LA ACTUACIÓN DE LOS CANARIOS
EN LA GUERRA GRANDE
L. A. Musso AMBROSI
© Del documento, de los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2009
MOTIVACIONES DE LA EMIGRACIÓN CANARIA
Cuando analizamos los aspectos historiográficos generales de
la conjunción canario-montevideana (por Montevideo entendemos
en este caso toda la Banda Oriental desde la época de sus primeras
asentaciones hasta el fin de la guerra Grande) llegamos a conclusiones
que nos permiten justipreciar el empeño contra un destino
adverso, lleno de vicisitudes, finalmente superado después de siglo y
medio de infinitos sacrificios.
Para afrontar con denuedo tantos contratiempos y peligros,
miseria y estrechez debieron mediar razones más que materiales,
emotivas, que impidieron el desmayo de tantas generaciones de
Canarios que partiendo de las afortunadas islas fueron a la aventura,
porque siempre es más fácil medrar en tierra propia a las incertidumbres
de ultramar.
Las primeras avanzadas de colonos llegaron, tal vez, impulsados
por la idea de nuevos horizontes y futuras prosperidades económicas,
más las siguientes es seguro tenían conocimiento por
informes epistolares, o de marinos de paso, de la pobreza sufrida, del
desamparo por parte de las autoridades, del peligro de los campos
despoblados, de correrías de indios y bandoleros. Con mayor razón
en décadas posteriores, afianzado el tránsito marítimo, las noticias
se hicieron fidedignas y frecuentes. ¿Cómo explicarse entonces el
arribo de gran número de familias canarias durante los años de las
luchas emancipadoras y aún en tiempos posteriores de revoluciones
nacionales? No cabe duda, los decididos a emprender la larga travesía
se hallaban al tanto de los conflictos políticos y militares que se
venían produciendo. Lógica suposición dado el extenso período que
abarcaron las luchas.
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No existen analogías entre los motivos migratorios canarios
con los que pudieron tener los europeos del continente cuyos inviernos
de crudeza extrema eran portadores de hambre y muerte y
donde las continuas guerras con sus levas hacían otro tanto.
Los Canarios cruzaron los mares porque sintieron ansias de lo
ignoto, de atisbar más allá del horizonte circular que rodeaba sus
islas, y así como esa raza llegó en la antigüedad a ellas, su destino
les conducía hacia el fin de la tierra, allá en el poniente.
En el caso de Montevideo, obró además, otra causa que a la
primera se sumó y preponderante sobre aquella: una vez establecido
en las nuevas tierras, no importaron los sacrificios para consolidarla,
era el convencimiento que aquello tan lejano, obra de sus mayores,
formaba parte suya; un compromiso con la historia al cual se le
debía arrimarle esfuerzo y trabajo para impedir su desaparición.
Esta fue su primera gesta.
La segunda proeza ocurrió durante el proceso de la Independencia
Nacional, pues canarios y descendientes de ellos tomaron las
armas para defender el país de dominios foráneos.
Es precisamente en la Guerra Grande, a la cual se refiere este
trabajo, donde se produce la tercera hazaña canaria. La Guerra se
consideró un pleito entre «porteños» (los habitantes de Buenos
Aires) y «canarios» (los orientales).
MONTEVIDEO ANTES DE LA GUERRA GRANDE
Eran días felices los posteriores a la Jura de la Constitución del
Estado Oriental. Las ilusiones de progreso se habían tornado realidad.
El puerto de Montevideo se había transformado en escala de
naves de todas las naciones. Los mástiles de los buques semejaban
bosque en la amplia bahía. La estación marítima desde los primeros
tiempos sirvió como depósito de mercaderías en tránsito para trasbordo
a los barcos de cabotaje que surcando el Plata y el Río Uruguay
llegaban a los desembarcaderos del litoral argentino y al
Paraguay. Fue también punto de abastecimiento obligado de los
navíos cuyos derroteros los conducían a los mares magallánicos.
Desde el extremo de la Punta de San José, coronada por el
fuerte, la ciudad se extendía entre ambas márgenes y hacia el este:
un conjunto amanzanado de apenas dos kilómetros de longitud,
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cubiertos de casas en su mayoría enjalbegadas. Luego entre el ejido
y los propios estaban las quintas y prados, huertas y chacras trabajadas
con el amor que presta la paz, por colonos italianos y en su
mayoría canarios. Más allá los verdes se perdían entre suaves colinas
y lejanos horizontes, en estancias interminables medidas por
días de marcha, en las cuales el ganado cimarrón era fuente inagotable
de riquezas.
A pesar del cosmopolitismo de la capital, que como puerto veía
transitar gente de todas las razas, a pesar de los giros lingüísticos
que iba tomando el habla, la ciudad y las costumbres continuaban
las tradiciones españolas; los dichos y términos canarios seguían
latentes. En términos generales a los montevideanos se les consideraban
canarios y así era como se les llamaba.
Los canarios se destacaban por ser animosos y saber desempeñar
con éxito diversas tareas. Ya fuera en los campos como sembradores
y hortelanos; en las industrias de la construcción, hábiles
alarifes; trabajando la madera o batiendo el hierro de las fraguas.
Otros se desempeñaban en el comercio y en la industria, como
empleados o patrones. Trabajaban todos ellos, de cualquier condición
y edad, casi niños algunos, muy ancianos otros. Empezando
como aprendices y ayudantes rápidamente prosperaban llegando a
situaciones privilegiadas, para ejemplo recordemos a don Francisco
Aguilar, natural de Tenerife, hombre de negocios que sentó reales en
la villa de Madonado estableciéndose con casa de comercio al frente
de la cual labró su fortuna; convivió ampliamente la vida de los criollos
llegando a ser en la época de la vieja patria artiguista Ministro
de Hacienda de Maldonado; uno de los hombres más ricos de la
zona Este; Senador de la República entre los años 1835 y 1840, le
sorprendió la muerte en 1840 siendo Presidente de la Comisión
Permanente.
Los habitantes de Montevideo y de la campaña frente a la
abundancia de recursos naturales, gozando de clima benigno,
viviendo dentro de una sociedad sin prejuicios donde el trato entre
ricos y pobres era afectuoso, donde las posibilidades de trabajo no
tenía límites, sólo podían pensar en un porvenir venturoso cuando
fueron sorprendidos por sucesos ajenos a los intereses y deseos de la
mayoría. Por azares políticos, ambiciones personales, desaciertos
administrativos, se encontraron en breve lapso dentro de una situación
irreversible, día a día agudizada por pasiones irreflexivas, que
desembocó en la guerra y luego en el sitio de la capital, expuestos en
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todo el territorio nacional a peligros, destrucción y muerte en manos
de huestes implacables.
Producidos los hechos, fáciles presas del sufrimiento, de la
estrechez, fueron las clases trabajadoras, en especial aquellas que
sacaban su sustento de las fuentes naturales como los labradores,
pastores, pescadores, casi todos de origen canario.
LA INMIGRACIÓN CANARIA
Son escasos los materiales documentales existentes en nuestros
archivos para servir como fuentes históricas de manera que nos permitan
determinar la afluencia de emigrantes a nuestra República llegados
antes del presente siglo. Un gran incendio destruyó locales y
archivos de la Aduana y Puerto de Montevideo perdiéndose toda la
papelería de esa Administración. Es por lo tanto necesario suplir tan
valiosos elementos por m,edio de otros fondos que de forma indirecta
puedan proporcionarnos informes, tales como los archivos militares,
los libros de registro del Hospital de Caridad, libros parroquiales,
etc. Conocemos con certeza, debido precisamente a los datos extraídos
de estos últimos repertorios, la importancia alcanzada durante
los siglos XVIII y XIX, que sin descanso, mantuvo la inmigración
canaria a estos suelos, aún en los momentos de mayores contrariedades
sociales como ocurrió durante la Guerra Grande (18381851).
