CANARIAS EN LA PLUMA DE UNA
INFANTA DE ESPAÑA
Antonio de la Banda y Vargas
Con ocasión de su viaje a Cuba y los Estados Unidos de Norteamérica
en el año 1893, representando a la Reina Regente Doña María Cristina de
Austria, la Infanta Doña Eulalia de Borbón (1864-1958) recopiló sus
impresiones sobre tan histórico viaje, aparte las páginas que le dedica en
sus interesantes Memorias', en un conjunto de sesenta cartas que envió a
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Castilla.
Dichas cartas, publicadas con solo un breve prólogo por Don Angel
Giménez Ortiz2, constituyen un centón de curiosas noticias sobre los
diferentes aspectos del periplo y están redactadas en una fluida prosa que
acrecienta su atractivo. El hecho de que los números cinc3 y seis conten-gan
las impresiones de la lnfanta sobre las dos islas más importantes del
Archipiélago canario me induce a comentarlas aquí pues creo, dado lo
sucinto del prólogo de Giménez Ortiz, que merecen una glosa por lo
expontáneo del relato y las reflexiones acertadas que contiene; aparte de
ser un magnífico testimonio del modo de pensar de alguien tan próximo al
Trono español a sólo cinco años vista de la famosa conmoción de 1898.
Las aludidas cartas están fechadas, respectivamente, el 24 de abril del
aludido año de 1893 la primera3 y tres días después la segunda4. La inicial,
que lleva por data «Al ancla ante Las Palmas (Islas Canarias))), comienza
relatando el mal estado del mar durante la travesía salvo en las últimas
horas inmediatas al arribo del ((Reina Regente)), buque que transportaba a
la lnfanta y a su nutrido séquito así como al Duque de Tamames que
representaba al Gobierno español a la sazón presidido por el propio Don
Antonio ~ánova sd' el Castillo, al puerto de Las Palmas; cambio que
permitió a la augusta viajera el poder distinguir, hacia las seis de la tarde,
la totalidad del archipiélago en el horizonte.
Vid. BORBON (Eulalia de, Infanta de España) «Memorias» Editorial «Juventud».
Rzrcelofi~ !-67 págs, Xg--5,
Vid. BORBON (Eulalia de) ((Cartas a Isabel 11: Mi viaje a Cuba y los Estados Unidos.
1893n. Editorial «Juventud». Barcelona 1949.
3 Vid. op. cit. en la nota no 2 pág. 19.
Vi. op. cit. en la nota no 2 págs. 20-24.
Dado que el plan previsto era visitar la capital grancanaria el día
siguiente y partir al amanecer del otro hacia Tenerife, el buque permane-ció
anclado en el puerto palmero grancanario desde la noche de su llegada
hasta el amanecer del día 27, la fecha de su partida. Desde él transmitió la
Infanta su primera impresión acerca de Las Palmas, que dice estar edifi-cada
a las orillas del mar en forma de anfiteatro, cuya visión, a la luz
suave de un poético cuarto de luna y bajo las caricias de una tibia brisa, le
produjo una calma profunda y se le antojó «silente espectácuIo de embria-gadora
poesia)) en una simple intuición de lo que hay tras la observación
de las majestuosas montañas que le sirven de fondo y el plateado mar en
que se dibuja dentro del silencio de una exquisita noche primaveral.
Más larga, pues sintetiza la estancia en ambas islas, es la segunda,
escrita a bordo cuando estaba a puntó de perder de vista las costas tinerfe-ñas,
que, curiosamente, se inicia con la observación de las tradicionales
diferencias entre esta isla y la de Gran Canaria a la que asimila a las
comunes entre hermanas que, como en muchas ocasiones acontece en la
vida familiar de los humanos, «no siempre van perfectamente de acuerdo)).
Viene luego una minuciosa relación del arribo a Las Palmas, a través
de la entonces casi desierta escollera de seis kilómetros de longitud, cuyo
ensusiasmo popular pondera hasta el punto de llegar a decir que, el
mismo y las colgaduras que engalanaban todas las casas y edificios públi-cos,
le impidieron d poder hacerse una idea exacta de la población para
luego poder describirla con precisión. Pondera luego el fervoroso recibi-miento
que le tributó el vecindario, agradeciendo particularmente la llu-via
de flores por lo que le mitigó el ardor de los rayos solares, para
detenerse, a continuación, en la ceremonia del Te Deum que ofreció el
Obispo diocesano en la Catedral, a la que califica, aunque sin describirle
ni hacer referencia alguna a su filiación estilística, de ((edificio notable de
todas veras)), tras la cual siguió el almuerzo en el fontero Palacio Episco-pal
a cuyo final se celebró la protocolaria recepción a las Corporaciones y
fuerzas vivas de la población.
