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435 DEGENERACIÓN Y AFRICANIZACIÓN DE LA POBLACIÓN CUBANA: 1878-1895 Armando García González Si bien no significaban lo mismo africanización y degeneración se convirtieron pronto en sinónimos para aquellas colonias donde se introdujo la raza negra, así como otras etnias (yucatecos, chinos, etcétera) a las cuales se extrapolaron esos conceptos. Sin embargo, existen matices importantes en la manipulación de tales conceptos, de acuerdo con los intereses mencionados. De modo que antes de aludir a ellos se impone preguntarse cuál es el sector social, político o económico qué los refiere, o lo que es lo mismo cuáles son los objetivos que persigue. En Cuba, por lo menos, tal diferencia es sustancial y resulta bien manifiesta. Para la clase burguesa esclavista, representada en su mayoría por grandes hacendados y comerciantes, la africanización fue algo prioritario hasta la abolición de la esclavitud llevada a cabo en 1886, de manera que promovió e intentó siempre favorecer la trata negrera, primero de brazos esclavos y más tarde de jornaleros africanos libres y otros contratados, e incluso procuró la anexión de los Estados Unidos con tal de mantener el status esclavista. Mientras tanto, para el sector medio intelectual y reformista (algunos de ellos independentistas más tarde) el concepto de africanización tuvo que ver con la propia con-cepción de nacionalidad cubana que defiende. Así, para José Antonio Saco, Domingo del Monte, Gaspar Betancourt Cisneros y otros, la introducción de africanos representa un factor atentatorio contra la nación cubana (concebida fundamentalmente por y para los criollos blancos). De ahí el interés de favorecer el blanqueamiento de los negros y mulatos -africanos y nacidos en Cuba- mediante el mestizaje con poblaciones blancas europeas (canaria, peninsular, alemana) ya mediante jornaleros libres, ya fundamentalmente con familias blancas que se asentaran en las regiones más despobladas de la Isla para dedicar-se al cultivo de la tierra. El proceso de blanqueamiento tendrá para las figuras menciona-das un interés político, mientras que para otros como Arango y Parreño, envolverá un objetivo económico: incrementar la mano de obra barata en la agricultura cañera mediante una clase mulata. En estos casos el mestizaje no parecerá así mostrar carácter degenerativo, sino aparentemente progresivo, pues según concebía este sector la raza negra ascendía hacía la blanca entendiendo que el color negro cedía o era sustituido siempre por el blan-co. A la africanización se le daba en realidad, sin embargo, un carácter degenerativo por una parte de esta población criolla blanca, pues según este sector inctroducía males de tipo moral (corrupción, vicios, problemas religiosos como el fetichismo, brujería y crimi-nalidad), pero también médico-sanitario por la incorporación de enfermedades y epide-mias que acrecentaban las ya existentes en el país, entre las que se encontraban las virue-las, el cólera morbo y la fiebre amarilla. Algunos de estos aspectos si bien resultaban ciertos en determinada medida fueron asimismo manipulados por éste y otros sectores de 29 436 la burguesía insular con el fin de obtener concesiones o en otros casos reformas del gobier-no colonial español. Aunque la clase media reflejó hasta la guerra del 68 diversos criterios discriminatorios, como los referidos a la indolencia y la inteligencia inferior de africanos y asiáticos con respecto a la raza blanca, tales criterios fueron menos extremos que los del sector esclavista compuesto por grandes hacendados y comerciantes, cubanos y españo-les, que favorecieron la trata y la esclavitud. Estos se apoyaron hasta esa fecha en la reli-gión (los negros eran una raza maldita, proveniente de Caín o de Cam, maldecido por Noé, decían interpretando a su antojo ciertos pasajes bíblicos). Se basaron también en el poligenismo, al asegurar que eran una especie distinta, más cerca de los simios que del hombre blanco desde el punto de vista evolutivo, y hasta animales que servían en los campos. El sector de la clase media intelectual se opuso a ello, defendiendo la unidad de la especie humana (todas las razas eran variedades de la misma especie humana) mediante el monogenismo religioso defendido por Cuvier (todos descendían de la misma pareja bíbli-ca), susceptibles de alcanzar por la educación y el contacto con la raza blanca igual grado de desarrollo. Igualmente negaron la inferencia que hacían los esclavistas (tomándolo de la ciencia europea) del ángulo de Camper, de cuya mayor abertura concebían estos últimos una estrecha relación con la inteligencia, expresando que en los negros era más cerrada dicha abertura a causa del prognatismo frecuente entre los mismos. Aquellos también negaron la pretendida fuerza física y aptitud superiores para resistir los trabajos rudos y el clima tropical que estos últimos concedieron a los negros, expresando que a éstos también les daba la fiebre amarilla (cosa que no creían los esclavistas) y que no poseían ninguna cualidad especial de aclimatación. Esto fue demostrado por el célebre Carlos J. Finlay al descubrir al mosquito Anopheles como agente transmisor de esa enfermedad, negando la acción de las miasmas en que se sustentaron aquellas tesis. La argumentación científica en torno a la degeneración de la población cubana a partir de 1878 (finalizada ya la trata negrera y la primera guerra de independencia cubana, adquirió nuevos, variados y más sutiles matices, que en sentido general abordaremos en este artículo. Pero antes de referirnos a ello, diremos que la situación social, económica y sanitaria de negros, asiáticos y blancos pobres fue una preocupación constante para los intelectuales de Cuba como para su gobierno y población, sobre todo, luego de las epide-mias de cólera morbo de 1833 y 1850, entre otras, que trajeron como consecuencia gran mortalidad entre la población esclava y no esclava y el encarecimiento de la primera, la abundante masa de negros y mulatos libres en extrema pobreza, la criminalidad, prostitu-ción, vagancia y otros males, señalados desde la década del treinta. Los trabajos en ese sentido de José Antonio Saco, Ramón de la Sagra y Antonio Bachiller y Morales, por citar algunos, dan suficientes pruebas de dicha situación. Algunos de cuyos informes fueron solicitados por el propio gobierno insular. Convivencia y mestizaje Aunque la idea de mestizaje como elemento degenerativo era bastante antigua y frecuente asimismo en muchos europeos de la ilustración,1 adquirió mayor significación a 437 partir del rápido y ascendente desarrollo de la antropología y medicina positivistas euro-peas, así como del pensamiento evolucionista de Darwin y sus seguidores, que se produce después de la década del sesenta. Estos criterios científicos emergieron en medio de los debates que se producen en instituciones científicas y literarias y en múltiples publicacio-nes periódicas de la época, pero también se observan sus manifestaciones en otros géneros artísticos como la novela. 2 Fueron, además, interrelacionados con la situación social polí-tica y económica, tanto de las metrópolis que las generaron, como de las colonias donde se discutieron, aplicaron o combatieron, y por tanto se imbricaron con muchos factores de índole no científica, pero que reflejaron de este modo las opiniones, intereses y actitudes de las distintas clases que las apoyaron o combatieron. Otros criterios debían aflorar indefectiblemente a causa de la convivencia que por fuerza debía existir entre estas razas, etnias o poblaciones incorporadas y nacidas en la Isla. Lenguas, costumbres, asimilación y rechazo de las mismas, eran -y son en la actuali-dad en muchos países- motivos suficientes para que ciertos sectores se apoyaran en ellas a fin de justificar su manipulación y hegemonía, dejando ver opiniones discriminatorias a conveniencia. Y la ciencia, como hemos dicho, no se mantuvo al margen de esas concep-ciones. Los aspectos físicos, fisiológicos, psicológicos, intelectuales, evolutivos, morales, se entremezclaron en complicada urdimbre conjuntamente con los argumentos económi-cos, políticos y sociales en los discursos de los científicos, pero también de otros ideólogos y promotores de la esclavitud y el colonialismo. Elijamos algunos de los argumentos que se apoyaron en la ciencia y que se mantienen en el período de 1878-1895. Mestizaje como degradación física o morfológica Los caracteres antropológicos físicos fueron desde siempre considerados peyora-tivamente por los pueblos con respecto a otros. Al color de la piel, estatura y complexión, se añadieron -con los estudios positivistas un buen número de detalles- para intentar de-mostrar la superioridad de naciones y razas sobre otras. Los aborígenes fueron acusados de débiles, pequeños de estatura y con ciertos rasgos uniformes a todos ellos, si bien existen diferencias sustanciales entre las distintas tribus, poblaciones o etnias. En el caso de los negros llevados de Africa a América (muchos de ellos de elevada estatura y fortale-za) se les aplicaron otros raseros desde el punto de vista antropológico físico al comparar-los con la raza blanca para subrayar en ellos características desfavorables o inferiores, de acuerdo con los patrones de la blanca. De este modo, de acuerdo con sus cánones, el cabello rizado, las órbitas grandes, cuadradas de negros y asiáticos, la abertura nasal ancha, labios gruesos, pómulos salien-tes, el prognatismo (de cualquier maxilar) y por tanto la abertura del ángulo de Camper aludida, el color oscuro de las encías y la piel, la longitud de las extremidades (sobre todo en negros longilíneos), las formas de las pantorrillas, eran consideradas como inferiores. Se llegó a expresar por Cook, por ejemplo, que los africanos asumían una posición o actitud simiana al agacharse pues carecían de pantorrillas, (idea que asumió el doctor cubano Luis Montané) o que el pliegue parpebral de los asiáticos era repulsivo , como pensaba el paleontólogo español Francisco Vidal y Careta. 438 La diferenciación física se buscó en el sistema nervioso, aludiéndose la pretendi-da coloración más oscura de las membranas encefálicas de los negros con respecto a los blancos, a la forma del cráneo, atribuyéndosele ya la dolicocefalia ya la braquicefalia a pueblos completos y por tanto la inferioridad intelectual que de ella emanaba, y siempre basándose en medidas escasas y parciales. Esto, que se acentúa en la antropología positi-vista francesa, entre otras, se extrapoló incluso a poblaciones de la propia raza blanca. Así, por ejemplo, algunos autores franceses como Paul Brocá atribuyó a los galos (alpinos) de cráneo braquicéfalo, la superioridad sobre el germano, de cráneo alargado o dolicocéfalo.3 Un ejemplo de cómo se valoraban en Cuba los caracteres antropológicos físicos en esta diferenciación discriminatoria, puede verse en los debates que se producen en la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de la Habana en 1875 y 1881, a raíz de sendas consultas que hizo el Gobierno a dicha institución para saber si dos perso-nas pertenecían a la raza blanca o tenían “mezcla de sangre”, es decir, eran mulatas. Una de ellas se hallaba por entonces bajo el patronato, disfrazada forma de esclavitud. La ambivalencia asumida por los integrantes de la Academia -sin duda con la intención de favorecer a las dos personas implicadas- deja traslucir, sin embargo, que se consideraban algunas características como desfavorables y otras favorables o superiores, sin tener en cuenta de que tales inferioridades no existen, que muchos de los caracteres que aducían no tenían verdadero carácter racial, que eran mediciones superficiales inexactas y hasta con-tradictorias y que además descuidaban la diversidad de cruzamientos producidos a lo lar-go de la historia por los seres humanos para clasificar a una raza por caracteres aislados .4 La diferenciación somática -bajo esta concepción de superioridad e inferioridad-se intentó establecer incluso entre los individuos de la misma raza negra. Así, en una memoria presentada en la Sociedad Antropológica de la Isla de Cuba, por el doctor Agustín W. Reyes, este pretendió que los rasgos antropológicos de los negros criollos (nacidos en Cuba) eran más armoniosos que los de los negros africanos (bastos y bestiales). Diferen-ciación que también estableció en cuanto a costumbres y capacidades intelectuales de ambos.5 En realidad los aspectos morfológicos se asociaron igualmente con enfermeda-des, por ejemplo, cuando el oftalmólogo Juan Santos Fernández intentó demostrar que ciertas enfermedades de los ojos en negros, cubanos blancos, canarios y peninsulares te-nían estrecha relación con la abertura del canal nasal (más frecuente en aquellas razas o naciones que lo tenían mayor), generó amplio debate en la Sociedad, para salvar el prurito racial que se ponía en duda al traerse a colación el posible origen de la población española y por tanto cubana blanca a partir de poblaciones norteafricanas, es decir, con mezcla de razas llamadas inferiores.6 Hecho que motivó que algunos de los miembros de la Sociedad insistieran en que la población blanca española (y por tanto cubana criolla blanca) se había mantenido inalterable a través de los siglos. La degeneración fisiológica En la fisiología se buscó además las pretendidas diferencias entre razas humanas para justificar la trata y la esclavitud, pero también la forma de combatirlas. La creencia de que algunas enfermedades eran típicas de una raza (la enfermedad del sueño era a juicio 439 de muchas personas típica del negro, pero no padecían la fiebre amarilla, que asolaba al blanco) o de una nación (a los judíos no les daba el bocio) y no de otras, fue igualmente manipulada por distintos sectores de la burguesía cubana, de consuno con el pensamiento científico (hoy diríamos cientificista en estos aspectos) de la época. Para algunos científicos europeos y americanos la razón de esta superioridad del negro para resistir la fiebre amarilla se debía a que los negros tenían menor cantidad de hematíes -otros suponían que mayor número de leucocitos- en su sangre, siendo la ane-mia, la fórmula del temperamento tropical.7 En efecto, cierta tipo de ciclemia para resistir al paludismo existe entre algunas poblaciones africanas, pero el error consistía en que se generalizaba a la raza negra completa. Durante todo el siglo XIX impera también la idea de que aquellas personas naci-das en los trópicos (criollos) traían consigo una adaptación natural o aclimatación a las enfermedades de la región o al menos si padecían