DEL COLONIALISMO FEUDAL AL COLONIALISMO REAL
(Canarias-Améuiw)
Se ha repetido muchas veces, pero a veces es conveniente volver
sobre ello, que para entender lo que sucede en una época es preciso
tener presente las coordenadas institucionales en que se movieron las
gentes de cada tiempo, pues aplicar patrones anacrónicos -es decir, de
otras épocas- puede conducir al error. Tal puede ocurrir con el em-pleo
de terminologías consagradas para un período al aplicarlas a otro.
La paíabra colonización se presta a ser mal empleada por su vincula-ción
a un fenómeno cuyo desarrollo se dio mayoritariamente en la lla-mada
Edad Moderna, es decir, a partir del siglo XVI, y si se habla de
«colonizaciones» medievales se tiende inconscientemente a aplicar a
ellas los patrones propios de lo que se hizo en los tiempos modernos.
Por esto es conveniente que, sin intentar descubrir mediterráneos,
volvamos sobre hechos conocidos, y establezcamos cómo hay una evo-lución
en los modos de hacer -los modi operandi- colonizadores des-de
que se produce el deseo de apoderarse de tierras ajenas, pero que
pertenecen a otra cultura, otra lengua y otros modos de vida, lo que
sucede desde la Edad Media, como es sabido. Lo que decimos no tiene
nada que ver, y es necesario aclararlo para evitar confusionismos con
las propias guerras medievales o con las invasiones que dan fin al Im-perio
Romano, o la conquista por la Orden Teutónica de lo que luego
se llamada Prusia Oriental. Son «coloniajes» no dirigidos y que pertr-necen
a la historia de los movimientos y asentamiento de los pueblos
a través de la tierra desde las épocas más remotas. Intentamos tratar de
accio~ies dirigidas, con Íiries de esiablecirriiento duradero en tierras ex-trañas,
realizadas desde el siglo XI (las Cruzadas) hasta el siglo xv (Ca-narias).
Hay en la historia de las colonizaciones, por lo dicho, dos etapas
bien diferenciadas, que son la medieval y la moderna, y en cada una
de ellas los colonizadores -que son primero conquistadores, como es
lógico- proceden conforme a las reglas de su mundo y por esta razón
cada colonización tendrá unas características diferentes, que a un histo-
riador le interesarían como capítulos de la historia de un fenómeno, pero
que de momento, a nosotros, nos va a interesar porque un mismo pue-blo,
en tiempos diferentes, cobre una misma tierra, va a plicar proce-dimientos
distintos, que además marcan la enorme diferencia de actitu-des
a aplicar en otras tierras: las americanas.
Suele «contarse» (historiarse) lo sucedido en Canarias entre 1404
y e¡ Adelantado Fernández de Lugo en un simple relato de hechos y
explicar la institución de su régimen político como un resultado de talc.;
hechos: la concesión de Enrique 111 y la prestación de vasallaje y tri-buto
por 10s conquistadores, como una consecuencia de la ayuda pres-tada
por el monarca castellano, cerrando este período con los deseos
regios de Fernando e Isabel de una total soberanía, que consiguen.
Tratemos ahora de ver 10 conocido con otros ojos, con el propósito
de extraer conclusiones nuevas sobre temas que todos creemos que
sabemos cómo fueron, pero que quizá precisan de una inserción en vi-siones
más amplias, en este caso, la evolución de los criterios coloniza-dores
y de soberanía. Para ello es útil recordar lo que fueron las carac-terísticas
del llamado mundo feudal
Recordemos, para conocerlas, algunas nociones casi elementales,
contestando a la pregunta de, {qué es el Feudalismo? Por Feudal'smo
debemos entender e1 régimen socioeconómico y político que caracteriza
a la Edad Media, concretarnenre desde el siglo IX (Carlos el Calvo de
Francia) hasta el siglo XV, en que entra en crisis. Puede decirse que
nace por necesidad, al romperse la unidad política y administrativa del
Imperio Romano, y tras el fraccionamiento de las monarquías bárbaras
y el fracaso de toda política de autoridad real por las dificultades de
comunicación y la imposibilidad de los reyes de montar un aparato ad-ministrativo
coherente, lo que conduce a Ia necesidad de hacer delr-gación
de funciones, que son, en cierto modo, el desgarre de la auto-ridad
regia. Se va a confundir la jurisdicción sobre la tierra con su pro-piedad,
en virtud de una compleja superposición de derechos sobre e&,
existiendo una jerarquía de poderes que obran i~dependientementr,
pero subordinados en cierto modo unos a otros, en virtud de la obli-gación
de satisfacer determinados deberes, que en unas ocasiones -as-p.
