CORSARIOS INSURGENTES EN AGUAS
DE CANARIAS (1816-1828)
MANUEL DE PAZ
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La presente comunicación trata uno de los aspectos, poco conocidos,
del impacto de las guerras de emancipación de Hispanoamérica
en Canarias: el corso insurgente, unido a los temores y rumores
de insurrección en las propias Islas.
Los corsarios insurgentes merodearon, con cierta frecuencia,
por las aguas del Archipiélago, en el período objeto de estudio. Sus
barcos perjudicaban el tráfico marítimo interior y exterior, amenazaban
la superviencia en una situación de crisis económica e, incluso,
llegaron a tomar tierra en diversos enclaves de Gran Canaria, La
Gomera, etc. .
Por otra parte, no faltan las referencias documentadas a la posibilidad
de una insurrección en Canarias como reflejo de la situación
revolucionaria vivída en América.
I. Corsarios insurgentes en Canarias
La presencia de corsarios insurgentes en aguas de Canarias,
como un eco lejano de la Revolución hispanoamericana, es un hecho
que no admite dudas, pese a su escaso tratamiento historiográfico.
Francisco María de León, el más minucioso de nuestros cronistas
decimonónicos, destaca ya «la frecuencia con que se presentaban en
nuestras costas los corsarios insurgentes de la América, que tanto
hostilizaron nuestro comercio». Una presencia que, al decir de este
autor, seguía siendo importante hacia finales de la década de
18201•
En efecto, entre mediados de la década de 1810 Yfinales de la
siguiente, se produjeron en las Islas diversos incidentes protagoniza-
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dos por corsarios hispanoamericanos. La importancia real de estos
acontecimientos es difícil de evaluar con el material disponible hasta
el momento, pero creemos que la investigación en curso puede ofrecemos
algunos datos de interés.
Nos consta así, en primer lugar, la actividad corsaria llevada a
cabo por un barco argentino y la contraofensiva del capitán general
en el verano de 1816. El 20 de julio, el capitán de puerto de Santa
Cruz daba parte al comandante general, Pedro Rodríguez de La
Buría, del avistamiento, con las 'primeras luces del alba, de una
goleta y dos bergantines a una distancia de siete y ocho millas al
Este de la plaza; y que, «cruzando dos botes con frecuencia de ella a
uno de los bergantines, aparentaban ser estas gestiones algún
saqueo». A las dos de la tarde, se vio como era capturado un barco
del tráfico interior de las Islas, el «San iuan», que transportaba
ganado desde el puerto de Gáldar a Tenerife. Su patrón declaró, una
vez llegado a tierra, que la goleta era de corsarios procedentes del
Río de la Plata, quienes el día 17 habían abordado, en las cercanías
del Salvaje, al bergantín «Rosario», que había salido de Garachico
con carga de maderas para Lanzarote, y que, el día 19, habían apresado
igualmente, en las inmediaciones de la Punta de Anaga, al bergantín
español «Juliana», que, poco antes, había zarpado de Santa
Cruz con rumbo a Mogador2• •
Los capitanes de ambos bergantines, que atracaron poco después
en Santa Cruz en sendas lanchas con sus respectivas tripulaciones,
describieron a su vez su particular aventura. Marcos
Cabrera, patrón del «Rosario», relató como hallándose a escasa distancia
del Salvaje, se encontró bajo el tiro de la goleta, en cuyo penol
tremolaba una bandera angloamericana. Tras un disparo intimidatorio,
el bergantín fue hecho prisionero en nombre del Gobierno de las
provincias Unidas de Buenos Aires, y, en ese instante, la goleta
insurgente cambió su enseña por «otra bandera con dos listas azules
que dijeron era la que usaban los buques de aquel gobierno». Al
rato, Cabrera y sus hombres fueron trasladados a bordo de la goleta
enemiga. De esta manera, el patrón comprobó que la tripulación
corsaria estaba integrada por marinos de diversas naciones: españoles,
angloamericanos, portugueses y criollos de Buenos Aires, entre
otros; así como distintos detalles sobre armamento y características
del barco. Cabrera supo también que habían salido del Río de la
Plata el primero de abril, que, según le dijo su capitán Miguel Ferreras,
«su buque era el 56 de los corsarios que se habían armado con-
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tra los españoles de Europa», y que llevaba por nombre «La
Independencia» (a) «La Invencible»3 •
Sebastián Badaró, capitán del «Juliana», señaló por su lado
que fue hecho prisionero a unas cuatro millas al Sur de la Punta de
Anaga, aunque había tratado de huir porqué «acaso sería la goleta
que se decía cruzaba por estas Islas y apresó al bergantín 'Carmen'
sobre la de Lanzarote», pero la mar en calma no le permitió ganar la
tierra. Además, ambos capitanes indicaron que la goleta insurgente
y los dos bergantines en manos corsarios, seguían con rumbo al
Oeste para remontar el Norte de Tenerife, «con el fin de apoderarse
de alguno de los buques menores que se ocupan en la conducción de
vinos, de cuyo artículo estaban muy faltos »4 .
