DESARROLLO SUSTENTABLE:
EL GRAN RETO DE FIN DE SIGLO
En el cúmulo de preocupaciones que conmueven al hombre de fin
de siglo, junto con el mantenimiento de la paz y con el desarrollo hu-mano,
está sin duda la defensa del medio ambiente como expresión de
solidaridad para con quienes vendrán después de nosotros en la apasio-nante
aventura de pisar la Tierra.
A las nuevas generaciones les debemos la responsabilidad de legar-les
un planeta incontaminado y limpio, cuya habitabilidad no se vea
disminuida por los excesos económicos de hoy. ¿Hemos estado a la al-tura
de esta responsabilidad? Todo dice que no. Que hemos abusado y
estamos abusando en forma egoísta de la generosidad de la naturaleza.
A las generaciones que nos precedieron puede excusarles su ignorancia.
Imbuidas por la ingenua creencia de que la revolución industrial traería
un progreso lineal e inacabable, acometieron contra ella sin saber lo que
hacían. Pero nosotros no podemos alegar ignorancia. sabemos bien lo
que hacemos. Gracias a la intensificación de las investigaciones cientí-ficas
conocemos con precisión los problemas ambientales. Sabemos bien
que los estragos de la violencia contra la naturaleza se llaman:
deforestación, desertización, merma de la biodiversidad, alteración de los
--,.":"+--no ,.,...*n- :..n,.:A. 11..*.:n K A A n ,.ac-,.+- :.,-.,.A-.,. ,.-l-.+n
b u m m L b l I l a a , L V I I L ~ I I I I I I ~ ~ I V I lI ,l u v ~ aa uua, WAGLLV I I L V G I I I ~ U G I U ~C, i a l a I L a -
miento del planeta, destrucción de la capa de ozono y agotamiento de
los recursos naturales.
Esto nos enseña la ecología, que en realidad no es una ciencia nue-va
puesto que las vinculaciones entre los seres humanos y el espacio
físico que les sustenta se observaron de viejo tiempo. Los pensadores
de ias antiguas india y persia, ios astróiogos egipcios, ios profetas ju-díos,
los sabios de la vieja China, los más eminentes filósofos griegos,
algunos de los padres de la Iglesia Católica, pensadores medievales y
832 Rodrigo Borja
numerosos tratadistas modernos y contemporáneos se empeñaron en
desentrañar los efectos que las condiciones del entorno geográfico,
telúrico y cósmico tienen sobre la manera de ser y sobre la conducta de
los hombres y, consecuentemente, sobre los procesos sociales. Platón,
Aristóteles, Maquiavelo, Bodín, Montesquieu, Rousseau, Hume, Hegel,
Ratzel, Kjellén y muchos otros pensadores, en distintas épocas, obser-varon
la influencia de la geografía sobre la sociedad.
A comienzos de nuestro siglo, el sociólogo Friedrich Ratzel, con su
conocida frase de que el hombre es un pedazo de la tierra, quiso poner
de relieve con elocuencia gráfica las estrechas relaciones entre el medio
ambiente y el ser humano, lo mismo que el biólogo Alexis Carrel me-diante
la afirmación de que somos un producto exacto del limo terres- e
tre. D
Investigaciones científicas actuales han establecido con entera pre- E
cisión la influencia que el entorno físico - c o n su clima, altitud, esta- O
n cienes, temperatura, precisión atmosférica, riqueza ciei sueio, paisaje y -
m
O
demás condiciones ambientales- ejerce sobre la vida social y también E
E
las modificaciones que el hombre, a su vez, es capaz de producir en el SE
entorno a través de la aplicación de los conocimientos científicos a las -
tareas productivas, con efectos degradables sobre la naturaleza. 3
Gracias a la intensificación de los estudios científicos hoy se cono- --
ten muy bien los problemas ambientales. La contaminación en sus 0
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E
múltiples formas, las consecuencias nocivas de la descarga de desechos O
tóxicos, los desórdenes climáticos, la destrucción de la capa de ozono,
la extinción de la biodiversidad y la escasez creciente de agua dulce son n
E algunos de esos problemas. Todos los cuales se originan en el indus- -
a
trialismo moderno, en el urbanismo y, en general, en la aplicación
nl utilitaria de los conocimientos tecnológicos a las tareas de la vida so- n
n
cial y de la producción.
El urbanismo contemporáneo tiene muchos factores contaminantes 3
O
del aire, el suelo, el agua y los bosques. La combustión de los vehícu-los
automotores, de los aviones y de otras máquinas, el uso de
ny.l-abm-.wiir.-i-du! ac niiímirnc -a!gcn^~ de P!!QS no hiodegradables-, la
deforestación, la descarga de desechos industriales tóxicos, los acciden-tes
de plantas químicas y nucleares y muchos otros elementos propios
del moderno proceso de producción causan estragos irreversibles en el
medio ambiente.
