mdC
|
pequeño (250x250 max)
mediano (500x500 max)
grande
Extra Large
grande ( > 500x500)
Alta resolución
|
|
537 LA CONSTRUCCIÓN DE REDES DE COMUNICACIÓN CIENTÍFICA IBEROAMERICANA ANTES Y DESPUÉS DE 1898 Leoncio López-Ocón Cabrera Entre 1907-1910 los gobernantes españoles tomaron un conjunto de decisiones para poner en marcha la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas. Esta institución concedió una gran importancia a su proyección latinoamericanista, como lo revela la Real orden de 16 de abril de 1910, promulgada tras el regreso de Altamira de su viaje a la América latina. En ese documento se instaba a la JAE a que arbitrase los medios necesarios para afrontar un triple objetivo: - el de fomentar el estudio de los pueblos hispano-americanos en la compleja variedad de su vida económica, social, jurídica, científica, literaria, etc., mediante la vi-sión directa de la realidad presente - el de promover el cambio de publicaciones y la relación entre los centros docen-tes iberoamericanos - y el de ofrecer a los jóvenes latinoamericanos recursos para que trabajasen con los españoles en la elaboración de una cultura común. Fue esta orientación ultramarina de la JAE la que permitió construir diversas redes científicas iberoamericanas entre 1910 y 1936, que estimularon el desarrollo de una práctica científica federativa en el ámbito cultural iberoamericano basada en la coopera-ción de sus diversos componentes. En ese período hubo, en efecto, una permanente circu-lación de información entre los investigadores de ese área cultural. La configuración de esas redes, que son el armazón de las relaciones científicas trabadas por españoles, portugueses y latinoamericanos en la época contemporánea, se asemeja al funcionamiento de una red fluvial formada por múltiples cursos de agua entre-lazados y organizados jerárquicamente. Como las aguas que fluyen por ríos y afluentes las redes científicas construidas por los laboratorios de la JAE se extendieron tanto a través del espacio, como del tiempo. Si fuésemos río abajo a través de esa red fluvial tendríamos que estudiar múlti-ples facetas de la dimensión iberoamericanista de la JAE. Ello implicaría analizar, entre otros, fenómenos socio-culturales como los siguientes: - por un lado, las contribuciones de científicos españoles al desarrollo de la cultu-ra científica latinoamericana gracias a los frecuentes desplazamientos que entre 1910 y 36 538 1936 realizaron a América latina destacados representantes de la JAE como González Posada, Menéndez Pidal, Ortega y Gasset, Rey Pastor, Pi y Suñer, Blas Cabrera, Rodríguez Lafora, Pío del Río-Hortega, María de Maeztu, Esteban Terradas, Claudio Sánchez Albor-noz, Manuel García Morente, José María Ots Capdequí, Navarro Tomás, Fernando de los Ríos, o Américo Castro entre otros. Por otra parte, las aportaciones de los investigadores latinoamericanos a la cultu-ra española, como las del mexicano Alfonso Reyes o el dominicano Pedro Henríquez Ureña en el seno de la Revista de Filología Española que dirigiera Ramón Menéndez Pidal. En efecto, Alfonso Reyes llegó a España procedente de París en plena Primera Guerra Mundial y tras varios meses de estancia en Madrid se integró en las actividades de la JAE. Así contó a su amigo y maestro Henríquez Ureña ese proceso de incorporación: “Conocí a Menéndez Pidal. Soy ya miembro del Centro de Estudios Históricos (...). Esta gente es nuestro grupo. No estábamos solos en México. En Perú, en Cuba, en Madrid, existíamos también”. Y así Alfonso Reyes y Henríquez Ureña se convirtieron en asiduos colaboradores de la Revista de Filología Española. - asimismo convendría seguir la labor de propaganda de las actividades de la JAE en el ámbito cultural iberoamericano, de la que es un ejemplo representativo la conferen-cia que leyó en 1916 Eduardo Gómez de Baquero en el Instituto de Coimbra. En ese rito académico ese consejero de Instrucción Pública del gobierno español explicó a su audito-rio portugués las reformas que había experimentado la Universidad española gracias a los diversos institutos científicos y pedagógicos agrupados en torno a los dos núcleos de la JAE, es decir, las diez secciones en las que estaba dividido el Centro de Estudios Históri-cos y la confederación de centros científicos del Instituto Nacional de Ciencias Físico- Naturales. Pero mi objetivo en esta comunicación es más bien ir río arriba en el seguimiento de las redes científicas iberoamericanas construidas en la época contemporánea. Mi inten-ción es mostrar la genealogía de las preocupaciones iberoamericanistas de la JAE refleja-das en la Real orden de 16 de abril de 1910. La tesis que se va a sostener en este texto es que esa real orden fue la cristaliza-ción institucional de redes de comunicación que se habían desarrollado previamente entre científicos e intelectuales iberoamericanos desde medio siglo antes. Esas redes experi-mentaron un impulso en aquellas coyunturas históricas en las que hubo una convergencia política y cultural entre los países ibéricos y la América Latina, por ejemplo en los perío-dos 1858-1862, 1868-1874, 1879-1895 y 1898-1910. En esta ocasión sólo me voy a ceñir al seguimiento de una de las redes que con-fluyeron en la orientación iberoamericanista de la JAE: se trata de la que une los dos desplazamientos efectuados a América por Rafael Altamira en 1909-1910 y Marcos Jiménez de la Espada entre 1862-1865, dos de los científicos que más han hecho en la España contemporánea por analizar el fenómeno de las relaciones culturales y científicas que han vinculado a España y la América latina a lo largo de su historia compartida. Tal análisis permitió a ambos historiadores inventar una tradición al reestructurar y crear nuevas imágenes del pasado con las que fortalecer el patriotismo español, es decir 539 el sentimiento de pertenencia y adhesión a la sociedad y al Estado, y favorecer el diálogo iberoamericano desde planteamientos liberales. Esos dos científicos se preocuparon por la reflexión histórica porque consideraron que una acción hispanoamericanista positiva y eficaz en el plano político y cultural tenía que sostenerse sobre una doble dirección: proyectiva para construir un futuro compartido y solidario, y retrospectiva para observar en el pasado los elementos que podían impulsar la unión de la koiné iberoamericana. Mi pretensión en este texto es unir el caudal de las obras de ambos autores, la de Rafael Altamira y la de Jiménez de la Espada, señalando las conexiones que existieron en las redes científicas creadas por ambos historiadores. Para ello seguiré la siguiente estrategia: En primer lugar resaltaré que el viaje de Altamira a América fue el colofón de una estrategia hispanoamericanista de la Universidad de Oviedo, cuyo objetivo era incremen-tar las relaciones culturales y científicas entre España y la América Latina. En segundo lugar mostraré que a lo largo de su viaje se desplegó todo un ritual de naturaleza simbólica, una invención de una tradición que tendía a la conciliación de ele-mentos de la herencia cultural iberoamericana con los valores de la modernidad. En tercer lugar destacaré que esa recreación de una memoria histórica arrancaba del siglo XIX y que la labor historiográfica americanista de Altamira es deudora del pro-grama de investigaciones de Jiménez de la Espada. En cuarto lugar expondré algunos de los aspectos del proceso de circulación de los conocimientos históricos creados por ese americanista entre 1868 y 1898. Y finalmente señalaré que la red científica creada por Jiménez de la Espada, vinculado con la Institución Libre de Enseñanza, es una puesta en práctica del modelo diseñado por el krausista Sanz del Río en su Ideal de la Humanidad para la vida publicado en 1860. El desplazamiento de Altamira a tierras americanas La génesis de una embajada cultural A continuación paso a analizar la génesis del viaje realizado por Altamira entre junio de 1909 y marzo de 1910 por tierras de Argentina, Uruguay, Chile, Perú, México y Cuba. Ese periplo fue la culminación de una meditada estrategia hispanoamericanista que la Universidad de Oviedo, foco del reformismo krausista, desplegó durante la primera década de este siglo con el fin de fortalecer los intercambios científicos e intelectuales con las Repúblicas latinoamericanas. Durante una década esa universidad estuvo enviando emisarios hacia el mundo exterior para hacer circular sus productos e ideas americanistas. 540 Esos productos e ideas desempeñaron un notable papel en el movimiento regeneracionista que diversos sectores sociales españoles emprendieron después del desastre del 98. Tres de las acciones más significativas de esa estrategia fueron: 1. La activa participación de un grupo de profesores de la Universidad de Oviedo en el Congreso Social y Económico Hispano-Americano celebrado en Madrid en el otoño de 1900. 2. La colaboración activa de Rafael Altamira en las páginas de la revista España de Buenos Aires, editada por la Asociación Patriótica Española entre 1904 y 1908. 3. La celebración del III Centenario de la Universidad de Oviedo en 1908. En 1900, en efecto, un equipo de catedráticos de la Universidad de Oviedo for-mado por Altamira, Félix de Aramburu, el rector Fermín Canella, Adolfo Buylla, Leopoldo Alas “Clarín”, Adolfo González Posada, Rogelio Jove, Aniceto Sela y Melquíades Álvarez redactaron, con motivo del mencionado congreso, nueve proposiciones para afianzar las relaciones intelectuales, sociales y económicas con la América latina. Y la misma Univer-sidad tomó la iniciativa de establecer relaciones permanentes con los centros de enseñan-za superior de América mediante la creación de una política de intercambio de publicacio-nes. Altamira, por su parte, en sus colaboraciones en las páginas de la revista España de Buenos Aires, editada por la Asociación Patriótica Española entre 1904 y 1908, procu-ró captar la atención de la opinión pública sobre la obra americanista de la Universidad de Oviedo y movilizar nuevos portavoces para una campaña que debía conducir a la amplia-ción de las mutuas relaciones intelectuales. Elaboró entonces un discurso que tenía un doble objetivo: - por un lado persuadir a sus conciudadanos españoles de la importancia y nece-sidad de potenciar las relaciones intelectuales con América, como venía sosteniendo des-de hacía medio siglo el republicano Rafael María de Labra. - por otro lado mostrar a sus lectores latinoamericanos la existencia de “una Es-paña intelectual que sabe lo que se piensa y se trabaja en el mundo, que se esfuerza por caminar al paso de éste, y que si no puede, dentro de su modestia, hombrearse con él, puede, sí, ofrecer algunos elementos útiles, semejantes a los que dan el tono en la ciencia y el arte modernos”, “por lo que los jóvenes hispanoamericanos podían obtener provecho de las enseñanzas que se impartían en las cátedras de Cajal, Giner de los Ríos, Simarro, Hinojosa, Menéndez Pidal, Azcárate, Cossío, Dorado, y Posada”. Los avances en esa tarea persuasiva, según constatara Altamira, empezaron a ser notorios y se hacían patentes por varios hechos: 541 - en primer lugar, porque la moderna cultura científica española empezaba a ser recibida en tierras latinoamericanas, como sucedía en la flamante Universidad de La Plata dirigida desde su fundación en 1905 por Joaquín V. González, quien no solo mantenía una correspondencia activa con sus colegas de Oviedo, sino que también promovía el envío de universitarios argentinos a España, al laboratorio de Cajal por ejemplo. - en segundo lugar, porque españoles y latinoamericanos mostraban un interés mutuo en conocer mejor sus producciones científicas, de lo que había numerosas pruebas. Unos y otros colaboraban en los Archivos de pedagogía y ciencias afines de la Universi-dad de La Plata; el mexicano Amado Nervo remitía desde Madrid informes periódicos sobre el desenvolvimiento de las ciencias humanas y sociales en España, que se publica-ban en el Boletín de Instrucción Pública de México, o se difundía en España el movimien-to bibliográfico americano a través de las páginas de las revistas Cultura española, Nues-tro Tiempo o La Lectura, siguiendo los modelos de las publicaciones francesas Revue Internationale de l’Enseignement y de la Revue historique. Y la celebración del Tercer Centenario de la Universidad de Oviedo en 1908 fue un paso más en la estrategia hispanoamericanista que esa institución docente impulsaba desde 1900. La visita del filólogo cubano Juan Miguel Dihigo permitió practicar la misma política científica que desde Oviedo se empezaba a llevar a cabo con centros científicos europeos como la Universidad de Burdeos, es decir el intercambio de profesores. Y de esa manera fue elegido Rafael Altamira como representante y portavoz de esa universidad para iniciar el intercambio docente con Cuba. Una campaña de prensa de El Imparcial de Madrid (14 de marzo de 1909) y las gestiones de políticos como Moret, de