ASPECTOS DE LA EXPLORACI~NC IENT~FICA
DE LAS ISLAS CANARIAS EN EL PRIMER CUARTO
DEL SIGLO XIX
La expioración científica de ia naturaieza de las Canarias -ini-ciada
en el Siglo de las Luces- alcanzó un notable desarrollo en la
primera mitad del siglo XIX, hasta culminar con la gran Historia Na-tural
de Webb y Berthelot.
En el primer año de esta centuria, una histórica expedición marí-tima
de descubrimientos, enviada por Francia a reconocer las costas
de Australia, hizo escala en el puerto de Santa Cruz de Tenerife. Dos
de los componentes del equipo científico de la expedición -el joven
naturalista G. Bory de St.Vincent y el dibujante Jacques Milbert- se
ocuparon de la historia natural de estas islas.
De la descripción y de las aportaciones de Milbert al conocimiento
de la historia natural de Tenerife y de varios aspectos de la realidad
de la isla en aquel tiempo ya nos hemos ocupado en una ponencia
presentada en el Coloquio de Historia del Atlántico (Funchal, 1989),
publicada en las actas correspondientes. Por consiguiente, en lo que
respecta a este capítulo de los viajes de exploración al archipiélago
canario, restringimos aquí nuestra atención a la obra, más conocida,
2. m - ut: Dory.
BORY DE SAINT-VINCENT Y LA HISTORIA NATURAL DE LAS
ISLAS
En el año 1800 Francia envió a Australia una expedición descu-bridora
destinada a cumplir objetivos geográficos, científicos y polí-ticos.
Al respecto, hay que tener presente que doce años atrás los in-gleses
se habían establecido en Port-Jackson, origen de la actual ciudad
Aifredo Herrera Piqué
de Sidney, y que en ese comienzo del siglo XIX preparaban una expe-dición
encomendada al capitán Flinders. La expedición francesa
-que, por consiguiente, acariciaba horizontes de carácter territorial
para Australia, en competencia con Inglaterra- estaba integrada por
las corbetas «El Geógrafo» y «El Naturalista», acompañadas de una
nave de menor porte: «La Casuarina», comandadas por el capitán
Baudin. Para atender a los objetivos de exploración e investigación
se formó un grupo de naturalistas y dibujantes de historia natural,
encargados de desarrollar misiones científicas. Entre ellos figuraba J.
B. Bory de Saint-Vincent, que luego escribiría una singular obra so-bre
las islas Canarias, a raíz de la escala que las naves francesas rea-lizaron
en el puerto de Santa Cruz de Tenerife, en donde permane- ,, - cieron entre los días 2 y 13 de noviembre de dicho año. E
Cuando Bory entró a formar parte, en calidad de naturalista, de u
la expedición francesa a Australia, dirigida por el capitán Baudin,
n-= contaba apenas veinte años de edad. Jean Baptiste Georg Marie Bory m
O
E de Saint-Vincent había nacido en Agen en 1780. Desde su primera E
2 juventud mostró su interés por la ciencia, lo que se concretó en la E
remisión, siendo aún muy joven, de varios estudios a la Sociedad de =
uistct;iu Nat~ra! de Eur&==s. UfirGlarse !a exprdiciófi a AustIa!iu 3
significaba para él la oportunidad de adquirir amplios y variados co- - - 0
nocimientos y experiencias en contacto directo con la atractiva reali- m
E
dad de nuevas e inmensas tierras hasta entonces escasamente co- O
nocidas.
Sin embargo su sueño solo pudo materializarse parcialmente, ya n
E que a mitad del viaje, cuando se hallaban en la isla Mauricio, una -
a
parte de los oficiales y naturalistas que iban a bordo abandonaron la 2
n
expedición entre ellos el propio Bory, que alegó motivos de salud. Con n
0
esta decisión se libró de las tremendas penalidades que sufrieron pos- =
teriormente los restantes expedicionarios en uno de los periplos más O
trágicos de aquella época de grandes navegaciones, de descubrimien-tos,
estudio y afanes de dominación y conquista por los mares del Sur.
En Mauricio consiguió ser empleado en la administración france-sa
de la ínsula, que entonces llevaba el nombre de la Ilede-France.
Allí aprovechó para visitar las islas más próximas, especialmente la
de Reunión, de la que elaboró un magnífico mapa. Más tarde, en su
viaje de regreso a Francia hizo escala en la irla de Santa He!ena, de
la que trazó, igualmente, un excelente mapa. Desde esta isla llevó a
París una mariposa de gran tamaño y vivos colores, hasta entonces
desconocida por los naturalistas, sobre la que veinte años después hizo
una descripción entomológica, en los «AnnaEes genérales des Sciences
Aspectos de la exploración cient$ca de las islas Canarias ... 757
physiques». Se dice que cuando Napoleón estuvo desterrado en la isla
dio el nombre de Prometeo a esta bella especie.
Tras su regreso a Francia publicó sus»Ensayos sobre las islas Afor-tunadas
y la antigua Atlántida» (1803) y «Viaje a las Islas de
Africa» (1804). Después, la guerra interrumpió su actividad científi-ca.
Fue nombrado capitán de estado mayor y, más tarde, estuvo en
España como agregado al estado mayor del mariscal Ney. A partir
de 1815, el período de paz que siguió al final de las guerras napo-leónicas
les permitió recuperar su vocación por el estudio y
las ciencias. Acuciado por problemas derivados de su anterior
situación militar, abandonó Francia en los años de la posguerra, re-corriendo
diversas ciudades europeas -Berlin, Maastricht, Aquis- ,o, grán- hasta que, después de reintegrarse definitivamente a su país, E
fue nombrado director del archivo militar. Redactó por esos años es- o
critns p!tticns y mvmxius de hisbriu nuturu!. Fx, usimisme, e! di- - --
rector y principal redactor del «Dictionaire classique d'Histoire a
E Naturelle» y publicó un «Tratado del hombre» una «Historia de los E d animales microscópicos» y un «Ensayo sobre la materia», así como E
dos obras sobre España: «Guía del viajero» y «Resumen de la geo-
-
grafía física, histórica Y Política de Ea Península», publicada esta i
.u<1i*r:- iiiia- eii h i i s en 1838. -- n
Su libro «Ensayos sobre las islas Afortunadas y la antigua Atlán- m
E
tidad o compendio de la historia general del archipiélago canario» o
fue la primera monografía publicada por este autor, fruto.de su breve
estancia en Santa Cruz de Tenerife durante la escala que hicieron en -
-E
a
>
este puerto las naves francesas.
ESCALAE N EL PUERTOD E SANTA
Los barcos mandados por Baudin permanecieron durante doce días
en la rada de Santa Cruz, después de catorce días de navegación des-de
su partida de El Havre. Bory, que viajaba a bordo de «El Natura-lista
» bajó a tierra hacia la una de la tarde de su primer día de estan-cia.
Junto con el naturalista Peron y el astrónomo Bernier fue «a tomar
posesión de la primera planta exótica que se nos presentara»,
recorriendo los alrededores de la ciudad. Después de ver algunas
plantas regresaron vara comer, lo que hicieron en una posada que te-nía
por enseña el Aguila Imperial, cuyo dueño era «un grueso italia-no
de Milán» que «se había establecido en Tenerife al volver de un
viaje a la China». Durante ese primer día visitó la ciudad, percibien-
758 Alfredo Herrera Piqué
do las singularidades de las costumbres y formas de vivir y de la
arquitectura.
Bory aprovechó solamente cuatro de los días que pasó en Tenerife
para tomar contacto y conocimiento de la isla. Tras las impresiones
del primer día, en la mañana del segundo hicieron una exploración
botánica de las laderas de la península de Anaga próximas a la villa,
en donde encontraron plantas como la cerraja y el balo, además de
los cardones y tabaibas característicos de la zona. «El tercer o cuarto
valle situado al nordeste de la ciudad era bastante rico en botánica y
mucho menos horrible que los otros, porque vivificaba su fondo un
hilo de agua corriente; dos o tres casitas blancas que cubrían algunos
naranjeros, pitas floridas y bananeros llamaban la atención, formando
un agradable contraste con la monótona esterilidad de las rocas que
habíamos recorrido».
Al día siguiente, tras ordenar las colecciones y plantas recolecta-das,
recibieron en el barco la visita de ios jóvenes Coiogan y ivíurpiiy,
pertenecientes a acaudaladas familias de comerciantes del Puerto de
la Cruz y de Santa Cruz, respectivamente. Ellos le acompañaron a
visitar a Augusto Broussonet, naturalista francés que ya había adqui-rido
cierto prestigio por entonces y que allí desempeñaba la función
de cónsul de Francia. El cuarto día, tras visitar los aparatos de obser-vación
astronómica que había instalado Bernier en el mirador de la
casa de Carta (en la plaza de la Candelaria), desde el que en aquella
época se dominaba la ciudad, acudió a visitar el gabinete de historia
natural que poseía Broussonet, en el cual figuraban estimables colec-ciones
entomológicas y botánicas, así como un álbum de láminas de
la flora de Canarias. «M. Broussonet considera la isla como muy rica
y cree que posee muchas plantas que le son particulares». Entre las
láminas que llamaron la atención de Bory había dibujos de la retama
del Teide y de varias especies de euforbias. En vista de todo ello
decidieron dedicar el día siguiente a herborizar en la comarca de La
Laguna.
Alboreaba cuando se pusieron en camino y en hora y media arri-baron
a La Laguna. Apenas tuvo tiempo de visitar la ciudad.
Acudieron a la casa de Nava Grimón, marqués de Villanueva del
Prado, para encontrar a Le Gros, otro francés que residía en la isla
desde el último paso del capitán Baudin, de cuya expedición al Cari-be
formaba parte. Le Gros se quedó a vivir en La. Laguna, en donde
estableció una academia de dibujo. También visitaron las residencias
de los hermanos Saviñón, uno de los cuales era médico y aficionado
a la historia natural. Allí había dormido la noche anterior el zóologo
Aspectos de la exploración cientljPica de las islas Canarias ... 759
Levilain. En unión de éste, Broussonet, Le Gros, el botánico Delisses,
y Michaux, viajero y naturalista, que formaba parte también la expe-dición,
acudieron a visitar las forestas próximas a La Laguna y el
monte de las Mercedes: «...la impresión que me causaron las produc-ciones
y la sombra de aquel bosque no puede describirse ... Aquéllos
árboles están entrelazados de vegetales olorosos, cuyo adorno respeta
el invierno: dan sombra a un suelo cubierto de verdosos musgos y de
elegantes helechos que el sol abrasador no puede secar; las flores
nuevas, en toda su lozanía a fines de octubre, la paz y el silencio de
aquel delicioso lugar, turbados únicamente por el canto de los cana-rios
y el arrullo de los tórtolos campestres, me llenaron de admira-ción;
veía por primera vez abandonadas a sí mismas esas plantas de
los países cálidos que crecen difícilmente en nuestras estufas con ayu-da
de una íernperaiura ficticia...». Guiado por Bi~ussolici, ei griipo de
naturalistas franceses pudo admirar en toda su belleza y su esplendor
el bosque de laurel canario y las masas de fayal-brezal.
Durante el resto de los días, el joven J. B. Bory hubo de estar
pendiente de la inmediata partida de las naves: «No pude hacer ex-cursiones
en el país, ni alejarme mucho del litoral, continuamente se
nos hablaba de partir...»; así, se lamenta el no haber podido hacer la
excursión al Teide: «Un viajero, cuando ha permanecido once días en
Tenerife, debe temblar al confesar que no ha visitado lo más notable
que hay en la isla».