Han sido lamentables en los últimos años los accidentes sufridos por
--.- -a--" usiiiaa UULLUGJ, ijlaiita~d e prollUcciSn de s~stanciasq ui~icus,i zuqes
encallados que han echado al mar su carga contaminante y otros per-cances
de esta clase. Recordemos la fuga de cianuro de metilo en la
Desarrollo sustentable: El gran reto de fin de siglo 833
planta de plaguicidas de la Unión Carbide el 3 de diciembre de 1989
en Bhopal, India, que causó la muerte de 3.600 personas, lesionó a cien
mil e incapacitó para el resto de sus días a cincuenta mil de ellas. O el
desastre ocurrido en la central nuclear de Chemobyl en la Unión sovié-tica
el 26 de abril de 1986, que lanzó al aire una nube radiactiva que
afectó a los habitantes de Ucrania, Bielorrusia, Finlandia, Suecia, No-ruega,
Polonia, Alemania y Francia y dejó 32 muertos, 600.000 perso-nas
expuestas a la radiación, 119 poblaciones abandonadas y extensos
campos agrícolas contaminados. Fue el percance nuclear más grave en
tiempos de paz. En 1990 alrededor de tres millones de personas resi-dentes
en los países afectados fueron sometidas a control médico como
consecuencia de este accidente nuclear. Pero el peligro no ha pasado. A
comienzos de 1995 un grupo de científicos occidentales, en un informe
secreto que entregaron a la Unión Europea, denunció que algunos de los
pilares que sostenían la estructura de la planta estaban a punto de
desintegrarse y de producir la fuga de vapores radiactivos, por lo que
sugirió el cierre de la central de Chernobyl inmediatamente. Cosa que
sin embargo no se ha hecho. La central sigue trabajando. Y mucha gen-te
sigue muriendo a causa de la contaminación radicativa.
La eliminación de los desechos tóxicos y de las aguas residuales de
la industria constituye uno de los grandes problemas de contaminación
del planeta. El mundo industrializado tiene la mayor responsabilidad en
la activación de este factor contaminante. No ha logrado hasta hoy una
solución eficiente al problema del almacenamiento de los desechos arro-jados
por la actividad productiva de la sociedad. Hasta hace no mucho
tiempo se afirmaba que la naturaleza era capaz de absorberlos y proce-sarlos,
pero hoy ese criterio es insostenible. La basura tóxica y las aguas
residuales arrojadas sobre el suelo, los ríos y los mares causan en ellos
estragos irreversibles. Parte de esos desechos exportan los países indus-triales
hacia los países en desarrollo de manera clandestina, engañosa o
por medio de corrupción. Se han denunciado descargas de materias con-taminantes
y peligrosas en algunos países del mundo subdesarrollado.
Ellos tienen el fundado temor de convertirse en basurales de los países
inci,cgiz!izzci,~,~ e ftgiC l,lr 12s ~ g f i r e ~ c e f i ~qciel r~ r t gpc e& tener p r n
la salud humana.
Merecen especial atención los residuos radiactivos. Según informa-ciones
proporcionadas a fines de 1995 por la OCDE, en el año 2000
habrá unas 220.000 toneladas de residuos altamente radiactivos en 25
países poseedores de centrales nucleares, lo cual les obligará a construir
o n - n ~ t n r ; n o h - ; n t ; n - o nn f n m - A n n o c n n r \ l X n ; r - c AP nr-n ~ c t o h ; l ; r l o A LGl,lG,llC.I &VI> VUJV C I U l l U l U11 I V I I I I U C I V l l C L 3 6 U W L V 6 1 C U O UU 61Ull U O C U V I I I U U U )
a un costo incalculable. Pero el solo proyecto de construirlos ha levan-
834 Rodrigo Borja
tado ya protestas de los habitantes de los lugares donde se pretende ins-talarlos.
Las autoridades norteamericanas han decidido que se instalen
en las tobas volcánicas de Yucca Montain, Alemania ha elegido la mina
salina de Gorleben en Sajonia. En España se han presentado problemas
porque ninguno de los ayuntamientos cuyos terrenos han sido seleccio-nados
por ENRESA, que es el ente público encargado de estos asuntos,
acepta recibir bajo su suelo los desechos radiactivos procedentes de las
nueve centrales nucleares españolas.
Hace no mucho tiempo, en 1993, el gobierno japonés formuló su
protesta contra el gobierno de Rusia por el lanzamiento al mar del Ja-pón,
a 550 kilómetros de sus costas, de 900 toneladas de residuos
radiactivos líquidos.
Otra de las formas agudas de contaminación es la deforestación y
su consecuencia inevitable es la desertización. Hace unos diez mil años
el planeta tenía un abundante manto de bosques y florestas que cubría
6200 millones de hectkeas, Esa extensirín se ha reducido, a causa de
la deforestación hecha por el hombre a lo largo de los siglos, a 4.200
millones de hectáreas. Las actuales cifras de tala de árboles son
alarmantemente altas, especialmente en los países en desarrollo. Los
bosques tienen importantes funciones ecológicas. No sólo constituyen
hábitats para millones de especies y ofrecen alimentación para los seres
vivos, sino que desempeñan un papel trascendental en la regulación del
clima del planeta y protegen los suelos de la erosión. La vegetación verde
absorbe buena parte del bióxido de carbono (COZ) producido por el pro-ceso
industrial y por la quema de combustibles fósiles y, cuando se ta-lan
los árboles, no sólo que desaparece este factor de absorción sino que
además se oxida el carbono depositado en la foresta y en el suelo y, en
forma de bióxido de carbono, sube a las capas superiores de la atmós-fera
para contribuir a la formación de la pantalla de gases de efecto
invernadero.