e cto económico social- son de servidumbre, y en otras de subordina- ciO,i I para &iziminadas fui i~oEes(a cu&ir a la güerra, pago de tribuzo,
prestación de pleito-homenaje, etc), pero con ejercicio de soberanías dr-legadas
(justicia, percepción de tributos y hasta acuñaciones monetil-rias).
No existen magistrados en el concepto actual de la palabra (pues
lo eran los señores por delegación del soberano), ni funcionarios, ni
casi verdaderamente Estado. El que llamaríamos hoy funcionario o ma-gistrado
ejerce sus funciones a título personal. Esta superposición de
derechos es la desmembración de la soberanía regia. Dice con razón
CaImette (Le Monde Feodak, Clio, Payot, París, 1946), que «La rea-leza,
paralizada de hecho, quedó intacta de derecho. Planea sobre cl
mosaico feudal como el jus eminens planea sobre la propiedad del suelo.
Así se ha salvado el porvenir». Si recordamos que la adquisición inicial
del archipiélago canario se realiza en tiempos de Enrique 111, el Do-liente,
cuando la oligarquía nobiliaria es todo poderosa y el rey, el pobre
de los nobles, comprenderemos porqué traigo a colación todo este ar-chiconocido
esquema del mundo feudal.
Pero hay una modalidad, que en el presente caso es muy interesante
recordar: la suzerania. Es esta una palabra muy poco usada en nuestro
lenguaje -aunque pertenece a él- y con más frecuencia entre los his-toriadores
franceses. El suzeiano es en realidad un soberano que está
subordinado a otra soberanía, la del rey. Esto es lo que los Reyes Ca-tólicos
se encontraron como una realidad en las islas canarias, ocupadas
por castellanos.
Este esquema, sencillo de enunciar, pero complejo en su efectividad,
estaba inserto en otro esquema más amplio, de jerarquía piramidal,
que aunque teórica, tenía en ocasiones (para laudos, entrega de tierra
de infieles para dominar, etc.) manifestaciones prácticas y reales: Pi-rámide
que va desde el Sumo Pontífice Romano hasta los señoríos, pa-sando
por el Emperador y los Reyes. Ya sabemos, y lo recordaremos,
que hubo una concesión papa1 para la ocupación cristiana del archi-piélago.
Pero en la Edad Media, hay que recordarlo, existía la Caballería,
que formaba una clase con muy diferentes escalones, pero todos integra-dos
en ella, con sus obligaciones y sus prerrogativas. En el mundo feu-dal
el caballero (cuya resonancia de integridad llega a nuestro lenguaje
actual) es el modelo, y por ello surgirán los relatos de sus hechos, cn
especial frente al mundo musulmán y oriental. Hechos reales fant2-
seados, en que la figura del caballero-héroe se agiganta y sus gestas se
difunden en libros de caballeiias, como el Tyrant lo blanch (ya en el
siglo xv), que, aunque se presente como héroe bretón -la moda-,
es en realidad un caballero esforzado del ámbito mediterráneo, como
opina Martín de Riquer, y que es Matías Corvino en su lucha con los
turcos, ya que el Tirante -Tyran en catalán- no es lo Blanch, sino lo
Balach, el valaco. que lucha por la libertad de la frontera de Valaquia,
como ha probado Constantino Marinescu.
Y no viene esta referencia a la caballería fuera del marco de las
islas Canarias, porque Le Canarien es realmente un libro más de caba-llerías.