economistas como Piernas y Hurtado, de editores como los hermanos Bailly-Baillière, y de la Junta reformista de la Instrucción Nacional hicieron factible que ese intercambio se extendiera a otros países americanos como Argentina, Uruguay, Chile, Perú y México, además de Cuba. Un mensajero de la ciencia española Estudiada la génesis de la embajada cultural de Altamira en América como repre-sentante de las acciones hispanoamericanistas de la Universidad de Oviedo, me interesa a continuación destacar la importancia que se concedió a lo largo de su viaje a la recreación de una memoria histórica como elemento impulsor de una nueva política científica. En efecto, durante su desplazamiento por tierras americanas Altamira y sus nu-merosos interlocutores persiguieron un doble objetivo: potenciar los intercambios cientí-ficos y culturales entre España y la América latina y ejercer un ritual, impregnado de palabras, gestos y símbolos, que expresara tanto una voluntad de reconciliación con el pasado compartido por los pueblos iberoamericanos como un afán de afrontar los retos de la modernidad. Alcanzar ese doble objetivo fue factible por una conjunción de factores entre los que cabe destacar los siguientes: En primer lugar existía en América latina una gran confianza en la capacidad regeneradora de la ciencia y en sus poderes federativos. Esa confianza predisponía a los 542 latinoamericanos a recibir la nueva ciencia europea, de la que se esperaba fundamental-mente que suprimiese desigualdades. En segundo lugar, en el seno de esa actitud receptiva, se abrió un hueco a la ciencia española gracias a una doble capacidad de ciertos núcleos científicos españoles, particularmente los universitarios ovetenses. Por una parte fueron capaces de transportar una actividad científica moderna y adecuada a las necesidades sociales y culturales lati-noamericanas, y por otra lograron trasvasar conocimientos científicos americanos a la cultura española. Para describir ese viaje de ida y vuelta de los laboratorios asturianos a las redes iberoamericanas y de las redes iberoamericanas a los laboratorios asturianos el rector González de la Universidad de La Plata usó una metáfora zoológica dirigiéndose a Altamira: Traéis un especial encargo... de aquella colmena laboriosa y brillante, que al mis-mo tiempo que elabora y difunde a la patria el panal de rica substancia para el espíritu, extiende las alas del enjambre por toda América, para esparcir gérmenes de luz y de vida recogiendo en cambio la savia fecundante que hierve en estos pueblos de Hispano América, para trasvasarlo a las venas de la nueva España. Y en tercer lugar los protagonistas de ese viaje manifestaron su convicción de que las raíces del pasado podían alimentar al árbol del presente, es decir que había muchos elementos de la común herencia cultural útiles para afrontar los retos de la modernidad. Altamira aprovechó la conjunción de esos factores para desplegar múltiples actividades y comunicarse con el gran público mediante más de 300 conferencias. De ese conjunto de actividades conviene fijar la atención en el ritual simbólico que se desplegó a lo largo del viaje con el objetivo de reconstruir una tradición científica y cultural que sirviese de palanca a futuras acciones hispanoamericanistas. Se deseaba insistir de esa manera en que el proceso histórico no tenía por qué ser una fuente de discor-dias, sino que podía convertirse en un elemento de comunión entre españoles y latinoame-ricanos. Ese ritual se basó en dos tipos de acciones: - en la visita a lugares expresivos de una práctica científica común y de una memoria compartida - y en la revalorización de las relaciones científicas y culturales establecidas en-tre españoles y latinoamericanos en el siglo XIX, así como en la revisión de elementos del pasado colonial que podían aportar soluciones para afrontar problemas del presente. Respecto al primer tipo de acciones señalaré que Altamira no cesó de observar instituciones científicas y educativas diversas que expresaban los intentos de hacer cien-cia de calidad en la periferia de la ciencia-mundo. En Montevideo elogió el funcionamien-to del Museo Pedagógico, diseñado probablemente como su homólogo madrileño funda-do en 1882, y en el que él había trabajado como secretario segundo entre 1888 y 1898. En 543 Córdoba, camino de Santiago de Chile, visitó el Observatorio astronómico y constató la excelencia de sus trabajos. Y en Lima y en México apreciará las actividades desplegadas por los directores de sus Museos Nacionales de Arqueología el alemán Max Uhle y el mexicano Genaro García. Y entre sus gestos simbólicos se encuentra, por ejemplo, la visita en La Habana a la tumba del naturalista cubano Felipe Poey, que desde la década de 1860 había mantenido una activa relación con los naturalistas españoles. Sus interlocutores, por su parte, no cesaron de subrayar la pertenencia de Altamira a una tradición liberal española que había sabido comprender aspectos de la cultura lati-noamericana y que había influido a lo largo del siglo XIX en la vida intelectual y científica de la América Latina. Así en Lima el historiador Carlos Wiesse le explicó cómo la influencia intelec-tual española en el Perú durante el siglo XIX se había basado en dos soportes: en la intro-ducción de la enseñanza del Derecho filosófico de Ahrens por intermedio del krausismo de Sanz del Río y en la importante acción educativa desarrollada por el liberal español Sebastián Lorente desde el Colegio de Guadalupe, que fundó en 1842, y desde la Facultad de Letras de la Universidad de San Marcos, de la que fue decano entre 1876 y 1884. En La Habana el político Eliseo Giberga, que había sido diputado a las Cortes españolas en 1886 como miembro del Partido Autonomista cubano, evocó el momento en el que conoció a Altamira en 1887 cuando éste acababa de incorporarse a la redacción del periódico republicano La Justicia, y alabó la acción de todos aquellos españoles que a lo largo de la década de 1880 habían defendido las libertades cubanas. Y en México el jurista Rodolfo Reyes, hermano de Alfonso, situó las tesis de Altamira acerca de la importancia de la costumbre como fuente jurídica en la tradición de los juristas de la época colonial. Según Reyes esos juristas inspiraron una sabia legislación como la que se contenía en una cédula de Carlos V fechada en 1555 por la que mandaba guardar y ejecutar “las leyes y buenas costumbres que antes tenían los indios para su gobierno y política”. Y le explicó que ese derecho consuetudinario de la época colonial podía ser más útil que la legislación republicana para resolver los graves problemas so-cio- económicos de México, originados por la aplicación de una legislación liberal indivi-dualista a una sociedad multi-étnica en la que los grupos indígenas se regían por una lógica comunitaria en el manejo de sus principales recursos. Por tanto se puede constatar que mediante las acciones rituales llevadas a cabo por Altamira y sus interlocutores la reflexión historiográfica en forma de invención de una tradición favoreció un sentimiento de pertenencia común a una colectividad, y jugó un importante papel como elemento cohesionador de la acción política hispanoamericanista. De hecho la estrategia política de acercamiento intelectual protagonizada por la Universidad de Oviedo y su embajador Altamira entre 1900-1910 fue a la par de la difu-sión de un conjunto de obras históricas que releían el pasado colonial con una visión abierta y comprensiva de sus logros culturales. Una serie de obras escritas por diversos 544 hispanoamericanos lo atestiguaban. Entre ellas destacan La ciudad indiana del argentino Juan Agustín García, y La historia del desarrollo intelectual de Chile de Alejandro Fuenzalida. En España a su vez se proseguía en esa década un programa de investigaciones que arrancaba del siglo XIX en el que se insistía en el hecho de que el estudio histórico de la acción colonial española en América no debía ser el relato de hazañas bélicas, sino el análisis de los trabajos desplegados en el laboratorio americano por una legión de explora-dores y viajeros que habían sentado las bases del conocimiento científico de la naturaleza americana. Ese era en efecto el desideratum de Altamira poco antes de partir a tierras americanas, como tuvo ocasión de exponer en una conferencia que pronunció en la socie-dad “La Unión Iberoamericana” de Madrid. Ahí instó a sus oyentes a que se acercasen al pasado americano no a través de la lectura de hazañas guerreras, sino en “la de los diarios, memorias y relaciones de nuestros grandes viajeros de los siglos XVI y XVII .. como los legos franciscanos que exploraron el Marañón y tantos otros atrevidos, sufridos e incansa-bles navegantes y andarines que, a costa de su vida muchas veces, echaron los cimientos de la Geografía y de la Historia Natural del Nuevo Mundo y parte de Africa y de Asia”, y por ello instó a sus colegas historiadores a proseguir con los trabajos eruditos que había emprendido Jiménez de la Espada, cuya máxima obra había sido “la empresa colosal” de la edición de las Relaciones Geográficas de Indias. El trasvase de los conocimientos de Jiménez de la Espada a Rafael Altamira Mi intención a continuación es mostrar que el programa historiográfico emer-gente en la primera década del siglo XX, el cual procuró recrear una tradición científica y cultural y revisar la época colonial, había arrancado de las últimas décadas del siglo XIX. Para ello estudiaré un caso: el del trasvase de parte de los conocimientos históricos elabo-rados por Jiménez de la Espada entre 1868 y 1898 a la obra de Altamira, una de cuyas pruebas es el texto que se acaba de citar. El cuarto centenario de la empresa colombina generó no solo una intensificación de contactos entre representantes de elites culturales y científicas de España, Portugal e Hispanoamérica, y una revitalización de las relaciones culturales iberoamericanas, sino también un singular fenómeno de incremento del conocimiento del pasado de las socieda-des americanas por parte de los historiadores españoles. Esa conmemoración histórica dinamizó un amplio movimiento historiográfico sobre las relaciones culturales y científi-cas iberoamericanas, que hundía sus raíces en un conjunto de investigaciones desplegado a lo largo de la era isabelina y del Sexenio democrático. Así, en el trienio 1890-1893, desde los criterios metodológicos del positivismo historiográfico, se editaron numerosas fuentes históricas, se divulgaron conocimientos en nuevas publicaciones, como la revista El Centenario que dirigiera Juan Valera, y se debatió sobre todo tipo de cuestiones americanistas en tribunas populares y en ámbitos académicos. Un agudo observador de ese fenómeno historiográfico fue el joven Rafael Altamira (1866-1951), cuya sensibilidad histórica hacia el mundo americano se despertó precisa-mente con motivo de los eventos de 1892, como él mismo reconociera años adelante. Y así en 1894 publicó un balance de los resultados bibliográficos del movimiento historiográfico 545 desencadenado por la coyuntura de 1892, que apareció primero en las páginas del Boletín de la Institución Libre de Enseñanza y posteriormente en francés en la Revue historique de París. En él informó con detalle de un triple esfuerzo historiográfico plasmado en la publicación de 14 masas documentales, de 3 repertorios bibliográficos, y de decenas de trabajos sobre aspectos diversos de la historia americana, como las 48 conferencias que había impreso y organizado el Ateneo de Madrid. Y ya empezó a fijarse en algunos de los resultados del programa de investigaciones del “infatigable americanista” Jiménez de la Espada. Concedió gran valor a sus ediciones de las Noticias del río Marañón, y de la Historia del Nuevo Mundo, escritas respectivamente por los jesuitas Maroni y Bernabé Cobo, y a la publicación de un texto lascasiano del que comentó: “Es debido elogiar la actividad científica del sr. Jiménez de la Espada, manifestada notablemente por la publica-ción del escrito del P. Las Casas sobre las Antiguas gentes del Perú, extractado de un manuscrito de la Apologética historia sumamente díficil de leer”. Al año siguiente, en 1895, Altamira decidió fundar la Revista Crítica de Historia y Literatura Españolas, Portuguesas e Hispano-Americanas como canal de comunicación científica iberoamericano. La finalidad de la publicación era doble: - constituirse como un órgano de propaganda de la historia y de las diversas literaturas nacionales de la Península Ibérica y de las repúblicas hispano-americanas - y por otro lado, a través de esa tarea de difusión, facilitar las relaciones entre ellas para contribuir “a sacarlas del olvido y el aislamiento en el que injustamente estaban”. Altamira ofreció entonces las páginas de esa revista a Jiménez de la Espada, quien publicó en ella a lo largo de 1896 sus trabajos titulados “El “Libro de Ynterrogaciones, y el de los “problemas” del doctor López de Villalobos” y “Primer siglo de la Universidad de Lima”, que sería reeditado en las páginas del BILE. Pero lo más significativo de las relaciones entabladas entre esos dos americanistas fue la amplia y profunda crítica biblio-gráfica que Altamira hizo de los cuatro volúmenes de las Relaciones Geográficas de In-dias concernientes al virreinato del Perú, que Jiménez de la Espada, auspiciado por el Ministerio de Fomento, empezó en 1881 con motivo de la celebración en Madrid del IV Congreso de la Sociedad Internacional de Americanistas, y acabó en 1897. Altamira, que a lo largo de todo el texto usa un tono laudatorio del autor y de la obra analizada por “lo mucho que representa para la cultura nacional”, centra su crítica en destacar tres aspectos de ese trabajo historiográfico: su aspecto monumental, sus plantea-mientos innovadores y su esfuerzo de construcción de una tradición científica. El aspecto monumental venía dado por la “extensión e importancia histórica, antropológica y científica” de los documentos publicados en los cuatro volúmenes: 55 relaciones y descripciones del virreinato del Perú más numerosos apéndices y un “minucioso índice de nombres geográficos”. Los planteamientos innovadores de Jiménez de la Espada radicaban en la demostración de que el hallazgo de la naturaleza y las culturas americanas estimuló el 546 conocimiento científico de los españoles desde que llegaron al Nuevo Mundo, como se manifestaba en las numerosas memorias y relaciones que elaboraron para hacer su des-cripción geográfica y sociológica. Desde la empresa colombina hubo un plan completo para obtener informaciones fiables de las Indias. Por ello el diseño y ejecución de esas Relaciones Geográficas precedieron a las Relaciones topográficas que durante el reinado de Felipe II se emprendieron en Castilla. Esa tesis contradecía las opiniones que había emitido el geógrafo Fermín Caballero en 1866, cuando al ingresar en la Academia de la Historia sostuvo que las Relaciones Geográficas de Indias eran una derivación del progra-ma de trabajo emprendido en Castilla. El esfuerzo de construcción de una tradición científica lo percibía Altamira en la capacidad de Jiménez de la Espada de ofrecer una imagen ordenada y sistemática de los esfuerzos realizados durante el siglo XVI para profundizar el conocimiento del Nuevo Mundo en todas sus dimensiones naturales y morales. Para ello había removido papeles de la Biblioteca de Palacio, de la Academia de la Historia y del Archivo de Indias. Por todas esas razones Altamira concederá un lugar privilegiado a esa obra en la memoria científica española, afirmando lo siguiente: Aparte del agradecimiento profundo.. por la enorme labor que representan estos volúmenes y el servicio grande que con su cuidadosa publicación presta el sr. Jiménez de la Espada a la historia de nuestra colonización americana, la conclu-sión que de la lectura de tan rico aparato de Relaciones se saca es muy consolado-ra para nuestro patriotismo; porque muestra el exquisito celo que el gobierno español tuvo por conocer bien las nuevas tierras, para mejor fundar sus resolucio-nes administrativas, y que este celo estaba ayudado por un concepto amplísimo de lo que deben ser las monografías descriptivas de un país, concepto que se da la mano con el no menos completo que de la Historia exponía, por aquel entonces, el cronista de Carlos V, Juan Páez de Castro. La circulación de los hechos científicos producidos por Jiménez de la Espada Presentados algunos de los aspectos de la transmisión de una parte de los conoci-mientos de Jiménez de la Espada a la obra de Altamira, señalaré ahora que los hechos históricos recreados por Espada solo obtuvieron verosimilitud y difusión cuando estable-ció unas redes de comunicación. Analizaré en primer lugar los dos instrumentos que usó para construir esas redes: su correspondencia y su adscripción a sociedades científicas españolas e internacionales. Y en segundo lugar ofreceré algunas pruebas de la circulación social de su obra histórica, insistiendo en el hecho de la receptividad que mostraron por ella los krausistas, y colegas sudamericanos, como los integrantes de la Sociedad Geográfica de Lima. Con su correspondencia procuró alcanzar tres objetivos: Primero: el de enviar y recibir emisarios del exterior que le ayudasen a elaborar y difundir su obra de naturalista e historiador. Tales emisarios forman una amplia red euro- 547 americana, que espacialmente formaría un triángulo cuyos puntos más alejados serían Berlín, Worcester en Massachussets, y Santiago de Chile. Así, por ejemplo, durante el Sexenio democrático sostuvo un intercambio episto-lar con el zoólogo portugués Barboza du Bocage, pues Espada quería ilustrar sus investi-gaciones sobre la fauna amazónica con los trabajos que había elaborado en el Brasil du-rante el siglo XVIII el naturalista Rodrigues Ferreira . El segundo de esos objetivos fue recabar apoyos políticos y logísticos para elabo-rar su programa historiográfico encaminado a inventar una tradición científica consistente en mostrar los estudios naturalistas, sociológicos, históricos y antropológicos llevados a cabo por viajeros y exploradores españoles sobre todo en América, pero también en Africa y Asia. El primer apoyo político lo recibió en 1869. Gracias a una autorización del sub-secretario del Ministerio de Ultramar pudo visitar por primera vez el Archivo de Indias de Sevilla para fijar su atención en las incursiones pioneras efectuadas por algunos europeos en 1542 al país de la Canela en el oriente de Quito, tierra que él había recorrido durante 1865. Desde entonces hasta 1897 esos apoyos se sucedieron. Así en ese año el Ministerio de Fomento financió la lujosa edición de sus dos últimos volúmenes de las Relaciones Geográficas de Indias. Y fueron particularmente notables durante la segunda fase del rei-nado de Alfonso XII coincidiendo con el acceso al poder del partido liberal, que promovió una intensificación de la política hispanoamericanista. El tercero de los objetivos de su correspondencia fue que sirviera de medio para favorecer la demanda social de su obra, tal como se revela en los envíos personales de sus publicaciones a quienes él consideró interlocutores privilegiados. Entre ellos cabe señalar al mexicano García Icazbalceta, a los peruanos Ricardo Palma o Larrabure y Unanue, al chileno Toribio Medina, al ecuatoriano González Suárez, al francés Morel-Fatio, a los alemanes W. Reiss o Max Uhle, y a los miembros de la Institución Libre de Enseñanza. Así en 1878 donará a la biblioteca de esta institución un ejemplar de las Cartas de Indias que bajo su dirección y la de otros bibliófilos acababa de publicar el Ministerio de Fomen-to. Esa correspondencia revela por tanto la capacidad de Jiménez de la Espada para reclutar personalidades exteriores a su plan de trabajo. Esas alianzas suscitaron el interés por su obra en la sociedad de su tiempo. Un segundo instrumento que facilitó la circulación de su obra fue su participa-ción en las actividades de diversas sociedades científicas. Este naturalista, que desarrolló casi toda su vida profesional desempeñando funciones subalternas en el Museo de Cien-cias Naturales de Madrid, fue en efecto socio fundador de las Sociedades Españolas de Historia Natural y de la Sociedad Geográfica de Madrid, creadas respectivamente en 1871 y 1875, y animador de la Sociedad Internacional de Americanistas a través de sus inter-venciones en los Congresos de Bruselas (1879), Madrid (1881), Turín (1886), Berlín (1888) y París (1890). 548 Esa actividad asociativa le permitió desarrollar dos aspectos importantes del ethos del científico: cultivar la ayuda mutua y promover la concepción universalista de la cien-cia, facilitando fundamentalmente los intercambios científicos euro-americanos que efec-tuaron las mencionadas agrupaciones voluntarias de científicos. Pero en el seno de esas sociedades Espada también desplegó su escepticismo organizado, su cuestionamiento de las verdades recibidas, que es otro de los rasgos del ethos científico. Usó esas sociedades como espacios públicos de discusión, consciente de que es a través de la discusión como los científicos juzgan la solidez de los hechos y su interés. Y así en la sesión del 5 de abril de 1876 de la Sociedad Española de Historia Natural efectuó una pormenorizada crítica de una “Noticia histórico-descriptiva del Museo Arqueológico Nacional”, plagada de errores en la clasificación de los objetos etnográficos americanos. Se lamentó por ejemplo de que se considerasen de la Edad Media unos escudos o rodelas de madera con pinturas rojizas que la Comisión del Pacífico había adquirido a los jíbaros de Canelos en 1865. Gracias a su estrategia comunicativa y al nuevo lenguaje histórico que elaboró basado en los métodos del positivismo historiográfico, los nuevos hechos científicos que construyó lograron adquirir fuerza y obtener un amplio espacio de circulación. De ahí que en el final de su trayectoria de investigador, entre los años 1892 y 1898, fuesen frecuentes los reconocimientos sociales que obtuvo su obra de historiador. En diciembre de 1892 el gobierno peruano le concedió una medalla de oro por “sus importantes trabajos históricos y geográficos relativos al Perú”, particularmente por sus publicaciones sobre “el insigne cronista Cieza de León, sus Relaciones Geográficas de Indias y sus disquisiciones relati-vas al Descubrimiento y a la época colonial”. En 1898 la Real Academia de la Historia le otorgó el premio Loubat por sus Relaciones Geográficas de Indias y tras su fallecimiento diversas instituciones y socieda-des científicas acordaron abrir en favor de su familia una suscripción de cuota libre como signo de agradecimiento a los servicios que había prestado a la ciencia. Esa campaña de solidaridad fue concebida como un elemento del regeneracionismo, pues uno de sus impulsores sostuvo que “la regeneración de un pueblo radica en la esfera de la ciencia más que en otra alguna”. Y ha de ser considerada también como una muestra del impacto social de su obra en diversos círculos científicos españoles, europeos y americanos. Se observa entonces que casi más de un tercio de la cantidad recaudada, equiva-lente a casi dos veces y media el sueldo anual de un catedrático, procedieron de sus lecto-res latinoamericanos. Ricardo Palma se movilizó en Lima ante el gobierno peruano y sus colegas de la Sociedad Geográfica de Lima, y el diplomático colombiano Julio Betancourt, con sus mil pesetas, realizó la mayor de las contribuciones individuales. Y se constata también el importante papel desempeñado por los integrantes krausistas de la Institución Libre de Enseñanza en la organización y financiamiento de esa suscripción pública, como fue el caso de Giner, Torres Campos o Cossío, o de miembros de la Universidad de Oviedo, como Altamira y Sela. 549 Este activo papel de los institucionistas se debe a diferentes razones. Ahora fijaré mi atención solo en una: en el hecho de que la trayectoria intelectual de Espada represen-taba un caso de aplicación práctica de las funciones que debía cumplir la comunicación científica, según las propuestas presentadas por Sanz del Río en su Ideal de la humanidad para la vida, publicado en 1860. En esa obra, como subraya Eduardo Ortiz, el fundador del krausismo español exigía que la actividad científica cumpliese estos requisitos: - que cada una de las ciencias ha de realizar una construcción progresiva de su saber y que el conocimiento sabido debe expresarse y propagarse “bajo todas las formas posibles, claras y verdaderas”. - que no debe interesar tanto lo mucho o poco que el científico sepa “sino ante todo en que conozca lo que conoce bajo un modo propio y libre; que haya alcanzado su ciencia mediante una indagación racional y metódica, que pueda comunicarla y la comu-nique efectivamente a otros en una exposición peculiar, clara y bella”. - que los científicos han de organizar “sociedades científicas” para conservar, ordenar y anudar las nuevas adquisiciones al conocimiento previo y difundir el conoci-miento científico “para que la ciencia se realice como una obra social, bella y útil a todos”. La sintonía entre ese ideario científico krausista y las actividades desplegadas por Jiménez de la Espada puede en efecto ilustrarse con varios hechos. Los institucionistas no cesaron de mostrar interés en el desarrollo de su obra. Así no han de extrañar los cuatro artículos que elaborara Ángel Stor para analizar con detenimiento el libro Tres relaciones de Antigüedades Peruanas en las páginas del BILE en 1880. Ahí admira la erudición de su autor, alaba el buen manejo “de los procedimientos de la moderna crítica para depurar muchas de las obras legadas a nuestra época por las pasadas, analizando sus fuentes y descubriendo a cada paso otras nuevas, o bien desconocidas de los doctos, o poco estudia-das por los mismos” y elogia sin reservas “el