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RAZÓN ECLÉCTICA DE LA ARQUITECTURA MO-DERNA
EN CANARIAS.EL CASO DE MIGUEL MAR-TÍN
FERNÁNDEZ DE LA TORRE
Manuel J. Martín Hernández
Al hablar de “eclecticismo” en Arquitectura es importante no confundirlo con los
historicismos que, al menos desde mediados del siglo XVIII, buscaban pautas compositivas
tomadas de los estilos del pasado para ser repetidas en edificios concretos, llegándose a
menudo a identificar modelos estilísticos con temas o tipos arquitectónicos específicos -y
también, con asiduidad, a disputas académicas sobre la primacía de unos sobre otros, o a
la identificación nacional o religiosa con unas u otras formas. Sin embargo, puede suceder
que un mismo arquitecto utilizara conscientemente uno u otro programa estilístico según
el tema arquitectónico a resolver, o que llegando más allá -como sucederá a partir de la
cuarta década del siglo XIX en algunos países europeos, para llegar a ser muy común
durante toda la segunda mitad del siglo- que hiciera un “uso libre” de las formas del
pasado, llegando a combinar estilemas de varios códigos estilísticos e incluso a manipu-larlos:
estaríamos entonces ante un ecléctico en sentido estricto.1 No solo se solucionaban
así los debates sobre los estilos, sino que se proseguía la búsqueda de un “estilo para la
época” cuya ausencia era por entonces motivo de preocupación: la aplicación del “método
comparado” de los naturalistas permitiría encontrar en la razón de ser de los viejos estilos
aquello “verdadero” de lo que deducir el nuevo estilo.2
En la arquitectura española el eclecticismo vendrá de la mano de la Escuela Especial de
Arquitectura, creada en 1844, y sobre todo cuando consiga independizarse de la tutela de
la Academia. De su profesor de Teoría e Historia del Arte y Composición, Aníbal Álvarez,
ya se había alabado su habilidad para “reunir en un solo edificio partes de diferentes géne-ros
y gustos”3 y a Antonio Zabaleta, promotor de ciertas modificaciones en el plan de
estudios a lo largo de la década de los cincuenta y director de la Escuela desde 1855, se
debe la insistencia en procurar más dosis de libertad “adoptando todos los sistemas de
ordenación y todos los estilos de ornamentación”.4 Esa filosofía ecléctica estaba todavía
en el Plan de 1864 con el que estudiaron los arquitectos que trabajaron en Canarias desde
la última década del siglo XIX, a la sombra de los primeros Congresos de Arquitectos
españoles de la década de los ochenta; de ese modo, a través de la dialéctica compositiva,
se defendía la independencia de la forma y la referencia desprejuiciada a la historia, por
encima de los problemas distributivos o técnicos.
En otro lugar he afirmado la identidad ecléctica de la arquitectura realizada en Canarias
a caballo de los siglos XIX y XX.5 Ésto significa que el mismo arquitecto, y a la vez, está
proyectando edificios en más de un modo estilístico -con esa sensación de que han sido
dibujados por varias manos-, ya sea identificando aquellos estilemas con los usos para los
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que se construyen (véase en Santa Cruz de Tenerife, por ejemplo, la arquitectura de Ma-nuel
de Cámara (1848-1921) y su “neoegipcio” para el pórtico clásico de la Logia de
Añaza de1904, o su “neorenacimiento” para la Escuela de Comercio de 1908) o con em-plazamientos
urbanos determinados (como sucede con Fernando Navarro (1864-1925)
proyectando en Las Palmas de Gran Canaria, entre 1908 y 1915, casas “modernistas” en la
calle Triana y “academicistas” en la calle Perojo).