El llamado efecto invernadero -que, por cierto, existió siempre pero
que hoy ha crecido en magnitudes peligrosas- se produce porque cier-tos
gases que emanan de la Tierra, principalmente el COZ proveniente
& la oxi&ciói, del Calijüliü de la quema de coíl,tUsiit;cs f&&s,
condensarse en la atmósfera, forman una capa que impide la salida de
las emisiones de calor de la superficie terrestre y origina el aumento de
la temperatura del planeta. A su vez, el incremento de la temperatura
planetaria produce cambios en el clima, tormentas tropicales, deshielo
de los glaciales, aumento del nivel de los mares, inundaciones y otros
efectos que con ei tiempo pueden iiegar a ser catastróficos para ia vicia
humana.
Desarrollo sustentable: El gran reto de fin de siglo 835
Estudios científicos señalan que los bosques y los suelos almacenan
unos 200.000 millones de toneladas de carbón, que es aproximadamen-te
el triple de la cantidad concentrada en la atmósfera por efecto de la
combustión. Investigaciones hechas en la selva amazónica del Brasil por
científicos brasileños, ingleses y australianos en 1993 demostraron que
cada metro cuadrado de selva absorbe 8,3 moles de COZ,lo cual signi-fica
que la cuenca amazónica sirve de sumidero para la décima parte de
las emisiones totales del dióxido de carbono producido por las activida-des
del hombre. La deforestación origina la oxidación de ese carbón y
su liberación hacia la atmósfera en forma de dióxido de carbono. Se
calcula que desde 1860 hasta nuestros días la tala de bosques en el
mundo ha lanzado al aire, de esta manera, entre 90.000 millones y
180.000 millones de toneladas de carbono. Actualmente la deforestación
es culpable de enviar a la atmósfera más del doble de COZ que el que
lanza la combustión sumada de petróleo, gas natural y carbón. Esto sig-
íiifica qüe !S paises eii c!es~ío!!o de Afíica, Asia y Ame,n .c a Latina,
que en la actualidad son los principales deforesradores en el mundo, tie-nen
también una gran responsabilidad en la formación de la capa de
gases de efecto invernadero.
Este fenómeno probablemente producirá un calentamiento global del
planeta estimado entre 1,6 y 4,7 grados centígrados hacia el año 2030 y
de 2,9 a 8,6 grados hacia el año 2075. Según algunos científicos, el
aumento de la temperatura terrestre es ya perceptible y a él se atribu-yen
las grandes sequías, inundaciones, tormentas tropicales y otros des-órdenes
del clima que sufren algunos lugares de la Tierra. Uno de los
efectos catastróficos que tendrá el aumento de la temperatura terrestre
es la subida de nivel de los mares a causa de los deshielos de los gla-ciales.
Lo cual producirá la inundación de ciudades y zonas costeras bajas
y la destrucción de regiones agrícolas y pondrá en peligro la vida de
millones de personas. El calentamiento de 1,5 a 4,5 grados centígrados
causaría un aumento de nivel general de los mares de 40 a 120 centí-metros,
suficiente para producir indecibles estragos en vastas zonas del
mundo. Según cálculos científicos, la elevación de un metro en el nivel
de las aguas mannas inundaría alrededor del 15 % de las tierras iabrantí'as
de Egipto y comprometería la vida del 16 % de su población, y en
Bangladesh perjudicaría a tierras que albergan al 8,5 % de sus habitan-tes.
En Asia dejana sumergidas enormes extensiones de manglares, es-pecialmente
en los deltas del Ganges y el Mekong. Si el nivel de las
aguas marinas aumentara de 1,4 a 2,l metros se perdería por inunda-ción
del 40 al 76 % de las tierras húmedas en producción de 52 áreas
estudiadas por los científicos en los Estados Unidos de América. Estas
836 Rodrigo Borja
serían algunas de las consecuencias devastadoras que produciría la ele-vación
de la temperatura de la Tierra a causa del llamado efecto inver-nadero
de los gases que los procesos industriales y otras actividades
humanas emiten desde la superficie terrestre.
Veintinueve países insulares de Asia y el Pacífico, en la «Declara-ción
de Manila» emitida el 20 de febrero de 1995, expresaron su pre-ocupación
por la amenaza de inundaciones originadas por esta causa y
pidieron a los Estados del primer mundo reducir en un 20 9% sus emi-siones
de gases tóxicos durante los próximos diez años. Según estima-ciones
de Maurice Strong, presidente del Consejo de la Tierra, el mun-do
industrializado lanza a la atmósfera anualmente 23 mil millones de
toneladas de bióxido de carbono (contra 16 mil millones que lanzaba
en 1972).