No obstante, en esos días pudo clasificar las piezas recolectadas,
así como copiar un mapa de Tenerife que le habían proporcionado los
Murphy, carta que después publicana en sus ensayos. Igualmente, pudo
recibir de Bernardo Cólogan una orientación sobre los libros de his-toria
canaria: «Este último tuvo la complacencia de venir a leer con
nosotros todas las obras que nos habíamos procurado tocante a Cana-rias,
a fin de fijarnos acerca del crédito que debe concederse a cada
una de ellas». La puesta a la veia de ias naves sóio se había retrasa-do
«para esperar víveres frescos y animales vivos que llegaron de
Canaria la mañana misma» de la partida.
«ENSAYOSSO BRE LAS ISLAS AFORTUNADAS»
La obra de J. B. Bory de Saint-Vincent sobre las Canarias es una
compilación que se ocupa de la descripción geográfica del archipié-lago,
de la prehistoria, de la historia de la conquista de estas islas,
de la historia natural y de diversos datos sobre las Canarias tal como
760 Aifredo Herrera Piqué
se encontraban en la época de su breve visita. Además, dedica un
amplio pasaje de su libro a las hipotéticas relaciones de las islas Ca-narias
con la imaginada Atlántida y a la presunción que pretendía ver
en las Afortunadas y el resto de los archipiélagos atlánticos como los
vestigios de un continente desaparecido.
Al comienzo de su estudio, Bory nos plantea los propósitos de su
libro con estas palabras: «Entre las colonias europeas más antiguas y
con las que nuestro continente tiene mayor relación, a causa de las
escalas que ofrece a los navegantes que se preparan para viajes más
largos, las islas Canarias, aún casi desconocidas, llaman la atención
de los observadores. Aunque se haya escrito mucho sobre ellas y se
les hayan hecho numerosas descripciones, sabemos muy poco acerca
de estas islas y estamos muy lejos de tener, a su respecto, nociones
justas y completas». «Elegido por el gobierno -añade- para cubrir
una de las plazas más lisonjeras en la expedición de descubrimien-tos,
que todavía continúa sus investigaciones, he creído que debía de
dar pruebas de reconocimiento a los que me consideraron capacitado,
mostrándoles que, si mi inteligencia era inferior a las funciones que
desempeñaba, mi interés no me hacía indigno de ellas. He procurado
&mest.zr este iEt&s &E& e! resu!tu& m& inoestiguci~npsv tru-bajos
sobre el primer lugar que visitamos y cuya historia, ajena a
nuestro viaje, no hubiese sido incluida en la relación». El joven natu-ralista
reconocía sus limitaciones para emprender una obra de este
género: estoy muy lejos de tener los conocimientos que se derivan de
una gran erudición», siendo consciente de su inexperiencia y del es-caso
tiempo pasado en Canarias y que su trabajo se hizo posible por
la colaboración de varias personalidades locales que le ayudaron en
la orientación y la recopilación de datos. Entre ellos menciona a Ber-nardo
Cologan, a los hermanos Murphy -comerciantes de Santa
Cruz- y al naturalista francés Broussonet, que entonces desempeña-ba
funciones de comisario de relaciones comerciales de Francia en la
isla.
Aunque ya entonces Bory demostraba tener un buen conocimien-to
de la bibliografía y noticias existentes sobre las Canarias, de he-cho
minusvaloraba en esta introducción la , en términos relativos,
notable contribución escrita hasta entonces sobre estas islas. No olvi-demos:
por ejemplo, que poco tiempo antes Humboldt y Bonpland
habían permanecido en Tenerife, en el periplo de su viaje a América,
si bien su contribución científica sobre Canarias vio la luz muchos
años después, en 1814, cuando comienza a publicarse «Viaje a las
regiones equinocciales del Nuevo Continente».
Aspectos de la exploración cient$ca de las islas Canari as... 761
Sorprende, no obstante, la rapidez en la publicación de la obra,
editada en París en abril de 1803, diez meses después del regreso de
su autor. Por consiguiente debió de trabajar intensamente en acome-ter
un trabajo para el que hubo de acopiar la información recibida de
diversas fuentes, ordenar la bibliografía consultada y ordenar las no-tas
de sus observaciones directas, aún contando con el hecho de que
su principal fuente de inspiración fue la Historia de Viera y Clavijo.
Hay que pensar que parte de su trabajo pudo hacerlo durante sus lar-gas
navegaciones y de hecho las láminas que acompañan a esta edi-ción
recogen la indicación de haber sido dibujadas en alta mar.
Bien a través de las citas contenidas en la obra de Viera y Clavijo,
bien a través de su propia búsqueda, el joven Bory había adquirido
un poco usual conocimiento sobre bibliografía específica del archipié-iago
canario: ias crónicas de ios capeiianes cie Jean de Betnencoun,
el relato viajero de Cadamosto, las historias de Abreu y Galindo y de
Alonso de Espinosa, el poema de Viana, el libro de Núnez de la Peña,
la obra de Cairasco, el libro de Núñez de la Peña y, sobre todo, la
Historia General de las islas Canarias, de Viera y Clavijo. Es evi-dente
que Bory utilizó con carácter general esta última obra, la más
completa y la más novedosa por entonces de las existentes sobre el
archipiélago, libro del que el joven francés se sirvió tanto con res-pecto
a la prehistoria y a la conquista de Canarias como al resto de
su trabajo.
Asimismo, se hizo eco de las referencias que sobre las islas Ca-narias
recogieron las relaciones de los grandes navegantes del último
tercio del siglo xvm, demostrando con ello el mérito de haberse puesto
al día en las noticias escritas sobre este archipiélago y, además, alu-dió
a descripciones de Nichols (siglo XVI), Scory y Sprat (siglo XVII)
y al libro de George Glas (siglo XVIII).
Bory inicia su descripción. del archipiélago ofreciendo una reco-pilación
de datos sobre la geografía insular, acompañados de referen-cias
sobre la cartografía que se había venido elaborando en la segun-da
mitad de aquel siglo, a partir de los estudios y mapas de Bellin
(1753), Claret de Fleurieu (1769), Borda (1771 y 1776) y de López
(1780). Se ocupa, también, del clima, de los suelos y del paisaje y
.a."cyn""e'"r t n A""P ~""c t at i ~ n - 2
Un buen número de páginas está dedicado a relatar las costum-bres
de los antiguos habitantes de Canarias, sobre los que dice: «...de
la historia de los guanches sólo queda lo necesario para hacer que
lamentemos lo que se ha perdido. Y quizás no tendríamos conocimien-to
de los vencidos si las islas hubiesen sido conquistadas a la vez, si
762 Alfredo Herrera Piqué
hubiesen estado más alejadas de nuestro continente y si los guanches
no hubiesen dejado tras si testimonios irrefutables de su existencia.
Estos testimonios son los restos embalsamados y las momias de sus
antepasados, que vivieron felices y desconocidos por el resto del
mundo». Como otros viajeros e historiadores, Bory muestra especial
interés por esta costumbre ancestral de los antiguos canarios, ocupán-dose
de los procedimientos de momificación y de las relaciones de
esta práctica con las del antiguo Egipto. «Las momias -escribe- son
de un color bronceado y tienen un olor generalmente agradables.
«Estas momias, tal y como se encuentran hoy en día, son ligeras, se-cas;
varias están perfectamente conservadas y tienen el cabello y la
barba...». Los cuerpos momificados eran curiosidades apreciadas por
entonces en los gabinetes europeos y Bory recoge la información de
que iiis momias enviadas ai jarúin des Pianres -después ivíuseo de
Historia Natural-, de París, en 1776, procedían de la cueva funera-ria
encontrada en el barranco de los Herques, en la vertiente sur de
Tenerife. Asimismo, alude a los enterramientos característicos de Gran
Canaria, con monumentos funerarios y túmulos de piedra, que recor-darían
a los egipcios.
Por lo demás, el libro ofrece una lista de vocablos del lenguaje
aborigen de las diferentes islas. Aunque Bory afirma que fue «toma-da
de diversos autores y de notas que han tenido a bien facilitarme»,
en la realidad reproduce casi enteramente, con algunas alteraciones,
el vocabulario que Viera y Clavijo recogió en su Historia, añadiendo
algunas palabras que suscitan duda y que han sido estudiadas por
Alvarez Delgado.
SITUACID~ENL ARCHIPIÉLAGO EN LOS COMIENZOS DEL SIGLO XM
El joven naturalista francés se preocupó de incluir una descripción
del archipiélago y de su situación económica y social, referida al tiem-po
en que hizo su breve visita. Realmente, tal descripción sólo ofre-ce
interés para Tenerife, ya que fue allí donde pudo ejercer una
observación directa sobre algunos aspectos de la vida en la isla, es-pecialmente
en la villa de Santa Cruz.
«Situadas -leemos- bajo el cielo más afortunado, que ve ma-durar
los frutos del antiguo y nuevo mundo, y a una corta distancia
de las costas europeas, Canarias habría podido ser la colonia más flo-reciente
del mundo si le hubiesen dado el régimen que le convenía,
si no le hubiesen puesto obstáculos a su comercio y si hubieran fo-
Aspectos de la exploración cient$ca de las islas Canarias ... 763
mentado su agricultura. Así comenzaba Bory este capítulo de su obra
en el que pone de relieve lo importante que sería para una potencia
europea la posesión de los archipiélagos atlánticos: «La nación euro-pea
que lograra reunir las islas Azores, Madeira, Canarias e incluso
las de Cabo Verde, y que no descuidara en nada su cultivo y mejora-miento,
encontraría en estos archipiélagos una fuente inagotable de
riquezas que no tendrían el inconveniente, como las que obtenemos
de nuestras colonias lejanas, de tener que pasar un tiempo considera-ble
para que nos llegaran. Veinte días bastan para ir desde nuestros
puertos a las islas atlánticas más alejadas, y a las más próximas se
puede llegar en ocho». Recordemos, desde este pensamiento el con-texto
europeo de la época, cuando los nuevos aires de libertad
contrastaban con una tremenda convulsión bélica, de la que había sido
muestra el reciente ataque de Nelson a el puerto de Santa Cruz.
Eory subrayó, además, ia cercanía de Canarias a ia costa de Afri-ca,
en donde «sería fácil ir a buscar mano de obra para el cultivo,
sin que una larga travesía cause enfermedades y pérdidas entre los
negros». El joven francés, nacido en el espíritu de la Revolución y
de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, aún
permanecía anclado, como parte de la sociedad de la época, en la
mentalidad de la explotación esclavista, si bien trata ya de matizarla
afirmando: «He dicho que sea cual sea el sistema colonial que se
adopte, pues no dudo que el que un día eligirán los Estados de Euro-pa,
basado en los principios invariables de los derechos del hombre
-que no pueden reconocer la esclavitud de toda una raza porque su
color sea diferente-, será el de utilizar en el cultivo de las colonias
a los que el cielo forma para fertilizar las regiones cálidas, ya que
este trabajo no lo pueden realizar hombres nacidos en climas más
suaves». Este párrafo es seguido de una larga disgresión en la que
concluye, igualmente, justificando la utilización de la mano de obra
africana. Hay que tener presente que en aquel tiempo, a pesar del
progreso en las ideas y en el desarrollo político. la corriente
antiesclavista sólo comenzaba a manifestarse con solidez en Inglate-rra.
Aún transcurrirían varios decenios antes de alcanzarse la prohibi-ción
de la trata de africanos y la abolición de la esclavitud.
Ciñéndonos a la isla que visitó, Bory la destaca como el centro
comercial del archipiélago, como así era entonces, tanto por la tradi-
~ i b f pi g !a ~--xrn -n-r- t-n-r-i-h-n-& vine$ ~ e m gp ~ 12r p xirtpficiz & m~p!!p
en Santa Cruz -el único de Canarias, construido a mitad del
siglo XVIII-, único puerto, también, autorizado por la Corona para el
comercio con América. «Como Tenerife es el centro de todo el co-
764 Alfredo Herrera Piqué
mercio de Canarias, los vinos, el aguardiente y los productos que se
van a buscar allí no provienen solamente de su propia tierra. Todas
las islas transportan allí, por su cuenta, el excedente de su produc-ción.
