HAMBRE Y EPIDEMIAS ENTRE 1844 y 1852
EN EL NORTE DE GRAN CANARIA
Josefina Domínguez Mujica
Ramón Díaz Hernández
l. A MODO DE INTRODUCCION
En cualquier estudio demográfico el factor mortalidad descuella como
rasgo esencial e imprescindible. El aumento o contracción de esta impor-tante
variable de la dinámica interna de la población influye en las otras
dos -i,Uiiciaii&~ y pUede cofidiciofiar f a v o r a ~ loe desfa-vorablemente
la evolución de todo grupo humano hasta el punto que la
observación de los óbitos mediante una metodología científica ha mono-polizado
durante mucho tiempo la atención de los trabajos de investiga-ción
demográfica y sirvió de modelo para el estudio de los demás
fenómenos'. Por lo tanto, aunque solo fuera por esta motivación, no es
ocioso por nuestra parte el que le hayamos dedicado el presente trabajo.
En las sociedades agrarias tradicionales -mucho antes de que el pro-ceso
de modernización económica y social implantara las consecuencias
de la revolución industrial- predominaba en general un sistema econó-mico
y un régimen demográfico en que la mortalidad registraba unos
comportamientos peculiares. La actividad agraria, que reportaba para
amplias capas de la población únicamente el beneficio de la simple subsis-tencia,
no podía mantenerlas más que a un nivel alimenticio deficiente. La
mortalidad general entonces tendía a crecer considerablemente bien por-que
este nivel mínimo no se podía alcanzar, bien porque una alimentación
crónicamente precaria facilitaba la progresión de algunas enfermedades y,
en general, acentuaba la letalidad*.
Esta consideración encuentra en el período analizado en esta comuni-
L . . . . . L . . . . . . 2: . . .: . . . , . . 1 . . . . J * O * * , n r n caciori por- sus au~or-eusr i par-auigrria qmipiar: los arios ue 1044a IOJ L en
la isla de Gran Canaria y, en particular, en los municipios norteños inves-tigados
(Arucas, Firgas, Teror y Valleseco) evidencian el enumerado
colapso o freno irremediable al crecimiento demográfico de las sociedades
agrarias, con un nivel cultural muy bajo, una ínfima y10 nula asistencia
' PRESSAT, R.: El análisis dernografico, México, 1967, pág. 79.
PE R EZ M0 R EDA, V.: La crisis de morialidaad en la España interior. siglos X VI- XIX.
Madrid, 1980.
sanitaria y, fundamentalmente, con un grado de desarrollo económico y
social de tipo preindustrial. En 1860, la población activa alcanzaba una
proporción del 46,3 por ciento sobre el total de la población de las Cana-rias
Orientales, dentro del cual el sector primario representaba nada
menos que un 72,75 por cien de los activos, compuesto mayoritariamente
por jornaleros3.
Los factores que convulsionan a esta sociedad básicamente rural son
las epidemias de fiebre amarilla en 1847 y el cólera morbo asiático en 185 1,
además de varias anualidades adversas a causa de las malas cosechas y los
consiguientes períodos de hambre de 1844, 1845, 1846 y 1847. Paradojica-mente,
todo ello acontece en un momento en que la coyuntura económica
no era del todo inquietante para el Archipiélago en general.
En efecto, desde los años treinta del pasado siglo la cochinilla ya había
empezado poco a poco a enseñorearse de nuestros predios hasta conver-tirse
en el cultivo esencial del agro local. La acumulación de beneficios
que esta actividad trajo consigo dio lugar a una clase acomodada de
pequeños y medianos agricultores, además de fortalecer las fortunas tra-dicionales.
De otra parte, bien en promiscuidad con las «opuntias», bien
en las zonas altas de los municipios estudiados, prosperaban en los bue-nos
años cultivos de secano a base de papa, millo y cereales que con los
frutales y la ganadería contribuían decididamente en el abastecimiento de
los víveres imprescindibles en cada localidad.
Son años que se inscriben politicamente dentro de la llamada era
isabelina (1843-1868). Económicamente se asiste en todo el país a una
recuperación casi ininterrumpida, permitida por la estabilización de la
monarquía liberal tras la primera guerra carlista y fundamentalmente la
llegada de las inversiones extranjeras a nuestro paísd. La actividad agrí-cola
experimenta una cierta expansión al amparo de las leyes desvincula-doras
y posteriormente por la Desamortización general de Mendizábal y
Madoz que impulsarán la ampliación de las superficies cultivadas. En
suma, se inicia un período de recuperación económica.
En Canarias resurge una burguesía comercial con mentalidad libre-cambista,
que orientará sus empeños hacia la consecución de las franqui-cias
que obtendrá en 1852 con el Decreto de Puertos Francos.
El período elegido por nosotros culmina en 1852 y, por lo tanto,
registra de alguna forma las pugnas que se viven en las islas contra el
centralismo político que aún en 1844 todavía exige el pago de los arance-les
de aduanas de 18415. Diferencias interinsulares que a veces traen
3 NOREÑA SALTO, T.: Canarias: Polírica y Sociedad duranre la resrauración, Las
Palmas, 1977, T. 1. pág. 40.
4 ARTOLA, M.: Ln burguesía revoluc.ionaria, Historia de España-Alfaguara, V. 5.0,
pág. 78.
5 ((Dinámica de la economía canaria contemporánea», por 0. Brito, en Hisroria de
Canarias, T. 111, pág. 40, Madrid, 198 1.
consigo repercusiones gravísimas como por ejemplo el papel de la admi-nistración
en la epidemia de cólera morbo en que Gran Canaria es aban-donada
a su propia suerte, según descripción de Ojeda Quintana6.
Desde el punto de vista demográfico se producen en estos años que-brantamiento~
e stacionales de varios meses de duración o a lo sumo de un
año. Estas crisis demográficas7 caracterizadas por una sobremortalidad se
apoyan fundamentalmente en la carestía de los alimentos de primera
necesidad. Este hecho, por lo demás, se reproducirá reiteradamente en
todo el país durante el siglo XIX y se le conoce con la denominación de
crisis de subsistencia8.
El mecanismo de la crisis y sus secuelas se puede simplificar de la
forma siguiente. En todas aquellas zonas mal comunicadas y con una
cierta autarquía económica, el menor retraso de las lluvias o el adveni-miento
inesperado de plagas como la langosta o de vientos huracanados
es suficiente para colapsar tan vulnerable organización productiva pre-ciendfica.
A reng!5r, s e g~i d c!,u me r ,gx G pérdida de !as cmechas termina
por disparatar el sistema de intercambios y los movimientos estacionales
de los precios llegan a acusar fluctuaciones violedísimas con crestas pree-minentes
y sin parangón con crisis similares precedentes. Las mercancías
que no se producen en los términos municipales y que se tenían que
importar se encarecían por el acarreo y por las recargas consiguientes de
las aduanas interlocales y los fielatos. Ello hacía prácticamente que los
precios se tornasen inalcanzables para las capas populares.
De esta forma, la población padece con cierta frecuencia los sobresal-tos
derivados de las sucesivas ediciones del viejo desequilibrio entre hom-bres
y recursos. La repetición de estos ciclos desventurados, con sus
lógicas ramificaciones demográficas, al margen de su mayor o menor
incidencia, aportan la prueba más contundente de la incapacidad de la
organización social, de los medios de producción y de las fuerzas produc-tivas
de la época para subvenir a sus necesidades más perentorias, al
tiempo que se amasaban cuantiosas fortunas con las exportaciones de la
grana tintórea.
La conexión entre años críticos y malas cosechas que se registraron en
este corto período está fuera de toda duda. En su doble faceta, hambre y
sobremortalidad, la iiioi-iaiidad catastrófica persistió durante todo ei sigio
XIX, cuando ya había sido eliminado o combatido ese infernal binomio
en otras zonas del continente.
En general la mortalidad del período de referencia actúa selectiva-
6 «La actitud de la Administración y el cólera morbo de 1851 en Canarias), por J. .!.
Ojeda Quintana en la Revista del Museo Canario. Las Palmas, 1982, pág. 24.
«Les crises démographiques en France aux XVlI et XVIIl siecles)), Francois Lebrun,
Annales, Mars-avril 1980, 35 Année - N.Q 2, págs. 205-234.
8 Idem, págs. 205-234.
mente. Las clases altas y acomodadas, con mejor dieta alimenticia e
higiene personal y ambiental, ocupando generalmente lujosas y espaciosas
viviendas, con mayores posibilidades de costearse en todo momento hasta
los servicios médicos más exóticos, salían lógicamente mejor parados de
estas crisis.
En cambio, los jornaleros, que constituían la mayoría de la población
según rezan los censos oficiales de 1857 y 1860, estaban obligados a
ofertar su fuerza de trabajo a convenir con los propietarios agrícolas a
cambio de unos salarios que siempre se mantenían por debajo del mínimo
de subsistencia. Eran en consecuencia los más abatidos por las epidemias
y sus nefastas secuelas, una vez que el hambre debilitara sus organismos.
Así lo expresan las mismas partidas de defunción en las que se pone casi
siempre al lado del nombre de los finados una aproximación acerca del
estrato social al que se pertenece. En efecto, cuando el extinto lleva la
indicación de pobre o no testó al lado de su nombre es síntoma de que no
poseía bienes ni pertenencias. En caso contrario, se suele poner no testó
pero que deja bienes.
2. LAS FUENTES UTILIZADAS
Para la elaboración del presente trabajo se acopió exhaustivamente
los fondos documentales de las Parroquias de Arucas, Firgas, Teror y
Valleseco. El recuento de las nupcias, nacimientos y defunciones así como
su atenta catalogación y la consideración de casos excepcionales9 nos ha
permitido abordar por completo la faceta demográfica de la investi-gación.
Por otra parte y en atención al carácter crítico del período bajo exa-men,
se ha creído de interés estudiar los libros de Fábrica de las Parro-quias
así como los libros de sesiones donde están integradas las actas de
las corporaciones municipales correspondientes. Estas últimas han posibi-litado
ver cual fue la actuación de la Administración y de las clases
dirigentes de entonces en relación con los momentos de convulsión
general.
Por Último, los censos oficiales de 1857 y 1860, los padrones de habi-tantes
que se conservan en los Ayuntamientos y la bibliografía consultada
han arrojado suficiente luz como para desvelarnos las verdaderas dimen-siones
económicas, sociales y políticas que acompañaron a las crisis.
El tratamiento de los datos enumerados encierra no obstante una serie
de problemas que en síntesis son:
9 Es de destacar el caso de algunas partidas de difuntos en las cuales se hacen constar
circunstancias excepcionales. Por ejemplo, se suele poner al margen una anotación manus-crita
en donde empiezan y terminan las víctimas del cólera. A veces se añaden noticias
personales de ¡os finados como la profesión, procedencia y enfermedad de que fallecieron.
a) La inexistencia de estadísticas fiables y períodicas sobre los efecti-vos
de población ha obligado realizar interpolaciones y extrapolaciones
para calcular las cifras de población media. Esta dificultad se vio aun más
agravada en el caso de Teror y Valleseco que estuvieron fusionados como
parroquia y municipio único hasta noviembre de 1846 con cabecera en el
primero'0.
b) El dudoso rigor de las inscripciones (casamientos, bautismos y
enterramientos) era un aspecto con el que se contaba al tratarse de un
período preestadístico". Los asentamientos en los libros correspondientes
los hacía siempre el párroco de cada iglesia y su precisión en este cometido
dependía de su celo y obediencia a las jerarquías eclesiásticas. Respecto a
esto último cabe destacar las constantes advertencias que el obispo Bue-naventura
Codina hace a los párrocos en sus visitas pastorales de 1848'2
para que adopten todo tipo de cautelas, dándoles incluso una serie de
minuciosas recomendaciones.
No obstante, el estudio exhaustivo de las partidas como fuente funda-mental
encierra una serie de problemas de los que cabe resaltar los
siguientes:
1.- Muchas inscripciones de párvulos no llevan consignadas sus
correspondientes edades. Por otra parte el concepto mismo de párvulo no
es homogéneo puesto que tanto sirve para designar niños de cero a siete
años como a los comprendidos entre cero y doce años.
2.- El ritual o tipo de exequias fúnebres de cada difunto, que como es
natural depende casi siempre de los bienes de que disponen los finados, se
suele indicar de forma inconstante en las partidas consultadas. El hecho
de expresar los diversos ritos fúnebres -encomendación del alma, oficio
1" MARTIN RUIZ, J. F.: El desarrollo histórico de la población canaria: la evolución
del rkgimen demográfico antiguo (1520-1940). en T. 5.0 de la Historia General de las Islas
Canarias de Millares Torres, Las Palmas, 1977, págs. 205-206.
BURRIEL DE ORUETA, E.: Canarias: Población y Agricultura en una sociedad
dependiente, Barcelona, 1982, págs. 147 y 148.
12 Véase el texto de la Visita efectuada por el obispo Codina a Firgas en 1848: ((Santa y
General Visita de la Parroquia de Firgas a los 18 de Octubre de 1948. El Iltino. Sr. D.
Buenaventura Codina dignísimo Obispo de Canarias del Consejo de S. M. y de mi Señor:
Habiendo visto y examinado todas y cada una de las partidas de difuntos que se entierran en
el Cementerio de esta Parroquia escritas en el presente Libro primero de Finados que
comienza con la María Medina adulta y concluye con la que precede, esto es de Bartolomé
adulto pobre D i ~ o/ / Que las aprobaba y aprobó todas y cada una de ellas y mandó que
tanto a las partidas como a los testimonios de ellas legitimamente autorizados se las diese
enter2 fe y cré.'i?c ?ar.?o en jricie c e r r . ~f ~ e d:e~ e! y c~a-:= ha !figa; en derecho; p;s c ~ j o
fin interponía e interpuso su autoridad y decreto ordinario. A más dixo, que en adelante no
se usara más de abreviaturas de ninguna clase en el asiento de las partidas, mandando se
excriban todas las palabras con todas las letras que las componen: Así mismo dixo, que
siguiera en adelante escribiendo las partidas de entierro con toda claridad y limpieza como
hasta el presente. Así lo proveyó y firmó. S S J el Obispo mi Señor de que doy fe)).
de cuerpo presente, oficio de sepultura, oficio de cera, oficio de media
cera y oficio de ángel, en los niños- es un indicio que permite conocer la
procedencia social de los fallecidos.
3.- Aunque no es corriente, a veces se suele omitir en algunas parti-das
todo lo relativo al testamento. El hecho de testar o no (((abintestatis)))
es un claro indicio social no solo como previsión -lo que indicaría de por
si una cultura que solo la clase dominante poseía- sino también la consta-tación
de que en general solo testan los que tienen bienes. A veces suele
ocurrir que no testan determinados propietarios, resolviéndose mediante
la indicación expresa siguiente: «no testa, pero deja bienes)).
4,- En algunas partidas se suele decir de las personas inscritas que
son adoptadas, incluseras, del Hospital de San Martín, santaneras, expó-sitas,
naturales, sin padre conocido, abandonadas e ilegítimas pero no
precisan nunca el lugar de procedencia lo que provoca por ejemplo una
inflación en las cifras de nacimientos.
5 . es :u:= e! que upare-cai, efi estes a f i ~ csr iticDs cudeveres
anónimos de los que no se tienen noticia alguna. Ello revela la movilidad
de los mendigos, vendedores y otros transeúntes en estos años.
Pese a todo lo expuesto, los libros consultados constituyen sin duda
alguna una fuente fiable e imprescindible por los datos cuantitativos y
cualitativos que arrojan. Pueden tal vez ocultar parte de la realidad, pero si
se tiene en cuenta que tanto los libros de casamientos y bautismos como
los de enterramientos tienen una finalidad administrativa y económica
con motivo del cobro de los aranceles eclesiásticos correspondientes,
muchas dudas se diluyen.
