EL PROCESO INQUISITORIAL AL MÉDICO
D. JUAN PERDOMO: UN EJEMPLO DE LA OPOSICI~N
ILUSTRADA AL SANTO OFICIO EN CANARIAS
M.* JosÉ BETANCORG ~ME Z
LUIS ALBERTO ANAYA HERNÁNDEZ
El médico Juan Antonio Perdomo Bethencourt y Cortés, nacido en
Garachico en 1/31, de padre tinerfeño aunque de ascendencia herreña,
y madre sevillana, es un personaje conocido tanto por testimonios con-temporáneos
como por la historiografía actual '. Fundamentalmente, por-que
acabados sus estudios de medicina en Granada, y tras examinarse
en Madrid ante el Tribunal del Protomedicato, marchó en 1766 a Vene-zuela
tras ejercer un tiempo en Las Palmas. El mismo año introdujo en
la colonia la inoculación antivariólica, acabando con una epidemia de
viruela que la asolaba 2, al poco ocuparía el cargo de Teniente y Corre-gidor
de indios, así como Administrador de la Real Hacienda en el
pueblo de La Victoria. Hombre de ideas liberales, será acusado ante
el Santo Oficio por lecturas de libros prohibidos y proposiciones ), por
lo cual el comisario de Caracas le denunció al tribunal de Cartagena de
Indias, que le abrió un sumario en 1782 4. Trasladado a la Península por
motivos personales fue detenido en Canarias por orden de la Inquisi-ción
de Sevilla el 11 de agosto de 1786.
A instancias del tribunal isleño, la Suprema solicitó al de Cartagena
de Indias la ratificación de testigos el 13 de febrero de 1787, instando
además al Santo Oficio canario a que se entendiese directamente con el
tribunal americano 6. La documentación llegó tarde e incompleta, por lo
que hubo que solicitarla de nuevo, tardando nada menos que 27 meses
en conseguirse 7. Ésta y otras causas, explican como habiendo sido de-tenido
Perdomo el l l de agosto de 1786 no sería condenado hasta abril
de 1792.
No vamos a detenernos en su proceso por lo ya expuesto s. sino que
estudiaremos su prisión en Gran Canaria con los múltiples incidentes
que la misma originó, haciendo hincapié en la causa principal que los
652 M." José Betancor Gómez - Luis Alberto Anaya Hernández
motivaron: la creciente oposición a la Inquisición de los ilustrados y la
pérdida de poder y decadencia de esta institución. Además, analizare-mos
también la información médica a través de la documentación
inquisitorial, la fuente primaria principal de nuestro trabajo 9.
Las relaciones del reo con los inquisidores no debieron ser malas
en un principio. Así lo demuestra la correspondencia con la Suprema,
donde éstos abogan porque se le saque de las cárceles secretas, debido
a la necesidad de hacer obras en las mismas y a la «elefancia» que
padecía Perdomo 'O. Por eso, en julio de 1788 se le trasladará a casa de
su cuñada Rosa López, argumentando que por su mal no podía estar en
un convento.
No obstante, pronto corñeiizaríaii las discrepancias entic el reu y el
tribunal, por las críticas de Perdomo ante la lentitud de su proceso. Por
su parte, los inquisidores le acusan de organizar tertulias y de atender a
pacientes en su casa y fuera de ella. Entre ellos figuraban lo más desta-cado
de la ciudad: la casa del Conde de La Vega Grande, los oidores
de la Audiencia, canónigos, etc, lo que contribuye a explicar el apoyo
que recibiría de las élites locales. También debió influir en el enfrenta-miento,
un escrito ofensivo al tribunal canario, que la mujer de Perdomo
envió directamente a la Suprema, y cuya autoría los inquisidores acha-caron
al reo ' l . Tras volver unos días a las cárceles secretas para trámi-tes
de su proceso, fue recluido el 19 de noviembre de 1783 en el con-vento
de San Francisco, al emigrar su cuñada a Venezuela.
Los pocos días que pasó en la celda inquisitorial son indicativos de
su popularidad, pues desde el fiscal de la Audiencia, pasando por el deán
y varios canónigos, hasta distintos caballeros, intercedieron para que se
le trasladara al exterior en aras de la salud pública. El tribunal achaca-ba
estas simpatias a «ser natural, haber estado unos años de médico en
Las Palmas y existir un único médico en la isla». Su estancia en el
convento no cambió sus costumbres anteriores, pues siguió recibiendo
visitas, celebrando meriendas y tertulias y saliendo por las noches a la
ciudad, todo lo cual motivó su reclusión en las cárceles secretas el 10
de agosto de 1790. Según los inquisidores, urdió con sus simpatizantes
un complot para salir de las mismas, hostigando al médico titular, el Dr.
Pano, con objeto de que se fuera, y así, al encontrarse la ciudad sin
facultativo no quedan'a otra alternativa que excarcelarle 12. El plan se
desarrolló a la perfección, y el Dr. Pano fue acusado de no tratar ade-
El proceso inquisirorial al médico D. Juan Perdomo ... 65 3
cuadamente a las víctimas de la epidemia de tabardillo que el verano
de 1790 afectó a la ciudad, por lo que optó por irse a la Península 1 3 .
Con este pretexto, el Ayuntamiento solicitó al Santo Oficio la libertad
de Perdomo para que pudiera atender a la población. La negativa del
tribunal motivaría un escrito del personero Damaso Hermosilla al rey,
solicitándo también infructuosamente su intercesión 14. Por su parte,
Perdomo hizo que su mujer escribiese otro memorial al ministro Porlier
en el mismo sentido, que tampoco fue atendido.
Esta creciente presión social provocará el aislamiento del tribunal,
tal como se refleja en su correspondencia 15. Hasta tal punto llega a ser-le
incomoda la presencia del reo, que terminará solicitando que lo pro-cesaran
en Cartagena de Indias y en su defecto en Sevilla, petición esta
última a la que accederá la Suprema el 17 de diciembre de 1789. El 14
de abril del siguiente año embarcaría para esta ciudad, donde dos años
después sería condenado a «abjurar de levi, absuelto ad cautelam, des-terrado
de Caracas y de ocho ieguas de su iugar de naturaieza y a cii-versas
penas espirituales» 16.
El alcance de las tramas de nuestro médico no lo conocería íntegra-mente
el Santo Oficio hasta despues de su ida. En efecto, al día siguiente
de su partida fue encontrada una carta anónima dirigida a Perdomo en
los patios de la cárcel. En ella se implicaba al alcaide D. Juan Navarro,
a su mujer y al secretario de secuestros D. Juan de Vega, en la red de
complicidades que suministraba al reo la información interna del tribu-nal
y que además le daban entrada y salida a su correspondencia, rom-piendo
así la obligatoria incomunicación. La carta motivará la apertura
de un proceso que confirman las maniobras del reo contra el tribunal ".