En el comienzo de la obra, en el capítulo 1, el autor lo confiesa:
«En temps jadis souloit'on rnettre en escript le; bonnes chevaleries es
les estranges choses que les vaillans conquereurs souloient faire au temps
passé. ainssi que on trouve en anciennes ystories ... »
Pero en este mundo feudal -muy coherente, pese a la fragmenta-ción,
en sus ideas básicas- hay otro elemento que salta por encima de
los cambios de edad, que llamamos, por razón de sistema y de ordena-ción
de los hechos, transición del mundo medieval al mundo moderno, y
que alimentó la fantasía y las ilusiones del aventurero medieval -y dcl
que no lo era, pero lo admiraba- y del explorador americano: el exo-ticismo.
Exoticismo es, y no vamos tampoco a explicar con detalle lo que
debe ser conocido de todos. inicialmente una actitud de curiosidad haci;~
las costumbres, las gentes y la vida extraña a la propia cultura del que
siente esta curiosidad y este interés. Lo exótico es, pues, lo que está
fuera de lo nuestro, y el exoticismo el afán de lIegar a lo exótico, r1
amor y la curiosidad por lo exótico. Diríamos que ésta es una actitud
que casi todas las civilizaciones han tenido, ya de un modo activo por
parte de algunos de sus miembros (los aventureros, los exploradores,
los viajeros) o pasivo, por los lectores de sus aventuras, o de obras de
ficción que narran gestas inventadas, sobre países y gentes extrañas.
Chinard (La Litteratura francaise du XVII" slecle et la reve exotique),
Volk (Die Selige Insel) y Nieves Olmedillas (El exo¿icismo de Pedro
Mártiy de Alagleria) han brindado suficientes ejemplos de estas actitudes
y lo que ello supusieron en el afán de conocimiento de nuevas tierra,
y como impulso de viajes y descubrimientos, como resume en su Ge'-
nesis del Descubrimiento (Barcelona, 1961), Antonio Ballesteros Be-retta.
Podríamos decir que la primera etapa - e n t r e europea y atlántica-del
acceso de hombres extraños a las islas re desarrolla en medio del
condicionamiento feudal y medieval cuyo esquema acabamos de hacer.
En otras palabras, que la adquisición de noticias sobre ellas y el primer
contacto, se realiza dentro de las coordenaTIas que he indicdn. Nn
debemos olvidar que las Canarias son la primera tierra atlántica que
conocen y pi~an lcs europeos, antes del «boom» portugués. Jaime Cor-tesiio
(Los Portugueses, Barcelona, 196 1 ), lo reconoce con las siguien-tes
palabras: «En Génova, Venecia, Barcelona, emporios marítimos en-riquecidos
con el tráfico del Oriente, o más bien con los productos tro-picales,
surgen las obras de los primeros teorizantes de la expanyión
geográfica de la cristiandad, como Lulio o Sanuto, o se organiza la pri-mera
tentativa para alcanzar decididamente el comercio del Oriente,
mediante la circunnavegación de Africa». Lo que ya había afirmado
casi al mismo tiempo Gonzalo de Reparaz (L'activité inaritime et com-nzerciale
du royaume d'Aragon au XIII siecle et son influence sur lc
developpement de l'ecole cartografique de Majorque, «Bulletin Hispa-nique
», t. XLIX, 1947).
Por lo tanto, hemos de explicar toda esa primera etapa dentro de
los módulos feudales, de las inquietudes, los conocimientos, el exoticis-mo
y la caballería medieval. Y, ¿con qué fin? Es preciso, antes de se-guir
adelante, explicarlo y aclarar cuál es mi intención con este repaso
de cosas conocidas, que intento presentar bajo una nueva luz. Dentro
de una exposición causalista de los hechos históricos (con la que no
estoy siempre de acuerdo, por múltiples razones), lo lógico, aparente-mente,
sería pensar que cuando se ha iniciado un fenómeno (en este
caso los descubrimientos atlánticos y la ocupación de tierras exóticas),
los precedentes, los antecedentes, tendrían peso específico para el des-arrollo
futuro de acciones del mismo tipo, pero, como vamos a ver, su-cede
precisamente todo lo contrario, que las experiencias demuestran
a los hombres de tiempos inmediatamente posteriores que el sistema no
es bueno, y lo cambian. Y cabe preguntarse:¿por qué? La contestación
va en pocas palabras: porque lo elementos culturales (entendiendo por
tales desde la política a la economía y los planteamientos sociales e ideo-lógicos)
se han transformado. Aclararé aún más.