El capitán general informó con detalle a Madrid de cuanto
había sucedido y, paralelamente, el día 26, realizó gestiones ante el
Consulado, para que de sus fondos se libraran las cantidades necesarias,
junto a otras aportaciones de comerciantes, de cara a armar
un barco capaz de apresar o ahuyentar a los insurgentes, «mayormente
cuando se esperan por instantes varios buques de La Habana
con intereses del Rey, y de particulares»5 .
El Real Consulado alabó la idea del comandante general, pero
traspasó el problema a los alcaldes de Santa Cruz y del Puerto de la
Cruz, que debían obtener fondos de los comerciantes de sus respectivos
distritos; y, pese a las disposiciones que impedían «expender ni
aventurar parte alguna» de sus caudales sin autorización regia, prometió
tratar el asunto en una próxima reunión6 •
El alcalde de la Villa santacrucera, empero, no encontró el
apoyo adecuado para la empresa. Y otro tanto debió sucederle al del
Puerto de la Cruz. Por ello, La Buría ordenó al primero que convocara
una nueva junta y que le emitiera listas de los concurrentes y de
los ausentes, «para dar cuenta a S. M.». Sobre todo porque el capitán
del «Arriero», bergantín surto en el puerto e idóneo para los
fines propuestos, se disponía a partir, «si no ve apariencias en el
comercio de esta Isla a adoptar sus proposiciones»7•
Mientras tanto, el Real Consulado acordó mantenerse a la expectativa
esto es: «que con vista de los esfuerzos que haga el Comercio
para la seguridad de los buques que se esperan, se reunirá nuevamente
la Junta a fin de resolver acerca de la cantidad con que (según
sus fondos y facultades) pueda acudir a un objeto de tanta importancia
». Y así se lo hizo saber al comandante genera18 •
Por fin, el 2 de agosto, volvieron a reunirse los comerciante~
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santacruceros, y acordaron suscribirse con trescientos veinte y siete
pesos fuertes, para hacer frente a los gastos en víveres de la tripulación
del «Arriero», según la proposición hecha por su capitán Agustín
Echevarría9 •
El barco, efectivamente, se hizo a la mar al siguiente día, pertrechado
y armado y con una tripulación de 102 hombres, entre la propia
del bergantín y la oficialidad, marinería y milicia que se le unió
en el puerto tinerfeño. Hasta el día 8 recorrieron las aguas del crucero
insular, bordeando las costas de Tenerife, La Palma y Gran
Canaria, sin que sus pesquisas dieran resultados positivos1o• El capitán
general, no obstante, alabó la generosidad, franqueza y desinterés
de Echevarría, y de paso censuró la actitud del Real Consulado y
del comercio insular.
Mas, parece que en algunas ocasiones -a falta de otros datos
que enriquezcan nuestro estudio-, el comportamiento de determinadas
autorizadas isleñas no fe tan hostil hacia los corsarios insurgentes.
En la primavera de 1819, el Ayuntamiento de Icod acordó
establecer un cordón sanitario en el límite con Garachico, porque
sus vecinos habían dejado desembarcar pasajeros de un navío insurgente,
sin tomar las obligatorias medidas de salud pública, «siendo
de notar la impunidad con que se introdujeron, el agasajo con que fueron
recibidos, el refresco que se les franqueó y la falsa urbanidad
con que fueron acompañados y conducidos como en triunfo por las
calles, casas y templos del dicho lugar», máxime teniendo en cuenta
que se trataba de una «tripulación compuesta de gente inmoral y
enemiga de los vasallos fieles de S. M.»ll.
