1608
JIMÉNEZ DE LA ESPADA Y PICASSO: DE CÓMO UN
NATURALISTA Y UN ARTISTA EDITARON E
ILUSTRARON UN LIBRO DE VIAJES MEDIEVAL POR
LAS CANARIAS Y EL CONTINENTE AFRICANO
Leoncio López-Ocón
En 1999 un equipo formado por Mª Jesús Lacarra, Mª del Carmen Lacarra Ducay y
Alberto Montaner ha editado una pequeña joya de la historia artística, heráldica, literaria y
científica española.1 Se trata de un nuevo y precioso manuscrito del Libro del conosçimiento
-el manuscrito Z- que desde 1981 se encontraba en la Bayerische Staatsbibliothek de Munich.
Esta obra está estrechamente vinculada a la historia de las Canarias.2 Su singularidad y
aparente verosimilitud contribuyeron a que los cronistas de la expedición de Juan de
Béthencourt recurrieran a él, considerándolo una fuente rigurosa. La relación exhaustiva de
las islas que aparece en la obra no es comparable con ningún otro mapa de la época y permite
sospechar que su autor conociese el archipiélago o que dispusiera de información de primera
mano.
El Libro del conosçimiento alcanzó gran popularidad en la Castilla bajomedieval. Como
prueba de ese éxito disponíamos de tres manuscritos hasta tiempos recientes, conocidos desde
el siglo XIX gracias a la cuidadosa edición que hiciera en 1877 de esa singular obra su
redescubridor el naturalista historiador Marcos Jiménez de la Espada.
Ciertamente como subraya María Jesús Lacarra (1999a: 6) el manuscrito Z que ella edita
supera en interés artístico, heráldico y crítico a los que se conocían hasta ahora. Pero ello no
impide que volvamos a las circunstancias en las que editó Espada el Libro del conosçimiento,
analicemos algunas características de su edición, y prestemos atención al proceso de
circulación y recepción de una obra medieval en los tiempos contemporáneos.
En el marco de esa recepción se dará cuenta de una peculiar edición de una parte de esa
obra hecha en París en 1959 gracias a la colaboración del poeta editor Iliazd con su amigo
Picasso. Esa bellísima edición, debido a su corta tirada -sólo se publicaron 50 ejemplares, de
los que ninguno se encuentra en bibliotecas españolas según mis búsquedas durante el año
2000- no ha sido tomada en consideración por la historiografía española.
Así pues el objetivo de este texto es doble: determinar qué queda de interés en la
historiografía actual del esfuerzo erudito que hiciera Espada en el seno de la Sociedad
Geográfica de Madrid por dar a conocer uno de los cuatro textos medievales más
significativos sobre literatura de viajes escritos en lengua castellana (ese corpus estaría
formado además del Libro del conosçimiento por la Embajada a Tamorlán, el Libro del
infante don Pedro de Portugal y el Tratado de las andanças e viajes de Pero Tafur); y
ofrecer materiales para profundizar en el proceso de circulación y recepción de una obra
medieval desde que fijó en ella su aguda mirada su primer editor -Jiménez de la Espada-hasta
que llegó a presencia de Picasso.
Jiménez de la Espada y Picasso: de cómo un naturalista y un artista…
1609
El encuentro de Jiménez de la Espada con un viajero medieval en la década de 1870
Significativamente, de los cuatro textos medievales castellanos relacionados con la
literatura de viajes dos de ellos fueron editados por Jiménez de la Espada, quien, impulsado
por el zeitgeist de su época, volvió su mirada como otros románticos a la Edad Media.3 Fue
precisamente la edición de los viajes de Pero Tafur, realizada en 1874, la que le llevó a editar
tres años después el Libro del conosçimiento de todos los reynos et tierras et señoríos que
son por el mundo et de las señales et armas que han cada tierra et señorio por sy et de los
reyes et señores que los proveen, escrito por un franciscano español a mediados del siglo XIV.
En efecto, fue en el prólogo a su edición de las Andanças e Viajes de Pero Tafur cuando
Espada dio cuenta a sus lectores que había hallado otra “interesante relación de un viaje
hecho hacia la mitad del siglo XIV”, que “conocía tres ejemplares” y que “la tenía estudiada,
anotada y esperando la ocasión de salir a luz”.4
Entre tanto Espada, que estaba editando simultáneamente su gran trabajo como integrante
de la Comisión Científica del Pacífico -es decir su estudio sobre anfibios americanos, que le
dio renombre en los círculos herpetológicos-5 sufrió duras críticas de Morel-Fatio. Este
hispanista francés le reprochó ignorancia sobre diversos aspectos de la literatura medieval, y
le recomendó que se familiarizase mejor con los conocimientos de la geografía histórica. Se
generó entonces una controversia6 que espoleó a Espada. Tras la filípica de Morel-Fatio ese
naturalista, cuya mirada se estaba reorientando por esos años hacia el campo del
conocimiento histórico, se dedicó con ahínco a perfeccionar sus conocimientos sobre la
geografía medieval, avanzar en su erudición de bibliófilo y conocer mejor la historia crítica
del viaje del autor del Libro del conosçimiento. Espada se sumergió a fondo en el estudio de
esa obra, y gracias al apoyo decisivo de la Sociedad Geográfica de Madrid, muy interesada en
aquel momento por los viajes de exploración en África, editó en 1877 ese Libro del
conosçimiento.