Sin embargo, a veces lo expiden directamente al extranjero».
Como otros viajeros y navegantes, Bory de St. Vincent se detiene
en ciertos aspectos de la población de la ciudad, particularmente la
mendicidad y la prostitución, temas habitualmente mencionados en las
relaciones viajeras de la época. «En las calles y plazas de Santa Cruz
se ven muchos curas y monjes con sus trajes. Fue un espectáculo
completamente nuevo para mi. Una infinidad de pobres, desnudos o
harapientos y de una suciedad repugnante, inoportunan a cada paso
para conseguir una peseta; quienes mendigan son especialmente las ,, -
mujeres, que dicen en español toda clase de injurias dirigidas a quie- E
nes su miseria y suciedad no logran conmover*. «En este país de O
devoción -escribe más adelante-, las calles, las plazas, el muelle n-=
se cubren todas las tardes de mujeres públicas que, envueltas en des- m
O
E agradables mantos, van a provocar a los transeúntes*. E
2
Por otra parte, el joven viajero observó la vestimenta femenina, E
manifestando la opinión de que «las mujeres de Canarias se visten de =
una manera !amentah!e P incSmdl». &-si tndzis !!emn, i d e m k 3
de muchas faldas, una especie de manteleta de lana ... Se le llama man- - - 0
to. Las mujeres de pueblo llevan un manto de una lana muy vasta, m
E
blancuzco y sucio, con un gran sombrero redondo encima. He visto O
algunas campesinas, con un aspecto más agradable, que los llevan de
un tono crema, con un ribete negro de unos dos dedos, y que los de- n
-E jan abiertos, lo que es menos feo y mucho menos incómodo». «Las a
mujeres ricas, y las devotas de clase alta, visten habitualmente de 2
n
negro; su manto es de un velo muy fino y nunca llevan sombrero. o
Se las encuentra en la calle, yendo a las iglesias, solas o en grupos 3
de dos o tres, sin acompañamiento de hombres, andando serias y en O
silencio, sin volver nunca la mirada, aunque se les diga, a media voz,
alguna lisonja. Incluso algunas cierran su manto y sólo dejan el hue-co
suficiente para poder ver el camino, pero sin que se las pueda
observar».
Asimismo, nos dejó unas impresiones sobre Tenerife: «En el ex-tremo
avanzado y septentrional de la isla, que junto con la costa orien-tal.
es la parte más árida, hay muy poca agua». Bory resalta la se-quedad
de esta comarca de la isla, en contraste con los llanos de La
Laguna: «Pero si se deja Santa Cruz, si se visita la parte occidental
de la isla, en La Laguna el país ya cambia ... La Laguna es una ciu-dad
antigua, llena de conventos. Es mayor que Santa Cruz, triste y
Aspectos de la exploración cientrjCica de las islas Canarias ... 765
poco populosa ... La situación de la ciudad es muy agradable; a su
alrededor se ven casas de campo y huertos. Pero lo que la hace nota-ble
es su llano o valle, rodeado por los montes más altos de la parte
alargada y estrecha de la isla ... Los montes del sur del llano son
mucho más elevados y están dominados por el Teide, que se dibuja
majestuosamente en la lejanía, por encima de todas las cumbres. Por
el poniente, los montes que lo rodean van decreciendo hasta la costa
norte de la isla; desde allí se distingue el otro lado de Tenerife y el
valle de Tacoronte, que me pareció un lugar encantador. Al norte se
encuentra ese bosque oscuro e inmenso que se distingue desde la
rada...)).
Un dato de interés recogido durante su visita a La Laguna fue el
de las inquietudes de la minoría ilustrada de la ciudad frente a la pro-hibición
de libros por las autoridades de la iglesia católica. Relata al
respecto que en la puerta de la iglesia principal de la ciudad estaba
una «lista con los títulos de los libros que prohibe anualmente la in-quisición
». «En especial, hay una infinidad de libros franceses, cuya
mayor parte, o son escandalosos e impropios de figurar en una igle-sia
o son obras de filosofía y de nuestra revolución. Estos libros no
hubiesen obtenido tanto éxito aquí si no hubieran sido prohibidos por
la Inquisición. Desde Justine, Los tres impostores, y nuestros perió-dicos,
hasta Montesquieu, Helvetiuc, Rousseau, Voltaire, etc. -pros-critos
al principio de la lista como esta extraña fórmula: In odium
autoris-, son devorados, más que leídos por los habitantes de Cana-rias,
que no obstante prefieren las buenas obras y que tienen una sen-satez,
un patriotismo y sienten una admiración hacia nosotros de la
que es difícil hacerse idean. Bory se hacia eco de una realidad inqui-sitorial
y represora que ha pervivido en España durante mucho tiem-po
y que tuvo uno de sus momentos históricos más significativos si-glo
y medio después, en los casi cuarenta años de la dictadura; sin
embargo, exageraba, comprensiblemente, sobre la capacidad de lectu-ra
de los isleños de Ja epoca, sobre todo si tenemos presente que,
lógicamente para ese tiempo, la población alfabetizada no llegaba al
cinco por ciento. El visitante, en realidad, al grupo de la tertulia de
La Laguna -que fue uno de los focos de la Ilustración en Canarias-y
su pequeña área de influencia cultural, así como a las personalida-des
con las que se relacionó durante su estancia, seguidores de
las ediciones francesas e inglesas de la época y ávidos de superar las
barreras que les impedían conocer el nuevo pensamiento que se ha-bía
desarrollado en la Europa de su tiempo. El resto de la población
carecía de posibilidades de participar en estas inquietudes.
766 Ayredo Herrera Piqué
La parte de su obra que Bory dedicó a la historia natural de las
islas Canarias destaca por dos contenidos singulares: la documenta-ción
sobre la erupción del volcán de Chahorra, que se había produci-do
dos años y medio antes, y, por otro lado, un amplio catálogo de
especies vegetales en el que figuran endemismos canarios.
La primera es un documento de especial interés, ya que transcribe
parcialmente el relato que había escrito en los días en los que había
tenido lugar aquel fenómeno volcánico el comerciante del Puerto de
la Cruz don Bernardo Cologan, quien se trasladó a los alrededores
de la montaña de Chahorra (o Pico Viejo) pasada una semana del co-mienzo
de la erupción, iniciada en la madrugada del 8 al 9 de junio
de 1798.
Cologan permitió a Bory la consulta de su escrito y éste reprodu-jo
literalmente una parte, según manifiesta en su libro. Es interesante
recoger aquí varios párrafos que reflejan este fenómeno volcánico:
«El señor Cologan se trasladó a Chahorra el 18 de junio, es de-cir,
nueve días después del comienzo de la erupción y durante el
período en que su grado de violencia parecía mayor. Entonces existía
una depresión, un poco más baja que la cima de la montaña, en la
que se encontraba la boca mayor y de la que salía humo negro y es-peso,
llamas, piedras y otras sustancias enrojecidas. Una segunda aber-tura,
que estaba más abajo, lanzaba las mismas materias; una tercera,
más alejada, correspondía a la base de la montaña del otro lado y tenía
la apariencia de una fragua. A cierta distancia, y a través de una hu-mareda
continua, se distinguía un río de materias fundidas dividido
en tres brazos, que más adelante se reunían en uno solo, serpentean-do
la zona en un tramo de una legua. Había también una cuarta grie-ta,
la cual apenas desprendía llamas, aunque a intervalos humeaba
mucho; como ia tercera, primeramente ianzo materiaies funciidos, pero
no se la distinguía desde lejos.
Al principio la erupción estuvo acompañada de un estrépito terri-ble,
que hizo temblar montes y peñas vecinos. Más tarde, el ruido ya
no fue tan fuerte; sin embargo, desde la una hasta las tres de la ma-ñana
ese ruido fue tan terrible que, repetido y ampliado por los ecos
y desfiladeros de esa morada de desolación, se diría que anunciaba .
que el volcán se iba a abrir.
Parece que hubo tres períodos en el ruido de esta erupción. El
primero, sordo y amortiguado, semejaba el estruendo de un trueno
Aspectos de la exploración cient$ica de las islas Canarias ... 767
lejano. El segundo, más fuerte, tenía cierto parecido con el de una
materia en ebullición. El último imitaba una descarga de artillería. Este
ruido, más intenso, precedió a las llamas, que fueron seguidas por la
emisión de materias fundidas, como si después de la explosión tuvie-se
que pasar cierto tiempo para que la lava se elevase desde las pro-fundidades
del volcán a sus bocas ardientes.
El cráter superior no arrojaba lava; sólo lanzó una gran cantidad
de rocas enrojecidas a una altura enorme y en dirección aproximada-mente
perpendicular al plano del horizonte».
Por lo demás, Bory se ocupó con amplitud del Teide, mostrando
estar al día de los cálculos que sobre su altitud se habían realizado a
lo largo del siglo XVIII, así como de las noticias y comentarios que
sobre el majestuoso volcán habían publicado los científicos de la épo-ca.
Atribuyó al Pico una altura de 3.710 metros sobre el nivel del mar,
cifra casi exacta que se había conocido a partir de las mediciones de
Borda y de Lamanon.
Cuando la expedición francesa hizo escala en Santa Cruz de
Tenerife residía en esta ciudad, como antes indicamos, Augusto
Broussonet, quien además de ostentar la representación comercial fran-cesa
era ya un botánico experimentado y conocedor de la flora de la
isla. Bory tuvo acceso al herbario que había reunido Broussonet y
contó con la guía de éste en las excursiones y trabajos de herboriza-ción
que pudo hacer durante su corta estancia. Es de suponer que tam-bién
recibió de él una información general y datos concretos sobre la
flora insular. Por otra parte, el comandante de la expedición, el capi-tán
Baudin, ya había gozado de una estancia de varios meses en
Tenerife cuatro años antes, al tener que reparar su nave dañada por
una tormenta cuando se dirigía al Caribe. Por consiguiente, ya poseía
un conocimiento de la isla y es presumible que previamente traslada-ra
a los naturalistas que ahora le acompañaban información sobre las
características del paisaje y de la naturaleza de la isla.
Como resultado de los conocimientos adquiridos durante su visita
y de lo<; que luego pudo inveqtigar deyué<; de regresar a Francia. Bory
insertó en su libro un listado de 467 especies vegetales existentes en
Canarias, de las cuales unas 280 eran plantas clasificadas por Linneo.
No es un catálogo de plantas endémicas de Canarias, aunque, como
hemos dicho, incluye un buen número de endemismos insulares. Este
768 Alfredo Herrera Piqué
listado no encierra un valor científico, pero, en cambio, posee un in-terés
histórico tocante a la percepción de las particularidades de la
vegetación de las islas por parte de los naturalistas que recalaron por
el archipiélago en tiempos todavía tempranos. Broussonet tuvo el pro-pósito
de hacer un catálogo de la flora canaria que nunca llegó a
materializar, ya que sólo permaneció en Tenerife hasta 1803 y des-pués
resultó aquejado de una prematura enfermedad que le impidió
dar continuidad a sus trabajos científicos. Con posterioridad, las
exploraciones y estudios primero de Smith y posteriormente de Webb
contribuyeron de forma importante a la clasificación botánica de
los endemismos de las islas Canarias. El propio Bory había escrito:
«...no se tiene idea de la cantidad de plantas nuevas que contiene esta
tierra)).