La amenaza de los buques corsarios, sin embargo, se dejó sentir
nuevamente antes de que terminara el indicado años de 1819. El
Cabildo palmero, pese a las presiones de la Intendencia con sede en
Tenerife, accedió a admitir el retomo de tres bergantines llegados de
América, por el peligro real de que cayeran en manos insurgentes.
Como diría el teniente coronel Mariano Normal2 :
«no puede dudarse que la pennanencia de la corbeta, goleta y
bergantín por más de quince dÍlis sobre esta Isla, es un crucero
de Insurgentes por lo que la plaza, por disposición del Sor.
Gobernador, ha redoblado su celo con retenes de Infantería y
Artillería extraordinarios y rondas».
Ahora bien, uno de los textos que mejor refleja el impacto del
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corso insurgente en Canarias es, probablemente, un parte del capitán
general Juan Ordovas del 30 de noviembre de 1821 13. El origen
del informe estaba en las acometidas de un bergantín insurgente que
había apresado tres buques del tráfico interior al Norte de Gran
Canaria, con los que había fondeado en la rada de Arguineguín, proveyéndose
de agua y víveres «para regresar al parecer a la Isla de la
Margarita, de donde eran procedentes». Al poco tiempo, además, se
había presentado otro barco, perteneciente a la «llamada República
de Colombia» que, pese a su escasa dotación artillera, «nos ha constituído
en un rigurosos bloqueo, impidiendo la entrada y salida de
todo buque español, reconociendo y apresando a unos, e incendiando
a otros sin perdonar a los barcos costeros».
Esta situación, añadía el comandante general, se veía agravada
por la sequía, la escasez de productos agrarios, la consiguiente
subida del precio de los artículos de primera necesidad y, en definitiva,
el temor a embarcar los vinos, único renglón que proporcionaba
algunas ventajas comerciales. Pero, sobre todo, porque14:
«Las remesas de efectos y dinero que los naturales de estas
Islas, establecidos en nuestras Américas hacían anualmente
para el socorro de sus familiares, va desapareciendo, y
habiendo sido hasta la presente la parte más principal de la
riqueza de esta Provincia, es consiguiente que marcha a su
mayor decadencia»"
En resumen, falta de numeración e impago de. contribuciones
que repercutía, también, en la endeble organización de la defensa
insular. Por todo ello, era preciso que el Gobierno destinara a las
Islas un buque de guerra, para evitar males mayores.
Madrid contestó, el 27 de abril de 1822, que se había trasladado
el asunto al Secretario de Marina, y que el rey esperaba que en
Canarias se contribuiría por todos los medios a frenar los daños de
los buques insurgentes15 •
Sin embargo, poco hicieron -al parecer- unos y btros porque,
aún en 1828, hacía aguada en La Gomera un corsario insurgente,
«fingiéndose Norte Americano»16 •
11. Peraza Béthencourt invita a la insurrección
Pero la América insurgente no sólo envió sus corsarios a pertur-
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bar la posición militar más avanzada de España a este lado del
Atlántico. También se produjeron episodios de una suerte de «guerra
ideológica». Una forma de beligerancia que podemos sustentar
con algún ejemplo. Es el caso del manifiesto enviado a Canarias por
un emigrante isleño, en el que invitaba al Cabildo lagunero a
sumarse a la rebelión contra las injusticias de la Metrópoli.
Agustín Peraza Béthencourt, natural de Fuerteventura, era -al
decir del comandante general La Buría- «de genio díscolo: de costumbres
corrompidas, de condición perversa, y muy dispuesto para
todo lo malo: Su depravada conducta obligó a mi anterior el Duque
del Parque a corregirlo de un modo áspero». Con posterioridad, fue
sumariado y condenado a servir en un regimiento de la Península.