La emigración a América estaba expresamente prohibida en
España por dos reales órdenes de 1836, que sólo autorizaba los desplazamientos
hacia Cuba, Puerto Rico y Filipinas, pero los inmigrantes
españoles seguían llegando en forma clandestina,. muchos
por la vía de Río de Janeiro. «La movilización de crecientes contingentes
armados pretextó en la época de Rosas operaciones de
recluta en algunas regiones europeas, a las que no fueron ajenos ninguno
de los bandos en lucha. Durante la Guerra Grande menudearon
estos abusos. Las trabajosas gestiones del Dr. José Ellauri ante
la cancillería española y la gestión final de un tratado, permiten
incorporar a la causa de la Defensa de Montevideo un numeroso
contingente de "voluntarios", que bajo la denominación de "colonos"
son traídos en los años cuarenta desde Canarias.»l El Ministro
español Carlos Creus denunciaba que en tiempo de guerra «se les
destina» a los puestos más peligrosos2•
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De la «Correspondencia del Dr. José Ellauri», Ministro de Gobierno
y Relaciones exteriores, en Misión diplomática en Europa,
establecido con su sede en París durante dieciséis años, podemos
recoger información que demuestra el interés del Gobierno Oriental
por aumentar la población Canaria3•
A páginas 155, Item N.o 15 del citado libro figura una carta del
doctor Ellauri fechada en París el 23 de diciembre de 1841 de la que
extractamos: «Señor Ministro: En el mes de setiembre tuve el honor
de hablar a V.E., entre otras cosas, de la emigración de labradores
de las Islas Canarias para la República del Uruguay, y de que tenía
en mis manos una representación recomendada por un empresario,
en la que pedía se alzase la prohibición existente respecto a dicha
emigración. V. E. tuvo la bondad de instruirme que no estaba directamente
prohibido el que emigrasen individuos de las Islas Canarias
pero que si tenían la obligación de acreditar antes de su salida haber
cumplido lo que la Constitución previene sobre servicio militar, o
afianzar competentemente. trasmitida por mi esta explicación al
interesado impartió sus órdenes a las Islas Canarias, las que no han
podido tener efecto por haberse encontrado con una prohibición
absoluta por parte de las autoridades locales de aquél País...». En
página 325, Item N.O 11 Don Antonio González, Ministro de Negocios
Exteriores con fecha 8 de marzo de 1842 se dirige al Dr. Ellauri
en los siguientes términos: «Muy Señor mío y estimado dueño: tantos
sucesos como han ocupado al Ministerio después de su apreciable
carta que Vd. ha tenido la bondad de escribirme, unidos al deseo
de poder comunicar a Vd. alguna cosa sobre el asunto de los Colonos,
fueron retardando más de lo justo mi contestación: hoy lo hago
para decir a Ud., que aquella gestión no es bien acogida en general;
porque las noticias últimamente recibidas de Montevideo son que en
las convulsiones políticas que han acaecido en el territorio uruguayo
se ha vejado bastante a los súbditos españoles, y este es el motivo
por que no halla apoyo hoy en la opinión ni en los informes que se
han tomado la concesión de sacar Canarios para colonizar dichas
provincias. Me es muy sensible que no queden complacidos los
deseos de sus paisanos de Vd., pero creo excusado el recordarle que
los gobiernos tienen que ceñirse a los datos e informes para resolver
un negocio. Máxime cuando es de la gravedad del actuaL». Ellauri
contesta el mismo mes de marzo de 1842 (Item N.O 17, p. 157-158)
en carta confidencial a D. Antonio González Ministro de relaciones
Exteriores de S.M.C.: «Siento mucho el que por informes aislados y
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apasionados se adopte la medida, a mi ver errónea de prohibir
absolutamente la emigración de Canarios a Montevideo. Vd. sabe
que los Canarios tienen en mi país simpatías muy antiguas pues la
mayor parte de nuestras familias descienden por línea materna especialmente,
de las que hará ciento y pico de años llevó con anuencia
de la Corte el señor Alzaybar para poblar Montevideo... Es pues de
sumo interés recibir dicha emigración. Las Islas de Lanzarote y
otras de las Canarias, son por lo común muy estériles y sus habitantes
por eso las abandonan sin pesar para ir a buscar un país más fértil,
y en el que con facilidad se procuren lo necesario para la vida. Es
pues de sumo interés recíproco dicha emigración. Estos súbditos
españoles, habitantes de una tierra ingrata, mejoran deposición y
nosotros adquirimos una población que es tal vez la que más nos
conviene. Políticamente hablando también por este medio contrabalanceamos
el extranjerismo.
No ha habido tales vejaciones, como algún díscolo, o agraviado
ha escrito. Afortunadamente en mi país hoy la guerra, aunque sea
entre nosotros mismos, se hace con orden y regularidad. Lo que hay
de exacto es que como la mayor parte de los Españoles son ya vecinos
y ciudadanos del país, sirven en las milicias4 como sucede en
todas partes del mundo. De aquí resulta que no pueden dejar de
adherirse a uno de los partidos combatientes; y a fe que algunos lo
han hecho con más ardor y entusiasmo que los mismos hijos de la
tierra...». Esta carta tan llena de inexactitudes y faltas a la verdad no
se ajustaba a la seriedad que debe imperar en asuntos oficiales de
tanta importancia cuanto es la seguridad de las personas. Por eso
merece ser comentada: comienza por exponer que en Canarias «por
informes aislados y apasionados» se tenía conocimiento de los desmanes
que sufrían los españoles en la república. Negando a sabiendas
la verdad como lo demuestra irrefutable documentación de la
época, por ejemplo los degüellos de prisioneros de todas las nacionalidades,
realizados por Oribe, entre los que figuran muchos españoles
y Canarios. Las atrocidades llevaron al general Paz a instituir a
mediados de 1843 una comisión compuesta por los doctores José
Manuel Báez, Alejo Villegas.y Francisco Elías, a la cual se hizo
comparecer soldados prisioneros procedentes del campo sitiador y
sus declaraciones sobre crímenes fueron recogidas y publicadas para
formar el proceso de Rosas y Oribe y prestigiar la causa de Montevideo
ante las potencias europeas. Con frecuencia la prensa de Montevideo
se hacía eco de rumores de degüello. Los españoles carecían
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de cónsul y de acuerdo con las ideas de la época eran convocados a
la par de los nacionales, sin exceptuar los que habían llegado al país
al amparo de un tratamiento especial que los exoneraba de prestar
servicio en las armas. A mediados de 1843, al tiempo de iniciarse
los preparativos para la Defensa, dictó el gobierno del presidente
Suárez un decreto que empezaba diciendo que existía en el país un
considerable número de colonos canarios llegados a mérito de contrato
con sus patronos y de un decreto de agosto de 1840 que los
declaraba eximidos del servicio militar; sin embargo terminaba
derogando la disposición y obligando a todos los colonos canarios
de 14 a 45 años de edad a alistarse en la Guardia Nacional, bajo
apercibimiento de ser destinados los omisos a los cuerpos de línea.
En los cuerpos de línea hemos notado la presencia de jóvenes canarios
de 12 años de edad, como el tambor de la 3a . Compañía del
Batallón Resistencia, de nombre Juan Casares, el del tambor del
batallón de Extramuros Antonio González, canario de 14 años; el
soldado Luis Basilio, canario de 16 años formando parte de la la.
Compañía del Escuadrón del Regimiento de Dragones; Juan José
Hernández, 15 años, canario, soldado en la Legión Italiana; Juan
Delgado, de Tenerife, 16 años, soldado del Batallón N.O 5, etc.