notable” estudio que precedía a esas relacio-nes, “no tan solo por lo bien pensado, sino que también por lo perfectamente escrito”, y en el que Espada mostraba y valoraba los trabajos historiográficos sobre el Perú que se ha-bían escrito entre fines del primer tercio del siglo XVI y mediados del siglo XVII, redac-tados por funcionarios coloniales, mestizos o indígenas. A su vez Espada publicó en las páginas del Boletín de la Institución en 1888 su trabajo “Una ascensión al Pichincha en 1592”, que dedicó al futuro profesor de la Univer-sidad de Oviedo Aniceto Sela, y tomó la decisión de que su único hijo varón se formase en ese centro educativo. Ese pedagogo institucionista, Gonzalo Jiménez de la Espada, llega-ría a ser con el tiempo uno de los hombres de confianza de José Castillejo, cuando éste se convirtió en el secretario de la JAE. Como conclusión de este texto quisiera destacar tres cuestiones. Primera, que en los orígenes de la JAE se encuentra el trabajo intelectual y científico desplegado por los krausistas y los institucionistas, quienes durante la segunda 550 mitad del siglo XIX realizaron la doble tarea de mantener el contacto de la ciencia españo-la con Europa y América, según planteara González Posada en 1910, tesis que ha recogido recientemente Eduardo Ortiz. Segunda, quisiera subrayar que ese contacto de los krausistas españoles con la ciencia latinoamericana en el campo de las ciencias históricas tuvo dos importantes expo-nentes en las actividades americanistas desplegadas por Jiménez de la Espada y Altamira entre 1862 y 1910. Esas tareas estuvieron en estrecha relación con sucesivas estrategias de aproximación intelectual hacia Portugal y la América Latina que diversas elites españolas llevaron a cabo en ese período para fortalecer el conocimiento mutuo de los integrantes del ámbito cultural iberoamericano. Tercera, que las actividades comunicativas llevadas a cabo por esos dos historia-dores ilustran aspectos del funcionamiento de las redes científicas como los siguientes: - los investigadores en su práctica de trabajo son actores sociales que organizan redes para hacer circular los hechos científicos que fabrican en sus laboratorios. - desde su laboratorio el científico emprende una estrategia hacia el mundo exte-rior como cualquier ministro de Asuntos Exteriores. Lleva a cabo negociaciones a larga distancia y envía “emisarios” para influir sobre el mundo exterior. - esos emisarios actúan como portavoces de los productos fabricados en el laboratorio. - esos portavoces permiten la intervención del laboratorio en la sociedad, pues su función principal es captar la atención de la opinión pública y convencer al público. - los científicos gastan por tanto gran parte de sus energías en lograr consensos sociales en torno a los hechos y teorías que producen en su laboratorio. Por ello, al cons-truir su trabajo en los laboratorios, los científicos ponen en marcha tanto realidades cien-tíficas como sociales. - esas redes construidas desde los laboratorios se extienden a través del espacio y del tiempo. La fabricación de los hechos es un proceso continuo y la movilización de las redes, basada en la negociación, es permanente. En esa movilización el investigador des-pliega una serie de operaciones encadenadas, que abarcan desde el aprovisionamiento de materias primas hasta la producción de artículos científicos destinados a convencer a los lectores críticos. - es esa movilización la que da a los hechos su solidez, ya que ésta se basa tanto en el reconocimiento que se otorga a la competencia de los investigadores que producen el hecho, como en el interés que manifiestan los usuarios respecto a esos hechos. No obstante, la solidez del hecho científico se obtiene más fácilmente si se inscribe en una tradición sólidamente establecida, ya que una proposición novedosa suscita todo tipo de resistencias. 551 - el investigador debe probar la resistencia de sus proposiciones y medir el interés que suscitan confrontándose con un espacio público de discusión, pues es a través de ésta como se juzga la solidez de los hechos y su interés. BIBLIOGRAFÍA ALBEROLA, Armando, ed. (1987), Estudios sobre Rafael Altamira, Alicante. ALTAMIRA, Rafael (1894a) “Notas sobre el movimiento pedagógico y literario en Chile”, Boletín de la Institución Libre de Enseñanza, Madrid, vol. XVII, nº 407, pp. 33-39; nº 408, pp. 66-73. (1894b) “Bibliografía histórico-española”, Boletín de la Institución Libre de Enseñanza, Madrid, vol. XVII, nº 416, pp. 348-352. Publicado también en francés en la Revue historique de París (tomo LIV, fasc. 2º, 1894). (1898a) De Historia y Arte (Estudios críticos), Madrid. (1898 b) “El movimiento histórico en España”, Boletín de la Institución Libre de Enseñanza, Madrid, año XXII, nº 459. (1904) Cuestiones modernas de Historia, Madrid, 1904, (2ª ed en 1935). (1908) España en América, Valencia. (1911) Mi viaje a América, Madrid. (1914) Resumen de su viaje a América. Separata del tomo X de las Memorias de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. Madrid. (1916) Filosofía de la Historia y Teoría de la civilización, Madrid. (1922) Valor social del conocimiento histórico (Discursos leídos ante la Real Academia de la Historia en la recepción pública de.... el 24 de diciembre de 1922), Madrid. (1933) La enseñanza de las instituciones de América, Madrid. (1950) Los elementos de la civilización y del carácter españoles, Buenos Aires. (1951) Diccionario castellano de palabras jurídicas y técnicas tomadas de la legislación indiana, México. (1988) Historia de la civilización española, Barcelona. (s.a.) España y el programa americanista, Madrid. ASÍN, Rafael (1988), Estudio preliminar de Historia de la civilización española de Rafael Altamira, Barcelona. (1997), Introducción de Psicología del pueblo español de Rafael Altamira, Madrid. AZCARATE, Pablo de, ed. (1969), Sanz del Río, Madrid, 1969. BERNABEU ALBERT, Salvador (1987), 1892, el IV centenario del descubrimiento de América en España, Madrid. CALLON, Michel, dir. (1989), La science et ses réseaux. Genèse et circulation des faits scientifiques, Paris. GARCIA MORALES, Alfonso (1992), El Ateneo de México (1906-1914), Orígenes de la cultura mexicana contemporánea, Sevilla. GIL CREMADES, Juan José (1969), El reformismo español, Barcelona. 552 HOBSBAWM, Eric, ed. (1983), The invention of tradition, Cambridge. JIMÉNEZ DE LA ESPADA, Marcos (1876 a) “Observaciones a la Noticia histórico-descriptiva del Museo Arqueológico Nacional, publicada siendo director del mismo D. Antonio García Gutiérrez”, en Anales de la Sociedad Española de Historia Natural, vol. V, pp. 42-45, Actas de la sesión del 5 de abril de 1876. (1876 b) “Pasillo bibliográfico”, en Revista Europea, Madrid 19 de noviembre de 1876, tomo VIII, año III, nº 143, pp. 655-661. (1877 a) Cartas de Indias, Madrid, 2 vols. (en colaboración con Vera, Barrantes, Zaragoza y Escudero). (1877 b) Tercer libro de las Guerras Civiles del Perú, el cual se llama la Guerra de Quito, hecho por Pedro Cieza de León, cronista de las Indias, Madrid. (1878) “La imprenta en México. Carta a Don F. de T.”, en Revista Europea, Madrid, 7 de julio de 1878, tomo VIII, año V, nº 222, pp. 216-221. (1879) Tres relaciones de antigüedades peruanas, Madrid. (1880) Del Señorío de los Incas. Segunda parte de la Crónica del Perú...escrita por Pedro de Cieza de León y Suma y narración de los Incas..escrita por Juan de Betanzos, Madrid. (1881-1897) Relaciones Geográficas de Indias. Perú. Madrid, 4 vols. (1882) Memorias historiales y políticas del Perú, por el licenciado D. Fernando Montesinos, seguidas de las informaciones acerca del señorío de los Yncas, hechas por mandado de don Francisco de Toledo, virrey del Perú, Madrid. (1888) Una ascensión a el Pichincha en 1592, Madrid. (1889) Juan de Castellanos y su Historia del Nuevo Reino de Granada, Madrid. (1890-1894) Historia del Nuevo Mundo por el padre Bernabé Cobo de la Compañía de Jesús, publicada por primera vez con notas por..., Sevilla. (1891) El Código Ovandino, Madrid. (1892 a) Una antigualla peruana. Discurso sobre la descendencia y gobierno de los ingas, Madrid. (1892 b) Apologética historia de las antiguas gentes del Perú por el padre fray Bartolomé de las Casas, Madrid, 1892. (1892 c) “El Cumpi-Uncu hallado en Pachacamac”, en El Centenario, nº 5, pp. 450-470, Madrid. (1896 a) “Las Amazonas alfareras”, en Historia y Arte, vol. I, nº 12, pp. 228-236, Madrid, febrero de 1896. (1896 b) “El libro de “Ynterrogaciones” y el de los “Problemas” del Dr. López Villalobos”, Revista crítica de Historia y Literatura Españolas, Portuguesas e Hispano-Americanas, vol. I, nº 6, pp. 176-180, Madrid, mayo de 1896. (1896 c) “Primer siglo de la Universidad de Lima (Carpeta de documentos)”, Revista crítica de Historia y Literatura Españolas, Portuguesas e Hispano-Americanas, vol. I, nºs 9, 10 y 12, pp. 276-282, 304-307 y 376-386, Madrid, agosto-noviembre de 1896. LAPORTA, Francisco J., RUIZ MIGUEL, Alfonso, ZAPATERO, Virgilio y SOLANA, Javier (1987). “Los orígenes culturales de la Junta para Ampliación de Estudios”, Arbor, vol. CXXVI, pp. 17-87 y vol. CXXVII, pp. 9-137. LÓPEZ MORILLAS, Juan (1956), El krausismo español, perfil de una aventura intelectual, México. LÓPEZ-OCÓN, Leoncio (1987) Biografía de “La América”. Una crónica hispano-americana del liberalismo democrático español, Madrid. (1990) “Las relaciones científicas entre España y la América latina durante el siglo XIX: un estado de la 553 cuestión”, en Revista de Indias, (número monográfico sobre Cincuenta Años de Historiografía Americanista en España (1940-1989), vol. XLIX y L, set-dic- 1989 y enero-abril, 1990, nºs 187-188, pp. (1991) De viajero naturalista a historiador: las actividades americanistas del científico español Marcos Jiménez de la Espada (1831-1898), Madrid, 2 vols. (Ediciones de la Universidad Complutense. Colección Tesis Doctorales) (1992) “El patriotismo liberal de Marcos Jiménez de la Espada en la conmemoración del IV centenario de la empresa colombina”, en Antonio Lafuente y José Sala Catalá, La ciencia colonial en América, Madrid, pp. 379-397. (1998) “La ruptura de una tradición americanista en el CSIC: la evanescencia de la revista Tierra Firme”, en Arbor, tomo CLX, nºs 631-632, pp. 387-411. (1999) “El Centro de Estudios Históricos: un lugar de la memoria”, en Boletín de la Institución Libre de Enseñanza, nºs 34-35. LÓPEZ-OCÓN, Leoncio y PUIG-SAMPER, Miguel Ángel (1988), “Los condicionantes políticos de la Comisión científica del Pacífico: Hispanoamericanismo y nacionalismo en la España bajoisabelina (1854- 1868)”, en Fermín del Pino, editor, Ciencia y contexto histórico nacional en las expediciones ilustradas a América, Madrid, pp. 309-324. MAINER, José Carlos (1977), “Un capítulo regeneracionista: el hispanoamericanismo (1898-1923)”, en AAVV., Ideología y sociedad en la España contemporánea. Por un análisis del franquismo, Madrid, pp. 149-203, reimpreso en La doma de la quimera, Barcelona, 1988. Niño, Antonio (1987), “L’expansion culturelle espagnole en Amérique hispanique (1898-1936), en Relations internationales (París), 50, pp. 197-213. ORTIZ, Eduardo L. (1988 a) “Las relaciones científicas entre Argentina y España en el primer tercio de este siglo” en J.M. Sánchez Ron, ed., Ochenta años de la Junta para Ampliación de Estudios, Madrid. (1988 b) La Institución Cultural Española, la Junta para Ampliación de Estudios y la política científica hispano-argentina a principios de este siglo, Londres. (1988 c) “Una alianza para la ciencia”, Llull, 11, pp. 263-277, Madrid. (s.a.) “El krausismo en el marco de la historia de las ideas y de la ciencia en Argentina”, en VV.AA. El krausismo y su influencia en América Latina, Madrid, s.a. pp. 99-135. (s.a.) “El krauso-positivismo, la Junta y la nueva ciencia en España”, en VV.AA., El krausismo y su influencia en América Latina, Madrid, s.a. pp.137-167. OSSENBACH, Gabriela (1992), “Pedro Alcántara García y las relaciones pedagógicas entre España e Hispanoamérica a finales del siglo XIX”, en Historia de la Educación (Salamanca), nº 11, pp. 125-142. PIKE, Fredrick B., (1971), Hispanismo, 1898-1936. Spanish conservatives and liberals and their relations with Spanish America, London ROIG, Arturo A. (1969), Los krausistas argentinos, Puebla. SÁNCHEZ RON, José Manuel, ed. (1988), 1907-1987. La Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas 80 años después, Madrid, 2 vols. VÉLEZ JIMÉNEZ, Palmira (1992), “El período de madurez del americanismo en España. Proyectos y realizaciones”, en Montserrat Huguet Santos, Antonio Niño, y Pedro Pérez Herrero, (coords.), La formación de la imagen de América latina en España, 1898-1989, Madrid, pp. 171-187. (1994) La historiografía americanista liberal en España, Zaragoza, (Tesis doctoral). VV.AA. (s.a.). El krausismo y su influencia en América Latina, Madrid.
Click tabs to swap between content that is broken into logical sections.