De aquí pasaría a América17 •
El 4 de marzo de 1817, Peraza Béthencourt escribía al Cabildo
tinerfeño una carta desde Santo Tomás, en las Pequeñas Antillas, a
la que adjuntaba otros misivas, y donde pedía que el Muy Ilustre
Ayuntamiento lagunero diera a la estampa y divulgara una gruesa
proclama intitulada: «Amados Compatriotas»18 •
El documento, bastante tosco de estilo y algo confuso en determinados
párrafos, constituía, sin embargo, una auténtica diatriba
contra el Duque del Parque, Vicente Cañas Porto Carrero, contra
Fernando de la Vega, Marqués de Casa-Cagigal y, en definitiva,
contra los malos funcionarios peninsulares cuyo despotismo explotaba
a los sumisos isleños. Y, a la misma vez, se deshacía en alabanzas
a la institución cabildicia, representante genuina de los intereses
populares, y salvadora de Canarias en una situación especialmente
crítica, como la de estos años difíciles l9 •
Pero había más, en el texto se relejaba, asimismo, esa dialeética
bolivariana definida por el grito de «Españoles e isleños»: «Debeís
sacrificar vuestra sangre, que siempre es preciosa, y aceptable la
víctima cuando es inmolada en el Altar de la Patria: despertad del
letargo en que yacéis, e imitad al fuego adormecido entre las frías
cenizas que al menor ímpetu del aire prende en los combustibles que
le rodean: las Américas Septentrionales y meridional os contemplan:
Venezuela, a causa del terremoto, pudo ser reconquistada por
nuestros Paisanos: fueron, para conseguirlo, sacrificados 9000 o
más al mando de su Caudillo Dn. Domingo Monteverde, quien después
de defender la causa de España, y recibidas dos heridas, se le
premió con un arresto, y consumada su remuneración ir a España
bajo Partida de Registro: Los Isleños dieron la entrada el año de 12
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a los Españoles, que debían respetar el resto de sus familias: no
compatriotas: son perseguidas, atribuyéndose a sí mismos las glorias:
sus viudas e hijas violadas:sus intereses usurpados: el saqueo y
el ultraje»2o.
Y, más adelante, hacía un llamamiento a la unidad de todas las
Islas frente a la tiranía21 :
«pensad que sois una misma familia: si esa Provincia la componen
567 Poblaciones, porción que excede a la de que se componen
muchas de la de América, especialmente la de Venezuela
que se señaló como la primera que levantando el Pendón de su
Independencia resonó su voz, en los más remotos Países del
Globo, así como el mortero al tiempo de la explosión anuncia
su sonoro extrépito a la bóveda Celeste. Si reyna entre vosotros
esa discordia, que debora los Pueblos, y separa las familias imitad
a los habitantes de las 17 Provincias de los Estados bajos
del Norte: no conocen más, ni se glorían de otro epíteto que
este: "Uno e indivisible". "La Unión hace la fuerza". La
fuerza física no puede por sí sola subsistir, sin consolidarse con
la moral: Cesen esa ribalidad, con que os miráis los habitantes
de Canaria con los de las demás; pues bien sabeís que es la
fuente innagotable de la disención. Vuestro honor, vuestras
conciencias, y vuestros intereses están cellados bajo estos sólidos
principios: la Anarquía es tan perjudicial, que llega a ser
más gravosa que la dominación del mayor de los tiranos, y esta
suele ser introducida por una mano estraña, para el logro de sus
proyectos: hace derramar la sangre inspirando la desconfianza
del Gobierno que obtienen los del País; quando ellos son los
susceptibles de este recelo».
El Ayuntamiento de La Laguna y el de Las Palmas de Gran
Canaria, que había recibido un oficio del capitán general para saber sí
tenía alguna noticia del asunto: hicieron votos de fidelidad al
Monarca y a la Patria, denigraron la actitud del agitador ultramarino
y expresaron su malestar. La segunda de estas Corporaciones, concretamente,
en sesión del 15 de julio de 1817, declaró que desconocía
la existencia del libelo, y se consideró agraviada y ofendida por
la mera duda sobre su inquebrantable adhesión y lealtad a la
Corona, pues, en «La Gan Canaria no hay más espíritu que el de la
sumisión a S. M., y de cuya honorífica idea es muy difícil separar a
sus leales habitantes, y que no podría conseguir un miserable
papel anónimo»22.