En las páginas siguientes voy a intentar mostrar una serie de logros y limitaciones que
rodearon a esa edición, ciñéndome a tres cuestiones que prueban el olfato de ese “venator
sapientae” decimonónico, cuya edición del Libro del conosçimiento le sirvió para madurar
como historiador, y para proveerse del utillaje de la “bonne méthode” del positivismo
historiográfico, que trasladó en las dos décadas siguientes a la edición de Crónicas de Indias,
o al estudio de relevantes documentos geográfico-estadísticos como la famosa serie de
Relaciones Geográficas de Indias que él editó en cuatro volúmenes concernientes al
virreinato del Perú.
La primera cuestión se refiere a cómo Espada se empeñó en destacar el papel que cumplió
el Libro del conosçimiento en la exploración atlántica protagonizada por los países ibéricos
en la baja Edad Media en contra de la opinión de relevantes historiadores de su época; la
segunda dará cuenta de cómo dio pistas sobre la existencia de un cuarto códice que se ha
podido localizar y editar sólo recientemente; y la tercera concierne al hecho de cómo todavía
hay enigmas por resolver en el conocimiento de esa obra medieval
El valor de una obra
Cuando Espada tomó la decisión de publicar el Libro del conosçimiento asumió un riesgo
considerable. Consideraba que ese texto era una verdadera curiosidad bibliográfica y un
documento inestimable para la historia de la Geografía, pues en esa obra se resumían los
XIV Coloquio de Historia Canario Americana
1610
progresos existentes sobre el conocimiento de la tierra a mediados del siglo XIV, que en su
opinión “eran vulgares en España” (Jiménez de la Espada, 1877: IX).
Y, sin embargo, la opinión de diversos eruditos aludidos por Morel-Fatio en la
controversia mencionada líneas atrás disentía de las afirmaciones de Espada. Entre esas
autoridades se encontraban anotadores y comentadores de la obra Le Canarien, -escrita por
Fray Pedro Bontier y el Padre Juan le Verrier, capellanes y cronistas de las conquistas de
Juan de Bethencourt-, como el británico Major, quien hizo en 1872 una nueva edición del
relato de las aventuras canarias de Bethencourt.7 Este editor –que era el custodio de los mapas
del Museo Británico- se pronunció tajantemente sobre el valor historiográfico del Libro del
conosçimiento, cuya autoría se atribuía a un franciscano castellano del siglo XIV: “Esta
historia del fraile mendicante es una confusa compilación de las tradiciones geográficas de
aquel periodo”, y más adelante, tras citar un pasaje del geógrafo Edrisi, mal comprendido por
el autor del Libro del conosçimiento, señalaba: “El lector hallará meramente en el lenguaje
del franciscano un rechauffé de la confusa geografía de Edrisi; debiendo no perder de vista
los tropezones del buen fraile, en punto a sus referencias al Eufrates, para juzgar si son
fundados los recelos de los cronistas (Bontier y Le Verrier), en cuanto al crédito que su
veracidad merece” (Jiménez de la Espada, 1877, prólogo: V-VI).
Ahora bien Espada no se arredró ante esas prevenciones, y arguyó en su polémica con
Morel-Fatio, y en la introducción a su edición del Libro del conosçimiento, que tal relación
de viaje no debía de ser tan despreciable cuando quien había sido presidente de la Sociedad
Geográfica de Francia, Armand d’Avezac-Macaya, la había usado como fuente en su Notice
des découvertes faites au moyen-age dans l’Ocean Atlantique, publicada en 1845,8 para
sostener que su autor había doblado el cabo Bojador, y desautorizar las opiniones del
geógrafo portugués vizconde de Santarem, quien reclamaba la prioridad de los
descubrimientos de los portugueses más allá de ese accidente geográfico, auténtico “finis
terrae” para los navegantes europeos del siglo XIV. Apunta además Espada cómo el alemán
Peschel en su Geschichte des Zeitalters der Entdeckungen usaba la narración del viaje de ese
franciscano anónimo para, entre otras cuestiones, discutir la distancia del cabo de Bojador al
río del Oro, es decir Senegal. (Jiménez de la Espada,1877, prólogo: VII y apéndice nº 1: 272-
273). Y para defender la veracidad –”leit-motif” fundamental del trabajo de esos defensores
de la “bonne méthode” positivista- del relato de ese viajero medieval Espada aduce –(y éste
es el núcleo de su argumentación)- que cuando: “Por los años de 1404…Juan de Bethencourt,
varón excelente y tan sobrado de buenos propósitos como falto de capacidad y de energía
para realizarlos, hubo de concebir el proyecto de explorar las costas del cabo Bojador, y aún
de agregarlas a sus dominios,…desease conocer de antemano el estado y gobierno de los
habitantes de ese territorio y aquellos de sus puertos que se prestaban a un desembarco y
establecimiento seguros, Fray Pedro Bontier y el Padre Juan Le Verrier, capellanes y
cronistas del soberano de las Afortunadas, le facilitaron las noticias que hacían al caso,
tomándolas de un libro, donde un viajero español y fraile de la Orden de San Francisco las
consignaba, especificando los nombres, calidades y pueblos de las comarcas litorales e