Calificación | |
Título y subtítulo | La construcción de redes de comunicación científica iberoamericana antes y después de 1898 |
Autor principal | López-Ocón Cabrera, Leoncio |
Publicación fuente | XIII Coloquio de historia canario - americano |
Numeración | Coloquio 13 |
Tipo de documento | Congreso y conferencia |
Lugar de publicación | Las Palmas de Gran Canaria |
Editorial | Cabildo Insular de Gran Canaria |
Fecha | 1998 |
Páginas | P. 0537-0553 |
Materias | Congresos ; Historia ; Canarias ; América |
Copyright | http://biblioteca.ulpgc.es/avisomdc |
Formato digital | |
Tamaño de archivo | 132957 Bytes |
Texto | 537 LA CONSTRUCCIÓN DE REDES DE COMUNICACIÓN CIENTÍFICA IBEROAMERICANA ANTES Y DESPUÉS DE 1898 Leoncio López-Ocón Cabrera Entre 1907-1910 los gobernantes españoles tomaron un conjunto de decisiones para poner en marcha la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas. Esta institución concedió una gran importancia a su proyección latinoamericanista, como lo revela la Real orden de 16 de abril de 1910, promulgada tras el regreso de Altamira de su viaje a la América latina. En ese documento se instaba a la JAE a que arbitrase los medios necesarios para afrontar un triple objetivo: - el de fomentar el estudio de los pueblos hispano-americanos en la compleja variedad de su vida económica, social, jurídica, científica, literaria, etc., mediante la vi-sión directa de la realidad presente - el de promover el cambio de publicaciones y la relación entre los centros docen-tes iberoamericanos - y el de ofrecer a los jóvenes latinoamericanos recursos para que trabajasen con los españoles en la elaboración de una cultura común. Fue esta orientación ultramarina de la JAE la que permitió construir diversas redes científicas iberoamericanas entre 1910 y 1936, que estimularon el desarrollo de una práctica científica federativa en el ámbito cultural iberoamericano basada en la coopera-ción de sus diversos componentes. En ese período hubo, en efecto, una permanente circu-lación de información entre los investigadores de ese área cultural. La configuración de esas redes, que son el armazón de las relaciones científicas trabadas por españoles, portugueses y latinoamericanos en la época contemporánea, se asemeja al funcionamiento de una red fluvial formada por múltiples cursos de agua entre-lazados y organizados jerárquicamente. Como las aguas que fluyen por ríos y afluentes las redes científicas construidas por los laboratorios de la JAE se extendieron tanto a través del espacio, como del tiempo. Si fuésemos río abajo a través de esa red fluvial tendríamos que estudiar múlti-ples facetas de la dimensión iberoamericanista de la JAE. Ello implicaría analizar, entre otros, fenómenos socio-culturales como los siguientes: - por un lado, las contribuciones de científicos españoles al desarrollo de la cultu-ra científica latinoamericana gracias a los frecuentes desplazamientos que entre 1910 y 36 538 1936 realizaron a América latina destacados representantes de la JAE como González Posada, Menéndez Pidal, Ortega y Gasset, Rey Pastor, Pi y Suñer, Blas Cabrera, Rodríguez Lafora, Pío del Río-Hortega, María de Maeztu, Esteban Terradas, Claudio Sánchez Albor-noz, Manuel García Morente, José María Ots Capdequí, Navarro Tomás, Fernando de los Ríos, o Américo Castro entre otros. Por otra parte, las aportaciones de los investigadores latinoamericanos a la cultu-ra española, como las del mexicano Alfonso Reyes o el dominicano Pedro Henríquez Ureña en el seno de la Revista de Filología Española que dirigiera Ramón Menéndez Pidal. En efecto, Alfonso Reyes llegó a España procedente de París en plena Primera Guerra Mundial y tras varios meses de estancia en Madrid se integró en las actividades de la JAE. Así contó a su amigo y maestro Henríquez Ureña ese proceso de incorporación: “Conocí a Menéndez Pidal. Soy ya miembro del Centro de Estudios Históricos (...). Esta gente es nuestro grupo. No estábamos solos en México. En Perú, en Cuba, en Madrid, existíamos también”. Y así Alfonso Reyes y Henríquez Ureña se convirtieron en asiduos colaboradores de la Revista de Filología Española. - asimismo convendría seguir la labor de propaganda de las actividades de la JAE en el ámbito cultural iberoamericano, de la que es un ejemplo representativo la conferen-cia que leyó en 1916 Eduardo Gómez de Baquero en el Instituto de Coimbra. En ese rito académico ese consejero de Instrucción Pública del gobierno español explicó a su audito-rio portugués las reformas que había experimentado la Universidad española gracias a los diversos institutos científicos y pedagógicos agrupados en torno a los dos núcleos de la JAE, es decir, las diez secciones en las que estaba dividido el Centro de Estudios Históri-cos y la confederación de centros científicos del Instituto Nacional de Ciencias Físico- Naturales. Pero mi objetivo en esta comunicación es más bien ir río arriba en el seguimiento de las redes científicas iberoamericanas construidas en la época contemporánea. Mi inten-ción es mostrar la genealogía de las preocupaciones iberoamericanistas de la JAE refleja-das en la Real orden de 16 de abril de 1910. La tesis que se va a sostener en este texto es que esa real orden fue la cristaliza-ción institucional de redes de comunicación que se habían desarrollado previamente entre científicos e intelectuales iberoamericanos desde medio siglo antes. Esas redes experi-mentaron un impulso en aquellas coyunturas históricas en las que hubo una convergencia política y cultural entre los países ibéricos y la América Latina, por ejemplo en los perío-dos 1858-1862, 1868-1874, 1879-1895 y 1898-1910. En esta ocasión sólo me voy a ceñir al seguimiento de una de las redes que con-fluyeron en la orientación iberoamericanista de la JAE: se trata de la que une los dos desplazamientos efectuados a América por Rafael Altamira en 1909-1910 y Marcos Jiménez de la Espada entre 1862-1865, dos de los científicos que más han hecho en la España contemporánea por analizar el fenómeno de las relaciones culturales y científicas que han vinculado a España y la América latina a lo largo de su historia compartida. Tal análisis permitió a ambos historiadores inventar una tradición al reestructurar y crear nuevas imágenes del pasado con las que fortalecer el patriotismo español, es decir 539 el sentimiento de pertenencia y adhesión a la sociedad y al Estado, y favorecer el diálogo iberoamericano desde planteamientos liberales. Esos dos científicos se preocuparon por la reflexión histórica porque consideraron que una acción hispanoamericanista positiva y eficaz en el plano político y cultural tenía que sostenerse sobre una doble dirección: proyectiva para construir un futuro compartido y solidario, y retrospectiva para observar en el pasado los elementos que podían impulsar la unión de la koiné iberoamericana. Mi pretensión en este texto es unir el caudal de las obras de ambos autores, la de Rafael Altamira y la de Jiménez de la Espada, señalando las conexiones que existieron en las redes científicas creadas por ambos historiadores. Para ello seguiré la siguiente estrategia: En primer lugar resaltaré que el viaje de Altamira a América fue el colofón de una estrategia hispanoamericanista de la Universidad de Oviedo, cuyo objetivo era incremen-tar las relaciones culturales y científicas entre España y la América Latina. En segundo lugar mostraré que a lo largo de su viaje se desplegó todo un ritual de naturaleza simbólica, una invención de una tradición que tendía a la conciliación de ele-mentos de la herencia cultural iberoamericana con los valores de la modernidad. En tercer lugar destacaré que esa recreación de una memoria histórica arrancaba del siglo XIX y que la labor historiográfica americanista de Altamira es deudora del pro-grama de investigaciones de Jiménez de la Espada. En cuarto lugar expondré algunos de los aspectos del proceso de circulación de los conocimientos históricos creados por ese americanista entre 1868 y 1898. Y finalmente señalaré que la red científica creada por Jiménez de la Espada, vinculado con la Institución Libre de Enseñanza, es una puesta en práctica del modelo diseñado por el krausista Sanz del Río en su Ideal de la Humanidad para la vida publicado en 1860. El desplazamiento de Altamira a tierras americanas La génesis de una embajada cultural A continuación paso a analizar la génesis del viaje realizado por Altamira entre junio de 1909 y marzo de 1910 por tierras de Argentina, Uruguay, Chile, Perú, México y Cuba. Ese periplo fue la culminación de una meditada estrategia hispanoamericanista que la Universidad de Oviedo, foco del reformismo krausista, desplegó durante la primera década de este siglo con el fin de fortalecer los intercambios científicos e intelectuales con las Repúblicas latinoamericanas. Durante una década esa universidad estuvo enviando emisarios hacia el mundo exterior para hacer circular sus productos e ideas americanistas. 540 Esos productos e ideas desempeñaron un notable papel en el movimiento regeneracionista que diversos sectores sociales españoles emprendieron después del desastre del 98. Tres de las acciones más significativas de esa estrategia fueron: 1. La activa participación de un grupo de profesores de la Universidad de Oviedo en el Congreso Social y Económico Hispano-Americano celebrado en Madrid en el otoño de 1900. 2. La colaboración activa de Rafael Altamira en las páginas de la revista España de Buenos Aires, editada por la Asociación Patriótica Española entre 1904 y 1908. 3. La celebración del III Centenario de la Universidad de Oviedo en 1908. En 1900, en efecto, un equipo de catedráticos de la Universidad de Oviedo for-mado por Altamira, Félix de Aramburu, el rector Fermín Canella, Adolfo Buylla, Leopoldo Alas “Clarín”, Adolfo González Posada, Rogelio Jove, Aniceto Sela y Melquíades Álvarez redactaron, con motivo del mencionado congreso, nueve proposiciones para afianzar las relaciones intelectuales, sociales y económicas con la América latina. Y la misma Univer-sidad tomó la iniciativa de establecer relaciones permanentes con los centros de enseñan-za superior de América mediante la creación de una política de intercambio de publicacio-nes. Altamira, por su parte, en sus colaboraciones en las páginas de la revista España de Buenos Aires, editada por la Asociación Patriótica Española entre 1904 y 1908, procu-ró captar la atención de la opinión pública sobre la obra americanista de la Universidad de Oviedo y movilizar nuevos portavoces para una campaña que debía conducir a la amplia-ción de las mutuas relaciones intelectuales. Elaboró entonces un discurso que tenía un doble objetivo: - por un lado persuadir a sus conciudadanos españoles de la importancia y nece-sidad de potenciar las relaciones intelectuales con América, como venía sosteniendo des-de hacía medio siglo el republicano Rafael María de Labra. - por otro lado mostrar a sus lectores latinoamericanos la existencia de “una Es-paña intelectual que sabe lo que se piensa y se trabaja en el mundo, que se esfuerza por caminar al paso de éste, y que si no puede, dentro de su modestia, hombrearse con él, puede, sí, ofrecer algunos elementos útiles, semejantes a los que dan el tono en la ciencia y el arte modernos”, “por lo que los jóvenes hispanoamericanos podían obtener provecho de las enseñanzas que se impartían en las cátedras de Cajal, Giner de los Ríos, Simarro, Hinojosa, Menéndez Pidal, Azcárate, Cossío, Dorado, y Posada”. Los avances en esa tarea persuasiva, según constatara Altamira, empezaron a ser notorios y se hacían patentes por varios hechos: 541 - en primer lugar, porque la moderna cultura científica española empezaba a ser recibida en tierras latinoamericanas, como sucedía en la flamante Universidad de La Plata dirigida desde su fundación en 1905 por Joaquín V. González, quien no solo mantenía una correspondencia activa con sus colegas de Oviedo, sino que también promovía el envío de universitarios argentinos a España, al laboratorio de Cajal por ejemplo. - en segundo lugar, porque españoles y latinoamericanos mostraban un interés mutuo en conocer mejor sus producciones científicas, de lo que había numerosas pruebas. Unos y otros colaboraban en los Archivos de pedagogía y ciencias afines de la Universi-dad de La Plata; el mexicano Amado Nervo remitía desde Madrid informes periódicos sobre el desenvolvimiento de las ciencias humanas y sociales en España, que se publica-ban en el Boletín de Instrucción Pública de México, o se difundía en España el movimien-to bibliográfico americano a través de las páginas de las revistas Cultura española, Nues-tro Tiempo o La Lectura, siguiendo los modelos de las publicaciones francesas Revue Internationale de l’Enseignement y de la Revue historique. Y la celebración del Tercer Centenario de la Universidad de Oviedo en 1908 fue un paso más en la estrategia hispanoamericanista que esa institución docente impulsaba desde 1900. La visita del filólogo cubano Juan Miguel Dihigo permitió practicar la misma política científica que desde Oviedo