3. LA MORTALIDAD ORDINA RIA Y CA TASTROFICA DE A RU-CAS
ENTRE 1844 Y 1852
a) INTRODUCCION
Entre 1844 y 1852 se localizan una serie de anualidades calificadas de
catastróficas en función del advenimiento simultáneo de brotes epidémi-cos
-la fiebre aiiiariiia y- &iera asiático- y por las crisis a;imcntaiias
subsiguientes a las dificultades agrícolas. Todo lo cual repercutirá negati-vamente
en la población de Arucas promoviendo saldos vegetativos muy a
exiguos e incluso deficitarios al caer de un modo substancial las tasas
brutas anuales de natalidad y nupcialidad ante los bruscos e imprevistos
ascensos de los índices de mortalidad.
Pz-2 estdiar sistemátic8mente este breve período de ocho años de
duración se ha procedido a establecer tres fases diferenciadas que se
delimitarán entre sí solo en función de los coeficientes anuales obtenidos y
que se presentan de la siguiente manera:
a) Una primera fase que transcurrirá entre los años 1844 y 1847. Se
trata de un intervalo de tiempo difícil para la población que no se recupe-rará
de los sucesivos sobresaltos ocasionados por la plaga de langosta,
sequía, pérdida de las cosechas, hambrunas y epidemia de fiebre amarilla
en 1847.
b) Una segunda fase que abarcará las tres anualidades comprendidas
entre 1848 y 1850 que, aun siendo relativamente apacibles, prolongan las
crisis carenciales y sus secuelas.
c) La tercera y última fase consistirá tan solo del estudio exhaustivo
del cólera de 1851 y sus posibles repercusiones en la mortalidad de 1852.
La primera fase se distingue por una mortalidad con estructura
interna propia del régimen antiguo que se contradice con la presencia de
unos índices en cierto modo discretos si se les compara con otras zonas del
Estado en la misma época, sin duda por las subinscripciones de los óbitos
y por la subestimacih de la población tota!l3.
Las tasas máximas de estos años se obtienen en 1846 y 1847 con cifras
de 28,99 y 34,14 por mil, respectivamente. Las dos anualidades restantes
consiguen coeficientes que apenas logran superar los quince puntos. Son
por lo tanto años más favorables a la población del término si admitimos
como válidas las cifras extraídas del recuento exhaustivo de todas las
partidas de difuntos correspondientes a 1844 y 184514.
En el estudio de los fallecimientos inscritos en 1844 lo primero que
salta a la vista es el hecho de que la totalidad de los occisos figuran en ese
año con el apelativo de pobre, a través del cual las exequias fúnebres eran
más austeras y se eximía a los finados conceptuados de este modo del
pago del correspondiente canon eclesiástico. Pero no es casual que la
mortalidad elija reiteradamente entre sus víctimas a individuos indigentes
de no mediar unas circunstancias económicas, sociales y políticas adver-sas
que justifiquen esta selección.
En efecto, las calamidades que padecen las capas populares en el
expresado 1844 es exactamente el contenido de un memorandum redac-tado
por el Ayuntamiento de Las Palmasts en donde se describen las
funestas derivaciones de la invasión de cigarra berberisca. Se trataba de
una piaga de iangosta africana que asoió ios campos ciei Archipielago
desde aproximadamente 1844 a 1845. Sus efectos fueron desvastadores
destruyendo los sembrados y provocando toda una serie de secuelas malé-volas
ente las que descuellan en primer lugar el desabastecimiento de los
alimentos de primera necesidad que llegaron a expedirse a precios
desorbitados.
13 MARTIN RUIZ, Juan Francisco: Op. Cit., págs. 200-206.
'4 Archivo Parroquia1 de San Juan Bautista de Arucas.
l5 ((Sequías y plagas en la historia de Gran Canaria)). Revista Aguayro, Núm. 107, enero,
1979. Las Palmas.
La carestía de los alimentos de primera necesidad se convertía de un
modo objetivo en la principal responsable de la malnutrición que al inten-sificarse
podía incluso degenerar en auténtica hambruna como así ocu-rrió.
En consecuencia, a las afecciones propias de las malas condiciones de
las viviendas se añaden las enfermedades infectocontagiosas mortales más
ligadas a la desnutrición e insalubridad medioambiental. Ello contribuye
a explicar en parte la incidencia de las dolencias fatales sobre los organis-mos
debilitados por el hambre, acentuándose además de un modo selec-tivo
al preferir sus víctimas entre los dos tramos más riesgosos en la vida
de las personas:
Entre los cero y 10 y entre los que ya han cumplido los sesenta años se
encuentran ciertamente las edades más expuestas en base a los altos por-centajes
obtenidos por sendos grupos en relación con la totalidad de los
finados de 1844. Por su parte, los adultos cuentan así mismo con un
coeficiente respetable, destacando como más peligrosos los tramos 56-60
y, eini segundn téminn, 36-42 2ñns ya q x 2 esas edades se nhtienen cifras
preocupantes -12,72 y 7,27 por 100- con relación al total de finados.
En cuanto al orígen de los fallecidos hay que destacar que el 38,18 por
100 de los óbitos que se producen en esta anualidad en Arucas estaban
avecindados en la todavía Villa aunque procedían de otros términos
municipales. La mayoría de ellos procedían de Firgas, jurisdicción colin-dante
con Arucas por el norte y el oestel6. Tan solo uno era natural de
Gáldar y los demás decían las partidas que habían venido de Fuerteven-tura".
No debe pasar inadvertido que este municipio, al iniciar su recupe-ración
agraria gracias a la cochinilla, se significó como un punto de
atracción de jornaleros de otras localidades ante la demanda de fuerza de
trabajo para las plantaciones de tuneras.
La relación existente entre población concentrada y dispersa pone de
manifiesto con 12,72 por 100 de los extintos residentes en los caseríos de
Trapiche, Santidad, Cardones, Visvique y Portales que las carestías llegan
también hasta los lugares más recónditos, mucho más todavía que los
contagios mortales de las epidemias cuando sobrevienen.
Lamentablemente las partidas de defunción no suelen consignar las
causas que motivaron los fallecimientos, a excepción de ciertas indicacio-ries
gene,r i.c as y ambigüas eii ~ ~ i i i ~ d cia~sois Ci U~iiCi i~eiU~S. Ad yi~ql ü,
una de las difuntas era una niña de pocos meses que había sido llevada a
Arucas para que lactara de una nodriza local; otra era una párvula de
l6 ((Afurgad. Notas históricas)). Revista Aguayro, Números 139 y 140, enero-febrero y
marzo-abril, Las Palmas, 1982. En este trabajo del profesor López Garcia se indica que la
parroquia se fundó, después que lo fuera el municipio, en 1845 de ahí que las inscripciones se
tuviesen que formalizar en Arucas.
17 Sobre la emigración de Fuerteventura véase el Tomo V.o de la Hisloria Generalde las
Islas Canarias, de Millares Torres.
padres desconocidos y tres más habían muerto estando ((privadas del
conocimiento)).
Las diferencias entre los sexos y el estado civil introducen también
alguna claridad en nuestro estudio de los occisos. El hecho de que en ese
año fallecieran más mujeres que hombres -52,73 y 47,27 por 100,
respectivamente- se explica en parte por la fuerte emigración de varones
y la «sex ratios que favorece a consecuencia de ello casi siempre a las
mujeres. Sin duda se puede aducir también que no solo por la mayoría de
éstas en la composición de la población se produce un porcentaje superior
de difuntas, sino por los riesgos del parto, cuidado de los enfermos conta-giosos
y otras renuncias maternales más en períodos de escasez de víveres.
Al llevar incluida la población infantil, es lógico que el grupo de los
solteros alcance un 41,82 por 100 del total de decesos. Los casados eran,
no obstante, el sector más diezmado quizás por la fuerte incidencia de la
mortalidad en las hembras. Finalmente, los viudos contribuían con un
humilde 14,54 por 100 de la tasa de 1844 de 14.9 por mil.
En cuanto a la distribución estaciona1 de los fallecimientos, más de la
mitad de los óbitos se produjeron durante los meses del invierno, proba-blemente
a consecuencia de las afecciones pulmonares, pleuresías, tisis,
tuberculosis, además de las carenciales que informan al aparato digestivo.
La tasa bruta anual de 1845 empeoró al subir un punto más -15,9 por
1.000- en relación con el año anterior. Lo que viene a probar que lejos
de mitigarse los problemas alimenticios en la anterior anualidad y que son
los responsables de las crisis recurrentes de las anualidades de referencia,
la situación se iba agravando progresivamente conforme se agotaba el
decenio.
En efecto, en el aludido memorandum se añade que una vez desapare-cida
la langosta sobrevino una fuerte sequía. Las papas de verano de los
cultivos de secano no crecieron por la absoluta carencia de agua y las
papas pertenecientes a los cultivos de regadío perecieron por infección de
su simiente. Por si no fuera poco, con el retraso de las lluvias, la frecuen-cia
de los vientos cálidos del levante y del sur asolaron con sus rayos
abrasadores buena parte de los sembrados. Los obtáculos meteorológi-cos
expuestos en su adversidad hicieron descender los recursos hídricos
disponibles hasta el punto de que !!e06 a fa!tíir agux de rieg~y) !es
manantiales que surtían a los pueblos. El ganado también se sintió afec-tado
por la ausencia de pastos's.
Con este cuadro sobrecogedor se explica el que la mayoría de los
enterrados en esta jurisdicción fueran fundamentalmente pobres que care-cían
de medios hasta para costearse sus propias exequias fúnebres.
'"(Sequías y plagas en la historia de Gran Canaria)), Revisra Agua,vro. Núm. 107, enero,
Las Palmas. 1979.
Como en el año anterior, en 1845 Ilania la atención la altísima contri-bución
de los párvulos a la mortalidad con un porcentaje verdaderamente
aterrador con nada menos que un 47,45 por 100 de los finados totales.
En cambio en el grupo de los viejos se aprecia una sensible merma de
las cifras en comparación con la anualidad precedente. También menguó
un poco la mortalidad de los adultos que hizo rebajar el promedio a tan
solo un 27,12 por 100 del total. Entre estos últimos se advierte que el
tramo más diezmado fue el de 31-35 con un 8,48 por 100 de los fallecidos.
A diferencia del año anterior, la mortalidad de 1845 expresa notables
disparidades en su incidencia entre los sexos y el estado civil de los fina-dos.
Quizás por lo ya sugerido más arriba, las mujeres fueron las más
abatidas por cuanto que suponían un 64,41 por 100 de los extintos. Lógi-camente,
los célibes gracias a la altísima mortalidad de párvulos constitu-yen
el sector más desolado con un 61,41 por 100 del total. Los casados
descienden proporcionalmente, al tiempo que se eleva levemente el grupo
de los viudos a un 16,95 por 100.
Una vez creada la parroquia de San Roque en Firgas, el porcentaje de
fallecidos procedentes de aquel término municipal se extingue en 1845,
descendiendo bruscamente a 8,47 los óbitos no originarios de Arucas para
no levantarse jamás en todo el intervalo de tiempo estudiado. A Lanza-rote
le correspondía la naturaleza del grupo preeminente y los restantes se
reparten por igual entre Moya y Guía.
b) LA HAMBRUNA DE 1846 EN ARUCAS
Poco faltó para que la tasa bruta de mortalidad de 1846 se duplicara
con respecto a la anualidad anterior. Una vez más se comprueba la cone-xión
existente entre las subidas bruscas de la mortalidad con las crisis
producidas por la imprevista pérdida de las cosechas de papas, millo,
trigo, cebada y otros cultivos imprescindibles en la dieta humana'g. Pues
bien, todo ello va a estar presente en ese año dando nombre al tristemente
célebre hambre de 1846.
En el Pleno ex.t r.a ordinario del 3 1 de marzo de 1846 celebrado por la
Corporación ~riunicipdid e Aiü~i i ss e realizan i d a ü iia seiic: de düsioiies
que ponen de manifiesto la naturaleza de la crisis de alimentos que sobre-viene
y que recogen las actas de sesiones diciendo que «... vióse otra
comunicación del Sr. Alcalde accidental de Las Palmas, de 27 del
corriente, en la que transcribe una solicitud de varios vecinos de aquella
ciudad relativa al estado de miseria en que se encuentran estas poblacio-n&
Lob.r, FnrUiIr I1Y1 .fU~. C Ul t ad-u e 1Ll.1II1..v LiAa-) r nyI61r.Vr-luiYr l ~du "p Irc -ir- rrunucr-eiir-uh,a c xi Pai-rr-niii-xri-iul r n ~ n ~r-lc-~ r. n nt r i - --A---i
buciones, a fin de que esta Municipalidad le informe cuanto se le ofresca y
19 NADAL OLLER, J.: La población españoia, Barcelona, 1971.
paresca sobre los hechos expuestos en dicha solicitud, y enterado el Ayun-tamiento
acordó que por el Sr. Presidente se de el informe pretendido)).
He aquí, pues, una primera impresión acerca del alcance de la crisis y
de los efectos desfavorables sobre el sector de los propietarios agrícolas
que utilizan la presión municipal para que se les prorrogara o eximiese del
pago de las contribuciones. La actitud de los munícipes locales revela
claras contradicciones de clase. En efecto, mientras que por un lado tratan
de paliar los sufrimientos y miserias de las capas desheredadas de la
población, por otro lado admiten y encubren los retrasos de los acreedo-res
del Posito?o. Pero no queda ahí la cuestión ya que no hay sesión en que
no se acuerde subir los impuestos que gravan el consumo tanto de los
alimentos producidos en la localidad como los importados desde otras
partes. Con lo que se ahondan los efectos de las carestías y sus inevitables
secuelas2'.
Del estado de pobreza generalizada expuesto se explica el que un buen
porcenta_ie del total de extintos de este año estén inscritos en la parroquia
como feligreses pobres.
Inexplicablemente, comparando los porcentajes de pobres de las
anualidades que rodean a 1846, la cifra de indigentes fallecidos puede
parecernos sumamente débil y sin duda lo es si solo nos atenemos a los
números meramente. Ahora bien, debe tenerse en consideración de que
las mayor parte de los óbitos de este año son párvulos y para los cuales el
párroco solía omitir la conceptuación de pobre, máxime cuando se tra-taba
de infantes fallecidos a los pocos días de nacer.
Por otra parte recuérdese que en los niños las exequias fúnebres más
ostentosas a lo más que llegaban en aquellos años era al austero «Oficio
de Angel)), al parecer más sencillo y poco oneroso. En general, el ritual de
los enterramientos infantiles gozó siempre de un humilde boato, tanto
como la fiscalidad eclesiástica por dicho servicio.
Sin ningún tipo de asistencia médica ni sanitaria, las capas populares
y, en particular, los niños fueron lógicamente los más diezmados por las
enfermedades inexorables que suelen acentuar sus morbilidad en todos
aquellos organismos previamente debilitados por la desnutrición. A nada
'0 Así se recoge en el acta de una sesión celebrada el dos de julio de 1846 en la que se dice
sobre este asunto lo siguiente: «Igualmente se acordó se fije un bando para que todos los
deudores al Pósito comparescan a pagar sus respectivas deudas y de los primeros ingresos
páguese el contingente de todos los años que se adeudan y que tantas veces ha reclamado el
Sr. Jefe Superior Politico, a quien se ofician manifestándole lo conducente de este acuerdo,
con objeto de que entre tanto se verifica la cobranza que será en el corriente mes se sirva
conceder el oportuno permiso)).
El dos de agosto la Corporación acuerda «Que las reses que se maten en la Carnicería
de este pueblo mayores de 100 libras cobre 20 reales de vellón de cada una con arreglo a la
Tarifa de Ley y a las menores de 100 libras 12 reales de vellón. Diferenciar en precio la carne
de toro de la de vaca con dos cuartos nienos en cada libra del valor que tuviese aquella».
menos que un 60 por 100 de los finados asciende el coeficiente de niños
sepultados en 1846 con edades comprendidas entre cero y 10 años.
En cambio los viejos retroceden como también lo hacen los adultos
que en conjunto suman el 40 por 100 restante.
Del total de óbitos, un 66,35 por 100 eran solteros con lo que se
aprecia un cierto aumento con relación al año anterior. A bastante distan-cia
le sigue en importancia el sector de los casados con solo un escuálido
20,55 por 100, mientras que los viudos retroceden con cifras bajísimas.
Diferente es la incidencia entre los sexos que alcanza un leve pero a la
vez significativo porcentaje del orden del 53,27 por 100 estimado para las
hembras y que favorece con un poco más de tres puntos a los varones.