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Rodríguez de La Buría, finalmente, se mostró convencido de
que la proclama no tendría los efectos deseados por su autor, porque
los naturales eran obedientes a las autoridades y pacíficos, y, «si
algunas ideas de las que en otro tiempo llamaran liberales se admitieron
en el ánimo de varios sujetos en la pasada época del desórden
y de la anarquía, si no las he destruido completamente, al menos las
tengo sofocadas en fuerza de mis persecuciones e incesante vigilancia
». Anunciaba también que no remitía el original de la proclama a
la Corte por estar a la vista tres corsarios insurgentes, «a fin de evitar
caiga en sus manos». Y aprovechaba la ocasión para pedir
refuerzos frente a estos enemigos, pues para la «defensa de esta
Plaza sólo tengo 460 hombres milicianos mal disciplinados, mal
pagados, mal vestidos, y que de cuatro en cuatro meses dejan el
arado para tomar el fusil. Por consiguiente no me considero libre de
un golpe de mano, ya sea en esta Isla ya en cualquier de las
otras»23 .
111. Canarias en 1827 ¿Conspiración para la independencia?
El 11 de marzo de 1827 llegaba a Santa Cruz de Tenerife el
VII regimiento ligero de infantería denominado de Albuera, «siendo
notable el que tal era la idea que la tropa y oficiales tenían concebida
de esta expedición, que desembarcaron completamente municionados,
y en la creencia de que habían de conquistar un país, que estaba
en la más perfecta paz y tranquilidad»24. Era la primera vez, subraya
el profesor Cioranescu, que venían tropas a Canarias para preservar
el orden público. «La verdad es que hubo rebelión, pero nació, se
desarrolló y murió sofocada en el seno del mismo regimiento que
hubiera debido evitar los disturbios.»25
Estos hechos, así como los temores del primer Obispo de Tenerife,
Luis Folgueras y Sión, sobre la estabilidad política de las Islas
son relativamente conocidos.
Pero, lo cierto es que también en las altas esferas del poder central
circularon rumores acerca de confabulaciones independentistas
en Canarias. Veamos algunos ejemplos.
En dos órdenes reservadas del 30 de septiembre y 9 de octubre
de 1827, el secretario de Estado y del Despacho de la Guerra transmitía
al nuevo capitán general de Canarias, Francisco Tomás Morales,
sendas infonnaciones datadas en Londres y remitidas por el
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Corsarios insurgentes en aguas de Canarias (1816-1828) 689
Conde de Ofalia y el Conde de la Alcudia, representantes diplomáticos,
desde la capital inglesa. Ambas tenían que ver con un incidente:
la deserción a Portugal de un destacamento del regimiento de
Albuera que guarecía La Gomera, hecho que había' trascendido
hasta en la prensa anglosajona. Esta entendía, según Ofalia, que los
sentimientos de lealtad prevalecían en Canarias, pues, de lo contrario,
los revoltosos en lugar de emigrar a Portugal, «hubieran procurado
permanecer allí y aumentar su partido».
Pero se añadía26 :
«Sin embargo de esto, como aquellas Islas forman un establecimiento
tan interesante para la España, no tanto por lo que son
en sí mismas cuanto con relación a la conservación de las Islas
de Cuba y Puerto Rico, y para los negocios de toda la América
en general, no debe dudarse que las mismas intrigas y ocultos
manejos que han influido para desviar del Continente de America
de la obediencia de S. M. y las mismas maquinaciones que
en diferentes ocasiones se han empleado contra la Isla de
Cuba, se emplearán también respecto a las Islas Canarias.
»
Por su parte, el Conde de la Alcudia, que basaba su información
en noticias aportadas por el bergantín «Mary», procedente de
Canarias, señalaba que las Islas se encontraban en «muy mala disposición
en cuanto al espíritu público de sus habitantes en general, y
que los revolucionarios que trabajan con infernal ahinco en su seno y
desgraciadamente con cierto fruto, de acuerdo con los de otros puntos,
tienen todo tan bien preparado que el día que lo crean oportuno y
quiz8. antes de ser prevenidos, proclamarán la independencia de
dichas Islas, estableciendo la forma de Gobierno que convenga a los
intereses de los maléficos regeneradores del día y a los planes desorganizadores
de orgullosos sectarios27».
