SOCIEDAD Y ECONOMÍA EN CUBA
Y PUERTO RICO
Coordinación: Dra. Dña. Consuelo Naranjo Orovio
I.2
412
PUERTO RICO Y EL 98
Luis E. Agrait
Cada época escribe la historia del pasado con referencia a
las condiciones más apremiantes de su propio tiempo.
Frederick Jackson Turner
¿Cuántos procesos, numerosos y complicados, se agitan
en el interior de un caso como éste, cuántas apuestas,
cuántos historiadores están implicados desde su origen, y
hasta hoy? En esto reside su profundo interés, y no en
tomar partido por tal o cual actor, lo que equivaldría a
repetir indefinidamente el proceso, en tanto vale más
comprenderlo.
Michel Serres
Presente y pasado
De entrada parece haber un conflicto irreconciliable entre la afirmación turneriana
de un lado y el reclamo de Serres del otro. Si escribimos la historia de acuerdo a las
condiciones más apremiantes de nuestro tiempo, ¿cómo evitar “tomar partido” en las con-troversias
históricas así estudiadas? Salvo que fuese posible no tomar posiciones en lo
relativo a las condiciones más apremiantes de nuestro propio tiempo y, si lo fuese, que
fuese además deseable.
Para quienes, como yo, ubicamos a la Historia como disciplina dentro de las
Humanidades, y creemos con Sir Kenneth Clark que “las Humanidades somos nosotros
mismos”, no es posible. Y más, concluiría con Steven Stern, que un análisis histórico
totalmente distanciado moral o políticamente de nuestro propio tiempo, aunque posible,
tampoco es deseable. Acarrea un costo demasiado alto tanto en términos de la naturaleza y
la finalidad de la disciplina como en términos de la comprensión misma de los procesos
históricos.
Si la belleza y la atracción de la historia son su invitación a entablar un diálogo
significativo entre el pasado y el presente, el riesgo de una historia...
magnánimamente distanciada es que se niega a sí misma. Vacía de vitalidad a los
dos sujetos del diálogo, y abre el campo a una competencia de narrativas y
mitos.1
O sea, que en la formulación de Stern sería precisamente el no incorporar las
“condiciones más apremiantes de nuestro propio tiempo” de la formulación turneriana, lo
que llevaría a la no comprensión de la advertencia de Serres.
27
413
Por eso no es contradicción la afirmación del historiador francés Philippe Ariès
que “la Historia, aun conservando y perfeccionando su instrumental científico, se concibe
como un diálogo en el cual el presente no está ausente nunca. ...El historiador actual reco-noce
sin vergüenza que pertenece al mundo moderno y que trabaja a su manera para res-ponder
a las inquietudes (que él comparte) de sus contemporáneos”.2 Así puede insistir el
inglés Edward H. Carr en su célebre e indispensable ¿Qué es la historia? que los libros de
historia nos dicen al menos tanto sobre el tiempo en que se escriben como sobre el tiempo
sobre el cual se escriben.
Y en verdad no me parecerá paradoja absurda el que alguien dijese que la Histo-ria
de Grecia de Grote nos informa en la actualidad tanto acerca del pensamiento
de los radicales filosóficos ingleses del quinto decenio del pasado siglo como
acerca de la democracia ateniense en el siglo V antes de nuestra era; o que quien
desee comprender lo que 1848 representó para los liberales alemanes debe tomar
la Historia de Roma de Mommsen como uno de sus libros de texto”.3
De los usos del pasado
Si nunca está ausente el presente del estudio del pasado, menos puede estar el
pasado ausente del presente. Casi invariablemente nos planteamos el presente en función
del pasado. Y más, utilizamos al pasado en función del presente.