El autor reconoce que su catálogo «es una noticia botánica muy
imperfecta)). Evidentemente se trata de un listado muy desigual. Su
nomenclatura carece de entidad botánica. Evidencia, además, la esca-sa
información que pudo adquirir durante una estancia tan breve, vi-sitando
solamente La Laguna y Santa Cruz, donde sólo la ayuda de
Broussonet le permitió un primer y único contacto con plantas de la
flora isleña. La extensión que. pretendib dar a su cat5lq.y sólo pede
entenderse por el afán de un joven inexperto que, en esta parte de su
obra, intentó dar justificación a su viaje científico con un artificioso
compendio, inoportunamente prolongado, que tratara de acreditar unos
conocimientos botánicos de los que carecía.
Mucho más adecuado habría sido el limitarse a ofrecer referen-cias
exactas sobre las especies endémicas de Canarias que recoge en
su profuso y confuso catálogo.
En efecto, Bory cita y ofrece comentarios descriptivos sobre una
treintena de especies vegetales endémicas de las islas. En ocasiones,
la nomenclatura que utiliza es la que ha llegado hasta nosotros. Tal
es el caso de su mención de plantas como Visnea mocanera, Prunus
lusitanica, Myrica faya, Hypericum canariense, Echium giganteum,
Phalaris canariensis, Convolvulus canariensis, Convolvulus floridus,
Euphorbia canariensis, Olea europaea, Lavandula pinnata, Sideritis
canariensis, Erica arborea o Dracena draco. Por supuesto, todas ellas
habían sido descritas y clasificadas con anterioridad por botánicos
como Linneo, Linneo filius y Aiton.
Acerca del bosque de laurel afirma acertadamente: «Los montes
de Canarias contienen cuatro o cinco especies diferentes de laurel, de
gran belleza, que quizás sean nuevas». Entre ellas, menciona el
viñátigo, además del laurel. Por otro lado, menciona el acebino, se-
Aspectos de la exploración cientgca de las islas Canarias ... 769
ñalando que «esta especie es una de las más hermosas de su género
y uno de los árboles más altos del monte de La Laguna», apreciación
esta última que acaso corresponda al otro árbol de la familia del ace-bo,
al naranjero salvaje, que alcanza una mayor altura. Igualmente,
recoge en su catálogo, como antes aparece indicado, a la faya y el
brezo. Otro de los árboles que destaca es el madroño canario: «Des-pués
de las fatigas de un largo día de herborización, M. Broussonnet
tuvo la gentileza de conducirme por caminos muy agrestes al lugar
donde crece este árbol. Nunca podré testimoniarle lo suficiente mi
gratitud por haberme dado a conocer este madroño de monte alto...».
Una de las varias láminas que Bory insertó en la edición original
es un excelente dibujo de una rama de mocán, realizado por el pro-pio
autor. «El mocán es un arbusto propio de Canarias. Hasta ahora
nunca había sido representado. He creído, por lo tanto, que debía gra-barlo,
a pesar de que no lo haya encontrado en flor». Respecto a este
árbol, del que hace una precisa descripción, recoge de Viera y Clavijo
las referencias sobre su aprovechamiento por los antiguos habitantes
de las islas: «Se dice que recogían sus frutos y que, después de
haberlos expuesto al sol durante dos o tres días, los hervían en agua
hasta hacer una especie de jarabe o miel. que llamaban chacerquén.
Este chacerquén, que les gustaba mucho, lo mezclaban con el gofio
y también lo empleaban como medicamento».
Otros árboles y arbustos incluidos son el acebuche, la hija, el
granadillo, el tarajal y la retama del Teide. Asimismo, otras plantas
endémicas como la salvia, el mato risco, la cerraja y dos especies de
violeta, una de ellas denominada con el nombre de Viola tricolor, que
Linneo había dado a la violeta del Teide; ambas se corresponderían,
respectivamente, con la Viola cheirantijolia y la Viola anaqae. Bory
no podía saber que la primera sería bautizada definitivamente para la
botánica con tal denominación por Humboldt y Bonpland, que un año
antes habían ascendido hasta las alturas del volcán.
No falta, naturalmente, la cita del drago, el primero de los árbo-les
de Canarias conocido en Europa -a cuya sangre Bory atribuye,
al igual que cronistas y viajeros anteriores a él, las cualidades que
tradicionalmente se le adjudicaron-, así como de los tajinastes (en-tre
los que incluye una especie propia de Tenerife, el E. giganteum)
y las euforbias: las tabaibas y el cardón. Al comentar la existencia
de diferentes variedades de aquellas, escribe: «M. Broussonet nos ha
dicho que existen otras especies, en especial en el sur de la isla, donde
hay varias nuevas, muy bonitas, y de las que algunas son casi árbo-les
». Refiriéndose al cardón, dice: «La euforbia de Canarias decora
770 Alfredo Herrera Piqué
las rocas de todo el archipiélago; en el mar se las distingue desde
bastante lejos, a causa del color verdoso de sus matas)).
Además del mencionado grabado del mocán, «Ensayos sobre las
islas Canarias y la antigua Atlántida~ fue ilustrado por su autor con '
otros dibujos de plantas y con una estampa se describe la erupción
de Chahorra. Asimismo, figuran un buen mapa físico de Tenerife y
un mapa hipotético de la Atlántida. Y una curiosidad para la historia
de los estudios sobre Canarias: la primera lámina de la bibliografía
europea sobre las islas en la que se representan objetos de la cultura
material de los guanches: un hacha de piedra, un collar de cuentas de
barro (Bory era de la opinión de que se utilizaban para cálculos nu-méricos),
un punzón de hueso y un anzuelo también de hueso. ,,
Las naves francesas se hicieron a la mar el 13 de noviembre de D
1800 para cubrir un largo periplo de años, el cual constituyó uno de E
ios viajes más penosos de ia época, en ei que pereció mas de ia mi- "
n - tad de la tripulación. O=m
E
E
2
EXCURSIÓN DE L. CORDIER AL TEIDE Y MEDICIÓN DE LA E
=
ALTITUD DEL PICO 3
-
Después del paso de Bory y Milbert, en la primavera de 1803 -
0m
anotamos la presencia de L. Cordier, ingeniero de minas, quien llevó E
a cabo una subida a la cima del Teide el día 17 de abril. Cordier venia O
de llevar a cabo una serie de observaciones geológicas en Francia y n
España. Llegó a Tenerife desde Cádiz, en donde había embarcado el a-E
día 4 de aquel mes. l
Desde el Puerto de la Cruz inició el día 16 la subida al Teide, n
0
siguiendo la ruta tradicional. Le acompañaban un guía y un paisano, ' L"
cuya mula portaba el agua y las provisiones. «La jornada fue empleada 3
O
en ascender hasta el mismo pie de este mamelón colosal», escribió
ei "isiiaiite fianc& eii poco tienipo &spués
Journal de Physique, de Chimie et dlHistoire Naturelle.
«Estuvimos largo tiempo en medio de un inmenso bosque de lau-reles
y de una especie grande de brezos, cuyas elegantes ramas esta-ban
blanqueadas de flores. Los pinos nos anunciaron enseguida un
suelo más ingrato. Las lavas de las corrientes, hasta entonces ocultas
por la vegetación, comenzaron a aparecer en toda su aridez y su des-orden.
A los pinos sucedieron pronto las retamas de una especie grande
(spartiun supranubium); se extiende hasta la meseta, donde tristes
matorrales esparcidos sobre fragmentos de escorias o de llanos de
Aspectos de la exploración cientrjCica de las islas Canarias ... 77 1
arenas volcánicas comparten en solitario, con algunos líquenes, la
propiedad del desierto más seco y áspero que se pueda imaginar».
Cordier y.sus acompañantes pernoctaron en el sitio conocido como
la Estancia de los Ingleses. En la madrugada siguiente, a las 4.45
horas, el termómetro marcaba 3 grados sobre cero. Había ya amane-cido
y emprendieron la escalada del pitón del Teide. «Estuvimos con-tinuamente
trepando sobre grandes pedazos de escorias y lavas vitrosas
extremadamente ásperas y cortantes. La nieve retenida en los surcos
formados por las corrientes era, afortunadamente, sólida: lo aprove-ché
para subir pausadamente de una manera menos penosa. Hacia la
cima no encontramos más que piedras pómez, muy molestas por su
inclinación e inestabilidad. Sin ir muy deprisa arribamos, al cabo de
tres horas, a la cumbre del Pico. Contemplar el fondo del cráter y
recorrer con los ojos la inmensidad del horizonte, fue cosa de un ins-tante:
gozar de la realización de un proyecto concebido desde largo
tiempo, fue cuestión de un segundo».
«Cumplido el primer objetivo -prosigue el mineralogista fran-cés-,
aseguré mi posición sobre los bordes más elevados. Es impo-sible
dar la vuelta al cráter; es preciso permanecer en la parte meri-
A;,.*nl ..,... 1" ,...- 1 ..- ll-"".. E.. 1,. Al*,. A-1 lx-,. p,..A:,... uiviiai, ~ v iia buai nr; iir;t;an. ~ 1 L1U alw UGI ribv, LUIUIG .I,-: .l IIILU .u.i-ia-medición
barométrica de la altitud del Teide sobre el nivel del mar.
Colocósus instrumentos a menos de tres metros del punto más eleva-do
del volcán. Eran las ocho de la mañana. El barómetro marcaba 18
pulgadas y 4 líneas y el termómetro señalaba 6 grados 9/10 Réaumur.
A la misma hora, un inglés, Mr. Litle, hacía la misma observación
en el Puerto de la Cruz, a una altura sobre el nivel del mar de algo
más de 13 metros y utilizando unos instrumentos cuya precisión ha-bía
sido verificado con anterioridad por Cordier. Constatando los re-sultados
obtenidos en ambas mediciones, Louis Cordier llegó a la
conclusión que la altitud del Teide era de 1.901 toesas (3.707 m.).
Junto a los cálculos de Borda, en 1776, y Lamanon, en 1785, la
medición de Cordier fue una de las más aproximadas a la altitud real
del Pico de Tenerife. Con estas tres mediciones había quedado fijada
y contrastada la altura del Teide sobre el nivel del mar. La otra apor-tación
del estudioso galo fue su referencia y descripción del llamado
Pico Viejo del Teide, la primera que sobre este cráter se recoge en la
hih!jngrZffz CieI?tifj~z:
«La última erupción ha tenido lugar en 1798. Las nuevas bocas,
en número de tres, se abrieron a 1.270 toesas sobre el nivel del mar,
sobre la pendiente de una enorme prolongación de la base del Pico,
hacia el sudoeste. La forma de las montañas de este lado justificaba
772 Alfredo Herrera Piqué
mis expectativas; por eso yo hice todos los esfuerzos para reparar una
falta y, puedo decirlo ahora, la de todos los viajeros que me han pre-cedido.
Escalé tranquilamente, durante tres horas, por las pendientes
de la prolongación; habiendo llegado a 1.600 toesas me encontré en
los bordes de un vasto cráter, el cual no se puede comparar con nin-guno
de los que conocemos; tiene aproximadamente una legua y me-dia
de circunferencia: aunque sea muy antiguo, es muy escarpado en
su interior y presenta todavía la imagen más espantosa de la violen-cia
de las fauces subterráneas. El Pico se ha elevado sobre los bor-des
de esta boca monstruosa. La imposibilidad de bordear la cima del
Pico, o más bien el hábito que los viajeros tienen de poner el pie en
las huellas de sus predecesores, son sin duda la causa de que este
hecho curioso haya sido ignorado hasta el presente». Cordier había
podido llegar al denominado Pico Viejo, llevando a cabo una segun-da
ascensión al Teide por una ruta diferente a la tradicional que, des-de
el Puerto de la Cruz, subía por las laderas del norte.