interiores del continente africano, así como las armas y divisas de los reyes y señores de
ellas”. (Jiménez de la Espada, 1877, prólogo: III)
Ciertamente Espada reconoció que el anónimo autor de la obra pudo confundir países y
ríos, y errar en citas históricas, y también admitió que su relato estaba entreverado de
maravillas, fábulas y leyendas, al uso de otras muchas obras medievales. Pero aduce que no
por ello había que extremar el rigor crítico con el libro. La obra le merecía crédito por varias
razones: había exactitud en datos geográficos y noticias locales, había sido escogida como
Jiménez de la Espada y Picasso: de cómo un naturalista y un artista…
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guía para una proyectada exploración de la costa de África, y ofrecía interés tanto su
descripción de los países africanos al sur del Atlas como la detallada enumeración que hacía
de las islas Canarias, Madeira y Azores, “comprendidas todas ellas bajo los calificativos de
Perdidas y de la Caridat (Kalidat o Al Kalidat de los geógrafos arábigos)”. (Jiménez de la
Espada, 1877, Notas, p. 151). En esta nota nº XLVI - una de las muchas que ilustran su
edición, siguiendo los usos de los historiadores positivistas en su edición de fuentes-, expone
largamente sus conocimientos cartográficos, y su familiaridad con varios de los mapas
europeos en los que se hicieron las primeras representaciones de los archipiélagos atlánticos,
en general, y del canario en particular. “Hasta hoy, el mapa florentino (1351) publicado por
Baldelli en su edición del Marco Polo, el de los venecianos Francisco y Domingo Pizigani
(1367) y el anónimo catalán o mallorquín (1375-1378), copia casi amplificada del veneciano,
o procedente, por lo menos, de la misma escuela cartográfica, eran los documentos que más
adelantaban la Historia en el conocimiento de dichas islas, sobre todo las Azores, que antes
del hallazgo de algunos de esos mapas se creían descubiertos por los portugueses hacia los
años de 1433. Nuestro autor no sólo precede a los Pizigani y al cosmógrafo mallorquín en un
decenio o dos, sino que cuenta diez islas más que este último, completando el número de las
que corresponden a cada uno de aquellos archipiélagos; de lo cual sin violencia se deduce que
los barcos genoveses, aragoneses y castellanos debían frecuentarlos ya durante los siglos XIII
y XIV. No hablemos de los marroquíes y árabes españoles, uno de cuyos geógrafos, Abu-l-
Hassan Naredin Ibn Said, señala ya en 1274 veinticuatro islas Afortunadas al occidente del
Magreb, aunque no las nombra.. Por lo que hace al continente africano, los datos son todavía
de más novedad e importancia…” (Jiménez de la Espada, 1877, Notas, pp. 151-152)
La apuesta de Espada por situar el Libro del Conosçimiento a la altura de los grandes
libros de viajes medievales como “los de Benjamín de Tudela, Pian de Carpino, Ruisbroëk,
Oderico de Friuli y John de Mandeville” (Jiménez de la Espada, 1877: IX) parece haber
convencido a los eruditos. La reciente edición de un nuevo códice parecería demostrarlo. Es
cierto que los editores de este nuevo códice discrepan en aspectos sustanciales de las
consideraciones de Jiménez de la Espada sobre la autoría, la fecha de composición y el
carácter del libro, como expondremos más adelante. Pero no cabe duda de que la edición del
códice Z hecha en 1999 procede en línea directa del pionero esfuerzo que hiciera ese
naturalista historiador del siglo XIX por incorporar ese texto singular al corpus de la literatura
castellana medieval. Y en cierta medida así lo reconocen los mismos editores de ese mismo
códice Z, como vamos a ver a continuación.
De cómo un cuarto códice se localiza más de cien años después
Uno de los afanes de Jiménez de la Espada, siguiendo los criterios metodológicos del
positivismo historiográfico, fue llevar a cabo una edición rigurosa del texto más primigenio.
Para alcanzar ese logro los historiadores positivistas ordenaban la sucesión de diversos
manuscritos de un mismo texto, y trepaban por una especie de escala de manuscritos, hasta
intentar dar con el que había salido de las manos del autor, o se aproximaba más a ese
ejemplar original.
Esta fue la estrategia que siguió Espada. Tenía ante sí tres códices que comparó y
desentrañó, siguiendo en cierta medida los métodos que por la misma época usaba como
“anatomista comparado” para estudiar la forma y la función de los anfibios y mamíferos de
sus colecciones de la Comisión Científica del Pacífico. Los tres eran, en su opinión, copias
hechas en el último tercio del siglo XV de un texto primitivo y llevaban las armas o señales a
que el texto se refería al pie del correspondiente capítulo. Aunque tenían errores de
XIV Coloquio de Historia Canario Americana
1612
transcripción todos ellos, se inclinó por editar el que él denominó manuscrito S, que aún se
conserva en la Biblioteca Nacional de Madrid (Ms. 1997) porque dedujo tras un cotejo prolijo
que el códice S. era “el más puro y genuino de los tres”, y el que se acercaba “más al primer
original y le conserva más homogéneo” (Jiménez de la Espada, 1877, XIII-XIV).