En su ensayo sobre los usos del pasado Geoffrey P. Hawthorn, de la Universidad
de Cambridge, señala que aun los más ardientes practicantes de la visión rankiana de la
historia como lo que verdaderamente ocurrió, para quienes el “problema-situación” de
estudio tiene en efecto que ser pasado, pretérito, finiquitado, precluyente de que en forma
alguna pueda estudiarse el pasado como extensión hacia atrás del presente o, viceversa, el
presente como proyección hacia adelante del pasado, aparece siempre con mayor o menor
consciencia, implícita o aun explícitamente, alguna intención de hacer que la historia se
ponga al servicio de algún fin que transcienda el fin de la historia misma. “La pregunta
que surge es, por consiguiente”, de acuerdo a Hawthorn, “no tanto dónde y cuándo se usa
el pasado, políticamente o de cualquier otra manera, para servir al presente, sino dado que
en todas partes se usa, ¿cómo y por qué se da ese uso?”.4
Para el autor el pasado o más correctamente, los pasados, son construidos o apro-piados
y se usan, consumen o padecen para establecer una identidad. En tanto son precisa-mente
eso, pasados, y contrario a otras caracterísitcas o atributos como lenguaje o, más
generalmente, “cultura”, que son contemporáneos con la presunta identidad, entre ésta y
aquéllos se establece una relación distinta. Esa relación se establece de cuatro modos
dependiendo, primero, si se postula que tal identidad está en continuidad o en discontinui-dad
con los tiempos anteriores en tal o cual lugar, y, segundo, la relación que se postule
entre la asimilación a una identidad previamente establecida o la distancia que se establez-ca
respecto a una identidad de esta índole.5
Dentro de ese esquema, el primer uso del pasado lo encapsula la célebre frase de
Tácito de la historia “como maestra de la vida”. Se concibe al pasado como contenedor de
“verdades permanentes” que sirven de ejemplos de lo que puede ocurrir. La historia se
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entiende, pues, si no como cíclica, al menos como una y universal pues de otra forma no
podría concebirse que lo ocurrido en otro tiempo y lugar pudiese guardar relación con o
lección alguna para lo que ocurra en otros tiempos y lugares.
El segundo uso del pasado aparece según surge el interés de apartarse de una
historia universal y distinguir las historias particulares de cada pueblo, país o nación dife-rentes
las unas de las otras, que no se subsuman en una historia general o universal. Surge
así la noción de una identidad sita en el pasado que hay que estudiar y conocer para apre-hender
y celebrarla.
Pero también puede proponerse una relación contraria, opuesta al pasado, y en
ésta reside el terce uso: rechazar precisamente esa identidad anterior. En este caso se
visualiza al sí mismo, al propio tiempo y lugar como la antítesis de la categoría anterior o
de alguna categoría más general. “La virtud y una identidad que pudiera, en consecuen-cia,
asumirse y celebrarse, se hallan en el futuro. El presente es inaceptable y se define por
lo que no es”.6
Finalmente, existe una cuarta posición ante el pasado en la que no se reconoce ni
una categoría general ni una historia nacional clara en la cual ubicarse. Se entiende que no
se está en una historia propia sino en una ajena que por lo mismo de ser ajena es difícil
entender qué puede aportar a definir la identidad propia.7
Puerto Rico ante el 98
Cuentan que en 1955 le preguntaron al Zhou En Lai su opinión sobre la Revolu-ción
Francesa. Respondió: “Demasiado pronto para saber”. Si entonces era demasiado
pronto para pasar balance sobre aquello, transcurridos escasamente cien años, es todavía
prematura una respuesta definitiva sobre Puerto Rico ante el 98. ¿Cómo pasar balance
sobre el 98 en Puerto Rico, dada la cantidad, amplitud, profundidad y complejidad de los
procesos —rupturas y continuidades— que arrancan de ese momento? ¿Cómo pasar ba-lance
cuando prácticamente cada problema actual en Puerto Rico envuelva una referencia
casi obligada a los hechos o a las consecuencias de los hechos del ’98?. Dicho de otra
forma, ¿cómo pasar balance sobre el ’98 cuando todavía se aborda, un siglo después,
como una controversia contemporánea: “un pasado que todavía no es pasado”?