El señor Ellauri, sin tener en cuenta su posición de alto comisionado
del gobierno, se extiende en consideraciones personales
lesivas a las Islas Canarias y habla de un país «fértil», nos preguntamos
¿de qué servía la fertilidad de nuestros campos cuando los invasores
lo habían arrasado llegando a destruir las huertas de. los
propios canarios que se ubicaban en las puertas de la capital? Más
que vejaciones sufrieron los canarios, tormentos y muerte. Existe un
párrafo que traduce cierta verdad, es precisamente aquél que escapó
de su pluma para contradecir al mismo Ellauri, leemos: <<Lo que hay
de exacto es que como la mayorparte de los españoles son ya vecinos
y ciudadanos del país, sirven a las milicias, como sucede en
todas partes del mundo». La verdad es que les obligaban a enrolarse
en uno u otro bando, según los sorprendió la guerra dentro o
fuera de Montevideo. En el campo sitiador también había Canarios
reclutados a la fuerza, lo comprueba el gran número de sus esposas
que lograban huir casi siempre por el puerto del Buceo hacia Montevideo
y allí transportadas en lanchas de paisanos amigos las que
solían durante la noche burlar el bloqueo y las patrullas
oribistas5•
Ell.o de abril del 43 Oribe dirigió una circular a los agentes
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consulares de Montevideo advirtiéndoles que no respetaría la calidad
de extranjeros, ni en los bienes de las personas de los súbditos
de otras naciones que tomaran partido con los infames «salvajes unitarios
» sino que serían considerados también en tal caso como rebeldes
«salvajes unitarios», y tratados sin ninguna consideración.
Este úcase del jefe sitiador levantó un coro unánime de protestas,
y lejos de debilitar, robusteció la causa de Montevideo.
El Cónsul de la República de España, don Víctor Acisclo de
Moranda escribe a Ellauri desde Madrid con fecha octubre 25 de
1842 (Item N.o 4, p. 398-399), «Dícese que en la próxima legislatura
que empezará el 14 del próximo noviembre, se interpelará al
gobierno sobre dichos sucesos y también sobre el decreto de alistamiento
en el que según la opinión de estos S.S. debía haberse hecho
excepción de los españoles pues que aunque no tienen cónsules en la
República, de España, se estaba por definir un Tratado y que por
sólo ésta razón debía habérsele tenido en consideración. Dícese
también que para pedir la competente satisfacción se piensa mandar
una escuadrilla con un agente diplomático. La disposición de incomodidad
y exaltación de ánimos que he visto en estos S.S. tanto respecto
a la visita o extracción de desertores de los buques españoles
me hace desesperanzar de que tenga buen resultado la expedición de
la barca "Dos hermanas" para las Islas Canarias con pabellón
Oriental porque hasta de ahora Cantillo no hace más que rodar la
cabeza a cuanto sobre este particular le he dicho...» Luego de promulgado
el Tratado de Amistad con España, a fines de 1845 llegó al
Puerto de Montevideo una flotilla de guerra española conduciendo a
don Carlos Creus en calidad de Cónsul General. Los españoles no
habían tenido representante desde los años transcurridos luego de la
caída de las autoridades coloniales. El Sr. Creus gestionó y obtuvo
en el acto que sus compatriotas fueran eximidos del servicio militar
que prestaban a la par de los uruguayos de acuerdo con la tesis de la
época que equiparaba a los nacionales con los extranjeros sin Cónsul.
No obstante enorme número de canarios continuaron en las filas
militares de la Defensa, luchando contra la barbarie y opresión que
significaban los invasores.
LA GUERRA GRANDE
El 1.0 de marzo de 1835 el general Manuel Oribe es elegido 2.°
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Presidente constitucional de la República. Fructuoso Rivera había
apoyado su candidatura. Rivera pasó a desempeñar la Comandancia
General de Campaña, luego suprimida por Oribe el 9 de febrero de
1836. A estos y otros factores personales de rozamiento se agregaba
la acción del dictador argentino Juan Manuel de Rosas para dominar
a Oribe y anular a Rivera rodeado y aclamado por los emigrados
argentinos en Montevideo. Oribe por su parte deseaba suprimir la
tutela que ejercía Rivera al frente del ejército.
El 16 de julio de 1836 Rivera se sublevó contra Oribe, Rosas
intervino entonces en la guerra enviando en auxilio de Oribe 500
soldados argentinos. Se sucedieron las batallas de Carpintería en el
Durazno, y Yucutujá, en el Yí y al fin la decisiva del 15 de junio de
1838 en Palmar ganada por Rivera. El 25 de octubre de 1838
habiendo dado su renuncia al presidente Oribe, se embarcó para
Buenos Aires sustituyéndolo en el ejercicio del Poder Ejecutivo don
Gabriel A. Pereira. Ell.o de noviembre de 1838 entró Rivera en
Montevideo; el 31 de diciembre se firmó un Tratado de Alianza
Ofensiva y Defensiva entre el Gobierno Oriental y la provincia
argentina de Corrientes. Ell.o de marzo de 1839 Rivera fue designado
a la 3.a Presidencia de la República y declaró la guerra a
Rosas ellO de marzo. Asi comenzó la Guerra Grande que terminaría
en 1851 con la caída de Rosas.
Frente a la declaración de guerra, Rosas lanzó sobre la República
Oriental un ejército de 6.000 hombres al mando del general
Pascual Echagüe. Rivera tomó la ofensiva y avanzó contra el enemigo
chocando en los campos de Cagancha, derrotándolo el 29 de
diciembre de 1839.
En diciembre de 1842 se encontraron en Arroyo Grande, provincia
de Entre Ríos, los ejércitos de Rivera y Oribe, el de éste
último formado por 10.000 soldados. Oribe derrotó completamente
a Rivera el que perdió su parque, carretas, armas y hombres. Ochocientos
prisioneros tomados por el vencedor, fueron criminalmente
degollados.
Desmembrado el ejército oriental, dispersos y desmoralizados
sus hombres quedó toda la campaña a la merced de Oribe.
Los soldados de Rivera luego de la acción de Arroyo Grande se
hallaban en su mayoría sucios y miserables, pasaban los días agrupados
en los fogones pensando sólo en aquel desastre. Las rivalidades
internas entre orientales y argentinos exilados en Montevideo,
franceses e italianos; la posición de los pusilámines, la gravitación
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negativa de las nulidades, de los venales, de los traidores; las características
que adquirió el poder del ejército, el proceso por el cual
Montevideo fue quedando fuera del dominio de Rivera por su actuación
en campaña, agudizó aun más el estado depresivo de la
población.
Oribe cruzó el río Uruguaya la altura del Salto y al frente de
12.000 hombres se dirigió al sur hacia Montevideo.
En la mañana del 16 de febFero de 1843 desde el Cerrito y a la
vista de los aterrados habitantes de la capital, lanzó una salva de
veintiún cañonazos, con ella anunció el comienzo del Sitio.
EL SITIO DE MONTEVIDEO
Organización de la defensa: El general Melchor Pacheco y
Obes narra en sus memorias6 conmovedores días vividos en Montevideo
luego de la derrota de las fuerzas del Gobierno al mando de
Rivera en el combate de Arroyo Grande: «... 10 que se había salvado
del Arroyo Grande se dispersaba al lado del general Rivera; caían
en poder del enemigo los pueblos del Salto y Paysandú ricamente
abastecidos, sus improvisadas guardias cívicas y la mayor parte de
sus caballadas... el vasto departamento de Maldonado traía al ejército
apenas una reunión de 460 hombres, el de San José daba 500, y
en ambos como en la casi totalidad de la campaña quedaban los
libertos en poder de sus antiguos amos7, por eso no se utilizaron para
las defensas de las guardias cívicas de los principales pueblos de la
campaña, por eso ell.o de febrero del 43, las reuniones de esta formaban
en el Pastoreo de Pereyra apenas 4.200 hombres entre los
que figuraban 500 del Entreríos y Santa Fé...». «La capital se preparaba
a sufrir un sitio, y no había ningún género de depósitos. La
línea de fortificación necesitaba las dos terceras partes de sus obras,
no estaba coronada por una sola pieza de artillería, y de estas apenas
poseíamos diez o doce. La guarnición armada en su mayor parte
de fusiles negreros no tenía correajes; el calzado no se conocía en los
cuerpos de líneas que apenas 'habían recibido camisa, calzonsillo y
pantalón de liencillo, camiseta de bayeta y gorra de cuartel. No
había cuarteles sobre la línea, no había hospitales ni servicio de
sanidad. En fin, cinco o seis mil cabezas de ganado de cría representaban
el solo preparativo del sitio que iba a empezar.» «Los cuerpos
urbanos que formaban la mayor parte de la guarnición estaban acos-
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tumbrados a dar todo su servicio por personeros, mostrándose sólo
en las paradas: no conocían ninguna subordinación, y en sus precedentes
se veía que por sólo haber dispuesto el gobierno en el año 39
la marcha de 200 hombres se habían sublevado los Voluntarios de la
Libertad, y guardias nacionales de infantería. Una gran parte de
aquellos cuerpos era afecta al partido Blanco,hacía farsa de su organización,
despreciaba al Gobierno; y de cierto que no habría creído
jamás que había de rendir servicios de soldado en la defensa.»