éstas resultaban de forma más benigna. Con lo cual se llegó a la conclusión que aquellas personas que se mezclaran con ellas o con poblaciones habituadas a vivir desde siempre en los trópicos, adquirían esa inmunidad o aclimatación. Hay que tener en cuenta que al referirse a la mezcla -mal llamada cruza-miento- de razas, se referían también a veces a naciones, pues se confundían (como hoy incluso) ambos términos. Los mestizos y mulatos se convirtieron entonces en las personas adecuadas para laborar en la agricultura y otras faenas duras por esa capacidad fisiológica especial. Si bien hasta la década del setenta la burguesía esclavista sustentará que el negro es el individuo más adecuado para resistir a las enfermedades como la fiebre amarilla, y a los trabajos agrícolas por su fortaleza física, en el período comprendido entre 1878 y 1895 la cuestión derivará en mayor escala hacia la cuestión de la aclimatación en sentido de poblaciones (más que de razas) en ese empeño por obtener mano de obra barata para la agricultura. Los planes de la Junta de Colonización en esas décadas de llevar a Cuba abisinios, egipcios y otros inmigrantes se apoyará, desde el punto de vista científico, en su adaptación fisiológica a los climas tropicales, aunque en muchos casos, como es obvio, se buscaran semejanzas entre climas muy variados e incluso diferentes a los de Cuba, ade-más de las características raciales y culturales. Para la visión colonialista el asunto de la aclimatación constituía un factor funda-mental con el fin de permanecer y defender las colonias. Las epidemias, por ejemplo, a juicio de diversos médicos españoles habían causado más muertes durante la guerra del 68 que los insurrectos. De modo que el fantasma de la fiebre amarilla y el rostro feroz de los negros constituían motivo de inspiración para caricaturistas y periodistas al hablar sobre la guerra de Cuba en la prensa española. Los mestizos y mulatos, pero también poblacio-nes mezcladas constituyeron la población ideal para mantenerse en las regiones tropicales por su capacidad de aclimatación adquirida durante siglos; o, en su defecto, los individuos que fueran a poblar o defender las colonias debían pasar un tiempo en un clima parecido al de Cuba, como era el de las Islas Canarias, tal y como pensaba el doctor español Ramón Hernández-Poggio.8 Mientras que para otros -como el médico naval español Ángel Fernández-Caro- los españoles eran los más adaptados que otras naciones por su origen siro-árabe, lo cual no quería decir que fueran inmunes a las epidemias y enfermedades.9 440 Estos argumentos, que descansaban en las teorías miasmáticas sobre la transmi-sión de enfermedades y epidemias -en la primera mitad de siglo concebidas como emana-ciones o efluvios y en la segunda como micrófitos o microorganismos, presentes en las atmósferas pantanosas- que hacían del clima de Cuba algo fatal para los europeos, fueron combatidos por el médico cubano Carlos J. Finlay y gran parte de la clase media intelec-tual criolla, que vieron en el asunto más que la pretendida insanidad del clima, una cues-tión de higiene o salubridad que había que solventar para vivir adecuadamente en la Isla y en general en las colonias tropicales. Tal asunto sirvió, como ya se dijo para enfrentar también la esclavitud, la trata negrera y los planes de inmigración africana libre que pre-tendían algunos sectores esclavistas, favoreciendo de paso la inmigración blanca por fa-milias como solución ideal para la falta de mano de obra agrícola. En realidad tanto para esta visión colonialista, como para el sector intelectual criollo de la clase media, que prefiere la raza blanca, el mestizaje por el que se inclinan no es de razas sino de poblaciones o naciones blancas, a fin de mantener la homogeneidad racial pero también cultural y si es posible política y social. Entre 1878 y 1895, sin embar-go, la gama de matices en torno a estas cuestiones es amplia, hallándose también intelec-tuales criollos que juzgarán innecesario todo tipo de inmigración, entendiendo que existe suficiente mano de obra en Cuba para tener que buscarla en otros países. La degeneración evolutiva Los argumentos biológicos y evolutivos eran menos extremos que los defendidos por la burguesía esclavista que consideraba a los negros como individuos más cercanos en su posición evolutiva de los simios que de los hombres blancos. Sin embargo, hay que decir que no sólo grandes hacendados y comerciantes esclavistas defendieron estos crite-rios, sino también -en el período comprendido entre las dos guerras de independencia de Cuba- algunos representantes de la clase media intelectual cubana que no tenía intereses en la esclavitud y la agricultura cañera, como Juan I. de Armas, José R. Montalvo, Antonio Zambrana, Benjamín Céspedes y otros. Para Armas por ejemplo los mulatos eran híbridos incapaces de reproducirse más allá de la tercera o cuarta generación,10 mientras que José I. Torralbas creía a dichos mulatos como seres degenerados, tal y como algunas clases de perros callejeros, a los que se les denominaba“satos” por ser el producto de varias espe-cies. 11 Por su parte Montalvo admitía la existencia de algunos mestizos como resultado del cruce con monos y con otros atavismos biológicos y morales.12 Lo cual explica por qué razón los doctores Pedro Valdés Ragués 13 y Arístides Mestre retoman el asunto de los hombres con cola, para dilucidar si eran casos teratológicos, o atavismos biológicos o evolutivos. Asuntos en los cuales se refleja el criterio discriminatorio de Montalvo de que es típico de las poblaciones intermedias en la evolución y refiere su abundancia en tribus africanas, como los niams-niams. O, en el caso del trabajo de Mestre, al asumir al parecer el criterio del profesor francés Blanchard de incluir ese rasgo como un carácter atávico evolutivo en poblaciones de las Molucas, en hotentotes y australianos, conjuntamente con otros caracteres propios de los simios, como los caninos sobresalientes, diastema, perfora-ción de la cavidad óleocraneal del húmero y hasta simplicidad de las circunvoluciones, como los neandertales.14 Es decir, no sólo eran primitivos en cuanto a su anatomía sino también en cuanto a su inteligencia, o sea, inferiores. Hay que aclarar que si bien es verdad que en esta época (1886) Mestre creía en la existencia de razas superiores e inferiores, 441 consideraba a todos los pueblos susceptibles de educación y progreso, e incluso estimaba que también los pueblos europeos podían volver a la barbarie, pues, del mismo modo que su padre el también médico Antonio Mestre, creía que la herencia -y por tanto el atavismo-no era sólo orgánica, fisiológica o biológica sino también social. La degeneración intelectual El proceso de africanización de Cuba y su consiguiente convivencia y mestizaje motivó que algunos sectores de la burguesía cubana tomara de la ciencia internacional un conjunto de criterios peyorativos en relación con la pretendida diferencia o gradación en cuanto a la inteligencia de las razas y naciones. Ideas que se generaron al tiempo que se efectuaban en Europa y América distintos estudios craneométricos y del sistema nervioso del hombre y los animales. Se concibió, durante buena parte del siglo XIX una estrecha relación entre la inteligencia y la capacidad craneana, el peso, volumen del cerebro y en general del encéfalo. Con el tiempo se englobaron otros factores, como el número, tamaño y cantidad de las circunvoluciones, grosor de sustancia gris y otras. En todo ellos se intercalaron opiniones discriminatorias. Entre ellas pueden men-cionarse los famosos criterios del belga Gratiolet, para quien existían razas frontales y occipitales. Las primeras eran superiores por tener, a su juicio, el lóbulo frontal más desa-rrollado, entendiendo que allí radicaban los asientos del conocimiento y la inteligencia. Mientras otras eran inferiores u occipitales al poseer mayor desarrollo de este lóbulo, donde se asentaban los instintos. La blanca estaba por supuesto entre las primeras y la negra entre las últimas. También Gratiolet concebía a la osificación del cráneo, a la aber-tura de las fontanelas y a la dirección de las suturas el que unas fueran inferiores y otras superiores. Tales asuntos -que tenían sus antecedentes en los estudios frenológicos de Gall y seguidores, fueron negados por algunos representantes de la clase media intelectual cuba-na, como Felipe Poey en sus memorias sobre los cráneos caribes15 y admitidos por otros, como se observan en las tesis de Joaquín L. Dueñas16 y de José R. Montalvo, Luis Montané y Carlos de la Torre en su investigación sobre el cráneo del general independentista Anto-nio Maceo. Si bien en este último caso los autores intentaron demostrar que Maceo era de una inteligencia superior, aunque presentase algunas caracteres desfavorables propios del mestizaje, insistiendo por ejemplo que su cráneo con algunas suturas abiertas podía conti-nuar creciendo y con ellas sus capacidades.17 Todos estos asuntos partían del presupuesto de que las razas debían tener grados de inteligencia diferentes o por lo menos algunos pretendieron averiguarlo no sólo en las improntas del cráneo y la anatomía del encéfalo sino también desde el punto de vista psicológico y de los resultados del conocimiento mediante lo que hoy llamaríamos tests de inteligencia. Así, Enrique J. Varona, a partir de un cuestionario realizado por el francés Letourneau propuso aplicar otro a los niños negros y mulatos cubanos para determinar el grado de inteligencia de los mismos en relación con los niños blancos. Aplicación que fue apoyada por unos -entre ellos el también autonomista por esa época Julián Gassie- y nega-da por otros miembros de la Sociedad Antropológica de la Isla de Cuba, donde se presen-tó, pues podía ser contrapoducente dada la situación política de entonces, recién termina-da la Guerra de los Diez Años.18 442 La degradación moral Los problemas sociales, políticos y económicos en Cuba, producidos por su par-ticular desarrollo histórico como colonia, donde imperaba la esclavitud condicionó la apa-rición de prejuicios acerca de la moral de las distintas razas. Esta moralidad desde el punto de vista de los blancos se vinculó, como ya dijimos, con la evolución, el mestizaje, los caracteres anatómicos y fisiológicos, pero también psicológicos, y culturales, añadiéndo-se la religión, el idioma y la prostitución. Las diferencias culturales resultaban contrastantes en Cuba de todos modos, de-bido a los diversos elementos que componían su población: blancos ricos y pobres, inte-lectuales de la clase media, peninsulares y canarios, negros y mulatos criollos (algunos de ellos educados en España y Francia) pero también esclavos bozales africanos. Todo ello contribuía a conformar opiniones contrapuestas, donde primaban opiniones sobre el “atra-so” cultural de estos últimos. Así era calificada su religión y lenguajes como bárbaros, teniendo en cuenta su fetichismo, criminalidad y dificultad para hablar el idioma español. Si bien es cierto que a veces los blancos asumían las creencias de los negros y hasta sus ídolos. Tal y como menciona en la Sociedad Antropológica, por ejemplo, Enrique José Varona al referirse a los ídolos o matiábulos que los negros llevaban consigo durante el combate, en la guerra del 68, creyendo que les hacían invencibles, fetichismo que también adoptaron algunos blancos insurrectos y requirió toda la fuerza del general Ignacio Agramonte para enfrentarlo.19 La idea de que se corrompía la moralidad de la población cubana con estas prác-ticas es más o menos frecuente, e incluso algunos intelectuales criollos opinan, en la déca-da del ochenta, que las lenguas africanas no habían hecho aportaciones a la castellana 20, lo cual no era cierto. De todo ello se derivaba la opinión de estos intelectuales cubanos -de consuno con científicos europeos- de que si se les privaba de la convivencia con la raza blanca, los negros volvían a su estado de barbarie, por atavismo de tipo social. Idea que será menos extrema que la desarrollada en sentido parecido por los grandes esclavistas, quienes afir-maban que si se privaba a los negros de la esclavitud retornaban al estado salvaje. Pero el sector intelectual más bien pensaba en esta especie de atavismo moral o en otros casos en una ley fatal y biológica que habría de condenar a la raza negra a desaparecer en las Antillas, ya mediante el mestizaje, ya mediante la selección natural. La política y las razas en torno a la guerra del 95 Lo referido hasta aquí se produce en un momento histórico en que se conjugan diversos factores que están en contra de estas etnias desprotegidas: negros, mestizos, asiá-ticos no tienen acceso a los estudios superiores, donde se les exige certificado de “limpie-za de sangre”, desde el punto de vista de la raza blanca. Por otra parte, incluso luego de la abolición de la esclavitud en 1886, no sólo perduró esta exigencia, sino que la situación social y económica de tales grupos es tan precaria que no pueden costearse estos estudios, ni siquiera en las primeras décadas del siglo XX. Proceso que tendría que ir produciéndose gradualmente durante la primera mitad de esta última centuria. De toda su situación fue 443 consciente la clase negra y mestiza, durante y luego de la Guerra de los Diez Años. De hecho, en el transcurso de la guerra se habían creado “escuelas” en la manigua para ense-ñar a las personas analfabetas (tanto negras como blancas). En el período comprendido entre 1878 y 1895, con la creación de organizaciones que defendieron a negros y mulatos, como el Directorio Central de las Sociedad de la Raza de Color (fundada en 1887), bajo la dirección del mulato español, nacido en Cuba, e independentista Juan Gualberto Gómez, se defendieron los derechos de esta raza a través de periódicos como La Fraternidad y La Igualdad. Labor que prosiguió José Martí, desde Patria en los primeros años de la década del noventa. La muestra de que se continuaba argumentando como deficiente e inferior la inteligencia de los negros, se evidencia en el libro del doctor Benjamín Céspedes La pros-titución en la ciudad de La Habana, publicado en 1888,21 que motivó la airada defensa del periodista mulato, español y conservador Rodolfo de Lagardere, por esos y otros argu-mentos discriminatorios sobre la corrupción y degeneración de negras y mulatas manifes-tados por Céspedes, pero que Lagardere extrapoló al terreno político, acusando de racista al partido autonomista al que pertenecían Céspedes, Antonio Zambrana y Juan R. Montalvo, quienes también habían expresado criterios parecidos respecto a