se empezaba a llevar a cabo con centros científicos europeos como la Universidad de Burdeos, es decir el intercambio de profesores. Y de esa manera fue elegido Rafael Altamira como representante y portavoz de esa universidad para iniciar el intercambio docente con Cuba. Una campaña de prensa de El Imparcial de Madrid (14 de marzo de 1909) y las gestiones de políticos como Moret, de economistas como Piernas y Hurtado, de editores como los hermanos Bailly-Baillière, y de la Junta reformista de la Instrucción Nacional hicieron factible que ese intercambio se extendiera a otros países americanos como Argentina, Uruguay, Chile, Perú y México, además de Cuba. Un mensajero de la ciencia española Estudiada la génesis de la embajada cultural de Altamira en América como repre-sentante de las acciones hispanoamericanistas de la Universidad de Oviedo, me interesa a continuación destacar la importancia que se concedió a lo largo de su viaje a la recreación de una memoria histórica como elemento impulsor de una nueva política científica. En efecto, durante su desplazamiento por tierras americanas Altamira y sus nu-merosos interlocutores persiguieron un doble objetivo: potenciar los intercambios cientí-ficos y culturales entre España y la América latina y ejercer un ritual, impregnado de palabras, gestos y símbolos, que expresara tanto una voluntad de reconciliación con el pasado compartido por los pueblos iberoamericanos como un afán de afrontar los retos de la modernidad. Alcanzar ese doble objetivo fue factible por una conjunción de factores entre los que cabe destacar los siguientes: En primer lugar existía en América latina una gran confianza en la capacidad regeneradora de la ciencia y en sus poderes federativos. Esa confianza predisponía a los 542 latinoamericanos a recibir la nueva ciencia europea, de la que se esperaba fundamental-mente que suprimiese desigualdades. En segundo lugar, en el seno de esa actitud receptiva, se abrió un hueco a la ciencia española gracias a una doble capacidad de ciertos núcleos científicos españoles, particularmente los universitarios ovetenses. Por una parte fueron capaces de transportar una actividad científica moderna y adecuada a las necesidades sociales y culturales lati-noamericanas, y por otra lograron trasvasar conocimientos científicos americanos a la cultura española. Para describir ese viaje de ida y vuelta de los laboratorios asturianos a las redes iberoamericanas y de las redes iberoamericanas a los laboratorios asturianos el rector González de la Universidad de La Plata usó una metáfora zoológica dirigiéndose a Altamira: Traéis un especial encargo... de aquella colmena laboriosa y brillante, que al mis-mo tiempo que elabora y difunde a la patria el panal de rica substancia para el espíritu, extiende las alas del enjambre por toda América, para esparcir gérmenes de luz y de vida recogiendo en cambio la savia fecundante que hierve en estos pueblos de Hispano América, para trasvasarlo a las venas de la nueva España. Y en tercer lugar los protagonistas de ese viaje manifestaron su convicción de que las raíces del pasado podían alimentar al árbol del presente, es decir que había muchos elementos de la común herencia cultural útiles para afrontar los retos de la modernidad. Altamira aprovechó la conjunción de esos factores para desplegar múltiples actividades y comunicarse con el gran público mediante más de 300 conferencias. De ese conjunto de actividades conviene fijar la atención en el ritual simbólico que se desplegó a lo largo del viaje con el objetivo de reconstruir una tradición científica y cultural que sirviese de palanca a futuras acciones hispanoamericanistas. Se deseaba insistir de esa manera en que el proceso histórico no tenía por qué ser una fuente de discor-dias, sino que podía convertirse en un elemento de comunión entre españoles y latinoame-ricanos. Ese ritual se basó en dos tipos de acciones: - en la visita a lugares expresivos de una práctica científica común y de una memoria compartida - y en la revalorización de las relaciones científicas y culturales establecidas en-tre españoles y latinoamericanos en el siglo XIX, así como en la revisión de elementos del pasado colonial que podían aportar soluciones para afrontar problemas del presente. Respecto al primer tipo de acciones señalaré que Altamira no cesó de observar instituciones científicas y educativas diversas que expresaban los intentos de hacer cien-cia de calidad en la periferia de la ciencia-mundo. En Montevideo elogió el funcionamien-to del Museo Pedagógico, diseñado probablemente como su homólogo madrileño funda-do en 1882, y en el que él había trabajado como secretario segundo entre 1888 y 1898. En 543 Córdoba, camino de Santiago de Chile, visitó el Observatorio astronómico y constató la excelencia de sus trabajos. Y en Lima y en México apreciará las actividades desplegadas por los directores de sus Museos Nacionales de Arqueología el alemán Max Uhle y el mexicano Genaro García. Y entre sus gestos simbólicos se encuentra, por ejemplo, la visita en La Habana a la tumba del naturalista cubano Felipe Poey, que desde la década de 1860 había mantenido una activa relación con los naturalistas españoles. Sus interlocutores, por su parte, no cesaron de subrayar la pertenencia de Altamira a una tradición liberal española que había sabido comprender aspectos de la cultura lati-noamericana y que había influido a lo largo del siglo XIX en la vida intelectual y científica de la América Latina. Así en Lima el historiador Carlos Wiesse le explicó cómo la influencia intelec-tual española en el Perú durante el siglo XIX se había basado en dos soportes: en la intro-ducción de la enseñanza del Derecho filosófico de Ahrens por intermedio del krausismo de Sanz del Río y en la importante acción educativa desarrollada por el liberal español Sebastián Lorente desde el Colegio de Guadalupe, que fundó en 1842, y desde la Facultad de Letras de la Universidad de San Marcos, de la que fue decano entre 1876 y 1884. En La Habana el político Eliseo Giberga, que había sido diputado a las Cortes españolas en 1886 como miembro del Partido Autonomista cubano, evocó el momento en el que conoció a Altamira en 1887 cuando éste acababa de incorporarse a la redacción del periódico republicano La Justicia, y alabó la acción de todos aquellos españoles que a lo largo de la década de 1880 habían defendido las libertades cubanas. Y en México el jurista Rodolfo Reyes, hermano de Alfonso, situó las tesis de Altamira acerca de la importancia de la costumbre como fuente jurídica en la tradición de los juristas de la época colonial. Según Reyes esos juristas inspiraron una sabia legislación como la que se contenía en una cédula de Carlos V fechada en 1555 por la que mandaba guardar y ejecutar “las leyes y buenas costumbres que antes tenían los indios para su gobierno y política”. Y le explicó que ese derecho consuetudinario de la época colonial podía ser más útil que la legislación republicana para resolver los graves problemas so-cio- económicos de México, originados por la aplicación de una legislación liberal indivi-dualista a una sociedad multi-étnica en la que los grupos indígenas se regían por una lógica comunitaria en el manejo de sus principales recursos. Por tanto se puede constatar que mediante las acciones rituales llevadas a cabo por Altamira y sus interlocutores la reflexión historiográfica en forma de invención de una tradición favoreció un sentimiento de pertenencia común a una colectividad, y jugó un importante papel como elemento cohesionador de la acción política hispanoamericanista. De hecho la estrategia política de acercamiento intelectual protagonizada por la Universidad de Oviedo y su embajador Altamira entre 1900-1910 fue a la par de la difu-sión de un conjunto de obras históricas que releían el pasado colonial con una visión abierta y comprensiva de sus logros culturales. Una serie de obras escritas por diversos 544 hispanoamericanos lo atestiguaban. Entre ellas destacan La ciudad indiana del argentino Juan Agustín García, y La historia del desarrollo intelectual de Chile de Alejandro Fuenzalida. En España a su vez se proseguía en esa década un programa de investigaciones que arrancaba del siglo XIX en el que se insistía en el hecho de que el estudio histórico de la acción colonial española en América no debía ser el relato de hazañas bélicas, sino el análisis de los trabajos desplegados en el laboratorio americano por una legión de explora-dores y viajeros que habían sentado las bases del conocimiento científico de la naturaleza americana. Ese era en efecto el desideratum de Altamira poco antes de partir a tierras americanas, como tuvo ocasión de exponer en una conferencia que pronunció en la socie-dad “La Unión Iberoamericana” de Madrid. Ahí instó a sus oyentes a que se acercasen al pasado americano no a través de la lectura de hazañas guerreras, sino en “la de los diarios, memorias y relaciones de nuestros grandes viajeros de los siglos XVI y XVII .. como los legos franciscanos que exploraron el Marañón y tantos otros atrevidos, sufridos e incansa-bles navegantes y andarines que, a costa de su vida muchas veces, echaron los cimientos de la Geografía y de la Historia Natural del Nuevo Mundo y parte de Africa y de Asia”, y por ello instó a sus colegas historiadores a proseguir con los trabajos eruditos que había emprendido Jiménez de la Espada, cuya máxima obra había sido “la empresa colosal” de la edición de las Relaciones Geográficas de Indias. El trasvase de los conocimientos de Jiménez de la Espada a Rafael Altamira Mi intención a continuación es mostrar que el programa historiográfico emer-gente en la primera década del siglo XX, el cual procuró recrear una tradición científica y cultural y revisar la época colonial, había arrancado de las últimas décadas del siglo XIX. Para ello estudiaré un caso: el del trasvase de parte de los conocimientos históricos elabo-rados por Jiménez de la Espada entre 1868 y 1898 a la obra de Altamira, una de cuyas pruebas es el texto que se acaba de citar. El cuarto centenario de la empresa colombina generó no solo una intensificación de contactos entre representantes de elites culturales y científicas de España, Portugal e Hispanoamérica, y una revitalización de las relaciones culturales iberoamericanas, sino también un singular fenómeno de incremento del conocimiento del pasado de las socieda-des americanas por parte de los historiadores españoles. Esa conmemoración histórica dinamizó un amplio movimiento historiográfico sobre las relaciones culturales y científi-cas iberoamericanas, que hundía sus raíces en un conjunto de investigaciones desplegado a lo largo de la era isabelina y del Sexenio democrático. Así, en el trienio 1890-1893, desde los criterios metodológicos del positivismo historiográfico, se editaron numerosas fuentes históricas, se divulgaron conocimientos en nuevas publicaciones, como la revista El Centenario que dirigiera Juan Valera, y se debatió sobre todo tipo de cuestiones americanistas en tribunas populares y en ámbitos académicos. Un agudo observador de ese fenómeno historiográfico fue el joven Rafael Altamira (1866-1951), cuya sensibilidad histórica hacia el mundo americano se despertó precisa-mente con motivo de los eventos de 1892, como él mismo reconociera años adelante. Y así en 1894 publicó un balance de los resultados bibliográficos del movimiento historiográfico 545 desencadenado por la coyuntura de 1892, que apareció primero en las páginas del Boletín de la Institución Libre de Enseñanza y posteriormente en francés en la Revue historique de París. En él informó con detalle de un triple esfuerzo historiográfico plasmado en la publicación de 14 masas documentales, de 3 repertorios bibliográficos, y de decenas de trabajos sobre aspectos diversos de la historia americana, como las 48 conferencias que había impreso y organizado el Ateneo de Madrid. Y ya empezó a fijarse en algunos de los resultados del programa de investigaciones del “infatigable americanista” Jiménez de la Espada. Concedió gran valor a sus ediciones de las Noticias del río Marañón, y de la Historia del Nuevo Mundo, escritas respectivamente por los jesuitas Maroni y Bernabé Cobo, y a la publicación de un texto lascasiano del que comentó: “Es debido elogiar la actividad científica del sr. Jiménez de la Espada, manifestada notablemente por la publica-ción del escrito del P. Las Casas sobre las Antiguas gentes del Perú, extractado de un manuscrito de la Apologética historia sumamente díficil de leer”. Al año siguiente, en 1895, Altamira decidió fundar la Revista Crítica de Historia y Literatura Españolas, Portuguesas e Hispano-Americanas como canal de comunicación científica iberoamericano. La finalidad de la publicación era doble: - constituirse como un órgano de propaganda de la historia y de las diversas literaturas nacionales de la Península Ibérica y de las repúblicas hispano-americanas - y por otro lado, a través de esa tarea de difusión, facilitar las relaciones entre ellas para contribuir “a