Entre las numerosas personas implicadas en la correspondencia del reo
y en sus maniobras, los inquisidores canarios piden a la Suprema poder
actuar contra el canónigo D. Blas Calañas Is, fray Domingo Tomás de
Cubas, guardián de S. Francisco, D. Damaso Hermosilla personero del
Ayuntamiento y el Conde de la Vega Grande, D. Francisco del Castillo
Amoreto 19: «entre otros muchos que hacían lo mismo con mayor disi-mulo
». Pero además del Conde, que era familiar del Santo Oficio, esta-ban
implicados otros miembros de la institución, el alcaide y su mujer,
el secretario de secuestros ya citado, el tesorero real y alguacil del San-to
Oficio en Santa Cruz de Tenerife D. Josef Rodnguez de Carta, el paje
del inquisidor decano D. Jerónimo de Sainz y Calvo y otro criado de
nombre Jeromillo. Gracias a ellos, era como Perdomo estaba al tanto
de las circunstancias de su proceso y podía obrar en consecuencia, re-chazando
testigos o utilizando la información para denigrar a los
inquisidores. Es obvio, que la Suprema no podía permitir el enjuicia-
654 M." José Betancor Gómez - Luis Alberto Anaya Hernández
miento de todos estos personajes, por lo que sólo autorizó el del alcai-de
y el del secretario de secuestros D. Juan Rodríguez de la Vega, quién
terminó siendo el único sancionado al cesársele en el cargo.
Los problemas de los inquisidores con Perdomo no acabaron con su
condena; el 12 de junio de 1792 escriben a la Suprema que tras regre-sar
a Tenerife pretende volver a Las Palmas, por lo que .piden que el
destierro se extienda a esta ciudad, porque si lo logra «será una mofa a
este tribunal y con sus tramas y enredos bien experimentados nos dará
que hacer» ,
D. Juan Perdomo fallecería el 12 de enero de 1800 en el Puerto de
La Orotava, e incluso tras su muerte tuvo que ver con el Santo Oficio.
En efecto, el receptor del tribunal D. Domingo Galdós, secuestró y ven-dió
algunos de sus bienes para cobrar los 11.074 reales que todavía adeu- "2
D
daba al tribunal por el viaje a Sevilla y los gastos de su manutención 21. E
Como ya hemos visto, los inquisidores achacaban a su profesión el
O n apya qüe Peiduiiio recibia de impmantes sectores. Eüb:ia qUe aaadi: -
-
m
en el caso del alcaide y su mujer y de algún otro, los regalos que reci- o
E
bieron del reo y los beneficios que sacaban del tráfico de recetas que E
2
tenía lugar en la prisión. Pero ninguno de estos factores explican un -E
apoyo tan amplio y de tanta audacia como el que hemos esbozado, pues
por las páginas del proceso .desfilan miembros de los Cabildos laico y 3
-
eclesiástico, de la Audiencia, de las milicias y hasta del entorno del -
0
m
obispado. Habría pues que tener en cuenta otros factores, como son los E
enfrentamientos seculares entre las instituciones, la creciente pérdida de O
poder inquisitorial y la difusión de las nuevas ideas opuestas a la insti- n
tución dedicada a reprimirlas, que servirían de aglutinante ideológico a -E
sus opositores. Analizaremos por partes estos factores, comenzando por a
2
el sanitario. n
n
3
O
D. JUAN PERDOMO Y ALGUNOS ASPECTOS DE LA SANIDAD
EN LAS PALMAS A FINES DE1 XVIII
La documentación manejada nos posibilita hacer un esbozo sobre
algunos aspectos de la problemática sanitaria en Las Palmas en estos
años, para comprender mejor una de las causas del apoyo que recibió
nuestro galeno.
Es en estos años, 1786, cuando se inaugura el nuevo hospital de San
Martín, obra del obispo Cervera. Contaba con unas 30 camas, atendidas
por el dr. Pano, único médico, al que desde 1791 acompañaría ei ciru-jano
Agustín Collado 22.
El proceso inquisitorial al médico D. Juan Perdomo ... 655
El encargado de la contratación de los médicos para la isla era el
Cabildo, que pagaba 358 pesos al facultativo, siempre que éste estuvie-ra
revalidado. A cambio, debía atender gratuitamente al corregidor,
regidores y familias, y a los pobres 23. El resto del vecindario pagaba
unas tarifas estipuladas, que en 1763 consistían en dos reales de plata
la visita regular, cuatro las de horas incómodas y cuatro pesos las con-sultas
con otros médicos 24.
La lejanía de las islas y el no contar con Universidad propia, pro-vocará
en más de una ocasión la ausencia de médicos, teniendo enton-ces
el Cabildo que hacer las diligencias en el exterior, para poder con-tratarlos.
Así sucedió en los años que estudiamos, cuando por la ida del
titular, el Dr. Pano se intentó conseguir un sustituto La tarea no re-sultó
fácil, al rehusar los dos candidatos que se intentaron conseguir en
Tenerife, D. Juan García y D. Pedro Toledo 26, por lo que hubo que re-currir
al corregidor de Granada para que intentara conseguir uno. No
obstante, aunque iieg6 la piüpüesici de Granada, se ~pi6 pGi vuulver a
contratar al Dr. Pano, que había solicitado de nuevo la plaza. En resu-men,
desde que renunció Pano, el 6 de agosto de 1790, hasta que vol-vió
a aceptar la plaza el 17 de marzo de 1791, la ciudad estuvo sin
médico titular, aunque le suplía el Dr. D. Nicolás Negnn, que no esta-ba
revalidado, por lo que cobraba la mitad. Para colmo de males, Las
Palmas atravesó por una epidemia de tabardillo en 1790, que afectó a
numerosas personas 27. Para evitar estas situaciones, el Cabildo intenta-ría
que hubiera dos médicos, proponiendo a las restantes instituciones,
Cabildo eclesiástico, Audiencia, Inquisición y conventos, que unificaran
el dinero que destinaban a este efecto, lo que no llegó a cuajar ".
El status económico de los médicos titulares era por estas circuns-tancias
bastante satisfactorio, no sólo percibían el salario que la ciudad
les asignaba, sino que además con frecuencia servían a otra institución,
y además cobraban a los particulares. Así por ejemplo, el Dr. Pano era
en 1798 médico de la ciudad y a la vez de la Inquisición, que le paga-ba
220 reales que pronto se elevarían a 1000; por su parte, el Dr. Negrín
era también médico del Santo Oficio y además del Cabildo eclesiás-tico
29.