negros y mulatos.22 Asimismo se esgrimía el evolucionismo por algunos autonomistas para justificar su actividad política, como sucedió en 1887, cuando algunos miembros de este partido - como Ricardo del Monte y José Silverio Jorrín- reivindicaron ser continuadores de los reformistas de antes de la Guerra del 68 y en especial del conde de Pozos Dulces, quien había introducido las ideas darwinistas en Cuba en 1868 y, además, quien había afirmado cuatro años antes en su periódico El Siglo, “nada por la revolución, todo por la evolución”. Sanguily aprovechó la coyuntura de los artículos que afirmaban tal cosa, realizados por Jorrín y otro por Vidal Morales, donde se calificaban de darwinistas, para aclarar que el conde no lo era en esa época (en efecto en 1868 cuando introdujo las ideas de Darwin en la Academia se manifestó en contra de ellas y a favor de la inmutabilidad de las especies), para expresar que el citado periódico una posición nacionalista y que sólo bajo amenaza renunció el conde a sus anteriores posiciones patrióticas, así como que no tuvo firmeza suficiente cuando se acercó la tormenta (de la Revolución). Hay que tener en cuenta, por otra parte, que cuando se produjo este debate, en 1887, ya el autonomismo había perdido cierto carácter nacionalista, impartido en sus inicios por Cortina, Gassie y Varona, entre otros (23). Varona, por ejemplo, había renunciado al autonomismo, lo mismo que otras figuras lo harían después abrazando el independentismo. La situación política en las décadas del ochenta y noventa es compleja, cuando están en plena actividad los partidos Unión Constitucional y Autonomista, por un lado, y por otro, fundado en 1892 el Partido Revolucionario Cubano, creado y dirigido por José Martí. La visión política del asunto de la africanización y la consiguiente degeneración de la población cubana, no sólo se reflejó en los debates entre autonomistas y unionistas o conservadores y que tuvieron que desenmascarar Martí, Sanguily y Juan Gualberto Gómez, sino también está presente con algunas concepciones discriminatorias entre algunos de los propios independentistas como el propio Sanguily, el estudiante de medicina Alfredo Virgilio Ledón, entre otros, quienes concebían que la población española (incluida la cubana) era inferior y había degenerado debido a sus mestizajes con antiguas poblaciones del norte de África. 444 Como símbolo de las aspiraciones y defensa de su identidad, negros y mulatos habían escogido al poeta Plácido, mártir de la Conspiración de la Escalera, empeñándose en erigirle, en 1893, un monumento a su memoria. Esto motivó controversias, como las efectuadas entre Sanguily, Gómez y Juan de la Cruz (Manuel García Garófalo) -muy bien estudiadas por Mendieta, Cepeda, Vitier y otros investigadores24-, donde el primero se expresa en términos críticos excesivamente duros y apasionados en contra del malogrado vate. Igualmente, Sanguily realizó una valoración parcializada en torno al papel desempe-ñado por negros y mulatos antes, y durante la guerra, atribuyéndole la principal función y sacrificios a la raza blanca. Esto pudiera resultar paradójico si se tiene en cuenta que Sanguily había apoyado las resoluciones en torno a la igualdad socio-racial recogidas en el La Igualdad 25 y resal-tado la capacidad organizativa, cohesionadora de aquéllos, en su propia publicación, Ho-jas Literarias. Ello es factible comprenderlo, pues él mismo había afirmado: “Y nada de esto significa que no crea yo que los hombres de color hacen muy bien en reclamar sus derechos que deben en todas partes su condición de la vida social, porque integran la personalidad humana. Ante la ley, en el derecho, los hombres todos deben ser iguales”.26 En cuanto a Plácido, luego reconocerá haber sido violento, aunque no injusto, confesando la conmiseración que le inspiró su destino, así como la admiración que sentía por su genio malogrado.27 Un análisis detallado de todas estas cuestiones deja claro que, aunque Sanguily en ocasiones no hace una valoración correcta del papel desempeñado por negros y mula-tos durante la guerra del 68 o en el período comprendido antes del 95, y no está exento de algunas concepciones discriminatorias de la época, de las cuales era difícil escapar, como hemos visto hasta aquí; sin embargo, en sentido general, hay que decir que su posición va a estar encaminada a destacar la capacidad organizativa de aquéllos en pro de sus dere-chos, que considera deben ser iguales a los de los blancos, al tiempo que niega las argu-mentaciones racistas que, escudándose tras la antropología, atribuían inferioridad biológi-ca e intelectual al negro; argumentaciones esgrimidas por individuos que intentaban justi-ficar con ello sus opiniones políticas. La evidencia más diáfana de lo que acabamos de expresar es su artículo “Negros y blancos”, publicado en 1894 en sus Hojas Literarias.28 En él dirá que negros y mulatos, alentados por las sociedades y por el influjo y la propaganda de algunos oradores blancos (Montoro, Cortina, Figueroa, Zambrana), comprendieron la inferioridad en que se les mantenía, empeñándose en hacerla desaparecer y en reclamar sus derechos, para lo cual trabajaron. Por muy grande que fuera la “preocupación étnica y social de los blancos”, tenían que reconocer esos esfuerzos que, por su éxito, los enaltecía y honraba. Era incon-cebible para Sanguily que se recurriese a las mediciones craneométricas y al estudio del cerebro para justificar la inferioridad del negro, por lo cual expresó que se quería dislocar el asunto, trasladándolo a la antropología cuando el asunto era por su naturaleza, por su origen y por sus consecuencias esencialmente sociológico. En ello nada tenían que ver el poligenismo y el monogenismo que eran dos hipótesis de la etnología, de las cuales no podían inferirse relación con la unidad de derecho y con la igualdad de derecho, ni tampo-co el peso, índice cefálico y circunvoluciones del cerebro de negros, separatistas y autono-mistas eran necesarios para establecer la justicia social. 445 Al respecto argumentó que alegar en ese momento que el negro era inferior al blanco resultaba recurso tardío y sin eficacia, así como difícil de probar, y además ya otros blancos, más fuertes que ellos habían fallado en contra irrevocablemente. Empeñarse en discutir a estas alturas invocando los bosquejos de la incierta Antropología y el ejemplo de los Estados Unidos, para anular lo que es ya una realidad inalterable, tiene que ser tan vano como impolítico. Estoy seguro de quien así involucra las cosas, si fuera negro hubie-ra hecho lo mismo que acaban de hacer los negros [sus logros organizativos y educativos]. Hay quien ha llegado a sostener que porque un día los negros fueron esclavos de los blancos deberían ansiar siempre los que ya son hombres libres el esterminio [sic] de los que favorecieron su dignificación y su mayor ventura, o no fueron nunca ni sus amos ni sus enemigos. Esto es simplemente un despropósito.29 Y a continuación subraya que si el negro no odió al blanco cuando vivió bajo el régimen de la esclavitud, mucho menos lo haría en ese momento cuando debía sentir satisfacción y agradecimiento; aunque aquí Sanguily recarga la mano más para el sacrifi-cio y la abnegación del segundo que de la propia lucha del primero. Pero ello no quiere decir que desee se mantenga al negro en una posición relegada o inferior, pues, como él mismo afirma, no se complace en la humillación social, pública de éste, ni ve en ello ventaja alguna ni para su patria ni para la cultura o la civilización, pues concibe la justicia como el triunfo de los mejores; observando que la sociedad es heterogénea y complicada, donde en la lucha por la vida, ni el negro puede subsistir despreciado y desamparado. Esto lo refería Sanguily teniendo en cuenta las ideas que, como se ha visto, se valoraban en torno a la resistencia física del negro y su mejor aptitud para soportar los climas y enfermedades tropicales; asunto que a él le parece de difícil determinación. Por eso añadirá que el problema para el blanco consistiría, si se admitían las opiniones extre-mas, en absorber al negro, eliminarlo o asociarse con él. El primer recurso había sido hasta ese momento imposible y sería muy lento, dado el caso de que el blanco de esta tierra fuera desde el punto de vista etnológico más vigoroso que el negro, y que el clima fuera también a la larga desfavorable a los descendientes de los africanos, lo que era tan difícil de establecer como lo fue de practicar. Mientras tanto, el negro había buscado, justa y legítimamente, mejores condiciones y las había conseguido. Era preciso, por consiguien-te, asociarse con él. El africano había ido desapareciendo de vejez, enfermedad y miseria; y el negro descendiente suyo era un cubano, por nacimiento, dialecto, lengua y aspiracio-nes. En estas tierras padecían él y sus padres; esto no significaba que poseyeran más títulos para amarlas que los blancos, pero “gracias al esclavo hubo en Cuba riquezas y esplendor material, y gracias a él los cubanos pudieron oír -entre ayes y latigazos- las enseñanzas de Varela, Luz y los versos de Heredia; y en consecuencia de esto último también que fueran libres”. Igualmente, niega el argumento discriminatorio de que el negro no reclamaría condiciones de igualdad si no lo estimulasen unos cuantos hombres de color, que son los únicos que sienten tal necesidad; así como que el negro no es igual al blanco; expresando que en todo caso eso (de la minoría) ocurría en todos los partidos, y aun sucedió en 1868, y lo mismo ocurre entre los autonomistas, donde son escasos los que de verdad quieren la autonomía de Cuba. De modo que quien juzgara por las intenciones de ese pequeño grupo, podría equivocarse de la sincera convicción de la masa que sabe que España jamás conce- 446 derá a Cuba la autonomía. Por otra parte, un por ciento de los campesinos blancos no sabe qué significa esa palabra. Peor sucede en el Partido Conservador, cuyos miembros son capaces de morir por la integridad y no saben qué es la “unidad nacional”, proclamadas por sus oradores y periodistas. Otro tanto sucede con los recién nacidos reformistas [se refiere al Partido Reformista recién creado entonces], cuya mayor parte no sabría explicar el nuevo programa urdido por el “empirismo tradicional”. También desmitifica los criterios discriminatorios en torno a si los negros no habían podido crear civilización alguna [tópico bastante antiguo y prevaleciente aún], alegando con justicia que tampoco raza alguna por sí sola y espontáneamente había logra-do una civilización específica y propia; ni tampoco era equitativo comparar, en general, al blanco con el negro, pues había que aclarar a qué blanco o a qué negro se referían, ya que, “de blanco a blanco suele haber grandes distancias, como las hay de negro a negro, así en África como en las Antillas, en Melanesia, lo mismo que en Estados Unidos”. De idéntica forma estima que nada tiene que ver la mezcla de razas con la direc-ción suprema de la política y el hecho que un negro pueda entrar a un café público, o su hijo asistir a la escuela del barrio. Antes del decreto del general Callejas, que admitía esto, ya se daban casos más o menos públicos de uniones matrimoniales entre blancos y negras y alguna que otra de blanca con negro, pero eso había sucedido siempre, con o sin decreto, como sucede cuando dos razas viven en contacto, aun cuando no se mezclen y fundan; siendo estos asuntos, a la postre, de orden privado y de carácter personal. Asimismo, se opone Sanguily a uno de los argumentos que se esgrimían, como ya dijimos, para declarar al negro inferior al blanco: el ñañiguismo, aclarando que no sólo el primero practicaba esta especie de religión, sino también el segundo. Pero para funda-mentar su opinión recurre a la idea de que no hay negros sabios, como tampoco los hay muchos entre los diecisiete millones de españoles, ni entre los inmigrantes peninsulares que aquí vinieron, y aun entre los cubanos; lo sabios verdaderos eran habas contadas. Y cae en palmaria contradicción discriminatoria al atribuir inferioridad intelectual al espa-ñol, debido al cruce con “razas inferiores”, o sea la africanización, y a la práctica del ñañiguismo. El español es de suyo producto de muchas mezclas, y, respecto a una gran por-ción de su tierra, es el producto de razas inferiores. De ahí su despreocupación, su facilidad de aclimatación y así mismo su actual inferioridad política e intelectual. En Cuba el menestral y el jornalero peninsulares se unen a la negra como lo hace el chino, por su propia ínfima condición y la vez por economía. En los primeros años de la conquista, españoles hubo aquí y en Méjico que, retenidos prisioneros por los indígenas, olvidaron muy pronto su idioma y no quisieron volver nunca al seno de los suyos...30 Y pone de ejemplo el caso de un hombre blanco, compañero de Gerónimo Aguilar que se hizo cacique y otro que en poco tiempo de permanencia entre indios, gesticulaba y saltaba como un salvaje en presencia de Pánfilo de Narváez. Incluso añade que hacía ocho o diez años un inspector de policía de la Habana le aseguraba que en solo una tierra o asociación de ñáñigos había nada menos que noventa asturianos afiliados. 