Como puede apreciarse, en los períodos carenciales y en general en todos
los momentos difíciles la mujer sobresale con su proverbial sentido del
sacrificio privándose de los alimentos de mayor calidad, asistiendo a
enfermos desahuciados por las enfermedades lo que unido a los riesgos
propios del parto influirán sin duda en su alta contribución a la mortali-dad
del año bajo examen.
Menos un fallecido que residía en el caserío de Los Palmitos, todos los
demás eran habitantes del casco urbano de la todavía Villa de Arucas.
También eran naturales del municipio la mayoría de los occisos enterra-dos
en su cementerio durante este fatídico año, menos dos individuos
varones que se avencindaban en la pequeña urbe procedían de Fuerteven-tura
-de Pájara y Antigua para ser más exactos- y que constituían las
defunciones de foráneos que en total contabilizaban la exigua cifra de
1,87 por 100 de los fina do^^^.
c) EL HAMBRE Y LA EPIDEMIA DE FIEBRE AMARILLA DE 1857
Al año siguiente, el hambre y la fiebre amarilla irrumpieron en esta
demarcación haciendo estragos considerables entre sus habitantes. El
morbo amarillo, conocido también por «vómito negro)), era una enferme-dad
irreparable que producía entre los contagiados una fuerte mortandad
y contra la que se ensayaron todo tipo de remedios provenientes tanto de
la medicina científica de la época como las más peregrinas medidas deri-vadas
del curanderismo, sin resultados satisfactorios a juzgar por los
luctuosos efectos que se abatieron sobre la población23.
Con los calores, el morbo amarillo arreciaba sus siniestras embestidas
iniciándose la enfermedad entre los invadidos mediante un brusco
.". RGLDA?!, Ro b e r ?~:E / hymhre en .Ft t~r?own!wn( !/;CO-lROC), .Au!a dc Ci.~!tur&
Santa Cruz de Tenerife, 1968.'
2.; Por su interés recomendamos la lectura del artículo de Julio Vera Trujillo publicado
en «La Provincia» el jueves, 28-1-82 bajo el titulo «La gran tragedia del cólera en 1851)).
aumento de la temperatura o calenturas perniciosa^^^ que los dejaba
exhaustos al poco tiempo hasta expirar finalmente con la tez de la cara de
color amarillento o azafranado de donde le viene la denominación.
Ahora bien, tan mortíferos como el «vómito negro» fueron con toda
probabilidad el hambre y la miseria que se venía padeciendo sin interrupc-ción
en esta demarcación desde 1844 por lo menos hasta el presente 1847,
año en que la mortandad aumentó enormemente -en particular, entre los
meses de abril y mayo con 46 óbitos- que elevan la tasa bruta anual a
34,14 por mil. Sin duda la más destacada de este decenio.
La situación a la que se había llegado en 1847 no podía ser mas
pesimista para la población en su conjunto, afectando incluso a los pro-pietarios
y comerciantes. Así el diez de enero, el Pleno de la Corporación
abordó por primera vez el panorama de calamidad públida planteado a
iniciativa de los munícipes de Telde en un documento remitido por éstos
en el que piden la adhesión de Arucas para dirigir una súplica al Gobierno
de Su Majestad sobre la imposibilidad en que se encuentra la isla de Gran
Canaria para cubrir los crecidos cupos de contribuciones por la escasez de
cosechas.
A partir de este momento y de forma recurrente no se celebrará sesión
plenaria a lo largo del referido año en que no se debate el tema de las
moratorias de las deudas fiscales. Se advierte incluso por parte de la
Corporación -propietarios y labradores en su mayoría- una cierta con-descendencia
con los remolones contribuyentes, cuando no basta una
expresa solidaridad que adopta la justificación de la tardanza en los pagos
con el reiterativo argumento de la situación de miseria colectiva25.
Ante los insistentes apremios de Hacienda se responde de parte de los
acreedores del erario público con los consabidos retrasos que desde 1846
se venían produciendo. Pero es mas, se llega a una especie de desobedien-cia
civil que se concreta en medidas de «boicot» consistentes en deformar
las declaraciones o resistirse a ser incluidos en las listas de contribu-yente+.
'4 MILLARES TORRES, A.: Historia General de las Islas Canarias, Tomo V.o, Las
Palmas, 1977, pág. 22.
«Valoración científica e histórica de Carlos J. Finaly; Por la vida del hombre», Revista
Bohemia, enero, 1982, La Habana.
25 En un acta de la sesión corporativa de uno de abril se dice lo siguiente: «Los propie-tarios
que poseen bienes en esta jurisdicción para presentar sus respectivas relaciones actúan
con morosidad por desconocimiento de las responsabilidades».
26 En la sesión del 20 de marzo de 1847 se justificaba los retrasos de la forma siguiente:
«Sobre tardanzas en el cobro de la contribución del 2.0 semestre de 1846 y lar arnmazis de
sustituir de su cargo al Intendente por el Inspector de Hacienda en esta Ysla, Don Nicolás
Carratalá, al que defendió el Sr. Presidente diciendo que había puesto de su parte todo el
interés que el deber le impone, a fin de verificar prontamente la cobranza, más que la
extraordinaria miseria en que se halla este pais le ha impedido llevar adelante sus deseos».
Si la situación de penuria afligía a los cosecheros ¿qué no ocurriría
mientras tanto entre los braceros? Pues bien, la respuesta nos la transmi-ten
las partidas de difuntos una vez más al conceptuar como pobres a
nada menos que al 77,7 por 100 de los decesos por hambre y morbo
amarillo. En efecto, las masas desheredadas son las que más sufren las
nefastas consecuencias de la explotación y del atraso y las que padecen
secularmente los efectos del hambre, ignorancia e insalubridad.
Impotentes ante la invasión epidémica, las autoridades locales opta-ron
por la asistencia alimentaria sin duda ante la constatación empírica de
que solamente las personas bien nutridas sobrevivían a la mortal dolencia.
En esa dirección se adoptaron medidas coactivas como requisar trigo a los
acaparadores y revendedores, se adquieren granos para amasar pan a
precio de costo, se insta a los propietarios agrícolas a sembrar trigo del
Pósito, se habilita un granero provisional, se expulsa a los mendigos y
forasteros, y finalmente se apela a la caridad pública para con los necesi-tadns.
Estas son en suma las iniciativas acordadas con oJeto de combatir
en lo posible ambos males: hambre y epidemia.
Así el cuatro de marzo, cuando ya habían sido enterradas unas doce
personas en lo que iba de año, el Alcalde propuso al consistorio lo siguiente:
M. .. que en atención al estado de calamidad en que se encuentra este
pueblo por la escasez de cosechas experimentadas hace algunos años
llegando hasta el extremo de morir varios infelices, y que esta miseria se
aumentará más y más si no tomasen precauciones para evitar la extrac-ción
de un corta- número de fanegas de trigo que existen en algunos
vecinos, y se intimase a los dueños lo vendan en esta jurisdicción prorra-teado
en pequeñas porciones a los que lo solicitasen para alimentarse (...)
para evitar el monopolio que pudiera resultar validos de la grande esca-sez;
en su consecuencia (...) se acordó que se forme expediente entre
algunas personas vecinas de esta Villa que se infiere lo tengan contratado
para llevar a otros pueblos, se proceda inmediatamente por Secretaría con
copia de este acuerdo a notificar a los Señores Don Juan Martín, Don
Miguel Ponce de Medina, Doña María Sarmiento y Don José Suárez
González, quienes segím noticias tomadas por la Municipalidad son los
que tienen dicho grano, para que bajo su responsabilidad cumplan con
De nuevo el primero de mayo se vuelve a consignar que «Y se haga ver al vecindario los
apuros en que se encuentra la Municipalidad a fin de que los contribuyentes que resultan
deudores se apresuren a cubrir sus respectivas cuotas)).
Poco después, el 20 de mayo, la Corporación de Arucas vuelve a tratar el tema en estos
términos: «Ante oficio del Primer Inspector de Contribuciones de esta Ysla, Nicolás Carra-talá.
del 12 del corriente, se dispuso que por el Sr. Presidente se oficie a dicho Sr. manifes-tándole
que la causa de haber transcurrido los meses vencidos de este año. sin que se hayan
cubierto los indicados débitos, ha sido en que la extraordinaria miseria experimentada en
esta jurisdicción desde fines del año anterior, ha imposibilitado de tal manera a un gran
número de contribuyentes, de toda clase de recursos, sin poderles exigir de manera alguna
sus respectivas cuotas)).
esta determinación y que la venta se verifique entre los habitantes de esta
Villa)).
Pero con meras medidas contra los que buscaban su mejor provecho
utilizando insolidariamente hasta las trágicas secuelas de la escasez tam-poco
se lograba mitigar las repercusiones de la crisis. Es por lo que a los
pocos días después se decide mediante edicto llamar a la conciencia ciuda-dana
una vez más para que acudiera en socorro de los necesitados2'.
También se advierte a los mendigos que no fuesen de esta localidad para
que la abandonen inmediatamente. Tal vez se deba a estos acuerdos de
expulsión lo que explica el débil porcentaje de difuntos foráneos enterra-dos
en el cementerio de Arucas en aquel año consistente en unas cinco
personas oriundas de los términos municipales de La Guancha, Moya,
Telde y San Lorenz02~.
Percatándose de. la dudosa eficacia que tenían las iniciativas oficiales , . . nl ---a- n i i n i n n ~ r n l n no - r i r . n m r r r - m ~ n nAP i r n l i r n t ~ c I ~ ~ nncI;-n
ai pviibi > u bjbbubiv~ir u o i aiciiiyiu uii i i i u ~ x vu - V Y A U ~ B C W U U Y YUI ~VUIU. I
adscribirse con mayor o menor entusiasmo a los acuerdos adoptados y,
sobre todo, la misma comprobación de los tímidos resultados obtenidos,
impulsaron a la Corporación a promover acciones de socorro más sustan-ciales.
Es por lo que el catorce de marzo el Alcalde reune de nuevo a sus
pocos recursos que hay en el sostenimiento de tantos vecinos infelices y
haber proporcionado el Ayuntamiento el número de 120 fanegas de trigo
para acudir en parte a tanta miseria, es de opinión se proporcionen dos
personas de confianza para que amasando diariamente las necesarias al
consumo de los necesitados, vendan el pan a un precio equivalente a sacar
el principal, y en efecto se eligieron para que trabajen el trigo y vendan
dicho pan a las personas de Andrea Pérez y Jacinta Ramos de este vecin-dario,
las cuales previa citación, comparecieron ante esta Municipalidad,
e impuestas del encargo que se les ha hecho se convinieron en hacer el pan
y venderlo al precio que el Ayuntamiento señale a fin de que se pueda
ingresar su importe; en su consecuencia se acordó: comisionar al regidor
27 El siete de marzo la Corporación acordó que K.. se fije desde este día un edicto público
apelando a la humanidad de estos vecinos para que socorran a los pobres y mendigos a fin de
que no sean víctimas de la miseria, haciéndose saber también que los pobres que no fueran
vecinos o naturales de esta jurisdicción, se retiren a los pueblos de su naturaleza o vecindad,
excepto los enfermos o extranjeros a quienes deberán socorrer según lo exige la Religión y la
caridad!:.
Los estragos de estas calamidades fueron generales a toda la Isla como se deduce del
acta de la sesión del 15 de abril de 1847 celebrada por el Ayuntamiento de Arucas que viene a
decir que ((Dióse cuenta de un oficio del Ayuntamiento de la Ciudad de Las Palmas con
fecha de 12 del actual por el que solicita que este Cuerpo le facilite una noticia del número de
personas que en esta población han fallecido a consecuencia del hambre desde el primero de
enero hasta esta fecha!:.
Síndico Don José A. Rosales para que presenciando la cantidad de librar
por todos los conceptos produzca una fanega de grano, de cuenta del
Ayuntamiento para en su virtud señalar el precio a que deba venderse la
libra de pan, con objeto de sacar el importe de cada fanega consistente en
siete pesos y seis de plata que costó cada una. Igualmente se acordó se
oficie al Sr. D. Miguel Déniz a fin de ver si se sirve franquear una de las
casas del Mayorazgo para depositar el trigo)).
Además, con el propósito de estimular la producción triguera en esta
localidad que de acuerdo con Escolar29 ocupaba «una buena parte de los
terrenos se les destinaba al cultivo de trigo, papas y judías, en una exten-sión
de 3.962 fanegadas)), el Ayuntamiento en Pleno de 28 de noviembre
dispuso «... que mediante a estar ya próxima la estación de la sementera,
se publiquen bandos para que todos los labradores que necesiten trigo del
expresado establecimiento -se refiere al Pósito- presenten sus relacio-nes
y memoriales de las tierras que tengan preparadas para la siembra y de
las fanegas de grana de que carescan y les sean indispensables para sem-brarlas,
todo a efecto de hacer repartimiento...))
De todo lo expuesto parecería lógico inferir una cierta preocupación
oficial por mitigar los sufrimientos de los necesitados. Es innegable que se
tomaron decisiones importantes para paliar el hambre pero a la vez se
observa en casi todas las actas de sesiones la tremenda contradicción de
que también se acuerda incrementar los impuestos de consumos tanto a
los productos de la localidad como los traidos de otras partes. Estos
últimos ya venían suficientemente encarecidos a través de los gravámenes
de acarreo, aduanas interlocales y fielatos. Afectan básicamente los
impuestos a la carne con hasta 26 reales de vellón, vinos, aguardientes,
licores, aceites y otros comestibles cuyos precios alcanzaban limites insos-tenible~
e inalcanzables para la mayoría de la población.
En medio de este panorama, las dolencias arremetieron en primer
lugar contra los párvulos con edades comprendidas entre los cero y diez
años, llegando casi a un 40 por 100 del total de los óbitos. Entre los
adultos la incidencia fue también relevante, sobresaliendo el tramo 56-60
años que obtiene nada menos que un 24,6 por 100, inflado sin duda por el
contínuo redondeamiento de las edades de los finados en torno a los
sesenta años. En lo que iespecia a ios viejos, esios füeron iiioderdameiiie
afectados, con tan solo un 17,5 por 100 de los finados.
En este año, los fallecimientos se distribuyen casi por igual entre los
sexos, quebrantando un poco más a los varones. La elevada mortalidad
de los párvulos explica una vez más el por qué los célibes constituyen el
estado civil más diezmado. Le sigue el grupo de los casados que con 31,5
por que expresa eE plrte c~ ye!~m-eg1 1,~~ en~jC1,erz~vi SPfni PI n i i l~ n ~ J -- y--
29 ESCOLAR, Francisco María: ((Estadísticas de las Islas Canarias~,p ág. 200, Manus-crito
inédito. 1802. A.M.C.
varones salen peor librados que las hembras en casi el doble de falleci-mientos
más. Por Último, los viudos tienen un porcentaje ínfimo con su
débil significación y que al revés de lo que pasaba en los casados descansa
fuctualmente en las mujeres.
En las partidas de difuntos no aparece ningun óbito originario de
otros municipios, quizás por las mencionadas medidas de expulsión. Los
fallecidos en este año residían en su mayoría en el censo urbano salvo
unas tres personas que murieron en sus domicilios de los caseríos de Los
Palmitos, Trasmontaña y Cardones. En consecuencia, tanto el hambre
como la epidemia prefirieron la concentración urbana a los barrios y
aldeas diseminadas por el término.
d) UN BREVISIMO INTERVALO APACIBLE ENTRE 1848 Y 1850
Superada !a tragedia de !84? que, cnmQ se ha rnmprihac!~, se sa!dS
con un alto balance de víctimas a consecuencia de sobrevenir superpues-tas
la crisis carencia1 con la epidemia de fiebre amarilla, se inicia a partir
de entonces una serie de anualidades bonancibles en términos relativos a
juzgar por el claro descenso del número de decesos.
Sin la menor duda que de todos estos años el más apacible para la
población de Arucas fue el de 1849 que registró una tasa bruta de solo
13,Ol por mil. Ahora bien, los índices estimados para 1848 y, en particu-lar,
el de 1850 -con cifras de 16,53 y 18,7 por mil- respectivamente,
pueden considerarse con toda probabilidad de inquietantes ante la eviden-cia
de subregistro y subestimación de la población absoluta.
