: «Comercio colonial y crecimiento económico: revisiones e
hipótesis* en La economía española al final del Antiguo Régimen. III. Comercio y co-lonias.
Madrid, 1982, pp. XIII-XIV.
31. HAMILTONE,. J: El tesoro americano y la revolución de los precios en Espa-ña,
1501-1650. Barcelona, 1975.
32. Vid. NADALJ, .: «La revolución de los precios españoles en el siglo XVI.E sta-do
actual de la cuestión» en Hispania, XIX (1959), pp. 503-529; VILAR, P.: Oro y
moneda ... pp. 81-95 y 162-193; FLYNND, . O: «A new perspective on the Spanish price
revolution: The Monetary aproach to the Balance of payments~ en Explorations in
Economic History, 15 (1978), pp. 388-406; del mismo autor: «El desarrollo del primer
capitalismo a pesar de los metales preciosos del Nuevo Mundo: una interpretación
antiwallerstein de la España Imperial» en Revista de Historia Económica. 2 (1984). pp.
29-57; GONZÁLEZM, . J. y DEL HOYO,J .: «Dinero y precios en la España del siglo XVI:
una confirmación de la tesis de Hamilton» en Moneda y Crédito, 166 (1983), pp. 1546;
FISHER, D.: «The Price Revolution: A monetary interpretationn en The Journal of
Economic History, X L I X , 4 (1989), pp. 883-902; MART~ANC ERA,P .: «Los precios en
Europa durante los siglos XVI y XVIIe: studio comparativo» en Revista de Historia Eco-nómica,
3 (1992), pp. 359-395.
33. GENT~DLA SILVA,J .: Desarrollo económico, subsistencia y decadencia en Es-paña.
Madrid, 1967, pp. 65-101. Vid. también Rurz MART~NF.,: LOS destinos de la plata
americana (siglos XVI y XVII). Madrid, 199 1.
34. WALLERTEI1N.:, El moderno sistema mundial. 2 vols. Madrid, 1979-84, en es-pecial,
Vol. 1, pp. 271-285.
40 Antonio García-Baquero Gonzúlez
35. Cfdo. CARANDER,. : El crédito de Castilla en el precio de la política imperial.
Madrid, 1949; del mismo autor: Carlos V y sus banqueros. 3 vols. Madrid, 1959-1967.
36. Cfdo. BRAUDELF,.: El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de
Felipe 11. México, 1953, pp. 406-22; vid. también, PARKERG, .: El ejército de Flandes
y el camino español, 1567-1659. Madrid, 1976; THOMPSON1., A . A.: Guerra y decaden-cia.
Barcelona, 198 1.
37. Vid. al respecto: HAMILTONE., J.: Op. cit.; GIRARDA, .: Le commerce francais
¿Sie ville et Cadix au temps des Habsbourg. Paris-Burdeos, 1932; H. et P.: Seville et
I'Atlantique (1504-1650). 11 vols. Paris, 195-560; DOM~NGUOERZT IZ,A .: «Los cauda-les
de Indias y la política exterior de Felipe IVn en Anuario de Estudios Americanos,
XIII (1956), pp. 31 1-383; del mismo autor: «Las remesas de caudales preciosos de In-dias
en 1621-1665- en Anuario de Historia Económica y Social, 2 (1969). pp. 561-85;
'EVERAERJT.:, De internationale en koloniale der vlaamsefirma's te Cadiz, 1670-1700.
Brujas, 1973; GARC~FAU ENTES, L.: El comercio español con América, 1650-1700. Se-villa,
1980; del mismo autor: «En tomo a la reactivación del comercio indiano en tiem-pos
de Carlos II» en Anuario de Estudios Americanos, XXXVI (1979); MORINEAUM,. :
Incroyables gazettes et fabuleux metaux. Les retours des trésors américains d'apres les
yzettes hollandaises. Cambridge-Paris, 1985; FERNÁNDEDZE PINFDOE: .: «Comercio co-lonial
y semiperiferización de la monarquía hispana en la segunda mitad del siglo xvm
en PÉREZP ICAZOL, EMEUNIESRE, GURA(E ds): Desigualdad y dependencia. La periferi-zación
del Mediterráneo occidental, ss. X/I-X/~M.u rcia, 1986, pp. 121- 13 1 ; ROMANO,
R.: Conjonctures opposées. La «criseu du xv// si2cle en Europe et en Amérique Ibérique.