447 Naturalmente que esta visión de Sanguily, que conjuga con su época, tiene más carácter político para promover la unidad de los cubanos que de menosprecio al español, pues él mismo asegurará: “Yo no odio a ningún español. Si en la paz apenas trato de cerca a alguno, en la guerra, para muchos de ellos prisioneros, imploré y comúnmente obtuve la vida. Los españoles, los hombres todos no pueden ser odiosos, y menos para los de su propia raza, mientras y en cuanto no asuman la representación o la defensa de la injusticia o la iniquidad”.31 Prueba manifiesta de una concepción parecida, respecto a aquella subvaloración sobre el nivel intelectual de los españoles, se encuentra también en el artículo de otro de los luchadores por la independencia, el entonces estudiante de medicina Alfredo Virgilio Ledón y Anido, que bajo el título de “La inferioridad intelectual de la raza española”, publicó en 1890.32 En esta memoria se sigue utilizando el concepto de africanización (concebido aquí no sólo en relación con el cruzamiento (mestizaje), sino con el contacto socio-cultural entre razas), para intentar demostrar la degeneración de la inteligencia de las razas, aunque más bien en el plano socio-cultural que científico. Ledón 33 estima infe-rior la inteligencia del negro y aún más, un lastre para la del blanco, ya que ésta decrecía cuando ambas razas se cruzaban. En otras palabras, que la africanización, es decir, el cruzamiento de blancos con negros, era el factor fundamental de la inferioridad de la “raza española” (dentro de la cual incluía a los cubanos). Dicho cruzamiento, que en España se realizó desde el siglo VIII con moros y otros grupos humanos, debido en su criterio a la unión de mujeres de la clase baja con los invasores -atraídas por sus hazañas violentas y empujadas por las grandes diferencias sociales, el hambre y la miseria que impedía fueran muy exigentes-, trajo como consecuencia la inferioridad intelectual de los españoles. Si bien es cierto, nos dice, que entre aquéllos estaban los árabes y éstos eran inteligentes, formaban una minoría que no llegó a afectar la inteligencia de los peninsulares. Otro de los factores que juzga influyó en la inferioridad de la raza fue el desuso de la inteligencia, caracterizado por el hábito del español a los hechos sencillos y a pensar en aras de la utilidad, “estimando de poco valor toda elaboración mental elevada”, como sucedió con la africanización de la raza en España; prefiriendo utilizar el conocimiento extranjero en ciencias como la medicina o en labores como la minería, mientras dejaba languidecer las instituciones por falta de personal capacitado. “Nuestra inteligencia se ha resentido por un verdadero desuso”, dice Ledón. También se observa la inferioridad en la intolerancia religiosa; los primeros españoles no eran tan intolerantes, pero con la africanización llegó un “nuevo credo religioso inferior”, y para contrarrestarlo se exacer-bó el que ya poseían; así, defender hipótesis dogmáticas y admitir cosas absurdas indica poca o ninguna superioridad intelectual. Estos tres factores, más el del prejuicio de infe-rioridad (dado por los prejuicios sociales y la vanidad que se traducen en el estudio y utilización de lenguas extranjeras para parecer más sabios y tener mejores condiciones de vida, entre otras), están implícitamente contenidos en la “africanización de la raza”. El español ha sufrido una retrogradación violenta, observándose en las comedias y novelas el odio a la civilización moderna, las restricciones de la crítica y el antagonismo entre las nuevas ideas y el credo religioso. No obstante todo ello, “precisa advertir que aún falta bastante para completar el estudio sobre las condiciones mentales de nuestra raza”. 448 No abundaremos más en esta memoria, donde lo esencial es la crítica política y que tiene, como ya dijimos, más carácter sociológico que propiamente antropológico; pero que sirve para señalar algunos de los prejuicios sociales, presentes en los años noven-ta, luego de la “emancipación del cuerpo” del esclavo, como decía Lagardere. También otros de los independentistas no pueden evitar, aun cuando defienden la igualdad de razas, cometer deslices discriminatorios, excusables algunos hasta cierto pun-to, si se tiene en cuenta que esos prejuicios habían persistido durante siglos. Así, por ejemplo, el escritor independentista cubano Manuel de la Cruz afirmará en 1895 que el negro criollo de la Isla de Cuba es más inteligente que sus congéneres de Haití, Jamaica y los Estados Unidos, aun cuando en este caso él no se refiriese a cuestiones anatomo-fisiológicas, sino que considerase como esenciales los factores sociales, políticos y econó-micos. 34 A su juicio, en Camagüey el negro era hatero o montero, por eso pasó rápidamen-te y sin esfuerzo de siervo a la categoría de guerrero. La esclavitud doméstica dio al escla-vo en muchos casos, dignidad y carácter de hombre, no así en los ingenios, donde la faena es dura y se le trata como buey o caballo, cosa o máquina. En el occidente de la Isla la masa blanca participó de la misma degradación a que estuvo sometida la negra, y el ñañiguismo, por ejemplo, sólo se conocía en esta región. Las supercherías levantadas, primero por los esclavistas y luego por la Junta Central Autonomista (de la década del noventa), así como los prejuicios creados en torno al negro son bien aclarados por el escritor cubano que analiza cómo se explotó en Cuba el miedo al negro, lo cual, en su opinión, explica el porqué no se le emancipó al mismo tiempo que en Colombia y México, y por qué el separatismo no fue franco, resuelto y unánime hasta 1868. La Revolución de Yara tuvo su cuna en Oriente porque allí se amaba y no se temía al negro; repercutió un mes más tarde en Camagüey donde se consideraba a éste como hombre y no como cosa, halló eco en las Villas, pues allí era menor el miedo al negro, y no encontró soporte en occidente, porque aquí “el negro era el blanco de todos los odios”. Y -sin intención- coincide con Lagardere y otros, al manifestar que, desde 1762 hasta aque-lla fecha, no hubo una sola sedición de negros en contra de los blancos con el carácter de rebelión de razas; eran protestas de hombres que, si bien salvajes, se mostraban dignos y altivos para preferir la muerte a los horrores de la esclavitud. Incluso la conspiración de 1844 fue una superchería para despojar de sus caudales y propiedades a los negros y mulatos libres. Pero la Asamblea de Guáimaro votó por unanimidad la abolición inmedia-ta y total de la esclavitud. En la guerra hubo negros insubordinados como blancos sediciosos a los que se aplicó la ley. Igualmente, desmiente el que los negros intentaran alzarse contra los blancos y que no fuese posible continuar la guerra porque ya aquéllos se iban sobrepo-niendo a éstos, ello no era sino pura envidia de quien carecía de aptitudes ante el jefe de la raza de color, que se imponía por sus proezas; calumnias esgrimidas por los autonomistas y el gobierno, y que renacen de nuevo, queriendo encarnar en el general Guillermo Moncada -hombre bueno, sencillo y honrado- ese odio imaginario del cubano negro con-tra el cubano blanco. Estas prevenciones y prejuicios entre blancos y negros no se borrarán, en su opi-nión, hasta que, con el tiempo, no desaparezcan en los primeros, los sentimientos del mayoral esclavista negrero, y en los segundos, la triste ignorancia del siervo. El Partido Revolucionario había hecho ya declaraciones terminantes y nobles de la posición y desti- 449 no de la raza negra. En el corazón del cubano digno no hay lugar para el odio, “para el negro hay amor, apoyo, luz, concordia, como hay fraternidad, campo, libertad, justicia para el español que en Cuba se siente víctima de un gobierno sin vínculos que lo unan a la tierra”.35 Libre el país de la gobernación española, el negro y el mulato compartirán con el blanco el gobierno y la administración del país. A nadie se le preguntará cuál es el color de su piel, sino que se le exigirá aptitud, condición y dotes para el cargo a desempeñar. Esta es la forma más alta de la igualdad social. Pretensiones que, como se sabe, no llegaron a ser cumplimentadas hasta muchos años después. De todos modos, si bien en este marco muchos opinaban al respecto del negro como Gómez, de la Cruz, y especialmente José Martí, preclaro defensor de la igualdad de las razas, en el plano científico se siguieron esgrimiendo ideas de carácter racista, más o menos solapadas, que conformaban parte del substrato de la ciencia de la época. Sobre todo en relación con la conformación del cráneo, el peso, y la estructura del cerebro, o el mestizaje de razas. Ideas que sólo se erradicarían en el siglo XX. De todos ellos, fue Martí indudablemente la figura que más ingentes esfuerzos realizó para combatir el racismo - blanco y negro- y lograr la unión de los cubanos no sólo entre las filas opositoras (conser-vadores y autonomistas), sino también entre algunos independentistas que temían o se hacían eco de las campañas que denigraban a la raza negra, así como de una posible repú-blica de esta raza. A su visión humanística, altruista y de defensa de todas las clases y etnias marginadas, unió su dedicación hacia la libertad de su patria, muriendo en Dos Ríos en 1895, poco antes de comenzada la segunda guerra de independencia. 450 NOTAS 1 Sobre los criterios deterministas acerca de los aborígenes americanos e incluso de poblaciones blancas que tenían diversos europeos de la Ilustración, véase GERBI, Antonello, La disputa del Nuevo Mundo. Historia de una polémica 1750-1900, Seg. ed., México, Fondo de Cultura Económica, 1982. También DUCHET, Michèle Antropología e historia en el siglo de las luces, Seg. ed. México, Siglo XXI, Madrid, Córdoba, Editores S. A. 2 Dos novelas donde el evolucionismo es el tema central, por ejemplo, son Calcagno, Francisco, En busca del eslabón, Barcelona, Imprenta de Salvador Manero, 1888; Seg. ed. Habana, Editorial Letras Cubanas, 1983; y RIBEIRO, Julio César, A carne, Brasil, 1888. 3 COMAS; Juan, Los mitos raciales, París, UNESCO, 1952, pp. 43-44. 4 Cf. RIVA, Miguel “Reconocimiento de razas”, Anales de la Real Academia de Ciencias Médicas, Físi-cas y Naturales de la Habana, 1875-76, t. 12, pp. 383-394; MONTALVO, José R. “Reconocimiento de razas”, Ibídem, 1887, t. 24, pp. 227-232. El trabajo se presentó y debatió en 1881, pero no se publicó hasta seis años después, cf.. Ibídem, 1880-81, t. 17, pp. 397-402, 498-499 y 550-551. 5 REYES, Agustín W. “Estudio comparativo de los negros criollos y africanos”, Boletín de la Sociedad Antropológica de la Isla de Cuba, Habana, t. 1, No. 6, pp. 130-135. Véase también, RIVERO DE LA CALLE (Ed.) Actas de la Sociedad Antropológica de la Isla de Cuba, La Habana, Comisión Nacional de la UNESCO, 1966, pp. 75-77. 6 FERNÁNDEZ; Juan Santos, “Ensayo antropológico sobre las enfermedades de los ojos en las diversas razas que habitan la Isla de Cuba”, Boletín de la Sociedad... Opus cit., No. 3, pp. 53-65; generó diversos trabajos y debates con José A. Cortina Luis Montané y otros. Cf.. además de la anterior publicación, Actas de la Sociedad... Opus cit., Actas de junio, julio, agosto y septiembre de 1878, pp. 30-33, 33-40, 41- 47, 51-55-57-61. Estos debates fueron analizados por NARANJO OROVIO, Consuelo y Armando GARCÍA GONZÁLEZ, Racismo e inmigración a Cuba en el siglo XIX, Aranjuez, Doce Calles, 1996, pp. 144-152. 7 FERNÁNDEZ-CARO, Ángel, “Estudios antropológicos”, Anales de la Real Acad. de Cienc. Méd. Fís. y Nat. de la Hab., 1882-83, pp. 375-417. cf.. NARANJO OROVIO, C. y A. GARCÍA GONZÁLEZ, Racis-mo... Opus cit., pp. 133-144. 8 HERNÁNDEZ-POGGIO, Ramón, Aclimatación e higiene de los países europeos en Cuba, Cádiz, Im-prenta de la Revista Médica, 1874. cf.. NARANJO OROVIO, C. y A. GARCÍA GONZÁLEZ, Racismo... Opus cit., pp. 135-141. 9 FERNÁNDEZ-CARO, Ángel Discursos leídos en la Academia de Medicina para la recepción pública del Académico electo D. Ángel Fernández-Caro el día 13 de noviembre de 1887, Madrid, Celestino Apaolaza, Impresor, 1887. 10 Acta de la sesión pública ordinaria del 21 de mayo de 1882, Actas de la Sociedad... Opus cit., p. 125. 11 TORRALBAS, José I. Los grupos satos en las razas humanas, La Habana, Imprenta Militar de Álvarez y Cía, 1893. 12 Acta de la sesión pública ordinaria del 5 de agosto de 1883, Actas de la Sociedad... Opus cit., pp. 162- 164. 13 Acta de la sesión pública ordinaria del 4 de noviembre de 1883, Actas de la Sociedad... Opus cit., pp. 167- 168. 14 MESTRE, Arístides, “El atavismo en el hombre”, Revista Enciclopédica, La Habana, 1886, Nº 1, pp. 25- 28; Nº 2, pp. 79-85. 15 POEY, Felipe, “Cráneo de un indio caribe”, Repertorio Físico Natural de la Isla de Cuba, Habana, Im-prenta del Gobierno General por S. M., 1865-66, t. 1, pp. 150-158. 451 16 DUEÑAS, Joaquín L. “¿El volumen y forma del cerebro estarán siempre en relación con el grado de inteligencia del individuo?”, Crónica Médico-Quirúrgica de la Habana, 1883, t. 9, pp. 21-25, 71-76, 120-128, 336-345. Tesis leída en la Real Universidad de la Habana en 1883 y en ese mismo año en la Sociedad Antropológica de la Isla de Cuba. 17 MONTALVO, José R., C. DE LA TORRE y Luis MONTANE, El cráneo de Antonio Maceo, Habana, Imprenta Militar, 1899. 18 VARONA; Enrique J. Cuestionario sobre los niños de color, Boletín de la Sociedad... Opus cit., 1885, t. 1, Nº 5, pp. 110-112. Cf. También Actas de Sociedad... Opus cit., pp. 41-47. 19 Acta de la sesión pública ordinaria del 1 de junio de 1879, Actas de la Sociedad... Opus cit., pp. 89-93. 20 Sesión pública ordinaria del 6 de agosto de 1882, Actas de la Sociedad... Opus cit., pp. 129-132. BACHI-LLER Y MORALES, Antonio, “Desfiguración a que está expuesto el idioma castellano al contacto y mezcla de las razas”, Revista de Cuba, Habana, 1883, t. 14, pp. 97-103. 21 CÉSPEDES; Benjamín, La prostitución en la ciudad de la Habana, Habana, Establecimiento Tipográfi-co, 1888. 22 LAGARDERE, Rodolfo de, Blancos y negros: refutación al libro La Prostitución del Dr. Céspedes, Habana, La Universal, 1889. Sobre este debate, véase GARCÍA GONZÁLEZ, Armando, “Racismo, ciencia y autonomismo en Cuba”, en De la ciencia Ilustrada a la Ciencia Romántica, Aranjuez, Doce Calles, 1995, pp. 169-180. 23 Para más detalles sobre este debate, véase PRUNA, Pedro M. y Armando GARCÍA GONZÁLEZ, Darwinismo y sociedad en Cuba-Siglo XIX, Madrid, CSIC, 1989, pp. 145-148. 24 MENDIETA, Raquel, Cultura, lucha de clases y conflicto racial, 1878-1895, Ciudad de La Habana, Editorial Pueblo y Educación, 1989. CEPEDA, Rafael, La múltiple voz de Manuel Sanguily, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1988. 25 MENDIETA, R. Cultura... Opus cit., p. 18. 26 SANGUILY, Manuel, Hojas Literarias, Habana, 1893, Año I, T. 1, Nº 1, pp. 94-99. 27 CEPEDA, R., La múltiple voz... Opus cit., p. 14. Al respecto de la polémica sobre Plácido, ver los debates que se publicaron por esos años en los periódicos La Defensa, El Mosaico, de Santa Clara, y La Igualdad, de La Habana, así como los trabajos publicados por Sanguily, Mendieta y Cepeda, ya citados. 28 SANGUILY, M., Hojas... Opus cit., Año II, T. III, pp. 38-69. 29 SANGUILY, M., Hojas... Opus cit., pp. 48-49. 30 SANGUILY, M., Hojas... Opus cit., pp. 39-40. 31 CEPEDA, R., La múltiple voz... Opus cit., p. 37. 32 LEDON, Alfredo Virgilio, “La inferioridad intelectual de la raza española”, Revista Cubana, Habana, 1890, t. 11, pp. 193-208. 33 Ledón nació el 24 de mayo de 1867 en santa Clara. Ingresó en la Universidad de La Habana en 1888, expidiéndosele el título de Licenciado en Medicina en 1895. Cf.. Archivo Histórico de la Universidad de La Habana, Expediente Estudiantil Nº 7219. Según Trelles murió en 1897 a manos de los españoles. TRELLES, Carlos M. Bibliografía Científica Cubana, Matanzas, t. 7, p. 153. 34 [CRUZ, Manuel de la] La Revolución Cubana y la raza de color (Apuntes y datos por un cubano sin odios), Key West. Imprenta La Propaganda, 1895, p. 20. 35 [CRUZ, M. de la] La Revolución... Opus cit., p. 23.