Pero más que cualquiera otra consideración es la misma estructura
interna de la mortalidad de estos tres años la que evidencia notablemente
que las crisis de susbsistencia iniciadas en los años precedentes aun no han
remitido, repercutiendo nocivamente en la población a la par que no
hacen sino preludiar en cierto modo la catástrofe demográfica de 1851.
En efecto, pese al descenso experimentado por las cifras, el tipo de
mortalidad sigue situando en primer plano el protagonismo secular del
hambre y las indigencias de todo tipo en la medida que la muerte parece
respetar u !m prcpietarics y r!ases bie:: a c~modsdaesn !v ecmbiilico y se
lleva al otro mundo fundamentalmente a familias jornaleras.
El que solo siete occisos -uno en 1849 y seis en 1850- de los óbitos
de este intervalo tuvieran redactado sus testamentos antes de morir expre-san
una previsión y una cultura que solo la clase dominante poseía, al
tiempo que señalan las escasas repercusiones de la mortalidad entre los
ricos si adoptamos como válido el lema de que solo testan los que tienen
alguna forma de riqueza.
Pero, aun más todavía; teniendo en cuenta de que en las partidas de
difuntos aparece insistentemente el apelativo de pobre al lado del nombre
de los occisos en porcentajes elevadísimos -64, 82,6 y 59,4 por 100 para
cada uno de los años- es lo suficientemente revelador como para extraer
una idea cabal acerca del atraso sanitario y de la extremada miseria que
padece la mayoría de la población.
De lo que se deduce que la muerte respeta más a los ricos y se ceba con
los humildes. A través de llamadas a la caridad cristiana la parroquia
trataba auxiliar a los más necesitados. También el Ayuntamiento hacía lo
propio socorriendo directamente a los enfermos e, incluso, en situaciones
ya irreparables, como se comprueba en la sesión plenaria de 29 de febrero
de 1848 en la que se acuerda conceder ocho Bulas de tres reales de vellón
cada una y que vienen a expresar la carencia de recursos hasta para
sepultar a los muertos.
La imprevisión, cuando no las negligencias, provocaban los sucesivos
acontecimientos de desespero en tanto en cuanto que hacían peligrar los
recursos alimenticios almacenados. Buena muestra de ello la tenemos
reflejada en el acta correspondiente a la sesión extraordinaria celebrada
por la Corporación el 26 de diciembre de 1848 en que se trató monográfi-camente
la delicada situación del Posito local a partir «... de un oficio del
depositario de dicho establecimiento con fecha del día de ayer, dando
parte del mal estado en que se halla el trigo y protestando (y declinando)
al mismo tiempo toda responsabilidad si llega el caso de perderse, como es
de esperar, si no se le da salida en breves días ... »
Como se puede ver existía una gestión descuidando los granos panifi-cables,
verdadero pulmón en la nutrición de una sociedad de recursos
constantemente precarios. Quizás el mejor testimonio de la época lo
resume Francisco María de León, Comisionado Regio para la inspección
del Ramo de la Agricultura de esta Provincia, redactado el primero de
agosto de 1849, refiriéndose a esta jurisdicción dice que «lo que aflige a
estos vecinos son las altas contribuciones que por falta de numerario y el
total abandono de los granos por la misma causa hacen que estos propie-tarios
abandonen sus predios y emigren)).
Para hacer aún más difícil las cosas, el Ayuntamiento en sesión cele-brada
el 18 de junio acuerda «.. . que después de alzada la cosecha podría
aumentarse el precio de los granos a cosa de 7,5 reales la fanega)). He aquí,
pues, una de las claves en la explicación de las carestías y el hambre
~ ~ ~ ~ i o i ~ i ~ n t ~
D.-------.
Con este oscuro panorama no es de extrañar que, tal cual ocurrió en
los años anteriores, sean los párvulos el sector de la población más aba-tido.
Los porcentajes estimados son ciertamente elocuentes -27,87; 54,17
y 37,69 por 100- del alcance de los fallecimientos entre los niños com-prendidos
entre cero y diez años de edad. Ocurre, como sucedió en 1849,
que más de la mitad de los enterrados en el cementerio de esta localidad
son infantes, convirtiéndose en consecuencia en el tramo más expuesto y
desolado del conjunto de población.
Las razones que se pueden aducir son probablemente múltiples. Pero
entre otras es sin duda la desnutrición durante el embarazo de las madres
la que origina dolencias muchas veces fatales como el raquitismo, malfor-maciones
congénitas y otras secuelas también irremediables. Ello explica
mejor que cualquier otra cosa la temprana incidencia de la mortalidad en
sus jovencísimas víctimas. Así, en 1849, de un total de 26 párvulos falleci-dos,
unos 20 lo habían sido a pocos meses de nacer. En lo que concierne a
1850, la relación no es tampoco mejor si se tiene en cuenta que de un total
de 26 parvulos sepultados, nueve tenían muy pocos días de vida; tres eran
de pocos meses; seis de un año y siete de dos años.
La mortalidad entre los adultos y viejos es sin duda también respeta-ble,
sobrepasándose holgadamente los treinta puntos en 1848 y 1850. Por
el contrario, en 1849 el grupo de los adultos solo llega a alcanzar un
porcentaje de 22,91 por 100 y los viejos un bajísimo 16,67 por 100 de los
fallecidos en el expresado año. Obviamente, es la fuerte mortalidad de los
primeros años de la vida de las personas la que hace menguar en términos
relativos la importancia de los restantes grupos de edades.
En cuanto se refiere a los sexos y el estado civil de los finados se
advierten contrastes muy acusados entre las diferentes anualidades. Así,
por ejemplo, en 1848 las mujeres fueron más abatidas que los hombres
como demuestra el alto coeficiente obtenido: 59 por 100 del total de
occisos. Por su parte los solteros constituyeron el grupo más diezmado
mientras que los viudos fueron a su vez los menos afectados de todos
como venía siendo habitual.
Algo parecido se reproduce en 1849, solo que esta vez los dos sexos se
equilibran perfectamente repartiéndose a partes iguales sus promedios
respectivos. Los célibes y casados por su parte logran igualar los porcen-tajes
obtenidos en 1850 pero, sin embargo, los varones salen peor librados
en virtud del alto porcentaje conseguido: 69,56 por 100. El grupo de los
viudos, por el simple hecho de ser minoritario en la composición de la
población, reduce a la misma expresión los promedios obtenidos en las
tres anualidades de referencia.
Con la sola salvedad de dos óbitos oriundos de los términos colindan-tes
de Teror y Moya, la totalidad de las defunciones corresponden a
naturales y vecinos de Arucas. En contrapunto a las anualidades anterio-res
a este intervalo se asiste a una mayor incidencia de la mortalidad ya
que el 4,4 por 100 del total de extintos estaban residiendo en La Montaña
de Henríquez Yánez (~Riquianez?), Bañaderos, Santidad, Transmontaña,
San Andrés y Los Portales.
e) EL COLERA MORBO ASIATICO DE 1851 EN ARUCAS
1. INTRODUCCION Y PROPAGACION DE LA EPIDEMIA
Desde que el cólera inició su propagación por toda la ciudad de Las
Palmas -una vez desembarcado el microbio homicida por su puerto- a
partir de los primeros focos infeccionados en los barrios obreros de San
José, San Nicolás y El Risco, a mediados del mes de mayo de 1851, la
población capitalina debió experimentar la sensación de que el mundo se
extremecía bajo sus pies y, en medio del pánico que acompañó la difusión
del mal, comenzó la huida hacia diferentes puntos de la Isla30.
Era costumbre en las sociedades de tipo preindustrial el que tan
pronto como se desatase una epidemia de siniestras características la
prescripción más segura consistiese en la escapada hacia otros lugares no
infectados. Esta suerte de ((medicamento)) contó con más adeptos que las
fútiles recomendaciones provenientes de la medicina científica. Prueba de
ello es que hasta el propio lenguaje popular lo recogía en castellano
antiguo, formulándose a través de las tres eles de la prudencia: «luego,
lexos y luengo tiempo». Es decir, huir pronto, lejos y regresar lo más tarde
posible3I.
Fueron incontables las personas que salieron huyendo de la capital
grancanaria. Como tantos otros municipios rurales y del interior de la
Isla, Arucas también se convertía en anhelado punto de destino para
muchos de aquellos infortunados que en la huida contribuyeron a su vez
en la introducción y difusión de la epidemia entre los vecinos de esta
población32. Lo cierto es que durante los fatídicos meses que duró la
invasión colérica fueron enterrados en el cementerio local algunos fugiti-vos
procedentes de las zonas ya apestadas -Las Palmas y San Lorenzo-y
de los que existe constancia en las partidas de difuntos del libro
correspondiente.
En efecto, todavía no se habían disipado del todo las luctuosas conse-cuencias
del ciclo adverso iniciado en 1844 con la plaga de langosta
africana y sequía, cuyas repercusiones se extendieron a los años posterio-res
y que de alguna forma fueron abonando el terreno a la fiebre amarilla
de 1847, cuando al término de tres anualidades apacibles (1848-1850) se
introduce el morbo asiático un 11 de junio de 185 1 en esta jurisdicción.
La llegada del bacilo se produjo cuando es burlado el «cordón sanita-rio
» -que las autoridades habían ordenado instalar en el pago de Tenoya
para incomunicar esta municipalidad con la capital y así evitar la expan-sión
del contagio por toda la zona Norte- logrando atravesarlo entre
otros muchos un enfermo colérico del que dice literalmente la partida de
defunción correspondiente lo que sigue: «Miguel Alvarez, pobre. El día
once de mil ochocientos cincuenta y uno, en el cimenterio de esta Villa y
en el mismo día de su fallecimiento fue sepultado Miguel Alvarez, vecino
m ?,$!LLARES TOXXES, A: ^p. Cit., págs. 22-23.
31 ((Aspectos médicos)), Hisroria 16, Núm. 56, pág. 53.
32 «El año del Cólera)), en la Revisra Canarias 80, por Pepe Alemás, septiembre, Las
Palmas, 1973, Núm. 6.
de la Ciudad de esta Ysla que murió de la enfermedad llamada Cólera
morbo, viniendo a refugiarse a esta jurisdicción y alcanzó la extrema
unción. Es marido de María del Pino Lujan, e hijo legítimo de Gregorio-
Alvarez y de Catalina López; y para que conste lo firmé. Josef Antonio
Rivera)).
En ese mismo día falleció una mujer soltera, de unos 22 años, la cual
procedía también de Las Palmas y presentaba en sus facciones elocuentes
síntomas de haber adquirido el contagio fatídico.
Del total de fugitivos sepultados en Arucas, la mitad venían de Las
Palmas sumando catorce de los cuales siete eran varones y siete mu-jeres.
Entre estas últimas se encontraba la hija o nieta del escribano de
aquella ciudad, José Benitez Oramas, que falleció el 22 de julio asistida de
un criado de nombre desconocido el cual se encargaba de la custodia de la
niña en la huida y que también pereció a los pocos días.
Además murieron dos forasteros que habían llegado desde Las Pal-mas
y se aiojaron en unas casas dei pago de La Hoya de San Juan. Otro
tanto le sucedió a un refugiado que se había instalado en Santidad. En la
capital del municipio fallecieron dos más: se trataba de una mujer de unos
30 años y de «Juan López, maestro de Sastre vecino de la Ciudad de esta
Ysla y de quien no hay más noticias)).
Cuatro víctimas eran naturales del término de Firgas y una del sureño
pueblo de Ingenio. De Fuerteventura procedía uno de los finados y dos
más habían nacido en Teror y Cuba, respectivamente.
Cinco óbitos fueron enterrados sin que se supiese nada de ellos. Tal
vez la cifra de cadáveres anónimos debió ser más numerosa en tanto en
cuanto que durante los días de mayor mortandad se trasladaron a las
sepulturas un impreciso grupo de ellos sin que se diera cuanta de la
correspondiente notificación al párroco33. Con el número de habitantes
con que contaba Arucas los problemas de identificación de los muertos no
ofrecían dificultad alguna salvo para los fugitivos que fallecían. Ahora
bien, desde que los servicios del fosero se hicieron insuficientes y fue
menester recurrir a Las Palmas para que enviasen unos cuantos presidia-ri0s3~
la cuestión cambió. Estos improvisados sepulteros se encargaron de
recoger los cadáveres que encontraban en unas parihuelas y los llevaban
ai abarrotado cementerio en donde eran enterrados sin mucho control en
fosas comunes.
Uno de aquellos presidiarios llamado Bernardo Claramuz, natural de
Tenerife, también sucumbe ante la mortal enfermedad que no respeta a
nadie, ni tan siquiera a los transeúntes. Así una mujer conocida por María
La Pita y un tal José Antonio Martín «de sesenta años, vendedor de
'"«La gran tragedia del cólera en 1851», por Julio Vera, La Provincia, Las Palmas,
28-1-1982.
J4 QUINTANA MIRANDA, M.: Historia de Arucas, Las Palmas, 1979, págs. 160-163.
pescado que se hallaba en este pueblo algunos años hace y de quien no
hay más noticias» son también fulminados por el inmisericorde morbo
asiático.
En conjunto se calcula en un 7,5 por 100 aproximadamente los falleci-dos
del cólera entre fugitivos de la epidemia o de residentes en este pueblo
pero originarios de otros municipios35.
Con ello se pone de manifiesto la inutilidad del (cordón sanitario» que
filtraba los viajeros por el camino real que venía desde Las Palmas y que
fue burlado en numerosas ocasiones facilitando la penetración del bacilo
en esta localidad y responsabilizándose del espantoso balance obtenido:
399 defunciones a causa del cólera morbo asiático sin contar las 59 muer-tes
provocadas por otras enfermedades irremediables durante los meses
anteriores y posteriores a la epidemia.
En total se contabilizan unas 458 personas las extintas en 1851. Evi-dentemente
la lista de occisos se ampliaría aun más si se conociera el
número de aruquenses que murieron en otros pueblos en la huida36. Y es
que tan pronto se extendió la noticia de la propagación del contagio, el
viejo proverbio latino de «cito, longe, tarde~37 se convirtió a su vez en la
consigna salvadora obedecida al parecer por unos 1.915 lugareños que
escapan hacia las medianías y cumbres de la Isla buscando lugares aparta-dos
y seguros que les dejara a buen recaudo de la plaga38.
Un autor tan bien informado como Marcelino Quintana dejó escrito
que «mucha gente abandonó la población y marchó a los campos. Si
alguno al huir sentía los síntomas del cólera, sus acompañantes en vez de
socorrerle, le dejaban a la orilla del camino y huían despavoridos»39. De
todo lo cual se desprende que en esta cadena de tragedias los aruquenses
pasaron de invadidos a invasores al vehicular la enfermedad en la desban-dada
hacia otros sitios en una fuga aparentemente salvadora que no hacía
otra cosa sino repetir el ciclo infernal.
2. EL VIBRION SCHOLERAE Y SUS NOCIVOS EFECTOS EN
ARUCAS
Originario de la India, el instrumento de tantas desgracias recibe tam-bién
el nombre de ((Enfermedad del Gangesu. El Cólera morbo asiático es
una dolencia fácilmente contagiosa producida por un bacilo que visto al
35 Idem, págs. 160-103.
36 Idem. págs. 160-183.
37 «Aspectos médicos)), Historia 16, pág. 53.
38 QUINTANA MIRANDA, Pedro Marcelino: Op. cit. págs. 160-163.
39 Idem, págs. 160-163.
microscopio tiene la forma de un bastoncillo incurvado, con una longitud
que oscila entre una y dos micras. El vehículo más utilizado por el vibrión
en sus desplazamientos epidémicos suele ser a menudo el agua de beber y
el consumo de alimentos contaminados por detritus de enfermos.
El veneno miasmático y demás principios morbíficos típicos de este
mal se desarrollan con inusitada rápidez, en particular entre las clases
pobres mal alimentadas del núcleo urbano y de los barrios sucios y mal
ventilados.