En efecto, en este último caso vemos que la arquitectura “modernista”, que en otros
lugares se había asumido como una interpretación racional de la arquitectura que ha des-cubierto
sus cualidades espaciales, y también como la asunción de nuevas tecnologías
constructivas o la revisión del repertorio tipológico, así como una síntesis integradora de
las artesanías y los oficios -y todo ello como proyecto para la metrópoli burguesa-, se
asumió en Canarias sólo desde un aspecto, aunque quizá el más llamativo: desde lo orna-mental
y decorativo.6 Es verdad que esa ornamentación aplicada sólo en fachadas entró en
el interior de algunos de los mejores edificios, ya fuera en el mobiliario o en ciertos deta-lles
de carpintería, pero aquí me interesa destacar que es al mismo tiempo en que Navarro
proyecta esas arquitecturas cuando realiza otras academicistas donde, en todo caso, el
ornamento modernista se reduce a algunos dinteles de huecos, tratándose como sabemos
de construcciones en el ensanche “fuera de la portada”. No habría, pues, aquella identifi-cación
entre arquitectura e ideología que sí encontramos en el modernisme catalán, el art
nouveau belga o la sezession vienesa. El modernismo es leído en clave de estilo y, por
tanto, en Canarias, pasaría al bagaje de referencias formales con todos los demás. Eso
explica que Fernando Navarro haga un uso indiscriminado de unas u otras formas, identi-ficándose
así con la práctica ecléctica.
En Miguel Martín Fernández de la Torre (1894-1980) ha sido posible encuadrar con
claridad sus trabajos racionalistas entre 1927 y 1939, un período situado entre una etapa
“académico-regionalista-nacionalista” anterior y otra “neocanaria” posterior, hasta
enlazar con sus mejores obras de “estilo internacional” de finales de los cincuenta. Esa
biografía es la que ha sido defendida muchas veces y hemos expuesto en el texto
“Eclecticismos y Racionalismos” citado, recogiendo, sobre todo, las exposiciones y
monografías del arquitecto realizadas hasta ahora. Analicemos ahora esta trayectoria
hasta llegar a sus últimos trabajos racionalistas.
Martín estudió arquitectura entre 1910 y 1920, según el plan de estudios de 1896 y la
reforma de 1914 y que estaban estructurados en una serie de cursos preparatorios (cuatro
años como mínimo) tras los que se accedía a la “Enseñanza Especial” (otros cuatro)
donde, entre otras materias, se insistía en el estudio de los monumentos españoles como
fuente del proyecto arquitectónico. En efecto, el tema de la tradición se destapa en el VI
Congreso de Arquitectos celebrado en San Sebastián en 1915, donde se discute sobre lo
“regional” o lo “nacional” como salidas posibles que da la arquitectura a la crisis de
identidad provocada por la debacle del 98. Sin embargo, esa tendencia al “pastiche”
historicista era atacada por algunos de los profesores de Martín en esa época, como Torres
Balbás o Anasagasti y aquí tampoco podemos olvidar quiénes eran sus compañeros de
estudios: Sánchez Arcas, Lacasa, García Mercadal, defensores todos más tarde del
racionalismo europeo. Con ellos Martín compartía la necesidad de viajar, de tener un
“informe de primera mano” de lo que sucedía en Europa.7 En resumen, se trataba de una
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situación compleja, de crisis de los lenguajes tradicionales y del propio sistema de la
arquitectura, en la que era muy difícil tomar partido.
En el caso de Miguel Martín hay además otra influencia fruto de su colaboración en los
primeros años de profesión con Secundino Zuazo, de donde derivó además una gran amis-tad.
8 Considerado “maestro” por la generación del veinticinco, éstos aprendían de Zuazo
“los valores permanentes” de una arquitectura que mutaba en ese momento desde parámetros
tradicionales a otros nuevos. Para él la historia de la arquitectura era sobre todo un modo
de reflexionar sobre el hacer arquitectónico, y el estudio profesional, un taller donde
tenían cabida muchas tendencias.