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Título y subtítulo | Degeneración y africanización de la población cubana: 1878-1895 |
Autor principal | García González, Armando |
Publicación fuente | XIII Coloquio de historia canario - americano |
Numeración | Coloquio 13 |
Tipo de documento | Congreso y conferencia |
Lugar de publicación | Las Palmas de Gran Canaria |
Editorial | Cabildo Insular de Gran Canaria |
Fecha | 1998 |
Páginas | P. 0435-0451 |
Materias | Congresos ; Historia ; Canarias ; América |
Copyright | http://biblioteca.ulpgc.es/avisomdc |
Formato digital | |
Tamaño de archivo | 134845 Bytes |
Texto | 435 DEGENERACIÓN Y AFRICANIZACIÓN DE LA POBLACIÓN CUBANA: 1878-1895 Armando García González Si bien no significaban lo mismo africanización y degeneración se convirtieron pronto en sinónimos para aquellas colonias donde se introdujo la raza negra, así como otras etnias (yucatecos, chinos, etcétera) a las cuales se extrapolaron esos conceptos. Sin embargo, existen matices importantes en la manipulación de tales conceptos, de acuerdo con los intereses mencionados. De modo que antes de aludir a ellos se impone preguntarse cuál es el sector social, político o económico qué los refiere, o lo que es lo mismo cuáles son los objetivos que persigue. En Cuba, por lo menos, tal diferencia es sustancial y resulta bien manifiesta. Para la clase burguesa esclavista, representada en su mayoría por grandes hacendados y comerciantes, la africanización fue algo prioritario hasta la abolición de la esclavitud llevada a cabo en 1886, de manera que promovió e intentó siempre favorecer la trata negrera, primero de brazos esclavos y más tarde de jornaleros africanos libres y otros contratados, e incluso procuró la anexión de los Estados Unidos con tal de mantener el status esclavista. Mientras tanto, para el sector medio intelectual y reformista (algunos de ellos independentistas más tarde) el concepto de africanización tuvo que ver con la propia con-cepción de nacionalidad cubana que defiende. Así, para José Antonio Saco, Domingo del Monte, Gaspar Betancourt Cisneros y otros, la introducción de africanos representa un factor atentatorio contra la nación cubana (concebida fundamentalmente por y para los criollos blancos). De ahí el interés de favorecer el blanqueamiento de los negros y mulatos -africanos y nacidos en Cuba- mediante el mestizaje con poblaciones blancas europeas (canaria, peninsular, alemana) ya mediante jornaleros libres, ya fundamentalmente con familias blancas que se asentaran en las regiones más despobladas de la Isla para dedicar-se al cultivo de la tierra. El proceso de blanqueamiento tendrá para las figuras menciona-das un interés político, mientras que para otros como Arango y Parreño, envolverá un objetivo económico: incrementar la mano de obra barata en la agricultura cañera mediante una clase mulata. En estos casos el mestizaje no parecerá así mostrar carácter degenerativo, sino aparentemente progresivo, pues según concebía este sector la raza negra ascendía hacía la blanca entendiendo que el color negro cedía o era sustituido siempre por el blan-co. A la africanización se le daba en realidad, sin embargo, un carácter degenerativo por una parte de esta población criolla blanca, pues según este sector inctroducía males de tipo moral (corrupción, vicios, problemas religiosos como el fetichismo, brujería y crimi-nalidad), pero también médico-sanitario por la incorporación de enfermedades y epide-mias que acrecentaban las ya existentes en el país, entre las que se encontraban las virue-las, el cólera morbo y la fiebre amarilla. Algunos de estos aspectos si bien resultaban ciertos en determinada medida fueron asimismo manipulados por éste y otros sectores de 29 436 la burguesía insular con el fin de obtener concesiones o en otros casos reformas del gobier-no colonial español. Aunque la clase media reflejó hasta la guerra del 68 diversos criterios discriminatorios, como los referidos a la indolencia y la inteligencia inferior de africanos y asiáticos con respecto a la raza blanca, tales criterios fueron menos extremos que los del sector esclavista compuesto por grandes hacendados y comerciantes, cubanos y españo-les, que favorecieron la trata y la esclavitud. Estos se apoyaron hasta esa fecha en la reli-gión (los negros eran una raza maldita, proveniente de Caín o de Cam, maldecido por Noé, decían interpretando a su antojo ciertos pasajes bíblicos). Se basaron también en el poligenismo, al asegurar que eran una especie distinta, más cerca de los simios que del hombre blanco desde el punto de vista evolutivo, y hasta animales que servían en los campos. El sector de la clase media intelectual se opuso a ello, defendiendo la unidad de la especie humana (todas las razas eran variedades de la misma especie humana) mediante el monogenismo religioso defendido por Cuvier (todos descendían de la misma pareja bíbli-ca), susceptibles de alcanzar por la educación y el contacto con la raza blanca igual grado de desarrollo. Igualmente negaron la inferencia que hacían los esclavistas (tomándolo de la ciencia europea) del ángulo de Camper, de cuya mayor abertura concebían estos últimos una estrecha relación con la inteligencia, expresando que en los negros era más cerrada dicha abertura a causa del prognatismo frecuente entre los mismos. Aquellos también negaron la pretendida fuerza física y aptitud superiores para resistir los trabajos rudos y el clima tropical que estos últimos concedieron a los negros, expresando que a éstos también les daba la fiebre amarilla (cosa que no creían los esclavistas) y que no poseían ninguna cualidad especial de aclimatación. Esto fue demostrado por el célebre Carlos J. Finlay al descubrir al mosquito Anopheles como agente transmisor de esa enfermedad, negando la acción de las miasmas en que se sustentaron aquellas tesis. La argumentación científica en torno a la degeneración de la población cubana a partir de 1878 (finalizada ya la trata negrera y la primera guerra de independencia cubana, adquirió nuevos, variados y más sutiles matices, que en sentido general abordaremos en este artículo. Pero antes de referirnos a ello, diremos que la situación social, económica y sanitaria de negros, asiáticos y blancos pobres fue una preocupación constante para los intelectuales de Cuba como para su gobierno y población, sobre todo, luego de las epide-mias de cólera morbo de 1833 y 1850, entre otras, que trajeron como consecuencia gran mortalidad entre la población esclava y no esclava y el encarecimiento de la primera, la abundante masa de negros y mulatos libres en extrema pobreza, la criminalidad, prostitu-ción, vagancia y otros males, señalados desde la década del treinta. Los trabajos en ese sentido de José Antonio Saco, Ramón de la Sagra y Antonio Bachiller y Morales, por citar algunos, dan suficientes pruebas de dicha situación. Algunos de cuyos informes fueron solicitados por el propio gobierno insular. Convivencia y mestizaje Aunque la idea de mestizaje como elemento degenerativo era bastante antigua y frecuente asimismo en muchos europeos de la ilustración,1 adquirió mayor significación a 437 partir del rápido y ascendente desarrollo de la antropología y medicina positivistas euro-peas, así como del pensamiento evolucionista de Darwin y sus seguidores, que se produce después de la década del sesenta. Estos criterios científicos emergieron en medio de los debates que se producen en instituciones científicas y literarias y en múltiples publicacio-nes periódicas de la época, pero también se observan sus manifestaciones en otros géneros artísticos como la novela. 2 Fueron, además, interrelacionados con la situación social polí-tica y económica, tanto de las metrópolis que las generaron, como de las colonias donde se discutieron, aplicaron o combatieron, y por tanto se imbricaron con muchos factores de índole no científica, pero que reflejaron de este modo las opiniones, intereses y actitudes de las distintas clases que las apoyaron o combatieron. Otros criterios debían aflorar indefectiblemente a causa de la convivencia que por fuerza debía existir entre estas razas, etnias o poblaciones incorporadas y nacidas en la Isla. Lenguas, costumbres, asimilación y rechazo de las mismas, eran -y son en la actuali-dad en muchos países- motivos suficientes para que ciertos sectores se apoyaran en ellas a fin de justificar su manipulación y hegemonía, dejando ver opiniones discriminatorias a conveniencia. Y la ciencia, como hemos dicho, no se mantuvo al margen de esas concep-ciones. Los aspectos físicos, fisiológicos, psicológicos, intelectuales, evolutivos, morales, se entremezclaron en complicada urdimbre conjuntamente con los argumentos económi-cos, políticos y sociales en los discursos de los científicos, pero también de otros ideólogos y promotores de la esclavitud y el colonialismo. Elijamos algunos de los argumentos que se apoyaron en la ciencia y que se mantienen en el período de 1878-1895. Mestizaje como degradación física o morfológica Los caracteres antropológicos físicos fueron desde siempre considerados peyora-tivamente por los pueblos con respecto a otros. Al color de la piel, estatura y complexión, se añadieron -con los estudios positivistas un buen número de detalles- para intentar de-mostrar la superioridad de naciones y razas sobre otras. Los aborígenes fueron acusados de débiles, pequeños de estatura y con ciertos rasgos uniformes a todos ellos, si bien existen diferencias sustanciales entre las distintas tribus, poblaciones o etnias. En el caso de los negros llevados de Africa a América (muchos de ellos de elevada estatura y fortale-za) se les aplicaron otros raseros desde el punto de vista antropológico físico al comparar-los con la raza blanca para subrayar en ellos características desfavorables o inferiores, de acuerdo con los patrones de la blanca. De este modo, de acuerdo con sus cánones, el cabello rizado, las órbitas grandes, cuadradas de negros y asiáticos, la abertura nasal ancha, labios gruesos, pómulos salien-tes, el prognatismo (de cualquier maxilar) y por tanto la abertura del ángulo de Camper aludida, el color oscuro de las encías y la piel, la longitud de las extremidades (sobre todo en negros longilíneos), las formas de las pantorrillas, eran consideradas como inferiores. Se llegó a expresar por Cook, por ejemplo, que los africanos asumían una posición o actitud simiana al agacharse pues carecían de pantorrillas, (idea que asumió el doctor cubano Luis Montané) o que el pliegue parpebral de los asiáticos era repulsivo , como pensaba el paleontólogo español Francisco Vidal y Careta. 438 La diferenciación física se buscó en el sistema nervioso, aludiéndose la pretendi-da coloración más oscura de las membranas encefálicas de los negros con respecto a los blancos, a la forma del cráneo, atribuyéndosele ya la dolicocefalia ya la braquicefalia a pueblos completos y por tanto la inferioridad intelectual que de ella emanaba, y siempre basándose en medidas escasas y parciales. Esto, que se acentúa en la antropología positi-vista francesa, entre otras, se extrapoló incluso a poblaciones de la propia raza blanca. Así, por ejemplo, algunos autores franceses como Paul Brocá atribuyó a los galos (alpinos) de cráneo braquicéfalo, la superioridad sobre el germano, de cráneo alargado o dolicocéfalo.3 Un ejemplo de cómo se valoraban en Cuba los caracteres antropológicos físicos en esta diferenciación discriminatoria, puede verse en los debates que se producen en la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de la Habana en 1875 y 1881, a raíz de sendas consultas que hizo el Gobierno a dicha institución para saber si dos perso-nas pertenecían a la raza blanca o tenían “mezcla de sangre”, es decir, eran mulatas. Una de ellas se hallaba por entonces bajo el patronato, disfrazada forma de esclavitud. La ambivalencia asumida por los integrantes de la Academia -sin duda con la intención de favorecer a las dos personas implicadas- deja traslucir, sin embargo, que se consideraban algunas características como desfavorables y otras favorables o superiores, sin tener en cuenta de que tales inferioridades no existen, que muchos de los caracteres que aducían no tenían verdadero carácter racial, que eran mediciones superficiales inexactas y hasta con-tradictorias y que además descuidaban la diversidad de cruzamientos producidos a lo lar-go de la historia por los seres humanos para clasificar a una raza por caracteres aislados .4 La diferenciación somática -bajo esta concepción de superioridad e inferioridad-se intentó establecer incluso entre los individuos de la misma raza negra. Así, en una memoria presentada en la Sociedad Antropológica de la Isla de Cuba, por el doctor Agustín W. Reyes, este pretendió que los rasgos antropológicos de los negros criollos (nacidos en Cuba) eran más armoniosos que los de los negros africanos (bastos y bestiales). Diferen-ciación que también estableció en cuanto a costumbres y capacidades intelectuales de ambos.5 En realidad los aspectos morfológicos se asociaron igualmente con enfermeda-des, por ejemplo, cuando el oftalmólogo Juan Santos Fernández intentó demostrar que ciertas enfermedades de los ojos en negros, cubanos blancos, canarios y peninsulares te-nían estrecha relación con la abertura del canal nasal (más frecuente en aquellas razas o naciones que lo tenían mayor), generó amplio debate en la Sociedad, para salvar el prurito racial que se ponía en duda al traerse a colación el posible origen de la población española y por tanto cubana blanca a partir de poblaciones norteafricanas, es decir, con mezcla de razas llamadas inferiores.6 Hecho que motivó que algunos de los miembros de la Sociedad insistieran en que la población blanca española (y por tanto cubana criolla blanca) se había mantenido inalterable a través de los siglos. La degeneración fisiológica En la fisiología se buscó además las pretendidas diferencias entre razas humanas para justificar la trata y la esclavitud, pero también la forma de combatirlas. La creencia de que algunas enfermedades eran típicas de una raza (la enfermedad del sueño era a juicio 439 de muchas personas típica del negro, pero no padecían la fiebre amarilla, que asolaba al blanco) o de una nación (a los judíos no les daba el bocio) y no de otras, fue igualmente manipulada por distintos sectores de la burguesía cubana, de consuno con el pensamiento científico (hoy diríamos cientificista en estos aspectos) de la época. Para algunos científicos europeos y americanos la razón de esta superioridad del negro para resistir la fiebre amarilla se debía a que los negros tenían menor cantidad de hematíes -otros suponían que mayor número de leucocitos- en su sangre, siendo la ane-mia, la fórmula del