Cuando ya estaban impresas las líneas preliminares de esa edición, Morel-Fatio- antiguo
contrincante de Espada, pero con el que por esas fechas ya había forjado una buena amistad
al compartir ambos un estilo de pensamiento y la “bonne méthode” positivista,- según se
aprecia, por ejemplo, en una carta que le remitiese desde París el 3 de septiembre de 1877
(López-Ocón, 1991: 535)-, le puso sobre la pista de un nuevo códice que Espada rastreó con
ahínco, pero infructuosamente. Así informa del hecho nuestro autor: “el Sr. Morel-Fatio ha
tenido la bondad de indicarme que en los “Progresos de la historia en el reino de Aragón”, de
Dormer, a la pág. 269 col. 1, núm. 60, se halla citado un Viaje del mundo escrito el año de
1305, que tiene notas de Zurita, al cual perteneció, habiendo pasado después el ms. a la
biblioteca del conde de San Clemente. Héme informado de personas muy entendidas en la
bibliografía y la historiografía aragonesas, y hasta hoy ninguna me da razón del paradero de
aquella biblioteca ni menos del precioso códice anotado por el gran cronista, y que
indudablemente es el cuarto ejemplar conocido del Libro del conosçimiento de todos los
reinos et señorios que son por el mundo, del cual se tomó equivocadamente como fecha el
año del nacimiento de su autor. No pierdo sin embargo la esperanza de que el amable y
oportuno aviso del sr. Morel-Fatio produzca en adelante mejores frutos” (Jiménez de la
Espada, 1877: 119-120).
Hubo de transcurrir más de un siglo para que esa esperanza fructificase. En 1978 se
subastó en la prestigiosa casa Sotheby’s de Londres, como “The Property of a Lady” ese
manuscrito al que le habían seguido la pista Morel-Fatio y Jiménez de la Espada cien años
atrás. Fue adquirido por un librero anticuario londinense al precio de 7.200 libras, y en 1981
lo compró por 12.000 libras la Bayerische Staatsbibliothek de Munich, donde se encuentra en
la actualidad, cuidadosamente restaurado (Lacarra & Montaner, 1999: 29). Y en efecto, una
de sus recientes editoras la filológa María Jesús Lacarra al reconstruir la trayectoria de este
cuarto códice retomó las pistas ofrecidas por los mencionados eruditos del siglo XIX. En su
opinión este manuscrito Z “sería una copia tardía realizada en Aragón en el último tercio del
siglo XV sobre algún original castellano perdido. Así lo evidencian las características
paleográficas y gráficas y la riquísima ornamentación tanto de figuras como de escudos.
Entre 1530 y 1580, el manuscrito pasó a manos del célebre cronista aragonés Jerónimo
Zurita, cuya firma encontramos en el frontispicio y a cuya mano se deben anotaciones y
subrayados. Ignoramos qué ocurrió exactamente con este manuscrito a la muerte del gran
historiador, pero podemos asegurar que hacia 1680 figuraba en Zaragoza en la biblioteca del
segundo conde de San Clemente. A partir de ese momento carecemos ya de cualquier noticia
segura hasta su reaparición en subasta” (Lacarra, 1999a: 6). Más pistas sobre los avatares que
ha tenido ese manuscrito Z en su recorrido desde la alacena de Zurita a la Bayerische
Staatsbibliothek de Munich nos las ofrecen la misma María Jesús Lacarra, y el también
filólogo, y experto en heráldica, Alberto Montaner, en el magnífico análisis codicológico y
establecimiento de la tradición que hacen de ese manuscrito Z al editarlo. Sugieren en ese
análisis que fue el cambio de los títulos principales y de las residencias de los condes de San
Clemente los que pudieron despistar a los eruditos coetáneos de Jiménez de la Espada. Sobre
lo que pudo suceder posteriormente se dispone de un indicio ofrecido por la voz consagrada a
Zurita en el Espasa. Ahí se dice: “De entre los manuscritos que figuraban en su biblioteca la
Diputación provincial de Barcelona adquirió en 1828 [lege 1928] muchos que se
consideraban perdidos”. Y en efecto en 1928 se inscribió en el libro de registro de
Jiménez de la Espada y Picasso: de cómo un naturalista y un artista…
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manuscritos de la Biblioteca de Cataluña, que dependía en aquel momento de la Diputación
de Barcelona, un lote de veintiún manuscritos comprados al librero de Madrid Bernardo
Pereira. Casi todos ellos habían sido de los condes de San Clemente -según se aprecia
estableciendo el cotejo entre la relación ofrecida por el Espasa y las noticias que proporciona
el cronista Dormer en sus adiciones a los Progresos, que mencionara Morel-Fatio-. Esto lleva
a pensar a Lacarra y Montaner que la biblioteca reunida por el segundo conde de San
Clemente no se dispersó hasta 1928. Y que al ponerse en venta pudo muy bien el librero
Bernardo Pereira desligar de la colección de ese aristócrata el manuscrito Z dado su valor
bibliofílico (Lacarra y Montaner, 1999: 28-29).
Límites de una edición decimonónica
Los recientes editores del códice Z del Libro del conosçimiento parecen objetar las
opiniones emitidas por Espada acerca de la supuesta veracidad de sus contenidos y sobre
quién y cúando se compuso esa obra medieval. (Lacarra, 1999 b: 80-85).
Así María Jesús Lacarra cuestiona la supuesta condición franciscana del autor, ya que,
entre otras razones, no se descubre en el texto alusión alguna a los mendicantes o a sus
misiones. La atribución había sido realizada a fines del siglo XIV por los redactores de Le
Canarien, los capellanes Pedro Bontier y Juan Le Verrier, que calificaron al castellano autor
del Libro del conosçimento como “Frère mendiant”, tesis que fue luego repetida por todos los
críticos hasta nuestros días, con alguna que otra excepción.