Todo esto influyó en Martín en sus primeros trabajos tras su regreso a Las Palmas en
1922.9 A partir de ese momento, y a lo largo del siguiente lustro, las referencias madrileñas
o montañesas en las casas proyectadas son evidentes, al igual que sucede con lo aprendido
en las publicaciones inglesas que posee o con los conocimientos adquiridos en sus viajes
por Centroeuropa.10
A pesar de la coincidencia de las primeras obras protoracionalistas, hacia 1927, con la
continuidad de aquellas influencias, ahora ciertamente mas abstractas (véase, por ejem-plo,
los proyectos para el borde poniente del Parque de Santa Catalina para la familia
González Martín, entre 1928 y 1930),11 no podríamos hablar de Martín como de un arqui-tecto
ecléctico, sino más bien del técnico que necesita ir ajustando un lenguaje nuevo a su
propio hacer y a los gustos de una clientela burguesa, tanto local como extranjera. No es el
caso de, por ejemplo, José Enrique Marrero Regalado (1897-1956) cuya adscripción al
racionalismo, como ha sido demostrado en la exposición de su obra itinerante a lo largo de
199212, dependió de influencias de colaboradores y fue más puntual y epidérmica, nunca
militante, coincidiendo en el tiempo trabajos con diversos sistemas estilísticos: sus dibu-jos
para el Cabildo Insular de Tenerife, la “neocanaria” casa para la viuda de Beautell o su
propia casa-estudio racionalista, son todos proyectos de 1933 y demuestran que Marrero
es un buen ejemplo de lo que hemos definido como arquitecto ecléctico.
Por tanto, con los proyectos de viviendas de 1927 ya publicados -las casas Mulet y
Machín- Miguel Martín iniciaría un proceso autoformativo que culmina en los grandes
edificios racionalistas de los años 1930-1931, desde el Manicomio de Tafira o el Hotel
Parque, a los Cines Cuyás y Rialto.13 Desde ahí, la gran cantidad de trabajos que van del
Cabildo Insular (1932) a la Casa del Niño (1938), con multitud de viviendas unifamiliares
que inluyen las de la Colonia ICOT (1936-1939), señalarían una línea contínua de trabajo
comprometido con el racionalismo -en varias de sus corrientes que abarcan el purismo, el
constructivismo y el expresionismo, relacionada ésta última con su colaboración con
Richard Oppel- y que alcanza los años de la Guerra Civil. El hecho de que una institución
franquista acepte un edificio racionalista o que las últimas obras de esta corriente sean de
1939, o aún más tardías, ha sido ya estudiado: no significa más que su desideologización
y transformación, como vimos que sucedía con el modernismo, en puro lenguaje formal.14
Pero recientes trabajos de catalogación del patrimonio arquitectónico de Las Palmas de
Gran Canaria edificado durante la primera mitad de este siglo, nos han permitido compro-bar
que aquel período racionalista puro con que hemos caracterizado la obra de Miguel
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Martín entre finales de la década de los veinte y 1939-1940 no estaba tan cerrado. En los
barrios de Ciudad Jardín o Tafira Alta, por ejemplo, encontramos en los años treinta solu-ciones
mixtas para viviendas que a una distribución de gran calidad funcional -la misma
que encontramos en las casas “racionalistas”- unen la utilización de estilemas “regionalis-tas”.
Véase la casa para Frederik Staib de 1931,15 que en la planta baja dispone las tres
estancias principales en “L”, como hace casi siempre por esa época, organizando los acce-sos
y las relaciones con los servicios según un funcionalismo militante; pero luego, la
cubierta a cuatro aguas o los elementos formales extraídos de la arquitectura popular per-tenecen
a otra tradición: aquí, la continuidad con el “neocanario” de después de 1940 se
demuestra en la ampliación de esa misma casa para Juliano Bonny en 1949 que no mues-tra
ninguna discontinuidad compositiva con lo preexistente. O véase también la casa de
Silvia Williams, con un proyecto firmado en octubre de 1931,16 cuya planta -en contradic-ción
con la volumetría- sigue las cualidades de una organización funcional racionalista, a
saber: el acceso según un recorrido a lo largo de la fachada, el sistema en “L” del hall-sala-
comedor, la relación directa de éste con el oficio y con la cocina del semisótano, la
crujía de dormitorios y baños al sur y sus relaciones múltiples con el resto de la casa.