Con esta referencia finalizó Cordier el breve informe acerca de su
viaje al Teide, «uno de los más interesantes viajes -escribió- que
puede hacer un hombre que se ocupa de la estructura del globo)).
LA GRAN APORTACIÓN CIENTÍFICA DE BUCH Y SMITH
La publicación en 1825 de la Descripción física de las islas Ca-narias
marcó un hito en los estudios sobre la historia natural de este
archipiélago. Diez años antes, su autor, el geólogo Lepoldo de Buch;
y el botánico Ch. Smith habían llevado a cabo una importante tarea
de reconocimiento científico de las islas de Tenerife, Gran Canaria,
La Palma y Lanzarote. Este viaje científico, que tuvo lugar entre el
5 de mayo y el 27 de octubre de 1815, abrió un nuevo período en
la historia de la exploración científico-natural de las islas Canarias
-ya que, a diferencia de los naturalistas del XVIII, con excepción del
pionero L. Feuillée-, Buch y Smith fueron científicos que hicieron
de las islas Canarias un campo específico de estudios. A partir de en-tonces,
los trabajos relevantes que se realizan sobre la naturaleza de
estas islas son llevados a cabo por naturalistas que, lejos del carácter
circunstancial que habían tenido las observaciones y descripciones del
siglo XVIII y de principios del XIX, se ocupan singularmente de la his-toria
natural de las islas Canarias. Buch, geólogo de prestigio en su
tiempo, y Smith, botánico noruego, se conocieron en Londres, ciudad
en la que habían coincidido en el invierno de 1814, en los finales de
Aspectos de la exploración cientrjCica de las islas Canarias ... 773
las guerras napoleónicas. Allí decidieron visitar las islas Canarias, con,
la expectativa de encontrar una pequeña muestra de las producciones
naturales y de los fenómenos propios de las latitudes tropicales. Para
llevar a cabo su propósito se embarcaron en el puerto de Spithead el
3 1 de marzo de 18 15. El 21 de abril fondearon en Funchal, en donde
permanecieron doce días. Después de seguir viaje el 2 de mayo, al
amanecer del día 5 toda la isla de Tenerife aparecía ante sus ojos y,
al igual que para otros viajeros y navegantes, el Teide se «elevaba
majestuosamente por encima de las nubes, y la nieve que cubría su
cima hasta el comienzo de los bosques, hacía resaltar de la manera
más brillante la hermosa vegetación que se extendía a su pie». A las
diez de la mañana del día siguiente, el barco en el que habían viaja-do
fondeó en el Puerto de la Cruz. Así se iniciaba una de las visitas
científicas más importantes para la exploración y el conocimiento de
ia de Canarias.
Este viaje científico tuvo característica propias y, a excepción del
que realizó el astrónomo Feuillée en 1724 con la concreta finalidad
de fijar la posición del primer meridiano, Buch y Smith fueron cien-tíficos
que hicieron de Canarias un destino específico de estudio, a
diferencia de todos los demás naturalistas y viajeros del siglo XVIII y
comienzos del siglo XIX, cuya presencia fue el fruto de una breve
escala o de una estancia más prolongada (casos de Ledru y de
Humboldt) en espera de partir hacia otras rutas. Fueron también los
primeros que visitaron y reconocieron las islas más importantes de
Canarias con una finalidad científica, ya que todos los que les prece-dieron
-excepto, igualmente, Feuillée- tuvieron que limitarse a la
isla de Tenerife, que era entonces el habitual punto de escala de las
naves que pasaban por Canarias.
RECORRIDOPO R EL ARCHIPIÉLAGO. TENERIFE
La estancia de los dos científicos europeos se extendió desde prin-cipios
de mayo hasta finales de octubre de 1815. Los primeros días
de su estancia en la isla de Tenerife los dedicaron a visitar la comar-ca
de la Orotava. El día 18 emprendieron la excursión al Teide. Es-peraban
cruzar el pinar al que se habían referido viajeros anteriores,
pere -srgúc escribió nurh- !as tulas h&iUn &sanar~r~orr an r - "-V- t>- --
parte de la masa forestal. Se conservaba el Pino del Dornajito por-que
sus ramas daban sombra a una fuente situada al pie de este ár-bol.
Siguieron el itinerario tradicional hasta llegar a la base del Pico,
774 Alfredo Herrera Piqué
desde la cual éste les pareció mucho más elevado de lo que habían
supuesto hasta entonces.
Encontraron restos de nieve por encima de los tres mil metros, en
las proximidades de la Cueva del Hielo, pero, aquélla había desapa-recido
enteramente hacia la cima. Alcanzaron, finalmente, el cráter,
en cuyo fondo y laderas permanecieron un tiempo. Desde lo alto vie-ron
llegar a una viajera escocesa, apellidada Hammond, que, según
los guías, era la primera mujer que se había visto ascender a la cima
del Pico. Cuando, en la tarde, regresaban a la Orotava, dos guías y
los muleros no cesaban de cantar los acontecimientos de la jornada,
y marcaban el ritmo de su poesía -con el choque de dos bastones
golpeados el uno contra el otro». o,,"
El día 27 subieron nuevamente hacia el Teide, pero al llegar al E
llano del retamar, en el circo de las Cañadas, se dirigieron hacía e1 O
pasaje de Guajara, entre ei aroma de la reiama blanca, qüe en esa fase n-- m de la estación se hallaba en flor. Descendiendo por el pinar de Vilaflor O E
llegaron al pueblecito de Chasna y visitaron su fuente de agua mine- s£ ral, «la única que se conoce en la isla». En la comarca de Chasna, -E
Guimar y Granadilla observaron numerosas colmenas preparadas con
el tronco ahuecado del árbol del drago. En primavera, los campesi- 3
nos las sitúan en las laderas que ascienden hacia el Teide, en donde
- -
0
las abejas se dispersan entre las flores de las retamas. m
E
Cuatro días después llegaron a la costa sur de la isla, al puerto O
de los Cristianos, una zona árida y deshabitada. Sólo se veía una pe- 6
queña casa destinada a atender a la tripulación de los barcos que trans- n
-E
portaban trigo para las aldeas de esta parte de Tenerife. En el paisaje a
destacaba la Euehorbia canariensis, que «presentaba formas fantásti- 2
n
caw. Siguieron desde allí hacia la comarca de Adeje, rica en muchos n
huertos y plantaciones que ofrecen las más diversas producciones, 3
alimentadas por el agua que bajaba por el barranco del Infierno, «el O
más grande riachuelo de la isla». En el lugar abundaban los rebaños
de cabras. que ofrecían una leche deliciosa y un buen queso. Después
cruzaron los inmensos desiertos de lavas de las comarcas de Guía de
Isora, Chío y Arguayo hasta el valle de Santiago. En este lugar Smith
observó por primera vez la Euphorbia atropurpurea, planta que ha-bía
sido descrita por Broussonet. Desde allí pretendieron subir de
nuevo al Teide con el propósito de observar los conos volcánicos sur-
& A n c pn l a m6 r r ~ r i ~ ~n~ti ~i n r i AnnP rn f f i ~p ~ ~ i h ! ~ - 6'U"U V.. 1- ..lUY ."VI-..." "-..y"..,..> Y-- causa & -
las lluvias y las brumas que cubrían las laderas. Rodearon entonces
la isla por el noroeste. Recalaron en Icod de los Vinos y el 4 de ju-nio
habían retornado al Puerto de la Cruz.
Aspectos de la exploración cientíjlca de las islas Canarias ... 775
El último período de su estancia la dedicaron a conocer La Lagu-na
y su comarca. «La ciudad es grande y hermosa», escribe Buch. Se
establecieron en una gran casa, dispuesta con numerosos balcones y
ventanas. Desde ellos divisaban los tejados próximos, cubiertos de
verodes. Smith estimó acertadamente que se trataba de una especie
diferenciada, de forma que consideró legitimo darles un nombre pro-pio:
Sempervivum urbicum. Este segundo término ha pervivido en la
nomenclatura botánica. Feuillée ya había descrito y dibujado esta plan-ta
casi un siglo antes.
En esta ciudad conocieron a Le Gros, que había establecido allí
una academia de dibujo en la que aprenden unos treinta alumnos.
Visitaron también la biblioteca de Alonso de Nava Grimón, marqués
de Villanueva del Prado y el gabinete del doctor Saviñón.
En la comarca, los viajeros percibieron el efecto de los alisios y
del mar de nubes sobre el bosque de laurisilva. Aquí se encuentran
los hermosos árboles de la «región de los bosques». «La fuente lla-mada
del Agua de las Mercedes, en medio la foresta, es un sitio de-licioso;
los laureles de una enorme altura (Laurus indica, Barbusano,
Til) forman allí una bóveda elevada e impenetrable a los rayos del
solj debajo de la cual el agua se escapa, pura y transparente, del seno
de la tierra y corre formando un riachuelo considerable». Recorrien-do
el monte de las Mercedes, la península de Anaga y los pueblitos
de Taganana, Tegueste y Tacoronte permanecieron durante diez días.
Entre La Laguna y Santa Cruz observaron el fenómeno de inver-sión
del alisio, al contrastar el sentido de los vientos en dos molinos
situados, respectivamente, a diferente altitud. En Santa Cruz de Tene-rife
conocieron a don Francisco Escolar, autor de la estadística gene-ral
del archipiélago y, por consiguiente, perfecto conocedor de las
islas, y de la realidad y estado de cada una. «Sus colecciones y sus
datos forman una parte considerable en todo aquello que hemos po-dido
aprender sobre la historia, natural de estas islas», escribiría des-pués
Leopoldo de Buch.
«Dos o tres veces por semana llega a Santa Cruz un gran barco
que viene de Gran Canaria; es la comunicación ordinaria entre estas
dos islas. Aprovechamos este medio de transporte el miércoles 23 de
junio a las cinco de la tarde». Esperaba llegar a esta isla en la maña-na
siguiente, pero no arribaron hasta las cuatro de la tarde, desem-
776 Alfredo Herrera Piqué
barcando en la playa de Sardina, en la costa norte. Se iniciaba, así,
la primera visita científica destinada al conocimiento de Gran Cana-ria,
en la historia de las islas. Desde Gáldar tomaron dirección hacia
Las Palmas, «Las palmeras rodean todos los pueblitos y se encuen-tran
aquí probablemente en un clima adecuado. El agua fluye de to-dos
lados a través de hermosos campos de maíz y vivifica la comar-ca.
Cruzamos muchos barrancos, el de Moya, el de Teror, todos
verdeantes y singularmente embellecidos por palmerales*.
«Las Palmas es una ciudad considerable)). «Está separada, como
Sevilla, en dos partes desiguales por el barranco de Guiniguada. La
más pequeña, denomimada la Vegueta, comprende la gran y hermosa
catedral gótica, el palacio de Justicia, el palacio del obispo y todas
las casas de los canónigos, los capitulares y los grandes propietarios
de la isla». En la otra parte de la ciudad, Triana, se concentran «los
comerciantes, los artesanos y todos aquellos que deben trabajar para
ganarse la vida». En lo alto de la perspectiva de la ciudad se ve «el
castillo del Rey, unido por una larga muralla con el pequeño fortín
de la casamata, que se une de la misma forma al castillo de Santa
Ana, en el borde del mar». En sus impresiones sobre la ciudad, en la
qae Rach percibe m curkter nrientz!, se destacan !ur pahrras «que
se elevan por todas partes, así como otros muchos árboles que en nada
recuerdan las formas europeas».
Durante su estancia en Las Palmas, tras visitar al obispo de Ca-narias,
éste les puso en contacto con su médico, el doctor Juan
Bandini, quien había gozado de la amistad del historiador Viera y
Clavijo, fallecido unos años antes. «Sus colecciones encierran todo
aquello que podía ser contemplado como útil o curioso sobre la isla».