De otro lado, los clorofluorocarbonos -que se utilizan como
refrigerantes, solventes, propulsores de cierto aerosoles y también para
ia fabricacion de espumas piasticas sopiadas- aparte de ser muy perni-ciosos
gases de invernadero, destruyen las moléculas de la capa de ozo-no
que protege la vida humana de las radiaciones solares, y por las
perforaciones o el adelgazamiento que causan en ella penetran los ra-yos
ultravioletas, con efectos letales para la salud del hombre y para la
integridad de la biosfera, como cáncer de la piel, problemas oculares,
daños en los genes, afección del sistema inmunológico, mutaciones en
el fitoplaton y otros desarreglos graves.
El mundo industrializado es el responsable del 95 % de la emisión
de clorofluorocarbonos hacia la estratosfera.
El problema es tan preocupante, que en 1992, con la asistencia de
más de cien jefes de Estado y de gobierno, se reunió en Río de janeiro
la conferencia de las Naciones Unidas sobre medio ambiente y desarro-llo
-que se llamó la Cumbre de la Tierra- para contribuir a difundir
la información disponible acerca del proceso de degradación ambiental,
sensibilizar la conciencia individual y colectiva en tomo al tema y mo-vilizar
la voluntad política hacia la toma de decisiones que contribuyan,
en el mundo entero, a frenar las acciones depredatorias contra la natu-raleza.
La conclusión central del documento final aprobado por la con-ferencia
reiteró la tesis del desarrollo sustentable, propuesta en 1987 por
la Comisión de las Naciones Unidas sobre Medio Ambiente, o sea el
desarrollo compatible con el respeto a la naturaleza y con el derecho de
las futuras generaciones humanas a disfrutarla.
La expresión política de esta conciencia ecológica se ha dado en la
creación de ministerios del ambiente en algunos países, en la formación
de los llamados partidos verdes -cuyos programas de acción están
Desarrollo sustentable: El gran reto de fin de siglo 837
basados en cuestiones ecológicas-, en la incorporación de proyectos
ambientales a los programas de los partidos tradicionales y en la inte-gración
de organizaciones ecologistas no gubernamentales.
En su manifestación más extrema, el ambientalismo ha dado origen
al ecologismo que formula radicales cuestionamientos contra las forams
de organización social prevalecientes en el mundo -contra todas ellas,
cualquiera que sea su signo político, porque en su concepto todas son
depredadoras de la naturaleza- y plantea en términos que van desde la
utopía a la realidad programas de transformación de la mentalidad de la
gente, de la ordenación estatal y de las relaciones de producción y de
propiedad.
Su programa político se basa en tres principios fundamentales: de-mocracia
profunda, no violencia y desarrollo en armonía con la na-turaleza.
Atento el hecho de que los problemas ambientales son globales y
de que ningún país puede «aislarse» de ellos, el ecologismo propugna
acciones coordinadas a escala internacional para combatir la defectuosa
organización social. para ello promueve la formación de grupos organi-zaos
en todos los países a fin de canalizar la preocupación social por el
medio ambiente y transformarla en movilización política. Postula la lu-cha
contra la desigualdad y la pobreza, como condición para la defensa
de la biodiversidad, y la transformación social para implantar un régi-men
de desarrollo que guarde armonía con la naturaleza.
El ecologismo está en lo cierto cuando sostiene que los problemas
ambientales no admiten soluciones de libre mercado. la mano invisible
y las fuerzas utilitarias del mercado están más interesadas en cuestiones
de dividendos que en asuntos ecológicos. Se necesita la intervención
consciente y deliberada de la autoridad política -en un esfuerzo de
coordinación internacional- para dar soluciones válidas al problema de
la depredación de la naturaleza. Un elemental sentido de solidaridad para
con quienes vendrán después en las andanzas de la vida nos obliga
moralmente a dejarles un suelo limpio, aire puro, agua cristalina y
forestas verdes.
En la actualidad, los recursos del medio ambiente no se consideran
como activos productivos, a pesar de que un país puede encaminarse a
la bancarrota por la degradación de ellos. Los costes ambientales son
ignorados. El producto interno bruto no toma en cuenta la depreciación
de los activos naturales ni los indicadores económicos convencionales
registran la dismintición de! ca~ita! «n-t~ra!» CIIE~Q riqce!!n~ recwsnr
aminoran o se destruyen.
Aunque los bienes de la naturaleza no son fáciles de contabilizar,
838 Rodrigo Borja
porque no tienen asignado un «precio» en el mercado y algunos de ellos
se suelen considerar incluso como intangibles, es menester incorporar
el valor del medio ambiente a las cuentas nacionales. Hay que poner un
precio al agotamiento de los recursos naturales, a la destrucción de los
bosques, a la contaminación del aire y del agua, en suma, al deterioro
de la naturaleza. Alguien tiene que pagar por ello. La fórmula quien
contamina paga, aplicada por algunos países industriales, debe ser per-feccionada
y puesta en vigencia de modo general.
Todos estos aspectos deben ser regulados por el Derecho ambiental
-interno e internacional- que es la nueva disciplina jurídica en for-mación,
cuyo propósito es proteger el entorno natural de los países. Ya
éstos han empezado a concertar alianzas, asumir compromisos e impo-ner
restricciones de índole ambiental en aras de un interés público que
trasciende sus fronteras e incluso sus capacidades de gestión. Se han
celebrado convenciones, tratados, convenios, acuerdos y protocolos cuya
finalidad es la de aunar voluntades y esfuerzos para defender el medio
ambiente.