temperamento tropical.7 En efecto, cierta tipo de ciclemia para resistir al paludismo existe entre algunas poblaciones africanas, pero el error consistía en que se generalizaba a la raza negra completa. Durante todo el siglo XIX impera también la idea de que aquellas personas naci-das en los trópicos (criollos) traían consigo una adaptación natural o aclimatación a las enfermedades de la región o al menos si padecían éstas resultaban de forma más benigna. Con lo cual se llegó a la conclusión que aquellas personas que se mezclaran con ellas o con poblaciones habituadas a vivir desde siempre en los trópicos, adquirían esa inmunidad o aclimatación. Hay que tener en cuenta que al referirse a la mezcla -mal llamada cruza-miento- de razas, se referían también a veces a naciones, pues se confundían (como hoy incluso) ambos términos. Los mestizos y mulatos se convirtieron entonces en las personas adecuadas para laborar en la agricultura y otras faenas duras por esa capacidad fisiológica especial. Si bien hasta la década del setenta la burguesía esclavista sustentará que el negro es el individuo más adecuado para resistir a las enfermedades como la fiebre amarilla, y a los trabajos agrícolas por su fortaleza física, en el período comprendido entre 1878 y 1895 la cuestión derivará en mayor escala hacia la cuestión de la aclimatación en sentido de poblaciones (más que de razas) en ese empeño por obtener mano de obra barata para la agricultura. Los planes de la Junta de Colonización en esas décadas de llevar a Cuba abisinios, egipcios y otros inmigrantes se apoyará, desde el punto de vista científico, en su adaptación fisiológica a los climas tropicales, aunque en muchos casos, como es obvio, se buscaran semejanzas entre climas muy variados e incluso diferentes a los de Cuba, ade-más de las características raciales y culturales. Para la visión colonialista el asunto de la aclimatación constituía un factor funda-mental con el fin de permanecer y defender las colonias. Las epidemias, por ejemplo, a juicio de diversos médicos españoles habían causado más muertes durante la guerra del 68 que los insurrectos. De modo que el fantasma de la fiebre amarilla y el rostro feroz de los negros constituían motivo de inspiración para caricaturistas y periodistas al hablar sobre la guerra de Cuba en la prensa española. Los mestizos y mulatos, pero también poblacio-nes mezcladas constituyeron la población ideal para mantenerse en las regiones tropicales por su capacidad de aclimatación adquirida durante siglos; o, en su defecto, los individuos que fueran a poblar o defender las colonias debían pasar un tiempo en un clima parecido al de Cuba, como era el de las Islas Canarias, tal y como pensaba el doctor español Ramón Hernández-Poggio.8 Mientras que para otros -como el médico naval español Ángel Fernández-Caro- los españoles eran los más adaptados que otras naciones por su origen siro-árabe, lo cual no quería decir que fueran inmunes a las epidemias y enfermedades.9 440 Estos argumentos, que descansaban en las teorías miasmáticas sobre la transmi-sión de enfermedades y epidemias -en la primera mitad de siglo concebidas como emana-ciones o efluvios y en la segunda como micrófitos o microorganismos, presentes en las atmósferas pantanosas- que hacían del clima de Cuba algo fatal para los europeos, fueron combatidos por el médico cubano Carlos J. Finlay y gran parte de la clase media intelec-tual criolla, que vieron en el asunto más que la pretendida insanidad del clima, una cues-tión de higiene o salubridad que había que solventar para vivir adecuadamente en la Isla y en general en las colonias tropicales. Tal asunto sirvió, como ya se dijo para enfrentar también la esclavitud, la trata negrera y los planes de inmigración africana libre que pre-tendían algunos sectores esclavistas, favoreciendo de paso la inmigración blanca por fa-milias como solución ideal para la falta de mano de obra agrícola. En realidad tanto para esta visión colonialista, como para el sector intelectual criollo de la clase media, que prefiere la raza blanca, el mestizaje por el que se inclinan no es de razas sino de poblaciones o naciones blancas, a fin de mantener la homogeneidad racial pero también cultural y si es posible política y social. Entre 1878 y 1895, sin embar-go, la gama de matices en torno a estas cuestiones es amplia, hallándose también intelec-tuales criollos que juzgarán innecesario todo tipo de inmigración, entendiendo que existe suficiente mano de obra en Cuba para tener que buscarla en otros países. La degeneración evolutiva Los argumentos biológicos y evolutivos eran menos extremos que los defendidos por la burguesía esclavista que consideraba a los negros como individuos más cercanos en su posición evolutiva de los simios que de los hombres blancos. Sin embargo, hay que decir que no sólo grandes hacendados y comerciantes esclavistas defendieron estos crite-rios, sino también -en el período comprendido entre las dos guerras de independencia de Cuba- algunos representantes de la clase media intelectual cubana que no tenía intereses en la esclavitud y la agricultura cañera, como Juan I. de Armas, José R. Montalvo, Antonio Zambrana, Benjamín Céspedes y otros. Para Armas por ejemplo los mulatos eran híbridos incapaces de reproducirse más allá de la tercera o cuarta generación,10 mientras que José I. Torralbas creía a dichos mulatos como seres degenerados, tal y como algunas clases de perros callejeros, a los que se les denominaba“satos” por ser el producto de varias espe-cies. 11 Por su parte Montalvo admitía la existencia de algunos mestizos como resultado del cruce con monos y con otros atavismos biológicos y morales.12 Lo cual explica por qué razón los doctores Pedro Valdés Ragués 13 y Arístides Mestre retoman el asunto de los hombres con cola, para dilucidar si eran casos teratológicos, o atavismos biológicos o evolutivos. Asuntos en los cuales se refleja el criterio discriminatorio de Montalvo de que es típico de las poblaciones intermedias en la evolución y refiere su abundancia en tribus africanas, como los niams-niams. O, en el caso del trabajo de Mestre, al asumir al parecer el criterio del profesor francés Blanchard de incluir ese rasgo como un carácter atávico evolutivo en poblaciones de las Molucas, en hotentotes y australianos, conjuntamente con otros caracteres propios de los simios, como los caninos sobresalientes, diastema, perfora-ción de la cavidad óleocraneal del húmero y hasta simplicidad de las circunvoluciones, como los neandertales.14 Es decir, no sólo eran primitivos en cuanto a su anatomía sino también en cuanto a su inteligencia, o sea, inferiores. Hay que aclarar que si bien es verdad que en esta época (1886) Mestre creía en la existencia de razas superiores e inferiores, 441 consideraba a todos los pueblos susceptibles de educación y progreso, e incluso estimaba que también los pueblos europeos podían volver a la barbarie, pues, del mismo modo que su padre el también médico Antonio Mestre, creía que la herencia -y por tanto el atavismo-no era sólo orgánica, fisiológica o biológica sino también social. La degeneración intelectual El proceso de africanización de Cuba y su consiguiente convivencia y mestizaje motivó que algunos sectores de la burguesía cubana tomara de la ciencia internacional un conjunto de criterios peyorativos en relación con la pretendida diferencia o gradación en cuanto a la inteligencia de las razas y naciones. Ideas que se generaron al tiempo que se efectuaban en Europa y América distintos estudios craneométricos y del sistema nervioso del hombre y los animales. Se concibió, durante buena parte del siglo XIX una estrecha relación entre la inteligencia y la capacidad craneana, el peso, volumen del cerebro y en general del encéfalo. Con el tiempo se englobaron otros factores, como el número, tamaño y cantidad de las circunvoluciones, grosor de sustancia gris y otras. En todo ellos se intercalaron opiniones discriminatorias. Entre ellas pueden men-cionarse los famosos criterios del belga Gratiolet, para quien existían razas frontales y occipitales. Las primeras eran superiores por tener, a su juicio, el lóbulo frontal más desa-rrollado, entendiendo que allí radicaban los asientos del conocimiento y la inteligencia. Mientras otras eran inferiores u occipitales al poseer mayor desarrollo de este lóbulo, donde se asentaban los instintos. La blanca estaba por supuesto entre las primeras y la negra entre las últimas. También Gratiolet concebía a la osificación del cráneo, a la aber-tura de las fontanelas y a la dirección de las suturas el que unas fueran inferiores y otras superiores. Tales asuntos -que tenían sus antecedentes en los estudios frenológicos de Gall y seguidores, fueron negados por algunos representantes de la clase media intelectual cuba-na, como Felipe Poey en sus memorias sobre los cráneos caribes15 y admitidos por otros, como se observan en las tesis de Joaquín L. Dueñas16 y de José R. Montalvo, Luis Montané y Carlos de la Torre en su investigación sobre el cráneo del general independentista Anto-nio Maceo. Si bien en este último caso los autores intentaron demostrar que Maceo era de una inteligencia superior, aunque presentase algunas caracteres desfavorables propios del mestizaje, insistiendo por ejemplo que su cráneo con algunas suturas abiertas podía conti-nuar creciendo y con ellas sus capacidades.17 Todos estos asuntos partían del presupuesto de que las razas debían tener grados de inteligencia diferentes o por lo menos algunos pretendieron averiguarlo no sólo en las improntas del cráneo y la anatomía del encéfalo sino también desde el punto de vista psicológico y de los resultados del conocimiento mediante lo que hoy llamaríamos tests de inteligencia. Así, Enrique J. Varona, a partir de un cuestionario realizado por el francés Letourneau propuso aplicar otro a los niños negros y mulatos cubanos para determinar el grado de inteligencia de los mismos en relación con los niños blancos. Aplicación que fue apoyada por unos -entre ellos el también autonomista por esa época Julián Gassie- y nega-da por otros miembros de la Sociedad Antropológica de la Isla de Cuba, donde se presen-tó, pues podía ser contrapoducente dada la situación política de entonces, recién termina-da la Guerra de los Diez Años.18 442 La degradación moral Los problemas sociales, políticos y económicos en Cuba, producidos por su par-ticular desarrollo histórico como colonia, donde imperaba la esclavitud condicionó la apa-rición de prejuicios acerca de la moral de las distintas razas. Esta moralidad desde el punto de vista de los blancos se vinculó, como ya dijimos, con la evolución, el mestizaje, los caracteres anatómicos y fisiológicos, pero también psicológicos, y culturales, añadiéndo-se la religión, el idioma y la prostitución. Las diferencias culturales resultaban contrastantes en Cuba de todos modos, de-bido a los diversos elementos que componían su población: blancos ricos y pobres, inte-lectuales de la clase media, peninsulares y canarios, negros y mulatos criollos (algunos de ellos educados en España y Francia) pero también esclavos bozales africanos. Todo ello contribuía a conformar opiniones contrapuestas, donde primaban opiniones sobre el “atra-so” cultural de estos últimos. Así era calificada su religión y lenguajes como bárbaros, teniendo en cuenta su fetichismo, criminalidad y dificultad para hablar el idioma español. Si bien es cierto que a veces los blancos asumían las creencias de los negros y hasta sus ídolos. Tal y como menciona en la Sociedad Antropológica, por ejemplo, Enrique José Varona al referirse a los ídolos o matiábulos que los negros llevaban consigo durante el combate, en la guerra del 68, creyendo que les hacían invencibles, fetichismo que también adoptaron algunos blancos insurrectos y requirió toda la fuerza del general Ignacio Agramonte para enfrentarlo.19 La idea de que se corrompía la moralidad de la población cubana con estas prác-ticas es más o menos frecuente, e incluso algunos intelectuales criollos opinan, en la déca-da del ochenta, que las lenguas africanas no habían hecho aportaciones a la castellana 20, lo cual no era cierto. De todo ello se derivaba la opinión de estos intelectuales cubanos -de consuno con científicos europeos- de que si se les privaba de la convivencia con la raza blanca, los negros volvían a su estado de barbarie, por atavismo de tipo social. Idea que será menos extrema que la desarrollada en sentido parecido por los grandes esclavistas, quienes afir-maban que si se privaba a los negros de la esclavitud retornaban al estado salvaje. Pero el sector intelectual más bien pensaba en esta especie de atavismo moral o en otros casos en una ley fatal y biológica que habría de condenar a la raza negra a desaparecer en las Antillas, ya mediante el mestizaje, ya mediante la selección natural. La política y las razas en torno a la guerra del 95 Lo referido hasta aquí se produce en un momento histórico en que se conjugan diversos factores que están en contra de estas etnias desprotegidas: negros, mestizos, asiá-ticos no tienen acceso a los estudios superiores, donde se les exige certificado de “limpie-za de sangre”, desde el punto de vista de la raza blanca. Por otra parte, incluso luego de la abolición de la esclavitud en 1886, no sólo perduró esta exigencia, sino que la situación social y económica de tales grupos es tan precaria que no pueden costearse estos estudios, ni siquiera en las primeras décadas del siglo XX. Proceso que tendría que ir produciéndose gradualmente durante la primera mitad de esta última centuria. De toda su situación fue 443 consciente la clase negra y mestiza, durante y luego de la Guerra de los Diez Años. De hecho, en el transcurso de la guerra se habían creado “escuelas” en la manigua para ense-ñar a las personas analfabetas (tanto negras como blancas). En el período comprendido entre 1878 y 1895, con la creación de organizaciones que defendieron a negros y mulatos, como el Directorio Central de las Sociedad de la Raza de Color (fundada en 1887), bajo la dirección del mulato español, nacido en Cuba, e independentista Juan Gualberto Gómez, se defendieron los derechos de esta raza a través de periódicos como La Fraternidad y La Igualdad. Labor que prosiguió José Martí, desde Patria en los primeros años de la década del noventa. La muestra de que se continuaba argumentando como deficiente e inferior la inteligencia de los negros, se evidencia en el libro del doctor Benjamín Céspedes La pros-titución en la ciudad de La Habana, publicado en 1888,21 que motivó la airada defensa del periodista mulato, español y conservador Rodolfo de Lagardere, por esos y otros argu-mentos discriminatorios sobre la corrupción y degeneración de negras