El 5 de julio, atravesando las áridas costas orientales de la isla,
se dirigieron a Telde, villa que les pareció un oasis «por su verdura
y sus palmeras». Ascendieron después al caserío de Valsequillo, en
cuyo valle el agua se precipitaba, alimentando los cultivos hortícolas,
a la sombra del roque Saucillo, en donde Smith observó una nueva
especie de verol. Alcanzaron el Pozo de las Nieves, punto culminan-te
de la isla, pero las circunstancias meteorológicas no permitieron la
contemplación de otras panorámicas. De hecho, Buch no entrevió
la existencia de la gran caldera central de Gran Canaria, dispuesta des-de
las cumbres del centro hacia el oeste de la isla; Posteriormente, la
visita al pueblo de San Mateo nos ofreció aspectos del pintoresquis-mo
propio del paisaje insular: «...junto a un hermoso riachuelo se ele-van
grandes y bellos nogales y castañeros, y los huertos son cubier-tos
de una infinidad de árboles frutales». «Más abajo comienzan los
Aspectos de la exploración cient$ca de las islas Canarias ... 777
viñedos y las casas de campo de los habitantes de Las Palmas, a lo
largo de la vega de Santa Brígida ... D.
En la villa de Teror acudieron a la fuente de agua agria y de las
características de este pueblo, que acoge a la patrona de Gran Cana-ria,
Buch dejó constancia con estas palabras: «El pequeño palacio del
obispo es bastante elegante y la iglesia presenta una gran magnificen-cia
y la majestad que se debe esperar de un centro de peregrinación».
Desde allí cruzaron el monte de Doramas y en la villa de Moya visi-taron
la fuente de Madrelagua. «Los laureles y tiles de una altura
enorme» componían «una cúpula impenetrable al sol y tan elevada
como el cimborrio de una iglesia)). A pesar de recorrer la isla en ple-no
verano, los visitantes apreciaron: «Es la abundancia de aguas, la
que principalmente proporciona a los valles de Gran Canaria el as-pecto
agrícola y de vida que poseen en tan alto grado. Se las distribuye
a través de miles de canales en los campos y colinas. «Es sorpren-dente
lo que la naturaleza puede producir en un suelo tan regado».
Prosiguiendo sus itinerarios, los dos científicos, partieron de Las
Palmas hacia el sudeste de Gran Canaria, recorriendo Aguimes, Temi-sas
y la comarca de Tirajana. Aquí reconocieron la caldera de este
nombre, en !a qi?e B ~ c hcr eyS encmtrir !a gran ca!dera de Gran Ca-naria.
Pernoctaron en Santa Lucía y al día siguiente, tras subir al
pueblo de San Bartolomé, entraron en el pinar de Tirajana, cuyos ár-boles
identificaron como pinos de Canarias «Se transporta la madera
de este bosque, a través de la Cumbre, a San Mateo, y se baja cada
mañana la cantidad necesaria para las necesidades de la ciudad» (Las
Palmas). Ascendieron de nuevo a las cumbres del centro de la isla,
cruzando el paso de la Plata y el paso del Roque Nublo. «El valle de
Tejeda, a donde se arriba, se hunde bruscamente, y apenas se encuen-tra
un camino para descender hasta allí; las rocas se adelantan en aris-tas
y salientes que ocultan la profundidad: parece que uno se encuen-tra
en las gargantas de los Alpes, sobre la vertiente montañosa del
lado italiano. El propio pueblo de Tejeda está enteramente escondido
en estos desfiladeros. Desde allí nos fue necesario subir mucho para
alcanzar el pueblo de Artenara~. «Este pueblito es invisible»: «todas
las casas, también la del cura, están excavadas en la roca; no se ve
más que la puerta y aún frecuentemente con dificultad. El valle se abre
enteramente hacia la hermosa llanura de la Aldea, al borde del mar:
ella está cubierta de soberbias palmeras y de campos de maíz que se
extienden hasta perder la vista».
Se hallaban en la parte oeste de Gran Canaria. Continuaron hacia
el sur, hacia Mogán. «En el vallecito de Veneguera las euforbias son
778 Alfredo Herrera Piqué
grandes como higueras y forman una verdadera forestas. «En los al-rededores
de Mogán e! pinar descendía desde la cumbre hasta los
bordes del mar». Desde esta localidad continuaron su recorrido si-guiendo
la costa, pasando Arguineguín, Maspalomas -pequeño case-río
«rodeado de campos de papas y de maíz- y Juan Grande, en
donde visitaron las grandes salinas, con «más de trescientos peque-ños
depósitos ahondados al borde del mar».
El 29 de julio, al caer la noche, se encontraban de nuevo en Las .'
Palmas, desde donde retornaron a Santa Cruz el 11 de agosto. Salie- '
ron de la bahía de la Isleta a las 5 de la tarde y arribaron al puerto
tinerfeño a las 10 de la mañana del día siguiente.
De nuevo en Tenerife, recorrieron la península de Anaga hasta
alcanzar el barranco de Igueste, que les pareció el más interesante de
la comarca. En la relación de esta parte del itinerario, Buch subraya
el cultivo de hermosas plataneras en el cauce del barranco; los visi-tantes
compraron plátanos a los campesinos y ese fue su único ali-mento
durante la jornada. Hacia el comienzo del barranco alcanzaron
el punto conocido como la Atalaya, en donde se hallaba la casa del
guarda que anunciaba la arribada de los barcos a Santa Cruz. Domi-nund~!
e s m&crru!rs de !u pendiente se desturaba !a estampa de un
drago.
El día 18 se encontraban en La Laguna con el objeto de colectar
semillas maduras en los montes próximos a la ciudad. Cinco días
después dejaron la villa para cruzar Tenerife siguiendo la cima de la
cordillera dorsal, desde la que contemplaban el mar en ambas vertien-tes.
Pasaron la noche en las alturas de la Orotava entre matorrales de
retamas. Las alturas de Izaña les depararon la «vista admirable del
inmenso cono del Pico completo, rodeado de su circo*. Se desplaza-ron
hacia un extremo de éste, en el punto conocido como La Angos-tura,
en cuyas cercanías Smith fijó su atención en dos nuevas plantas
que le ocuparon durante toda la jornada:' Centaurea.
Permanecieron varios días recorriendo las Cañadas y las pendien-tes
de Chahorra. Su intención era la de permanecer más tiempo en
estos parajes, pero no pudieron continuar ante la imposibilidad de
procurarse agua. Descendieron por el pinar en dirección a la Guancha,
sin poder saciar su sed durante toda la jornada. Los campesinos que
vivían en las primeras casas que hallaron a sil paso tenían qiue aca-rrearla
desde gran distancia, pero fueron muy hospitalarios y no sola-mente
dieron de beber a los dos visitantes, sino que también les ofren-daron
frutas, huevos y otros alimentos. Atardecía cuando llegaron al
Puerto de la Cruz. Al día siguiente salieron de nuevo hacia La Lagu-
Aspectos de la exploración cientljFica de las islas Canarias ... 779
na. Uno de los últimos lugares que visitaron fue el bosque de Agua-mansa,
cuyos nacientes proporcionaban el agua que se distribuía a
través de «miles de canales por todo el valle de Taoro~.
En la tarde del 20 de septiembre emprendieron viaje a la isla de
La Palma. Al día siguiente desembarcaron en su capital, Santa Cruz,
en la que vieron una villa pintoresca, cuyas casas «recuerdan las cos-tumbres
orientales por los grandes balcones enrejados que se extien-den
en la fachadan. El pinar bajaba hasta sus proximidades. Buch y
Smith estuvieron poco tiempo en esta ciudad. Inmediatamente se di-rigieron
hacia el interior de la isla. Cruzando a través de las forestas
de fayas y brezos, alcanzaron el valle de Aridane, deteniéndose en el
ingenio de Arguai, ei único testimonio que quedaba en el archipiéla-go
de la floreciente industria azucarera del siglo XVI. Sus instalacio-nes
estaban integradas por amplias dependencias desplegadas en
forma octagonal. En Argual había plantadas cuarenta fanegadas (apro-ximadamente
dos hectáreas) de caña de azúcar, a las que se añadían
otras treinta cultivadas en Tazacorte. La plantación estaba alimentada
por las aguas del barranco de las Angustias, que se canalizaban hasta
Argual, desde donde descendían seguidamente en cascadas y canales
hasta Tazacorte. La producción del ingenio de Argual era de cuatro
mil arrobas, cada una de veinticinco libras.
Desde esta parte occidental de la isla remontaron el barranco de
las Angustias para penetrar en la Caldera de Taburiente. Después
de tres horas de recorrido se abrió a sus pies «el recinto sublime de
estas inmensas rocas cortadas a pico». «Un soberbio bosque de pino
de Canarias cubre el fondo del recinto, bajo las rocas». Allí los pinos
alternaban con una gran cantidad de grandes cedros de Canarias
(Juniperus cedrus). Pasaron la noche en este lugar, descansando so-bre
un confortable 1echo.de pinocha.
En las laderas de la caldera habían encontrado a campesinos que
colectaban raíces de helechos. Con esta raíz, mezclada con un poco
de harina, preparaban un pan muy negro, que, según escribe Buch, era
el alimento principal de gran parte de la población.
El 27 de septiembre se hallaban de nuevo en Santa Cruz de la
Palma, a la espera de un barco que les llevara a Tenerife, hacia don-de
partieron una semana más tarde. El 11 de octubre salían desde el
Puerto de la Cruz a bordo del «Albion», iniciando su viaje de regre-
780 Alfredo Herrera Piqué
so a Inglaterra. Tuvieron la fortuna, para el objetivo científico de su
viaje, de que este barco tenía que recoger un cargamento de barrilla
en el puerto de Arrecife, lo que les ofreció la oportunidad de visitar,
además, la isla de Lanzarote.
Durante la ruta, observaron en la costa norte de la isla de Fuerte-ventura
«varios conos de erupciones poco elevados». En la mañana
del día 15 cruzaron la estrecha lengua de mar existente entre esta isla
y la de Lanzarote, y hacia el mediodía del 17 el «Albion» echó an-clas
en Arrecife. La villa «no está formada más que por una sola ca-lle,
sin pavimentar, pero parece estar creciendo. El comercio de la
barrilla le ha proporcionado evidentemente mucha vida y, efectivamen-te,
es un espectáculo tan inesperado como interesante ver por todas
partes, en todos los caminos, en los campos y en la ciudad, una in-numerable
cantidad de camellos cargados de barrilla». Buch y Smith
visitaban Lanzarote en un momento de gran florecimiento del cultivo
y comercio de la barrilla, planta de cuyas cenizas se extraia ia sosa.
Este cultivo se había generalizado en el siglo XVIII y su exportación
constituía la principal fuente de riqueza de la población. Sin embar-go,
el comercio de la barrilla comenzaría a declinar muy pronto, des-de
que la sosa comenzó a extraerse de la sal marina.
En los días de estancia en Lanzarote recorrieron las partes norte
y sur de la isla. Contemplaron, en su primer itinerario, la singular
estampa de Teguise, la villa capital, cuya preponderancia comenzaba
a ser desplazada por el puerto de Arrecife. Posteriormente, visitaron
el pueblo de Haria, en la ruta del volcán de la Corona. Finalmente,
en el norte de la isla, se hallaron ante el estrecho del Río y el islote
de la Graciosa.
Siguiendo, por otra parte, la ruta del sur, el 21 de octubre visita-ron
la comarca de Timanfaya y el sudoeste de la isla, observando el
paisaje volcánico producido por las grandes erupciones de 1730 a
1736. «Seguimos los conos de los que había salido esta masa de lava,
que están todos situados en una misma alineación».