El gran elemento de poder del enemigo era el prestigio que
había logrado con sus victorias. El primer triunfo que quebró ese
prestigio se obtuvo en el Cerro el 11 de marzo con soldados del
gobierno a las órdenes del general Pacheco y abes. Cuatro grandes
combates han tenido lugar durante el sitio: tres en el Cerro, el 1.0 de
junio de 1843, el 26 de febrero y 28 de marzo de 1844 y uno en el
Pantanoso el 24 de abril de 1845.
En aquella época de miseria y abandono, los soldados inutilizado
en defensa del país recorrían las calles para pedir «pan por
amor de Dios». Finalmente el Ministerio de la guerra comprendió
que la defensa de Montevideo era preciso buscarla aún más que en
las bayonetas en la voluntad del pueblo, que si dejaba a su parte
pobre abandonada a sí misma la miseria más espantosa se abatiría
sobre ella y el grito del hambre resonaría por las calles y quebraría la
energía de los soldados. Por ello fue que se abrió la casa de
Inválidos.
La carta escrita por Melchor Pacheco y abes años más tarde,
desde Río de Janeiro que se supone dirigida a don Andrés Lamas
nos permite notar que el peso de la guerra en la plaza de Montevideo
no recayó precisamente sobre la economía de las clases pudientes:
«Veinte y dos meses he permanecido puede decirse al frente de la
defensa exigiendo para sostenerla sacrificios de todo género, acallando
por una especie de fascinación casi inexplicable, los sentimientos
del egoísmo que parecen predominar en nuestra época;
nadie da gustoso su oro, pocos prescinden placenteros de sus goces y
comodidades, y sin embargo se había conseguido que el sacrificio de
ambas cosas pareciese la obligación natural e indispensable; pero
una reacción aparece, la autoridad misma condena mis exigencias, y
el interés individual es animado e incitado a exaltar sus resentimientos:
el guardar y guardarse es calificado de una virtud o de un derecho,
y tanto más aparezco odioso a los que daban cuanto que los que
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me suceden marchan sin gravarlos. Las pasiones son ciegas y el interés
individual la más ciega de todas: asi no ha visto ni verá que eso
es el resultado de los sacrificios antes exigidos.»
Pacheco y übes cree que aun subsiste en el ambiente de la
plaza sitiada un núcleo que sobrepone las conveniencias privadas al
interés público, por eso -expresa- «mi sola presencia en esa sería
para el gobierno un grito de alarma, y para alejarme trabajaría con
alma y vida»8.
Grande era el número de los pobres necesitados de asistencia y se
vió aumentado por 8.000 personas refugiadas de la campaña; sin
recursos, sin relaciones y que al entrar en la ciudad no sabían con
que vivirían mañana. Un sistema de socorro que todo lo abrazaba
fue luego organizado. Las familias recibían víveres, vestido, cama,
asistencia médica, las gentes acomodadas les daban trabajos que
podían ejecutar.
Los agricultores de la campaña, los pastores de ganado de los
departamentos cercanos a la capital, o de los alrededores de las ciudades
del interior del país, forzados a dejar sus lares, eran en su
mayoría de origen canario.
Casi todos los varones fueron conscriptos por Oribe, sus mujeres
e hijos quedaron abandonados. Sin la protección del jefe de familia
estos cruzaron los campos en marchas de semanas, azotados por
el frío y las lluvias, huyendo de las partidas de soldados, para dirigirse
a las fronteras de Brasil o a Montevideo.
El cuadro del ejército se llenaba con gran número de batallones,
ninguno de los cuales se presentaba completo y entre los cuales
había una desproporción de fuerzas notable. Los combates, las
•enfermedades y deserción habían pesado sobre todos.
Se creó un batallón de artillería de plaza. En el servicio de
defensa se introdujeron mejoras. Dos nuevas baterías cubrieron el
frente. Al final el ejército se había identificado con la situación y primaba
el pensamiento de salvar la guerra y la República.
El general don Tomás de Iriarte distinguido militar argentino al
servicio de la Defensa, en una comunicación al Jefe General de
Armas José María Paz, da cuenta de las dificultades permanentes
que sufrían los soldados: «Se ha observado que el pan es chico, y
muy escasa la leña, extrañan mucho el tabaco los europeos, este
artículo y la yerba los hijos del país, y todos el jabón, pero-habiéndoles
hecho entender que todo el ejército está en el mismo caso, se han
resignado por privaciones tan substanciales...»9.
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La actuación de los canarios en la guerra grande 281
El mismo general Iriarte queda alarmado al ver 'la lentitud de
las obras de defensa. El año 1843 fue el más triste para los sitiados,
una bala de cañón disparada por los enemigos dejó diecisiete bajas
en el cuartel del 5.° de Cazadores, otras varias hicieron estragos y
dieron muerte en distintos puntos de la ciudad, esto ocurrió el 11 de
febrero, al día siguiente la escuadra bloqueadora dirigió sus fuegos
contra la ciudad y las balas en número de treinta y tantas se cruzaban
en todas direcciones. Las opiniones estaban divididas sobre si
los enemigos atacarían o no, dudas que se prolongaron por
meses y años.
La campaña se fue despoblando. En agosto de 1843 prohibió
Oribe la marcación del ganado y toda especie de faenas en las estancias
de la República, con ello se buscaba la apropiación indebida de
las haciendas. En octubre del mismo año se impidió a los escribanos,
jueces y procuradores, intervenir en los contratos de compraventa
de bienes pertenecientes a los «prófugos de Montevideo». Un
tercer decreto completó la obra de la confiscación: «Los bienes de
los salvajes unitarios embargados en todo el territorio de la República
son propiedad del Estado.»
Al mismo tiempo el gobierno de la Defensa adoptaba represalias
contra las personas, «Los que auxilien al enemigo (decía el
decreto del gobierno a principios de febrero 1843) remitiéndole o
conduciéndole cualquier artículo de guerra o cosa que pueda serle de
utilidad, serán pasados por las armas sin más juicio que la simple
comprobación del hecho.» «Todo el que tuviere relación de cualquier
clase con el ejército de Rosas o con los traidores que a su nombre
han alzado el estandarte de rebelión, será entregado a una
Comisión militar para su juzgamiento y condena.»
En el campo sitiador ocurrían frecuentes matanzas de prisioneros.
El plantel argentino del ejército de Oribe, compuesto de tres mil
hombres era el mismo que había recorrido las provincias insurreccionadas
contra Rosas desde 1839 hasta 1842, con un programa de
exterminio que fue cumplido sin escrúpulos, hasta matar y arruinar a
todos los que no se doblegaban al dictador. Con tales soldados era
imposible que no hubiera sacrificio de prisioneros. Los ministros
plenipotenciarios de Inglaterra y Francia en el Río de la Plata, señores
Mandeville y conde De Lurde, se dirigieron a Rosas para expresarle
que habían recibido comunicaciones de los comandantes de las
fuerzas navales de Montevideo denunciando actos de inaudita cruel-
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282 L. A. Musso Ambrosi
dad sobre los prisioneros extranjeros antes de matarlos, entre ellos
muchos de procedencia canarias.
LAs LEGIONES EXTRANJERAS
Al ocurrir la invasión de Ech~güe, el gobierno ordenó el enrolamiento
general a todos los orientales llamados a prestar servicio en
la milicia activa y pasiva. En los edictos se advertía a los españoles
que en caso de omisión serían destinados a la tropa de línea.
