JOSÉ DE ANCHIETA Y SU EXPERIENCIA
CON LOS CANIBALES DE IPERUIG
JosÉ A. FERRER BENIMELI
Uno de los episodios más importantes de la vida del lagunero José
de Anchieta (1534-1597) en sus 44 años de misionero en Brasil fue,
sin duda, cuando voluntariamente se entregó como rehén de una de
las tribus más peligrosas de Brasil en un aventurado y feliz objetivo
por obtener la paz entre los sangrientos tamoios y los no menos sal-vajes
tupis.
Pero para situar los acontecimientos centremos siquiera sea bre-vemente
el personaje y el escenario.
José de Anchieta nació en San Cristóbal de La Laguna el 19 de
marzo de 1534. A los 14 años fue enviado por sus padres a estudiar
al Real Colegio de las Artes de Coimbra, y allí decidió entrar, a los
17 años, como novicio en la Compañía de Jesús, fundada por Igna-cio
de Loyola el mismo año del nacimiento de Anchieta. El 1 de mayo
de 1551 el lagunero Anchieta era aceptado como novicio y dos años
más tarde, el 8 de mayo de 1553, una vez hechos los votos religio-sos,
era destinado y enviado, con otros seis jesuitas (tres sacerdotes
y cuatro escolares) a Brasil. Ese mismo año -unos meses más tar-de-
había fallecido su padre en San Cristóbal de La Laguna. La tra-vesía
duró dos meses y cinco dias, ííegando ia expedición a Brasii,
al puerto de Bahía de San Salvador, el 13 de julio.
Brasil había sido descubierto por Pedro Álvarez de Cabral, en
1500, y la primera expedición de cuatro jesuitas, enviada a Brasil por
Ignacio de Loyola -de acuerdo con el primer gobernador de aquel
país, Tomé de Sousa-, arrivaba a la Bahía de Todos los Santos el
29 de marzo de 1549.
Bahía se convirtió en aquel entonces en capital de la colonia, y
en ella residía regularmente el gobernador. Desde 1551 fue también
428 José A. Ferrer Benimeli
sede episcopal con el nombramiento del primer obispo -Pedro Fer-nandes
Sardinha-, y finalmente también sede del Provincial de los
jesuitas, el P. Luis de Gra, llegado a Brasil con el P. Anchieta, como
superior de la expidición jesuítica aludida más arriba.
Bahía sería en realidad la única ciudad realenga de todo Brasil
hasta la fundación de Rio de Janeiro en 1566, el año en que se orde-nó
sacerdote el hasta entonces H. Anchieta, quien tuvo también una
participación activa en dicha fundación.
Anchieta se ocupó durante los dos primeros meses de estancia en
Bahía dando clases en el colegio recien fundado en ese puerto, así
como en un primer acercamiento al apredizaje de las lenguas de los
nativos. Pero ya en octubre tuvo que emprender viaje hacia el sur, m
n llegando a su nuevo destino, San Vicente, en la navidad de aquel año
E de 1553. O
Al año siguiente, Anchieta y sus compañeros, dejando la costa, se
-n-internaban
hacia el planalto, donde tuvo lugar en la zona del rio Tiete, m
O
E en Piratininga, la fundación de Sao Paulo el 25 de enero de 1554, E
festividad de la conversión del apóstol San Pablo. Y fue allí a donde 2
se trasladó el colegio que había sido creado, en 1550, en San Vicen- =
te reuniendo en régimen de internado un buen número de rapaces in- 3
dígenas que eran educados en los rudimentos de la doctrina y prime- - - 0
ras letras. m
E
La fundación de Sao Paulo fue pensada no sólo como caldeia- O
mento» o asentamiento de indígenas del interior, sino que se convir- 6
tió también en el primer Seminario de los jesuitas del que durante una n
E década fue maestro de Humanidades el jóven lagunero, José Anchieta, -
a
quien tuvo que organizar las clases de latín para sus hermanos reli- 2
n
giosos, escribir libros de texto y de catequésis, y sobre todo de Gra- n
0
mática de la lengua tupí, así como otras obras en esta lengua, que 3
permitirían a los jesuitas conseguir una comunicación rápida y pro- O
funda con los indios, sin esperar a que estos aprendieran la lengua de
los colonizadores '.
El crecimiento rápido de Sao Paulo y la presencia de colonos e
indígeneas -que algunos consideran como la primera fórmula de
estructuración de la sociedad euro-brasileña-, así como el incremen-to
de indios cristianizados en esa zona, no fue bien visto por los
tamoios y otros indios de la llanura, que multiplicaron sus incursio-nes
guerreras contra la nueva villa de Sao Paulo a partir de 1560.
Si bien el período de 1560 a 1566 suele roniderarir-e e! más prn-ductivo
de la juventud de Anchieta, es cierto que también coincide
con uno de los acontecimientos más importantes de la formación y
José de Anchieta y su experiencia con los caníbales de Iperuig 429
consolidación de Brasil: el armisticio de Iperui o Iperoig, y la funda-ción
de Rio de Janeiro.
En el transfondo del asunto encontramos los intentos de asenta-miento
y ocupación que realizaron los franceses en Brasil, a media-dos
del siglo XVI, con poderosos recursos en hombres y material de
guerra, entre las capitanías de Espíritu Santo y San Vicente. A medio
camino se encontraba la bahía de Guanabara, donde un grupo de fran-ceses
calvinistas, a finales de 1555, lograron fortificarse en la isla
Serigipe, construyendo el fuerte Coligny 2, a la entrada de dicha ba-hía
de Guanabara. Dos años después llegaban dos pastores calvinistas
junto a otros seguidores de Calvino que por aquel entonces se halla-ba
en el apogeo de difusión de sus ideas por Europa.
Esta presencia calvinista en las costas de América alertó especial-mente
a la corona española y a los jesuitas desplazados en esas tie-rras,
ya que ~qrnuzubz!a ~ ~ g~i_ng&rafirz!~,g npü istica Jv -r--e-Ol i--~--i nw
de las mismas. Los portugueses, sin embargo, reaccionaron tarde, pues
hasta 1560 no llegaron refuerzos enviados por la regente Catalina de
Austria, hermana de Carlos V 5 . Fue entonces cuando el tercer gober-nador
de la colonia, Mem de Sá, decidió iniciar la campaña contra
los franceses de Guanabara.
La victoria de Mem de Sá y la destrucción del fuerte de Coligny
-que representó la consolidación definitiva de la obra colonizadora
de los portugueses en el sur de la colonia- supuso también para los
jesuitas, que habían apoyado dicha campaña en favor de Portugal con
la participación de los indios de sus «aldeiamientos» o reducciones,
el triunfo de la fe católica frente a la herejía calvinista.
Precisamente de esta acción nació el primer poema épico de Amé-rica,
escrito en latín (3.000 hexámetros) el único que Anchieta dedicó
a un tema profano, y que lleva como título De Gestis Mendi de Saa 6.
A pesar de la derrota los franceses persistieron en su empeño de
establecerse en el litoral sureño de Brasil. Los supervivientes de la
batalla de Guanabara, que se habían refugiado en el continente am-parados
por algunas tribus indígenas cuya amistad y alianza supieron
granjearse, fueron en adelante un peligro todavía mayor, ya que or-ganizaron
la sublevación generalizada de los tamoios junto con algu-nas
tribus tupís contra la capitanía de San Vicente, y especialmente
contra el asentamiento de Sao Paulo, levantamiento que se conoce
con el nombre de «confederación de los tamoios*. Los tamoios do-minaban
el litoral desde Bertioga hasta Cabo Frío. Pueblo belicoso por
excelencia, eran 10.000 arcos con los que el francés pasó a contar so-bre
sus propios recursos ya de por sí importantes.
430 José A. Ferrer Benimeli
El asedio de los tamoios confederados y de algunas tribus tupís
obligó a una heróica defensa de la villa .de Sao Paulo por parte de
los indios leales, colonos y jesuitas, que terminó con la muerte del
jefe de los tupís -Jagoanharó- el 9 de julio de 1562. La participa-ción
de Anchieta en esta defensa de Sao Paulo fue destacada y puso
de manifiesto la necesidad de concertar con los indios una paz dura-dera
que diera la tranquilidad deseada en esta zona.
Los protagonistas de esa paz iban a ser los jesuitas Nóbrega, pro-vincial
de los jesuitas y Anchieta su secretario e intérprete 7.
El viaje hasta San Vicente y de ahí a Iperoig (hoy Ubatuba) ocu-pan
el inicio de la carta-crónica que Anchieta dirigió al General de
los jesuitas en Roma, el P. Diego Laínez, y que es la mejor fuen-te
de información de todo lo entonces sucedido. El manuscrito de más
de cuarenta folios de gran formato está escrito en castellano con al-gunas
palabras en portugués y latín y no pocos portuguesismos.