La isla, que en 1787 contaba con 49.000 habitantes 30, atravesó du-rante
estos años una crítica situación sanitaria. Además de contar con
un sólo médico revalidado 31, que faltó durante el tabardillo, sufrió otra
serie de males, como la viruela de 1787 que provocó la muerte de 118
niños 32 y algunos adultos 33, otra epidemia de «fiebres catarrales con tos
fuerte y calenturas» dos años después, y en 1790 el tabardillo acompa-ñado
de.otras enfermedades, que provocaron la muerte sólo en el hos-
656 M.a José Betancor Gómez - Luis Alberto Anaya Hernández
pita1 de 86 personas 34. Esta situación explica en parte las simpatíascque
un profesional competente como Perdomo suscitaba entre la población 35.
LOS ENFRENTAMIENTOS CON LAS INSTITUCIONES
A lo largo de su existencia, la Inquisición fue la institución que más
conflictos mantuvo con las restantes; quizás por ser la única con juris-dicción
sobre las demás. Con el Cabildo eclesiástico fueron constantes
desde 1524: por la canonjía inquisitorial, por el cumplimiento de las
horas, por los asientos del coro, etc. Prueba de la mutua «estima» de
canónigos e inquisidores, es una carta a la Suprema de éstos en noviem-bre
de 1784, donde al intentar que se censure la Historia del canónigo
Viera y Clavijo escriben acerca de los prebendados: «no se descuidan
los individuos del cabildo de ponderar su justicia y jactarse del triunfo
qUe cons ig~enc ontrs !a InqüisiciSn y gdpe qUe !e dier~ii,. ..y e!!m se
precian de ser ntros. amigos, pero como su cuidado ha sido siempre el
que el tribunal esté abatido» 36.
Con los obispos se recmdecen en estos años los enfrentamientos. Con
el Cabildo secular y gobernadores hay asimismo conflictos, por proble-mas
jurisdiccionales, competencias, etc. De hecho, en 1575 el Cabildo
intentará sustituir el tribunal por un comisario dependiente de Sevilla,
para disminuir así su importancia 37. Igual sucederá con la Audiencia,
con los militares por problemas relacionados con su fuero, y con los
arrendadores de rentas por los privilegios fiscales inquisitoriales. Por ésto,
los enemigos del Santo Oficio intentarán en estos años ajustar cuentas,
aprovechando el contexto auspiciado por las nuevas ideas.
LA INQUISICIÓN CONTRA LA ILUSTRACIÓN
Habría que recordar la doble política de la Corona y de los gobier-nos
reformistas de estos años respecto al Santo Oficio. Si por una parte
lo mantuvieron bajo un cierto control, para evitar que perturbara su
política modernizadora, por otra, cuando juzgaban que las nuevas ideas
adoptaban tintes demasiado radicales permitían su actuación, y cuando
a partir de los noventa sobreviene «el gran pánico de Floridablanca»
colaborarán abiertamente con ella.
La estancia de Perdomo en Las Palmas se produce en los años de
control regio del Santo Oficio, lo que facilitará el que sus críticas tu-vieran
eco entre los detractores del tribunal, que abundaban en su en-
El proceso inquisitorial al médico D. Juan Perdomo ... , 657
tomo. Así lo demuestran las denuncias y procesos contra varios de sus
allegados como sucede en mayo de 1790, cuando el Santo Oficio abre
una investigación para averiguar quién fue el que en una tertulia con el
reo, al criticar la obligación del secreto en el procedimiento inquisitorial,
afirmó que: «el modo de proceder del Santo Oficio era inicuo y bárba-ro,
y que él estaba pidiendo un empleo en América para estar desocu-pado
y así poder escribir sobre el método y modo de proceder del San-to
Oficio» 38. El que su abogado fuera el canónigo D. Nicolás de Viera,
hermano de nuestro historiador y de similar ideología, es también signi-ficativo
como recalca el tribunal 39.
Para conocer quienes eran afectos a las nuevas ideas y sus vías de
difusión, estudiaremos las actuaciones de la Inquisición en los últimos
decenios del XVIII y primeros del xrx.
El instrumento primordial de introducción de las nuevas ideas sena
el libro, especialmente los prohibidos. Y ésto, a pesar del celo del San-to
Oficio que ciisponia de ampiia información sobre esta temática, gra-cias
a los edictos que puntualmente enviaba la Suprema y que el tribu-nal
remitía a su vez a los comisarios y aduanas de todas las islas. En
alguna ocasión, la minuciosidad de los mismos rozaba lo grotesco, como
cuando en 1791 vetan una obra escrita integramente en «vascongado
francés» en honor a las nuevas leyes francesas, por lo que su difusión
en las islas parecía dificil 40.
No obstante, por distintos motivos, esta tarea no era sencilla. Como
sabemos una vez denunciada 41 y recogida la obra, se pasaba al califica-dor,
quién dictaminaba si se permitía o había que prohibirla in totum o
parcialmente, basándose en el Indice o en el análisis de la misma. Esta
última precaución no era infundada; en más de una ocasión, obras que
no habían sido vetadas todavía fueron calificadas negativamente en
Canarias. Es el caso de «Le citoyenne Roland», recogida en 1799 en el
Puerto de la Cruz, aunque hacia cuatro años que corría por la ciudad, y
que no sería prohibida por la Suprema hasta el 16 de mayo de 1801 42.
Asimismo, el Cathechisme Republicaine Franpise, recogido en 1796 en
Tenerife, no sena vetado hasta febrero de 1798 43.
Otro de los problemas era la falta de calificadores; pero aún más
grave es que casi ninguno sabía idiomas, lo que suscitaba frecuentes
quejas 44. Quizás por este hecho se ven obligados en 1804 a enviar una
partida de libros en francés a la Península, para que los calificaran allí 45.
La solución de recurrir a personal extraño al tribunal, no siempre era
conveniente; así en 1796, se ven obligados los inquisidores a recurrir al
canónigo D. Agustín Madam para calificar una obra en inglés que ha-bían
confiscado al médico Francisco Cullen 46. Pero incluso entre los
658 M." José Betancor Gómez - Luis Alberro Anaya Hemández
calificadores oficiales no faltaron los desafectos; fray Antonio de Elvira
y fray Domingo Gordillo serían cesados por no calificar con rigor la
causa de D. Antonio de Torres, el secretario del obispo Herrera 47.