Al finalizar esta excursión llegaron a «la Florida, bella posesión
de la familia de Clavigo, tan conocido en Alemania». Alude Buch en
este paisaje de su obra al erudito isleño José Clavijo Fajardo, que
había sido director del Gabinete de Historia Natural en Madrid, ade-más
de escritor y periodista. Al regresar a Puerto Naos, Arrecife,
observaron una pequeña embarcación que había arribado transportan-do
barrilla desde las islas Salvajes para tal explotación. un lanzaroteño
había tomado estas islas en arriendo a su propietario portugués.
Partieron de Lanzarote el 27 de octubre. La navegación del «Al-
Aspectos de la exploración cient@ca de las islas Canarias ... 78 1
bion» a lo largo de las costas africanas fue larga y penosa. Después,
en el golfo de Vizcaya encontraron un mar tempestuoso. El 8 de di-ciembre
de 1815 desembarcaron en Stocksbay, cerca de Portsmouth.
La presencia de Buch y Smith en las Canarias significó un avan-ce
muy tante en el conocimiento científico de la naturaleza de estas
islas. La contribución que ambos aportaron con sus estudios la pode-mos
valorar como de extraordinaria relevancia atendiendo a las si-guientes
consideraciones:
- Noventa años después de Feuillée, fueron los primeros natura-listas
que tomaron como destino científico las islas Canarias, aprecián-dolas
específicamente como objeto de su estudio. Iniciaron, así, una
nueva etapa de la exploración y el estudio científico de la naturaleza
de este archipiélago, que sucedió al carácter circunstancial que habían
tenido las observaciones y descripciones geológicas, botánicas y zoo-lógicas
llevadas a cabo en el siglo XVIII.
Como fruto de sus observaciones y estudios en el archipiélago,
Buch elaboró y publicó en 1825 la primera obra científica impresa
sobre las islas: «Descripción fisica de las islas Canarias», editada en
Berlín en dicho año. Esta obra incluye varios estudios que el autor
había dado a conocer separadamente con anterioridad: «Ojeada sobre
la flora de las islas Canarias», 1816; «Descripción de la erupción
de 1730 en Lanzarote», 1818, y «Observaciones sobre el clima de las
Canarias», 1820. El original alemán, excluido el catálogo botánico,
fue traducido al francés por C. Boulanger y publicado en París en
1836.
- Quince años después del paso por Tenerife de Alejandro de
~umboldt, Buch llevó a cabo la primera observación geológica am-plia
y detenida sobre las islas más importantes de Canarias, ofrecien-do
decisivas aportaciones al estudio de los fenómenos volcánicos, y
geológicos en general, de este archipiélago.
- Elr catálogo de la vegetación de las islas Canarias elaborado
por Smith fue el primer Indice científico importante publicado sobre
ia nora canaria, comprendiendo la descripción y clasificación de es-pecies
endémicas desconocidas o no catalogadas hasta la fecha, así
como un 'notable estudio que aportó las primeras consideraciones de
interés sobre el número de endemismos, la proporción género-especie
en la flora canaria y el estudio de la flora introducida.
- Finalmente, la singular descripción geográfica, paisa-jística y
pintoresca de la naturaleza, comarcas y pueblos de las islas más im-portantes
del archipiélago, en la que se ofrece por primera vez, a partir
de la observación directa, un amplio y detallado panorama de Gran
782 Alfredo Herrera Piqué
Canaria, La Palma, Lanzarote y de buena parte de Tenerife -isla
muy descrita con anterioridad, sobre todo en la comarca norte y el
Teide-, realizada por viajeros científicos europeos que recorrieron
detenida mente el archipiélago durante casi seis meses.
LEOPOLD VON BUCH: ESTUDIO GEOL~GICO DE LAS ISLAS
CANARIAS
En la «Descripción física de las islas Canarias», Leopoldo de Buch
hizo el primer estudio geológico extenso y profundo de la estructura
volcánica de las islas de Tenerife, Gran Canaria, La Palma y Lan-zarote.
Aportación fundamental de su trabajo fue la hipótesis que con-sidera
el gran circo de las Cañadas del Teide como un cráter de le-vantamiento.
Esta concepción se mantuvo vigente durante largos
decenios y en la segunda mitad del siglo fue complementada por las
hipótesis de hundimiento y erosión, que explicarían combinadamente
los fenómenos volcánicos generados en el circo de las Cañadas. Frente
a estas últimas, en nuestros días se planteó la consideración de aquél
como un cráter de deslizamiento, que en los momentos posteriores a
la erupción derramó los materiales volcánicos sobre sus vertientes
y laderas del norte y del oeste.
«Desde un gran número de puntos situados en las partes inferio-res
-nos describe Buch el circo del Teide- se puede ver muy cla-ramente
que el Pico está rodeado de un cerco que le proporciona en-teramente
el aspecto de una torre fortificada, guarnecida de murallas
y de fosos. Desde la Orotava el Pico parece elevarse muy poco sobre
la muralla de rocas que forma la montaña de Tigayga; en algún pun-to
no se puede percibir el cono entero y como consecuencia de ello
tampoco las partes en que la base del volcán se une con el cinturón
de rocas que lo rodea. Pero se le ve muy claramente cuando uno as-ciende
hacia el pie del Pico por una suerte de pasaje angosto llama-do
el Portiiio, que se encuentra entre Tigayga y ei extremo occicien-tal
del cinturón del Pico. Por el otro lado las rocas parecen formar
un semicírculo que rodea con una regularidad muy notable el cono
volcánico, desde la parte sur hasta el este, en frente de la isla de la
Gomera. Este es el circo, que no es otra cosa que una parte del crá-ter
de levantamiento, en medio del cual probablemente se elevó el
mismo Pico. Los flancos de este cráter habrían sido destruidos hacia
el norte y el oeste por las erupciones del volcán y, en efecto, en toda
esta parte la ladera de la montaña está recubierta por un gran número
Aspectos de la exploración cienti$ca de las islas Canarias ... 783
de coladas...». Más adelante escribe: «De la cumbre del circo las
montañas se presentan bajo un aspecto extremadamente interesante.
Desde esta altura se puede juzgar así la prodigiosa elevación del Pico,
porque se le percibe en todas sus partes, desde lo más elevado de la
cima hasta los detalles mínimos que presentan las pendientes del cono.
Corrientes de obsidiana negra descienden sobre los flancos de la mon-taña,
formados de piedra pómez blanca y las bocas volcánicas de la
Estancia abajo, Estancia arriba, Altavista, que parecen ser los puntos
de donde salieron por lo tanto las comentes de obsidiana, ... ».
Por otro lado, la descripción de los episodios geológicos está
acompañada de un amplio análisis de la composición de las rocas; así,
con respecto al gran cráter de las Cañadas explícita que «las rocas
que componen P.! cirro son v&ru!ar~r, y se distingi~en en estratos:
los inferiores se componen de conglomerados ordinarios y de tobas;
los estratos superiores están formados de traquitas. Pero en la parte
más elevada, por encima de la Angostura, se ven lechos de basalto».
Buch ofrece una detallada descripción del Pico del Teide, con sus
hitos de la montaña del Trigo, la Estancia de los Ingleses, la Cueva
del Hielo, el Malpaís y, finalmente, la pronunciada ladera del Pitón o
Pan de Azúcar, del volcán. «El Pico es una montaña que se eleva
sobre otra montaña. Solamente se llega al pie de esta nueva montaña
cuando se entra en el circo por el desfiladero del Portillo». Desde allí
<<los flancos del cono presentan una cantidad de piedra pómez tan
grande, que toda la montaña aparenta de lejos estar completamente
recubierta de nieve. Las coladas de obsidiana se distinguen de estas
piedras como anchas cintas negras que descienden de la cumbre, al-gunas
se extienden hasta el fondo del circo, otras se paran a mitad
de la altura y quedan suspendidas sobre el flanco del cono.. «El crá-ter
no es más que una solfatara de vapores sulfurosos, que son li-berados
del interior casi por todas partes, tanto por la cresta como por
la cintura exterior. Estos vapores transforman las rocas en una arcilla
blanca ... y el azufre se deposita en el interior de los huecos forman-do
hermosos cristales».
Un aspecto sumamente novedoso, en su momento, de entre los
recogidos por Buch sobre el vulcanismo de Canarias fue la descrip-ción
del cráter del Pico Viejo, situado en la cima de la montaña de
Chahorra. El primer naturalista europeo que la observó fue L. Cordier,
7 84 Alfredo Herrera Piqué
como ya indicamos. «A los pies del borde occidental del Pico -nos
describe Buch- se contempla un cráter más considerable, el de
Chahorra. La pendiente del Pico es extremadamente súbita por este
lado, sobre una altura de 200 pies. Al pie de la pendiente se encuen-tra
un llano enteramente cubierto de piedra pómez que se extiende al
oeste, terminando bruscamente en el inmenso cráter de Chahorra~.
Buch subrayó que «las coladas de obsidiana que caracterizan de
una forma tan especial a1 Pico de Teide provienen solamente de las
partes elevadas de la montaña; todas las coladas de las partes infe-riores
no tienen analogía alguna ni de naturaleza, ni de aspecto, con
las masas vitrosas que constituyen las corrientes de obsidiana. La
colada que se observa sobre la pequeña superficie plana que une el
Pico con Chahorra es probablemente la corriente de. ohridianz qce
salió de lo más bajo de las laderas del Pico». Observó, asimismo, los
restantes conos volcánicos generados por la erupción de Chahorra:
«Los conos están todos dispuestos sobre una línea dirigida desde la
base de Chahorra hacia las paredes del circo. Esta disposición indica
consecuentemente la línea de fractura». El geólogo alemán constató
la gran cantidad de testimonios de fenómenos volcánicos visibles en
esta vertiente de la isla, en contraste con «el pequeño número de los
que se observan al otro lado del volcán». «El Pico y la montaña de
Chahorra deben ser considerados como formando un solo volcán con
dos cumbres: la distinción entre los dos conos no aparece evidente
sino porque el Pico se eleva a una altura más considerable. En medio
de la pendiente las dos montañas están enteramente unidas y no pre-sentan
discontinuidad alguna. La masa de los dos conos se eleva con
una inclinación uniforme e igualmente pronunciada por encima de las
protuberancias vecinas y no forma más que un todo único rodeado por
el cinturón de rocas que integran el cráter de levantamiento; la com-posición
y los productos de las dos montañas son absolutamente idén-ticos,
todo lo que forma pal-te de estas montañas está compuesto de
traquita o de rocas que deriva directamente de la traquita~B. uch con-sideró
que en el vulcanismo moderno de Tenerife «no se debe consi-derar
en la isla más que un solo volcán, que es la cúpula traquítica,
al que se ha dado el nombre de Pico de Teiden.
GRAN CANARIA. CALDERA DE TIRAJANA
En la descripción geológica de Gran Canaria, Buch destaca a
Bandama como el más notable de todos los cráteres de la isla .y «puede
Aspectos de la exploración cientrjcica de las islas Canarias ... 785
ser, igualmente uno de los más notables de todos los que se observan
en la superficie del globo». Nuestro científico se detuvo en describir
los materiales que componen esta construcción volcánica, así como
sus dimensiones y su contexto paisajístico. Por primera vez la isla de
Gran Canaria era objeto de un estudio científico y, concretamente,
de las observaciones geológicas y botánicas de dos relevantes natura-listas.
Con anterioridad, solamente los estudios de Viera y Clavijo para
la elaboración de su «Diccionario de Historia Natural» habían signi-ficado
un primer precedente en la visión científica de esta isla.
