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LA GUERRA DEL 95 DESDE UNA
PERSPECTIVA SOCIAL
Yolanda Díaz Martínez
El 24 de febrero de 1985 se desencadenaba en Cuba la última guerra por la
independencia nacional. Enormes contingentes de hombres fueron enviados por España a
la Isla con el propósito de defender a costo de “hasta el último hombre y hasta la última
peseta”, lo poco que quedaba de su antaño vasto mundo colonial.
Pretender enmarcar a cubanos y españoles dentro de un mismo bloque llevaría a
asumir posiciones generalizadoras, pues, aun cuando la mayoría de cada uno de los miem-bros
de las fuerzas contendientes puedan ser clasificados en dos posiciones: independentistas
y colonialistas, las causas que conllevaron a su incorporación al conflicto difieren en algu-nos
momentos. Además, el posterior desarrollo de los acontecimientos también incidió en
las respectivas actitudes.
Un primer elemento a considerar resulta la composición y procedencia de los
hombres que componían uno y otro ejército. Para el caso español, la vía principal de
reclutamiento a la que se recurrió fue un sistema de sorteo conocido como “quintas”,
razón por la cual estas fuerzas eran conocidas también con el nombre de “quintos”.
El Artículo 3º de la Constitución española señalaba la obligatoriedad de todo
ciudadano a defender con las armas a su país, cuando fuese llamado, atendiendo a la Ley
de Reclutamiento y Reemplazos del Ejército. El status de provincia ultramarina de Cuba
determinó que una vez iniciado el conflicto, se estipulase la salida desde puertos
españoles, con carácter regular, de distintos batallones con destino a la Isla.
Alrededor de este sistema de alistamiento se suscitaron en la época fuertes polé-micas,
pues la mencionada Ley eximía al recluta de cumplir los servicios abonando 1.500
pesetas, si era destinado a permanecer en España, ó 2.000 pesetas si era destacado a
Ultramar.
Con la redención salieron beneficiados los jóvenes de recursos que podían efec-tuar
el pago, mientras que la mayoría, fundamentalmente campesina, no podía realizarlo.
De esta forma algunas familias no tan adineradas, perdieron inútilmente una parte de sus
mejores tierras e incluso yuntas de bueyes o una buena cosecha. La diferenciación que
establecía este beneficio motivó múltiples quejas y protestas, solicitando que el servicio
militar fuera obligatorio para todos, o que los pagos fueran proporcionalmente adecuados
en relación con el ingreso de cada una de las familias y no con una fija como estaba
establecido.
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Al no acordarse nada al respecto, los imposibilitados de pagar por falta de recur-sos,
no tuvieron más alternativa que buscar otras vías para evadir el reclutamiento, entre
ellos sustantivar sus nombres masculinos en femeninos, así José era reinscrito como Jose-fa,
Antonio como Antonia, etc, o apelar al traslado de residencia. El primero exigía bastan-te
dinero, y el segundo tampoco era muy viable pues el constante reclamo de hombres
desde Cuba, provocaba que si en una región podían evadir el reclutamiento, en otra no lo
consiguieran.
Sin embargo, el contingente militar que combatió en Cuba durante la guerra de
1895 no puede ser reducido solamente a los reclutas. También se nutrió de un buen núme-ro
de voluntarios cuyo ingreso se realizaba por dos vías: los que una vez concluido el
tiempo de alistamiento pedían el reenganche, y aquellos que se ofrecían espontáneamente
para engrosar las filas de los que iban a Ultramar.
En mayo de 1895 por órdenes del general Marcelo Azcárraga, se dispuso el en-ganche
y reenganche de aquellos que no excediesen de 40 años y estuviesen aptos física-mente.
Un mes después, para estimular el ingreso de voluntarios, el Ministerio de la Gue-rra
emitió una circular autorizando a todos los jefes de unidades de las armas de Infantería,
Caballería y Artillería, así como a los de Ingeniería, Administración y Sanidad Militar, a
cursar las solicitudes de los sargentos que pidieran reenganche, a cambio de lo cual se les
concedería el grado de segundos tenientes, encomendando al Jefe de Ejército en Cuba
para que los cabos y sargentos que estuvieran en esta categoría disfrutasen de todos los
premios y ventajas correspondientes al grado.
Como parte de la misma aceptaron incorporarse numerosos prófugos de la justi-cia
a cambio del indulto. De estos últimos, en junio del propio año de 1895 se dispuso no
eximir, siquiera, a quienes no tuviesen la talla exigida en la Ley de Reclutamiento y
Reemplazo.