De los cinco 98’s 8
Claro, que no ha habido que esperar cien años para pasar estos balances; más
bien se han hecho sobre la marcha. A lo largo del siglo cada generación ha pasado su
propio balance sobre el 98. Por eso me parece que al hablar del 98 en Puerto Rico se habla
al menos de cinco 98’s distintos. Se habla, primero, del 98 histórico, o calendario; esto es,
de lo que ocurrrió entre el primero de enero y el 31 de diciembre de 1898, con sus antecentes
y consecuencias inmediatos.
Se habla, segundo, del ’98 puertorriqueño, que comienza, si atendemos a Fernan-do
Picó, en el 1899 y cuyo rasgo principal consiste en la frustración y el desengaño de las
expectativas y esperanzas despertadas por los sucesos del ’98 histórico.9
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Hablamos, tercero, del ’98 como trauma, que es una invención posterior, de fina-les
de la década del 1920 y de la década del treinta; que no aparece en el ’98 histórico y
sólo en forma muy distinta en el ’98 puertorriqueño, y que forma parte de toda la crisis
política, económica, social y cultural en que se sume el sistema colonial a raíz de la Gran
Depresión.10
Hablamos, cuarto, del ’98 de la nueva historia que para la década del 1970 co-mienza
a cuestionar, revisar y renovar antiguas tesis, entre ellas la del trauma del ’98. A
éste podría llamársele el ’98 del CEREP, por la importancia del Centro de Estudios del la
Realidad Puertorriqueña en fomentar y divulgar esos cuestionamientos. O el ’98 del cuar-to
piso, o de José Luis, por la importancia del ensayo de José Luis González, profesor
puertorriqueño de la Universidad Nacional Autónoma de México, en divulgar la nueva
tesis.11
Y se habla también, del ’98 cien años después, del cual todos los que estamos
aquí formamos parte, y que es, obviamente, un ’98 no ya inédito, sino todavía por escribir-se.
Usos del futuro en el ’98 puertorriqueño
No hay, a estas alturas, que insistir mucho en que la Guerra Hispanoamericana en
Puerto Rico fue, en verdad, la “pequeña guerrita espléndida”. Más que batallas hubo esca-ramuzas
en las que las fuerzas invasoras sufrieron un total de cuatro bajas. El rosario de
malas nuevas según progresaba el conflicto minaban cualquier entusiasmo inicial que
hubiera podido existir.
A esto hay que añadir el comportamiento de los propios peninsulares en la isla.
Los bancos españoles, por ejemplo, rehúsan adelantar créditos al recién inaugurado Go-bierno
Autonómico, convirtiéndose así en los primeros en votar en contra de una posible
victoria española. En lo militar, el capitán Ángel Rivero, autor de una importante crónica
escribe:
La conducción de la campaña fue un verdadero desastre; un cúmulo de torpezas,
errores y equivocaciones, y en ningún momento se supo utilizar los valiosos me-dios
de defensa con que contaba el estado militar del país. La frase “estamos
abandonados” corría de boca en boca, y así, al arrinconar sus fusiles decían: “¿A
qué pelear si los de Madrid no quieren?”.12
Por otro lado, había entonces motivos para esperar de los Estados Unidos un trato
más liberal y justo, y anticipar, incluso, la culminación de las aspiraciones criollas
decimonónicas. Es fácil entender esta reacción. Para las élites políticas la llegada de la
“república de repúblicas” y del país de la democracia de Franklin, Jefferson y Lincoln
prometía de una vez y por todas lograr la doble aspiración política decimonónica: el go-bierno
propio y plenitud de derechos. La llegada del país “cuya pujanza asombra al mun-do”
prometía el advenimiento de la prosperidad y de la modernidad. Y para las capas
populares, la euforia no es tanto por la llegada de los norteamericanos “sino una exalta-
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ción por el derrocamiento del estado español. ... Fue la ilusión de muchos que la explota-ción
y la dependencia cesaran con la invasión”.13
En este sentido, es interesante notar el uso del futuro —y de los Estados Unidos
como futuro— que hace un grupo de criollos puertorriqueños. Veamos dos ejemplos:
Mariano Abril y Rosendo Matienzo Cintrón.