La contaminación del aire, el suelo y el agua pone en peligro la vida
y el bienestar de los 5.600 millones de habitantes de la tierra. El pro-blema,
por tanto, es de incumbencia de la humanidad entera. Los efec-tos
de la contaminación, en la medida en que disminuyen la capacidad
de carga del planeta para sustentar la vida humana, animal y vegetal,
son muy graves. De ahí nace el derecho de todos los seres humanos
-dondequiera que vivan y cualquiera que sea el signo político que les
regimente- a respirar aire puro, beber agua limpia, cultivar tierra fér-til,
mirar paisaje verde y consumir alimentos no contaminados. Este es
el derecho al medio ambiente sano, que es uno de los nuevos derechos
llamados de la tercera generación.
Fue precisamente en Santa Cruz de Tenerife, hace poco más de dos
años, que un grupo de científicos, juristas y políticos de varias partes
del mundo, bajo el auspicio de la UNESCO y del equipo Cousteau,
aprobó la Carta de los derechos de las generaciones futuras, en la que
;nrliixrA -1 d a r e~ihi ri i na Ti a r r a nn rnntaminar la y medio lmh i ~ c r ~ "'U'UJ" V' UV I V l ' U S L u.- I'WLLL. "" .......-.A-..-..
sano y ecológicamente equilibrado.
Se denomina desarrollo sustentable o ecodesarrollo a la armoniza-ción
del desenvolvimiento social y productivo de un país con la protec-ción
del medio ambiente, de modo que las tareas de la producción eco-nómica
y la presión de la vida social no destruyan los ecosistemas,
agoten 10s recursos iiai-UICIo~ S~ ~iliailiiileeii: eíiiumo iiaLiira!.
La tesis del desarrollo sustentable fue propuesta en 1987 por la
Comisión de las Naciones Unidas sobre Medio ambiente para impulsar
Desarrollo sustentable: El gran reto de Jin de siglo 839
una forma de desarrollo compatible con el respeto a la naturaleza y con
el derecho de las futuras generaciones a disfrutarla.
El desarrollo sustentable busca, en último término, que las actividades
productivas destinadas a satisfacer las necesidades de las generaciones pre-sentes
no perjudiquen el derecho de las futuras a satisfacer las suyas. me-diante
políticas de corto y largo plazo se propone regular el uso de los suelos,
ahorrar energía y recursos hidrícos, impedir la contaminación del aire por
las emisiones de bióxido de carbono y de otras sustancias, reponer los re-cursos
renovables y reemplazar los no renovables, en una palabra: dar
sustentación ambiental al crecimiento económico.
Para el cumplimiento de sus fines establece parámetros matemáti-cos
a fin de conducir las interrelaciones entre los diversos elementos del
desarrollo -como el gobierno, la población, el suelo, el agua, los bos-ques,
las minas, la fauna, la vegetación, la urbanización, la producción
industrial, la agricultura- de modo de no generar sobrecargas de ex-phid~
iéii eii ki iiaiUrdeza.
Aurelio Peccei, a la sazón presidente del Club de Roma, advirtió ya
hace más de dos décadas que «si las tendencias actuales continúan, el
crecimiento en proporción geométrica de la producción, del consumo,
de la contaminación y del agotamiento de las materias primas del mundo
nos conducirá a una situación totalmente insostenible, caracterizada por
la saturación humana del planeta, el empobrecimiento del medio, los
altos índices de toxicidad de la atmósfera, de las aguas, etc.)).
En respuesta a esta y otras voces de alarma, los círculos científicos
del mundo empezaron a hablar de la posibilidad y de la conveniencia
de un «desarrollo sostenible» que pudiese conciliar la necesidad de ali-mentar
a la población y de promover la producción industrial con las
demandas de conservación del medio ambiente. Este fue el origen de la
teoría del desarrollo sustentable, que al comienzo recibió el impulso de
varias instituciones privadas -como el Club de Roma, el Instituto de
Tecnología de Massachusetts (MIT), la Fundación Bariloche de Argen-tina-,
fue acogida formalmente en 1987 por la Comisión de las nacio-nes
Unidas sobre Medio Ambiente, luego proclamada por la conferencia
mundial de Estocolmo en 1972 y más tarde convertida en ia conciusión
principal del documento final aprobado por la llamada «Cumbre de la
Tierra», que en tomo al tema ecológico reunió a más de cien jefes de
Estado y de gobierno en Río de Janeiro del 3 al 14 de junio de 1992.
Ella fue muy explícita al respecto. Postuló el desarrollo compatible
con el respeto a la naturaleza y con el derecho de las futuras generacio-nes
a disfrutar de ella. En su declaración sobre el ambiente y el desa-rrollo
estableció como principio que en las faenas de la producción de-
840 Rodrigo Borja
ben tomarse en cuenta «las necesidades del desarrollo y ambientales de
las generaciones presentes y futuras» y manifestó que, «a fin de alcan-zar
el desarrollo sostenible, la protección del medio ambiente deberá
constituir parte integrante del proceso de desarrollo y no podrá consi-derarse
en forma aislada».