Otro medio de difusión de los libros prohibidos provenía también del
tribunal, a través de las licencias que concedía autorizando su lectura.
Entre 1763 y 1820 tramitó 52, a las que había que añadir las pontificias 48,
y no siempre se otorgaban a personas hostiles al pensamiento ilustrado,
como lo demuestran las que disfrutaron el médico Domingo Saviñon,
Viera y Clavijo o el marqués de Villanueva del Prado 49.
Amén de estas posibilidades legales de lecturas prohibidas estaban
las ilegales, a la que se accedía por diversas vías. Trayéndolas perso-nalmente,
como hace en 1803 el vecino de Tenerife D. José Larroche,
que transporta desde Charlestown un baúl lleno de libros y estampas
obscenas para vender en las islas 50. También, importándolos directamen-te,
como es el caso del comerciante inglés del Puerto de la Cruz D. Ni-coiás
Blanco, quién reciie en 1780 desde ingiaieiia ün c a j h cm 64
libros 5 ' . Además, siempre se podían adquirir directamente de los navíos
extranjeros.
Los libros y estampas de caracter erótico tenían también un público
entusiasta. Así, en 1804, se abre un proceso en Arrecife por una estam-pa
«obscena que muestra a la hermosa Venus desnuda», y que había sido
regalada por el capitán de un navío danés 52. El mismo año se denun-cian
otras estampas lujuriosas, vendidas en la misma localidad, que re-presentaban
«modelos de los trajes que llevan las mujeres en Francia» 53.
El piloto francés Duloc sena procesado por tener dos libros con estam-pas
«de cuantos modos obsenos puede inventar la malicia para la hu-mana,
generación» 54. El «perverso y obseno libro»: Lettres galantes y
philosophiques de deux nones 55 sería lógicamente secuestrado; el ofi-cial
inglés Guillermo Downing sería a su vez interrogado, acerca de otro
que representaba «el acto carnal de hombre y mujer» 56.
LA INFLUENCIA REVOLUCIONARIA A TRAVÉS DE. LA PRESEN-CIA,
EXTRANJERA
En la difusión de las nuevas ideas jugará un importante papel la
estancia en las islas de extranjeros, sobre todo franceses, especialmente
en Tenerife. Sabemos, que en 1793, 22 de los 96 extranjeros censados
en esta isla tenían este origen; de ellos ocho serían expulsados durante
la Guerra de la Convención 57, mientras que 600 prisioneros de este con-flicto
serían enviados a Tenerife. También, durante la Guerra de Inde-
El proceso inquisitorial al médico D. Juan Perdomo ... 659
pendencia, más de 2.000 serían distribuidos entre Tenerife y Gran Ca-naria.
Difundían también las nuevas ideas los corsarios franceses que,
en momentos de guerra con Inglaterra, se estacionaban en las islas.
Estamos en los inicios de la Revolución, y muchos de ellos eran
entusiastas propagandistas de la misma, por vía oral, o bien distribuyendo
literatura escrita o iconografía revolucionaria en forma de barajas, pa-ñuelos,
abanicos, etc sa. En 1797, la Inquisición informa a Madrid, que
los tripulantes de una embarcación. francesa que había anclado en Santa
Cruz el año anterior: «vertieron mucho veneno entre aquellos naturales,
ya dando y vendiendo libros y profiriendo proposiciones». Entre los li-bros
recogidos además del ya citado «Lettres galantes y philosophiques
de deux nones» s9, figuran nada menos que 172 tomos de la Enciclope-dia
Metódica de Panckoucke, comprada por el médico Domingo Saviñon
por 562 pesos. Las pesquisas darían lugar a la formación de seis expe-dientes
inquisiioriaies, que no parece prosperaran ". Respecto a 10s pri-sioneros
franceses en Tenerife, en agosto de 1795, el tribunal canario
informa a la Suprema que su comandante había escrito una carta al
obispo Tavira «con muchas proposiciones injuriosas al papa y cuerpos
religiosos»; los prisioneros hablaban «descompuestamente sobre la liber-tad
y máximas perversas de su nación»; además tenían dos perros a los
que llamaban «Capeto» y «Antonieta» 6'.
Pero no solo pudieron influir ideológicamente los franceses; también
los canarios prisioneros en Francia por participar en la Guerra de la Con-vención,
fueron objeto de actividades proselitistas. Así, en diciembre de
1796, un misionero franciscano entrega al Santo Oficio un «Cathechisme
Republicaine Franpise», que le había dado uno de los militares canarios
que retornaron de Francia. El calificador canario lo juzgó «como
perjudicialísimo a la juventud», y el tribunal ordenó su prohibición 62.
En estos años fue frecuente la presencia de corsarios franceses, cu-yos
tripulantes fueron objeto de la atención del tribunal 63. Contra Nico-lás
Menage, teniente de la «Bar.r e. t», anclada en Las Palmas, se origina ,, 17nQ .., ,,,,-,,+ ,- I,tri..Aninirir.nn Dr.trn hino ri.~ro r,.A..ri A-G
i l 1 1 7 0 U11 p I U b b D V pul ~ L V ~ V U l b L V I I b DL.l l L L L VblUJ , L U L U L U D U U U pul Ub-cir
que la Inquisición era un tribunal sangriento, y por negar el misterio
de la Trinidad, argumentando que «repugnaba a las matemáticas que uno
fuera tres» 64.
En 1792, la Aduana de Santa Cruz de Tenerife remite al Santo Ofi-cio
tres libros prohibidos confiscados a un oficial francés 65. Por último,
en 1801, el inquisidor Aiariiia ordena ai comisario.de Santa Cruz que
averigue lo que pueda sobre el capitán de una corbeta corsaria francesa,
que murió de un balazo sin querer recibir los últimos sacramentos, a
pesar de lo cual fue enterrado ersagrado 66.