Ofalia, por otro lado, sabía que uno de los agentes de esta
supuesta trama insurreccional era Diego Barry, «vecino de Orotava
y comerciante quebrado en Tenerife yen general tenido por persona
de muy mala conducta». El cual estaba en contacto con «varios
intrigantes y aventureros en Inglaterra con el objeto de sublevar las
Islas Canarias», por lo que convenía mantenerle alejado del Archipiélag028
, entre otros extremos.
A petición de Madrid, pues, Morales elaboró un largo informe,
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donde consideraba totalmente infundados los recelos sobre la lealtad
isleña, y restaba importancia al tema29:
«Desengáñese V. E.: En Canarias ni las revoluciones políticas
de los pueblos de la Península, ni la influencia de los rebeldes
de las Américas, ni las doctrinas subversivas del orden social;
nada es capaz de alterar la fidelidad de sus habitantes. Su situación
topográfica, su pobreza misma, esa imposibilidad física y
moral de poder sostener interior o exteriormente cualesquiera
movimientos de revolución ¿dejarían de ser constantemente
poderosos obstáculos para las tentativas de los innovadores?.
»
Sin embargo, a pesar de estas rotundas declaraciones, es posible
que algún país, como la poderosa Inglaterra, estuviera especialemente
interesado en modificar a su favor el «estatu qua»
internacional. 0, al menos, así lo creía el embajador de Estados
Unidos en Madrid, cuando, en oficio «muy reservado» del 10 de
diciembre de 1827, comunicaba al Secretario de Estado de España
los manejos del Ministerio Británico, en connivencia de los refugiados
españoles en Londres, «para efectuar una revolución en la isla
de Cuba y las Canarias, operación que está progresando a su ejecución
». La nota resaltaba, además, el contraste de esta actitud con la
política practicada por los Estados Unidos con respecto a España, y
subrayaba que el objetivo principal del proyecto británico era el de
«poner las islas mencionadas bajo la protección de aquella Potencia,
pero que se adoptará la forma de una declaración de independencia
para no despertar los celos de los Estados Unidos». Unos Estados
Unidos que, desde luego, no estaban dispuestos a inhibirse, «puesto
que para con ellos es un principio establecido que la isla de Cuba no
deberá, en ningún caso ni bajo ningún pretexto, pasar a la posesión
ni bajo la protección de otra alguna Potencia Europea que no sea la
España». Y, en este sentido, el embajador indicaba que los norteamericanos
estaban «muy dispuestos a emplear todo su influjo, según
la necesidad de la ocasión, en la forma más análoga a los deseos e
interese de S. M. Católica». Es más30:
«El Gobierno de los Estados Unidos juzga que en el actual
estado crítico de los intereses coloniales de España, una mutua
y entera comunicación confidencial de opiniones e intenciones
entre las dos Potencias con respecto a estas Islas y todo lo que
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Corsarios insurgentes en aguas de Canarias (1816-1828) 691
tiene relación con la América en general será sumamente ventajosa
para entrambas.»
Madrid no echó en saco roto la nota diplomática y, al menos,
que sepamos, se ordenó que tres Ministros elaboraran un dictámen
sobre el asunto. Uno de ellos fue el de Hacienda. Quizá, ciertamente,
los Estados Unidos evitaron que Cuba y Canarias se sumaran
al trance insurrecional, bajo los auspicios británicos. Algo que,
desde luego, hubiera sido perjudicial y contradictorio con el contenido
de la doctrina Monroe, esbozada -precisamente- durante
estos años cruciales.
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NOTAS
Manuel de Paz
1. LEÓN, Francisco María de, Apuntes para la Historia de las Islas Canarias,
1776-1868, Santa Cruz de Tenerife, Cabildo Insular, 1966, pp. 156, 214
Y 248.
2. Cfr. «Expediente sobre la salida del BergantínArriero en persecución de un
insurgente. Ministerio de Marina», Archivo de la Capitanía General de Canarias
(ACGC), 2A, 3A, Leg. 81.
3. Cfr. Loc. cit. «Parte del capitán de puerto al Comandante General», Santa
Cruz de Tenerife, 21 de julio 1816.