El original se encuentra en la Biblioteca Nacional de Río de
Janeiro y la edición completa del mismo en el volumen 87 de Monu-menta
Histórica Societatis Iesu que corresponde al vol. IV de Mo-numenta
Brasiliae (1563-1568), dirigido por Serafim Leite
Esta crónica, a modo de diario íntimo, de los cinco meses (5 mayo-
14 septiembre, 1563) que Anchieta pasó en Iperoig o Iperuí, como
rehén de los caníbales tamoios, es un testimonio que nos permite acer-carnos
a la personalidad de Anchieta y que al mismo tiempo nos des-cubre
aspectos poco conocidos de las tribus indígenas con las que
convivió. Aunque esta carta está fechada en San Vicente el 8 de ene-ro
de 1565 tanto por su extensión como por su propia redacción mues-tran
que se comenzó a redactar en 1564 según las notas que debió
haber tomado Anchieta a lo largo de su estancia en Iperoig.
La situación y punto de partida la describe así Anchieta:
En las letras pasadas toqué algo de las grandes opresiones
que dan a esta tierra unos nuestros enemigos llamados Tarnuya 'O,
del Río de Henero, llevando continuamente los esclavos. mugeres
y hijos de los christianos, matándolos y comiéndolos, y esto sin
cessar, unos ydos, otros venidos por mar y por tierra, ni abastan
sierras y montanhas muy ásperas, ni tormentas muy graves para
les empedir su officio cruel, sin poder o, por mejor dezir, sin
querer resistirles: de manera que parece que la divina justicia
tiene atadas las manos a los Portugueses para que no se defien-dan
y permite que ies vengan estos castigos, assy por otros sus
pecados, como máxime por las muchas sinrazones que tienen
hecho a esta natión, que de antes eran nuestros amigos, salteán-
José de Anchieta y su experiencia con los caníbales de Iperuig
dolos, captivándolos y matándolos muchas vezes con muchas
mentiras y engannos ". .
De ahí la determinación de «tratar pazes con ellos» tomada por el
P. Manuel de Nóbrega hacía ya tiempo l2 para que cesasen tantas in-cursiones
y opresiones. Para ello tomó la decisión de ir a tierra de
los tamoios y entregarles su vida quedándose con ellos a cambio
de algunos de los suyos que deberían ir a San Vicente a titulo de re-henes
hasta que poco a poco quedase saldada la amistad y la paz
«ut unus aut duo morirentur homines pro populo, et non tota gens
periret» 13.
En esta aventura Nóbrega contó con la ayuda indispensable de
Anchieta. Ambos partieron, una vez renovados los votos, la primera
octava de Pascua del año 1563, es decir el 12 de abril 14.
Anchieta se adelantó en canoa hasta la fortaleza de Beriquioca [hoy
Bertioga], distante unas cuatro leguas de San Vicente, donde perma-neció
cinco días mientras se aparejaban los dos navíos con los que
Nóbrega debía recogerle. Uno de esos navíos debería volver a San
Vicente con rehenes tamoios, y el otro también con tamoios debería
intentar las paces con los de Rio de Janeiro 15.
Precisamente en la carta anteriormente citada, del 15 de abril de
1563 16, escrita a su paso por San Vicente, justifica su presencia en
esta aventura, con estas palabras:
Agora están aparejados dos navíos en que avemos d'ir el P.
Manoel da Nóbrega y yo por intérprete, por falta de otro mejor
porque los más Hermanos son mandados a la Baya a tomar ór-denes,
onde tienen bien en que emplear sus talentos en servitio
de Dios N. Señor y ayuda de las ánimas. Queriendo los contra-rios
dar rehenes que vengan acá, nos avemos de quedar en sus
tierras, y con esto esperamos que terná algún sosiego esta Capi-tanía,
que anda dellos tan infestada que ya quasi no piensan los
hombres sino en como se an de ir y dexarla; y juntamente se
pocirán amansar y subieciar estos nuesiios indios, paia se p d ~ i
hazer algo de provecho en sus ánimas, y assí en los mismos
contrarios, en los quales se echará agora este pequeño fundamen-to,
sobre el qual después se podrá edificar grande obra, y quando
más no fuesse, ya podría ser que por allí se nos abriesse alguna
puerta para ir más presto al cielo. Estamos ya de camino para
esta jornada, entregandonos a la divina Providencia como hom-bres
morti destinatos 17, no teniendo más cuenta con muerte ni
vida, que quanto fuere más gloria de Jesú Chisto N. Señor y
provecho de las ánimas que él compró con su vida y muerte 1 8 .
432 José A. Ferrer Benimeli
Tres días después de escrita esta carta, es decir el 18 de abril,
Anchieta salía -como hemos visto- para Beriquioca en una canoa.
Apenas llegados a tierra y desembarcados «vino tan grande tempes-tad
de viento y lluvia, que si nos tomara en la mar, según la canoa
era pequeña, tuviéramos gran peligro de nos perder» 19. Conscientes
del peligro de muerte al que se exponían, se hicieron nuevamente a
la mar, pero el viento los lanzó hacia una isla «llamada de San Se-bastián
despoblada mas llena de muchos tigres, onde el día de San
Philippe y San Thiago (1 de mayo) uvimos mi s sa~~OA.l día siguien-te,
ayudados por el viento llegaron a territorio enemigo, Iperuig 21.
Algunos indios se acercaron «y sabiendo a lo que íbamos se me-tieron
en los naviós sin temor, y después de ser de nosotros recibi-dos
con paz e amistad, se fueron a dar cuenta de lo que pasava a sus
principales» 22. Al día siguiente, San Juan ante Portam Latinam (6 de
mayo):
vienieron todos en tres canoas a tratar sobre las pazes, mas por-que
se temían que si entrassen todos juntos en los navíos los
salteássemos, como otras muchas vezes avían hecho los nues-tros
23, pedieron que fuessen dos de los nuestros a tierra y que
de los suyos quedarían en los navíos en rehenes para dellos sa-ber
más largamente la verdad 24.
Finalmente, y una vez que se aseguraron de las intenciones de los
recién llegados, Nóbrega y Anchieta saltaron a tierra:
despediéndose los nuestros de nosotros con muchas lágrimas,
como que nos dexavan entre dientes de lobos hambrientos. Y a
la verdad a todos los christianos desta costa y a un a nuestros
Padres, que conocen esta brava y carnicera nación, cuias quexa-das
aún están llenas de la carne de los portugueses, pareció esto
no sólo grande hazanha mas quasi temeridad, siendo esta gente
de manera que cada uno haze ley para sy, y no da nada por los
pactos y contractos que hazen los otros,. Mas nosotros en tie-rra,
oraenó ia divina Providencia que se metiessen doze mance-bos
de las aldeas en un navío por rehenes , sin nosotros esperar
que fuessen tantos, los quales partidos, luego al otro día 25
venieron a estas Villas y fueron muy bien tratados de los chris-tianos;
en el otro navío se metieron conquo de los más estima-dos
y se fueron camino del Rio de Henero, onde está la mayor
fuerca de los wyor y e! trato de !m fr-ncerer, par2 x r h z !ES
pazes con ellos, dando testimonio cómo ya quedávamos de
assiento y en sus tierras 26.
José de Anchieta y su experiencia con los caníbales de Iperuig 433
Nóbrega y Anchieta fueron recibidos en casa de un indio prin-cipal:
que avía mucho tiempo que avían salteado por engaño de los
portugueses con otros muchos, y avía escapado huiendo del na-vío
con unos hyerros en los pies y andando toda la noche. Y
aunque tenia razón por esto de tenernos grande odio, determinó
de olvidarsse del1 y convertelo todo en amor, mostrándosse como
uno de los principales autores desta paz, movido también por
palavras de una india que tenía en su casa, la qual en el mismo
tiempo fuera salteada y vendida por esclava contra toda razón y
justicia 27.
Los primeros días se dedicaron a catequizar a los indios, especial-mente
en contra del canibalismo que practicaban habitualmente con
sus enemigos,
a los quales en público y en particular amonestávamos, especial-mente
que aborrecessen el comer de la carne humana, porque no
perdiessen sus ánimas en el infierno, a lo qual vao todos los
comedores della y que no conoscen a Dios su Criador. Y ellos
nos prometían de nunqua más comerla, mostrando mucho senti-miento
de ter muertos sin esto conocimiento sus antepasados y
sepultados en el infierno. Lo mismo dizían algunas mugeres en
particular, que parecían hogar más con nuestra doctrina, las
quales nos prometían que assy lo harían. A los hombres en ge-neral
hablávamos en ello, diziéndoles cómo Dios lo defende y
que nosotros no consentíamos en Pyritininga a los que enseñá-vamos
que los comiessen a ellos, ni otros algunos, mas ellos
dizían que aún avían de comer de sus contraryos hasta que se
vengassen bien dellos, y que despacio cayrían en nuestras cos-tumbres.