Esta heterogeneidad dentro de la Recluta Voluntaria, nos obliga a distinguir la
existencia de dos grupos muy distintos. Por una parte estaba el voluntario que educado en
un ambiente de españolismo integral, consideraban como una obligación enrolarse en las
tropas que marchaban a Cuba, movido, en ocasiones, por un fanatismo incontrolable.
En su mayoría eran parientes o afines de militares y politicastros profesionales,
esta situación nos lleva a pensar que este grupo no fue muy numeroso y que en la medida
que avanzó la guerra, debieron ser cada vez menores las cifras de aquellos que por
voluntad propia y con posibilidades de redimirse, prácticamente se autoreclutaban para
enfrentar un destino incierto y peligroso de por sí.
El otro grupo puede ser calificado de aventureros, como bien propone José
Conangla Fontanilles.1 Exceptuando algunos casos, en los que quizás predominó cierto
romanticismo, en la generalidad primó el afán desmedido de satisfacer aspiraciones de
toda especie, sin escrúpulos ni reparo de ninguna índole.
Algunos de estos habían cumplido cadenas, más o menos largas, por robos, pen-dencias,
escándalos, etc. y otros, que valiéndose de estafas y toda suerte de recursos habi-lidosos
o audaces, en ocasiones, lograban vivir a costa del prójimo y al margen de la ley.
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De todo lo anterior puede deducirse que el grueso de las fuerzas españolas estuvo
compuesta por obreros y campesinos con visibles dificultades para asimilar la instrucción
militar, lo que se acentuaba al desembarcar en el suelo cubano, y tener que enfrentarse,
casi desde el mismo momento de su llegada, a fuerzas cubanas, en quienes la práctica de la
guerra había desarrollado ciertas habilidades militares.
Quizás entre aquella gran masa de jóvenes hubiese algunos que mostraron cierta
animosidad por la nueva misión, si ello aconteció, se debió en gran medida a la propagan-da
engañosa difundida en discursos patrioteros en los embarques militares hacia Cuba, las
falsas promesas, halagos insinceros y repartos de banderitas, medallas, cigarros y escaso
dinero; entusiasmo que si realmente existió, se apagó una vez que los barcos se alejaban
de los puertos peninsulares.
Un testimonio revelador de las características que revistieron esos embarques,
con la intención de estimular la salida de los soldados lo ofrece el propio Conanglas
Fontanilles en sus Memorias…, a las que pertenecen los siguientes fragmentos de un
poema:
Tengo el cuadro inolvidable
siempre vivo en mi cerebro.
En tropel las muchedumbres,
circundaban todo el puerto.
Despedidas sollozantes
abrazos y dulces besos,
palabras entrecortadas
gritos, ayes y lamentos,
desmayos crisis nerviosas,
promesas y juramentos,
manos trémulas en busca
de otras manos en sustento.
Rebaños de hombres sin tino,
y por contraste siniestro.
Marcha de Cádiz sangrienta,
discursos de engaño huero,
casacas condecoradas
que nunca salieron
pitazos del buque astroso
que humeaba ya en el puerto
y el crujir de las cadenas
entre adioses sin consuelo…
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Asimismo, formaron parte del continente enviado a combatir el levantamiento en
la Isla, aquellos individuos pertenecientes a los cuerpos castrenses que extinguían conde-nas
en presidios como Ceuta, Melilla y otros menores en África. Según el decreto de 22 de
agosto de 1895, se le concedía indulto a los condenados por tribunales militares a cambio
de la solicitud de pase al Ejército de Operaciones en Cuba. Los comprendidos en esta
categoría formarían parte de las compañías de disciplinados, que posteriormente eran agre-gadas
al Ejército.
Si estos presos, o corrigendos como también se les denominaba, observaban una
buena conducta durante su actuación en Cuba, recibían el indulto total, pero en caso con-trario
eran destinados nuevamente a los centros penitenciarios. Quedaban exceptuados de
esta posibilidad los condenados a cadena perpetua.
Evidentemente existió una gran heterogeneidad en la composición de las fuerzas
que marcharon a cumplir servicio en la Isla durante el tiempo que duró la guerra, situación
que reiteradamente han sido pasada por alto y que, sin embargo, constituye un aspecto que
en forma alguna debe ser descuidado. Su análisis permite afirmar, entonces, que en el
grueso de esta fuerza no siempre se advirtió un malsano sentimiento de aversión hacia el
soldado cubano que luchaba por la independencia.