Este es hoy un principio que no se discute.
En el común propósito de optimizar las formas de producción ten-drán
que unir sus esfuerzos la economía, preocupada de la mejor utili-zación
y distribución de los recursos para la satisfacción de las necesi-dades
humanas, y la ecología, encargada de estudiar la interrelación entre
los seres vivos y el medio en que habitan, para alcanzar las metas del
ecodesarrollo. Y por supuesto que la política, como ciencia de la sínte-sis,
no podrá estar ausente de esta operación. Deberá ocupar el lugar de
confluencia para armonizar los puntos de vista económicos, que ven a
la naturaleza primordialmente como fuente de abastecimiento de recur-sos
y como el escenario en que se desenvuelve la fuerza de trabajo del
hombre, y los puntos de vista ecológicos que tienden a verla, no como
fuente de recursos, sino como un sistema vital autorregulado que es
menester preservar de la acción depredadora del hombre para que pue-da
seguir en funcionamiento e, incluso, para que no agote las riquezas
que guarda en sus entrañas.
El uso racional y sustentable del patrimonio natural implica vanas
cosas. En primer lugar, que la extracción de materias primas o la uti-lización
de energía no superen permanentemente la capacidad de rege-neración
que tienen los ecosistemas. Luego, que la colocación de resi-duos
en el medio ambiente se realice en forma compatible con su
capacidad de asimilación. Y después, que los movimientos y el empla-zamiento
de las poblaciones, de las instalaciones industriales, de los
materiales y de las actividades económicas se efectúen en concordan-cia
con la capacidad de sustentación de las tierras y de las aguas, a fin
de que ellas no sean desbordadas persistentemente por las acciones
destmctivas del hombre.
El problema es dramático. Al empezar la era industrial el género
humano estaha compuesto por 8X! mi!!nnes de individunr que ccmpar-tían
la Tierra con formas muy diversas de vida, esto es, con una muy
rica biodiversidad. Hoy, con una población seis veces más grande y un
consumo de recursos desproporcionadamente mayor, estamos ya afron-tando
las limitaciones de la capacidad de sustentación del planeta y el
efecto de los primeros estragos causados por los abusos contra la natu-ru!
ezu. Lu situución nn p e d e ser más dramática. I s turn~s& GCU~GS U
tomar una decisión: o seguimos en la acción depredadora del planeta para
Desarrollo sustentable: El gran reto de jin de siglo 84 1
atender las necesidades y los caprichos inmediatos, a expensas de los
intereses de largo plazo, o conservamos su diversidad biológica y la
usamos en forma sustentable. En nuestra voluntad está legar a la próxi-ma
generación, y a las que después de ella vendrán, un mundo rico en
posibilidades de vida o uno desecado y estéril.
Tengo muy fundadas dudas de que la economía de mercado y la
sociedad de consumo a la que ella conduce, cuyos rasgos negativos se
han agudizado terriblemente en los últimos tiempos, puedan llevar a los
países hacia un desarrollo sustentable. Las fuerzas del mercado no tie-nen
preocupación alguna por las cuestiones de biodiversidad o de
ecosistemas. Entre sus preocupaciones no está la protección del medio
ambiente. En su loco afán de optimizar sus beneficios atropella sin pie-dad
a la naturaleza y trata de extraer de ella el mayor cúmulo de rique-za
en el menor tiempo posible y a los costes más bajos. Esto es lo que
manda el «afán de lucro» que constituye el motor de las economías li-hnr.
ilnn C1l.i~ n r t X n mnt;wnrlao nnr Anronti\~nc nervprcnc\r qge ifidG- ",,i',i,,L,. L I L U L , C.ULUII IIIVII * UUUU Y". "I.I..Y...I. V" y"* . ..iuuurr
cen a extraer de la naturaleza, sin contemplaciones, el mayor provecho
posible para poder «competir» en el mercado. No les importa si en el
camino destruyen la biodiversidad o alteran el equilibrio de los ecosis-temas.
La cuestión es bajar los costes de producción y vender más. Para
ello la ampliación de la escala de explotación de los recursos naturales
es muy importante. Los impactos que sufre la naturaleza no están con-tabilizados
en los cálculos económicos de las empresas. Los precios de
los productos primarios de exportación también incluyen los costes
ambientales, como debería ocumr si se consideraran las cosas desde la
leal perspectiva del manejo sostenible de los recursos. Los subsidios a
la producción y los incentivos tributarios mal dirigidos por gobiernos
«aperturistas» para atender las demandas de grupos económicos influ-yentes,
no han hecho más que empeorar las cosas porque han conduci-do
a la sobreexplotación de los recursos naturales. Es muy difícil, en el
marco de este orden económico y de las leyes del mercado, que los
impetuosos depredadores se vuelvan conservacionistas.