Los síntomas más comunes de esta enfermedad, endémica en la penín-sula
indostánica y hasta entonces desconocida en las Islas, consistían en lo
siguiente: una vez instalada la crisis en los pacientes se producía una
deshidratación cada vez más profunda. Las víctimas adquieren un aspecto
tétrico ya que la piel se torna fláccida en todo el cuerpo, pero en el rostro
se encoge estrechamente sobre los huesos que se vuelven como prominen-tes.
Los labios cobran un color azulado, y la cianósis se extendía gradual-
-.+- -1 .r.o+.,.
IiiLiiLL ai IVJLIV, a los dedos, a !as manos y a los pies".
Rápidamente aparecían también los dolores musculares, primero en
las pantorrillas y después en todo el cuerpo. Se trataba de calambres que
provenían por accesos. El pulso a su vez se iba haciendo paulatinamente
más débil y los latidos del corazón más sordos hasta cesar los pálpitos.
La piel y la lengua se enfriaban y el cuerpo se cubría de un sudor
viscoso. No se producían fiebres, por el contrario, la temperatura perifé-rica
permanecía por debajo de los 330 C.
Acometidos súbitamente por violentísimas diarreas, los convalescien-tes
quedaban exhaustos a las pocas horas. La pérdida del conocimiento y
la muerte constituían el punto final de esta temible dolencia. En general,
la defunción sobrevenía a las cuarenta y ocho horas o a las veinticuatro
horas de haberse adquirido la enfermedad. El cólera es en este sentido
posiblemente la más despiadada de todas. las toxinfecciones conocidas.
En efecto, la .variante llamada cólera seco o fulminante, sin diarreas,
producía la muerte de los invadidos a las pocas horas41.
Dado el pésimo estado sanitario e higiénico, la transmisión del mal no
debió encontrarse con demasiados obstáculos. Sin ninguna posibilidad de
contener o reducir sus brutales embestidas a partir de los conocimientos
zédicos de :a época, la epideiiiia se cebó sobre una pobiación ijepaupa-rada
con sus defensas orgánicas gravemente vulneradas por las hambru-nas
y epidemias anteriores.
El día de mayor virulencia o la cima de la invasión se produjo el 26 de
junio, día en que murieron nada menos que 46 aruquenses. El mes de
BOSCH MILLARES, J.: Hisforia de la medicina en Gran Canaria, Las Palmas, 1967.
4' «El cólera, azote de la Humanidad)) por José T. Cabot en la Revis~a Historia y Vida,
diciembre de 1970, núm. 33.
junio fue, en general, en el que mayor mortandad se registró e n po quísi-mos
días son enterrados el 74,18 por 100 de los coléricos- entre el 20 y el
30 del expresado mes.
En julio, solo los primeros días recogen una cifra considerable para
luego ir cediendo en intensidad. En total se registran unos 101 occisos
-es decir, el 25,3 1 por 100- a causa del cólera en dicha mensualidad. En
agosto, se puede decir que ha remitido casi del todo en base a que solo
fallecieron dos personas exactamente los días dos y cinco, cerrándose así
la luctuosa relación con la partida a nombre del joven «Bartolomé Batista
Ponce, Varón, pobre, último del cólera»4?.
En razón al elevadísimo porcentaje obtenido en pocos días se puede
considerar la epidemia como una espantosa dolencia de irrupción explo-siva
ya que en breve espacio de tiempo dejó enlutada a la casi totalidad de
las familias del lugar.
Desconocemos el número exacto de invadidos. Pero por los datos que
se tienen de la Península en donde el cólera llegó tres veces a lo largo del
S. XIX, se sabe que la relación contagiados-defunciones era de 30 vícti-mas
de cada 100 afectados por la enfermedad. Del resto que salía con
vida, unos dos tercios aproximadamente volvían de nuevo a recaer en
diversas dolencias también inexorables.
Los estragos de la peste asiática en Arucas se llevaron a mejor vida al
12,41 por 100 de la población total. Quiere esto decir que de cada 25
habitantes al menos tres sucumbieron víctimas de la enfermedad del Gan-ges,
cifra sorprendente si se compara con los efectos provocados en las
provincias españolas43.
Naturalmente la tasa bruta anual alcanzó probablemente la cifra más
alta de toda la historia del municipio con 124 por mil, que no pudo ser
compensada con el índice de natalidad de tan solo 34,16 por mil, provo-cando
un saldo vegetativo claramente deficitario.
En consecuencia la sobremortalidad va a erosionar gravemente la
pirámide de edades, produciéndose muescas a veces pronunciadas en dife-rentes
tramos, sobre todo en los siguientes: 0-5; 6-10; 1 1- 15; 26-30; 46-50;
51-55; 56-60 y 66-70, que de alguna manera tendrían que repercutir nega-tivamente
tanto en la nupcialidad como en la natalidad. Ahora bien, las
P!eva&simas tasas de natalidad de los años siguientes enjugarán con
creces muy rápidamente el saldo negativo de esta anualidad incluso ante
la presencia de emigración.
4? ROMERO SOLIS, P.: La pohla<,ión r.spañ»lu en los .siglos X V l l l L. XIX. Madrid,
1973, pág. 188 ss.
Tanto al comenzar la relación de las victinias del cólera como al cerrarse el párroco de
entonces puso una nota manuscrita indicándolo. Así quedaban separados los difuntos de
otras enfermedades y los muertos por la epidemia.
3. MEDIDAS QUE SE ADOPTARON A FIN DE DETENER
Y EVITAR LA PROPAGACION
La envergadura de semejantes acontecimientos obligaron a constituir
en esta población su propia Junta de Salud que interviniese en auxilio de
los más necesitados. Tan pronto se constituyó a partir de los miembros de
la Corporación local e integrando algunos de los «mayores contribuyen-tes
» el primer problema que tuvo que afrontar fue el de la escasez de
numerario para la lucha contra la epidemia. Inmediatamente se iniciaron
gestiones para acopiar fondos provenientes del Ayuntamiento y de la
caridad pública. Así mismo se solicitó, entre otros, un préstamo a la
Heredad de Aguas de Arucas y Firgas por valor de 3.91 6 reales de vellón y
un maravedí.
Con los recursos acumulados se auxilió con alimentos, vestidos y
medicamentos a los enfermos. Se procuró incrementar la limpieza e
higieEe y se asistió c=m= pUd= c=n escasos ;ecE;sos mtdicos y
farmaceúticos. No se tienen noticias acerca de si se hizo trasladar a los
enfermos o de si se habilitaron casas para hospicio público ni de como
atendían a los apestados domiciliariamente44.
Entre las medidas cautelares que se siguieron para evitar la invasión
epidémica del municipio figura en primer lugar el acordonamiento e inco-municación
de los sanos y de los lugares más próximos (Tenoya y Tama-raceite).
Estos cordones se establecían disponiéndose los guardias vecina-les,
que eran voluntarios reclutados, a cada lado del «camino real» que
viene de Tenoya en turnos que duraban toda la jornada.
Entre otras recomendaciones, la Junta de Salud asumía las tesis de la
medicina higienista estimulando en la población el esmero en la limpieza
de las casas y personas; evitar los aires fríos, húmedos e impregnados de
fetidez, el calor excesivo; moderación en el comer y beber; consumir
alimentos de primera calidad, proscribiéndose entre otros el pescado
salado. Se pedía a la población evitar las visitas a las casas de los enfermos
y se suprimieron los festejos populares de San Juan y San Pedro ya que
las concentraciones humanas, en particular las de hombres y animales en
las Ferias de ganado, podrían facilitar el contagio.
A pSadre las insirUcciuncs &das, iricuiiipiiiIi~en~doe ias prescrip-ciones
fueron la norma general a tenor de los escasos resultados obteni-dos.
Por otra parte, los filtros y controles para impedir la entrada de
viajeros procedentes de zonas contagiadas o sospechosos no cumplieron su
cometido como se ha demostrado anteriormente y solo consiguieron
entorpecer las comunicaciones con el consiguiente deterioro de las rela-ciones
comerciales y la obstrucción de la llegada de medicamentos e
instrucciones oficiales.
4"OMERO SOLIS, P.: Op. Cit., págs. 188 SS.
El que no se lograse ninguna curación entre los abatidos hizo que se
propugnasen como supuestos específicos poderosos frente el morbo de
remedios propios de la medicina acientífica y creencia145. El origen exó-tico
de la enfermedad y el misterio que rodeaba su expansión se trataba de
explicar por intervención divina en castigo a las maldades y pecados de
los hombres. El cronista y sacerdote aruquense Quintana Miranda así
parece insinuárnoslo de alguna forma cuando dejó escrito que el contagio
y sus efectos habían sido ya profetizados tres años antes por el padre
Antonio María Claret quien desde el púlpito indicó que «Será tal la
desolación que no habrá padres para hijos ni hijos para padres)).
Ciertamente, la indefensión ante el cólera empujaron hacia este tipo de
providencialismo tan característico de las sociedades premédicas y que en
Arucas se concretó incrementando la devoción de los lugareños por San
Sebastián, abogado de las epidemias y copatrono de la Villa 46. Rogativas,
promesas y oraciones eran junto con la llamada a la conciencia cristiana
para socorrer a los desvalidos las medidas que la parroquia recomendaba
a su feligresía.
4. LA SELECCJON DE LAS VICTJMAS DEL VZBRION COLERICO
Pese a que en general el cólera respeta a los recién nacidos, las estadís-ticas
elaboradas a partir del cotejo de las partidas de difuntos señalan una
gran mortandad infantil -menores de un año- y una elevada participa-ción
de los párvulos que suponen en total un 21,61 por 100 de las defun-ciones
de 1851.
La mortalidad por grupos de edades presentaba el siguiente pa-norama:
45 ROSALES QU EVEDO, T.: Historia de /a Heredod de Aguas de Arucas y Firgas.
46 En la publicación escolar del C.N. Vascongadas de Tenoya titulada ((Breve Historia de
Tenoyan se cita un documento que dice así: «El mal fue importado de Tamaraceite a donde
había llegado por un vecino bracero en la obra del muelle de Las Palmas y que regresó a su
casa el día 4 de junio. Se extendió La enfermedad por toda la zona. Los medicamentos fueron
distintos y los cuales no fueron dirigidos por profesores de medicina por no haberlos. Se usó
como precaución, por mañana y noche simultaneamente una copa de aguardiente anizado
con agua; así mismo se usó y con buen éxito el agua de malvas caliente por la mañana y
tarde; también se usó recomendado por un médico árabe la hierba de pasote, romero y la
flor de azufre, tomando la cantidad de media jícara con feliz resultado. También tuvo éxito,
especialmente para !as emba:azadas, ficr de sauci y mxnzani!!a bien c-Iiente, hasta romper
el sudor, suministrándose además baños de aguardiente de caña tibio, frotándose al paciente
con tela de lana caliente a los pies y en las demás extremidades del cuerpo. Se observó
igualmente que e! que transpiraba y no se amilanaba conseguía triuniar del ataque. Se
ventilaban las piezas y se fumigaba)).
CUADRO N.o 1
LA MORTALIDAD DE 1851 EN ARUCAS SEGUN LOS GRUPOS
DE EDADES
o- 5
6-10
11-15
16-20
21-25
26-30
3 1-35
36-40
4 1-45
A L <A
Tu-r'u
51-55
56-60
61-65
66-70
71-75
76-80
81-85
86 y más
TOTAL 458 100,OO
Fuente: Archivo Parroquia1 de San Juan Bautista de Arucas. Elaboración propia. Se ha
incluido también las 59 defunciones que se produjeron en ese año por otras enfermedades al
margen de la epidemia.
A la vista de los datos se advierte una fuerte mortandad entre los
adultos y los viejos con porcentaje del orden de! 4,86 y !5,48 pcr !@
respectivamente. Lo que expresa ante todo que el cólera, como dolencia
exógena e infectocontagiosa que es, se ensañó salvajemente con aquellas
personas ya debilitadas por la malnutrición, por la edad más o menos
avanzada o por otras enfermedades por lo que eran presas fáciles.
CUADRO N.o HI
LA MORTALIDAD EXTRAORDINARIA PRODUCIDA POR
EL COEERA EN 1851 POR SEXO Y ESTADO CIVIL
Solteros Casados Viudos Total
Partidas En % Partidas En % Partidas En % Partidas En %
Varones 100 25,06 76 19,04 29 7,27 205 51,38
Hembras 99 24,81 57 14,30 30 9,52 194 48,62
Total 199 49,87 133 33,34 67 16,79 399 100,OO
Fueme: Archivo Parroquia1 de San Juan Bautista de r u c a s . Elaboración propia
Como se puede ver el contagio parece preferir un poco más a los
varones que a las hembras. Inexplicablemente la leve sobremortalidad
masculina no encaja en nuestro esquema máxime cuando la asex ratio»
era en ese período netamente favorable a las hembras. Sin duda alguna se
trataría de una incidencia selectiva más contra los que en la práctica más
calorías gastan y menos reponen, los varones. En los estudios realizados
por Koch y Pettenkofer sobre las génesis del cólera se expuso la hipótesis
de que el alcohol consumido abundantemente genera una eliminación de
las defensas frente al vibrión. La gastritis atrófica producida por el exceso
de alcohol crea una situación propicia que generalmente afecta más a los
bebedores. Ello podría explicar también el que determinados individuos
marginados -varios mendigos y unos ocho incluseros entre ellos- por la
rígida sociedad de aquellos años fuesen los primeros eliminados por la
epidemia4'.
En la relación campo-núcleo urbano, éste Último parece haber tenido
el dudoso privilegio de sentirse muchísimo más afectado por la plaga. Es
eíi cüdcjüiei caso para el qUe ccntamcs ron Una dcxi?rr,entariSn mSs
explícita gracias a los registros parroquiales. Según estos, la mayor dis-eminación
-el nomenclátor de 1860 señala nada menos que 41 entidades
menores, donde vive el 74 por 100 de los habitantes48- obstaculizó eficaz-
47 CABALLERO MUJICA, F.: Pedro C e r h y el Ma,corazgo de Arucas, Las Palmas,
1973.
48 ((Condiciones de vida y cólera: la epidemia de 1854-1856 en Madrid)), por José R. de
Urquijo y Goitia en la Revisra Estudios de Hisroria Socia1;octubre-diciembre de 1980, Kúm.
15, págs. 63-175.
mente la difusión del contagio que de lo contrario hubiese incrementado
el número de óbitos hasta cifras más espantosas todavía que las obteni-das.
En efecto, tan solo se pudo encontrar en las incripciones a un total de
cinco occisos del cólera -tres de ellos varones y dos hembras- que
estaban domiciliados en los barrios y caseríos de Hoya de San Juan,
Santidad, Trapiche y El Palmar49 lo que no hace sino confirmar el menor
riesgo de los habitantes dispersos por el término.
Por el contrario, la mayor concentración de la población favorecía
innegablemente la propagación del contagio. Por estos años, salvo las
pocas familias privilegiadas, la mayoría de la población de la Villa residía
en viviendas reducidas, sin apenas ventilación, algunas rezumaban hume-dad
por las paredes y apenas contaban con luz suficiente. En ellas vivían
hacinadas familias enteras que raramente eran inferiores de cinco miem-bros,
mal vestidos y peor alimentados, careciendo de todo lo más indis-pensable
a las necesidades comunes de la vida.
En algunos casos, la proximidad o incluso connivencia con cuadras y
gallineros daba pié a una especie de promiscuidad entre hombres y anima-les,
Muchas viviendas o carecían de pozo negro o se construyeron con tan
poca capacidad que en ambos supuestos desparramaban sus aguas sucias
infectando calles y anexos50.
Se daba el caso de que incluso en las mismas casas de las clases
opulentas donde vivían también numerosos criados de ambos sexos, se
albergaba a la servidumbre -que significaba en 1860 el 11,4 por 100 de la
población activas'- en aposentos reducidos y faltos de las mas esenciales
condiciones de salubridad. Así encontramos una partida entre otras
muchas que dice literalmente lo siguiente: ((Procedente del Palmar falleció
una señorita que servía en casa de Don Manuel Torres, vecino de esta
Villa, de la que sólo dijeron que se llamaba María y que tenía veintiún años,
de estado soltera)).