660 M.', José Beroncor Gómez - Luis Alberto Anaya Hernández
Debía de existir una opinión bastante extendida acerca de la impu-nidad
de que gozaban los franceses en este terreno, tal como refleja una
carta de 1797 a la Suprema, en la que informan que han abierto varios
expedientes «para ver si podemos contener la audacia de los de la ciu-dad
de La Laguna, que creyendo falsamente que no se puede castigar a
los franceses, se han echado a hablar mal de la Inquisición» 67... En las
mismas fechas fue denunciado el cónsul francés en Santa Cruz, Pedro
Clergert, por decir que «había venido orden para que la Inquisición no
incomodara a ningún francés, aunque hiciera cualquier cosa» 68. Al año
siguiente, a raiz de unos incidentes, el Santo Oficio de Canarias ordenó
que no se visitaran los buques de guerra y corsarios franceses 69. Real-mente,
si no existía una directriz en este sentido lo parecía, pues ni uno ,,
sólo de los franceses denunciados sería detenido o condenado. D
La alusión anterior al cónsul francés no es la única mención E
inquisitoriai respecto a estos funcionarios; en 1776 se ie formó sumaria n al anterior cónsul por proposiciones y posesión de libros prohibidos 70. -
m
O
En 1772, el secretario de la Comandancia General, D. Salvador Clavijo, EE
reconoció a los inquisidores haber leido las Cartas de Pascal, prestadas S
E por el cónsul de los Estados Generales D. Arnaldo Van Steinford 71; a -
su muerte su biblioteca, en la cual figuraban libros prohibidos, fue ad- 3
quirida por distintos tinerfeños 72. - -
Tal como señala Manuel Hemández, no es de desdeñar la influen- 0
m
E cia norteamericana, especialmente en el Puerto de la Cruz que era el
centro isleño de este comercio 73. Así 10 demuestran los dos procesos O
suspensos contra dos marinos franceses, estantes en las islas, por man- n
tener contactos con masones en Charlestown. Uno de ellos, Josef Coquer, -E
a
residente en Santa Cruz, fue acusado en 1788 de burlas contra la reli- l
gión católica y de «ir a misa al templo de los franmasones» en aquella n
n
ciudad 74; el otro, el piloto Duluc, fue denunciado en 1778 por tener un
libro con las constituciones de los francmasones 75. Hay acusaciones re- 3
O
feridas a Nueva Orleans, cuando formó parte de los dominios hispanos, . . comv la qUe se hcice por piopvsiciuiies pi-uferidas en 1799, contra ei
teniente de marina fulano Prieto 76.
Las denuncias contra los oficiales del regimiento de UItonia, que
guarneció Santa Cruz desde 1799 hasta 1802, y que contaba en sus fi-las
con numerosos extranjeros, son también frecuentes. Empezando por
su coronel, D. Juan Kindelan, que es acusado de prestar el Emilio a una
joven, que a su vez había recibido de un corsario francés 77. Algunos de
sus ofíciales son acusados de proposiciones, como el capitán Fernando
Campero o el teniente Pisón en 1799 El oficial Guillermo Dowling,
10 será por tener en su poder un libro con láminas obscenas 79, el te-
El proceso inquisitorial al médico D. Juan Perdomo ... 66 1
niente francés Francisco Dugue será procesado en 1802 'O. Los proce-sos
a militares, chocaban con el fuero castrense, por lo que en 1801 se
extendió a las islas la orden real vigente para los dominios americanos
a este respecto
OTROS DIFUSORES
Junto a los anteriores, destacan como propagadores de las nuevas
ideas, los funcionarios y eclesiásticos.
Entre los primeros podemos mencionar incluso a un Comandante
General, el marqués de Branciforte, de origen italiano y cuñado de
Godoy. Fue acusado en 1786 de haber criticado una providencia de la
Audiencia, alegando que: «Si estaban en Turquía o en el tribunal de la
Inquisición». La frase, como era lógico no gustó al tribunal, que tachó
ai riiiiiia de «sujeto sin reiigión, poco afectuoso ai estado eciesiástico,
mui libre al hablar» además de difusor de la obra de Voltaire. Pero la
dificultad de proceder contra él, también eran conocidas por el tribunal ".
Entre otros funcionarios denunciados, destacan el regente de la Audien-cia
s3, e1 tesorero general y alguacil mayor del Santo Oficio de Santa
Cruz 84, y el sargento mayor de Tenerife. Ni siquiera en la aislada
Gomera escapaban sus autoridades a la fobia antiinquisitorial; en 1781
el comisario de la isla denuncia al gobernador de armas D. Rafael Josef
Quijano, por obstaculizar su labor y decir que el rey le había quitado al
Santo Oficio la facultad de poner censuras
Tampoco estaban ausentes los eclesiásticos, antes al contrario son
objeto preferente de vigilancia inquisitorial. Empezando por la cúspide,
ni uno solo de los obispos que desde 1769 hasta las primeras décadas
del xrx gobiernan la mitra canaria, son considerados por los inquisidores
afectos al tribunal. Y con razón, pues habían apostado por el catolicis-mo
ilustrado, tal como lo demuestran las críticas del Santo Oficio, su
labor y sus lecturas. La institución eclesiástica, que sin duda más pro-blemas
dió al Santo Tribunal sería el Seminario Conciliar. Creado en
1777 por el obispo Cernera, muchos de sus profesores serían objeto de
la atención del Santo Oficio que procesó a más de uno 86. También el
Cabildo eclesiástico constituyó un motivo de preocupación para los
inquisidores, por la ideología de muchos de sus miembros; recordemos
a Viera o Graciliano Afonso entre otros. Bastantes miembros del clero
secular eran afectos a las nuevas ideas; en 1797 los inquisidores cana-rios
escriben a la Suprema que entre los que hablan mal de la Inquisi-ción
y siembran doctrinas perjudiciales en La Laguna, «los más son
662 M." José Betancor Gómez - Luis Alberto Anaya Hernández
presbíteros» 87. Incluso entre el clero regular, aunque en menor medida,
no faltaron los desafectos
Uno de los pocos casos de «contagio» revolucionario a nivel popu-lar
que conocemos, lo que no es extraño dado el caracter elitista de las
nuevas ideas, es el proceso suspenso contra María de los Dolores la
«Perifolla», natural de Tenerife y residente en Las Palmas. Fue acusada
en 1798 de haber dicho «que los franceses habían hecho mui bien en
todo», «que aquí unos tenían mucho y otros nada» y que hicieron bien
en quemar las imágenes de los santos «porque eran de palo», lo que se
achacó a su trato en una taberna con corsarios franceses 89.
CONCLUSIONES
A través de estas páginas hemos querido resaltar la decadencia del O
Santo Oficio, mediante las vicisitudes del proceso de D. Juan Perdomo, - m
O
que movilizó en su favor a una parte importante de las élites locales EE grancanarias. Las causas fueron complejas, empezando por la importan- S
E cia social del reo, un médico canario, que gozaba de buena fama profe-sional,
en un contexto donde no era fácil conseguir facultativos. Influyó 3
tamhih e! desm de !as restantes institucinnes de disminuir e! poder del -
Santo Tribunal en beneficio propio. Por último, también contribuyó la 0
m
E difusión de las nuevas corrientes, que servirían como argumento ideoló-gico
en contra del Santo Tribunal. O
,,
El proceso inquisitorial al médico D. Juan Perdomo.