También muestra su desacuerdo con la datación que hiciera Jiménez de la Espada de la
obra en torno a 1350 y, basándose en diversos indicios, como la alusión que se hace a la
muerte sufrida por el mercader genovés Lanzarotto Malocello en la isla de Lanzarote a manos
de sus nativos en torno a 1385, sugiere que la elaboración del texto es más tardía, ubicándola
hacia el último cuarto del siglo XIV, inclinándose por la hipótesis de que el anónimo autor
redactó el libro hacia 1385 “sirviéndose de un mapa dibujado en torno a 1350, ya que la
mayoría de los sincronismos giran hacia mediados de siglo” e incorporando después aquellos
sucesos de los que había tenido noticia reciente (Lacarra 1999 b: 84).
Y en cuanto a la supuesta historicidad del relato, defendida vehementemente por Jiménez
de la Espada, según vimos líneas atrás, Lacarra y Montaner se inclinan más bien por
considerar el texto como un libro de armería, al constituir uno de los repertorios de armas de
soberanos más ricos del siglo XIV (Montaner, 1999: 43-69), y como obra de un “viajero de
gabinete”, deudora de algún mapa de la época, hecho por cartógrafos judíos, parecido al atlas
portulano, que hicieran hacia 1375 Cresques Abraham y Jafudà Cresques. Esos mapas, como
ha subrayado Paul Zumthor ( 1994: 324) eran “relatos”, pues en ellos la localización se
combinaba con la representación (edificios, animales, plantas, monstruos, etc) y con la
historia, ya que las leyendas, de extensión desigual, explicaban tanto la historia antigua, la
sagrada como la contemporánea. Lacarra subraya, por ejemplo, que las menciones a la ciudad
de Roma no van acompañadas de ninguna alusión a su función en la historia de la Iglesia, ni
Santiago de Compostela es considerado como lugar de peregrinación. Mientras que sí se
recuerdan en el texto los lugares bíblicos, especialmente del Antiguo Testamento, el paso del
mar Rojo o el cautiverio de los judíos. Ahora bien, también reconoce que el Libro del
conosçimiento sorprende al lector, como ya enfatizara Jiménez de la Espada, con una
descripción bastante exacta de las tierras al sur de la cordillera del Atlas.
XIV Coloquio de Historia Canario Americana
1614
Para sostener su tesis de que el autor fue un “viajero de gabinete” Lacarra plantea, quizás
en la parte más débil de su argumentación, que ese escritor anónimo “pudo combinar los
datos cartográficos con el recuerdo de algún viaje real o, lo que quizás sea más probable, con
otra fuente, oral u escrita”. Pero al volver a la importancia que concede el Libro del
conocimiento a las islas Canarias pareciera que vuelve a dar la razón a quienes, como
Jiménez de la Espada, se inclinaban por la existencia de datos veraces en el relato del
supuesto “frère mendiant”. Expone, en efecto, que la importancia dada a las Canarias en el
Libro del conosçimiento concuerda con el interés que suscitó el archipiélago canario en
círculos europeos tras su redescubrimiento hacia 1336. Genoveses, portugueses y
mallorquines, entre otros, emprendieron diversas expediciones a lo largo de la segunda mitad
del siglo XIV, de las que da cuenta la cartografía mallorquina. Razón por la cual no ha de
extrañar la gran extensión que en el Atlas de 1375 tiene la leyenda sobre las islas Canarias, en
la que se registra la salida de Jaume Ferrer el año 1346 para ir al Río de Oro. Y concluye de
esta manera su argumentación: “aunque las rutas narradas por el Libro del conosçimiento no
respondan probablemente a una experiencia vivida por su autor, muchos de sus datos son en
parte reales. Los que aporta sobre las tierras africanas resultan especialmente sugerentes y los
referidos a los archipiélagos de Azores, Canarias y Madeira, sorprendentes por su
actualización” ( Lacarra, 1999 b: 82-83). Y aquí habría que añadir que esa riqueza sobre la
geografía africana que tiene el Libro del conosçimiento Espada la incrementó en sus notas y
apéndices. Así en el apéndice tercero incluyó los capítulos relativos a España y África de un
tratado general de Geografía escrito en árabe, allá por el siglo XIII, y traducido al castellano,
en época no muy posterior, una de cuyas copias, del siglo XV, había consultado en la
biblioteca de Palacio. El valor de ese texto lo prueba el hecho de que ha merecido ser
reimpreso recientemente en una colección de textos clásicos sobre la geografía histórica y la
topografía de Al-Andalus9 (Sezgin, 1993: 250-262).
Como se aprecia pues por los anteriores comentarios el Libro del conosçimiento sigue
planteando numerosos interrogantes, y continúa suscitando un afán de saber más de una obra
tan peculiar. Y así al seguir su compleja circulación y recepción durante más de un siglo,
desde que lo editase Jiménez de la Espada hasta la reciente edición del manuscrito Z,
podemos encontrarnos con hallazgos inesperados. Uno de ellos ha sido toparnos con una
edición parcial de ese libro, de un gran valor artístico, hecha en París al alimón por el
extraordinario editor Iliazd y el genial Picasso. Dar cuenta de las razones y características de
esa edición es el objetivo de las próximas líneas, que pretenden desarrollar la primicia que
dimos no hace mucho tiempo en un libro homenaje a Jiménez de la Espada (López-Ocón y
Pérez-Montes, eds., 2000: 189-191).