sacarlas del olvido y el aislamiento en el que injustamente estaban”. Altamira ofreció entonces las páginas de esa revista a Jiménez de la Espada, quien publicó en ella a lo largo de 1896 sus trabajos titulados “El “Libro de Ynterrogaciones, y el de los “problemas” del doctor López de Villalobos” y “Primer siglo de la Universidad de Lima”, que sería reeditado en las páginas del BILE. Pero lo más significativo de las relaciones entabladas entre esos dos americanistas fue la amplia y profunda crítica biblio-gráfica que Altamira hizo de los cuatro volúmenes de las Relaciones Geográficas de In-dias concernientes al virreinato del Perú, que Jiménez de la Espada, auspiciado por el Ministerio de Fomento, empezó en 1881 con motivo de la celebración en Madrid del IV Congreso de la Sociedad Internacional de Americanistas, y acabó en 1897. Altamira, que a lo largo de todo el texto usa un tono laudatorio del autor y de la obra analizada por “lo mucho que representa para la cultura nacional”, centra su crítica en destacar tres aspectos de ese trabajo historiográfico: su aspecto monumental, sus plantea-mientos innovadores y su esfuerzo de construcción de una tradición científica. El aspecto monumental venía dado por la “extensión e importancia histórica, antropológica y científica” de los documentos publicados en los cuatro volúmenes: 55 relaciones y descripciones del virreinato del Perú más numerosos apéndices y un “minucioso índice de nombres geográficos”. Los planteamientos innovadores de Jiménez de la Espada radicaban en la demostración de que el hallazgo de la naturaleza y las culturas americanas estimuló el 546 conocimiento científico de los españoles desde que llegaron al Nuevo Mundo, como se manifestaba en las numerosas memorias y relaciones que elaboraron para hacer su des-cripción geográfica y sociológica. Desde la empresa colombina hubo un plan completo para obtener informaciones fiables de las Indias. Por ello el diseño y ejecución de esas Relaciones Geográficas precedieron a las Relaciones topográficas que durante el reinado de Felipe II se emprendieron en Castilla. Esa tesis contradecía las opiniones que había emitido el geógrafo Fermín Caballero en 1866, cuando al ingresar en la Academia de la Historia sostuvo que las Relaciones Geográficas de Indias eran una derivación del progra-ma de trabajo emprendido en Castilla. El esfuerzo de construcción de una tradición científica lo percibía Altamira en la capacidad de Jiménez de la Espada de ofrecer una imagen ordenada y sistemática de los esfuerzos realizados durante el siglo XVI para profundizar el conocimiento del Nuevo Mundo en todas sus dimensiones naturales y morales. Para ello había removido papeles de la Biblioteca de Palacio, de la Academia de la Historia y del Archivo de Indias. Por todas esas razones Altamira concederá un lugar privilegiado a esa obra en la memoria científica española, afirmando lo siguiente: Aparte del agradecimiento profundo.. por la enorme labor que representan estos volúmenes y el servicio grande que con su cuidadosa publicación presta el sr. Jiménez de la Espada a la historia de nuestra colonización americana, la conclu-sión que de la lectura de tan rico aparato de Relaciones se saca es muy consolado-ra para nuestro patriotismo; porque muestra el exquisito celo que el gobierno español tuvo por conocer bien las nuevas tierras, para mejor fundar sus resolucio-nes administrativas, y que este celo estaba ayudado por un concepto amplísimo de lo que deben ser las monografías descriptivas de un país, concepto que se da la mano con el no menos completo que de la Historia exponía, por aquel entonces, el cronista de Carlos V, Juan Páez de Castro. La circulación de los hechos científicos producidos por Jiménez de la Espada Presentados algunos de los aspectos de la transmisión de una parte de los conoci-mientos de Jiménez de la Espada a la obra de Altamira, señalaré ahora que los hechos históricos recreados por Espada solo obtuvieron verosimilitud y difusión cuando estable-ció unas redes de comunicación. Analizaré en primer lugar los dos instrumentos que usó para construir esas redes: su correspondencia y su adscripción a sociedades científicas españolas e internacionales. Y en segundo lugar ofreceré algunas pruebas de la circulación social de su obra histórica, insistiendo en el hecho de la receptividad que mostraron por ella los krausistas, y colegas sudamericanos, como los integrantes de la Sociedad Geográfica de Lima. Con su correspondencia procuró alcanzar tres objetivos: Primero: el de enviar y recibir emisarios del exterior que le ayudasen a elaborar y difundir su obra de naturalista e historiador. Tales emisarios forman una amplia red euro- 547 americana, que espacialmente formaría un triángulo cuyos puntos más alejados serían Berlín, Worcester en Massachussets, y Santiago de Chile. Así, por ejemplo, durante el Sexenio democrático sostuvo un intercambio episto-lar con el zoólogo portugués Barboza du Bocage, pues Espada quería ilustrar sus investi-gaciones sobre la fauna amazónica con los trabajos que había elaborado en el Brasil du-rante el siglo XVIII el naturalista Rodrigues Ferreira . El segundo de esos objetivos fue recabar apoyos políticos y logísticos para elabo-rar su programa historiográfico encaminado a inventar una tradición científica consistente en mostrar los estudios naturalistas, sociológicos, históricos y antropológicos llevados a cabo por viajeros y exploradores españoles sobre todo en América, pero también en Africa y Asia. El primer apoyo político lo recibió en 1869. Gracias a una autorización del sub-secretario del Ministerio de Ultramar pudo visitar por primera vez el Archivo de Indias de Sevilla para fijar su atención en las incursiones pioneras efectuadas por algunos europeos en 1542 al país de la Canela en el oriente de Quito, tierra que él había recorrido durante 1865. Desde entonces hasta 1897 esos apoyos se sucedieron. Así en ese año el Ministerio de Fomento financió la lujosa edición de sus dos últimos volúmenes de las Relaciones Geográficas de Indias. Y fueron particularmente notables durante la segunda fase del rei-nado de Alfonso XII coincidiendo con el acceso al poder del partido liberal, que promovió una intensificación de la política hispanoamericanista. El tercero de los objetivos de su correspondencia fue que sirviera de medio para favorecer la demanda social de su obra, tal como se revela en los envíos personales de sus publicaciones a quienes él consideró interlocutores privilegiados. Entre ellos cabe señalar al mexicano García Icazbalceta, a los peruanos Ricardo Palma o Larrabure y Unanue, al chileno Toribio Medina, al ecuatoriano González Suárez, al francés Morel-Fatio, a los alemanes W. Reiss o Max Uhle, y a los miembros de la Institución Libre de Enseñanza. Así en 1878 donará a la biblioteca de esta institución un ejemplar de las Cartas de Indias que bajo su dirección y la de otros bibliófilos acababa de publicar el Ministerio de Fomen-to. Esa correspondencia revela por tanto la capacidad de Jiménez de la Espada para reclutar personalidades exteriores a su plan de trabajo. Esas alianzas suscitaron el interés por su obra en la sociedad de su tiempo. Un segundo instrumento que facilitó la circulación de su obra fue su participa-ción en las actividades de diversas sociedades científicas. Este naturalista, que desarrolló casi toda su vida profesional desempeñando funciones subalternas en el Museo de Cien-cias Naturales de Madrid, fue en efecto socio fundador de las Sociedades Españolas de Historia Natural y de la Sociedad Geográfica de Madrid, creadas respectivamente en 1871 y 1875, y animador de la Sociedad Internacional de Americanistas a través de sus inter-venciones en los Congresos de Bruselas (1879), Madrid (1881), Turín (1886), Berlín (1888) y París (1890). 548 Esa actividad asociativa le permitió desarrollar dos aspectos importantes del ethos del científico: cultivar la ayuda mutua y promover la concepción universalista de la cien-cia, facilitando fundamentalmente los intercambios científicos euro-americanos que efec-tuaron las mencionadas agrupaciones voluntarias de científicos. Pero en el seno de esas sociedades Espada también desplegó su escepticismo organizado, su cuestionamiento de las verdades recibidas, que es otro de los rasgos del ethos científico. Usó esas sociedades como espacios públicos de discusión, consciente de que es a través de la discusión como los científicos juzgan la solidez de los hechos y su interés. Y así en la sesión del 5 de abril de 1876 de la Sociedad Española de Historia Natural efectuó una pormenorizada crítica de una “Noticia histórico-descriptiva del Museo Arqueológico Nacional”, plagada de errores en la clasificación de los objetos etnográficos americanos. Se lamentó por ejemplo de que se considerasen de la Edad Media unos escudos o rodelas de madera con pinturas rojizas que la Comisión del Pacífico había adquirido a los jíbaros de Canelos en 1865. Gracias a su estrategia comunicativa y al nuevo lenguaje histórico que elaboró basado en los métodos del positivismo historiográfico, los nuevos hechos científicos que construyó lograron adquirir fuerza y obtener un amplio espacio de circulación. De ahí que en el final de su trayectoria de investigador, entre los años 1892 y 1898, fuesen frecuentes los reconocimientos sociales que obtuvo su obra de historiador. En diciembre de 1892 el gobierno peruano le concedió una medalla de oro por “sus importantes trabajos históricos y geográficos relativos al Perú”, particularmente por sus publicaciones sobre “el insigne cronista Cieza de León, sus Relaciones Geográficas de Indias y sus disquisiciones relati-vas al Descubrimiento y a la época colonial”. En 1898 la Real Academia de la Historia le otorgó el premio Loubat por sus Relaciones Geográficas de Indias y tras su fallecimiento diversas instituciones y socieda-des científicas acordaron abrir en favor de su familia una suscripción de cuota libre como signo de agradecimiento a los servicios que había prestado a la ciencia. Esa campaña de solidaridad fue concebida como un elemento del regeneracionismo, pues uno de sus impulsores sostuvo que “la regeneración de un pueblo radica en la esfera de la ciencia más que en otra alguna”. Y ha de ser considerada también como una muestra del impacto social de su obra en diversos círculos científicos españoles, europeos y americanos. Se observa entonces que casi más de un tercio de la cantidad recaudada, equiva-lente a casi dos veces y media el sueldo anual de un catedrático, procedieron de sus lecto-res latinoamericanos. Ricardo Palma se movilizó en Lima ante el gobierno peruano y sus colegas de la Sociedad Geográfica de Lima, y el diplomático colombiano Julio Betancourt, con sus mil pesetas, realizó la mayor de las contribuciones individuales. Y se constata también el importante papel desempeñado por los integrantes krausistas de la Institución Libre de Enseñanza en la organización y financiamiento de esa suscripción pública, como fue el caso de Giner, Torres Campos o Cossío, o de miembros de la Universidad de Oviedo, como Altamira y Sela. 549 Este activo papel de los institucionistas se debe a diferentes razones. Ahora fijaré mi atención solo en una: en el hecho de que la trayectoria intelectual de Espada represen-taba un caso de aplicación práctica de las funciones que debía cumplir la comunicación científica, según las propuestas presentadas por Sanz del Río en su Ideal de la humanidad para la vida, publicado en 1860. En esa obra, como subraya Eduardo Ortiz, el fundador del krausismo español exigía que la actividad científica cumpliese estos requisitos: - que cada una de las ciencias ha de realizar una construcción progresiva de su saber y que el conocimiento sabido debe expresarse y propagarse “bajo todas las formas posibles, claras y verdaderas”. - que no debe interesar tanto lo mucho o poco que el científico sepa “sino ante todo en que conozca lo que conoce bajo un modo propio y libre; que haya alcanzado su ciencia mediante una indagación racional y metódica, que pueda comunicarla y la comu-nique efectivamente a otros en una exposición peculiar, clara y bella”. - que los científicos han de organizar “sociedades científicas” para conservar, ordenar y anudar las nuevas adquisiciones al conocimiento previo y difundir el conoci-miento científico “para que la ciencia se realice como una obra social, bella y útil a todos”. La sintonía entre ese ideario científico krausista y las actividades desplegadas por Jiménez de la Espada puede en efecto ilustrarse con varios hechos. Los institucionistas no cesaron de mostrar interés en el desarrollo de su obra. Así no han de extrañar los cuatro artículos que elaborara Ángel Stor para analizar con detenimiento el libro Tres relaciones de Antigüedades Peruanas en las páginas del BILE en 1880. Ahí admira la erudición de su autor, alaba el buen manejo “de los procedimientos de la moderna crítica para depurar muchas de las obras legadas a nuestra época por las pasadas, analizando sus fuentes y descubriendo a