Con estas pésimas condiciones ambientales no resultaba desde luego
nada extraño que el cólera atacase salvajemente y en primer lugar a los
barrios obreros de La Goleta, Cerrillo, Montañeta, Los López, Terrero,
Tabaibal, Cerera y Montaña de Arucas. Y es que no se trataba tan solo de
un problema de aseo personal, sino básicamente de una total inexistencia
de higiene social. Es decir, ausencia de infraestructura urbana adecuada.
4y DIAZ HE RN AN DEZ, R.: Evolución de la población del Muriicipio de Arucas desde
1850 a 1975, Las Palmas, 1979, págs. 186-193.
50 CI ,D .,I-,.- no ..- L---:- 2-T \,--L. A - T.- ui i i iai LJ uii vai i iu UCI IYUILC uc ~ e r v ry que parece tratarse en estos anos de un
barrio compartido entre aquel municipio y Arucas por encontrarse así consignado en las
relaciones del nomenclátor como entidad menor.
5 ' BUSTO Y BLANCO, F.: Topogrqfín midica de las Islas Canarias, Sevilla, 1864, X1,
52 páginas.
CUADRO N.O III
LA MORTALIDAD ENTRE LOS POBRES DE ARUCAS EN 1851
Varones Hembras Total General
Total En 9% Total En % Total En %
Defuncipnes a cau-sa
del cólera . . . . . 159 39,84 133 33,34 292 73,18
A causa de otras en-fermedades
. . . . . . 13 22,03 20 33,90 33 55,93
Total.. . . . . . . . . . . 172 37,55 153 33,33 325 70,96
Fuente: Archivo Parroquia1 de San Juan Bautista de Arucas. Elaboración propia
La mayoría de los fallecidos -nada menos que un 70,96 por 100 del
total de enterrados en este fatídico año en la jurisdicción de referencia -se
componia de personas pobres que carecían de todo tipo de medios, ni
siquiera para costearse sus propias exequias fúnebres.
En efecto, los jornaleros que constituían casi el 40 por 100 de la
población activa, viviendo una existencia precaria estaban condenados a
ofertar su fuerza de trabajo a cambio de unos salarios por debajo del
mínimo de subsistencia que era abonado por día de trabajo. Lo que
significa que eran descontados los 52 domingos del año, casi 15 festivida-des
religosas, la inasistencia a los cultivos por eventuales enfermedades y
los días de lluvia que se pudieran ocasionar a lo largo del año.
El que se tratara de una superposición de epidemia y crisis econó-mica52
con encarecimiento de las mercancías de primera necesidad, intro-ducía
inequívocamente a las clases trabajadoras en un círculo vicioso
infernal: viviendas insalubres; débiles e insuficientes jornales para adqui-rir
los alimentos de calidad recomendados, recurso obligado a los víveres
considerados perjudiciales debido a su baratura y, en fin, marginacion
proverbial del mercado médico-farmacéutico ante la imposibilidad dine-raria
de acceder a su utilización. Ello hace que podamos definir los estra-gos
producidos en Arucas por el cólera como de auténtica epidemia
proletaria.
Pese al escaso desarrollo terapéutico, los estratos sociales favorecidos
r.u.v..;.c-i. u.-i-i . a ; r i i i p i r ,.l-.-i i i u i i i a a 1,,1,1 & ,p,,:L~.'l~'A ~ ~ i A~,, i udb,~ 'au. ,la;,\ u lr :11a,.' 1 b J V J db- 1l Lmuru.rlhu,u u,,,:aAI u-
52 DIAZ HERNANDEZ, R.: Op. Cit., págs. 174-186
tico. El que tan solo testaran cinco varones y dos hembras de entre todos
los extintos constituye sin duda la mejor confirmación de la inmunidad de
que siempre gozaron los privilegiados durante la invasión colérica.
Con la llegada del invierno y el descenso de las temperaturas el cólera
remitió del todo, si bien dejó una bien visible resaca entre la población
que se manifiesta53 más que nada en la tasa bruta de mortalidad de 1852
que asciende a 22,5 por mil. Se trata a todas luces de un coeficiente
superior al normal pero que en nada se parece al del año crítico del morbo
asiático en tanto en cuanto es superado por la tasa bruta de natalidad
(43,69 por 1.000) lo que determina a su vez un saldo natural altamente
positivo que al repetirse en las anualidades siguientes enjugará el déficit
del cincuenta y uno.
A su vez la nupcialidad cae vertiginosamente -5,7 por 1.000- ante
las obstrucciones características de una coyuntura adversa para la forma-ción
de nuevas parejas: alto número de célibes femeninos, fuerte índice de
viudedad y dificultades en las segundas nupcias ante el repudio de las
viudas.
La mortalidad de este año es básicamente infantil ya que tan solo los
menores de un año -fallecidos la mayoría a los pocos días de nacer-suponen
un elevado porcentaje de 36,47 por 100 que unido a los muertos
entre 1-5 años suman un 68,23 por 100 del total de occisos.
Pero lo que sigue probando la continuidad de los problemas alimenta-rios
es el alto número de pobres: un 40 por 100 de los óbitos; tan solo un
fallecido hizo testamento y los restantes o bien eran menores o bien no
testaron.
Las hembras saldrán más perjudicadas que los hombres también en
esta anualidad con casi tres puntos más. La mayoría de los fallecidos son
solteros como resultado del incremento de los párvulos en la mortalidad
general. Los casados y viudos casi se equilibran con 10,59 y 9,41 por 100,
respectivamente.
Una mujer de Transmontaña y un varón de La Pedrera son los únicos
casos que se consignan en las partidas como que residían en barrios y
caseríos fuera de la Villa. Un varón de Firgas y una mujer de Teror fueron
los únicos extintos que no eran naturales de este término municipal.
Los meses comprendidos entre julio y diciembre fueron los que más
muertes registraron: 75,3 por 100 del total anual. Los fuertes calores como
el descenso de las temperaturas a finales de año son como se sabe respon-sables
de facilitar las enfermedades mortales que afectan al aparato respi-ratorio
y gástrico respectivamente.
53 MILLARES TORRES, A.: Op. Cit., págs. 22-26.
LA MORTALIDAD ORDINARIA Y CATASTROFICA DE FIRGAS
ENTRE 1845 Y 1852
El rasgo más llamativo de esta municipalidad a finales de la primera
mitad del siglo XIX es sin duda alguna su carácter eminente agrario de
acuerdo con el volumen de personas que viven única y exclusivamente del
cultivo de la tierra. Así pues, el censo de 1857 establece una clasificación
muy elemental pero esclarecedora de la distribución de los activos de
Firgas en la que tan solo los dos subgrupos del sector primario -
contituído por jornaleros y labradores que suman un total de 231 efecti-vos
-vienen a suponer la casi totalidad de las ocupaciones remuneradas
con un porcentaje de 98,29 por 100. Dentro del primario predominan los
jornaleros de la tierra con un 53,151 por 100 de los activos totales. Los
labradores, o sea propietarios y arrendatarios, cuentan con 105 miembros
que supenrn 22 re!evz~te ynVn. -rv.~. .b~Jnu t a i ~i$ A,68 pgr !n^.
CUADRO N.o HV
Sector Primario
Total En %
23 1 98.29
Sector Secundario Total General
Fueme: Censo oficial de 1857
El terciario o bien no existía por entonces o bien no aparece recogido
en el censo. En cambio, el secundario significa en la economía de Firgas
un escuálido 1,71 por 100 que le viene de cuatro trabajadores empleados
en la industria. La insignificancia de estos Últimos sectores de la economía
L ..:-,. A---*..- -1 -..: -..- A- ----- 11- .. ..L..-- .. 1- +- ..-- 6. :-A ,l..-
I IU i i a C c i i XI IU U c i i v L a i GI C . A I ~ U Uu L a a i i u i i v u i v a i i u y i a i u ~LCi i i i u ~ p ~ i i u c i i -
cia de la agricultura de los habitantes del lugar.
De cualquier forma, la población activa de 1857 representa una cifra
bajísima de 23,7 por 100 respecto a la población total que revela, entre
otras cosas, inexactitudes sin duda derivadas de no contemplar la partici-pación
laboral de las mujeres en las tareas agrícolas.
.A !i vista todo ello queda bien patente e! ra&tpr rfira! de esta
municipalidad en la que los jornaleros sin tierra y los labradores represen-tan
la base económica fundamental como exclusivos creadores de riqueza.
La irrelevancia de los demás sectores tipifica al municipio de Firgas como
básicamente rural con una zona baja dedicada a los cultivos de exporta-
ción y otra de medianías orientada a los cultivos de subsistencia y ganade-ría
extensiva.
Entre 1845 y 1852 la población de Firgas va a experimentar un impor-tante
descenso en el número de habitantes a consecuencia del bajón que se
produce en los índices brutos de natalidad y el ascenso de los de
mortalidad.
CUADRO N.Q V
POBLACION DE FIRGAS ENTRE 1845 Y 1852
Años Población
Fuente: Francisco María de León en su Historia de las Islas Canarias, Padrón de
Habitantes (Archivo Municipal de Firgas) y Censo de 1857.
Las tasas por debajo de cuarenta puntos en los años bajo examen
constituyen un hecho verdaderamente insólito en una sociedad agraria
aue necesita funcionalmente de una alta natalidad uara obtener de ahí las
suficientes aportaciones de fuerza de trabajo que las huertas familiares
demandaban. Se asiste claramente en estos años a una crisis económica
con sus lógicas repercusiones demográficas que afectan a la nupcionali-dad
provocando oscilaciones violentísimas y a la mortalidad con altibajos
que van desde el mínimo de 20,3 por mil al máximo de 116,15 por mil.
Estamos, pues, dentro de un ciclo adverso a la población en que la con-junción
de las crisis alimentarias, enfermedades y, sobre todo, las epide-mias
de 1847 y 1851 hacen verdaderos estragos consiguiendo no sola-mente
detener el crecimiento demográfico sino incluso contraerlo.
Así en estos años se obtienen un total de 272 nacimientos que no
logran enjugar las 294 defunciones que determinan un saldo vegetativo
manifiestamente deficitario. Eso hace que con la emigración secular la
población de Firgas pase de 1.083 habitantes en 1845 a 990 en 1857, con ..- c. .--* - L-:-- u11 IUCI LC V Q ~ ~ eInI e l medio: 9 i 0 Iiabiianieb en i849.
En efecto, nos encontramos ante un período difícil en que la diferencia
entre nacimientos y defunciones favorece a estas últimas en 1847, 1848 y
1851. En las restantes anualidades se logra a duras penas obtener saldos
positivos, siendo el de 1846, con 25 firguenses más, el año más beneficioso
al crecimiento de la poblacion.
Como se vió en el caso de Arucas, también en Firgas se detectan los
mismos intervalos según la tasa bruta de mortalidad:
a) Entre 1845 y 1846 se aprecian tasas muy bajas y por la propia
estructura interna de la mortalidad se pueden advertir los síntomas que
preceden a las anualidades mortíferas posteriores.
b) Las tasas correspondientes a 1847 y 1848 superan los treinta puntos
a causa de la incidencia del hambre y la epidemia de fiebre amarilla.
c) Pasado el ciclo adverso, las tasas brutas vuelven de nuevo a bajar
en los años 1849 y 1850 pero sin alcanzar las cifras de 1845 y 1846,
preludiando en cierta manera la catástrofe demográfica de 1851.
d) En 185 1, la epidemia de cólera morbo asiático es la responsable de
los índices brutos de mortalidad probablemente más alta de la-historia del
municipio de Firgas. La vuelta a la normalidad se produce en 1852 lo que
demuestra el carácter episódico de la epidemia, cerrándose con el estudio
de esta anualidad nuestro estudio sobre la mortalidad catástrofica en
Firgas.
a) Tasas muy bajas entre 1845 y 1846
En 1845 se registra en Firgas la tasa bruta más baja de todo el período
estudiado con tan solo 20,3 por 1.000. Quizás se explique por las subins-cripciones
que pudieron producirse al tratarse de ser el primer año en que
la parroquia de San Roque funciona independientemente de la de Arucas
y la rutina se mantuviera en especial entre los lugareños de los barrios
colindantes con el municipio vecino.
Por edades, la mortalidad de ese año afectó mucho más a los menores
de 20 años (40,94%), ensañándose particularmente con los párvulos que
registran un 27,3 por cien del total de occisos. Los restantes grupos de
edades son menos abatidos con cifras que van desde 31,81 a 27,25 para los
adultos y viejos respectivamente.
A pesar de que la composición de la población favorece cuantitativa-mente
a las mujeres -la «sex ration en este año es de 84;49-; los varones
se verán más afectados con un porcentaje verdaderamente llamativo:
72,72 por cien de las defunciones. Por consiguiente, los fallecimientos de
este año diezman a los hombres en un 3,2 por 100 del total y a las hembras
en solo 1,02 por ciento del conjunto de las féminas.
El descenso de las temperaturas parece tener alguna responsabilidad
en los fallecimientos de Firgas en esta anualidad ya que el 50% de aquellos
coincide con los meses más fríos de septiembre a diciembre.
Pese a tratarse de un momento en que la población era mayoritaria-mente
dispersa, los fallecimientos fuera del casco urbano son mínimos. En
efecto, sólo tres residían en la parte del Trapiche que pertenece a la
jurisdicción de Firgas y dos más vivían en Casablanca. A éstos hay que
agregar las defunciones de un transeúnte que venía mendigando desde El
Palmita1 (Guía) pero que procedía de Lanzar0te5~.
En cuanto a las repercusiones sociales de la mortalidad cabe resaltar el
hecho de que ninguno de los óbitos testaron o dejaron bienes, uno era
pobre de solemnidad y otro más era expósito.
El índice de mortalidad de 1846 sube en casi dos puntos más para
dejarlo en 22,13 por 1.000. El leve aumento de los enterramientos de este
año y la carestía general que se asiste en toda la isla se interrelacionan
perfectamente. Es por ello que las edades primeras de la vida de las
personas sean las más quebrantadas por las enfermedades ante la desnu-irición
en el período de gestación y en-los primeros meses. Sin lo expuesto
no tendría explicación el que el 50,04 por 100 de los fallecidos sean
menores de 20 años y, en particular, que esa cifra se nutra básicamente de
!m mencres de u:: u:'.= qm contribuye:: rcn 33,38 pcr cien. Lcs derr,ás
grupos de edades, incluido el de los ancianos, resisten un poco mejor los
efectos de la escasez a tenor de las cifras obtenidas que alivian algo las del
año anterior.
En cuanto a la incidencia sobre los sexos, todavía son los varones los
que inexplicablemente están más expuestos a la muerte. Más de la mitad
de ! l s T I e f ~ n ~ l ~rne essig -?enpridi?ciendo entre !m meres de se,ntiemhre y
diciembre, con una cima secundaria localizada entre los meses de abril y
mayo. En cambio los calores estivales parecen como más respetuosos con
la población en tanto en cuanto no es sepultado ningún lugareño en dicha
estación.
La mayoría de los óbitos son naturales de la Villa y tan solo tres de ellos
habían llegado desde Gáldar, Valleseco y Tafira.
Con el despegue de la crisis aumenta el número de fallecidos pobres y
sin testar que supone un relevante 33,33 por 100 de los finados. Tan solo
uno de los fallecidos testó y «dejó bienes e hijos)). Por consiguiente, con la
adversidad de la escasez, la muerte se torna cada vez más selectiva anun-ciando
los calamitosos años siguientes para los habitantes de esta
localidad.
b) El hambre y la fiebre amarilla como responsables de la sobremortali-dad
de los años 1847 y 1848
Las tasas brutas de mortalidad experimentaron una subida impor-tante
entre los años 1847 y 1848 que ascienden a 3939 y 30,93 por mil
respectivamente. Por su parte, los índices de natalidad correspondientes a
estas dos anualidades sufren a la vez importantes mengüas que los redu-
54 DlAZ HERNANDEZ, R.: Op. Cit., págs. 53-69.
cen a 26,7 y 29,9 por mil, lo que origina sendos saldos negativos. Por lo
que concierne a la nupcialidad, se aprecia una caída vertiginosa en 1847
que luego se recupera en parte al año siguiente. Todo lo expuesto hasta
aquí trasluce por sí solo la presencia de una fuerte crisis social y econó-mica
sobre la cual cabalgan las enfermedades infectocontagiosas -en
particular la temida fiebre amarilla- responsables de la alta mortalidad
de estos años.