Por ser considerados orientales, los españoles no formaron
grupo, se asignaron en distintas divisiones del ejército e inclusive los
hubo en las legiones extranjeras. De estos españoles, repasando los
documentos comprobamos que gran número procedían de Canarias.
No sumamos, como es lógico, el enorme contingente de orientales
descendientes de ellos que participó en la lucha.
A raíz de la declaración del bloqueo del puerto de Montevideo,
en marzo de 1843 «Le Patriote Fran<;ais» invitó a los residentes
franceses a reunirse militarmente. El 6 de abril de 1843 empezó a
organizarse la Legión Italiana bajo la dirección del coronel Garibaldi.
La Legión Francesa, contó desde la primera semana con un
millar de soldados y su número alcanzó a triplicarse. En mayo de
1843 se componía a 2.094 hombres. La Legión Italiana, menos
numerosa, congregó desde los primeros días 500 combatientes. Los
españoles carecían de Cónsul, y de acuerdo con lo dispuesto por el
Gobierno fueron convocados a la par de los nacionales, sin exceptuar
a los mismos que habían llegado al país al amparo como hemos
visto de un tratamiento especial. había pocos ingleses en la plaza,
pero con ellos el capitán Samuel Benstead formó un conjunto de
voluntarios bajo el lema «Gloria o Muerte».
Mientras tanto en el ejército de Oribe, según una nota aparecida
en el diario «El Constitucional» de mediados de 1845, sólo
había 200 orientales, el grueso de las fuerzas estaba formado por
cinco batallones de argentinos.
En el ejército de operaciones al mando del general Rivera
aumentaba el gran número de familias emigradas que le seguían en
más de trescientas carretas, había entre ellas infinidad de jóvenes
que se trataba de organizar en cuerpo. Con el nombre de «QUAYAQUIES
» se organizaron compañías de niños de 10 a 12 años de
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La actuación de los canarios en la guerra grande 283
edad, en número de doscientos y tantos que se formaban a la vida de
campamento militar.
Por decreto de mayo de 1843 se estableció una patente semanal
a cargo de las casas comerciales extranjeras invocando que mientras
ellas permanecían abiertas durante las horas de servicio militar, las
de los comerciantes nacionales quedaban clausuradas. Como los
españoles eran considerados orientales para el caso de la guerra, sus
casas igualmente debían cerrar.
El gobierno pidió a la Asamblea autorización para comprar
varias leguas de campo y algunos millares de cabeza de ganado con
destino a los legionarios franceses e italianos, cuya actitud al incorporarse
a la guarnición encomiaba en el Mensaje. Por ley de mediados
de mayo de 1843 quedó autorizado el Poder Ejecutivo para
comprar 20 leguas y 50.000 animales vacunos con destino a los
legionarios10 • Prosiguiendo con ese mismo plan de estímulo presentó
el Gobierno otro proyecto, que no alcanzó a convertirse en ley, otorgaba
a los españoles incorporados el ejército un premio de 20 cuadras
cuadradas y 20 animales vacunos, y a los argentinos que
formaban una legión numerosa, los mismos premios que habrían de
acordarse a los nacionales.
Al respecto de colonos y enrolamientos existen documentos
probatorios de arreglos realizados en los años 1843-1844, siendo
Ministro de la Guerra el coronel Melchor Pacheco y Obeso Colonos
canarios y de otros puntos de España eran traídos a estos suelos por
contratistas que abonaban los gastos del viaje a los capitanes en el
momento del desembarco. El costo de los pasajes les sería restituido
más tarde con fuertes intereses trabajando durante años para saldar·
la deuda. Impedido de cumplirse lo estipulado debido a la guerra,
quedaban los pasajeros a merced de los capitanes quienes los prohibían
abandonar los buques. Ante este impedimento terminaban por
ofrecer al Ministerio su enrolamiento y de esta manera ingresaron,
no pocos, al servicio de las armas en los cuadros militares de
la Defensa.
LA VIDA DURANTE EL SITIO
Después del asentamiento de las fuerzas invasoras en el Cerrito
a muy escasa distancia de Montevideo, la vida de la ciudad cambió
radicalmente. De la prosperidad pasó en pocas semanas a las penu-
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284 L. A. Musso Ambrosi
rias, a la incertidumbre. El nerviosismo de los habitantes, la falta de
trabajo eran visibles. Había, sin embargo un número de familias que
no disminuyeron su lujo y ostentación eran las únicas que asistían a
los muchos bailes que no habían cesado de darse desde el carnaval.
El contraste era manifiesto.
Partidas de bandidos de cincuenta y más hombres aparecieron
por los pequeños puertos y ensenadas de la costa cometiendo hurtos
y violencias. Los parajes ya no ofrecían seguridad y hacían peligrar
la conducción de ganado por las lanchas de cabotaje que los traían
de la campaña burlando las fuerzas atacantes para alimentar la
plaza sitiada.
Los precios subieron un 66%. El gobierno se vio forzado a promulgar
decretos para levantar noticia de todos los víveres disponibles
en los almacenes de abastecimiento de la capital, imponiendo
por la ocultación la pérdida de efectos y otras sanciones
mayores.
En esos mismos días era tan notoria la afligente situación de la
ciudad, estaban tan agotados los recursos del Gobierno, que parecía
imposible continuar la defensa; ayudó a salvar la situación la esperanza
de una pronta y feliz terminación con ayuda de la intervención
extranjera. Se oía el fuego incesante de fusilería y disparos de cañón
enemigo, de lo cual los situados sacaban cierto provecho por los
innumerables proyectiles que les enviaban del otro campo, ya que
los recogían, pues por la falta de numerario hacía mucho tiempo que
no se fundía una sola bala de cañón. Adultos y niños buscaban las
balas que entre los escombros, caían a diario.
Las perspectivas eran trágicas. Fueron épocas sin descanso, de
sobresaltos contínuos, de sueños turbados por escenas de sangre y
de muerte; época, también, de ayuda fraternal, de compartir dolores,
donde el enemigo tan cercano realizaba día y noche constante
hostigamiento.
Se luchaba en extramuros; partidas avanzadas tenían encuentros
con los defensores de la Aguada, al pie de las murallas, en el
Paso del Molino a pocos kilómetros de la ciudad, en el Cordón a
200 metros de la línea de defensa. A pesar de ello los quinteros
canarios del ejido, en los primeros tiempos, cosechaban legumbres y
frutas y en lo plantíos de propios algo de trigo y cereales para paliar
el hambre. Luego el enemigo destruyó las plantaciones e impidió la
pesca de costa que también estaba en manos canarias. Diariamente
las esposas de los combatientes de la Defensa acompañaban con sus
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La actuación de los canarios en la guerra grande 285
hijos hasta los portones de la línea a los soldados que iban a luchar y
allí los esperaban rezando por sus vidas durante largas horas. Al
regreso eran gritos y abrazos de alegría o lamentos angustiosos de
los familiares de aquellos que habían sucumbido en la lucha.
Las viudas con sus hijos quedaban desamparadas y solas
debían afrontar una desesperada vida de miseria. Algunas eran recogidas
por familias amigas, otras recurrían a la caridad callejera; por
toda la ciudad se veían mujeres y niños desvalidos pidiendo limosna.
Tan lastimoso estado debió ser sustentado en parte por las autoridades,
gastos que se sumaron a los del ejército.
Don Francisco Aguilar de nación canaria y Juan María Pérez
de origen gallego, cobijaron en sus casas a muchísimos canarios que
llegaron a pedir socorro.
Del campo enemigo, donde fueron sorprendidos por las rápidas
marchas militares y la toma sopresiva de los pueblos, huyeron mujeres
y niños en procura de protegerse en Montevideo".