Y a la verdad nosotros no pretendíamos más que
declararles la verdad, porque costumbre en que ellos tienen pues-ta
maior su felicidad no se les ha de arranquar tan presto, aun-que
es cierto que ai algunas de sus mugeres que nunqua comie-ron
carne humana ny la comen, antes al tiempo que se mata
alguno y se la haze fiesta en el lugar, esconden todos sus vasos
en que comen y beben, porque no usen dellos los otros, y junto
con ello tienen otras costumbres tan buenas naturalmente que
parecen no aver procedido de nación tan cruel y carnicera
Y a los pocos días -escribe Anchieta- se enteraron que los in-dios
habían determinado en consejo:
434 José A. Ferrer Benimeli
que el primer christiano que tomasen lo entregassen a las vie-jas,
que son las maoiores carniceras, y ellas lo matassen a su
voluntad a estocadas y pancadas de pallos agudos, y después de
assy muerto uno de ellos le quebraría la cabeca, y tomaría nue-vo
nombre como es su custumbre, y esto porque le avían muer-to
los nuestros poco avía un su grande principal, mas que en-tonces
estavan ya fuera de tal propósito 29.
Uno de los momentos que estuvieron en gran dificultad lo descri-be
así Anchieta con la sencillez y realismo que le caracterizan:
Allegando pues aquel Principal con sus diez canoas vino lue-go
a hablarnos con dañado ánimo, el qual era hombre alto, seco
y de catadura triste y cargada, y de quien teníamos sabido ser
mui cruel, de lo qual contaré un exemplo. Una de sus mugeres,
de algunas 20 o más que tenía, hízole adulterio, la qual él tomó
y enclavó en un palo de pies y manos, y con una espada la abrió
por los pechos y barriga, y después la mandó quemar. Este pues
entró con muchos de los suyos con un arco y flechas en la mano,
vestido en una camiza, y assentado en una red, comentó a tra-tar
de las pazes. Y a todo lo que le dizíamos se mostraba incré-dulo
y duro, trayéndonos a la memoria quántos males le avían
hecho los nuestros, y cómo a él mismo avían ya prendido en otro
tiempo con pretexto de pazes, mas que él por su valentía con
unos hyerros en los pies saltara del navío y avía escapado de
sus manos; y con esto arramngava los bracos y bollía con las
flechas contando sus valentías 30.
Y al día siguiente estando con los jesuitas el capitán del navío que
los había traído -el veneciano José Adorno (que tenía un hermano
jesuita en Portugal)-,
aquel Principal entró luego en nuestra posada con muchos de los
suyos, los quales nos cercaron unos con arcos y flechas, otros
con espadas, otros con puñales en las manos, como hombres que
no esperavan más que la primera palabra del capitán.
El qual assentado en medio de todos con una buena espada
en la mano, y vestido con hun sayo negro bien fino, antes de
tratar con nosotros platicó con un francés lutherano que traya
consigo informándosse dé1 quien era el capitan: al qual el fran-cés
dixo que era hombre que sabía bien la lengua francesa, e
&ir. are.se en Franca mas nu e;a pa;ien:e,
que venía a tratar pazes con él y juntamente con todos los fran-ceses
del Río. El Principal oyendo dizir que no era francés pa-
José de Anchieta y su experiencia con los caniBales de lpenrig
rece que se alegró para poder executar su ira y dixo: «¡Assí!
¿portugués es este?». Yo, porque el capitán no entendía la len-gua
brasíllica, le avise de lo que platicavan, y él dixo al francés
que le dixesse la verdad, que él no era portugués mas genovés
y grande amigo y hermano de los franceses, con lo qual se apla-có
un poco aquella bestia brava, y comenzaron a tratar con no-sotros
sobre las pazes.
Insistió mucho que les avíamos de dar a matar y comer de
los principales de nuestros indios 31 que se avían apartado de los
suios, assí como en otro tiempo avíamos hecho a ellos. Y como
dixéssemos que ninguno delos les avíamos de dar, por ser nues-tros
amigos y discípulos, que Dios no quería esso, y que assy
lo avíamos concertado con los de la frontera, respondió él: «Los
contrarios no son Diosi Vosotros soes los que tratáis las cosas
de Dios: avéisnoslos de entregar¡» Y como en esto altercássemos
un poco, conciuyd éi en pocas palabras: «pues que soes escassos
de los contrarios, no tengamos pazes unos con otros». Y poco
faltó para luego las quebrar, con quebrarnos las cabegas. Se Dios
N. S. les diesse licenca, las quebraríamos muy de grado por
causa tan justa, porque no sólo nos pedían carne humana para
comer, mas aun a los innocentes que por nos defender se avían
hecho & jUius y puesto sus vidas por nues-tras.
El capitán 32 viéndolo tan bravo como lobo carnicero, que no
pretendía más que hartarse de sangre y no dava nada por razón,
por se desembaracar dé1 díxole que se vemía acá 33 y platicaría
con el Capitán 34que lo avía mandado, porque él no tenía licen-cia
para podérselo prometer. En esto intervino el Pindobugu 35,
que hasta entonces se avía callado, y dixo que assy sería bien,
que bastava lo dicho; y con esto se fueron y nos dexaron. Y
antes que el capitán se fuesse a embarcar, le descubrió aquelle
francés todas las machinationes de los Indios, que ya tengo con-tadas.
Bendito sea el Señor que amansó aquellos feros leones ' 6 .
Precisamente el francés que acompañaba a los indios tamoios que-dó
con los rehenes y siguió hablando dándoles toda una serie de in-formaciones
sobre los franceses calvinistas de la bahía de Guanabara,
que ellos creían ser un río, al que llamaban el Rio Enero; informa-ciones
que Anchieta reproduce con la viveza y expresividad que le
snn prnpiar:
Este francés se quedó platicando con nosotros en la lengua
brasíllisca, y dé1 supimos cómo todos los suyos que están en el
Río son fideles y no papistas 37, y no tienen missa, antes persi-
José A. Ferrer Benimeli
guen y aun matan a los que la dizen, que ellos creen en sólo
Dios. Déste mesmo y de los indios que de allá venían supimos
cómo de Francia fueron allí embiados doze frailes, que segun
parce devían de ser de la Orden de San Bernardo, los quales
hizieron caso y mantinimientos un año que ay estuvieron, y
bibían apartados de los suios, de los quales eran perseguidos y
mal tratados, porque eran papistas y dizían missa; mas de los
Indios salvages y crueles eran tractados con mucha humanidad,
y algunos les daban sus hijos a enseñar, y con eso passavan
muito trabajo de hambre. Por lo qual siendo forqados a buscar
de comer por las rocas y no conociendo bien las raízes, comie-ron
una vez de la mandioca assada, y ovieron de morir, lo qual
este francés contava con mucho gusto y plazer que dello avía.
Otra ves andando los fieles siervos del Señor trabajando y que-mando
un pedaqo de bosque cortado para en el plantar man-tinimiento,
se pegó fuego a las casas y quemó toda su pobreza
que ! d a n ir~zimer?tnsd e 12 ig!esia. Vi é~r l e~e!e! % t m perse-guidos
de los suios 38, y que con los gentiles 39 no podían hazer
fructo alguno, como pretendían, tornarónse para Francia, y aún
es más de creer que los mesmos franceses los llevaron, porque
no seguían la descomungada secta de Calvino. Y según me contó
un indio, en el camino mataron algunos dellos y en llegando a
Francia mataron a los otros.
La vida de los franceses que están en el Río es ya no sola- ,
mente oie apartada de la Iglesia Catholica, mas también hecha
salvage. Biven conforme a los Indios comiendo, bibiendo, bai-lando
y cantando con ellos, teniéndose con sus tintas prietas y
bermejas, ornándose con las plumas de los páxaros, andando
desnudos a las vezes, sólo con unos pañetes, y finalmente ma-tando
contrarios según el rito de los mismos Indios, y tomando
nombres nuevos como ellos, demanera que no les falta más que
comer carne humana, que em lo más su vida es corruptíssima.
Y con esto, y con les dar todo género de armas, incitándolos
siempre que nos hagan guerra y aiudándolos en ella, le son aún
péssimos 40.
Dejando de lado las otras escenas en las que estuvieron a punto
de ser sacrificados, y por volver a aquellos pasajes que nos aproxi-man
más a las costumbres de los indios con los que Nóbrega y
Anchieta convivían como rehenes, refiere Anchieta cómo uno de sus
«protectores» para ganar autoridad:
andando bibiendo y bailando con gran fiesta, les dixo que no
quería que nadie nos hisiesse mal, ni hablasse alguna palabra
José de Anchieta y su experiencia con los canibales de Iperuig
áspera, y no estorvassen las pazes que él hazía con nosotros, que
determinava de nos defender, aunque supiesse quebrar con ellos.