Mariano Abril, editorialista de La Democracia, periódico hasta el año anterior
Liberal Fusionista, aliado del partido de Práxedes Mateo Sagasta, predecía confiadamente
el 12 de enero de 1899, la pronta americanización de los puertorriqueños,
no por la irrupción de los yankees [sino porque] sus hijos se habrán educado a la
americana, y nos traerán sus usos, sus costumbres, su idioma, su progreso, su
actividad, en una palabra, el espíritu de aquel gran pueblo, para infiltrarlo en el
cuerpo muerto de la decadencia española”.14
Rosendo Matienzo Cintrón fue sucesivamente, en tiempos de España, Autono-mista,
Liberal y Puro Ortodoxo, y en tiempos de los Estados Unidos, Republicano, Unionista
y fundador del Partido de la Independencia.15 En 1902 Matienzo pronuncia un interesante
discurso haciendo un llamado a los partidos políticos a deponer los divisionismos y labrar
“la unión, la santa unión de todos los puertorriqueños”. De otro modo se corre el peligro
de:
anular la personalidad puertorriqueña, a colocarnos débilmente frente a la ola
avasalladora del Norte, sin fuerzas ni medios para resistirla; a detener, en fin, el
carro de la civilización.16
Pero, ¿cuál es ese carro de la civilización que la división política amenaza
detener?
La americanización, en los momentos actuales que atraviesa Puerto Rico, es la
civilización nortamericana y la civilización norteamericana es la libertad.
...
Debe aceptarse la americanización. Aceptar la americanización es aceptar la civi-lización.
...Para conseguir eso ya os he dicho lo que debemos hacer: vivir con
orientación, con ideal, cambiar radicalmente nuestro modo de ser.
...
Imitemos los ejemplos y copiemos las leyes de esa raza superior...; no temamos
la civilización norteamericana que es el engrandecimiento de los pueblos. Aman-do
la civilización y la virtud, triunfaremos en el siglo XX: en él dará comienzo
nuestra historia.
Abril y Matienzo utilizan el pasado —y el futuro— en el tercero de los sentidos
de Hawthorn apuntados anteriormente: visualizar al futuro que comienza como la antíte-sis
de la categoría o etapa anterior; en la formulación de Matienzo el futuro “dará comien-zo
nuestra historia”.
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Del uso del pasado en el ‘98 del trauma
A la altura de 1898, claro está, Estados Unidos no era sólo el futuro que una vez
fue o se supuso que fue. Era también una nación con más de un siglo de expansión de su
frontera continental guiado por la visión del Destino Manifiesto y, cerrada aquella, en-vuelta
en una franca expansión imperial, en la que fue desarrollándose aun más que una
política toda una actitud hacia las naciones, los pueblos o grupos en la ruta de expansión.17
El conflicto entre la idea de futuro —de Estados Unidos y de Puerto Rico— y las
expectativas que generó, y la política norteamericana fruto de la segunda realidad le otor-ga
una dimensión particularmente dramática y patética a la frustración experimentada por
la elite política puertorriqueña.18
De esa frustración surge la noción del ‘98 como trauma. Francisco Manrique
Cabrera la formula así en su Historia de la literatura puertorriqueña (1956): “los años
que siguen a nuestro 98 son sencillamente agónicos alma adentro para lo nuestro total.
...Era sencillamente el trauma: el violento desgarre histórico consumado sin la interven-ción
nuestra”.
No extraña, por consiguiente, que sea en ese tiempo en que por primera vez un
partido incluye una reinvindicación cultural en su programa político.