4. Ibídem.
5. Cfr. Loc. cit. «Oficio del Comandante General al Real Consulado de
Comercio», Santa Cruz de Tenerife, 26 de julio de 1816.
6. Cfr. Loc. cit. «Comunicación del Real Consulado al Capitán General», La
Laguna, 27 de julio de 1816.
7. Cfr. Loc. cit. «Oficio del Capitán General al Alcalde de Santa Cruz de
Tenerife», Santa Cruz de Tenerife, 1 de agosto de 1816.
8. Cfr. Loc. cit. «Comunicación al Capitán General y Acta de la Junta del
Consulado», La Laguna, 1 de agosto 1816.
9. Cfr. Loc. cit. «Comunicación del Alcalde de Santa Cruz al Capitán Generab>,
Santa Cruz de Tenerife, 2 de agosto de 1816.
10. Cfr. Loc. cit. «Diario de a bordo del capitán del "Arriero" Agustín Echevarría
» , Santa Cruz de Tenerife 3-8 de agosto de 1816.
11. Cfr. «Libro de Acuerdos, núm. 1 (1812-1822) del ayuntamiento de 1cod», 7
de abril de 1819, Archivo Municipal de Icod de los Vinos, fol. 97 r. Agradezco este
dato al profesor J. R. Núñez-Pestano.
12. Cfr. mi artículo: «En torno a las reivindicaciones comerciales de La Palma
frente a Tenerife en el comercio con América: un expediente de 1819», Revista de
Historia Canaria (Homenaje al Profesor Peraza de Ayala), núm. 174, Vol. 1, Universidad
de La Laguna, 1984-1986.
13. Cfr. Loc. cit. (ACGC, Leg. 81), «Parte del Comandante General al Ministerio
de la Guerra, Santa Cruz de Tenerife, 30 de noviembre de 1821.
14. Ibídem.
15. Cfr. Loc. cit. «Real orden del Ministerio de la Guerra», Madrid, 27 de abril
de 1822.
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Corsarios insurgentes en aguas de Canarias (1816-1828) 693
16. Cfr. Loc. cit. «Real orden del Ministerio de la Guerra», Madrid, 4 de julio
de 1828.
17. Cfr. ACGC, «Conspiraciones», 2A, 4A, Leg. 6, «Informe del Capitán
General de Canarias», Santa Cruz de Tenerife, 22 de julio de 1817.
18. Cfr. Loc. cit. «Comunicación y Proclama "Amados Compatriotas" de
Agustín Peraza Béthencourt», Santo Tomás, 4 de marzo de 1817.
19. Ibídem.
20. Ibídem.
21. Ibídem.
22. Cfr. Loc. cit. «Comunícación del Ayuntamiento de Las Palmas al Comandante
General y Certificado del acta de la sesión del 16 de julio de 1817». Y Actas
del Ayuntamiento de La Laguna, 8, 15 y 21 de julio de 1817 (Archivo Municipal de
La Laguna).
23. Véase nota 17.
24. León, Francisco M. de, op. cit., pp. 209.
25. CIORANESCU, Alejandro, Historia de Santa Cruz de Tenerife, Santa
Cruz de Tenerife, 1979,4 vols., 1. IV, 1803-1977, pp. 62, 63.
26. Cfr. ACGC, «Conspiraciones», 2A-4A, Leg. 6, «Real orden reservada»,
Madrid, 30 de septiembre de 1827.
27. Cfr. Loc. cit., «Real orden reservada», Madrid, 9 de octubre de 1827. En la
nota 2 de la pp. 207 de la obra citada de León existe referencia a una comunicación
similar del Conde de la Alcudia, conservada en Simancas.
28. Véase nota 26. Sobre la figura de Diego Barry trabaja actualmente el profesor
Hemández-González.
29. Loc. cit. «Informe del capitán general de Canarias Francisco Tomás Morales
», Santa Cruz de Tenerife, 10 de diciembre de 1827.
30. Cfr. «Comunícación muy reservada del Ministerio de Estado al de
Hacienda», Madrid (Palacio), 28 de diciembre de 1827. Archivo Central Minist.
Hacienda. Fondo Ballesteros, 17/6. Mi agradecimiento al profesor O. Brito.
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