Y a uno de los más ruines dixo: «Vosotros no me enojéis, que
yo ya maté a uno de los vuestros y lo comí». Lo qual dizía por
un esclavo de los portugueses, que era de los del Río de Henero,
que avía pocos días que de acá huyera, y él lo avía muerto. Y
entonces mandó a una de sus mugeres que sacasse una canilla
de la pierna que tenía guardada, de que suelen hazer flautas. Los
otros viéndola dixieron: «Pues tú lo mataste y comiste, coma-mos
nosotros también». Y pidiendo harina, uno por una banda
y otro por otra comentaron a roer en ella como perros. Assí toda
la cosa passó en fiesta y quedaron grandes amigos. Desta ma-nera
les hablavan también los otros en nuestro favor, mas todo
aprovechara poco, si no tuviéramos otro maior guardador, por-que
es ésta gente tan mala, bestial y carnicera, que sólo por to-mar
un nombre nuevo o vengarse de alguna cosa passada, no
LL --u-v-: ic-i-a- e n Luciira i judmy.-u---;- c~a-i"i - -ima i i~cbua" -vLv--cLi.,v. ;v -i'.i* iaraiiiva, i--v-i-i ~
es cierto tenían muchos buena voluntad de lo hazer, máxime
sabiendo que por esto no avía de ser ahorcado, y que todo el
castigo passaría con dizirle los otros: «Es un ruin»!4'.
Tras esta descripción en la que no ahorra calificativos a esa «gente
mala, bestial, carnicera y ruin», todavía añade otro episodio comple-mentario:
Para prueva de lo qual es de saber que en este mismo tiem-po
los del campo dieron por la sierra en una hazenda de un hom-bre,
al qual aunque teníamos mandado aviso por cartas, no se
quiso guardar, pareciéndole que, ya no le harían mal; mas ellos
no curando de nada, aunque le dixieron que teníamos ya hechas
las pazes, le pusieron fuego a la casa y la quemaron, y mataron
a él y a su muger, y hizieron luego en pedacos; y otra muger
medio quemada y herida llevaron biva, y en su Aldea la mata-ron
con grandes fiestas de vinos y cantares, y junto con ella al-gunas
esclavas 42.
En compañía de Anchieta quedó un hombre llamado Antonio, que
era pedrero, «mucho nuestro devoto y amigo de Dios»43, a1 que hacía
ya un año los indios le habían arrebatado a su mujer, hijos, esclavos
y una cuñada; y confiando en las paces que se estaban haciendo, se
aventm-S en ?in intento de encontrarlos y pnderlns saca1 de su cauti-verio.
A los pocos días, el 25 de junio, comenzaron nuevas tribulacio-
43 8 José A. Ferrer Benimeli
nes para Anchieta y su compañero, tribulaciones que acabarían con
la muerte de un esclavo de Antonio, el pedrero:
Assí los pocos que avían quedado de la frontera, como unos
del Río que ay estavan, teniendo ya detriminado de matar un es-clavo
de mi compañero, hizieron grandes vinos y bibieron todo
el día. Y dándome aviso desso unas mugeres, hablé yo con uno
de los Indios que avía poco que era ido de acá, que veniera en
rehenes y era uno de los principales autores daquella fiesta, mos-trándome
mui triste y enojado de él querir consintir tan grande
traición, y pues aquello hazían, también a nosotros quebrarían las
cabecas. El riéndose mucho desso, dixome que no pensase tal
cosa, que no avía él ido de acá sino para defenderme de quien me
quisiese enojar, y otras cosas con tanta dessimulación, que yo
quedé pensando que sería mentira lo que me avían dicho.
Mas ya sobre la tarde, estando ya todos bien llenos de vinos,
vinieron a ia casa aonde posávamos y quisieron sacar iuego ei
esclavo a matar. Nosotros 44 no teníamos más que dos indios que
nos aiudassen y, queriendo yo defenderlo de palabra, diziendo que
no lo matassen, díxomo uno de los dos: «Callaos vosotros, no os
maten los Indios, que andan mui ayrados, que nosotros hablare-mos
por él y lo defenderemos». Y así lo hizieron, echando a to-dos
fuera de casa, mas tornaron luego otros muchos con ellos
hecho un magote 45 y gran multitud de mugeres, que hazían tal
trisca y barahunda que no avía quien se oyesse: unas graitavan
que lo matassen, otras que no, que estavan acá 46 SUS maridos y
les harían mal los nuestros, si lo supiessen; los Indios como lo-bos
puxavan por él con grande furia. Finalmente lo llevaron fue-ra
y le quebraron la cabeca, y junto con él mataron otro su con-trario,
los quales luego despedapron con grandísimo regozijo,
máxime de las mugeres, las quales anadavan cantando y bailan-do:
unas les puncavan con palos agudos los membros cortados,
otras untavan las manos con la gordura dellos, y andavan untan-do
las caras y bocas a otras, y tal avía que cogía la sangre con
las manos y la lambía, spectáculo abominable; demanera que tu-vieron
una buena carnicería: con que se hartar 47.
Otro hecho que nos aproxima a las costumbres de los indios, y al
mismo tiempo al corazón de Anchieta --que en dos ocasiones había
rechazado las indias que le ofrecieron por muger 48-, es la forma con
la que llegó a tener un «hijo»:
Estando yo luego despues destas afflictiones a los 28 de ju-nio
en una cabañuela de palmas, onde el Padre 49 solía dizir
Josd de Anchieta y su experiencia con los caníbales de Iperuig
missa, junto a nuestra posada, y como rezasse los maitines 50 oy
junto della hablar y cavar. Y porque allí las indias solían cozer
loca, pensé que sería esso y no me quise distraher; y acabadas
las lectiones 51, que sería ya passada media hora llegóse allí una.
Yo preguntéle que hazían allí. Ella me dixo que enterraron un
niño. Y pensando yo que avían muerto alguno, contóme ella lo
que passava y era que avía ella entonces allí parido uno, y fue
tan sin dolor, que, no estando más que diez o doce passos de
mí, ni grito ni gemido le oy, porque ninguno dió; y acabando
de nascer della un niño mui hermoso, una vieja su suegra lo
enterró bibo: porque siendo aquella moca su madre preñada de
uno que la tenía por mujer, siendo dexada dél, se casó con otro,
demanera que, según la opinión desta gente, quedava el niño
mesclado de sos simientes, y a los tales, en naciendo, luego los
enterran bibos con tan grande bestialidad y crueldad, que mui
menor sentimiento a por ello su madre que se le muriesse un
gatillo porque dizen que ios taies son después cié'oiies y para
poco, e que es gran deshonra después, quando viven, llamarlos
mesclados 52.0 sin ninguna confianca de su vida, por aver ya tan-to
tiempo que estava debaxo de la tierra, dexo los maitines y
voi corriendo a mojar un paño en agua, y cavando la tierra
hallélo que aún bolía 53, y baptizélo, haziendo cuenta de lo dexar,
pareciéndome que ya espirava; mas diziéndome unas mugeres
que aún podía bivir, porque a las vezes estavan los tales todo
un día enterrados y vivían, determiné de sacarlo y hazerlo criar.
A este spectáculo tan nuevo concorrieron muchas mugeres de la
Aldea y con ellas un indio con una espada de palo para que-brarle
la cabeca, al qual yo dixe que lo dexasse, que yo lo que-ría
tener por mi hijo, y con esto se fué. Yo desenterrélo y nin-guna
daquellas mugeres le quiso poner mano para lavarlo, por
más que se lo rogué, antes se estavan riendo y passando tiem-po,
diziendo que ya el Padre tenía hijo, y esto les quedó des-pués
en gracia a ellas y a todos los indios. Viéndolas assy tomé
el niño y assentélo sobre mi musmlo y comenc6lo a limpiar y
lavar lo mejor que pude, y entonces se movió una dellas a me
uiudz. Y nY-l-l-i-~- r gq w yn sabia p r o de nfficin de partera,
ívale a cortar el ombligo junto con la bamga, mas una vieja mi
fue a la mano diziéndome: «No lo corte por ahy que morirá!».
Y enseñómelo a cortar. Finalmente yo lo envolví en unos paños
y lo entregué a una de mis amas, mugeres de mi huesped, que
me lo criassen, y algunas otras mugeres le venían adar de ma-mar,
de manera que bivió un mez, y aún biviera y creciera, si
no le faltara la teta, mas por falta della murió. A ia verdad éi
fue sesudo en huir tan mala gente e irse al cielo a gozar de su
Criador, el qual sea bendito para siempre 54.