Constituyendo el pueblo de Puerto Rico una nación con continuidad histórica,
deben ser objeto de especial estudio en las escuelas públicas la enseñanza de la
historia de Puerto Rico y de España y con marcado énfasis la obra del descubri-miento
y colonización de América.19
Frente a aquel futuro de Puerto Rico que eran los Estados Unidos, el dirigente
máximo del Partido Nacionalista proclama: “¡O yanquis, o puertorriqueños!” Y define
además en qué radica la diferencia:
España es una de las naciones que siempre ha sido civilizada. La barbarie nunca
dominó a España. ... España, a pesar de la grandeza de Roma, se mantuvo espa-ñola.
...España pasó por otra invasión bárbara, por la invasión de los pueblos del
norte, de los godos, visigodos y vándalos: progenitores de los yanquis. Pero Es-paña
siguió siendo española. ...Son las naciones iberas las naciones que forman
el conjunto de la civilización en América.
...
Nosotros veneramos el nombre de España porque para nosotros significa la cien-cia
del derecho, las ciencias positivas, la ciencia de la moral y la tradición cristia-na
de nuestro pueblo.20
Se postula la idea de una “antigua felicidad colectiva” que Puerto Rico vivió en el
siglo anterior y que el ‘98 cerró, cercenando al país de su auténtico, verdadero y natural
modo de ser, sito en el pasado. Esto es, volviendo a los usos del pasado de acuerdo a
Hawthorn, se opta por el segundo uso: la noción de una identidad sita en el pasado a la que
hay que estudiar, conocer, aprehender en el presente.21
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De la periodización de la historia cultural puertorriqueña en el siglo XX
Es interesante notar la corresponencia de estos dos usos distintos del pasado y la
periodización de la historia cultural de Puerto Rico en el siglo XX que hace el antropólogo
Eugenio Fernández Méndez.22 Muchos antropólogos señalan tres etapas en la reacción de
un pueblo conquistado a proceso de transculturación al que es sometido: la etapa de recep-ción,
la etapa de ajuste, y la tercera, “la más problemática y decisiva”, en que comienza un
“gradual retorno de la vieja fe”.
Aplicando estas etapas a Puerto Rico Fernández Méndez encuentra que en la
primera, que para él dura de 1898 a 1900, la reacción de la sociedad puertorriqueña “al
contacto con la ‘cultura’ norteamericana, fue una excepcionalmente cordial y cargada de
esperanzas”. La segunda etapa, una vez se establece el dominio de la cultura interventora,
se caracteriza por “el entronizamiento de un hondo sentido de inferioridad ... acompañado
... de una actitud desdeñosa del pasado y de los valores de la cultura nativa”. En el caso de
Puerto Rico esta etapa va desde 1900 hasta 1929, y tiene su clímax “con la depresión de
1929 y la quiebra de la política de ‘americanización’ patrocinada por los Estados Unidos
en un deliberado intento de asimilarse culturalmente a Puerto Rico.”23
La tercera etapa, que en Puerto Rico arranca desde 1930, se caracteriza, como se
menciona anteriormente, por:
el gradual retorno de la vieja fe, aunque modificada ahora en muchos de sus
aspectos; y en la cristalización gradual de un sentimiento de afirmación de los
valores autóctonos: arte, literatura, gracia vital, costumbres y propósitos.24
Se ve claramente cómo los usos del pasado de Abril y de Matienzo —su opti-mismo
de una rápida y fácil americanización— se enmarcan dentro de las características
de la primera etapa. A la altura de la década del treinta los planteamientos culturales, que
no fueron, obviamente, únicamente del Partido Nacionalista, sino que fueron plantea-mientos
de todo un tiempo y de toda una generación dentro y fuera de la política, corres-ponden
a la tercera, a la de afirmación.