Todo lo dicho nos lleva a sostener que se requieren nuevos enfo-ques
en ia organización sociai, en ia pianificación económica, en ia
política demográfica, en la agricultura, la minería, la industria y, en
general, en todas las actividades económicas para preservar las riquezas
naturales. Las actividades económicas se desentendieron antes de la
naturaleza, de la contaminación, de los ecosistemas, de la biodiversidad,
de la desertización, del agotamiento de los recursos naturales y de la
preservación del medio ambiente. Fue un desarrollo de rapiña y depre-dación
de la naturaleza cuyo precio hemos empezado a pagar.
842 Rodrigo Borja
La explosión demográfica conspira contra el desarrollo sustentable,
al igual que el deterioro de los recursos naturales, la extinción de las
especies animales, los biotipos de plantas y la degradación ambiental.
Ya hace veinte años el Club de Roma había llamado la atención sobre
los límites del crecimiento, esto es, sobre los umbrales que impone la
naturaleza a la expansión económica sin mesura que el hombre contem-poráneo
se propone, y había advertido acerca de las graves consecuen-cias
que tendrá la búsqueda del crecimiento indiscriminado por parte de
los países industriales, a costa de un planeta que no puede extenderse
más y cuyos recursos naturales son agotables. Sufrimos ya las conse-cuencias
de esos excesos. Pero aún estamos a tiempo -más vale tarde
que nunca- para instrumentar políticas de conservación del medio
ambiente y de armonización de las demandas del desenvolvimiento eco-nómico
con los imperativos de protección de la biosfera, que es la casa
común de la humanidad actual y de la futura.
En 1992, con la asistencia de numerosos jefes de Estado y de go-bierno,
se reunió en Río de Janeiro la Cumbra de la Tierra -o confe-rencia
de las Naciones Unidas sobre medio ambiente y desarrollo- para
contribuir a difundir información acerca del preocupante proceso de
degradación del entorno natural, sensibilizar la conciencia mundial en
tomo al tema y movilizar la voluntad política de los gobernantes y de
los pueblos hacia la toma de decisiones que contribuyan, en el mundo
entero, a frenar las acciones depredatorias contra el medio ambiente. La
conclusión central del documento final aprobado por la conferencia rei-teró
la tesis del desarrollo sustentable, como la única posibilidad de
enmendar las cosas.
En la búsqueda de ese desarrollo, como Presidente del Ecuador ex-pedí
un decreto el 22 de abril de 1990 mediante el cual declaré a los
años 90 como la década del ecodesarrollo en mi país, a fin de someter
todos los planes y proyectos que tenían que ver con la producción a una
calificación previa desde la óptica ambiental para que pudieran ser eje-cutados.
Este decreto estuvo acompañado de una ley para el manejo de
los recursos costeros, del plan de conservación de las islas Galápagos,
de la repartición gratuita de tierras a los grupos étnicns de la Amaznnia,
del canje de deuda externa para fines ambientales y de la creación de la
subsecretan'a del medio ambiente (viceministerio) y de la unidad ambien-tal
en la empresa ecuatoriana de petróleos.
Debo decir que la gente de mi país tiene una alta conciencia de su
doble y especial responsabilidad de la defensa de su selva amazónica y
Sd.!e i d r s G2!6pg~.L u prirneru f m m p~lrfed e! hesq~et q i r a ! y de!
sistema hidrográfico más extensa del planeta, que producen el 40 % del
Desarrollo sustentable: El gran reto de fin de siglo 843
oxígeno de la Tierra, donde se encuentra la mayor reserva de agua dul-ce
y cuya biodiversidad es tan opulenta que en una milla cuadrada de
su selva hay más especies animales y vegetales que en los territorios de
los Estados Unidos y Canadá juntos.
Las islas Galápagos son un archipiélago de origen volcánico que
emergió sobre la superficie del mar hace aproximadamente cuatro mi-llones
de años. Están situadas en el Océano Pacífico, bajo la línea ecua-torial,
a mil kilómetros al oeste de las costas de América del Sur. Tie-nen
8.000 kilómetros cuadrados de superficie repartidos en 16 islas,
numerosos islotes e incontables rocas que emergen del agua. Su clima
tropical está profundamente modificado por la presencia de la corriente
de Humboldt, que después de recorrer las costas de Chile y Perú gira
hacia el occidente frente al Ecuador y baña con sus aguas frías el archi-piélago.
Esta conjunción de factores ha producido una fauna y una flo-ra
asombrosa y única en el planeta. Su población, distribuida en cuatro
de sus islas: es de 12.000 habitantes.
El aislamiento del Continente y otros factores les han permitido te-ner
un endemismo extraordinariamente alto, que no puede compararse
con el de ningún otro lugar del planeta. La tercera parte de su vegeta-ción
terrestre, el 90 % de los reptiles, el 80 % de los mamíferos y el
20 % de los peces son endémicos. Su especial y, al mismo tiempo, sim-ple
biodiversidad así como la espectacularidad de sus paisajes hacen de
las Galápagos un lugar único en el mundo.
Ellas fueron descubiertas en el año 1535 por el arzobispo de Pana-má
fray Tomás de Berlanga, a bordo de un navío al que las corrientes
marinas desviaron de su ruta.
En 1570 aparecieron por primera vez en una carta de navegación
diseñada por Abraham Ortelius, con la denominación de ~insulaed e los
Galopegos».