Terminada ésta, realizó la Infanta, acompañada de su séquito, en el
que figuraba su esposo el también Infante de España Don Antonio de
Orleans y Borbón hijo de los Duques de Montpensier, así como de las
Autoridades iocaies, un paseo por los airededores e"ri para&i TafiriTai
la que, pzr cierto, calificó de «sitio muy bonito y pintoresco)). La noche
estuvo dedicada al teatro, cuyo local pondera, donde se le dedicó, en uno
de los entreactos, una composición «ad hoc». Terminada la gala, el mere-cido
descanso a bordo con la anécdota de la pérdida de un collar de perlas
perdido y felizmente recuperado salvo dos de ellas.
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de la travesía, esta dedicada a su estancia en Tenerife. Esta se.inició con el
recibimiento que le tributó el vecindario de Santa Cruz, que califica de
similar al de Las Palmas, apuntando, por ello,-sólo el detalle de hacer caer
sobre ella una lluvia de rosas durante el Te Deum así como el impacto que
le causaron tanto el órgano como el coro infantil que cantó en la ceremo-nia
hasta el punto de llegar a asemejola a la apoteosis de Fausto. Por
cierto que, en esta parte del relato, incurre en un error al ubicar el oficio
sacro en la Catedral, que, como es bien sabido, radica desde la fundación
de la Diócesis tinerfeña en La Laguna, y no en la Parroquia santacrucera
de la Concepción donde se celebró.
Refiere, luego, la excursión que hizo al Valle de La Orotova, cuya
belleza sin par pondera manifestando literalmente que «puede compararse
sin desdoro con La Riviera italiana y la Costa Azul francesa, desde
Gknova a San Rafael)), la cual se inició con la subida a La Laguna, que no
describe aunque señala que se detuvo en ella para saludar a sus Autorida- ,,
des, pues la impresión que le produjo el famoso valle hizo, sin duda, que D
E centrase en torno a él y a la variación ciimática que allí se experimenta
todas sus impresiones; destacando entre ellas la que le produjo un hotel, O
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construido por los ingleses, del que celebra tanto su situación como su =m
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confort hasta el punto de manifestar que, el más exigente, ((encuentra allí E
toda la comodidad y elegancia deseables)). E
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También en la aludida descripción del Valle de La Orotava, cometió E
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Doña Eulalia un lapsus al confundir El Puerto de la Cruz, que se domi-
3 naba desde el hotel, con el de la capital tinerfeña a la que, desde alli, se -
tardaba tres horas en carruaje y a la que, concluida la excursión, que -
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vuelve a calificar de «maravillosa en verdad)), regresó para cenar en el E
Palacio del Gobernador y dar audiencia, después, a un grupo de señoras O
notables que deseaban cumplimentarla; sintiendo al concluir la velada y
regresar a bordo, en medio de un festín de banderas, músicas y bengalas, n
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plenamente satisfechos su vanidad de mujer y su orgullo de Infanta. -
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Por último, se lamenta del exceso interés de los españoles por las islas, 2
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lo que contrastaba, por el que mostraban los extranjeros, especialmente n
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los británicos, a quienes atribuye todo el desarrollo insular en lo referente
a comodidad y limpieza. A este respecto, dedica frases laudatorias a la 3
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industria hotelera de dicha nacionalidad, que afirma ha sabido sacar el
máximo partido a la climatología edificando hoteles a la orilla del mar
-«donde la temperatura Pn invi~rnop c más suave q u p la d p l a Rivipr~»-
así como en las alturas -«a fin de que los viajeros puedan gozar en
verano de la frescura de las montañas»- terminando el relato con una
sincera lamentación de que tan laudable empresa «no se deba a lp inicia-tivn
de los espan"oles».
Y nada más, con la constatación de esta justificada nostalgia y con la
desdibujada visión, a través de la portilla de su camarote, de las costas
tinerfeñas alejándose cada vez más de sus ojos, termina la Señora la
evocación de su periplo isleño en el que, según se desprende de sus anota-das
impresiones, se sintió verdaderamente afortunada por haber conocido
y gozado, siquiera fuese tan brevemente, del paisaje y del trato de las
gentes de estas bellísimas islas que, con toda justicia, han merecido ser
apeladas con tal calificativo así como por el hecho, para ella sumamente
importante, de ser la primera persona de la familia reinante en España
que las visitaba.