NOTAS
l. Es mencionado entre otros por el Conde de Segur y Francisco Miranda. Para co-nocer
la bibliografía al respecto, ver: FERNANDEPZÉ REZ,D . W.: Juan Perdomo, introduc-tor
de la variolización en Venezuela. Caracas, 1979. En Canarias ha escrito sobre él: B o s c ~
MILLAREJS.,: «La calle Perdomo y el origen de su nombre», Las Palmas de Gran Cana-ria,
1964. El profesor Manuel Hemández tiene en prensa un libro sobre este personaje.
2. Habría que recordar que la inoculación, aunque practicada clandestinamente en
España desde 1760, estaba prohibida por el Protomedicato y es sólo desde 1771, cinco
años después de aplicarla Perdomo en Venezuela, cuando se difunde y generaliza su prác-tica.
Ver: GRANDEJ,. : «La inoculación de la viruela en la España Ilustrada*, en Cien-cia,
medicina y sociedad en la España Ilustrada, I.C.E., Universidad de Valladolid, Va-lladolid,
1990, pp. 86-87.
3. Por ejemplo, afirmaba que la única verdad que decía el sacerdote en misa era:
«domine non sum dignus*. Además era partidario de la emancipación americana, tal como
escribe el Conde de Segur. Ver FERNÁNDEPZÉ REZ,D . W.: Op. Cit., p. 35.
4. El 27 de enero, la Suprema, a instancias de Cartagena, solicitó al tribunal cana-rio
sus posibles antecedentes, contestando éste que no los.tenía, aunque sí su hermano
D. Antonio Perdomo, que había sido teniente de corregidor de Gran Canaria, y que fue
reprendido por entrometerse en la jurisdicción del Santo Oficio al procesar y castigar a
unas brujas de Telde, A.M.C., Inq. XXVII-10, fols. 111 .y 143, 1-D-29, f. 129; LXV-24.
También en: FAJARDOS P~NOLFA.:, Hechicería y brujeria en Canarias en la Edad Mo-derna.
C.I.G.C., Madrid, 1 992.
5. Y sin mucho ánimo de enmienda, pues el comisario.de Cádiz le quitó varios
libros prohibidos, A.M.C., Inq., 1-D-29, f. 182.
6. A.M.C., Inq., 1-D-29, f.239~.
7. .4.M.C., Inq., !-E-29, f. 282 y 3175.. Esta duc~mei;:aciSíi cum"uifi la ciisis rco-nómica
canaria del XVIII, evidenciando la disminución de los contactos con Indias y
no sólo por conflictos bélicos. Así, entre otros ejemplos, según la correspondencia con
la Suprema, desde el 2 de abril de 1787 hasta el 10 de enero de 1788 no salieron hacia
América, sino una nave para Veracruz desde Las Palmas y otra para La Habana desde
Santa Cruz de Tenerife. Es más, los inquisidores canarios remitían generalmente las cartas
para Indias al Correo de La Coruña o vía Madrid; A.M.C., Inq. 1-D-29, f. 240.
8. Ver nota l.
9. La ,principal información sobre toda esta temática está en: A.M.C., Inq., 111-10
y A.H.N., Inq., 1829 n." 8.
664 M." José Betancor Gómez - Luis Alberto Anaya Hernández
10. La elefancia o elefantiasis es una enfermedad crónica causada por la filaria
wucherenia brancrofti. Es más frecuente en las regiones tropicales. También existe una
elefantiasis de origen sifilítico o sifiloma hipertrófico y una elefancia de los griegos o
lepra tuberculosa.
11. A.M.C., Inq., I-D-29,f. 318.
12. El médico valenciano Francisco Pano, ejerció como médico titular de la ciu-dad
desde 1780 hasta 1821; fue también el primer médico del hospital de San Martín.
BosCH MILLARESJ.,: Historia de la medicina en Gran Canaria, Cabildo Insular de Gran
Canaria, Las Palmas, 1967, p. 248.
13. El tabardillo o tifo murino, es una enfermedad infecciosa clinicamente seme-jante
al tifo epidémico, pero causado por la Rickettsia Typhi, transmitida por la rata al
hombre a través de la pulga Xenopsylla Cheopis y por el piojo de la rata Polyplax
spinulosa. Se le conoce también con los nombres del lugar en que ocurre, p. ej.: tifo
mexicano, de Manchuria, etc. Cuando hablamos de tabardillo pintado nos referimos al
tifus exantemático, aunque tradicionalmente también hemos utilizado solamente el tér-mino
tabardillo para referirnos a esta enfermedad.
14. A.M.C., Inq., 111-10, p. I3v. Uno de los argumentos del memorial era que los
inquisidores habían permitido a Perdomo atender a sus amigos, como al gobernador de
las armas D. Cristóbal del Castillo, mientras lo negaban para el resto del pueblo.
15. «..Delo cual se han originado las muchas amarguras que ha padecido el tribu-nal
y le amenazan las persecuciones y contradicciones fomentadas por varios amigos del
reo, haciendo en ellas horrorosas pinturas y denigrándolas ante el mismo trono, sem-brando
por todas partes el veneno de su malevolencia, haciendo odiosos al instituto del
Santo Oficio».A.M.C., Inq., 111-10, f. 1.
16. A.M.C., Inq.. I-D-28, f. 20v.
17. Los inquisidores canarios escriben a la Suprema que: «el tribunal andaba en
boca de todos y a todos era evidente, porq. lo palpaban grandes y pequeños, pobres y
ricios, seculares y regulares de ambos sexos». A.M.C., Inq., 111-10.
18. D. Blas Hernández Calañas, canónigo y profesor durante un tiempo del Semi-nario
Conciliar, fue denunciado en varias ocasiones por solicitante y proposiciones, aun-que
las sumarias serían suspendidas. Resulta sugerente, como en la primera denuncia es
calificado de manera benévola por el tribunal canario en carta a la Suprema: «Nosotros
no sabemos ni oido decir que sea cnminoso, antes es sugeto hábil y predicador de fama,
su genio es muy alegre y de bulla, pero no perjudica ni da mal ejemplo en sus conver-saciones
», mientras que tras su apoyo a Perdomo lo será de forma negativa. A.M.C.,
Inq., I-D-29, f. 256v.; I-D-28, f. 17; Bute, XXXII-l." s.