De esta manera podemos afirmar que la edición hecha por Espada hace más de un siglo
pareciera tener límites en la doble acepción con la que usa esa noción el filósofo Eugenio
Trías: en la de aludir a unos muros que cierran un espacio –pues el esfuerzo de ese polígrafo
se centró en establecer el contorno del Libro del conosçcimiento mediante la crítica interna y
externa de la obra-, y en la de abrir puertas o ventanas hacia fuera,10 pues esa apertura es la
que ha permitido que ese texto circulase por redes de comunicación que han traspasado
fronteras espaciales y temporales, como vamos a tener la oportunidad de comprobar a
continuación.
¿Por qué Picasso ilustra una edición del Libro del Conosçimiento en el París de 1959?
En 1959 la editorial Latitud cuarenta y uno, -empresa impulsada por el genio del editor y
poeta vanguardista ruso-francés, de origen georgiano, Ilia Zdanevitch (1894-1975), más
Jiménez de la Espada y Picasso: de cómo un naturalista y un artista…
1615
conocido por su seudónimo de Iliazd-, publicó una joya bibliográfica: Le Frère mendiant o
Libro del conocimiento. Los viajes en África publicados antiguamente por Bergeron Margry
y Jiménez de la Espada. El libro está formado por un amplio extracto de la edición que
hiciese en 1877 Jiménez de la Espada del Libro del conosçimiento precedido de otro extracto
más corto de la obra de Boutier y Le Verrier Histoire de la première découverte et conqueste
des Canaries faite dès l’an 1402 par Messire Jehan de Bethencourt, según la versión
publicada por Pierre Margry en 1896.11
Se hizo una tirada corta de 54 ejemplares, numerados, sobre papel Japón antiguo. La obra
es una muestra de la gran perfección que alcanzó en el arte del libro Iliazd, y marca la cumbre
de la colaboración entre ese editor-poeta y Picasso, -que se remontaba a 1940-, pues está
ilustrada con 22 puntas secas hechas por Picasso, que evocan los paisajes, la vegetación y los
hombres del continente africano que el pintor malagueño no había pisado jamás, pero por el
que se sentía atraído desde su juventud. La crítica Françoise Womant ha llegado a afirmar
que este libro, tan poco conocido, puede ser considerado uno de los más hermosos que se han
realizado en nuestra época al sumarse y complementarse las dotes creativas de ambos artistas
que impulsan al lector a hacer un hermoso paseo imaginario por tierras africanas: “La
puissance de Picasso, avec une économie de moyens qui ne fait qu’en rendre plus évident le
don créateur, va susciter en quelques traits la nature d’un continent, d’un climat, la beauté et
l’innocence de la race avant la profanation, la pureté des paysages, l’éclat de la végetation, la
liberté de la faune. Et la typographie, si elle s’ouvre pour laisser, à intervalles réguliers, la
gravure se déployer en double page, s’organise autour des porteurs d’emblèmes ou de
bannières, suscités par Picasso, et épouse par la justification des lignes le mouvement de
pavoisement voulu par le peintre. Ainsi s’établit le rythme d’une promenade processionnelle
à travers la terre primitive”.12
Pero ¿qué llevó a Iliazd a impulsar esa edición y embarcar en esa aventura a su amigo
Picasso? Dos respuestas podemos considerar para responder a ese interrogante: una de tipo
afectivo, otras de orden cognoscitivo.
Iliazd se había casado -el 22 de mayo de 1943- con la princesa nigeriana Ibironke
Akinsemoyin. Ese matrimonio le llevó a interesarse por el continente africano en general, y
por la civilización yoruba en particular, y a formar una magnífica biblioteca sobre ese
continente. En el transcurso de sus búsquedas bibliográficas se encontró con la edición de
Jiménez de la Espada del Libro del conosçimiento y se quedó al parecer fascinado con esa
obra por razones varias. Le llamó la atención la modernidad y el liberalismo de su autor,
llegando a afirmar en su estudio introductorio: “A la luz del pasado el saber del fraile
mendicante es admirable y la virtud de sus escritos los actualiza. No predica conquista ni
conversión de las tierras de África que pobladas de sarracenos o idólatras son muy ricas y
abundan de todos los bienes, personificadas por reyes iguales en nobleza a los reyes de
Europa y Asia. En cuanto a los negros son gentes de buen entendimiento y de buen seso”. De
ahí que fuese Iliazd quien señalase que a esa obra había que denominarla como el Libro del
conocimiento y de la equidad.
Pero no sólo Iliazd se quedó profundamente impresionado por la descripción que se hacía
en ese Libro de la belleza de las tierras africanas y de la bondad de sus habitantes, sino que
además este poeta, aficionado a la literatura viajera, y apasionado por la geografía y la
arqueología (Le Gris-Bergmann, 1987: 44-46) consideró esa obra como una fuente para el
conocimiento geográfico del litoral del África ecuatorial: “se podría reconocer en las líneas
que consagró el fraile mendicante al reino de Amenuan el territorio habitado por los Akanes,
XIV Coloquio de Historia Canario Americana
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conocido en otro tiempo por Costa del Oro, y transfigurado en República de Ghana en que los
portugueses encontraron un siglo más tarde la mina de Ouro y de que son reliquias
desterradas los dioses anmines y los hombres minas”.