440 José A. Ferrer Benimeli
Los peligros de muerte se fueron sucediendo sin interrupción. En
alguna ocasión fue el propio Anchieta el que se ofreció voluntaria-mente
a la muerte para salvar la vida de los indios cristianos, como
cuando fue al encuentro de:
unos bravos leones que en aquel mesmo día (6 de julio) Ilega-ron
del Río en dies canoas, cuio Principal intencionava vengar
la muerte de un su gran Principal, que los nuestros, poco avía,
mataron en una guerra. Los quales al día siguiente me fueron a
hablar con el mesmo semblante que los passados y aun peor, y
trataron muchas cosas de las pazes, estando sus coracones mui
poco pacíficos. Y como repetían todos que les avían de dar a
comer sus contrarios que estavan de nuestra parte, yo siempre
les contradixe, hasta les dizir: «No habéis más en esso! Ningu-no
déssos se os a de dar. Aquí estoi en vuestras manos: si me
queréys comer, comedme, que yo en esso no he de consentir».
Quedaron por una parte espantados de ver quanta constancia
siempre en aquello le resistía y por otra mui airados contra no-sotros,
aunque trabajavan de lo disimular 55.
Poco después fue testigo Anchieta de la muerte de un jefe indio
tupi en manos de sus enemigos del Rio. Todos sus esfuerzos por sal-varle
o cristianar10 fueron inútiles:
Y assy puesto en el terreno, atado con cuerdas mui longas
por la cinta, que tres o quatro mancebos tienen bien estiradas,
comencó a dizir: «Matadme, que bien tenéis de qué os vengar
en mí, que comí a hulano vuestro padre, y a tal vuestro herma-no,
y a tal vuestro hijo», haziendo un gran processo de muchos
que avía comido de los otros, con tan grande ánimo y fiesta, que
más parecía él que estava para matar los otros, que para ser
muerto; en tanto que no lo pudiendo más sufrir, no esperando
que su señor le quebrase la cabeca con su espada pintada, sal-taron
muchos con él y a estocadas, cuchilladas y pedradas lo
mataron, y estimó él más esta valentía que la salvación de su
ánima 56.
Anchieta dedica mucho espacio a detallar los pasos dados para
alcanzar la paz, así como las dolencias, enfermedades y heridas que
tuvo que curar. Finalmente, y pasando por alto otros muchos intere-santes
asuntos descritos puntualmente en la carta en caestiSn, iin2 vez
concluida la paz con los tamoios, Anchieta podía regresar de su exi-lio
voluntario 57, el 14 de septiembre (fiesta de la Exaltación de la
José de Anchieta y su experiencia con los canzíSales de Iperuig 44 1
Santa Cruz), embarcando en una canoa hecha de corteza de un palo,
y con veinte remeros se hizo a la mar. Tras superar tormentas y una
gran tempestad de viento «que estuvimos medio anegados, a lo me-nos
yo nunqua tuve tan cierta la muerte en todos los transes pasados
como allí» -refiere Anchieta llegaban a San Vicente el 22 de
septiembre.
Pero el resultado de la paz no fue total, pues en realidad fue el
principio de una nueva guerra «qual se podía esperar de gente tan
bestial y carnicera, que vive sin ley ni rey>>59H. ubo todavía serios
incidentes, llegando incluso -después de las paces- a matar y co-mer
a un muchacho portugués 60.
Algunos tamoios, sobre todo los del Río, apoyados por los fran-ceses,
no aceptaron la paz y fue precisa la presencia de la Armada
portuguesa, integrada por seis carabelas que acababan de llegar de
Portugal. Desde Bahía se dirigió a Guanabara, y una vez más las ca-pitanias
de Espiritu Santo y de San Vicente tuvieron que prestar su
ayuda. El capitán mayor de la Armada recabó la presencia de Nóbrega
y Anchieta. Para ello les envió un navío pequeño a San Vicente en
el que se embarcaron el 19 de marzo de 1764. De paso visitaron en
Iperoig a los amigos que allí habían hecho durante su larga estancia
como rehenes, y el viernes santo, de noche, llegaban al Río o bahía
de Guanabara. Medio perdidos, echada el áncora, mandaron a tierra,
a una isleta que fue de los franceses, una barca. Pero:
hallaron todas las casas, onde los nuestros pasavan, quemadas,
y algunos cuerpos de esclavos, que allí avían muerto de su do-lencia,
desenterrados y las cabecas quebradas, lo qual avían he-cho
los enemigos, porque no se contenten de matar los bivos,
mas también desentierran los muertos y les quebran las cabecas
para maior venganca, y tomar nuevo nombre 61.
Estos esclavos habían llegado en la armada de Estació de Sa, que
resistió casi dos meses antes de decidirse a pedir ayuda a San Vicen-
+L.G- . ~U~ Cidiu-.l. aeniii- i+uran dvn ni D:r\ ni L rin f hrnrn nnrn iiirtn An c A í a ~a n - b i r\iv ~i v uv ~ e v ~ u y~vviv, JUYLV
tes de la llegada del navío que transportaba desde San Vicente a
Anchieta y Nóbrega, habían salido para repostar. Anchieta y Nóbrega
se encontraron, pues, una vez más, sólos:
Y como amanesció, vimos venir flechas que traya la agua,
de mmerz qce pncn m& n menor atin6va-ros lo que avía sido
y esperávamos lo que nos podría venir, que era ser tomados y
comydos: en lo qual no poníamos duda, porque el viento, que
442 José A. Ferrer Benimeli
era mui grande, nos tenía cerrada la puerta, entrando por medio
de la barra, y en ninguna manera podíamos salir, mas allí avía-mos
de aguardar lo que N. Señor nos embiasse, y assí enbió, que
fue su acostumbrada y paterna misericordia 62.
Y unas líneas más adelante añade Anchieta:
Y N. Señor acordándose de nosotros, que no estávamos mui
lexos de ser tragados en los vientres de los Tamuias 63, que son
peores que las ballenas, mandóles aquel viento de travez, que
es el más furioso que ay en esta costa, con el qual ninguna otra
cosa podían hazer, aunque quisiessen, sino tomar a entrar en el
Río 64.
Y así llegó el sábado, víspera de Pascua de Resurrección, cuando
regresó la armada y pudieron decir misa en aquella isla. Pero como
ia armada estaba muy desbaratada, retornaron a San Vicente para re-hacerla,
con detriminación de tornar a hazer población al Río de Henero,
assí por desarreigar dallí la sinagoga de los contrarios calvinios,
como porque allí es la mayor fuerca de los Tamuias, y sería una
gran puerta para su conversión 65.
La parte final de la carta narra los problemas añadidos -una vez
concluidas las paces- de diversas epidemias que diezmaron las po-blaciones
indígenas tanto de Pyritininga como Iperuig. La principal
de estas dolencias fueron las viruelas:
las quales son dulces y como acostumbradas, que no tienen pe-ligro
y fácilmente sanan, mas ay otras que es cosa horrible.
Cúbrese todo el cuerpo de pies a cabega de una lepra mortal,
que parece cuero de cacón, y occupa luego la garganta por den-tro
y la lengua, de manera que con mucha difficultad se pueden
confessar, y en tres, quatro días mueren; otros, que biven más,
hyéndense todos y québraseles la carne pedaco a pedaco, con
tanta podredumbre de materia, que sale dellos un terrible hedor,
de manera que acúdenle las moscas, y le ponen gusanos que, si
no les socorriessen, bivos los comerían 66.
Anchieta que tenía fama de buen cirujano 67 dice que en Py-ritininga,
a donde fue enviado, se «Encruelesció» mucho esta
José de Anchieta y su experiencia con los caníbales de Iperuig 443
enfermedad. Fueron muchos los niños que murieron al nacer. Uno de
ellos:
porque nasció sin narizes y con no sé que otras deformidades,
lo mandó luego un hermano de su padre enterrar sin nos lo hazer
saber, que assí hazen a todos os que nascen con alguna falta o
deformidade, y por esso mui raramente se alla algún coxo, tuer-to
o mutilado en esta nación 68.
Aunque no se alude a ello en la carta en cuestión, que concluye
comentando la mucha necesidad que tenía esa tierra, de todas partes
cercada de guerras, parece ser que el famoso poema de Anchieta De
Beata Virgine Dei Matre Maria, la obra más importante -sin duda-de
cuantas escribió Anchieta, está relacionada con la estancia y
pervivencia en Iperoig, como consta en el propio epílogo del poema:
En tibi quae uoui, Mater Sanctissima, quondam
carmina, cum saeuo cingerer hoste latus
dum mea Tamuyas praesentia mitigat hostes
tractoque tranquillum pacis -inermis- opus 69.