Del traslado de pasados y futuros
Claro que la realidad es mucho más complicada. Las etapas en la historia no se
dan con la exactitud, nitidez y precisión de los experimentos en las probetas y pipetas de
los laboratorios. Así que no es difícil comprender que ambas visiones del pasado y del
futuro a lo largo de los diversos 98’s y de las diversas etapas culturales coexistan y convi-van
con mayor o menor grado de incomodidad. Hoy mismo el país vive la moderna reali-dad
de unos superaviones que a diario le transportan literalmente cientos de miles de kilos
de hielo y litros de agua para aliviar los estragos del huracán Georges, simultáneamente
añora lo que Fernando Picó en una entrañable metáfora llama “la casa de la abuela”.
La nostalgia por el pasado rural que, se imagina ordenado, ha animado muchas
de las reflexiones contemporáneas en Puerto Rico. Hay una casa de la abuela a la
que muchos creen posible regresar.
...
419
El país se encuentra a sí mismo en una casa de la abuela que está llena de música
y de flores, de gente saludable y alegre, de gente afanosa y curiosa.
De esa casa de la abuela nunca hemos salido.25
En un país al que en 1898 la modernidad ni le llegó como la buscó ni la buscó
como le llegó, es como si se le hiciera imposible todavía un siglo después pensarse moder-no
y a la vez preservar, mantener, incorporar esa modernidad en su sentido de comunidad
imaginada.26 Y, sin embargo, en su realidad cotidiana es ambas. Aquí radica mucho de la
contradicción surgida en torno a la conmemoración del centenario de 1898 en Puerto Rico.
Puerto Rico y el ‘98: de su ambigua conmemoración
Pierre Nora señala en un escrito de 1989 el lugar que las conmemoraciones ocu-pan
en el mundo contemporáneo como instrumento para informar y ordenar la memoria
colectiva de los pueblos.27 Ahora bien, ¿cuál memoria colectiva informó u ordenó la con-memoración?
Por un lado el partido de gobierno organizó la celebración en torno al tema
de los cien años de la llegada de la democracia a Puerto Rico, haciendo marcado énfasis en
el progreso experimentado a lo largo del siglo, y anuncios destancando la bandera de las
franjas y las estrellas —la “pecosa”, en el decir popular puertorriqueño— con la consigna
“Esta también es tu bandera. Piensa donde estarías sin ella”.
Los grupos de oposición recordaron el centenario del bombardeo naval a San
Juan con una marcha silenciosa encabezada por cien banderas puertorriqueñas —la
“monoestrellada”— y pancartas alusivas a la ocasión incluyendo al menos una que leía:
“¡VIVA ESPAÑA!”. Y la pintora puertorriqueña Carmen Mercedes Vázquez, describien-do
una de sus pinturas sobre el ‘98 explicó: “Y como faltaba algo nuestro, aquí en el
balcón le pinté una bandera de España”.28 Así que más que informar, ordenar o uniformar
la memoria colectiva, el centenario la ha hecho estallar en mil fragmentos. Afortunada-mente
vivimos en la era postmoderna. Y, como nos recuerda Jean Baudrillard “esto es lo
post-moderno: jugar con fragmentos”.29
Por eso me parece que una de las publicaciones más importantes surgidas del
centenario es Los arcos de la memoria: El 98 de los pueblos puertorriqueños,30 delicioso
título porque se refiere simultáneamente a los municipios y a la multitud de pueblos que
conforman al pueblo puertorriqueño. Y, por consiguiente, se refiere a los pueblos que
conforman la multitud de 98’s puertorriqueños. “Queremos”, dice Silvia Álvarez Curbelo,
“perseguir las pistas heterogéneas de los soportes básicos de la vida cotidiana”. De esa
manera se busca lograr “una producción historiográfica que tome energías de una socie-dad
civil polifónica, (que) convocará a un montaje del ’98 más liberado de angustias
fundamentalistas”. Es desde esa visión que coja la diversidad y la pluraldiad, llena de
múltiples facetas, tonalidades y medios tonos, que en el tiempo surgirá el sentido nuevo de
Puerto Rico y el ‘98 cien años después.