En la primera anualidad, los comprendidos entre los O y 20 años
siguen siendo los más expuestos a las enfermedades fatales y los que
padecen más acentuadamente los efectos de la carestía. Dentro Qe éstos,
los pertenecientes a la cohorte 0-5 años son los que aportan -37,21% de
los finados- la mayoría de los cadáveres del conjunto de la mortalidad
general. Los adultos y ancianos contribuyen con porcentajes modestos de
34,88 y 20,94 por cien a la mortalidad de 1847.
Como ocurría anteriormente, los varones persisten como el sexo más
~ f e r t ~ r ipnn rrir; cirritrn nirntnr pny e f i ~ jd~e l!E S mUjereS, pese a n t i P !Y '&&"U&'&.." u., "U.,. "u-.." y U " C V U Y --
población de aquel año, con fuerte emigración masculina, estuviera com-puesta
por mujeres en su mayoría.
Con la epidemia de «vómito negro» aparece un cambio estaciona1 en
reiación con el calendario de las defunciones notándose un desplaza-miento
importante hacia los meses que van desde enero hasta abril, con
41,6% de las defunciones. Con los calores de junio y julio, la incidencia del
morbo amarillo se hizo perceptible responsabilizándose en el 27,9 por
ciento. Finalmente, surge una tercera cresta en los meses comprendidos
entre octubre y diciembre que obtiene un porcentaje de 18,5 por 100. En el
reparto de la mortalidad por meses, mayo, agosto y septiembre fueron los
más sobresalientes por su bonanza por cuanto que durante ese tiempo no
se vieron cortejos fúnebres en la Villa con la frecuencia de los menciona-dos
más arriba.
Salvo dos difuntos naturales de Galdar y Valleseco, todos los demás
eran vecinos de la Villa. Entre los fallecidos había un transeúnte, quizás se
tratase de un mendigo o vagabundo, frecuentes en una época difícil como
la de referencia, que fue enterrado en el cementerio de esta localidad sin
que se tuviesen más noticias.
La selectividad de ia muerte en esta anuaiidad critica iiegó ai extremo
de no contar entre sus víctimas con ningún propietario. En cambio, el
46,86% de los occisos eran pobres de solemnidad y otro llamativo 16,27%
falleció sin testar ni dejar bienes, lo que pone de manifiesto una vez más la
total indefensión médico-sanitaria así como la desnutrición de las clases
trabajadoras.
EI, 1848 ia Siiuación apenas ha"via.u a f id~u,a p i c c ~ ~ í i ~ toasne s olo ~ f i a
leve mejoría que se refleja en el descenso de la tasa de mortalidad. Por
consiguiente debemos suponer que el desabastecimiento de las mercancías
y la letalidad de la epidemia de fiebre amarilla persistieron durante esta
anualidad.
Lo primero que salta a la vista en este año es la elevadísima participa-ción
de los que aun no habían cumplido un año en la mortalidad general:
22,59 por ciento del total de fallecidos. En general, los más asolados por
las enfermedades irremediables son los jóvenes comprendidos entre 0 y 20
años. Por el contrario, los adultos y viejos sea porque o bien ya fueron
diezmados por el hambre y la epidemia del año anterior, sea porque su
número es irrelevante en relación a los jóvenes obtienen unos porcentajes
relativamente apacibles.
Contrastando bruscamente con las anteriores anualidades, las hem-bras
con un 61,29 por ciento pasan a ser las más quebrantadas por la
mortalidad lo que se explica en parte por el descenso de población mascu-lina
que reduce la «sex ratio» a la cifra de 70,63 favorables a las mujeres.
En cuanto a la distribución de los fallecimientos por meses, entre
septiembre y diciembre se encuentran las mensualidades más peligrosas
quizás a consecuencia del descenso de las temperaturas que facilitan los
contagios que afectan al aparato respiratorio. La segunda cresta más
importante se aprecia en los meses de junio y julio en que sin duda los
calores facilitan las afecciones de tipo estomacal y digestivo. Marzo y
abril con un 19,38% se convierte en el tercero de los períodos estacionales
más peligrosos para los habitantes de Firgas.
Tan solo uno de los finados testó y dejó bienes, otro finado dice la
partida de defunción que no redactó testamento y de los restantes -
excluyendo a los párvulos- un 25,8 por 100 eran pobres.
c) Un intervalo apacible entre 1849 y 1850
Después de los dos años adversos para la población de Firgas, se abre
un corto intervalo de tiempo más apacible en consideración a la caída de
las tasas de mortalidad por debajo de los 24 por mil en las dos anualidades
que comprende. El saldo vegetativo arroja números positivos gracias a la
paralela recuperación de la natalidad y de la nupcialidad.
En 1849 la tasa bruta de la mortalidad general se suaviza alcanzando
tan soio un 23,96 por mii que ai ser inferior a ia tasa ae nataiidaa permite
un superávit anual de 15 firguenses más, situándose en el segundo puesto
detrás de 1846 en cuanto a superávit se refiere a lo largo de nuestro
trabajo.
Por su parte la nupcialidad también registra una cierta recuperación
en la que aparecen rasgos de la sobremortalidad de los años críticos
Cri efecto, treiiiia por & los coIiirayenircso rrespon-den
a segundas nupcias de parejas jóvenes que sin duda se rompieron con
la epidemia, las enfermedades inexorables y el hambre.
Entre septiembre y diciembre se registra el mayor número de óbitos
(45,4%) tal vez como consecuencia del descenso de las temperaturas. Los
meses de marzo y abril contemplan el fallecimiento del 27,27 por cien de
los muertos de aquel año. Prescindiendo de los párvulos que contribuyen
con el 40,96% a la mortalidad de Firgas, las personas que murieron sin
testar constituyen el 18,18% que sumado a los pobres suponen casi la
mitad de las defunciones totales. Lo que pone de manifiesto que, aunque
la sobremortalidad de los años adversos remita, los desheredados conti-núan
siendo el sector social más expuesto a las enfermedades y a la
muerte.
Con un índice de mortaiidad parecido, en 1860 surgen una serie de
elementos que de alguna manera señalan el comienzo de un nuevo ciclo
trágico.'En efecto, la nupcialidad que se había recuperado algo en 1849
obtiene ahora la cifra más baja del período delimitado. A su vez la natali-dad
desciende unos cinco puntos determinando un saldo favorable pero al
mismo tiempo irrelevante.
En cuanto a la incidencia de la mortalidad entre los grupos de edades
se observa la menor contribución de los jóvenes a la mortalidad general en
los años comprendidos en la presente comunicación, pero a la vez se
aprecia la mayor mortalidad infantil registrada en Firgas después de 1846
con un porcentaje altísimo de 31,82 por ciento. En consecuencia, los
tramos 1-5; 6-10; 11-15 y 16-20 no registran ni una sola defunción. Por el
contrario, los adultos aumentan su participación como jamás lo habían
hecho, con un 40,9 por ciento y los viejos casi doblan Ia cifra de 1848, con
27,28%.
Mientras que en 1849 se consiguió una distribución paritaria en la
incidencia de la mortalidad sobre los sexos, en 1849 por el contrario las
mujeres sufren en más del doble que los hombres las repercusiones de la
mortalidad.
EL COLERA MORBO DE 1851 Y SU INCIDENCIA EN
LA VILLA DE FIRGAS
Para estudiar exhaustivamente los efectos del infernal azote sobre la
sociedad firguense -cuyos estragos suponen el 1,44% del conjunto
insular- hemos procedido al examen de todas las actas de defunción que
se insertan entre ias páginas dieciocho y veintiocho aei Libro Primero de
Enterramientos de la Parroquia de San Roque de Firgas55, que en los
años escogidos para el presente estudio era todavía la única con que
contaba la Villa desde su fundación en 1845.
Las actas aludidas, todas levantadas y firmadas por el párroco de
entonces, Reverendo Don José Quintana, quizás por el mismo descon-cierto
aijies.dramieíi:u q.de se piod.dju a! inesperadamente f.!
siniestro, descubren algunas omisiones a tenor de los aspectos que enume-ramos
a continuación:
55 MILLARES TORRES, A,: Op. Cit.
En primer término, olvida expresar los diferentes tipos de oficios
litúrgicos de acuerdo con la categoría social y económica de cada feligrés
finado. Ello impide analizar más rigurosamente las pérdidas que cada
grupo social sufrió durante el desastre epidémico.
En segundo lugar, se suele pasar por alto el origen o procedencia de
los infortunados en contra de lo que era habitual en los años precedentes,
con lo cual nos quedaremos siempre en la duda de si la Villa fue o no
invadida por los fugitivos procedentes de otras zonas apestadas durante
los meses del siniestro. Esta omisión se hace extensible a los vecinos de los
barrios y caseríos, impidiendo estudiar fenómenos tan interesantes como,
por ejemplo, si los estragos asolaban o no tanto a las poblaciones concen-tradas
como a las diseminadas.
En tercer lugar, con la salvedad de algunas partidas, se descuida fre-cuentemente
consignar cuando los óbitos adultos murieron después de
testar o dejaron de hacerlo. Pese al alto número de enterramientos, el
calificativo pobre -que servía para exonerar al finado del pago de los
arbitrios eclesiásticos por las exequias fúnebres- no se prodiga inexplica-blemente
con la misma precisión de otros años.
Y en cuarto lugar, con cierta reiteración se advierte como las edades
de los decesos se redondean circunscribiéndose a los años terminados en
cero, lo que crea una distorsión llamativa que oculta la incidencia real de
la enfermedad sobre los grupos de edades.
De cualquier forma y a pesar de los posibles errores que estas fuentes
pudieran albergar, constituyen empero unas referencias sumamente sus-tanciosas
para el estudio del desdichado contratiempo que sobrevino a
esta municipalidad rural de las medianías del Norte de Gran Canaria.
Desde que se expandieron los primeros rumores del fallecimiento en
Las Palmas a finales de mayo de una serie de personas en circunstancias
muy extrañas, hasta que se confirmó facultativamente la existencia de una
epidemia de cólera localizada, de momento, en los barrios sureños de Las
Palmas, la alarma se extendió por todos los pueblos de la isla.
Como en todos los restantes municipios, las autoridades locales adop-tan
enseguida precauciones muy especiales, pero carentes de la menor
eficacia como luego se demostrará. En las entradas de la jurisdicción de
Firgas, se establecieron controles en los caminos de acceso que no dejaban
franquear el paso a nadie hasta que se comprobara si su estado de salud
era satisfactorio.
Así mismo se prohibió expresamente albergar familiares o conocidos
llegados desde las zonas infectadas, como Las Palmas, o de cualquier otro
punto de la isla sin el preceptivo reconocimiento de las autoridades
municipales.
Por otro lado, el Ayuntamiento, «principales contribuyentes)) y la
Heredad de Aguas de Arucas y Firgas acuerdan socorrer con vituallas y
dinero a los necesitadossb.
En la práctica los controles no sirvieron de nada, e incluso, fueron
nefastos por cuanto que obstruyeron la entrada de víveres y otras mercan-cías
con lo que además del infortunio, los vecinos de esta Villa tuvieron
que soportar el desabastecimiento de los alimentos más imprescindibles.
No se sabe cómo pero el contagio penetró en el municipio casi al
mismo tiempo que extendía sus efectos devastadores por toda la ciudad
de Las Palmas. Así fue, pues, prontamente el incurable mal hizo su apari-ción
e i n f h g i ó la primera víctima al pueblo de Firgas exactamente el día
cinco de junio del expresado año. La desafortunada era en realidad una
«mujer casada y muy mayor, como de unos ochenta años, a la que no le
dió tiempo siquiera de hacer su testamento)).
A partir de entonces, todos los días del mes de junio hasta el 28 de
julio, el cólera morbo aterró a los vecinos de la Villa cobrándose una
estimable suma de vidas humanas culminando su labor diezmadora, de
acuerdo con el Libro Primero de Enterramientos, página veinticinco, con
el fallecimiento de un hombre casado de unos setenta años.
Casi al término del mes de julio se cierra la relación nominal de
víctimas por tan mortífero contagio con un desdichado saldo de 8 1 defun-ciones.
Evidentemente conocemos las perdidas de vidas humanas por las
actas pero no así los que padecieron la enfermedad y la superaron. Al
parecer fueron muchísimas las contagiadas. Tampoco se sabe con certeza
el número de lugareños que huyeron del mal y los que fallecieron de entre
éstos en otros pueblos.
De acuerdo con las cifras es fácil imaginar las repercusiones psicológi-cas
que quedaron impregnadas en la mentalidad colectiva. El simple
' hecho de que el cementerio ordinario se hiciera pequeño e incapaz de
acoger la sobremortalidad de la Villa y que las autoridades locales tuvie-ran
que habilitar uno nuevo con carácter provisional, es todavía hoy aún
recordado después de haber transcurrido 132 años. El improvisado
cementerio se localiza en un lugar conocido popularmente con el topó-nimo
de Los Llanos de la Majada o Maja, en las proximidades de la
montaña de Firgas.
La aüsencia de reiiiedios ciedficvs, la desa:ención médica, la indigen-cia
generalizada de la población, el arraigo del curanderismo y la absoluta
carencia de higiene personal y social constituyen el escenario propicio
para la tragedia. El contagio, además, se introdujo y propagó coinci-diendo
con unos calores insoportables. La infección de las aguas de las
fuentes y pilares públicos así como la consumición de alimentos contami-n
a d ~ ser an 10s vehíc~losm as empleados por el vibrión en sus desplaza-
56 Véase el artículo ~Af u r g a dN. otas históricas)), del profesor García López, en la Revista
Aguayro, núms. 139 y 140.
mientos. Entre unas cosas y otras se produjo la fatal confabulación de
resultados fatales.
Lo cierto fue que el contagio sostuvo su acción exterminadora durante
unos 55 días en total. Al principio, sus estragos empiezan a irradiar un
tanto esbozados para luego acentuar su virulencia. Así. durante el mes de
junio, se produjeron tan solo 27 defunciones -de las cuales 14 co-rrespondían
a varones y trece a mujeres-, destacando por sus efectos
los días 26, 28, 29 y 30 con un total de 21 enterramientos. El día más
mortífero fue sin duda el 28 en el que fallecieron 8 personas.
Mayor fue, en cambio, la mortandad a lo largo del mes siguiente. En
efecto, el recuento de las actas de defunción indica que en los primeros
veintiocho días murieron 54 personas de las que 23 eran hombres y las
restantes, constituyendo una clara mayoría, estaba formado por 31 hem-bras.
Las jornadas más críticas por la cuantía de las pérdidas fueron las
del 4, 6 y 12, con un total de 24 cadáveres, casi la mitad de los acaecidos en
el mes de julio. La jornada del día 6 debió ser la de mayor virulencia a
tenor de los diez enterramientos que tuvieron lugar en la Villa.
En conjunto, el cólera morbo asiático provocó más víctimas entre las
hembras -54,3 por cien del total de los óbitos del término- que entre los
varones, sin que eso signifique tampoco diferencias remarcables cuantita-tivamente.
tal vez, las pérdidas superiores entre las mujeres se corres-ponda
con la existencia de una población con una estructura por edad,
sexo y estado civil en la cual las féminas están siempre en franca mayoría.
Podría tratarse también de madres debilitadas por un parto reciente, o
quizás se deba al mayor número de ellas dedicadas a cuidar enfermos e
incluso pudieran buscarse otras razones como la colectiva capacidad de
sacrificio de las madres, siempre dispuestas a privarse de determinados
alimentos de calidad en favor de los maridos e hijos, mientras que aque-llas
ingerían productos baratos e inoportunos en su alimentación.
Veamos a continuación como se expresa la incidencia del azote epidé-mico
de acuerdo con la estructura demográfica del término de Firgas:
En el cómputo de las víctimas del azote colérico, la participación del
sector 0-20 años fue significativa con un 34,56 por ciento de los finados.