cada paso otras nuevas, o bien desconocidas de los doctos, o poco estudia-das por los mismos” y elogia sin reservas “el notable” estudio que precedía a esas relacio-nes, “no tan solo por lo bien pensado, sino que también por lo perfectamente escrito”, y en el que Espada mostraba y valoraba los trabajos historiográficos sobre el Perú que se ha-bían escrito entre fines del primer tercio del siglo XVI y mediados del siglo XVII, redac-tados por funcionarios coloniales, mestizos o indígenas. A su vez Espada publicó en las páginas del Boletín de la Institución en 1888 su trabajo “Una ascensión al Pichincha en 1592”, que dedicó al futuro profesor de la Univer-sidad de Oviedo Aniceto Sela, y tomó la decisión de que su único hijo varón se formase en ese centro educativo. Ese pedagogo institucionista, Gonzalo Jiménez de la Espada, llega-ría a ser con el tiempo uno de los hombres de confianza de José Castillejo, cuando éste se convirtió en el secretario de la JAE. Como conclusión de este texto quisiera destacar tres cuestiones. Primera, que en los orígenes de la JAE se encuentra el trabajo intelectual y científico desplegado por los krausistas y los institucionistas, quienes durante la segunda 550 mitad del siglo XIX realizaron la doble tarea de mantener el contacto de la ciencia españo-la con Europa y América, según planteara González Posada en 1910, tesis que ha recogido recientemente Eduardo Ortiz. Segunda, quisiera subrayar que ese contacto de los krausistas españoles con la ciencia latinoamericana en el campo de las ciencias históricas tuvo dos importantes expo-nentes en las actividades americanistas desplegadas por Jiménez de la Espada y Altamira entre 1862 y 1910. Esas tareas estuvieron en estrecha relación con sucesivas estrategias de aproximación intelectual hacia Portugal y la América Latina que diversas elites españolas llevaron a cabo en ese período para fortalecer el conocimiento mutuo de los integrantes del ámbito cultural iberoamericano. Tercera, que las actividades comunicativas llevadas a cabo por esos dos historia-dores ilustran aspectos del funcionamiento de las redes científicas como los siguientes: - los investigadores en su práctica de trabajo son actores sociales que organizan redes para hacer circular los hechos científicos que fabrican en sus laboratorios. - desde su laboratorio el científico emprende una estrategia hacia el mundo exte-rior como cualquier ministro de Asuntos Exteriores. Lleva a cabo negociaciones a larga distancia y envía “emisarios” para influir sobre el mundo exterior. - esos emisarios actúan como portavoces de los productos fabricados en el laboratorio. - esos portavoces permiten la intervención del laboratorio en la sociedad, pues su función principal es captar la atención de la opinión pública y convencer al público. - los científicos gastan por tanto gran parte de sus energías en lograr consensos sociales en torno a los hechos y teorías que producen en su laboratorio. Por ello, al cons-truir su trabajo en los laboratorios, los científicos ponen en marcha tanto realidades cien-tíficas como sociales. - esas redes construidas desde los laboratorios se extienden a través del espacio y del tiempo. La fabricación de los hechos es un proceso continuo y la movilización de las redes, basada en la negociación, es permanente. En esa movilización el investigador des-pliega una serie de operaciones encadenadas, que abarcan desde el aprovisionamiento de materias primas hasta la producción de artículos científicos destinados a convencer a los lectores críticos. - es esa movilización la que da a los hechos su solidez, ya que ésta se basa tanto en el reconocimiento que se otorga a la competencia de los investigadores que producen el hecho, como en el interés que manifiestan los usuarios respecto a esos hechos. No obstante, la solidez del hecho científico se obtiene más fácilmente si se inscribe en una tradición sólidamente establecida, ya que una proposición novedosa suscita todo tipo de resistencias. 551 - el investigador debe probar la resistencia de sus proposiciones y medir el interés que suscitan confrontándose con un espacio público de discusión, pues es a través de ésta como se juzga la solidez de los hechos y su interés. BIBLIOGRAFÍA ALBEROLA, Armando, ed. (1987), Estudios sobre Rafael Altamira, Alicante. ALTAMIRA, Rafael (1894a) “Notas sobre el movimiento pedagógico y literario en Chile”, Boletín de la Institución Libre de Enseñanza, Madrid, vol. XVII, nº 407, pp. 33-39; nº 408, pp. 66-73. (1894b) “Bibliografía histórico-española”, Boletín de la Institución Libre de Enseñanza, Madrid, vol. XVII, nº 416, pp. 348-352. Publicado también en francés en la Revue historique de París (tomo LIV, fasc. 2º, 1894). (1898a) De Historia y Arte (Estudios críticos), Madrid. (1898 b) “El movimiento histórico en España”, Boletín de la Institución Libre de Enseñanza, Madrid, año XXII, nº 459. (1904) Cuestiones modernas de Historia, Madrid, 1904, (2ª ed en 1935). (1908) España en América, Valencia. (1911) Mi viaje a América, Madrid. (1914) Resumen de su viaje a América. Separata del tomo X de las Memorias de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. Madrid. (1916) Filosofía de la Historia y Teoría de la civilización, Madrid. (1922) Valor social del conocimiento histórico (Discursos leídos ante la Real Academia de la Historia en la recepción pública de.... el 24 de diciembre de 1922), Madrid. (1933) La enseñanza de las instituciones de América, Madrid. (1950) Los elementos de la civilización y del carácter españoles, Buenos Aires. (1951) Diccionario castellano de palabras jurídicas y técnicas tomadas de la legislación indiana, México. (1988) Historia de la civilización española, Barcelona. (s.a.) España y el programa americanista, Madrid. ASÍN, Rafael (1988), Estudio preliminar de Historia de la civilización española de Rafael Altamira, Barcelona. (1997), Introducción de Psicología del pueblo español de Rafael Altamira, Madrid. AZCARATE, Pablo de, ed. (1969), Sanz del Río, Madrid, 1969. BERNABEU ALBERT, Salvador (1987), 1892, el IV centenario del descubrimiento de América en España, Madrid. CALLON, Michel, dir. (1989), La science et ses réseaux. Genèse et circulation des faits scientifiques, Paris. GARCIA MORALES, Alfonso (1992), El Ateneo de México (1906-1914), Orígenes de la cultura mexicana contemporánea, Sevilla. GIL CREMADES, Juan José (1969), El reformismo español, Barcelona. 552 HOBSBAWM, Eric, ed. (1983), The invention of tradition, Cambridge. JIMÉNEZ DE LA ESPADA, Marcos (1876 a) “Observaciones a la Noticia histórico-descriptiva del Museo Arqueológico Nacional, publicada siendo director del mismo D. Antonio García Gutiérrez”, en Anales de la Sociedad Española de Historia Natural, vol. V, pp. 42-45, Actas de la sesión del 5 de abril de 1876. (1876 b) “Pasillo bibliográfico”, en Revista Europea, Madrid 19 de noviembre de 1876, tomo VIII, año III, nº 143, pp. 655-661. (1877 a) Cartas de Indias, Madrid, 2 vols. (en colaboración con Vera, Barrantes, Zaragoza y Escudero). (1877 b) Tercer libro de las Guerras Civiles del Perú, el cual se llama la Guerra de Quito, hecho por Pedro Cieza de León, cronista de las Indias, Madrid. (1878) “La imprenta en México. Carta a Don F. de T.”, en Revista Europea, Madrid, 7 de julio de 1878, tomo VIII, año V, nº 222, pp. 216-221. (1879) Tres relaciones de antigüedades peruanas, Madrid. (1880) Del Señorío de los Incas. Segunda parte de la Crónica del Perú...escrita por Pedro de Cieza de León y Suma y narración de los Incas..escrita por Juan de Betanzos, Madrid. (1881-1897) Relaciones Geográficas de Indias. Perú. Madrid, 4 vols. (1882) Memorias historiales y políticas del Perú, por el licenciado D. Fernando Montesinos, seguidas de las informaciones acerca del señorío de los Yncas, hechas por mandado de don Francisco de Toledo, virrey del Perú, Madrid. (1888) Una ascensión a el Pichincha en 1592, Madrid. (1889) Juan de Castellanos y su Historia del Nuevo Reino de Granada, Madrid. (1890-1894) Historia del Nuevo Mundo por el padre Bernabé Cobo de la Compañía de Jesús, publicada por primera vez con notas por..., Sevilla. (1891) El Código Ovandino, Madrid. (1892 a) Una antigualla peruana. Discurso sobre la descendencia y gobierno de los ingas, Madrid. (1892 b) Apologética historia de las antiguas gentes del Perú por el padre fray Bartolomé de las Casas, Madrid, 1892. (1892 c) “El Cumpi-Uncu hallado en Pachacamac”, en El Centenario, nº 5, pp. 450-470, Madrid. (1896 a) “Las Amazonas alfareras”, en Historia y Arte, vol. I, nº 12, pp. 228-236, Madrid, febrero de 1896. (1896 b) “El libro de “Ynterrogaciones” y el de los “Problemas” del Dr. López Villalobos”, Revista crítica de Historia y Literatura Españolas, Portuguesas e Hispano-Americanas, vol. I, nº 6, pp. 176-180, Madrid, mayo de 1896. (1896 c) “Primer siglo de la Universidad de Lima (Carpeta de documentos)”, Revista crítica de Historia y Literatura Españolas, Portuguesas e Hispano-Americanas, vol. I, nºs 9, 10 y 12, pp. 276-282, 304-307 y 376-386, Madrid, agosto-noviembre de 1896. LAPORTA, Francisco J., RUIZ MIGUEL, Alfonso, ZAPATERO, Virgilio y SOLANA, Javier (1987). “Los orígenes culturales de la Junta para Ampliación de Estudios”, Arbor, vol. CXXVI, pp. 17-87 y vol. CXXVII, pp. 9-137. LÓPEZ MORILLAS, Juan (1956), El krausismo español, perfil de una aventura intelectual, México. LÓPEZ-OCÓN, Leoncio (1987) Biografía de “La América”. Una crónica hispano-americana del liberalismo democrático español, Madrid. (1990) “Las relaciones científicas entre España y la América latina durante el siglo XIX: un estado de la 553 cuestión”, en Revista de Indias, (número monográfico sobre Cincuenta Años de Historiografía Americanista en España (1940-1989), vol. XLIX y L, set-dic- 1989 y enero-abril, 1990, nºs 187-188, pp. (1991) De viajero naturalista a historiador: las actividades americanistas del científico español Marcos Jiménez de la Espada (1831-1898), Madrid, 2 vols. (Ediciones de la Universidad Complutense. Colección Tesis Doctorales) (1992) “El patriotismo liberal de Marcos Jiménez de la Espada en la conmemoración del IV centenario de la empresa colombina”, en Antonio Lafuente y José Sala Catalá, La ciencia colonial en América, Madrid, pp. 379-397. (1998) “La ruptura de una tradición americanista en el CSIC: la evanescencia de la revista Tierra Firme”, en Arbor, tomo CLX, nºs 631-632, pp. 387-411. (1999) “El Centro de Estudios Históricos: un lugar de la memoria”, en Boletín de la Institución Libre de Enseñanza, nºs 34-35. LÓPEZ-OCÓN, Leoncio y PUIG-SAMPER, Miguel Ángel (1988), “Los condicionantes políticos de la Comisión científica del Pacífico: Hispanoamericanismo y nacionalismo en la España bajoisabelina (1854- 1868)”, en Fermín del Pino, editor, Ciencia y contexto histórico nacional en las expediciones ilustradas a América, Madrid, pp. 309-324. MAINER, José Carlos (1977), “Un capítulo regeneracionista: el hispanoamericanismo (1898-1923)”, en AAVV., Ideología y sociedad en la España contemporánea. Por un análisis del franquismo, Madrid, pp. 149-203, reimpreso en La doma de la quimera, Barcelona, 1988. Niño, Antonio (1987), “L’expansion culturelle espagnole en Amérique hispanique (1898-1936), en Relations internationales (París), 50, pp. 197-213. ORTIZ, Eduardo L. (1988 a) “Las relaciones científicas entre Argentina y España en el primer tercio de este siglo” en J.M. Sánchez Ron, ed., Ochenta años de la Junta para Ampliación de Estudios, Madrid. (1988 b) La Institución Cultural Española, la Junta para Ampliación de Estudios y la política científica hispano-argentina a principios de este siglo, Londres. (1988 c) “Una alianza para la ciencia”, Llull, 11, pp. 263-277, Madrid. (s.a.) “El krausismo en el marco de la historia de las ideas y de la ciencia en Argentina”, en VV.AA. El krausismo y su influencia en América Latina, Madrid, s.a. pp. 99-135. (s.a.) “El krauso-positivismo, la Junta y la nueva ciencia en España”, en VV.AA., El krausismo y su influencia en América Latina, Madrid, s.a. pp.137-167. OSSENBACH, Gabriela (1992), “Pedro Alcántara García y las relaciones pedagógicas entre España e Hispanoamérica a finales del siglo XIX”, en Historia de la Educación (Salamanca), nº 11, pp. 125-142. PIKE, Fredrick B., (1971), Hispanismo, 1898-1936. Spanish conservatives and liberals and their relations with Spanish America, London ROIG, Arturo A. (1969), Los krausistas argentinos, Puebla. SÁNCHEZ RON, José Manuel, ed. (1988), 1907-1987. La Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas 80 años después, Madrid, 2 vols. VÉLEZ JIMÉNEZ, Palmira (1992), “El período de madurez del americanismo en España. Proyectos y realizaciones”, en Montserrat Huguet Santos, Antonio Niño, y Pedro Pérez Herrero, (coords.), La formación de la imagen de América latina en España, 1898-1989, Madrid, pp. 171-187. (1994) La historiografía americanista liberal en España, Zaragoza, (Tesis doctoral). VV.AA. (s.a.). El krausismo y su influencia en América Latina, Madrid. |
|
|
|
1 |
|
A |
|
B |
|
C |
|
E |
|
F |
|
M |
|
N |
|
P |
|
R |
|
T |
|
V |
|
X |
|
|
|