Cuando lo enfrentaba, lo hacia porque veía el mambí al culpable de su alejamien-to
de la tierra natal y de todas las desdichas en general, o quizás, por un puro autonomismo
disciplinario e incluso, en ocasiones, por instintivo impulso de defensa propia e
individualísima.
Si bien al inicio se advirtió una “especial disposición” en marchar a Cuba, en la
medida que fue avanzando la campaña, los síntomas de resistencia al embarque fueron
cada vez más evidentes. Las masivas despedidas de soldados, con himnos, regalos y ale-gres
rostros, se trocaron progresivamente en disgustos, tristeza e incertidumbre.
Unido a lo anterior, la necesidad cada vez más creciente de efectivos, trajo apare-jado
la inescrupulosidad en la selección y aprobación de estos voluntarios, algunos de los
cuales, con frecuencia, eran personas mayores que desconocían las exigencias de la gue-rra,
e incluso carecían de las aptitudes físicas necesarias.
Al respecto Manuel Corral, quién formó parte del Ejército Español durante la
campaña del 95, relataba en sus memorias:
Pero no era solamente gente valentudinaria la que enviaban a Cuba, iban tam-bién
inútiles cuya imposibilidad física era tan visible que no hacía falta ser médi-co
para conocerla: he visto herniados, cojos, mancos, asmáticos, tísicos y hasta
ciegos… Tan creciente fue el número de inútiles procedentes de la recluta volun-taria
ingresada en los hospitales, que el director del (hospital) de La Habana lo
puso en conocimiento del General Jefe, quién ordenó en lo sucesivo que los vo-luntarios
que llegasen a la Isla sufrieran un determinado reconocimiento faculta-tivo,
el cual dio origen a que a finales del año 96, se formase proceso a algunos
jefes, oficiales y médicos de los banderines de reenganche.2
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Tan heterogénea tropa fue la que utilizó España durante su última campaña mili-tar
en Cuba.
El estudio de la parte cubana no resulta tan compleja, en tanto puede advertirse,
salvo casos aislados, una incorporación masiva a la lucha independentista.
Para nadie resulta desconocido que con la firma del Pacto del Zanjón, en 1878, y
poco tiempo después con el fracaso de la denominada Guerra Chiquita, los cubanos vieron
como las posibilidades de alcanzar la independencia se desvanecían.
Vendría después un período largo, pero, de cierta forma, fecundo que permitía ir
uniendo voluntades y creando las condiciones necesarias para una próxima oportunidad
que lograría, finalmente, proporcionar a los cubanos la tan ansiada independencia.
Es así que el 24 de febrero nuevamente se lanzaban armas contra el dominio
español en la Isla. El proceso no fue homogéneo en toda la Isla, localizándose inicialmen-te
en el extremo oriental, sitio donde el arraigo de la anterior contienda y la presencia de
jefes de la talla de Máximo Gómez, Antonio Maceo y su hermano José, Bartolomé Masó
y muchos otros más, imprimieron rapidez al desarrollo de los acontecimientos.
Poco a poco irían incorporándose las distintas regiones del país, hasta que en
1896, con la llegada de la Invasión a Pinar del Río, provincia más occidental de Cuba, se
completaba el estado de guerra a lo largo de toda la Isla.
A diferencia de lo acontecido durante la Guerra de los Diez Años, donde una de
las primeras medidas tomadas por Carlos Manuel de Céspedes era conceder la libertad a
los esclavos que se sumaran al proceso, durante 1895 la incorporación de la raza negra fue
totalmente voluntaria, pues no hay que olvidar que ya desde la década de los 80 se había
abolido el régimen esclavista. De todas formas, un vistazo a las hojas de servicios e innu-merables
testimonios participantes en el conflicto en cuestión, nos permitirá percatarnos
de una elevada cifra de negros dentro de las filas del Ejército Liberador.
También desempeñaron un rol significativo dentro de la composición de las fuer-zas
cubanas, dedicada fundamentalmente a las actividades agrícolas, generalmente de sub-sistencia
o de comercio en muy pequeña escala, igualmente con la intención de emplear lo
producido, precisamente, en aquello que necesitaba para cubrir sus necesidades. Personas
que en las ciudades desarrollaban múltiples oficios, cuyo pago en ocasiones solo alcanza-ba
para mal vivir, también estuvieron representados en las filas insurrectas.