Picasso, de cuya proximidad a Iliazd hay múltiples testimonios como esa fotografía de
1947 de Juan Golfe en la que aparece cortando los cabellos a su amigo en una escena festiva
y jovial (Le Gris-Bergmann, 1987: 80), colaboró al parecer en la edición de Le frère
mendiant con entusiasmo. Puede entenderse esa cooperación como una empresa franco-española
de homenaje al África negra y a su civilización (Goeppert et al., 1983: 248), cuyo
redescubrimiento por Picasso en 1906 desempeñó un importante papel en su propio
desarrollo artístico. El pintor malagueño dispuso en las 2 x 8 láminas proporcionadas por
Iliazd una serie de dibujos a la punta seca que evocaban de manera alegre los paisajes, la
vegetación y los hombres de ese continente que él no había visitado jamás (Goeppert et al.,
1983: 248). Las 22 puntas secas insertas en las láminas fueron terminadas por Picasso, según
mencionara Iliazd en el prefacio de la edición de Le frère mendiant, el 23 de abril de 1958,
mientras que las dos puntas secas de la tapa, que representaban una cabeza de toro y un
blasón o escudo de Castilla y León se terminaron el 8 de mayo de 1959, pocos días antes de
que Iliazd organizase una exposición chez Bignou –del 20 al 29 de mayo- para mostrar los
resultados de esa fértil colaboración entre el editor-poeta y el genial pintor. Y allí el público,
así como los afortunados lectores que hemos podido acceder a esa joya bibliográfica, pueden
observar cómo la disposición escogida por Iliazd crea un ritmo de procesión a través del libro
y las desconocidas tierras que muestra. Las 8 dobles páginas en las que el texto se despliega
bajo la égida de portadores de banderas se alternan con páginas dobles donde a través de
grandes grabados aparecen sucesivamente representaciones alusivas a la naturaleza africana y
sus habitantes: aparecen entonces ante nuestros ojos dibujos picassianos relacionados con el
desierto, los hombres, el velero, las mujeres, río abajo, los niños, las flores, epígrafes todos
ellos dados por Iliazd para avisar al encuadernador del orden en el que había que colocar los
grabados.
Conclusiones
En suma ésta es la pequeña historia de la compleja circulación de un texto medieval
enigmático, en el que desde su concepción original ha habido una interrelación profunda
entre conocimientos científicos y expresión artística.
Objeto de una cuidada edición en 1877 en el seno de la Sociedad Geográfica de Madrid
por el naturalista historiador Jiménez de la Espada, uno de los grandes polígrafos españoles
del siglo XIX, quien ya subrayó las cualidades estéticas de los códices que tuvo ante sí, ha sido
reexaminado recientemente por filólogos e historiadores del arte gracias al hallazgo de un
nuevo códice Z, el cuarto de los manuscritos que se conservan del Libro del conosçimiento. Y
entre los muchos lectores que ha tenido esa peculiar obra a lo largo del siglo XX ha destacado
el poeta editor ruso-francés Iliazd. Prendado por el viaje por tierras africanas del que da
cuenta ese viajero anónimo se lanzó a un complejo y ambicioso proyecto editorial de dar a
conocer extractos de esa obra -a la que denominó Libro del conocimiento y la equidad- junto
a otros extractos de Le Canarien, y embarcó en ese proyecto a su amigo y colaborador de
aventuras editoriales Pablo Picasso.
Dar a conocer características de esa edición de Le frère mendiant o Libro del conocimiento
por Iliazd y Picasso puede abrir nuevas perspectivas en el estudio de la recepción de ese
manuscrito medieval que, desde que fue leído por los capellanes de Juan de Bethencourt
Jiménez de la Espada y Picasso: de cómo un naturalista y un artista…
1617
cuando compusieron Le Canarien, sigue interpelando a los interesados por el conocimiento
de las Canarias y el África subsahariana.
BIBLIOGRAFÍA
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tirada aparte del Boletín de la Sociedad Geográfica de Madrid, donde se publicó en diversas entregas de su
segundo volumen (1877), pp. 7-66; 97-141; 185-210
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NOTAS
1 Una presentación al gran público de la significación de ese hallazgo se debe a la pluma de PASCUAL, M.J.
“Viajeros anónimos”, artículo bellamente ilustrado con algunas de las imágenes de ese códice Z del Libro
del conocimiento. Ver Grandes Viajeros. La Aventura de Marco Polo, en National Geographic. España.
Edición especial. Sección Expediciones. Viajes científicos españoles por las tierras de Ultramar
2 Ver al respecto, entre otros, los trabajos de BONNET: 1942 y 1944
3 Más detalles sobre esta cuestión en LÓPEZ-OCÓN, 1991: 523 ss, particularmente pp. 524-525
4 JIMÉNEZ DE LA ESPADA 1874: IX-XIV. Esta edición la hizo Jiménez de la Espada en la prestigiosa
Colección de libros españoles raros o curiosos que desde 1869 impulsaran el marqués de la Fuensanta del
Valle y José Sancho Rayón.
5 Me refiero a su obra titulada Vertebrados del viaje al Pacífico verificado de 1862 a 1865 por una comisión
de naturalistas enviados por el Gobierno español. Batracios, Madrid, Imprenta de Miguel Ginesta, 1875.