Para cerrar definitivamente la herida de Guanabara se decidió po-blar
el Rio de Janeiro, y nuevamente Anchieta, acompañado esta vez
por el P. Gonzalo de Oliveira, antiguo alumno de Piratininga, formó
parte de la expedición. Llegaron a Guanabara el 28 de febrero de 1565
y en un lugar estratégico junto a los «morros» llamados Pao de Apcar,
Cara de Cao y da Urca se trazaron los fundamentos, el 1 de marzo,
de la ecidadezinha de Sao Sebastiao do Rio de Janeiro». Se trataba, en
realidad, de una especie de campamento militar desde donde, poco a
poco, se intentaría la conquista definitiva de toda la bahía de Guanabara
todavía en poder de los franceses e indios tamoios. Anchieta describe
la fundación con todo detalle en otra carta enviada esta vez al provin-cial
de los jesuitas de Portugal, el 9 de junio de 1565.
Todavía permaneció Anciiieta aiií toa0 ei mes de marzo, si bien
tuvo que regresar a Bahía para cumplir los deseos del P. General,
Diego Laínez, quien en carta fechada en Trento, el 25 de marzo de
1563 -poco antes de terminar el famoso Concilio de Trento-, re-comendaba
ya la ordenación sacerdotal del HO Anchieta. Su ordena-ción
tendría lugar en Bahía, finalmente, en junio de 1566, es decir al
año siguiente de la fundación de Río de Janeiro.
Poco después llegaba a Bahía, el 24 de agosto de 1566, procedente
de Lisboa, el visitador Ignacio de Acevedo, quien venía para conocer
444 José A. Ferrer Benimeli
la situación de la Compañía de Jesús en Brasil. El visitador llegó con
la escuadra portuguesa que Mem de Sá había pedido a la metrópoli
para acabar de una vez la conquista de Guanabara. La escuadra, al
poco tiempo, zarpó de Bahía rumbo a Río de Janeiro, una vez que a
la expedición militar se añadieron el Gobernador de Bahía, el obispo
Pedro Leitao, el provincial de los jesuitas Luis da Gra, el visitador
Ignacio Azevedo y el recien ordenado sacerdote José de Anchieta. La
flota se detuvo en la capitanía de Espíritu Santo para habituallamiento,
y allí se quedaron hasta diciembre por enfermedad del gobernador.
Hasta el 18 de enero de 1567 no llegaron a Río donde se alcanzó una
victoria definitiva, el 20 de enero, festividad litúrgica del mártir San
Sebastián, y onomástica del rey de Portugal, de ahí que a Río de
Janeiro se le diera el atributo de «Sebastianópolis».
En esta batalla del Río hay que destacar la participación también
de muchos indígenas cristianos, y en especial la del jefe indio Ara-sigbóia
-que iiegó a reunir, según ios cronistas de ia época, hasta
4.000 arcos contra los tamoios y franceses-, y fue premiado por el
rey de Portugal. A él se debió la fundación, en otro de los extremos
de la bahía de Guanabara, de la aldea de San Lorenzo de Niteroi.
A pesar del éxito obtenido, en la batalla del No resultó herido de
gravedad Estació de Sá que había resistido durante dos años durísi-mos
ataques de los indios antes de llegar la ayuda de su tío que le
permitió la victoria final. A consecuencia de las heridas recibidas, el
joven capitán y fundador de Río de Janeiro fallecía un mes más tarde
en presencia del P. Anchieta 'O.
La victoria del 20 de enero de 1765 permitio trasladar la ciudad
del primitivo emplazamiento hasta el «Morro do Castelo~ donde los
jesuitas iniciaron la construcción de un colegio del que sería nombra-do
rector el ya viejo y enfermo P. Nóbrega. El destino de Nóbrega a
Río supuso que las casas jesuíticas de San Vicente y Sao Paulo que-daron
sin superior, cargo que recayó en Anchieta.
Como epílogo de este período y al mismo tiempo como punto de
unión con las islas Canarias, en la biografía anchietana de esta época
hay un suceso, especialmente doloroso para los jesuitas de Brasil. Se
trata de la muerte, cerca de la isla de La Palma -cuando se dirigían
a Brasil-, de cuarenta jesuitas a manos de corsarios franceses calvi-nista~.
Estos jesuitas asesinados en aguas canarias fueron conocidos,
desde el primer momento, como «los mártires de Brasil».
Esta expedición era fruto de la visita girada a las misiones jesuíti-cas
de Brasil por el P. Ignacio de Acevedo durante dos años (1566-
1568). Informado por el visitador, el nuevo general de los jesuitas,
José de Anchieta y su experiencia con los caníbales de Iperuig 445
Francisco de Borja, de la urgente necesidad de enviar allá más mi-sioneros,
dicho visitador fue nombrado provincial de Brasil en 1659.
Obtenida licencia de Roma para reclutar misioneros, no sólo en Por-tugal,
sino también en España, reunió una «escuadra misionera», la
más numerosa de las que hasta entonces habían salido de Portugal para
sus colonias 71.
También en esta ocasión se aprovechó la salida de la armada por-tuguesa
que zarpó de Lisboa el 5 de junio de 1570 al mando de Luis
Fernandes Vasconcelos, que se dirigía a sustituir a Mem de Sá como
gobernador de Brasil. En Madeira -a donde llegaron en una sema-na-
permanecieron casi un mes. Uno de los navíos, el Santiago en
el que viajaban el nuevo provincial y los novicios, tenía que ir a
Canarias, concretamente a Santa Cruz de la Palma y a la isla de
Gomera para descargar mercancías, traidas de Portugal, y cargar
otras nuevas para Brasil. Aquí, en Canarias, debían esperar el resto
de la expedición y escuadra.
Problemas derivados del viento, cuando iban rumbo a Santa Cruz
de la Palma, obligaron al navío Santiago a refugiarse en Tazacorte,
pudiendo desembarcar los pasajeros en espera de vientos más favora-bles.
De ahí, el 11 de julio, se dirigieron a la Gomera, y en la trave-sía
de regreso a la Palma -el día 15- les salió al paso el corsario
francés Jacques de Sores, famoso por sus ataques a las naves mer-cantes
españolas, y que disponía nada menos que de cinco navíos. Al
descubrir que parte de los pasajeros eran jesuitas, tras ser vejados por
la tripulación, los mandó matar, unos a cuchilladas y otros arrojados
al mar 72. El resto de la expedición pasó casi un año entre Madeira y
Canarias, empujados una y otra vez por los vientos.
Y así fue como a más de un año de la muerte de Acevedo y sus
compañeros, otros quince jesuitas que aun quedaban de la primitiva
expedición, vinieron a caer de nuevo en aguas canarias en las manos
de otro corsario francés, Jean Capdeville, el 13 de septiembre de 157 1.
Y- - este fue el final del cuarto gobernador de Brasil, Luis Fernándes
Vasconceíos -que ni siquiera pudo iiegar a su destino-, y ei de ios
jesuitas que le acompañaban en su barco.
La crueldad de los corsarios calvinistas franceses y la matanza de
los jesuitas tuvieron gran resonancia en la Europa católica de Trento
comprometida en la lucha entre la Reforma y la Contra-Reforma. Pero,
sobre todo, pusieron sobre el tapete que a las causas tradicionales de
los corsarios -causas de índole comercial y económica- había en
adelante que añadir otras de tipo religioso con su secuela de fanatis-mo
y crueldad.
446 José A. Ferrer Benimeli
Los jesuitas asesinados en Canarias se convirtieron en los márti-res
y patronos o «Padroeiros» de Brasil. El P. Anchieta, que había
mantenido una gran amistad con el P. Ignacio de Acevedo, les dedi-có
seis poemas en castellano, que son conocidos con el título de O
Cancioneiro dos Mártires do Brasil 73.
El asesinato del P. Acevedo dejó vacante el puesto de provincial
de los jesuitas de Brasil, cargo que no tardaría mucho tiempo en re-caer
en el lagunero José de Anchieta.
José de Anchieta y su experiencia con los caníbales de Iperuig
1. Esta Gramática fue divulgada como instrumento de apostolado en todas las
casas de los jesuitas de Brasil, comenzando por Bahía. Tras ser perfeccionada duran-te
cuarenta años acabó imprimiéndose en Coimbra en 1595: Arte de Grammatica da
Lingua mais usada na costa do Brasil. Feyta pelo padre Joseph de Anchieta da
Companhia de Jesu. En Coimbra per Antonio Mariz, 1595. Cfr. un breve análisis de
la misma de Fremiot HERNANDEGZO NZÁLEZp,p . 177-181, en la obra colectiva José
de Anchieta. Vida y obra, San Cristobal de La Laguna, Ayuntamiento, 1988, coordi-nada
por Francisco GONZÁLEZL UISq uien tiene unos muy valiosos Apuntes biogrbfi-cos
del Padre José de Anchieta (pp. 7-131) -que en parte hemos seguido-, así como
una muy completa bibliografía anchietana (pp. 445-459). Como.complemento de la
misma cfr. también la obra colectiva publicada por la Comissao Nacional para as
comemoracoes do «Dia de Anchietap, Anchietana, Sao Paulo, 1965, y que contiene
cuarenta y tres colaboraciones.