El estado de la campaña era lamentable y a la medida que la iba
dominando el invasor se agravaba la situación. Poco antes del levantamiento
del sitio «El Comercio del Plata» señalaba el cuadro de
desolación: «Al producirse la invasión de Oribe valían nuestros
campos de pastoreo de tres a cuatro mil pesos la legua; la campaña
estaba cubierta de poblaciones y de ganados mansos; no transcurría
un día sin que se fundara un nuevo establecimiento pastoril; las lanas
mejoraban notablemente por efecto de la propagación de los merinos,
y el progreso de los procedimientos de explotación.
...A uno y otro lado de los caminos de acceso a la capital las
chacras ocupaban un radio de diez leguas y otro más considerable
de veinticinco leguas en el trayecto de Montevideo a Maldonado y
Minas. Las tierras eran fraccionadas en esos puntos, y ya se vislumbraba
como muy próxima... la transformación del Uruguay en un
país exportador de productos agrícolas. En cuanto a edificación,
baste saber que las caleras de Minas y de la costa del Uruguay, aunque
estaban todas en plena actividad, apenas daban abasto a las
demandas de Montevideo y de los pueblos de campaña, tal era el
progreso de la población. Pues bien (concluía el articulista) todo
quedó detenido con la invasión de Oribe y la campaña hoyes un
desierto, por el que sólo vagan manadas de perros cimarrones». En
la campaña la obra era de saqueo de las estancias y en la capital reinaba
la plena y absoluta paralización de las construcciones y
sus anexos.
© Del documento, de los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2009
286 L. A. Musso Ambrosi
La plantación de cereales tarea exclusiva de los canarios, pues
ellos fueron los primeros en realizarla había cesado.
La ciudad de Maldonado fue abandonada por el terror que inspiraban
las partidas de Oribe que se acercaban. La posición de
Punta del Este se atrincheró por tropas inglesas y marinos franceses.
Los civiles en número de cuatrocientos se refugiaron en la Isla de
Gorrití y debieron ser transportados a la capital porque allí no tenían
albergue ni medio de construirlos. Mientras tanto la defensa de
Montevideo sólo contaba con novecientos hombres para cubrir un
frente de más de tres mil metros, las guardias avanzadas y las volantes.
El número de caballos no pasaba de 30. Los artilleros eran
noveles y sin instrucción. Los pocos plantíos cercanos a la ciudad,
que se pudieron mantener eran constantemente recorridos por ladrones
de uno y otro bando que se llevaban los frutos. En 1846 las
papas sufrieron una enfermedad que desbarató la cosecha. Ese año .
las harinas por especulaciones aumentó de precio. Mientras tanto
los vecinos vieron entregar a las llamas sus edificios y quintas del
lado enemigo de la línea.
Las mujeres a cargo de los hospitales socorrían a los enfermos y
víctimas de la guerra; los hombres de todas las edades defendían con
sus vidas la ciudad sitiada; los niños se habían educado formando su
carácter entre las emociones de la refriega y los dolores de la lucha,
también prestaban ayuda. A veces cuando el estampido del cañón
retumbaba anunciando a la ciudad que una guerrilla se había trabado
próximo a las fortificaciones se veía a los muchachos abandonar
los libros y la escuela para dirigirse a proveer de cartuchos a los
combatientes o arrastrar los heridos y muertos fuera del campo
de acción.
En 1846 la guerra estaba en todo su apogeo. Cuatro años ya
iban transcurridos y ni Oribe había conseguido entrar en la ciudad,
ni sus defensores a pesar de todas sus fuerzas, obligar a los sitiadores a
levantar el asedio.
Luego de tanto tiempo de lucha la gente se amoldó a la situación
volviendo de nuevo a la vida acostumbraa, sin que fuese ya el
pensamiento de toda hora la guerra, como ocurrió en los
primeros tiempos.
La ciudad, en su acepción verdadera y centro importante, era lo
que en nuestros días se llama Ciudad Vieja. Las calles de la nueva
ciudad se habían delineado en 1843 siendo su verdadero perímetro
al sur la calle Isla de Flores, al este la de los Médanos por una parte
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La actuación de los canarios en la guerra grande 287
y por la otra la quinta Massini, y al norte desde la quinta de las
Albahacas hasta la calle Orillas del Plata. El despoblado más completo
se extendía en todas las direcciones.
El estilo arquitectónico predominante en la época de la defensa
se destacaba por casas de material de un piso, amplio zaguán de
entrada, puerta de calle de madera, patios abiertos, ventanas protegidas
por rejas de fleje formando dibujos o de barrotes
redondos12•
Como detalle típico la amplia azotea guarnecida por baranda
metálica o de balaustres, ostentando en el medio el clásico mirador
blanco y cuadrangular. La sociedad montevideana se daba cita en
las horas de la tarde para aspirar aire fresco y puro del río o contemplar
con anteojos los detalles, muchas veces trágicos de las guerrillas
trabados en las líneas. En efecto los habitantes de la ciudad sitiada
tras largo tiempo de combates, de sufrimientos, educados en medio
de las emociones intensas de la guerra, en 1846, habían entrado ya
en esa faz por la cual podría decirse que volverían a su vida normal,
a su vida de antes, sin que por eso hubiera desaparecido de su ánimo
ni siquiera ha menguado un sólo instante, las penalidades del
momento, el temor y la incertidumbre del futuro.
Ya la entrada de los heridos a la ciudad, la vista de los inválidos
de la guerra que populaban por las calles, las escenas tocantes y
conmovedoras de las guerrillas de la línea, el espectáculo diario de
familias enteras que quedaban en la orfandad y en el desamparo más
completo, a fuerza de la repetición, no impresionaba con el mismo
vigor, en la misma proporción que en los primeros tiempos del
sitio.
¿Qué familia de Montevideo, no había perdido uno de sus
miembros muertos por el plomo del enemigo? Podría decirse que no
hubo una sola persona que no vistiera de negro en aquél terrible
período de la defensa. Sin embargo la guerra parecía no tener fin, los
meses y los años se sucedían unos tras otros, y siempre, la tregua, la
paz se veía como un imposible, como un ideal que jamás
pudiera realizarse.
Un viajero ansioso por conocer el espectáculo que ofrecía la
ciudad sitiada, cuenta en sus recuerdos, que cierto día, allá en enero
de 1846, desde lo alto de un mirador contemplaba la escena de una
guerrilla. En las líneas, las balas menudeaban de uno y otro lado, el
estampido de los cañones en cortos intervalos, retumbaba en el
espacio, abriendo sus proyectiles inmensos claros en las filas ... «a
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288 L. A. Musso Ambrosi
mi lado», dice, «en la azotea vecina una señorita lee, mientras la
brisa de la tarde agita graciosamente su vestido de luto; sin
embargo», añade, «ni una sola vez vi levantar su cabeza para mirar
en derredor y enterarse de lo que pasaba a su frente» 13 •
La plaza Matriz y la calle Sarandí eran entonces los lugares
predilectos de la sociedad para los paseos y reuniones al aire libre.
En las crónicas de la época se mencionan los éxitos de esas reuniones,
en que las familias de la ciudad sitiada, se daban cita en la plaza
mayor para oír una banda de música de alguno de los cuerpos de las
fuerzas extranjeras, pertenecientes a los buques franceses o ingleses
que constantemente había en el puerto.
De tarde, el Mercado de la antigua ciudadela, hoy Plaza Independencia,
era el punto de concurrencia. Allí a la puesta del sol
siempre se encontraban señoras y señoritas de la principal sociedad,
elegantemente vestidas, formando corrillos para conversar de las
novedades del día, de los sucesos de las armas, de las probabilidades
de paz.
Fue peor la situación de la familias de la campaña que siguieron
al ejército de Rivera al otro lado del río Yí en 1845. De acuerdo con
el padrón levantado por el padre Vidal estaban reunidos en aquel
lugar diez mil almas.