19. La casa del Conde de la Vega Grande aparece en esta documentación como un
poder fáctico en la isla. No sólo el Conde era alférez mayor y su primo gobernador de
las armas, sino que ocupaban cargos en el Santo Oficio, y según los inquisidores ejer-cían
influencia en el Ayuntamiento, ya que el personero Hermosilla «era parcial y cria-tura
suya*. A.M.C., Inq., I-D-29, f. 213.
20. A.M.C., Inq., I-D-28, f. 20.
21. A.M.C., Inq. CXLII-65. En su declaración en Sevilla acerca de sus cómplices,
Perdomo al acusar al paje del inquisidor D. Jerónimo Sainz Calvo de haber escrito la
carta que apareció en el patio para excusar su complicidad, le achaca el haber redacta-do
anteriormente otra a un caballero de Tenerife, Goyez, para que sacase a un hijo suyo,
estudiante, de la casa de Galdós donde se alojaba, achacándole «falsamente una ilícita
amistad con la mujer del citado Galdós», A.M.C., Inq., 111-10, f. 33. Domingo Galdós,
bisabuelo del escritor, había sido nombrado receptor interino en 1785, A.M.C., Inq.,
El proceso inquisitorial al médico D. Juan Perdomo ... 665
1-D-29, f. 164. No parece que su gestión fuera un modelo de trasparencia, pues en el
ajuste de cuentas entre 1785 y 1808 resultó alcanzado en casi medio millón de reales.
Los inquisidores sospecharon que las casas, haciendas y barcos de pesca que poseía se
debieron a este posible desfalco. Ver: ALAMO, N.: «La raíz familiar». Revista de Histo-ria,
n." 73, La Laguna, p. 40.
22. B o s c ~M ILLARESJ,. : Anales de la Clínica Médica del Hospital de San Mar-tín,
t. 1, Las Palmas de Gran Canaria, 1945, p. 11.
23. A.M.C., 111-A-20. Actas del municipio de Las Palmas, por D. Isidoro Romero
Ceballos, desde el 13-12-1787 hasta el 14-2-1793. Copia de Agustín Millares, 1878.
24. A.M.C., Inq., CLXXVIII- 102.
25. Era el único médico de toda la isla. Además también había un único cirujano,
Agustín Collado y en el hospital había dos negras para curar a los uncionados. Carta de
la Inquisición del 19 de julio de 1791, A.M.C., Inq., 1-D-29, f. 264v.
26. La Inquisición atribuye la negativa de D. Juan Garcia a maniobras del Cabildo
que en realidad no quería contratarlo.
27. A.M.C., Inq. f. 35.
28. A.M.C., 111-A-20, fols. 94v, 97 y 113. En julio de 1770 hubo otro intento si-milar.
B o s c ~M ILLARESJ,. : Op. cit., p. 247.
LY. X.M.S., inq., 1-D-28, f. 87.
30. BETHENCOURAT. ,( ed.): Historia de Canarias. C.I.G.C., Las Palmas, 1995, p. 158.
31. Al parecer no disfrutaba de buena fama profesional; uno de los tratamientos que
aplicaba a base de unciones de mercurio provocó la muerte de varios pacientes, por lo
que se le pidieron explicaciones. Además, cuando la fiebre amarilla de 181 1 , no sólo
equivocó el diagnóstico, sino que huyó de la ciudad, BOSCHM ILLARESJ.,: Op. cit., p. 249.
32. Para conocer la elevada mortalidad infantil de estos años ver: SANTANPAÉ REZ,
J. M.: Cunas de expositos y Hospicios en Canarias (1 700-1837). C.I.G.C., Las Palmas
de Gran Canaria, 1993.
33. Según Bosch Millares, se practicó la inoculación para combatirla, por lo que
cabe suponer que se recurriría a Perdomo, experto en est práctica. B o s c ~M ILLARESJ,. :
Op. cit., p. 264.
34. B o s c ~M ILLARESJ.,: Op. cit., p. 264.
35. David Fernández escribe que: «era un médico dotado de un raro entendimiento
y de un juicio profundo en la observación de las enfermedades». FERNÁNDEZW, . D.:
Diccionario biográfico canario-americano, C.C.P.C., S. Cruz de Tenerife, 1989, p. 22 1.
36. A.M.C., Inq., 1-D-29, f. 153.
37. ANAYAH ERNÁNDEZL,. A.: Judeoconver~oe~ Inquisición en las Islas Cctnu-rias
(1402-1605). Cabildo Insular de Gran Canaria-Universidad d eLas Palmas de Gran
Canaria, Madrid, 1996, p. 309.
38. A.M.C., Inq., Fajardo 10.
39. A.M.C., hq., 1-E-27, f. 13u. E1 iii"vii?i: iiíeiiciüiia en üria carta, que Perdomo
«que tanto dió que hacer al tribunal», manifestaba al alcaide para que lo contara a los
inquisidores, «que nos daría más chasco que el que llevó el tribunal en la causa del
marqués», en alusión al proceso del marqués de San Andrés que Viera explica en su
Historia, y que erroneamente supone que salió absuelto. Además califica a D. Nicolás
de Viera de ser «de los más contrarios y menos afectos al tribunal». A.M.C., Inq., 1-D-29,
f. 155v.
4. A.M.C., !q,CX XI-19. Bk~hhp :esü e:, P,q~: ,ap uí Ped:u Fziiur: el juueíi.
41. Entre los denunciantes destacan en más de una ocasión frailes misioneros, tal
como escribe el tribunal a la Suprema en 1788, informando de la recogida de unos li-
666 M." José Betancor Gómez - Luis Alberto Anaya Hernández
bros en La Laguna, gracias a la labor de tres misioneros capuchinos «por el celo y cui-dado
que tienen en predicar contra ésto», A.M.C., Inq., 1-D-29, f.256. Concuerda con lo
que Dufour escribe acerca de la profunda impresión que provocaban las misiones entre
los fieles. DUFOURG, .: Clero y sexto mandamiento. Valladolid, 1986, p. 59.
42. A.M.C., Inq., CLXVIII-28. La citada obra había sido regalada por un capitán
de navío inglés al comerciante D. Miguel de Arroyo.
43. A.M.C., Inq., CLXIII-63.
44. Las siguientes quejas de los inquisidores a Madrid evidencian este hecho:.. «hoi
no hai más calificador que uno útil, pero no instruido en inglés»; ..nos hemos tenido
que valer para su censura de persona extraña por no haber calificador instruido en
francés»;..la falta de calificadores que padecemos nos obliga a recurrir a diversos suje-tos
», A,M.C., Inq. 1-D-28, fols. 68v., 77v. y 78.