2. Es significativo que dicho fuerte se dedicara en honor del almirante Gaspard
de Coligny (1519-1572), defensor de San Quintín contra los españoles. Diez y siete
años después de la construcción del fuerte de Guanabara, moriría entre los hugonotes
víctimas de la conocida como la Noche de San Bartolomé (24 de agosto, 1572). So-bre
el por qué los franceses calvinistas se fortificaron en la isla de Serigipe existe
una carta dirigida a Calvino, el 31 de marzo de 1557, en la que explican los mo-t
i w r . C h . GQNCALEF,. Ti& y RRU~NDYV, PZ:« Os franceses na Guanabara (Co-rrespondencia
da Franca Antártica)», Revista de Historia (Sao Paulo) 28 (1964)
PP. 219-222.
3. Pedro RICHIERy Guillermo CHARTIER.
4. Tres años antes había fallecido el rey Juan 111 de Portugal.
5. Catalina de Austria fue regente del reino durante la minoría de edad (1557-
1562) del futuro rey don Sebastián.
h. Snhre esta ohra cifi.. e! trabajo de RODR~GUEZ-PANTMOÁIRAO UEZM, iguel:
«Poesía épica: el De Gestis Mendi de Saan, en José de Anchieta. Vida y obra, op.
cit., pp. 201-229. Men de Sa, natural de Coimbra, estuvo en Brasil desde el 27 de
diciembre de 1557 hasta el 2 de marzo de 1572 en que falleció. La hacienda que re-
448 José A. Ferrer Benimeli
unió a lo largo de sus 15 años como Gobernador, así como todos sus bienes -al morir
sin descendencia-, pasaron al patrimonio de la Compañía de Jesús de la que él era
muy afecto.
7. Sobre el asedio de Sao Paulo Anchieta escribió al general de los jesuitas, el
P. Diego Laínez, una larga carta, el 16 de abril de 1563 en la que de forma descrip-tiva
y vivaz narra el episodio con estas palabras: «Venido, pues el día, que fue el
octavo de la Visitación de N. Señora [9 de julio], dieron de mañana sobre Piratininga
grande hueste de enemigos pintados y emplumados con grandes alaridos, a los quales
salieron luego a recibir nuestros discípulos, que eran muy pocos, con grande esfuerce.
Y los trataron muy mal: y fue cosa maravillosa, que se hallavan y encontravan a las
flechadas hermanos con hermanos, primos con primos, sobrinos con tíos, y lo que
más es, dos hijos que eran christianos y estavan con nosotros contra su padre que
era con nos. De manera que paresce que la mano de Dios los apartó assí y forcó, sin
ellos entenderlo, a que hiziessen esto. Las mugeres de los Portogueses y niños, aún
de los mesmos Indios, recogiéronse los más dellos a nuestra casa y iglesia, por ser
un poco más segura y fuerte, onde algunas de las mestizas estavan toda la noche en
oration con candelas encendidas ante el alta, y aún dexaron las paredes y bancos de
la iglesia bien teñidos de su sangre que sacavan con las disciplinas, lo qual no dudo
que peleva más reziamente contra los enemigos que no las flechar: ni arcahi'zes.
»Tuviéronnos cercados dos días solamente, dándonos siempre combate, hiriendo
a muchos de los nuestros indios, y aunque eran muchas las fechadas peligrosas, nin-guno
murió por la bondad del Señor, los quales todos se retrahían a nuestra casa y
allí los curávamos del cuerpo y del ánima, y assi los hezimos después hasta que sa-naron
todos. Mas de los enemigos fueron muchos los heridos y algunos muertos, en-tre
los quales fue uno nuestro catechúmeno, que fué quassi capitán [Jagoanharo o Cao
Bravo] de los malos, el qual sabiendo que todas las mugeres se avían de recoger a
nuestra casa y que allí avría más que robar, vino a dar combate por la cerca de nues-tra
huerta, más allí lo ha116 una flecha que le di6 por la barriga y lo mató, dándole
el pago de lo que él nos quería dar por la doctrina que le avíamos enseñado, y otras
buenas obras que le avíamos echo, aviéndolo ya curado en el tiempo que estava con
nosotros a él y a sus hermanos de heridas muy peligrosas de sus contrarios.
»Al segundo día del combate, viéndose muy heridos y maltarados, y perdida la
esperanca de nos poder entrar, diéronse a matar las vaccas de los crhistianos, y
mataron muchas, destruyendo gran parte de los mantenimientos por los campos, y die-ron
a huyr ya sobre la tarde con tanta priessa, que no esperava padre por hijo, ni her-mano
por hermano...». Cfr. LEITE, Serafim: Monumenta Barsiliae. III (1558-1563),
Roma, Monumenta Historica Societatis Iesu, 1958, pp. 551-552. [En adelante Monu-menta.
114.
8. Biblioteca Nacional do Rio de Janeiro [S. Roque, Lisboa] 1-5, 2, 38, ff. 167v-
188v. Título: «Copia de huma do Irmao Joseph para o Padre Mestre Diego Lai-ln"
ra D ,,,,,, +: , C.--- 1 A L . d 7 . - - - * - - - ' A iarporru uviai UZ Cuiiipiiiiia u í ~ í o u » . cata &alta LIDLID a1 ulellus Lreb im-presiones
en Anais da Biblioteca Nacional do Rio de Janeiro, 2 (1877) 79-123;
Cartas de Anchieta (19331, y LEITE, Serafin: Monumenta Brasiliae. N (1563-15681,
Roma, Monumenta Historica Societatis Iesu, 1960, pp. 120-181. [En adelante Monu-menta.
IU.
9. Se refiere a la carta anterior, fechada en San Vicente el 15 de abril de 1563
camino ya de Iperuig en la que describe la insostenible situación en que se encontra-han,
sohre todo despu6.s de! medin a San I>23!n. Cfr. net2 7.
10. Es decir los indios Tamoios o Tamoyos.
11. Monumenta. IV, p. 123.
José de Anchieta y su experiencia con los caníbales de Iperuig 449
12. Ya desde 1561 tenía esta idea. Anchieta lo refiere así el 16 de abril de 1563:
«Viendo el P. Manoel da Nóbrega los grandes trabajos e inquietation de toda esta
Capitanía [de San Vicente] con los continuos incursos destos contrarios y la mucha
justitia que tienen de su parte, se determinó, encommendándolo mucho a N. Señor,
de ir a tratar pazes con ellos, si estos pueblos de los Portogueses quisiesen, y que-darse
entre ellos y ellos venir acá, y assí aver communication y concordia. Y aviendo
ya dos años y más [por tanto desde principios de 15611 que N. Señor le da esto a
sentir, y faltando siempre opportunidad, agora quiso Dios abrir camino para ello.
Monumenta. III, pp. 563-564.
13. Palabras tomadas por Anchieta del Evangelio de San Juan, 11, 50: Es mejor
que muera uno sólo por el pueblo y no que perezca toda la nación.
14. En 1563 la Pascua fue el 11 de abril, y por tanto la renovación de votos fue
al día siguiente, primera octava de Pascua que es el primero de los siete días que
hay que añadir para indicar la octava de las fiestas.
15. Monumenta. IV, p. 124.
16. Cfr. nota 9.
17. Corintios, 1, 4, 9.
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p. 565.
19. Monumenta. IV, p. 124.
20. Monumenta. IV, p. 125.
21. Iperuig o Iperoig hoy se llama Ubatuba y es ciudad marítima del Estado de
Sao Paulo, cabecera de municipio que forma una faja costera. Frente a la ciudad se
encuentra la isla de Ascouves, y un poco más distante la de Porcos.
22. ivíonumenia. í'v', p. i25.
23. Es decir los portugueses.
24. Monumenta. IV, p. 125.
25. El 7 de mayo, que es cuando uno de los navíos volvió con rehenes para San
Vicente.
26. Monumenta. IV, pp. 127-128.
27. Monumenta. IV, p. 128.
28. Monumenta. IV, p. 129.
29. Monumenta. IV, p. 13 l.
30. Monumenta. IV, pp. 135-136.
31. Los Tupís.
32. El veneciano José Adorno.
33. A San Vicente.
34. En este caso el capitán mayor de San Vicente, Pedro Ferraz.
35. El jefe tamoio que los había recibido y protegido en su propia casa.
36. Monumenta.IV, pp. 137-138
37. Es decir protestantes y no católicos.
38. Los franceses.
39. Los indios tamoios.
40. Monumenta. IV, pp. 138-139.
41. Monumenta. IV. pp. 146- 147.
42. Monumenta. IV, p. 147.
43. Monumenta. IV, p. 148.
44. Es decir Anchieta y Antonio el pedrero.
45. Magote = Montón, muchedumbre.
450 José A. Ferrer Benimeli
46. En San Vicente, que es el lugar de la fecha de la carta y desde donde se
supone se está escribiendo lo sucedido en Iperoig.