.A- .u..n. que nn frieron loc. mas siniestrados, en rea!i&d !a ififlari6~d e este
grupo -preeminente si extrapolamos los datos suministrados por el
censo de 1857- se debe a que se nutre con la fuerte mortandad de los
párvulos que soportan el embiste mortal contribuyendo con un 27,16%
sobre el total de los decesos. Lo cierto es que de cada 100 jóvenes al menos
siete verecieron.
En el grupo de los jóvenes, las mujeres fueron más desoladas que el
grupo de los varones, como se constata en los siguientes porcentajes: 18,5
y 16 por ciento respectivamente.
En lo que se refiere a la incidencia entre los adultos (21-60 años), ésta
es con toda claridad más significativa por su número que la ya expuesta
de los jóvenes. El 7,4 por ciento de los adultos pasan al otro mundo lo que
viene a suponer nada menos que el 40,7% del total de las pérdidas huma-nas
ocasionadas por el desastre epidémico.
En este grupo se advierte además un ligero desequilibrio entre los
sexos que favorece algo más a las hembras por cuanto que los porcentajes
estimados elevan a 20,98% la participación de los varones y 19,75%
correspondiente a las mujeres adultas.
De cada 100 firguenses de más de 60 años 33,8 fallecieron con la
epidemia de cólera lo que supone un 26 por 100 del total de los fallecidos.
Obviamente, al contar la población de Firgas con un reducido grupo de
personas que sobreviven a los 60 años, compuesto en su casi totalidad por
mujeres, es lógico explicarse el por qué sus miembros se sienten fuerte-mente
abatidos. Ya se sabe, los viejos al contar con unos organismos más
deteriorados fisiológicamente ofrecen pocas resistencias al contagio, de
ahí las fuertes repercusiones del daño asiático sobre este sector de la
población.
En cuanto a la irradiación de la epidemia sobre los solteros, casados y
viudos todos los grupos se verán igualmente afectados y sobrellevarán
una incidencia mayor o menor que depende, claro está, de su volumen de
exposición a-los riesgos y de que contengan un amplio o reducido número
de niños y viejos.
En anteriores apartados se vió como en toda sociedad preindustrial la
mortalidad actua selectivamente. Ahora bien, cuando se trata de un azote
epidémico en una sociedad insuficientemente desarrollada las preferencias
del contagio por las capas populares son de antología. Es decir que,
mientras las clases acomodadas bien alimentadas y con suficiente capaci-dad
para adquirir los servicios médicos son inmunes a estas tragedias, los
jornaleros y sus familias, que componen el grueso de la población, por el
contrario resultan más quebrantados aportando la mayoría de las pérdi-das.
El caso de Firgas no es en este sentido una excepción, sino al revés:
una confirmación de esta regla.
El censo de 1857 toma buena nota de la presencia en el municipio de
13 pobres de solemnidad y de dos personas que no contribuyen. Poco
después, el censo de 1860 señala también la existencia en Firgas de unos
cuairo pobres de soiemniciad y cuatro ciegos e imposibiiitacios. Pero, es
evidente que la indigencia, esté o no censada, constituye un aditamento
sumamente arraigado y se puede decir que hasta es consustancial con la
sociedad de la época.
Las actas de defunciones indican de que tan solo tres contagiados
fallecieron después de testar y legar sus bienes a sus respectivos herederos.
A ciiatro de los eiiteriadíx o iiu les dio ticiiipo de hacer ei iesiaiiieriio o
carecían de bienes materiales. Tres de los fallecidos tienen anotados
expresamente su condición de pobres y otros dos más se consignan en las
partidas como expósitos.
De los datos expuestos no se pueden sacar conclusiones categóricas,
pero, no obstante, parece obvio inferir que las clases más adineradas y por
lo mismo mejor alimentadas de la Villa estuviesen menos expuestas al
contagio mortal que, por el contrario, las capas populares siempre instala-das
en la miseria como situación secular.
En cuanto al origen o procedencia de los finados, cabe decir que la
inmensa mayoría de los difuntos ocasionados por el cólera morbo son
naturales y vecinos de la demarcación de Firgas. Tan solo cuatro de las
víctimas eran foráneas, de las cuales dos procedían de Moya y Agüimes y
las dos restantes de Fuerteventura5'.
Por su interés reproducimos el acta de defunción de una de las vícti-mas
que estaba en Firgas en calidad de transeúnte -tal vez fugitiva
proveniente de las zonas apestadas- cuando aconteció la situación epidé-mica
y que dice así:
«En este lugar de Firgas a veinticinco de junio de mil ochocientos
cincuenta y uno se sepultó en el Simenterio que se señaló en este lugar
para los que muriesen del cólera a María Morera, natural de Fuerteven-tura
y transeúnte en este Lugar, y consorte de Juan Acosta, de edad
sesenta y tres años, se le administró la extrema unción y para que conste
lo firmé: José Quintana.»
LOS AÑOS CRITICOS DE 1844 A 1852 EN TEROR
El municipio de Teror, al igual que los restantes considerados, se ve
convulsionado en este período por una sobremortalidad que se vuelve
espectacular en los años de 1847 (más exactamente en el invierno de
1846-47 y últimos meses de 1847) y en 1851 (verano de ese año).
En el primer caso la tasa bruta de mortalidad se eleva al 70,9 por mil y
en el segundo sobrepasa la cifra de 120 por mil. Ambas situaciones se ven
precedidas de una cierta estabilidad, es decir, de períodos con cifras de
mortalidad habituales en el régimen demográfico primitivo (en 1844 la
tasa bruta de mortalidad anual es del 20 por mil y en 1849 y 1850 del 17,7
por mil y del 13,9 por mil respectivamente)58.
Se trata, por tanto, de un cicio trágico para ia pobiacion municipai y,
en general, para la de la isla de Gran Canaria en el que podemos distinguir
varias etapas:
l. Los años de 1844, 1845 y 1846. El precedente de la crisis.
2. El hambre de 1847.
3. Las consecuencias de la crisis. La epidemia de fiebre amarilla y los
años de i848, i849 y i85G.
4. El cólera morbo asiático en 1851.
57 ROSALES QUEVEDO, T.: Op. Cit.
58 ROLDAN, R.: Op. Cit.
l. Los años de 1844, 1845 y 1846. E/ precedente de la crisis
A estos años los caracterizaremos, en general, como años de sosiego, a
pesar de la plaga de langosta que había afectado los campos desde finales
de 1843 y que determina una elevación de las tasas de mortalidad en los
meses de verano einvierno del año 1844. (Este mismo hecho ha sido
comprobado para el municipio de Arucas)59.
Por su parte, en los años 1845 y 1846 el acontecimiento más destacado
es el de lasecuencia de malas cosechas y, en consecuencia, de la sobremor-talidad
invernal que enlaza ininterrumpidamente la citada plaga de lan-gosta
con la crisis de subsistencia de 1847.
Se trata, en síntesis, de un mal comienzo, de un precedente que delata
las futuras dimensiones del hambre y de la miseria.
2. El hambre de 1847
La pérdida de la cosecha de papas y cereales del invierno del 46-47 se
ve acompañada de la elevación del precio de los alimentos de subsistencia
con lo que la mortalidad se cierne sobre una población en absoluta inde-
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talidad del invierno de 1847 eleva los índices de mortalidad de ese año
aproximadamente al 71 por mil.
A este respecto es un buen ejemplo lo consignado en el Acta de la
Sesión del Ayuntamiento de Teror del día doce de junio de 1847:
«... a causa de la calamidad experimentada en toda la provincia con la
pérdida de la cosecha de papas y de cereales...)) (Véase Apéndice) y mejor
aún, el que proporciona la partida que figura en el libro 7 de Defunciones
de la Parroquia, página 23, y que reza lo siguiente:
«En el cementerio parroquia1 de esta villa de Teror, a ocho de abril de
1847, fue sepultado el cadáver de Melchora, adulta, de edad de setenta y
seis años y que falleció ayer, viuda de Juan Castellano, naturales de
Tejada y residentes en dicha villa, hija legítima de padres cuyos nombres
se ignoran y no es fácil averiguarlo siendo esta finada uno de tantos
pobres que vinieron a esta feligresía en la calamidad de la hambre sufrida
.en el año presente. Recibió la extremaunción...))
Esta partida de defunción es esclarecedora además en el sentido de que
el municipio que nos ocupa registra una cierta afluencia de foráneos en
esta situación de crisis de subsistencia y, fundamentalmente, de la pobla-ción
interior de la isla, mucho más afectada en estas condiciones por
hallarse dedicada primordialmente a aquellos cultivos de autoabasteci-
59 Estas últimas tasas son algo bajas. Probablemente, hayamos sobreestimado la pobla-ción
media.
miento. Se ha comprobado la frecuente Presencia de vecinos-transeúntes
procedentes de San Nicolás, de Mogán, de Tejada y en número considera-ble
de Fuerteventura.
La riqueza de la feligresia (el número de propietarios es muy notable;
en 1860 un 18,4 por ciento de la población) y, por tanto, la posibilidad de
recibir limosnas con las que mal-subsistir atrae una cierta cantidad de
mendigos que engrosan aún más las cifras de mortalidad del municipio y
las cifras habituales de la población parasitaria en los años de estabilidad
económica. En la estadística de P. de Olive representa un porcentaje
infimo, del 1 por ciento, aproximadamente. A esta cifra habría que aña-dir,
como es lógicamente previsible, la población despedida o que se
encuentra sin trabajo temporalmente en las situaciones críticas. Concierne
recordar, a este respecto, que los jornaleros formaban el grueso de la
población tras los propietarios y que entre estos probablemente están
, . inciuidos iüs düeiios de unas pocas O pi3qüisiiiiiiS heci6reas de terreiio qüe
en aquellas circunstancias engrosarían las cifras de población men-dicante60.
La situación de caos que favorecen estos hechos es parangonable y
diferenciada a la vez de la huída generalizada que se produce en la época
de la epidemia61 y este fenómeno, sin duda, viene dado además de por una
íiecesided ;ea! de S.UbSi3:ii i ; ~ r aCtitlld PSiCG!ógiCa a#cptudu ante e!
temor a la muerte62.
Otros hechos a considerar respecto a esta crisis de subsistencia y que
permiten abordar sus dimensiones reales proceden de la explicación a la
mortalidad por edades de la población, en este período.
Es un hecho ya comentado en estudios del profesor Nicolás Sánchez
Albornoz y del profesor Vicente Pérez Moreda la marcada incidencia
estaciona1 de las agudas crisis de mortalidad en la época estivo-otoñal e
invernal63 que se vuelve aún más acusada en el caso de las defunciones de
párvulos. La población más indefensa, la más debilmente alimentada es
lógicamente la que sufre con mayor intensidad las consecuencias de la
crisis. Entre los meses de septiembre de 1846 y de mayo de 1847 del total
de defmriines de Teror (!9h personas) un 36 por ciento corrapmden a
las de párvulos (niños menores de siete años). Esta cifra es probablemente
más elevada dado el frecuente subregistro de estas defunciones64.
Pero aún hay más; si la desigualdad ante la muerte se vuelve evidente
en el caso anterior, lo es mayor en el de la diferenciación económica y
6" Véase Apéndice. Gráfico de evolución de la mortalidad.
6' P. DE OLIVE, Diccionario Estadístico-Adminisrrativo de las Islas Canarias, Estable-cimiento
Tipográfico de Jaime Jepús, Barcelona, 1865.
6' Véase Apéndice. Actas de defunción de Arucas y Teror.
6.3 ROLDAN VERDEJO, R.: Op. Cit.
PEREZ MOREDA, V.: Op. Cit., pág. 204.
social de la población. La crisis de subsistencia afecta mucho más a las
clases desfavorecidas que la propia epidemia.
Sólo cuatro de los difuntos del periodo ya señalado testan antes de
morir y unos 34 dejan bienes y no testan. Estas cifras nos dan una propor-ción
del 19,3 por ciento del total de los óbitos, que se distancia considera-blemente
del de las personas que dejan bienes en el caso concreto de la
epidemia de cólera morbo de 1851, un 36,3 por ciento de las defunciones
totales. Otras son las conclusiones que se han desprendido, sin embargo,
del estudio de la exposición socio-económica ante la muerte en el caso de
Arucas (epidemia pr01etaria)~s y aún así podemos afirmar que las crisis de
subsistencia actúan de una forma mucho más selectiva &e el azote oor
epidemias respecto a un colectivo poblacional como el considerado. En
consecuencia, los núcleos de población agrícola, en condiciones de autar-quía
y de cierta lejanía respecto a los lugares de aprovisionamiento de
mercancías en épocas de miseria (puertos) se ven mucho más perjudi-cados.
Debemos recordar en relación a ésto el carácter eminentemente rural
de un municipio de medianías, en una isla de intrincada orografía como la
de Gran Canaria. «Villa con ayuntamiento, situada a 590 metros sobre el
nivel del mar, en ameno, fresco y fértil valle, rodeado de altísimas monta-ñas
al N. O. de Las Palmas, con una carretera especial, que se enlaza en
Tamaraceite con la del norte ...)F.T eror en 1860 cuenta con unos 86
caseríos también y más del 30 por ciento de su población en las mismas
fechas se dedica a actividades primarias.
En cuanto a la incidencia de la mortalidad en los sexos, se explica
perfectamente la gran supermortalidad masculina dado que ésta varia
según la edad y, teniendo en cuenta la importancia de las defunciones de
párvulos, quedan perfectamente aclaradas las elevadas cifras del índice:
por cada 75 defunciones del sexo femenino se producen cien del mascu-lino,
en los meses en que se padece «el Hambre)), de septiembre a mayo del
46-47.
3. Las consecuencias de la crisis. La epidemia de fiebre amarilla
y ios años de 1848, i849 y 1850
Otra de las también probables consecuencias de la crisis fue la de la
epidemia de fiebre amaiilla de 1847.
Al iniciarse la primavera, tras los meses de mayor mortandad y en
unas condiciones de mayor indefensión de los supervivientes, se produce
esta epidemia en ia isia de Gran Canaria&:.
65 BURRlEL DE ORUETA, E. L.: Op. Cit., págs. 15-46.
66 Véase página.
67 MILLARES TORRES, A.: Op. Cit., pág. 159.
La fiebre amarilla, también denominada vómito negro, es una infec-ción
general debida a un virus filtrable que se caracteriza por fiebre,
hemorragias e ictericia (de ahí procede su nombre). No tenemos noticias
ciertas sobre su llegada al municipio pero sí se advierte una ligera eleva-ción
en los índices de mortalidad de los meses de abril y mayo del año
1847, similar a la que se da en los restantes municipios considerados, en
los que sí hemos hallado aquella causa68.
A este respecto, sin embargo, hay opiniones que se inclinan a pensar
que más que a esta epidemia, la mortalidad de ese año se debió a la época
de hambre ya comentada y a sus secuelas@.
Es bien sencillo comprender que la fiebre amarilla, o la enfermedad de
la que se tratara y que con ésta se confundiera, vino a sumarse al pano-rama
de desolación que ofrecía el municipio a mediados de siglo e hizo
caldo de cultivo en aquél. Lo cierto es que los meses de abril y mayo del 47
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dad elevados, muy similares a los del invierno del 46-47. En 1845 entre
octubre y diciembre se producen 80 defunciones, en esos mismos meses en
1846, 64 y en 1847, 53 y, todo ello en un colectivo de menor número de
efectivos cada año.
Si la actuación de esta mortalidad es excepcional, también lo son la de
!-. niipci-!idac! y nata!idarl.
La crisis que se padece es más dilatada en el tiempo pero, probable-mente,
mas acentuada que la de 1851. Así lo demuestra el hecho de que
desde 1844 a 1860 los índices más bajos de nupcialidad y natalidad los
proporcionen los años 1847 y 1848. En el primer caso de un 4,3 por mil y
5,9 por mil y en el segundo de un 30,7 por mil y 27,9 por mil. Se trata, tal
vez, de los índices más bajos alcanzados por el municipio en todo el siglo
XIX.
Estas cifras nos ofrecen una imagen excelente de las condiciones de
penuria que atraviesa el lugar. Ciñéndonos al período analizado (1844-
1851) se aprecia una clara involución y recuperación de las tasas. En el
caso