Toda esa población emigró al Brasil como consecuencia de la
destrucción por el enemigo de los batallones a cargo del general
Rivera en la batalla de India Muerta. Sufrieron tantas penalidades
que el Gobierno de la Defensa pidió en 1845 autorización para
enviarles recursos. Otra emigración dolorosa ocurrió en el litoral a
raíz de los desastres sufridos por Rivera en Paysandú y Mercedes en
1847. Las familias que habían buscado la protección de su ejército
se dispersaron por la costa, otras fueron embarcadas para la isla de
Martín García donde la miseria era espantosa. Ese año de 1847 llegaron
a la plaza numerosas mujeres, unas por tierra, otras por la
bahía provenientes del campo enemigo a proveerse de alimentos y
mercaderías. En un día decía «El Constitucional», hasta cincuenta
señoras habían cruzado las fortificaciones con ese objeto. La policía
canceló los permisos concedidos a las familias del campo sitiador,
pero las visitas continuaron.
A pesar de todas las penurias, la colonia española se mantuvo
con ánimo, tanto que a principios de 1847 festejó el matrimonio de
la reina de España con un banquete de trescientos cubiertos y un
baile de ochocientas personas.
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La actuación de los canarios en la guerra grande 289
LA ENSEÑANZA DURANTE EL SITIO
La instrucción primaria: Desde los primeros meses del Sitio se
ocuparon el Gobierno y las Comisiones populares encargadas de
atender las familias procedentes de la campaña, de asegurar una
banca escolar a los niños que llegaban en completo desamparo. El
Ministro de la Guerra instaló con ese objeto una «Escuela para
niños emigrados». La escuela llegó a tener 149 alumnos en abril de
1844,252 en mayo y 368 en agosto. Siguió creciendo hasta sobrepasar
los 500 niños.
Existían en Montevideo, antes del Sitio 32 escuelas primarias,
de las cuales 22 eran públicas. En ellas recibían enseñanza 1.000
varones y 400 niñas. Estas escuelas siguieron funcionando.
La Universidad: Antes de la creación efectiva de la Universidad
se dictaban cursos preparatorios de latín, matemática y filosofía
y los superiores de jurisprudencia y teología. La primera colación de
grados pudo realizarse por eso a mediados de 1850, un año después
de instalada la Universidad.
LA HIGIENE PÚBLICA
La alimentación de las clases pobres: Las clases menesterosas,
las formadas por refugiados y los cuerpos de la guarnición se mantenían
de menestras, carnes saladas o pescado fresco. Hízose desde
entonces muy común el uso del bagre que abundaba en nuestra costa
y que era recogido por pescadores canarios. El caldo de este pez
suplió muchas veces en los hospitales la falta absoluta del puchero.
En el Mercado se llegó a expender carne de caballo por vaca, burlando
la buena fue de los consumidores. En la tropa sucedían cosas
peores; no se perdonaba gato viviente que pudiera cazarse para destinarlo
a las viandas. También empezó a comerse la carne de perro,
nociva a la salud, causaba enfermedades leves pero molestas.
Estado sanitario de la ciudad: A mediados de 1842 la Junta de
Higiene Pública hizo analizar las aguas de los manantiales de la
Aguada y de su estudio resultó que muchas de las fuentes utilizadas
para el consumo de la población contenían sales calizas en fuerte
cantidad y que a eIias debía atribuirse las afecciones gastrointestinales
que diezmaban las clases pobres. Los saladeros situados
en las márgenes el arroyo Miguelete infectaban sus aguas y des-
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290 L. A. Musso Ambrosi
truían las arboledas y sementeras de los alrededores. La ciudad
poseía muy pocos aljibes, las casas no tenían pozos negros, las
inmundicias eran arrojadas a la calle o trasladadas en depósitos al
mar. Dentro de éste régimen de atraso y abandono no podía brillar
por su higiene el Hospital de Caridad. En 1841 la prensa denunciaba
que en las salas generales eran limpiados los lechos cuando los
enfermos se iban con alta o los llevaban al cementerio.
Epidemias: Entre 1838 y 1839 aparece la gastritis en todos los
cuerpos del ejército (atacó con virulencia en el Batallón de Infantería
N.o 6); en 1841-1843 la disentería. En 1846 la ciudad recibió la
escarlatina y se llenaron los hospitales dando bastante cuidado a los
facultativos por lo reducido e incómodo de los lugares donde instalaban
los enfermos. Existieron también muchos casos de escorbuto.
Los hospitales: En los primeros días el Hospital de Caridad
debió hacer frente a las circunstancias de la guerra con inevitables
inconvenientes. Pocas semanas después el general Paz solicitó a
doña Bemardina Fragoso de Rivera, esposa del Presidente de la
República, que tomara la iniciativa para la fundación de un hospital
de sangre, de este pedido resultó la Sociedad Filantrópica de
Damas Orientales que sostuvo con ayuda de donaciones, suscripciones
y bazares durante acerca de cuatro años, su hospital el de más
fuerte movimiento de la plaza. Al finalizar el año 1846 había atendido
800 heridos de los cuales 600 habían salido curados.
Existieron otros hospitales de sangre: el de la Barraca de
Pereira; el de la Legión Francesa; el de la legión Italiana; en estos
dos últimos también se atendieron heridos de otras nacionalidades.
Son precisamente los libros de Hospitales, en particular en los
del Hospital de Caridad, que pueden revelar el gran número de
canarios heridos o muertos en defensa de la plaza.
FINALIZA EL CONFLICTO
No obstante los largos años de guerra, de las bajas provocadas
por la misma, de la emigración de muchas familias de Montevideo,
en los primeros años del Sitio, al finalizar el año 1850, luego de
ocho de asedio, la población había aumentado. Entre los nuevos edificios
figuraban un teatro y un templo protestante. El movimiento
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La actuación de los canarios en la guerra grande 291
demográfico durante esos años arrojaba tres mil nacimientos y mil
matrimonios. En las riberas habían sido construidos cuatro muelles
de hierro. La población tenía sesenta quintas para el cultivo de hortalizas,
fincas que no existían en los comienzos del asedio y que e
habían ido organizando en terrenos ganados a las avanzadas del enemigo.
Estaban en plena actividad seis canteras, dos hornos de ladrillo,
aserradores, fábricas de fideos, etc. y una biblioteca pública con
cinco mil volúmenes.
El terror en las poblaciones de la campaña donde dominaba
Oribe había hecho que los habitantes se inclinaran por la causa
defendida en Montevideo. Las grandes defecciones sufridas por
Oribe en sus tropas, cuyas filas abandonaban jefes y oficiales de
reputación, grupos y hasta escuadrones enteros para plegarse a las
contrarias, le dejaron reducido a crítica situación. El 3 de abril de
1851 el general Justo José de Urquiza, luego de casi veinte años de
hallarse al servicio del tirano Rosas, se alzó contra éste declarándole
la guerra. El 19 de julio cruzó con sus fuerzas el río Uruguay. Cercado
el Cerrito por Urquiza, Oribe debió capitular. Urquiza de
acuerdo con el Gobieno de Montevideo celebró con el enemigo un
Tratado de paz que puso fin a la guerra.
De todas las vicisitudes pasadas, los canarios fueron principales
protagonistas por formar la mayoría de la población. Actuaron
como soldados en ambos campos; les destruyeron sus fuentes de trabajo:
dehesas, huertas y plantíos; les impidieron la pesca atacándole
sus embarcaciones; vieron sus hijos tomar las armas, en campaña
como «guayaquíes» de 1Oy 12 años haciéndose a la vida del cuartel
sin gozar de la niñez, sin el provecho de la escuela de primeras
letras; en Montevideo de tambores en los batallones, tal Antonio
González de 14 años en el de Extramuros, donde el peligro fue
mayor, cayendo enfermo de gastritis el 3 de setiembre de 1844 y su
hermano Marcelino, de 15 años, clarín del piquete de Caballería del
Cerro, reclutados a la fuerza como lo ordenaba la ley de guerra.
Muy mayores también, hombres desde 58 a más años, Felipe González,
Nicolás Delgado, José Betancur, etc.
En los libros de Hospitales, listas de revistas y otros documentos,
a partir del año 1841 los canarios son consignados como españoles,
por eso es difícil establecer específicamente el origen y su
número es, seguramente muy superior al registrado. Los canarios
formaron en las legiones Italiana, Francesa y Cazadores Vascos.