Tampoco puede ser ignorada la colaboración y con frecuencia participación, de
sectores medios de la burguesía que también dieron su aporte a la guerra, brindando sus
servicios, no sólo como oficiales sino también como profesionales, sobre todo médicos y
sanitarios, personal altamente demandado durante el desarrollo de la campaña.
El móvil que llevó a la incorporación de la citada variedad de los cubanos a
sumarse a la lucha indudablemente fue una: la independencia, aunque indudablemente
hubo otras razones que igualmente contribuyeron a tal decisión.
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Sin la intención de conceder un orden de prioridad, pueden señalarse entre ellas,
las limitaciones que el régimen colonial español había impuesto a los cubanos en cuanto a
libertades: de expresión, de reunión, etc., además, que desde el punto de vista económico
la política española imponía serias restricciones para el desarrollo, limitando las posibili-dades
de producción y con un mercado proteccionista perjudicial a los productos cubanos,
razón por la cual se había ido experimentando, cada vez más, un viraje hacia el mercado
norteamericano, con mayores perspectivas, al menos en esos momentos, para los produc-tores
y comerciantes cubanos.
Entre otro orden de cosas, en la medida que avanzó la guerra se apreció una
ascendente incorporación, motivada entre otras razones, por la continua persecución de
las autoridades españolas a todo cubano que pudiera ser portador de cualquier germen
independentista, proceso que alcanzó su mayor expresión con la política de reconcentración
llevada a cabo por Valeriano Weyler, y que obligó a muchos cubanos a definir su situación,
pues no siempre era posible colaborar con los cubanos desde las poblaciones o sitios ale-daños
sin correr el peligro de ser apresados.
A lo anterior hay que sumar el hecho de que la propia política destructora de los
cubanos, arrasando campos y sembrados a la par de las fuerzas españolas, ocasionaba un
progresivo deterioro en la situación de los habitantes del campo, dejando a muchos de
ellos en una difícil situación, razón por la cual optaban por unirse a las fuerzas cubanas, ya
fuera ofreciendo sus servicios directamente sobre las armas o sencillamente en la reta-guardia,
fundamentalmente en las prefecturas.3 En las que se acogían no sólo las personas
que según lo estipulado por las ordenanzas militares estaban incapacitados para la guerra,4
sino hombres mayores, preferentemente que conocieran algún oficio; mujeres, niños, etc.
Evidentemente pueden apreciarse ostensibles diferencias entre una fuerza y la
otra no sólo en su composición sino en los móviles que condujeron a la incorporación y
posterior actuación de una y otra fuerza durante la contienda.
En cuanto a este último aspecto, resulta imprescindible señalar algunas caracte-rísticas
de la forma de vida implementada por una y otra fuerza para garantizar su subsis-tencia,
aspecto frecuentemente ignorado pero, de significativa importancia para el ade-cuado
desempeño de la tropa durante las acciones.
Un primer punto lo constituyó cómo garantizar los abastecimientos del Ejército
Español, para ello se estableció en Cuba un cuerpo de Administración Militar, que a través
de la Intendencia Militar, debía garantizar los recursos al soldado, para lo cual fueron
instaladas a lo largo de toda la Isla las factorías, enclaves que por sus características y
objetivos se convirtieron en una especie de almacén o depósito.
Esto permite comprender la gran variedad de productos que eran destinados a
ellas, así como su localización en lugares cercanos a plazas militares y de fácil acceso para
el soldado en marcha.
Visto desde esta óptica el sistema de abastecimiento español, podría pensarse en
absoluta efectividad, pero una lectura más profunda y acuciosa de las fuentes que recogen
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información al respecto, nos mostrará una realidad muy distinta de lo estipulado en las
leyes, lo cual atentó contra el soldado, dificultando su mantenimiento a lo largo del
conflicto.
El origen del problema radicaba en la propia factoría, alrededor de la cual se
estableció una verdadera red de negocios, que permitían a los factores sacar pingües ga-nancias
a costa de las necesidades del combatiente. Esta situación llegó a alcanzar tales
niveles que las autoridades superiores se vieron obligadas a tomar severas medidas, enca-minadas
a eliminar, si no absolutamente al menos atenuar, todos los problemas que alrede-dor
de ellas se generaban.
Por tal razón se hicieron sucesivas inspecciones a las factorías, con el fin de
determinar el estado real de los productos que en ellas se almacenaban, así como la
adopción de modificaciones administrativas que permitieran garantizar, en la medida de
lo posible, su mejor funcionamiento.