Un caso curioso es el de la casa para Leopoldo del Castillo en Tafira Alta. El proyecto,
de marzo de 1933,17 es racionalista, según una volumetría que Martín se ocupa en mostrar
en una perspectiva significativa. Sin embargo en agosto del año siguiente presenta los
dibujos para nuevos alzados que ahora se han convertido en “regionalistas”, con otras
dimensiones y proporciones de huecos, cantería, tejas, y toda la casuística volumétrica
propia de ese “estilo”.
Recordemos que su hermano Néstor regresa definitivamente a Canarias en 1934 -aun-que
su presencia ya era contínua desde dos años antes-, para iniciar en ese momento una
campaña de revalorización del tipismo que buscaba a través de lo popular representar “la
canariedad perdida”. Sin duda es su presencia en el estudio del arquitecto la que contribu-ye
a introducir aquellos elementos arquitectónicos que nunca podríamos identificar con el
lenguaje racionalista. Eso quizá explicaría el proyecto que Miguel Martín firma en marzo
de 1934 para su propia casa.18 La topología funcional de la planta, en dos crujías
longitudinales, es ejemplar: un camino que lleva a la trasera del edificio permite el acceso
desde allí a un vestíbulo, donde se desarrolla la escalera a la planta alta de dormitorios, y
de ahí al gran hall que se sitúa -en una interconexión muy abierta- entre una biblioteca en
dos niveles que ocupa las dos crujías de fondo y el comedor, relacionado a su vez con el
sistema cocina-oficio. Pero ese racionalismo de la planta -semejante al de la paradigmática
Casa Speth en Tafira (1932), hoy desgraciadamente mutilada- viene contradicho por la
volumetría, con cubierta de teja a cuatro aguas, la gran arcada de la terraza que recorre
todo el alzado a naciente, o el uso de cantería en los zócalos o de pérgolas y persianas de
madera.
El resultado de estas y otras intervenciones debe, por tanto, significar la revisión nece-saria
de aquella cronología “estilística” de nuestro arquitecto para no apartarnos, ni siquie-ra
con él, de la definición ecléctica con que seguimos identificando nuestra arquitectura.
¿Significa ésto que debemos olvidarnos del Miguel Martín racionalista?. En absoluto.
Lo que propongo es no conformarnos con una lectura superficial y epidérmica de los
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edificios para analizar con mayor profundidad su arquitectura: de ese modo, Martín sería
racionalista porque las organizaciones funcionales y topologías de planta lo son, o porque
lo son tanto la estructura de taller de su oficina como el control técnico a pie de obra. De la
misma manera que no sería “racionalista” otro arquitecto que nos podría engañar con sus
fachadas y volumetrías pero a quien las disposiciones internas decimonónicas le delata-rían.
NOTAS
1 Ver, entre otros, Luciano Patteta: Líarchitettura del Eclettismo, Mazzotta, Milán, 1975 (con una buena
recopilación de textos) o Peter Collins: Eclecticismo en Los ideales de la arquitectura moderna; su
evolución (1750-1950), G. Gili, Barcelona, 1977, pp. 117 y sig. Las relaciones entre el eclecticismo, las
operaciones arquitectónicas y la arqueología, la historia o lo pintoresco durante el siglo XIX han sido
estudiadas por mí en Antecedentes del Eclecticismo, Cuadernos, n. 3, Sevilla, 1985, pp. 11-32.
2 Cesar Daly: Introduction. 1856 a la Revue Générale de l’Architecture..., París, 1856, pp. 1-10.
3 Según Basilio S. Castellanos (1838), cit. en Julio Arrechea: Arquitectura y Romanticismo. El pensamien-to
arquitectónico en la España del XIX, Univ. de Valladolid, Valladolid, 1989, p. 95.