y mulatas manifes-tados por Céspedes, pero que Lagardere extrapoló al terreno político, acusando de racista al partido autonomista al que pertenecían Céspedes, Antonio Zambrana y Juan R. Montalvo, quienes también habían expresado criterios parecidos respecto a negros y mulatos.22 Asimismo se esgrimía el evolucionismo por algunos autonomistas para justificar su actividad política, como sucedió en 1887, cuando algunos miembros de este partido - como Ricardo del Monte y José Silverio Jorrín- reivindicaron ser continuadores de los reformistas de antes de la Guerra del 68 y en especial del conde de Pozos Dulces, quien había introducido las ideas darwinistas en Cuba en 1868 y, además, quien había afirmado cuatro años antes en su periódico El Siglo, “nada por la revolución, todo por la evolución”. Sanguily aprovechó la coyuntura de los artículos que afirmaban tal cosa, realizados por Jorrín y otro por Vidal Morales, donde se calificaban de darwinistas, para aclarar que el conde no lo era en esa época (en efecto en 1868 cuando introdujo las ideas de Darwin en la Academia se manifestó en contra de ellas y a favor de la inmutabilidad de las especies), para expresar que el citado periódico una posición nacionalista y que sólo bajo amenaza renunció el conde a sus anteriores posiciones patrióticas, así como que no tuvo firmeza suficiente cuando se acercó la tormenta (de la Revolución). Hay que tener en cuenta, por otra parte, que cuando se produjo este debate, en 1887, ya el autonomismo había perdido cierto carácter nacionalista, impartido en sus inicios por Cortina, Gassie y Varona, entre otros (23). Varona, por ejemplo, había renunciado al autonomismo, lo mismo que otras figuras lo harían después abrazando el independentismo. La situación política en las décadas del ochenta y noventa es compleja, cuando están en plena actividad los partidos Unión Constitucional y Autonomista, por un lado, y por otro, fundado en 1892 el Partido Revolucionario Cubano, creado y dirigido por José Martí. La visión política del asunto de la africanización y la consiguiente degeneración de la población cubana, no sólo se reflejó en los debates entre autonomistas y unionistas o conservadores y que tuvieron que desenmascarar Martí, Sanguily y Juan Gualberto Gómez, sino también está presente con algunas concepciones discriminatorias entre algunos de los propios independentistas como el propio Sanguily, el estudiante de medicina Alfredo Virgilio Ledón, entre otros, quienes concebían que la población española (incluida la cubana) era inferior y había degenerado debido a sus mestizajes con antiguas poblaciones del norte de África. 444 Como símbolo de las aspiraciones y defensa de su identidad, negros y mulatos habían escogido al poeta Plácido, mártir de la Conspiración de la Escalera, empeñándose en erigirle, en 1893, un monumento a su memoria. Esto motivó controversias, como las efectuadas entre Sanguily, Gómez y Juan de la Cruz (Manuel García Garófalo) -muy bien estudiadas por Mendieta, Cepeda, Vitier y otros investigadores24-, donde el primero se expresa en términos críticos excesivamente duros y apasionados en contra del malogrado vate. Igualmente, Sanguily realizó una valoración parcializada en torno al papel desempe-ñado por negros y mulatos antes, y durante la guerra, atribuyéndole la principal función y sacrificios a la raza blanca. Esto pudiera resultar paradójico si se tiene en cuenta que Sanguily había apoyado las resoluciones en torno a la igualdad socio-racial recogidas en el La Igualdad 25 y resal-tado la capacidad organizativa, cohesionadora de aquéllos, en su propia publicación, Ho-jas Literarias. Ello es factible comprenderlo, pues él mismo había afirmado: “Y nada de esto significa que no crea yo que los hombres de color hacen muy bien en reclamar sus derechos que deben en todas partes su condición de la vida social, porque integran la personalidad humana. Ante la ley, en el derecho, los hombres todos deben ser iguales”.26 En cuanto a Plácido, luego reconocerá haber sido violento, aunque no injusto, confesando la conmiseración que le inspiró su destino, así como la admiración que sentía por su genio malogrado.27 Un análisis detallado de todas estas cuestiones deja claro que, aunque Sanguily en ocasiones no hace una valoración correcta del papel desempeñado por negros y mula-tos durante la guerra del 68 o en el período comprendido antes del 95, y no está exento de algunas concepciones discriminatorias de la época, de las cuales era difícil escapar, como hemos visto hasta aquí; sin embargo, en sentido general, hay que decir que su posición va a estar encaminada a destacar la capacidad organizativa de aquéllos en pro de sus dere-chos, que considera deben ser iguales a los de los blancos, al tiempo que niega las argu-mentaciones racistas que, escudándose tras la antropología, atribuían inferioridad biológi-ca e intelectual al negro; argumentaciones esgrimidas por individuos que intentaban justi-ficar con ello sus opiniones políticas. La evidencia más diáfana de lo que acabamos de expresar es su artículo “Negros y blancos”, publicado en 1894 en sus Hojas Literarias.28 En él dirá que negros y mulatos, alentados por las sociedades y por el influjo y la propaganda de algunos oradores blancos (Montoro, Cortina, Figueroa, Zambrana), comprendieron la inferioridad en que se les mantenía, empeñándose en hacerla desaparecer y en reclamar sus derechos, para lo cual trabajaron. Por muy grande que fuera la “preocupación étnica y social de los blancos”, tenían que reconocer esos esfuerzos que, por su éxito, los enaltecía y honraba. Era incon-cebible para Sanguily que se recurriese a las mediciones craneométricas y al estudio del cerebro para justificar la inferioridad del negro, por lo cual expresó que se quería dislocar el asunto, trasladándolo a la antropología cuando el asunto era por su naturaleza, por su origen y por sus consecuencias esencialmente sociológico. En ello nada tenían que ver el poligenismo y el monogenismo que eran dos hipótesis de la etnología, de las cuales no podían inferirse relación con la unidad de derecho y con la igualdad de derecho, ni tampo-co el peso, índice cefálico y circunvoluciones del cerebro de negros, separatistas y autono-mistas eran necesarios para establecer la justicia social. 445 Al respecto argumentó que alegar en ese momento que el negro era inferior al blanco resultaba recurso tardío y sin eficacia, así como difícil de probar, y además ya otros blancos, más fuertes que ellos habían fallado en contra irrevocablemente. Empeñarse en discutir a estas alturas invocando los bosquejos de la incierta Antropología y el ejemplo de los Estados Unidos, para anular lo que es ya una realidad inalterable, tiene que ser tan vano como impolítico. Estoy seguro de quien así involucra las cosas, si fuera negro hubie-ra hecho lo mismo que acaban de hacer los negros [sus logros organizativos y educativos]. Hay quien ha llegado a sostener que porque un día los negros fueron esclavos de los blancos deberían ansiar siempre los que ya son hombres libres el esterminio [sic] de los que favorecieron su dignificación y su mayor ventura, o no fueron nunca ni sus amos ni sus enemigos. Esto es simplemente un despropósito.29 Y a continuación subraya que si el negro no odió al blanco cuando vivió bajo el régimen de la esclavitud, mucho menos lo haría en ese momento cuando debía sentir satisfacción y agradecimiento; aunque aquí Sanguily recarga la mano más para el sacrifi-cio y la abnegación del segundo que de la propia lucha del primero. Pero ello no quiere decir que desee se mantenga al negro en una posición relegada o inferior, pues, como él mismo afirma, no se complace en la humillación social, pública de éste, ni ve en ello ventaja alguna ni para su patria ni para la cultura o la civilización, pues concibe la justicia como el triunfo de los mejores; observando que la sociedad es heterogénea y complicada, donde en la lucha por la vida, ni el negro puede subsistir despreciado y desamparado. Esto lo refería Sanguily teniendo en cuenta las ideas que, como se ha visto, se valoraban en torno a la resistencia física del negro y su mejor aptitud para soportar los climas y enfermedades tropicales; asunto que a él le parece de difícil determinación. Por eso añadirá que el problema para el blanco consistiría, si se admitían las opiniones extre-mas, en absorber al negro, eliminarlo o asociarse con él. El primer recurso había sido hasta ese momento imposible y sería muy lento, dado el caso de que el blanco de esta tierra fuera desde el punto de vista etnológico más vigoroso que el negro, y que el clima fuera también a la larga desfavorable a los descendientes de los africanos, lo que era tan difícil de establecer como lo fue de practicar. Mientras tanto, el negro había buscado, justa y legítimamente, mejores condiciones y las había conseguido. Era preciso, por consiguien-te, asociarse con él. El africano había ido desapareciendo de vejez, enfermedad y miseria; y el negro descendiente suyo era un cubano, por nacimiento, dialecto, lengua y aspiracio-nes. En estas tierras padecían él y sus padres; esto no significaba que poseyeran más títulos para amarlas que los blancos, pero “gracias al esclavo hubo en Cuba riquezas y esplendor material, y gracias a él los cubanos pudieron oír -entre ayes y latigazos- las enseñanzas de Varela, Luz y los versos de Heredia; y en consecuencia de esto último también que fueran libres”. Igualmente, niega el argumento discriminatorio de que el negro no reclamaría condiciones de igualdad si no lo estimulasen unos cuantos hombres de color, que son los únicos que sienten tal necesidad; así como que el negro no es igual al blanco; expresando que en todo caso eso (de la minoría) ocurría en todos los partidos, y aun sucedió en 1868, y lo mismo ocurre entre los autonomistas, donde son escasos los que de verdad quieren la autonomía de Cuba. De modo que quien juzgara por las intenciones de ese pequeño grupo, podría equivocarse de la sincera convicción de la masa que sabe que España jamás conce- 446 derá a Cuba la autonomía. Por otra parte, un por ciento de los campesinos blancos no sabe qué significa esa palabra. Peor sucede en el Partido Conservador, cuyos miembros son capaces de morir por la integridad y no saben qué es la “unidad nacional”, proclamadas por sus oradores y periodistas. Otro tanto sucede con los recién nacidos reformistas [se refiere al Partido Reformista recién creado entonces], cuya mayor parte no sabría explicar el nuevo programa urdido por el “empirismo tradicional”. También desmitifica los criterios discriminatorios en torno a si los negros no habían podido crear civilización alguna [tópico bastante antiguo y prevaleciente aún], alegando con justicia que tampoco raza alguna por sí sola y espontáneamente había logra-do una civilización específica y propia; ni tampoco era equitativo comparar, en general, al blanco con el negro, pues había que aclarar a qué blanco o a qué negro se referían, ya que, “de blanco a blanco suele haber grandes distancias, como las hay de negro a negro, así en África como en las Antillas, en Melanesia, lo mismo que en Estados Unidos”. De idéntica forma estima que nada tiene que ver la mezcla de razas con la direc-ción suprema de la política y el hecho que un negro pueda entrar a un café público, o su hijo asistir a la escuela del barrio. Antes del decreto del general Callejas, que admitía esto, ya se daban casos más o menos públicos de uniones matrimoniales entre blancos y negras y alguna que otra de blanca con negro, pero eso había sucedido siempre, con o sin decreto, como sucede cuando dos razas viven en contacto, aun cuando no se mezclen y fundan; siendo estos asuntos, a la postre, de orden privado y de carácter personal. Asimismo, se opone Sanguily a uno de los argumentos que se esgrimían, como ya dijimos, para declarar al negro inferior al blanco: el ñañiguismo, aclarando que no sólo el primero practicaba esta especie de religión, sino también el segundo. Pero para funda-mentar su opinión recurre a la idea de que no hay negros sabios, como tampoco los hay muchos entre los diecisiete millones de españoles, ni entre los inmigrantes peninsulares que aquí vinieron, y aun entre los cubanos; lo sabios verdaderos eran habas contadas. Y cae en palmaria contradicción discriminatoria al atribuir inferioridad intelectual al espa-ñol, debido al cruce con “razas inferiores”, o sea la africanización, y a la práctica del ñañiguismo. El español es de suyo producto de muchas mezclas, y, respecto a una gran por-ción de su tierra, es el producto de razas inferiores. De ahí su despreocupación, su facilidad de aclimatación y así mismo su actual inferioridad política e intelectual. En Cuba el menestral y el jornalero peninsulares se unen a la negra como lo hace el chino, por su propia ínfima condición y la vez por economía. En los primeros años de la conquista, españoles hubo aquí y en Méjico que, retenidos prisioneros por los indígenas, olvidaron muy pronto su idioma y no quisieron volver nunca al seno de los suyos...30 Y pone de ejemplo el caso de un hombre blanco, compañero de Gerónimo Aguilar que se hizo cacique y otro que en poco tiempo de permanencia entre indios, gesticulaba y saltaba como un salvaje en presencia de Pánfilo de Narváez. Incluso añade que hacía ocho o diez años un inspector de policía de la Habana le aseguraba que en solo una tierra o asociación de ñáñigos había nada menos que noventa asturianos afiliados. 