Independientemente de las circunstancias que diferencian al estado de los
soldados destacados en propiedades, poblaciones, fortificaciones, etc., y el que estaba de
operaciones, es aplicable a todos ellos una situación de carencias que se agudizó en la
medida que la guerra se extendía por todo el país.
Por una parte no siempre existían las condiciones propicias para hacer llegar las
mercancías desde los puertos hasta los lugares destinados para su depósito, así como entre
los distintos poblados y ciudades, lo cual lógicamente atentaba contra el buen funciona-miento.
De igual forma tampoco era posible encontrar en ellas todo lo que normalmente
estaba previsto, pues España no estaba en condiciones de seguir manteniendo desde la
Península a un Ejército que superaba los más de 250.000 efectivos.
Pero no solo en estos elementos radicó la dificultad del soldado español para
subsistir. El hecho de que se desconociera en toda su amplitud las características del terri-torio
cubano y por tanto la riqueza de su flora y fauna, incidió en la imposibilidad de poder
emplear en toda su magnitud la gran variedad de posibilidades que estas brindaban para
contribuir a complementar el nutriente calórico.
Tal situación conllevó, a su vez, a que los miembros del Ejército Español
trataran de mantener durante todo el tiempo de la contienda los hábitos alimentarios de la
Península.
A ello debe añadirse el hecho de que mientras el soldado y sus oficiales inmedia-tos
operaban en los campos de Cuba, los altos oficiales –jefes de Brigada, Regimiento,
División-; estaban radicados en las ciudades e incluso en la capital donde les llegaba por
telegrama la situación de los soldados. De ahí que tampoco tuvieran una gran preocupa-ción
por el verdadero estado de éstos.
Esta dificultad se agudizaba en la medida que los combatientes peninsulares, se
encontraban limitados para poder adquirir los recursos necesarios para su subsistencia
directamente de los mercados y comerciantes locales, dado los continuos retrasos en las
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pagas que en algunos lugares de la isla llegaron a alcanzar hasta 11 meses. Aun cuando
existía la expedita orientación de que la fuerza recibiera su paga correspondiente, en la
realidad pocas veces acontecía de esa forma.
Tampoco puede decidirse que la situación sanitaria fue de las mejores. Si bien es
cierto que anticipadamente a iniciarse el conflicto, el alto mando militar en la Isla había
establecido un sistema de atención a la tropa, muy pronto el desarrollo de la guerra
demostró la imposibilidad de dar total satisfacción a las necesidades que su ejército
experimentaba.
Las cifras de mortalidad alcanzadas por los soldados españoles, indudablemente
superaron los cálculos realizados. En esta circunstancia incidieron múltiples factores. Los
más relevantes, indudablemente, fueron los referidos a la táctica y estrategia desplegada
por las fuerzas insurrectas cubanas, así como lo adverso del clima imperante en el país,
factible para la proliferación de múltiples enfermedades y epidemias.
A esto se unía una deficiente alimentación y un vestuario inadecuado, así como la
falta de descanso de la tropa, que de haberse cumplido habría permitido su reposición de
las constantes marchas y contramarchas. Tampoco puede ignorarse que no siempre se
cumplió con lo que establecía el Cuerpo de Sanidad Militar, así por ejemplo, no siempre la
tropa llevaba en sus operaciones ni el personal médico ni los materiales para el auxilio,
según se había establecido, solo en raras ocasiones portaban los filtros orientados para
proceder a la purificación del agua. Todo ello contribuyó a una cifra de muertes muy
superior a los 50.000 soldados.
Si bien el alto mando militar español en la Isla, e incluso en la Península, siempre
mostró una clara intención de subestimar la capacidad combativa de los cubanos y hacer
caso omiso a su desempeño durante la última guerra independentista, lo cual puede haber
motivado alguna alteración en las cifras de causas de muerte de las fuerzas españolas,
resulta incuestionable que las muertes ocasionadas por enfermedades como la fiebre ama-rilla,
el paludismo, la disentería y otras no tan graves como los estados gripales o diarreicos,
pero que por su mala atención podían convertirse en letales, dejaron huella en el Ejército
Español que combatió en la Guerra de 1895 a 1898. Esto, obviamente, no implica que las
cifras de muertes por acciones de guerra no hayan sido significativas.
Por otra parte la disponibilidad de camas no siempre cubrió las necesidades. En
la medida que la guerra se extendió por toda la Isla y se apreció la imposibilidad de su
pronta culminación, España dispuso la apertura de nuevos lugares para dar atención a la
tropa. Sin embargo, el cuidado no siempre era el mejor pues en unos se aglomeraba un
número excesivo de camas, lo que ocasionaba dificultades en la atención, en otros se
disponía de las condiciones mínimas, y en los terceros faltaban los medicamentos
requeridos.