Fue el emperador Carlos 111 de España quien envió a las islas la
primera misión científica, dirigida por el capitán siciliano Alexandre
Malaspina.
El irlandés Patrick Watkins fue el primer colono de las Galápagos,
desp& de haber exi;iado el, 1813 a la iSld FIUiCBiId, do& cU;ii-vó
legumbres y las intercambió con whisky de los barcos que de vez
en cuando pasaban por la zona.
El gobierno ecuatoriano tomó posesión de las islas el 12 de febrero
de 1832 y las denominó Archipiélago del Ecuador.
Las fascinantes islas Galápagos, donde el tiempo parece haberse
detenido, fueron ei principai iaboratorio naturai en que Snaries Darwin
investigó los fundamentos de su teoría de la evolución que expuso en
844 Rodrigo Borja
su obra El Origen de las Especies publicada en 1859, cuyos 1.250 ejem-plares
de la primera edición se vendieron el mismo día de su aparición.
Desde ese momento las islas despertaron el interés de la comunidad
científica mundial. Posteriormente fueron objeto también de las ambi-ciones
coloniales de los Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Alema-nia
y Japón. Pero ninguno de los planes de conquista pudo concretarse.
Uno de los misterios de la historia es que ellas no hayan sido ocupadas
por alguna de las grandes potencias, dada su situación estratégica. Bien
vale preguntarse por qué las islas Galápagos siguen siendo ecuatorianas
cuando las Malvinas, por ejemplo, mucho menos importantes desde el
punto de vista geopolítico, están ocupadas por Inglaterra. Probablemen-te
ha sido el equilibrio de fuerzas en la zona del Pacífico durante el siglo
XIX el que ha salvado a las Galápagos. Con la apertura del Canal de
Panamá el valor estratégico de las islas aumentó. A principios de siglo
los Estados Unidos enviaron al Ecuador misiones secretas para propo-ner
su venta. El presidente Franklin D. Roosevelt las visitó en 1938 en
momentos en que creía el poderío naval del Japón sobre el Océano
Pacífico. Durante la 11 Guerra Mundial, al siguiente día del ataque ja-ponés
a Pearl Harbor, sin pedir permiso a nadie, los Estados Unidos
ocuparon la isla Baltra con un grupo combinado de la marina y la avia-ción
y en pocas semanas montaron allí una base aérea y naval. Meses
más tarde se firmó un convenio con el gobierno del Ecuador para lega-lizar
la ocupación. Ese convenio terminó en 1946 en que el gobierno
ecuatoriano se negó a renovarlo y notificó al norteamericano que sus
tropas ya no podían permanecer en el archipiélago.
Hoy la agresión contra las Galápagos es de otra naturaleza. Barcos
japoneses con tecnología satelital para ubicar los cardúmenes se dedi-can
a la pesca de mamíferos marinos y atún y a la explotación de re-cursos
vegetales del suelo marino (como las holoturias o pepinos de mar).
En 1959 las islas Galápagos fueron declaradas parque nacional por
el gobierno del Ecuador. La UNESCO las incorporó en la lista de los
bienes del «Patrimonio Natural de la Humanidad» en 1979. En 1986 el
gobierno ecuatoriano decretó que las aguas que rodean al archipiélago
son ~ieseivad e iecüijíjj maiiiios7j y efi 1990 s ~ asgU as iii:aiores h e -
ron declaradas como «santuario de ballenas».
Cuando ejercí el gobierno del Ecuador entre 1988 y 1992 puse en
marcha una serie de planes ambientalistas para proteger la biodiversidad
y los ecosistemas de mi país, entre ellos el plan integral para el manejo
de los recursos marítimos y turísticos de las Galápagos, que contempla
severas paa la pieser"aci~nd e caiaciei&iicas
la ordenación de la actividad turística, el señalamiento de la carga máxi-
Desarrollo sustentable: El gran reto de fin de siglo 845
ma de visitantes que pueden recibir anualmente y la conciliación entre
las demandas de la ecología y las del desarrollo económico. y turístico
de las islas.
Lo hice porque estoy convencido de que la responsabilidad más
importante de los hombres de Estado contemporáneos, para alcanzar las
metas del desarrollo sustentable, es armonizar los puntos de vista de la
Ciencia Económica, que ven a la naturaleza únicamente como fuente de
abastecimiento de recursos y como el escenario en que se desenvuelve
la fuerza de trabajo del hombre, con los puntos de vista de la Ciencia
Ecológica que tienden a verla primordialmente como un sistema vital
autorregulado que es menester preservar de la acción depredadora de la
sociedad. La política, como ciencia de la síntesis y situada como está
en el punto de confluencia de estas tesis antagónicas, es la llamada a
jugar un papel muy importante en esta armonización de los intereses
encontrados.
Este es un deber ético primorciiai de ios gobenianíes, de iüs agentes
económicos pnvados y de los líderes de la opinión pública.
Al fin y al cabo, nadie, por poderoso que sea, puede pretender ser
dueño del resplandor del agua, ni de la pureza del aire, ni de la fertili-dad
de la tierra, ni del verdor de la floresta.
Estos son bienes que pertenecen a la humanidad entera: a la de hoy
y a la de mañana.