447 Naturalmente que esta visión de Sanguily, que conjuga con su época, tiene más carácter político para promover la unidad de los cubanos que de menosprecio al español, pues él mismo asegurará: “Yo no odio a ningún español. Si en la paz apenas trato de cerca a alguno, en la guerra, para muchos de ellos prisioneros, imploré y comúnmente obtuve la vida. Los españoles, los hombres todos no pueden ser odiosos, y menos para los de su propia raza, mientras y en cuanto no asuman la representación o la defensa de la injusticia o la iniquidad”.31 Prueba manifiesta de una concepción parecida, respecto a aquella subvaloración sobre el nivel intelectual de los españoles, se encuentra también en el artículo de otro de los luchadores por la independencia, el entonces estudiante de medicina Alfredo Virgilio Ledón y Anido, que bajo el título de “La inferioridad intelectual de la raza española”, publicó en 1890.32 En esta memoria se sigue utilizando el concepto de africanización (concebido aquí no sólo en relación con el cruzamiento (mestizaje), sino con el contacto socio-cultural entre razas), para intentar demostrar la degeneración de la inteligencia de las razas, aunque más bien en el plano socio-cultural que científico. Ledón 33 estima infe-rior la inteligencia del negro y aún más, un lastre para la del blanco, ya que ésta decrecía cuando ambas razas se cruzaban. En otras palabras, que la africanización, es decir, el cruzamiento de blancos con negros, era el factor fundamental de la inferioridad de la “raza española” (dentro de la cual incluía a los cubanos). Dicho cruzamiento, que en España se realizó desde el siglo VIII con moros y otros grupos humanos, debido en su criterio a la unión de mujeres de la clase baja con los invasores -atraídas por sus hazañas violentas y empujadas por las grandes diferencias sociales, el hambre y la miseria que impedía fueran muy exigentes-, trajo como consecuencia la inferioridad intelectual de los españoles. Si bien es cierto, nos dice, que entre aquéllos estaban los árabes y éstos eran inteligentes, formaban una minoría que no llegó a afectar la inteligencia de los peninsulares. Otro de los factores que juzga influyó en la inferioridad de la raza fue el desuso de la inteligencia, caracterizado por el hábito del español a los hechos sencillos y a pensar en aras de la utilidad, “estimando de poco valor toda elaboración mental elevada”, como sucedió con la africanización de la raza en España; prefiriendo utilizar el conocimiento extranjero en ciencias como la medicina o en labores como la minería, mientras dejaba languidecer las instituciones por falta de personal capacitado. “Nuestra inteligencia se ha resentido por un verdadero desuso”, dice Ledón. También se observa la inferioridad en la intolerancia religiosa; los primeros españoles no eran tan intolerantes, pero con la africanización llegó un “nuevo credo religioso inferior”, y para contrarrestarlo se exacer-bó el que ya poseían; así, defender hipótesis dogmáticas y admitir cosas absurdas indica poca o ninguna superioridad intelectual. Estos tres factores, más el del prejuicio de infe-rioridad (dado por los prejuicios sociales y la vanidad que se traducen en el estudio y utilización de lenguas extranjeras para parecer más sabios y tener mejores condiciones de vida, entre otras), están implícitamente contenidos en la “africanización de la raza”. El español ha sufrido una retrogradación violenta, observándose en las comedias y novelas el odio a la civilización moderna, las restricciones de la crítica y el antagonismo entre las nuevas ideas y el credo religioso. No obstante todo ello, “precisa advertir que aún falta bastante para completar el estudio sobre las condiciones mentales de nuestra raza”. 448 No abundaremos más en esta memoria, donde lo esencial es la crítica política y que tiene, como ya dijimos, más carácter sociológico que propiamente antropológico; pero que sirve para señalar algunos de los prejuicios sociales, presentes en los años noven-ta, luego de la “emancipación del cuerpo” del esclavo, como decía Lagardere. También otros de los independentistas no pueden evitar, aun cuando defienden la igualdad de razas, cometer deslices discriminatorios, excusables algunos hasta cierto pun-to, si se tiene en cuenta que esos prejuicios habían persistido durante siglos. Así, por ejemplo, el escritor independentista cubano Manuel de la Cruz afirmará en 1895 que el negro criollo de la Isla de Cuba es más inteligente que sus congéneres de Haití, Jamaica y los Estados Unidos, aun cuando en este caso él no se refiriese a cuestiones anatomo-fisiológicas, sino que considerase como esenciales los factores sociales, políticos y econó-micos. 34 A su juicio, en Camagüey el negro era hatero o montero, por eso pasó rápidamen-te y sin esfuerzo de siervo a la categoría de guerrero. La esclavitud doméstica dio al escla-vo en muchos casos, dignidad y carácter de hombre, no así en los ingenios, donde la faena es dura y se le trata como buey o caballo, cosa o máquina. En el occidente de la Isla la masa blanca participó de la misma degradación a que estuvo sometida la negra, y el ñañiguismo, por ejemplo, sólo se conocía en esta región. Las supercherías levantadas, primero por los esclavistas y luego por la Junta Central Autonomista (de la década del noventa), así como los prejuicios creados en torno al negro son bien aclarados por el escritor cubano que analiza cómo se explotó en Cuba el miedo al negro, lo cual, en su opinión, explica el porqué no se le emancipó al mismo tiempo que en Colombia y México, y por qué el separatismo no fue franco, resuelto y unánime hasta 1868. La Revolución de Yara tuvo su cuna en Oriente porque allí se amaba y no se temía al negro; repercutió un mes más tarde en Camagüey donde se consideraba a éste como hombre y no como cosa, halló eco en las Villas, pues allí era menor el miedo al negro, y no encontró soporte en occidente, porque aquí “el negro era el blanco de todos los odios”. Y -sin intención- coincide con Lagardere y otros, al manifestar que, desde 1762 hasta aque-lla fecha, no hubo una sola sedición de negros en contra de los blancos con el carácter de rebelión de razas; eran protestas de hombres que, si bien salvajes, se mostraban dignos y altivos para preferir la muerte a los horrores de la esclavitud. Incluso la conspiración de 1844 fue una superchería para despojar de sus caudales y propiedades a los negros y mulatos libres. Pero la Asamblea de Guáimaro votó por unanimidad la abolición inmedia-ta y total de la esclavitud. En la guerra hubo negros insubordinados como blancos sediciosos a los que se aplicó la ley. Igualmente, desmiente el que los negros intentaran alzarse contra los blancos y que no fuese posible continuar la guerra porque ya aquéllos se iban sobrepo-niendo a éstos, ello no era sino pura envidia de quien carecía de aptitudes ante el jefe de la raza de color, que se imponía por sus proezas; calumnias esgrimidas por los autonomistas y el gobierno, y que renacen de nuevo, queriendo encarnar en el general Guillermo Moncada -hombre bueno, sencillo y honrado- ese odio imaginario del cubano negro con-tra el cubano blanco. Estas prevenciones y prejuicios entre blancos y negros no se borrarán, en su opi-nión, hasta que, con el tiempo, no desaparezcan en los primeros, los sentimientos del mayoral esclavista negrero, y en los segundos, la triste ignorancia del siervo. El Partido Revolucionario había hecho ya declaraciones terminantes y nobles de la posición y desti- 449 no de la raza negra. En el corazón del cubano digno no hay lugar para el odio, “para el negro hay amor, apoyo, luz, concordia, como hay fraternidad, campo, libertad, justicia para el español que en Cuba se siente víctima de un gobierno sin vínculos que lo unan a la tierra”.35 Libre el país de la gobernación española, el negro y el mulato compartirán con el blanco el gobierno y la administración del país. A nadie se le preguntará cuál es el color de su piel, sino que se le exigirá aptitud, condición y dotes para el cargo a desempeñar. Esta es la forma más alta de la igualdad social. Pretensiones que, como se sabe, no llegaron a ser cumplimentadas hasta muchos años después. De todos modos, si bien en este marco muchos opinaban al respecto del negro como Gómez, de la Cruz, y especialmente José Martí, preclaro defensor de la igualdad de las razas, en el plano científico se siguieron esgrimiendo ideas de carácter racista, más o menos solapadas, que conformaban parte del substrato de la ciencia de la época. Sobre todo en relación con la conformación del cráneo, el peso, y la estructura del cerebro, o el mestizaje de razas. Ideas que sólo se erradicarían en el siglo XX. De todos ellos, fue Martí indudablemente la figura que más ingentes esfuerzos realizó para combatir el racismo - blanco y negro- y lograr la unión de los cubanos no sólo entre las filas opositoras (conser-vadores y autonomistas), sino también entre algunos independentistas que temían o se hacían eco de las campañas que denigraban a la raza negra, así como de una posible repú-blica de esta raza. A su visión humanística, altruista y de defensa de todas las clases y etnias marginadas, unió su dedicación hacia la libertad de su patria, muriendo en Dos Ríos en 1895, poco antes de comenzada la segunda guerra de independencia. 450 NOTAS 1 Sobre los criterios deterministas acerca de los aborígenes americanos e incluso de poblaciones blancas que tenían diversos europeos de la Ilustración, véase GERBI, Antonello, La disputa del Nuevo Mundo. Historia de una polémica 1750-1900, Seg. ed., México, Fondo de Cultura Económica, 1982. También DUCHET, Michèle Antropología e historia en el siglo de las luces, Seg. ed. México, Siglo XXI, Madrid, Córdoba, Editores S. A. 2 Dos novelas donde el evolucionismo es el tema central, por ejemplo, son Calcagno, Francisco, En busca del eslabón, Barcelona, Imprenta de Salvador Manero, 1888; Seg. ed. Habana, Editorial Letras Cubanas, 1983; y RIBEIRO, Julio César, A carne, Brasil, 1888. 3 COMAS; Juan, Los mitos raciales, París, UNESCO, 1952, pp. 43-44. 4 Cf. RIVA, Miguel “Reconocimiento de razas”, Anales de la Real Academia de Ciencias Médicas, Físi-cas y Naturales de la Habana, 1875-76, t. 12, pp. 383-394; MONTALVO, José R. “Reconocimiento de razas”, Ibídem, 1887, t. 24, pp. 227-232. El trabajo se presentó y debatió en 1881, pero no se publicó hasta seis años después, cf.. Ibídem, 1880-81, t. 17, pp. 397-402, 498-499 y 550-551. 5 REYES, Agustín W. “Estudio comparativo de los negros criollos y africanos”, Boletín de la Sociedad Antropológica de la Isla de Cuba, Habana, t. 1, No. 6, pp. 130-135. Véase también, RIVERO DE LA CALLE (Ed.) Actas de la Sociedad Antropológica de la Isla de Cuba, La Habana, Comisión Nacional de la UNESCO, 1966, pp. 75-77. 6 FERNÁNDEZ; Juan Santos, “Ensayo antropológico sobre las enfermedades de los ojos en las diversas razas que habitan la Isla de Cuba”, Boletín de la Sociedad... Opus cit., No. 3, pp. 53-65; generó diversos trabajos y debates con José A. Cortina Luis Montané y otros. Cf.. además de la anterior publicación, Actas de la Sociedad... Opus cit., Actas de junio, julio, agosto y septiembre de 1878, pp. 30-33, 33-40, 41- 47, 51-55-57-61. Estos debates fueron analizados por NARANJO OROVIO, Consuelo y Armando GARCÍA GONZÁLEZ, Racismo e inmigración a Cuba en el siglo XIX, Aranjuez, Doce Calles, 1996, pp. 144-152. 7 FERNÁNDEZ-CARO, Ángel, “Estudios antropológicos”, Anales de la Real Acad. de Cienc. Méd. Fís. y Nat. de la Hab., 1882-83, pp. 375-417. cf.. NARANJO OROVIO, C. y A. GARCÍA GONZÁLEZ, Racis-mo... Opus cit., pp. 133-144. 8 HERNÁNDEZ-POGGIO, Ramón, Aclimatación e higiene de los países europeos en Cuba, Cádiz, Im-prenta de la Revista Médica, 1874. cf.. NARANJO OROVIO, C. y A. GARCÍA GONZÁLEZ, Racismo... Opus cit., pp. 135-141. 9 FERNÁNDEZ-CARO, Ángel Discursos leídos en la Academia de Medicina para la recepción pública del Académico electo D. Ángel Fernández-Caro el día 13 de noviembre de 1887, Madrid, Celestino Apaolaza, Impresor, 1887. 10 Acta de la sesión pública ordinaria del 21 de mayo de 1882, Actas de la Sociedad... Opus cit., p. 125. 11 TORRALBAS, José I. Los grupos satos en las razas humanas, La Habana, Imprenta Militar de Álvarez y Cía, 1893. 12 Acta de la sesión pública ordinaria del 5 de agosto de 1883, Actas de la Sociedad... Opus cit., pp. 162- 164. 13 Acta de la sesión pública ordinaria del 4 de noviembre de 1883, Actas de la Sociedad... Opus cit., pp. 167- 168. 14 MESTRE, Arístides, “El atavismo en el hombre”, Revista Enciclopédica, La Habana, 1886, Nº 1, pp. 25- 28; Nº 2, pp. 79-85. 15 POEY, Felipe, “Cráneo de un indio caribe”, Repertorio Físico Natural de la Isla de Cuba, Habana, Im-prenta del Gobierno General por S. M., 1865-66, t. 1, pp. 150-158. 451 16 DUEÑAS, Joaquín L. “¿El volumen y forma del cerebro estarán siempre en relación con el grado de inteligencia del individuo?”, Crónica Médico-Quirúrgica de la Habana, 1883, t. 9, pp. 21-25, 71-76, 120-128, 336-345. Tesis leída en la Real Universidad de la Habana en 1883 y en ese mismo año en la Sociedad Antropológica de la Isla de Cuba. 17 MONTALVO, José R., C. DE LA TORRE y Luis MONTANE, El cráneo de Antonio Maceo, Habana, Imprenta Militar, 1899. 18 VARONA; Enrique J. Cuestionario sobre los niños de color, Boletín de la Sociedad... Opus cit., 1885, t. 1, Nº 5, pp. 110-112. Cf. También Actas de Sociedad... Opus cit., pp. 41-47. 19 Acta de la sesión pública ordinaria del 1 de junio de 1879, Actas de la Sociedad... Opus cit., pp. 89-93. 20 Sesión pública ordinaria del 6 de agosto de 1882, Actas de la Sociedad... Opus cit., pp. 129-132. BACHI-LLER Y MORALES, Antonio, “Desfiguración a que está expuesto el idioma castellano al contacto y mezcla de las razas”, Revista de Cuba, Habana, 1883, t. 14, pp. 97-103. 21 CÉSPEDES; Benjamín, La prostitución en la ciudad de la Habana, Habana, Establecimiento Tipográfi-co, 1888. 22 LAGARDERE, Rodolfo de, Blancos y negros: refutación al libro La Prostitución del Dr. Céspedes, Habana, La Universal, 1889. Sobre este debate, véase GARCÍA GONZÁLEZ, Armando, “Racismo, ciencia y autonomismo en Cuba”, en De la ciencia Ilustrada a la Ciencia Romántica, Aranjuez, Doce Calles, 1995, pp. 169-180. 23 Para más detalles sobre este debate, véase PRUNA, Pedro M. y Armando GARCÍA GONZÁLEZ, Darwinismo y sociedad en Cuba-Siglo XIX, Madrid, CSIC, 1989, pp. 145-148. 24 MENDIETA, Raquel, Cultura, lucha de clases y conflicto racial, 1878-1895, Ciudad de La Habana, Editorial Pueblo y Educación, 1989. CEPEDA, Rafael, La múltiple voz de Manuel Sanguily, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1988. 25 MENDIETA, R. Cultura... Opus cit., p. 18. 26 SANGUILY, Manuel, Hojas Literarias, Habana, 1893, Año I, T. 1, Nº 1, pp. 94-99. 27 CEPEDA, R., La múltiple voz... Opus cit., p. 14. Al respecto de la polémica sobre Plácido, ver los debates que se publicaron por esos años en los periódicos La Defensa, El Mosaico, de Santa Clara, y La Igualdad, de La Habana, así como los trabajos publicados por Sanguily, Mendieta y Cepeda, ya citados. 28 SANGUILY, M., Hojas... Opus cit., Año II, T. III, pp. 38-69. 29 SANGUILY, M., Hojas... Opus cit., pp. 48-49. 30 SANGUILY, M., Hojas... Opus cit., pp. 39-40. 31 CEPEDA, R., La múltiple voz... Opus cit., p. 37. 32 LEDON, Alfredo Virgilio, “La inferioridad intelectual de la raza española”, Revista Cubana, Habana, 1890, t. 11, pp. 193-208. 33 Ledón nació el 24 de mayo de 1867 en santa Clara. Ingresó en la Universidad de La Habana en 1888, expidiéndosele el título de Licenciado en Medicina en 1895. Cf.. Archivo Histórico de la Universidad de La Habana, Expediente Estudiantil Nº 7219. Según Trelles murió en 1897 a manos de los españoles. TRELLES, Carlos M. Bibliografía Científica Cubana, Matanzas, t. 7, p. 153. 34 [CRUZ, Manuel de la] La Revolución Cubana y la raza de color (Apuntes y datos por un cubano sin odios), Key West. Imprenta La Propaganda, 1895, p. 20. 35 [CRUZ, M. de la] La Revolución... Opus cit., p. 23. |
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