De las dificultades afrontadas es muestra elocuente la apreciación del General
Luis M. De Pando en un informe de noviembre de 1897, remitido por él a Miguel Corres,
Ministro de la Guerra, donde planteaba que los individuos disponibles para la guerra
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estaban agotados de fatiga y mal alimentados, lo cual hacía que Blanco, más que un ejér-cito
para combatir, tuviera un ejército de hambrientos y convalecientes.
Una evaluación de conjunto de los elementos analizados permite advertir una
situación extremadamente compleja para el Ejército Español, lo cual sin duda alguna inci-dió
en su desempeño combativo, razón por la cual España se vio en la necesidad de adop-tar
disímiles medidas para levantar el ánimo de la tropa y garantizar la permanencia de sus
hombres en Cuba.
Resaltan dentro de ellas, dar satisfacción a la tropa en su reclamo de realizar
misas de campaña, cuando las fuerzas salían de operaciones por largo período de tiempo.
En estas misas, se daban votos por el buen desempeño, la seguridad del triunfo y un regre-so
victorioso entre vítores, así como el consuelo para aquél que no regresara pues había
dado la vida en defensa del honor de su país.
También se orientaba que los jefes de las distintas armas permitieran a su fuerza
la celebración de los santos patrones de sus respectivas armas: Caballería - Santiago Após-tol,
Artillería - Santa Bárbara e Infantería - Inmaculada Concepción.
También se hicieron esfuerzos en la península a fin de conseguir por subastas
públicas donaciones que posibilitaran entregarle al soldado un aguinaldo en reconoci-miento
a sus servicios.5 Empeño que parece ser no se llegó a concretar.
El Ejército Libertador tampoco estuvo ajeno a las dificultades que constituía ga-rantizar
su subsistencia durante la Guerra de 1895, por lo que debió adoptar diversas vías.
El establecimiento de las prefecturas a lo largo de toda la Isla, en dependencia de
las características regionales fue una de ellas. Ésta tenía entre sus objetivos principales
garantizar los abastecimientos del ejército cubano.
Es indudable que éstas hicieron un aporte significativo para cubrir las necesida-des
de los insurrectos. Pero la práctica demostró que no siempre se obtuvieron los resulta-dos
esperados, pues éstas afrontaron algunas dificultades que impidieron un desempeño
mucho mayor y más efectivo.
De hecho su efectividad no fue la misma que en Occidente. En la primera región
la topografía hacía que en su establecimiento y producciones fueran mejores que en el otro
extremo del país. Enrique Collazo, obviamente de forma exagerada pero con cierta dosis
de razón, planteaba que éstas fueron un patrimonio de Oriente y Camagüey, sitios en los
que, según él, tuvieron su máxima expresión.
Otro elemento a tener en cuenta son los distintos momentos de intensidad por los
que atravesó el conflicto, que de hecho condicionaron situaciones distintas, así por ejem-plo
durante la etapa de la reconcentración, en ocasiones no existían en ellas recursos sufi-cientes
ni para satisfacer las necesidades de sus pobladores.
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Por otra parte, el hecho de responder la prefectura a una estructura civil y tener
funciones militares, suponía una subordinación de las necesidades militares a los funcio-narios
civiles. Sin embargo, esto planteó una contradicción que no se resolvió a lo largo de
la guerra.
Un último punto que no debe pasar inadvertido es el hecho de que las guerras
desatan un cúmulo de necesidades, que generalmente vienen asociadas a una serie de
actos censurables como el robo, el comercio ilícito, y la corrupción de algunos funciona-rios,
hechos de los cuales no estuvo exenta la prefectura y que fueron sancionados con
rigor y justicia, siempre que las circunstancias permitieron establecer el culpable.
En cuanto a la ayuda suministrada por el Departamento de Expediciones hay que
admitir ante todo, que el propio hecho de radicar éste en territorio norteamericano condi-cionaba
una situación en extremo compleja, pues la persecución desatada contra toda aquella
persona que mostrara solidaridad con la causa cubana, provocaba que la ayuda no resulta-ra
en la proporción esperada.
A ello se añadía que los mecanismos de distribución establecidos para hacer lle-gar
a las tropas lo que esas expediciones traían, también contribuyeron a limitar el verda-dero
alcance de los recursos transportados por ellas, así como que tampoco se lograba una
distribución equitativa.