Geneve, 1992.
38. Cfdo. LYNCHJ,. : España bajo los Austrias. 2: España y América, 1.598-1700.
Barcelona, 1972, p. 272. A propósito del incremento de la presión fiscal y de la política
de incautaciones, vid. GIRARD, A.: Le commerce francais d Seville et Cadix ... ; DOM~N-GUEZ
ORTIZA, ,: Política y hacienda de Felipe IV. Madrid, 1969; GARZ ~PNA REJAM, .:
«Las urgencias de la Corona y el Consulado de Sevilla» en Estudis, 2 (1974); del mis-mo
autor: La Hacienda de Carlos 11. Madrid, 1980; RODR~GUVEZIC ENTEE, .: «Los car-gadores
a Indias y su contribución a los gastos de la monarquía, 1555175OWe,n Anua-rio
de Estudios Americanos, XXXIV (1977); GARC~FAU ENTESL,. : El comercio
español ... ; del mismo autor: «Subsidios de Sevilla y el Consulado de Indias a la Corona
en los siglos xvi y xv11» en Temas Americanistas, 4 (1984); SANZ, C: Los banqueros
de Carlos II. Madrid, 1988; SÁNCHEZB ELÉN,J .: La política fiscal en Castilla durante
el reinado de Carlos 11. Madrid, 1996.
39. BAKEWELLP., J.: Silver Mining and Society in Colonial México, Zacatecas
1546-1700. Cambndge, U. P. 1971; del mismo autor: «Registered Silver Production in
the Potosi District, 1550-1735 en Jahrbuch für Geschichte von Staat, Wirschaft und
Gesellschajt Lateinamerikas, XIl (1975), pp. 63-103; BRADINGD, . A. y CROSS,H . E:
«Colonial Silver Mining: México and Perú» en The Hispanic American Historical Review,
LII, n." 4 (1972), pp. 545-79; ISRAELJ, . 1.: ~Mexicoa nd the General Crisis of the
Seventeenth-Centuryn en Past and Present, 63 (1974), pp. 33-57; TE PASKEJ, . J. y
KLEINH, . S: «The Seventeenth-Century Crisis in New Spain: Myth or Reality?~e, n Past
and Present, n." 90 (1981), pp. 116-35..
40. Cfdo. GARCIA-BAQUEGRON ZÁLEZA, ,: «Andalucía y los problemas de la Ca-rrera
de Indias en la crisis del siglo xvrb en Actas 11 Coloquios de Historia de Anda-iucia.
Andaiucía ~ o d e r n a .C órdoba, i983, tomo 1, pp. 533-552; aei mismo autor:
«Andalusia and the crisis of the Indies trade, 1610-1720~e n THOMPSON1. ,A . A. and
YUNC ASALILLAB,. (Eds): The Castilian crisis of the seventeenth century. Cambridge,
1994, PP. 115-135.
E[ comercio colonial y la economía metropolitana ... 41
41. PHELANJ,. L.: El pueblo y el rey. La revolución comunera en Colombia. Bo-gotá,
1980; BURKHOLDEMR., A. y CHANDLERD,. S.: De la impotencia a la autoridad.
Madrid, 1984.
42. DELGADOJ,. M.: «Els catalans i el lliure comerp, en El comerc entre Catalunya
i America, segles X ~ I I Ii XIX. Barcelona, 1986, pp. 83-93; del mismo autor: «El modelo
catalán dentro del sistema del libre comercio» en El comercio libre entre España y
América Latina. Madrid, 1987, pp. 53-69; «La industria algodonera catalana (1776-1796)
y el mercado americano. Una reconsideración» en Manuscrits, 7 (1988), pp. 103-115 y
«El algodón engaña. Algunas reflexiones en tomo al papel de la demanda americana en
el desarrollo de la indianeria catalana* en Manuscrits 11 (1993), pp. 61-83.
43. Vid. al respecto: GARC~A-BAQUEAR.O: ,« Comercio colonial y producción in-dustrial
en Cataluña a fines del siglo xvrII» en Agricultura, comercio colonial y creci-miento
económico en la España contemporánea. Barcelona, 1974, pp. 268-294; del mismo
autor: «La industria algodonera catalana y el libre comercio. Otra reconsideraciónn en
Manuscrits, 9 (1991), pp. 13-40; MART~NESZH AWC, .: El libre comercio y Cataluña.