Regreso a la cita de epígrafe de Michel Serres:
¿Cuántos procesos, numerosos y complicados, se agitan en el interior de un caso
como éste, cuántas apuestas, cuántos historiadores están implicados desde su ori-
420
gen, y hasta hoy? En esto reside su profundo interés, y no en tomar partido por tal
o cual actor, lo que equivaldría a repetir indefinidamente el proceso, en tanto vale
más comprenderlo.
Al crearse el Comité del Centenario de 1898 en el Recinto de Río Piedras se
determinó que la aportación universitaria a la conmemoración del 1898 consiste no en
evadir la controversia —que, en todo caso, es imposible—, sino, por el contrario, en abor-darla
en toda su complejidad y diversidad en la forma que contribuya más a comprenderla.
En abordarla desde la particular responsabilidad que la sociedad desde siglos reconoce y
asigna a la universidad: generar y divulgar conocimiento. Espero que después de tres años
de labor hayamos en algo logrado nuestra misión. Y que en algo, también, pueda haber
aportado yo sobre Puerto Rico y el ‘98 a este congreso.
NOTAS
1 Steve J. Stern, “Paradigms of Conquest: History, Historiography, and Politics”, en The Colonial and
Post-Colonial Experience. Five Centuries of Spanish and Portuguese America, Journal of Latin American
Studies, Vol. XXIV, p. 34.
2 “La historia existencial”, en El tiempo de la historia (Buenos Aires: Paidós, 1988), p. 268.
3 (Edición definitiva, Barcelona: , 1981), pp. 83-84.
4 Geoffrey P. Hawthorn, “Los usos del pasado en política”, en Luis Castro Leiva, editor, Usos y abusos de
la historia en la teoría y en la práctica política (Caracas: IDEA, 1988), p. 16.
5 Ibíd., p. 17.
6 Ibíd., p. 20.
7 El autor cita como ejemplo a Goethe y Schiller en unos de sus Xenien en 1796 “Alemania, ¿dónde queda
entonces? Ningún mapa de los míos parece mostrarla”; y a Amilcar Cabral hablando sobre Guinea: “en el
período colonial el estado colonial rige la historia. Cuando el imperialismo llegó a Guinea, nos hizo salir
de la historia, de nuestra historia”.
8 Incorporo aquí unas reflexiones que formulé inicialmente en el simposio 1898: enfoques y perspectivas
celebrado en 1996 bajo los auspicios de la Academia Puertorriqueña de la Historia, que luego amplié en
un simposio celebrado en 1996 en El Colegio de México. Ver Luis González Vales, ed., 1898: Enfoques
y perspectivas. Simposio internacional de historiadores (San Juan: Academia Puertorriqueña de la Histo-ria),
1997; 6 y José Luis Abellán et al., El 98 iberoamericano (Madrid: Fundación Pablo Iglesias, 1998).
9 Ver Fernando Picó, 1898: La guerra después de la guerra (Río Piedras: Ediciones Huracán, 1987), y “La
revolución puertorriqueña de 1898”, ponencia inédita, 14 de octubre de 1995.
10 Ver, por ejemplo, “Programa político, social y económico del Partido nacionalista de Puerto Rico”, en
Reece Bothwell González, comp., Puerto Rico, cien años de lucha política, vol. I, Tomo 1 Programas y
manifiestos, 1868-1952 (Río Piedras: Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1979), p. 462.
11 El país de cuatro pisos y otros ensayos (Río Piedras: Ediciones Huracán, 1985).
12 Citado en María de los Ángeles Castro, “¿A qué pelear si los de Madrid no quieren?: una versión criolla
de la Guerra del 98 en Puerto Rico”, Revista de Indias, Vol. LXII, num. 211 (1997), p. 673.
13 Picó, “La revolución...”, pp. 1, 26.
421
14 “Educación americana”, La Democracia, 12 de enero de 1899, citado en Gonzalo F. Córdova, Resident
Commissioner Santiago Iglesias and His Times (Río Piedras: Editorial Universitaria de Puerto Rico,
1993), p. 69.