Esta distribución conllevó a que el mambí tuviera que acudir a complementar su
alimentación, y abastecimientos en general, por otras vías, en las cuales, sin duda alguna,
desempeñó un gran peso su conocimiento del terreno.
En sentido general se implementaron dos variantes fundamentales. Una, la que
llegaba por conducto de los cubanos simpatizantes de la causa y que en función de ella
pusieron los escasos recursos con que contaban.
La otra era la que llegaba por conducto de los españoles, arrebatándoles por la
fuerza todo lo que pudiera ser de utilidad a los mambises, esta vía se hacia efectiva a través
de los asaltos a convoyes, sitio y toma de poblaciones, o las incursiones en las zonas de
cultivo.
Esto, sin embargo, no invalida el acercamiento de algunos comerciantes a los
cubanos para contribuir en lo posible a su subsistencia, lo cual casi siempre estaba ampa-rado
en algún interés, ya fuera de protección o de facilidades para establecer ese comercio.
Referente a la situación sanitaria, ésta también fue en extremo compleja. El vivir
en Cuba propiciaba que los soldados insurrectos estuviesen mejor adaptados al clima
imperante y por tanto desarrollasen una mayor adaptación orgánica, lo cual, sin embargo,
no los excluía de contraer enfermedades similares a las que atacaron al soldado español,
con la diferencia de que en su caso la morbosidad fue menor.
La carencia de suficientes fuentes imposibilita determinar la cifra de mortalidad
y mucho menos deslindarlas por las causas. No obstante consideramos la posibilidad de
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una cifra más o menos similar entre las acaecidas por acciones de guerra, considerando la
efectividad del Mauser, y las ocurridas por enfermedades , tomando en cuenta para estas
últimas muestras parciales de cifras en cuanto a hospitalizados y fallecidos en algunos
hospitales de la Isla durante distintas etapas del conflicto.
Aunque en el propio año 1895 se estructuró un Cuerpo encargado específicamente
de prestar servicios médicos, el propio desarrollo de la guerra demostró la imposibilidad
de dar total cumplimiento a las funciones a él asignado.
A lo largo de toda la Isla, e igualmente en dependencia de la topografía y caracte-rísticas
de cada región, fueron construidos hospitales que podían ser fijos y móviles. Los
primeros con condiciones superiores: construcción más sólida, mejores condiciones para
la atención de los convalecientes, y la posibilidad de realizar, incluso cirugías muy com-plejas
en dependencia del material disponible a tal efecto.
En el caso de los segundos, los móviles, si bien eran mucho más modestos, des-empeñaron
un papel muy relevante, en tanto era posible su construcción sin grandes recur-sos
y en cualquier lugar donde hubiese alguna protección del asedio de las fuerzas españo-las.
En éstos, por lo regular, no se realizaban complejas cirugías, sino que se trataba a los
enfermos y heridos menos graves.
Esta atención se complementaba con los servicios que brindaban los pacíficos,
quienes a riesgo de perder la vida en caso de ser descubiertos, alojaban en sus casas a los
insurrectos necesitados de atención.
No obstante todas estas posibilidades, las capacidades de camas, si así podía
llamarse en algunas ocasiones, no eran suficientes. A ello se unía otro factor más grave
aún: la insuficiente disponibilidad de medicamentos.
Resulta obvio que para un ejército como el cubano, regular según su organiza-ción,
pero con un carácter irregular según su actividad y desempeño, resultaba del todo
imposible tener a su alcance todas las medicinas que requería, pues aunque combatían en
su país de origen, los recursos que recibía llegaban a ellos después de muchos esfuerzos y
riesgos.
Tal situación condicionó la necesidad de acudir a diferentes variantes para lograr
acceder a los medicamentos y material sanitario en general. Ya se ha mencionado con
anterioridad la colaboración brindada por los pacíficos en el albergue de los convalecien-tes,
también fueron ellos proveedores de medicinas que adquirían en los poblados ya fue-ran
compradas con dinero mambí o gracias a la colaboración de otros simpatizantes con la
causa cubana.
Otras llegaron por la vía del Departamento de Expediciones, igualmente insufi-cientes
con respecto a las necesidades, también fue explotada la ayuda que desde el campo
enemigo se recibió. Pero indudablemente fue la ingeniosidad, habilidad y conocimiento
mambí lo que permitió suplantar con los recursos naturales del país la carencia de medica-mentos.