De todos modos no era el único tribunal con esta problemática; Kamen indica lo
mismo del de Logroño, KAMEN, H.: La Inquisición española. Alianza Universidad,
Madrid, 1973, p. 284.
45. A.M.C., Inq., VI-20.
46. A.M.C., Inq., 1-0-28, f. 69. Agustín Ricardo Madarn, catedrático de hebreo de
los Reales Estudios y más tarde canónigo de la catedral de Las Palmas, era un destaca-do
representante de las nuevas corrientes ideológicas.
47. A.M.C., Inq., CLVII-12 y CLXXIV-78.
48. LUXANM ELÉNDEZS, .: «Lectores de libros prohibidos en Canarias a fines del
siglo XVIII»R. evista Almogarem, n." 7, Las Palmas de G. Canaria, 1990.
49. A.M.C., Inq., 1-D-28, f. 79v.
50. A.M.C., Inq., VI-20. Aparecen reseñados 30 títulos, muchos de ellos de nove-las
de tipo amoroso, aunque algún otro como una historia de la Revolución Francesa
que vende en Arrecife estaba prohibido.
51. A.M.C., Inq., CLVII-32. Ocho estaban en el índice, entre ellos el Robinson
Crusoe; entre los no prohibidos estaba la obra de George Glas sobre las islas.
52. A.M.C., Inq., X-35.
53. A.M.C., Inq., VI-20.
54. A.M.C., Inq., XX-55.
55. A.M.C., Inq., 1-D-28, f. 79.
56. A.M.C., Inq., CXXXIX-24.
57. GUIMERÁR AVINAM, ." del C.: ~Tenerifey la guerra contra la Revolución Fran-cesan.
A.E.A., n." 21, Madrid-Las Palmas, 1975, p. 44.
58. En 1795 un clérigo de Telde entrega al Santo Oficio una baraja que había qui-tado
a unos muchachos con imágenes de reyes devorados por leones y «otras figuras
ridículas y alusivas a las cosas de los franceses». Al parecer, había sido adquirida a una
vendedora callejera. A.M.C., Inq., 1-D-28, f. 66v.
59. Pubiiques por un apüíre dü iiberiiñage avec des íioies et figüres a Paiis, ['ame
2 du le Republique Francaise. A.M.C., 1-D-28, f. 78.
60. A.M.C., 1-D-28, fols. 79 y 82. Aunque el Santo Oficio creía que iban al Orinoco,
debía tratarse de la expedición científica que se dirigía a Trinidad, Santo Thomás y Puerto
Rico, descrita por André-Pierre Ledru. Una parte de su obra, que trata sobre su larga
estancia en Tenerife debido a los desperfectos del navío La Bélle Angélique, ha sido pu-blicada
en castellano: LEDRUA, . P.: Viaje a la isla de Tenerife (1796), La Laguna, 1982.
6 ; . A.?*I.C., !-!?-?S, f. 5 h .
62. A.M.C., CLXIII-63. La otra referencia inquisitorial a canarios en la guerra de
la Convención, es la acusación contra el aruquense Juan Antonio González por bigamia
en Jérez, tras participar en esta guerra. A.M.C., Inq., CXV-3.
El ~wocesnir ~qrriritoritrrlr l médico D. Juan Perdomo ... 667
63. Entre ellos el bergantín de 14 años Le Rubis, La Mutine cuyos 110 tripulantes
participaron en la lucha en Tenerife contra Nelson en 1797, La Mouche que sustituyó a
la anterior desde 1799 hasta 1808 y la Sans Facon, todas con base en Tenerife, MILLA-RES
TORRES, A,: Historicr Gerierctl de las Islcis Canarias, t. IV, p. 121.
64. A.M.C.. XLI-26.
65. A.M.C.. Inq.. CLXXVII-53.
66. A.M.C.. Inq.. CXI-2.
67. La causa eran los contactos que habían mantenido con la expedición de Ledru.
A.M.C., Inq. 1-D-28, f. 82.
68. A.M.C., Inq., CXXIV-I l.
69. CIORANESCAU,:, Hisioritr de Srrritrr Crir: cle Terierlfe. Santa Cruz de Tenerife.
1977.t.II.p.518,n. 189.
70. CIORANESCAU,,: Historitr de Stiritn Cm: de Terlerife. Santa Cruz de Tenerife,
1977. t. 11. p. 341.
71. A.M.C.. Inq., XXX-l.
72. CIORANESCAU,,: op. cit.. t.11, p. 340.
73. HERNÁNDEGZO NZÁLEZM, .: «La Ilustración», en: Historia de Canarias, Ed.
Pren-s.a Canarias, Valencia 1991, Vol. 111, p. 584. 14. A.M.C., Inq., XXXii-24.
75. A.M.C. Inq., XX-55.
76. A.M.C.. Inq.. LXXXV-39.
77. Por circunstancias obvias. la mujer apenas aparece como lectora: ver: Domergue,
L.: ('Los lectores de libros prohibidos en los últimos tiempos de la Inquisición (1770-
1808)n. p. 606. La Irzquisicicírr espriiíoltr: ritrei3rr visión, nuevos horizontes, S. XXI, Ma-drid.
1980.
Además, el coronel conservaba en su poder otro sobre la Revolución, A.M.C., Inq.,
XX-23.
78. A.M.C., Inq., legajos CLXXIX-72 y XX-23.
79. A.M.C., Inq. CXXXIX-24.
80. A.M.C., Inq., 1-D-28, f. 92.
8 1. A.M.C., Inq., CXLVI-24.
82. El tribunal escribía a la Suprema «que su autoridad era superior a los de la
Península por ultramarino», A.M.C., Inq., 1-D-29, fols. 176 y 255v- 257
83. A.M.C., Inq. 1-D-29, f. 256 y CXLVIII-28.
84. Ibidem.
85. A.M.C., Inq., CLXVI-21.
86. INFANTEFSL ORIDOJ., A,: 1711 seriririririo de sir .si,qlo: erltre /u Irzquisiciór~y lcrs
Luces. El Museo Canario, Las Palmas. 1977.
ARMASA YALAA, ,: «Graciliano Afonso. uii preroniintico español». Revista de His-
.A,.;~ .,.., ,r,.,.,. nnn.E.."; -11 7-120, La Lagüiii. :%7. p p 1-64.
87. A.M.C., Inq., 1-D-28, f. 82.
88. HERNÁNDEGZO NZÁLEZM. .: <'Las contradicciones del clero regular ilustrado
canario: la personalidad de José González de Soto.. VI C.H.C.A.. t. 11. \."arte. Las
Palmas, 1984.
89. A.M.C., XI-8.