15 Para una biografía extensa de Matienzo Cintrón ver Luis Manuel Díaz Soler, Rosendo Matienzo Cintrón.
Orientador y defensor de una cultura (Río Piedras: Instituto de Literatura Puertorriqueña, Universidad
de Puerto Rico, 1960). Para un análisis de sus ideas políticas y sociales ver Rafael Bernabe, Respuestas al
colonialismo en la política puertorriqueña, 1899-1929) (Río Piedras: Ediciones Huracán, 1996).
16 El discurso aparece en Bothwell, II, pp. 191-197.
17 Ver inter alia Anders Stephanson, Manifest Destiny: American Expansionism and the Empire of Right
(New York: Hill & Wang, 1995); Patricia Nelson Limerick, The Legacy of Conquest: The Unbroken Past
of the American West (New York: W.W. Norton & Co., 1987); Gregory H. Nobles, American Frontiers:
Cultural Encounters and Continental Conquest (New York: Hill & Wang, 1997); y Oscar J. Martínez,
ed., U.S.-Mexico Borderlands; Historical and Contemporary Perspectives Wilmington, Del.: Scholarly
Resources Inc., 1996.
18 La política norteamericana hacia Puerto Rico puede verse en María Dolores Luque de Sánchez, La ocu-pación
nortamericana y la Ley Foraker (La opinión pública puertorriqueña) (1898-1904) (Río Piedras:
Editorial Universtaria, 1980; Carmen I. Raffucci de García, El gobierno civil y la Ley Foraker (Antece-dentes
históricos) (Río Piedras: Editorial Universitaria, 1981); María Eugenia Estades Font, La presencia
militar de Estados Unidos en Puerto Rico. Intereses estratégicos y dominación colonial (Río Piedras:
Ediciones Huracán, 1988); José A. Trías Monge, Historia constitucional de Puerto Rico, Vol. I (Río
Piedras: Editorial Universitaria, 1980), entre muchos otros.
19 Ver nota 10 supra.
20 “Discurso del Dia de la Raza en Ponce, 1933. La cita directa está tomada de la exposición Hispanofilia.
El texto completo puede consultarse en La conciencia nacional puertorriqueña (México, D.F.: Siglo
XXI, 1972).
21 Ver p., supra.
22 Historia cultural de Puerto Rico, 1493-1968 (San Juan: Ediciones El Cemí, 1970), especialmente el
capítulo XIV, “Esquema y problemática del cambio cultural en Puerto Rico (1898-1968).
23 Ibíd., p. 339.
24 Ibíd., p. 338.
25 “La casa de la abuela: continuidad en el cambio”, en Paquita Vivó, ed., Puerto Rico: 500 Years of Change
and Continuity/ 500 años de cambio y continuidad (Washington, D.C.: Institute For Puerto Rican Affairs,
1991), p. 100.
26 Algo similar ha dicho Pierre Birbaum sobre la Francia contemporánea. Citado en The New York Times, 24
de agosto de 1997, sección IV, p. 5.
27 “Between memory and History: Les Lieux de Memoire”, Representations, no. 26 (primavera de 1989),
pp. 7-25.
28 Ver Luis E. Agrait, “Puerto Rico del 98 al 98: Frontera de culturas/culturas de frontera”, ponencia leída en
el coloquio Imágenes recíprocas e imaginarios nacionales: Cuba, Filipinas, Puerto Rico y España a
finales del siglo XIX, Casa de Velázquez (Madrid), auspiciado por el Consejo Superior de Investigaciones
Científicas, 23-25 de septiembre de 1998.
29 Citado en José Luis Pinillos, El corazón del laberinto, crónica del fin de una época (Madrid: Espasa
Calpe, S.A., 1997), p. 217.
30 Editado por Silvia Álvarez Curbelo, Mary Frances gallart y Carmen I. Raffucci (San Juan: Asociación de
Historiadores Puertorriqueños y Postdata, 1998).