4 Julio Arrechea: Op. Cit., p. 85.
5 “Eclecticismos y Racionalismos” en AA.VV.: Introducción al Arte en Canarias, Vol. 1, CAAM, Las
Palmas de G. C., 1997, pp. 57-72.
6 Ver, entre otros, el capítulo de Robert Schmutzler: “Forma y estructura del modernismo” en El
modernismo, Alianza, Madrid, 1980, pp. 19 y sig. También Oriol Bohigas: Reseña y Catálogo de la
Arquitectura Modernista, Lumen, Barcelona, 1973 (aunque con ciertas imprecisiones al referirse a Cana-rias
en su dependencia del modernismo catalán).
7 Es lo que caracteriza a la generación de arquitectos racionalistas que Carlos Flores llama “del
veinticinco” -por la impostancia que para todos ellos tuvo la Exposición de Artes Decorativas de París de
1925-, en Arquitectura Española Contemporánea, 1880-1950, Aguilar, Madrid, 1989, p. 149.
8 Cuando Zuazo sufrió la depuración colegial después de la Guerra Civil, y tras su estancia en Francia,
residió en Las Palmas acogido por Martín hasta 1943 en que pudo reintegrarse a su estudio madrileño
aunque manteniendo con la ciudad una gran relación profesional.
9 Ver el análisis comparativo de esas obras de Martín y algunas de Zuazo de la década de los veinte en
Manuel Martín Hernández: “Secundino Zuazo Ugalde en la Arquitectura Canaria”, introducción a
Vicente Mirallave: Zuazo y Las Palmas de Gran Canaria, en prensa.
10 Ver Eclecticismos y Racionalismos, cit., pp. 62-63.
11 Se trata de proyectos poco conocidos pero de gran presencia urbana, con fachadas a la calle General
Vives y al Parque de Santa Catalina, para los hermanos Manuel (julio, 1928), Alfredo (octubre, 1928) y
Asunción González Martín (marzo, 1930) (AHPLP.: PyO. 72-1928 / 44-333-1930).
12 Ver el catálogo de aquella Exposición: Marrero Regalado (1897-1956). La arquitectura como
escenografía, Demarcación de Tenerife-Gomera-Hierro del COAC, Sta. Cruz de Tenerife, 1992.
13 Hay dos edificios de Martín poco conocidos que señalan el paso entre la arquitectura de finales de los
veinte y la de principios de los treinta. Me refiero a los dos edificios medianeros situados cerca de la
Playa de las Canteras, en la calle Salvador Cuyás, 14,16,18, y proyectados en 1929 y 1932: Edificio
Schnoor (AHPLP.: PyO. 34-184-1929) y Edificio Lohr (AHPLP.: PyO. 62-429-1932).
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14 Sergio Pérez Parrilla ha hablado de “fisión semántica” para explicarlo, en La Arquitectura Racionalista
en Canarias (1927-1939), Excma. Mancdad. de Cabildos, Las Palmas de G. C., 1977, p. 87. Ver también
Maisa Navarro Segura: Racionalismo en Canarias, Excmo. Cabildo I. de Tenerife, Sta. Cruz de Tenerife,
1988, pp. 205-213; aquí se cita varios casos en que el racionlaismo aparece todavía más acá de 1940. Me
gustaría aquí añadir un curioso edificio de Marrero Regalado de 1946 -el Edificio González Suárez en la
calle Nicolás Estévanez, 6-8 / General Vives, 61 de Las Palmas de G.C. (AHPLP.: PyO. 149-36-1946)-
proyectado con tres plantas como “neocanario” y que acaba siendo resuelto con cinco desde un racionalismo
“tardío”, según dibujos hechos todos el mismo año.
15 AHPLP.: PyO. 50-226-1931.
16 AHPLP.: PyO. 75-170-1933.
17 AHPLP.: PyO. 82-119-1934. En la Carretera del Centro, 165.
18 AHPLP.: PyO. 82-91-1934. En la calle Góngora, 5, de Ciudad Jardín, hoy forma parte del complejo del
Estado Mayor de Aviación.