47. Monumenta. IV, pp. 149-150.
48. La primera, nada más llegar a Iperoig, la narra así Anchieta: «Los indios
hazíannos todo el buen tratamiento posible a su pobreza y baxeza. Y porque tienen
por grande honrra quando vao algunos christianos a sus casas, darles sus hijas y her-manas
para que queden por sus yernos y cuhnados, quisiéronnos hazer la misma
honrra, offereciéndonos sus hijas y repetiéndolo muchas vezes; mas como les diés-sernos
a entender que no solamente aquello, que era una offensa de Dios, aborrecía-mos,
mas que aun ni eramos casados, ni teníamos mugeres, quedaron espantados assy
ellos como ellas, cómo éramos tan sufridos y continientes, y teníamos mucho maior
crédito y reverencia». Monumenta. IV, pp. 129-130.
La otra ocasión en que sale el tema es en una conversación con su protector
Pindobuqu quien sabiendo «que no teníamos mugeres, se espantó mucho pregun-tándonos:
"¿Ny las deseáis, quando veis algunas hermosas?" Nosotros por respuesta
le mostramos las disciplinas con que se domava la carne quando se desmandava a
semejantes deseos malos, hablándole también de los ayunos, abstinencias y otros re-medios
que teníamos, y que todo esto hazíamos por no offender a Dios que manda
lo contrario». Monumenta. IV, p. 133.
49. Manoel de Nóbrega.
50. Nóbrega y Anchieta rezaban el breviario juntos. Nóbrega, por obligación
canónica por ser sacerdote. Anchieta, que era todavía estudiante, porque Nóbrega
«hacía rezar el breviario a los estudiantes*, según recoge Leite en su biografía. LEITE,
Serafim: Breve Itinerarário para uma biografia do P. Manoel da Nóbrega, Fundador
da Provincia do Brasil e da Cidade de Sao Paulo (1517-1570), Lisboa-Rio de Janeiro,
1955, pp. 182-222.
51. Del breviario.
52. La expresión mesclado, algunos erróneamente han querido traducir por mes-tizo,
siendo así que aquí se trata de la misma sangre india, tanto por parte de madre
como de padre. En portugués se aceptó el vocablo marabá, tomado de la Amazonía,
que se aplica al hijo ilegítimo o hijo de otro padre. DE SOUSAB, . J.: Dicionário da
Terra e da Gente do Brasil, Sao Paulo, 1939, pp. 252-253.
53. se movía.
54. Monumenta. IV, pp. 151-153.
55. Monumenta. IV, p. 156.
56. Monumenta. ZV, p. 156.
57. El P. Nóbrega, debido a su delicado estado de salud, hacía ya varias sema-nas
que había regresado a San Vicente.
58. Monumenta. IV, p. 170.
59. Monumenta. IV, p. 171.
60. Monumenta. IV, p. 174.
61. Monumenta. IV, p. 176.
62. Ibídem.
63. Anchieta utiliza indistintamente las dos expresiones: tamoios y tamuais.
64. Monumenta. IV, p. 177.
65. Ibidem.
66. Monumenta. IV, pp. 178-179.
67. Sobre las habilidades médicas de Anchieta, cfr. DE MOURAC AMPOSC, antidio:
«Vida médica de Anchieta», PEREIRADE QUEIROZC, arlota ~Anchietae a arte de cu-rar
», y SANTOSF ILHOL, ycurgo: «Anchieta na história da medicina brasileiran, en
José de Anchieta y su experiencia con los caníbales de Iperuig 45 1
AA.VV: Anchietana, Sao Paulo, Comissao Nacional para as Comemoracoes do «Dia
de Anchieta», 1965, pp. 171-180, 181-194 y 321-324.
68. Monumenta. IV, p. 179.
69. La primera edición de este poema es de 1633. En 1887 se volvió a editar en
su ciudad natal con el título de Poema Marianum, auctore venerabili P. Iosepho de
Anchieta Lucunensi, Sacerdote Professo Societatis Jelesu, Apostolus Brasiliensis nuncu-pato.
Anno MDCCCLXXXVII. Typis Vicentii a Bonet in urbe Sanctae Crucis. La edi-ción
está hecha por los profesores y alumnos del Seminario Conciliar de Tenerife y
dedicada al papa León XIII.
70. Según algunas fuentes el que asistió a la muerte de Estació de Sá sería el
P. Gonzalo de Oliveira, capellán militar de la plaza.
71. Sobre este episodio cfr. , entre otros, RUMEUD E ARMASA, ntonio: «La expe-dición
misionera al Brasil, martirizada en aguas de Canarias (1570)~. Missionalia
Hispanica, 4 (1947) 329-381; GONGALVDEZA COSTAM, .: «Mártires jesuitas nas águas
das Canarias (1570-1571)», Anuario de Estudios Atlánticos (Madrid-Las Palmas), 5
(1959) 445-482. Según TESTOREC, elestino: BB. Ignacio de Azevedo y 39 compañe-ros
mártires de Canarias, Madrid, Apostolado de la Prensa, 1943, el general de los
jesuitas, Francisco de Borja, autorizó a Acevedo a levantar en Portugal una gran leva
de misioneros y a llevar además consigo a cinco sujetos de cada una de las pro-vincias
de españa por donde pasase camino de Portugal. De regreso a España, en
Zaragoza le dieron por compafiero al H. coadjutor Juan de Mayorga, navarro, de trein-ta
y ocho años de edad, pintor, para que pudiese utilizar su arte adornando las
iglesias de las reducciones. En el noviciado de Medina del Campo se unió el novicio
Francisco Pérez Godoy, el estudiante Hernán Sánchez y el coadjutor Gregorio Escri-bano,
natural de Logroño. En el Colegio de Plasencia (Cáceres) se le agregaron,
entre otros, el H. Esteban Zudaire, coadjutor, navarro; el H. Juan de San Martín,
novicio escolar, natural de Juncos, entre Toledo e Illescas, el H. Juan de Zafra, novi-cio
coadjutor, natural de Toledo, así como los HH. Alonso López y Juan de Baeza.
Entre España y Portugal llegó a reunir 70 jesuitas que repartió en tres naves: al P.
Pedro Díaz con veinte compañeros, en la de don Luis de Vasconcelos; al P. Francis-co
de Castro, con otros tres hermanos, en la que llamaban de los Huérfanos, por los
que en ella se conducían para pobladores del Brasil. Y en la nave Santiago, que iba
cargada de mercancías para las islas de La Palma y Gomera, Cabo Verde y Brasil,
entró el P. Provincial Acevedo con 45 compañeros. Un listado de 57 de estos jesui-tas
enviado por Acevedo a Roma esta publicado en GONGALVEDSA COSTA,M ., op.
cit., p. 453.
72. La descripción y nombre de los mártires cfr. en TESTOREo,p . cit., pp. 9-16.
Según este autor solo se salvó de la matanza el H. Juan Sánchez, que era cocinero y
que los corsarios se lo llevaron consigo para su servicio de cocina, permaneciendo
e::os qüe regresaion a Francia, Sin autor no üii:izni
números correctos, pues dice que en el Santiago iban 45 jesuitas más el P. Acevedo,
provincial. Luego añade que sólo hubo un superviviente entre los jesuitas, el cocine-ro,
y sin embargo el trabajo lleva como título «Los Beatos Ignacio de Acevedo y 39
compañeros mártires de Canarias», lo que hace 40, más el superviviente resultan 41.
y siguen faltando otros cuatro. Tanto el jesuita cocinero que el «hugonote». Jacobo
de Soria [Jacques de Sores] liberó en Francia a su regreso, como otros cautivos que
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fueron testigos de lo sucedido, al igual que los soldados y marineros portugueses del
Santiago que fueron hechos prisioneros. Pero cuando fueron libertados unos y otros,
y devueltos a Portugal, testificaron sobre lo ocurrido con lo que se pudo iniciar la
452 José A. Ferrer Benimeli
causa de beatificación. Una vez beatificados su fiesta litúrgica quedó asignada al 15
de julio, día de su martirio.
73. Cfr. algunos de estos poemas dedicados a los mártires del Brasil y al P.
Acevedo en particular, en AA.VV. José de Anchieta. Vida y Obra, op. cit.: «Antolo-gía
de Textos», pp. 367-370.