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Sin embargo no recibieron premios como ocurrió con otros
grupos.
Terminada la lucha volvieron a los campos, encontraron viviendas
arrasadas, árboles derribados, la tierra desolada; pero con
ánimo, alentados por la esperanza de mejor futuro resurgieron fortaleciendo
al país con su trabajo. Dentro de los muros de Montevideo
mantuvieron los ideales de libertad y los trascendentales principios
de justicia haciéndose dignos merecedores del reconocimiento
nacional.
NOTAS
1. Oddone, Juan Antonio. La emigración europea al Río de la Plata, motivaciones
y proceso de incorporación. Montevideo, 1946, p. 77-78.
2. Creus, Carlos. Despachos e informes (Conflicto platense) 1846-1847. En:
Boletín Histórico. Estado Mayor. Montevideo, 1957, N.O 71-72, p. 102-108.
3. Véase Ellauri, José. Correspondencia diplomática... 1839-1844. Montevideo,
Barreiro y Ramos, 1919, p. 155-156; 157-158; 325; 398-399.
4. El subrayado es nuestro.
5. El hecho se comprueba en los libros de Policía de Montevideo cuyo rubro es
el «Presentados», N.O 976. (Años 1845-1851) Archivo General de la Nación.
6. Pacheco y abes, Melchor. Memoria... sobre su actuación en la época de la
Defensa de Montevideo, durante losaños 1843-1846. Montevideo, Museo Histórico,
1979, p. 73 y siguientes.
7. En la capital el Gobierno declaró la libertad de los esclavos el 12 de diciembre
de 1842 para llevarlos a las armas de la Defensa. El artículo 2.o de la ley respectiva
expresa: «El Gobierno destinará los varones útiles que han sido esclavos,
colonos o pupilos, cualquiera que sea su denominación, al servicio de las armas por el
tiempo que crea necesario.»
8. Pacheco y abes. Obra citada, p. 24-25.
9. Iriarte, Tomás de. Memorias... Vols. 8 a 12 (1842-1847).
10. Véase: Alonso Criado, Matías. Colección Legislativa de la República
Oriental del Uruguay, Montevideo, 1876. Tomo 1, p. 460-461.
11. Canarios de la campaña refugiados en Montevideo. Lista nominal de personas,
en su mayoría mujeres casadas que huyendo del campo sitiador cruzaban las
líneas de defensa para refugiarse en Montevideo. Datos correspondientes al período
17 de marzo a 19 de octubre 1847. Información obtenida en el Libro 976 de la Policía
de Montevideo. Registro por orden de llegada.
Nombre Edad Estado Pasó a domlclllarse en:
Josefa de Noda 63 años casada Casa de la familia Beltrán
Aranacia Lernez 33 años casada Casa de la familia Beltrán
Jacinta Bentancur 40 años casada Casa del Coronel Pozzolo
María J. Bravo 28 años casada Casa de la familia Beltrán
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La actuación de los canarios en la guerra grande 293
María Córdoba 33 años casada Casa de Marcial Córdoba
Josefa Tejera 22 años casada Casa de Marcial Córdoba
María Hernández 48 años casada Casa de la familia Salvador Ortiz
Jimena Hernández 33 años casada Casa de la familia Salvador Ortiz
María Placeres 38 años casada Casa de Juan María Pérez
María Martinez 36 años viuda Casa de María Ramírez
María Josefa Pérez 50 años casada Casa de Simona Jara
Antonia Carriona 50 años viuda Casa de la familia de Vicente Vázquez
Luisa de Barrios 40 años casada Casa de la familia de José Noguera
Bernarda Barreto 40 años casada Casa de la familia de José Noguera
Ciriaca Cabrera 24 años casada Casa de la familia de Tomás Alvarez
María Rodríguez 30 años casada Casa de la familia de Tomás Alvarez
María Pérez 50 años casada Casa de la familia de Felipe Charíno
María García
y un hijo 52 años casada Casa de la familia de Basilio Reyes
Rafaela de Arma 40 años casada Casa de la familia de Antonio Silva
Juana Brito 44 años casada Casa de la familia de Antonio Silva
Rafaela A1ayón
con la hija de
Manuela Alvarez 36 años casada Casa de la familia de Bernardo Borges
Juana Cabrera 50 años casada Casa de la familia de Vicente Vázquez
Tomasa Umpiérrez 22 años casada Casa de la familia de Juan Vera
Barbarita González 20 años casada . Casa de la familia de Juan Vera
Vicenta Pérez
con una hija 27 años casada Casa de la calle Piedras 123
Rosalía Bravo 38 años casada Casa de la familia de Cristóbal Baliñas
Rafaela Acosta
y dos niñas 33 años casada Casa de la familia de Antonio Cardoso
María Rijo 60 años casada En el Mercado Chico
Ana de J. A1varez 60 años casada Calle Pérez Castellanos 66
María Barreto 60 años casada Calle Ituzaingó, casa de Batista
Josefa Soca 30 años casada Calle Ituzaingó, casa de Batista
María González 50 años viuda Calle Ciudadela 130
Rafaela Umpiérrez
con su hija viuda
de Morales
y dos niños 50 años viuda Calle Misiones 72
Anita Martinez 20 años soltera Casa de Andrés de León
Nótese en la precedente nómina la falta de varones, tanto adultos como
jóvenes. Estos eran enrolados en las filas del invasor, de ahí la ausencia de cónyuges e
hijos. Los oficios de estos eran labrador o empleado de comercio en diversas actividades.
En la columna de domicilios pueden leerse los nombres de las familias altruistas
que los amparaban.
La información se tomó como ejemplo de lo ocurrido dentro de un breve
lapso de siete meses, más la llegada de personas solicitando asilo en la plaza se produjo
durante todo el tiempo de la guerra.
12. Existía asimismo excesivo número de casas de madera sumamente antihigiénicas
causando perjuicios a la salud y retrasando el progreso. Por decreto de mayo
de 1841 quedó prohibido levantar construcciones de esa clase. En su mayoría eran
habitadas por emigrantes recién llegados. Véase: Alonso Criado, Obra citada, p.
446.
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294 L. A. Musso Ambrosi
13. Sarmiento, Domingo Faustino. Recuerdos de Montevideo. (Sarmiento llegó
a Montevideo en 1846 de paso hacia Europa).
DOCUMENTOS y ARCHIVOS
Archivo General de la Nación
Fondo del Hospital de Caridad de Montevideo.
Libros 33, 38 Y 39 (Referencia de Archivo: 4.823, 4.828, 4.829. Años
1830 a 1851).
Fondo del Ministerio de la Guerra.
Papeles varios. Cajas 1.336 a 1.342.
Hospitalde Sangre. Papeles varios. Caja 1.343 (1843). Lista nominal detallando
españoles y canarios que prestaban servicio.
Batallón de Matrícula. Lista de los enrolados que forman la Compañía de
Carpinteros de Rivera, con indicación de nacionalidades donde figuran
canarios.
Batallón de Matrícula l. a Compañía (1844). Lista de enrolados con indicación
de nacionalidades donde figuran canarios.
Fondo de Policía de Montevideo.
Libro de entrada de pasajeros N.o 951. 1837-1838. Con indicación de profesión,
estado, edad, origen y punto de residencia en Montevideo. Contiene
3.360 registros.
Libro de presentados N.o 976. 1845-1851. Con indicación de profesión,
estado, edad, origen y punto de residencia en Montevideo. Contiene
11.500 registros.
(Es un registro de movimientos de personas.)
Fondo Archivos Particulares.
Caja 19. Manuel Herrera y übes (Correspondencia con Carlos Creus
1847-1852 y correspondencia con Justo José de Urquiza 1851).
Cajas 20 a 23. Manuel Herrera y übes (Correspondencia 1839-1851).
Cajas 27 a 44. Eugenio Garzón (Correspondencia y otros documentos
1837-1851).
Caja 325. Carpeta 3. (Crónica fragmentaria de la Guerra Grande 18381845.)
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La actuación de los canarios en la guerra grande 295
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