El centro de las observaciones de Busch y Smith fue, naturalmente,
la impresionante estructura geológica de Gran Canaria. Buch consi-deró
que Tirajana era la gran caldera de la isla y, en cambio, no pudo
entrever la existencia de la gran caldera del estratovolcán del Roque
Nublo. «La pendiente del Pozo de las Nieves, al sur, del lado de
Tirajana -escribe Buch- es muy escarpada ... forma una verdadera
pared que extendiéndose en semicírculo, rodea un circo extremadamen-te
profundo. Este cinturón de rocas, aunque menos elevado, continúa
igualmente hacia el sur y cierra la caldera de Tirajana ... Este circo es
un auténtico cráter de levantamiento, que aunque menos profundo que
-1 AP 1- ; e l - rlo 1 o D-1-3 PO P I T I C ~ O ~ ~ TtgI m hibn nnr iing ~ u t ~ n c i A n V' UCI 1- lUlU U" Y', L UllllU U" uLUUu,"I.LI', .iU..I".V.. VVL U.... VIIC".."."..
muy considerable». Hoy, siglo y medio después, se sostiene el crite-rio
de que Roque Nublo es la caldera central de Gran Canaria, mien-tras
que la depresión de Tirajana es posiblemente el resultado de un
proceso de desmoronamiento y erosión de la vertiente sur del antiguo
estratovolcán del Roque Nublo.
Buch y Smith recorrieron detenidamente Gran Canaria, posiblemen-te
como ningún visitante lo hubiese hecho antes. En el camino que
va desde Tirajana a las cumbres de la isla Buch observa: «El Paso de
la Plata está formado por una depresión considerable de la Cumbre y
a cada lado de este puerto las montañas se elevan a una gran altura:
el paso está a 3.642 pies sobre el nivel del mar, mientras que la Cum-bre
se encuentra, en este punto, a más 4.000 pies. Hacia el puerto, el
flanco de la montaña, del lado de la Caldera, está recubierto en una
gran extensión por una capa de toba blanca que podría ser una capa
de traquita alterada. Esta roca, que se ve siempre subiendo la monta-ña,
brilla con un gran resplandor, y es probable que el pasaje haya
tomado su nombre de la existencia de esta toba». El naturalista se
refiere al Risco Blanco, un punto de referencia singular en el paisaje
de Tirajana.
En este lugar -prosigue la descripción, aludiendo al centro de la
isla- «la Cumbre se divide en dos ramas: la más meridional que
786 Alfredo Herrera Piqué
envuelve el cráter en una gran longitud y es la menos elevada de las
dos; la otra parte se extiende hacia el oeste y se termina bruscamente
en la parte occidental de la isla ... Entre las dos se encuentra un valle
profundo que enseguida se ensancha descendiendo hacia el sudoeste
y que se pierde en la superficie de la costa meridional de la isla. Este
valle, comprendido entre las dos cadenas y que toma el nombre de
valle de Ayacata, ofrece inmensas rocas abruptas y escarpadas, for-madas
exclusivamente de fragmentos y bloques de traquita. Por enci-ma
de esta masa enorme de conglomerado se encuentra una traquita
sólida que constituye también un punto extremadamente elevado, el
Roque Nublo, que, igual que un inmenso obelisco, se percibe desde
muy lejos en la cadena septentrional y permite reconocer la situación
en donde se encuentra Tejeda».
En su descripción geológica de Gran Canaria, Buch se ocupó,
además, de la joven formación volcánica de la Isleta, de la terraza
sedimentaria de Las Palmas y del conjunto de las comarcas de la isla.
LA PALMA. LA CALDERA DE TABURIENTE
«Desde que las islas Canarias son conocidas, se ha hablado siem-pre
de la gran caldera de La Palma como de una maravilla de la na-turaleza,
y no sin razón, ya que esto es lo que distingue principal-mente
esta isla de todas las demás, y aquello que la hace una de las
más notables e interesantes del Océano». Así comienza la descripción
que hace Buch de La Palma. «Sin embargo pocas personas han visto
la gran Caldera; porque a más de que no se puede acceder a ella sino
con esfuerzo y dificultad, no se la puede percibir de lejos si no es
desde las costas de la isla que raramente se visitan y que están total-mente
alejadas de los puntos de desembarco. Esto es lo que explica
el porqué las descripciones de la isla y el propio mapa de López pro-porcionan
tan pocos datos de esta Caldera...».
Buch se refiere siempre a la caldera de Tirajana.
«La Caldera representa el centro, el gran eje profundo de La Pal-ma
». Buch y Smith accedieron a ella partiendo de Tazacorte y siguien-do
el cauce del barranco de Las Angustias penetraron en el interior
de Tahuriente, «Los flancos de! hanamo con a p i c ~co mo sen'afi !m
paredes de una gran fisura, y permiten percibir fácilmente la secuencia
de las capas basálticas, así como su dirección». Pudieron refrescarse
con el agua de dos riachuelos que confluían en lo mas profundo de
la Caldera. A partir de este punto el cauce del barranco asciende rá-
Aspectos de la exploración cienti@a de las islas Canarias ... 787
pidamente. Ya en el interior de la Caldera, Buch hace esta descrip-ción:
«Todo alrededor se elevan rocas inaccesibles de varios miles de
pies de elevación. Al pie de estas escarpaduras, donde las masas caí-das
desde lo alto han formado, acumulándose, una pendiente más sua-ve,
se encuentran los pinares, y más abajo los bosques de laureles...».
Los helechos cubren la tierra por todas parte y pequeñas colinas se
alternan en la extensión del bosque. «Es un circuito enorme, tal que
en ningún otro volcán se podría encontrar un cráter tan considerable,
y que en ninguna otra isla existe cráter de levantamiento que, con
semejante circunferencia, alcance tal profundidad».
Los naturalistas subieron también a la cumbre de la Caldera, par-tiendo
desde Santa Cruz de la Palma. En su ascensión cruzaron el
monte de laurisilva, hacia los mil metros de altitud y por encima las
arboledas de Myrica faya y, después, de Erica Arborea, hasta alcan-zar,
a una altura superior a los dos mil metros, «los hermosos pinos
de las Canarias». Así llegaron al Pico de los Muchachos <<elp,u nto
más alto de la isla, a una elevación de 7.234 pies sobre el nivel del
mar». «Vista de lo alto, la Caldera presenta un panorama no menos
impresionante que de abajo en su interior. Su asombrosa profundidad,
que nn se puede aharcar en su totalidadj le da el aspecto de un abis-mo
inmenso, de forma que raramente debe presentarse en la superfi-cie
de la Tierra*. (<¿Se podría encontrar nada tan prodigioso?» -se
pregunta Buch, entusiasmado ante la visión de la Caldera de Tabu-riente.
Modernamente, esta caldera se considera como un ejemplo
característico de un cráter de erosión.
En lo que se refiere a La Palma, Buch incluyó en su «Descrip-ción
» un resumen de la relación contemporánea de la erupción de
Fuencaliente, fines de 1677, realizada por el licenciado don Juan Pinto
de Guisla.
LANZAROTE. LAS ERUPCIONES DE TIMANFAYA
Como antes señalamos, la escala del «Albion» en Lanzarote per-mitió
a Buch y Smith contar con diez días para recorrer esta isla: las
comarcas de Teguise, Haria y del norte, por una parte, y la zona de
Timanfaya, en la que habían tenido lugar las grandes erupciones
de los años 1730 a 1736.
Buch tuvo oportunidad de incluir en su obra la relación manus-crita
de aquel acontecimiento, realizada por don Andrés Lorenzo
Curbelo, cura de Yaiza, pequeña localidad próxima a la región de los
788 Alfredo Herrera Piqué
fenómenos volcánicos. «El 1 de septiembre de 1730, dice don Loren-zo
Curbelo, entre las 9 y 10 horas de la noche, la tierra se entreabrió
de repente cerca de Chimanfaya, a dos leguas de Yaiza. Desde la pri-mera
noche, una enorme montaña se había elevado desde el seno de
la tierra, y de su cumbre se escapaban llamas que continuaron ardiendo
durante diecinueve días. Pocos dias después, un nuevo abismo se for-mó
probablemente al pie de los conos de erupción que acababan de
producirse, y un torrente de lava se precipitó sobre Chimanfaya, so-bre
Rodeo y sobre una parte de Mancha Blanca». Así comienza el
relato del cura de Yaiza, que es una relación cronológica de las tre-menda
hecatombes que sacudieron Lanzarote hasta el mes de abril de
1736. El diario manuscrito sólo alcanzó hasta diciembre de 1731,
cuando la población lanzaroteña, tras soportar las erupciones durante
más de quince meses, pasó a la isla de Gran Canaria: a finales de
zye! mes, despér. de un gran temblor de tierra y de nuevos cata-clismos
volcánicos, «los habitantes comenzaron entonces a desespe-rar
de ver jamás cesar estos pavorosos desastres y abandonaron la isla
con su cura, para refugiarse en la Gran Canaria. La acción volcánica
no cesó de desempeñarse de la misma manera durante cinco años
consecutivos y no se vio el final de estas erupciones hasta el 16 de
abril de 1736».
La información recogida por Buch sobre los fenómenos volcáni-cos
de Timanfaya significó una singular aportación a la bibliografía
científica de la época, al tratarse de una descripción de primera mano
acerca de una prolongada serie de erupciones ocurridas en fechas por
entonces todavía recientes. Por lo demás, Buch hizo otras anotacio-nes
sobre varios aspectos de la isla, especialmente sobre el volcán de
La Corona.
ESCALA DE «LA MEDUSE»
En 1816 hizo escala en el puerto de Santa Cruz de Tenerife ia
célebre fragata «La Meduse», junto a otras dos naves, que formaban
una expedición militar enviada por Francia a San Luis del Senegal.
El objeto de la estancia fue el de avituallarse de vinos, frutas y
destiladeras para purificar el agua. En una relación del viaje escrita
por varios de los supervivientes del famoso naufragio, se describe
Santa Cruz como una bonita ciudad en la que «se ven, sobre todo,
esbeltas torres y campanarios que recuerdan la arquitectura árabe».
En este puerto encontraron a seis compatriotas, seis antiguos prisio-
Aspectos de la exploración cientíjica de las islas Canarias ... 789
neros franceses, capturados por las fuerzas españolas en la batalla de
Bailén, los cuales, en libertad desde hacía varios años, permanecían
en Santa Cruz porque ningún marino francés quería llevarlos a bor-do.
Estos franceses sobrevivían merced a la piedad de la gente. Tam-poco
en esta ocasión los oficiales de la expedición francesa quisieron
hacerse cargo de ellos y, posiblemente, su negativa les salvó la vida.
Como en tantos otros relatos de navegación, en esta relación se
alude también a la prostitución en el puerto de Santa Cruz: «Ense-guida
que se supo que habían llegado franceses, algunas mujeres se
pusieron en sus puertas, invitando a los viajeros a entrar con ellos,
en lo cual ponían toda su voluptuosidad».
Por otro lado, se ofrece una breve descripción de Tenerife y del
Pico, sin nieve y sin huellas de erupción. Se compara Tenerife, a la
que se califica de volcánica y, erróneamente, de árida -por genera-lizar
la impresión que recibían de su estancia en Santa Cruz, en la
parte seca de la isla-. Así los autores de la relación afirman que
Tenerife no tiene punto de comparación con Madeira desde el punto
agrícola, a pesar de que <<lose spañoles de aquí son menos indolentes
de lo que se dice y cultivan todo lo que se puede en esta isla tan
v~l&ira». Apreciacibn totalmente inexacta; porque Tenerife es isla
de extensa y exuberante vegetación y con una agricultura mucho más
importante y productiva. Pero, como a otros viajeros y navegantes, la
escala en Santa Cruz ofrecía una percepción de Tenerife bastante di-ferente
de lo que es el conjunto de la isla.