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De esa forma hierbas, arbustos y árboles facilitaron la elaboración de tisanas,
pócima, píldoras y otras variedades, que en muchos momentos fueron el auxilio tan espe-rado
para salvar una vida. En este empeño desempeñaron un relevante rol los laboratorios
farmacéuticos creados en varios puntos de la Isla.
Los elementos expuestos nos permiten concluir que ambas fuerzas tuvieron una
situación en extremo compleja para lograr su supervivencia durante la Guerra del 95, sin
embargo, la parte cubana, representada en el Ejército Libertador contó con un móvil capaz
de superar cualquier adversidad por difícil que ésta fuera, lo cual es aseverado por la
siguiente afirmación de José Isabel Herrera, Mangoché, combatiente del cubano que pe-leó
durante toda la guerra en la región habanera:
Yo en la guerra estaba muy contento, allí empecé a conocer a muchos que no
pudieron ver libre a su patria y duermen muy tranquilamente y sin remordimien-to,
porque ellos murieron a tiempo para no sufrir lo que sufrimos nosotros los que
no caímos, sobreviviendo de la campaña más recia que haya sufrido pueblo algu-no
sobre la tierra. No por lo que se haya debido a la falta de todo lo necesario para
sostenernos, menos el valor y la fe que llevábamos como divisa.6
FUENTES
Relación documental
- Archivo Nacional de Cuba.
Fondo Academia de la Historia.
Fondo Asuntos Políticos.
Fondo Donativos y Remisiones.
Fondo Guerra de 1895.
Fondo Máximo Gómez.
- Archivo de Palacio Real de Madrid.
Fondo Cuba. Sección Mayordomía Mayor.
- Servicio Histórico Militar de Madrid.
Fondo Cuba.
Relación bibliográfica
Burguette, Ricardo: La Guerra de Cuba. Diario de un testigo. Imprenta Maucci, Barcelona. 1902.
Cruz, Agustín: Memorias de un médico mambí. Editorial Lex, La Habana, 1948.
Collazo, Enrique: La guerra en Cuba. Casa Editorial Librería Cervantes, La Habana. 1926.
Díaz Benso, Antonio: Pequeñeces de la Guerra de Cuba por un español. Imprenta de los hijos de M.G.
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Herrera, José Isabel: Impresiones de la Guerra de Cuba. (SE), La Habana. 1948.
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Periódico El Imparcial. 1895-1898. Madrid.
Periódico La Época. 1895-1898. Madrid.
Periódico La Lucha. 1895-1898. Cuba.
Revista de Sanidad Militar. 1895-1898. Madrid.
NOTAS
1 José Conanglas Fontanilles, arribó a Cuba como quinto en el año 1895 y gracias a su condición de Bachi-ller
en Letras y Ciencias, así como la ayuda de algunas personas conocidas perteneció al personal de
oficinas durante la Guerra. Primero actuó en Sancti y después en la Habana. Gracias a todas estas facili-dades
escribió sus Memorias de mi juventud en Cuba durante la Guerra Separatista. 1895-1898, dona-das
al Archivo Nacional de Cuba, ubicadas en el Fondo Donativos y Remisiones, Leg.360, Nº 3.
2 Corral Manuel: ¡El desastre!. Memorias de un voluntario en la Campaña de Cuba. Tip. Moderna, Barce-lona,
189, p. 75.
3 La prefectura respondía a una estructura civil, y ubicada en sitios inaccesible para las fuerzas españolas,
en dependencia de la topografía de cada región, contribuía al sostén del soldado cubano. Para más infor-mación
ver Izquierdo Canosa, Raúl: La logística mambisa. Editado por el Centro de Información para la
Defensa, La Habana. 1992.
4 Según las ordenanzas militares estaban excentos del servicio de las armas aquellas personas que tuviesen
alguna dificultad física o que constituyeran el único sostén de su familia, así consta reiteradamente en
Joaquín Llaverías y Emeterio Santovenia: Compilación de las Actas del Consejo de Gobierno durante la
Guerra de Independencia. Imprenta Rambla y Bouza, La Habana, 1928.
5 Durante todo el año 1896, en múltiples fuentes se aborda esta posibilidad, la primera de ellas es la pro-puesta
del General Lachambre de febrero de 1896, Caja 272, Nº 10. Fondo Donativos y Remisiones,
A.N.C. En fechas posteriores de ese mismo año periódicos como El Diario de la Marina, 13 de noviem-bre
de 1896 y El País, 1 de diciembre de 1896, insistían en llevar a vías de hecho esa probabilidad.
6 José Isabel Herrera: Ob. Cit. p. 24.