Contribución a un debate* en El comercio libre entre España y América Latina ...
pp. 43-51.
44. Vid. al respecto BERNALA, ., COLLANTEDSE TERÁN,A y GARC~A-BAQUERO,
-A - ... «Se"i!!., 10s go%igr 2 !2 illi&gri&~ci&x en &:lli=~ & ,ffi::~riü Secid, 56
(1978), pp. 7-307; GARC~A-BAQUEAR,O: «, Comercio colonial, acumulación primitiva de
capital y desindustrialización en la Baja Andalucía: el caso de Cádiz en el siglo xviii»
en Actas 1 Congreso Historia de Andalucía. Andalucía Moderna (Siglo XVIII)C. órdoba,
1978, Vol. 1, pp. 195-208; del mismo autor: «Andalucía en el siglo xvrli: el perfil de
un crecimiento ambiguo* en R. FERNÁNDE(ZE d): España en el siglo X V I I ~ .B arcelona,
1985, pp. 342-412; y también, Andalucía y la Carrera de Indias (14921824). Sevilla,
1986.
45. Al respecto, un pormenorizado del estado de la cuestión puede encontrarse en
MART~NESZH AW,C .: «LOSc omportamientos regionales ante el Libre Comercio» en
Manuscrits, 6 (1987). pp. 75-89; vid. también, del mismo autor: «Comercio colonial ilus-trado
y periferia metropolitana» en Rábida, 11 (1992), pp. 58-72; GARCLA-BAQUERO
GONZÁLEZA, ,: «Comercio colonial y reformismo borbónico: de la reactivación a la quie-bra
del sistema comercial imperial» en Chronica Nova, 22 (1995). pp. 105-140.
46. CÉSPEDESD EL CASTILLOG,. : América Hispánica (1492-1898). Barcelona, 1983,
pp. 4-16.
47. RINGROSED, .: Op. cit. pp. 12-78 y sobre todo, 166-208; PRADOSD E LA
ESCOSURAL,. : De Imperio a nación. Madrid, 1988, pp. 80-86. Una visión opuesta a la
compartida por Prados-Ringrose respecto al papel que la pérdida del imperio colonial
tuvo para la sociedad española de fines del Antiguo Régimen en FONTANAJ,. : «Colap-so
y transformación del comercio exterior español entre 1792 y 1827. Un aspecto de la
crisis del Antiguo Régimen en España* en Moneda y Crédito, n." 115 (1970). pp. 3-23
y iaiiibién en «¿a crisis coioniai en ia crisis d& Antiguo Kégimen españo¡» en BONILLA,
H. (Ed.): El sistema colonial en la América española. .Barcelona, ,199 1, pp. 305-320. 'Por
cierto en este último trabajo y en la I.ea de :interpretación que venimos.sugiriendo,
Fontana señala que no sólo pretende analizar ,las consecuencias económicas directas e
indirectas de la pérdida del mercado colonial sino tambi6n d a forma en que 'la crisis
colonial afectó a las expectativas de los+pañoles. Porque se olvida con dem8siada. fre-cuencia
que al ,historiador le importa tanto conocer los hechos como las representacio-nes
q ~ dee tz!es herhes se ferm~hlin! S hcmbres q e ! ~ v ~ i i i e r ~~cne.i t a d&o m6 -
neas, fueron estas, en última instancia, las que determinaron su acción. Puesto que
podríamos llegar a concluir que la aportación de las colonias americanas no eLa funda-
42 Antonio García-Baquero González
mental ni para la hacienda ni para la economía españolas aunque no es esta mi opinión
y no habríamos resuelto el problema. Ya que fue el hecho de que los españoles creye-sen
que las colonias eran vitales para su hacienda y su economía lo que determinó su
actuación; ésta, a su vez, agravó la situación de una hacienda en crisis al llevarles a
hacer gastos superiores a sus fuerzas en el empeño por reconquistar las Indias lo que
tuvo efectos desfavorables sobre su economía, puesto que retrasó su adaptación a las
condiciones en que debería desenvolverse en el siglo xixn. Cfdo. Op. cit. pp. 30-56.