Una crítica de esa obra debida al líder de la zoología española de aquella época en LÓPEZ-OCÓN y
PÉREZ-MONTES, eds. (2000): 335-337
6 Se puede seguir en las páginas de la Revue Critique d’Histoire et de Littérature (12 de junio de 1875). Y de
la Revista Europea (2 de mayo de 1875, pp. 349-359). Los planteamientos de Espada expuestos en este
texto los reprodujo en el folleto Cuestión bibliográfica, Madrid, Imprenta Medina y Navarro, 1875, 39 pp.
7 The Canarien, or, book of the conquest and conversion of the Canarians in the year 1402, by mesire Juan
de Bethencourt, etc., translated and edited by Richard Henry Major. London. Printed for the Hakluyt
Society. 1872. 8º
8 El título exacto es Notice des découvertes faites au moyen-age dans l’Ocean Atlantique: antérieurement aux
grandes explorations portuguaises du quinzième siècle. Existe un ejemplar de esta obra, de X + 86 p. en la
biblioteca de la Academia de Ciencias de Madrid. Existe una traducción al castellano, hecha en Barcelona,
de la gran obra d’Avezac sobre Historia de las islas de África.
9 Los textos que se reproducen en ese volumen publicado por el Instituto de Historia de la ciencia arábigo-islámica
de la Universidad Johann Wolfgang Goethe University de Frankfurt am Main son los siguientes:
de GUSTAV, J.C. Des Marockaners Abdulvaheb Temini Fragmente über Spanien. Aus dem Arabischen
übersetzt, Rostock, 1801, 27 pp; de GAYANGOS, P. Memoria sobre la autenticidad de la Crónica
denominada del Moro Rasis, Madrid, Memorias de la Real Academia de la Historia, 1852, pp. 1-100; de
VON HAMMER-PURGSTALL, J. Über die arabische Geographie von Spanien, Sitzungsberichte der
Philosophisch-Historischen Classe der Kaiserlichen Akademie der Wissenschaften (Wien) 14. 1854 (publ.
1855), pp. 363-424; de DOZY, R. Observations géographiques sur quelques anciennes localités de
l'Andalousie, Nouvelles Annales des Voyages, de la Géographie, de l'Histoire et de l'Archéologie (París),
5ème série, vol. 6. 1860. pp. 148-182 [=Extract of: Recherches sur l'histoire et la littérature de l'Espagne
pendant le moyen-âge]; de DOZY, R. Review of Francisco Javier Simonet, Descripción del Reino de
Granada bajo la dominación de los Naseritas, sacada de los autores árabes, y seguida del texto inédito de
Mohammed ebn Aljathib, Madrid, 1861, en Zeitschrift der Deutschen Morgenländischen Gesellschaft
(Leipzig) 16. 1862. pp. 580-600; de JIMÉNEZ DE LA ESPADA, M. ed., El libro del conocimiento de
todos los Reinos, Tierras y Señoríos que son por el Mundo, que escribió un franciscano español a
mediados del siglo XIV, y ahora se publica por primera vez con notas. Apéndice núm. 3: Los capítulos
Jiménez de la Espada y Picasso: de cómo un naturalista y un artista…
1619
relativos a España y África de un tratado general de Geografía escrito en arábigo, a nuestro juicio allá
por el siglo XIII, y vertido al castellano con algunas modificaciones, en época no muy posterior, Boletín
de la Sociedad Geográfica de Madrid, vol. 2, 1877, pp. 702-714; de FERNÁNDEZ-GUERRA, A.
Fortalezas del guerrero ben Hafsón, hasta ahora desconocidas, Boletín Histórico (Madrid), vol. I, 1880,
pp. 33-37; de MÜLLER, M.J. Beiträge zur Geschichte der westlichen Araber. I. München 1866. [Texts in
Arabic:] pp. 1-13: Wettstreit zwischen Málaga und Salé von Ibnulkhatib. pp. 14-41: Reise des Fürsten Abu
'Ihadjdjadj in die östlichen Provinzen von Granada. (Aus Ibnulkhatib's Raihanat ul Kuttâb p. 220 seqq.).
pp. 45-100: Beschreibung der Städte Andalusiens und des Meriniden-Gebirges in Afrika von Ibnulkhatîb..
10 ROJO, J.A. “Eugenio Trías condensa sus ideas en ´Ciudad sobre ciudad´ El País, lunes 29 de octubre de
2001. Sección Cultura.
11 El mismo Iliazd declara el prólogo de su edición de Le Frère mendiant que para el texto de Boutier y Le
Verrier había optado por la versión de La Salle publicada por Margry en 1896 en lugar de la versión de
Bethencourt publicada por Bergeron en 1630, Major en 1872, o Gravier en 1876, y que lo había cotejado
con el manuscrito original del British Museum de Londres y la copia de la Biblioteca Nacional de París, y
que había conservado el título elegido por Major. Y que respecto al texto anónimo del Libro del
conosçimiento se había servido de la única edición madrileña publicada en 1877 por Jiménez de la Espada,
“que hemos colacionado con los manuscritos de la Biblioteca Nacional de Madrid habida cuenta de los
accidentes de escritura”.
12 La rencontre Iliazd-Picasso. Hommage à Iliazd. Musée d’Art Moderne de la Ville de París. 1976, página no
numerada.