Toda acción colonial es de «afuera a adentro», es decir, hay una
acción dinámica de un pueblo que proyecta sobre tierras y pueblos le-janos
y hasta entonces desconocidos. Es, por lo tanto, necesario enjuiciar
las transformaciones en el pueblo agente y no en el pueblo paciente,
y por esta razón vengo insistiendo en las modalidades de pensamiento
y a-+-.,..+ ....-- A- 1-" -..,.-*e-* ",.- o.-. 1"" :.-1*.- r Leen "1'. -+-;
cacLucruLa3 uc IVD L U L V ~ L V ~Y,U L LII i a a i a i a a ua i i aLi a a i iacLi i iui Y A & -
meras experiencias extracontinentales.
Hecha esta aclaración, volvamos a la contemplación de lo que su-cede,
en virtud de las coordenadas feudales, en el mundo atlántico, o,
mejor, lo que Europa intenta y siente ante su estímulo.
Aunque muy sabido, comencemos por decir que desde el siglo XIII
hay una inquietud, que podemos llamar geográfica y explorativa, por co-
nocer tierras nuevas, y que los viajes franciscanos a Oriente son una
comprobación de ello. Se ha insistido mucho acerca de los «terrores»
medievales con respecto al mare tenebrosum, pero no se pondera dc-masiado
que pese a ello el corazón feudal arremetió contra ellos y que
fueron gentes del medievo quienes debelaron las primeras barreras.
Como ha afirmado Cortes20 en el párrafo cuya copia hemos hecho, los
emporios mercantiles del Mediterráneo intentaron la aventura, aunque
-como afirma en el resto de su texto- no estaban preparados para
ello. En un mapa genovés aparece la isla de Allegrama; Petrarca cita
una expedición atlántica genovesa, y el genové Pesagno, como almirante
lusitano, va con otros italianos en una exploración marítima en 1341,
de la que habla incidentalmente Boaccio. En el siglo XIV es cuando se
hacen los primeros arriesgados intentos de aproximacih a tierras en
el Atlántico, y cuando el mundo feudal toma sus medidas para garanti-zarse
soberanías en ellas.
Todo ello, como es conocido, en virtud del progreso científico que
daba una mayor conciencia de la forma de la tierra y de la existencia
de comarcas lejanas, ocupadas por gentes extrañas. Por este progresivo
conocimiento de las posibilidades de llegar a lejanos parajes, don Luis
de la Cerda se propone realizarlo. Era este don Luis (y por eso se llama-ba
así) nieto de Luis IX el santo, de Francia, hijo de su sexta hija,
Blanca, que se llamaba así en recuerdo de su abuela Blanca de Castilla,
y del infante castellano Fernando de la Cerda, hijo de Alfonso X el
Sabio. Pero pese a sus progenies castellanas, era un príncipe francés,
y como tal busca en la propia Francia, en Aviñón, la concesión papa1
para sus proyectos, pidiendo a Clemente VI la investidura de Rey de !o
que luego se llamarían «islas de Canarias». Como se sabe, en 15 de
noviembre de 1344 se le concede y se comunica a los monarcas cris-tianos
su investidura. Como tal rey recibe el cetro de manos pontifi-cias
y un lema: Faciam Principem super Gentem Magnam. Petrarcd,
en su De uita solitaria (Libro 11, tratado 6.", capítulo 3P) recuerda la
brillante cabalgata del nuevo rey desfilando por la ciudad. Pero si el
Papa de Roma (en Aviñón) daba tales preminencias, ~r ivi l e~ioy sc on-cesiones,
era a cambio de un endeudamiento del nuevo reino a la Santa
Sede, con el pago anuai de 400 fiorines de oro, dei cuño de Fiorencia.
Pero don Luis, llamado el Infante Fortuna -de ahí el que sus islas sean
las Fortunamatae del Teatrum Orbis Terrarum de Ortelius, y luego las
afortunadas- no tiene medios propios para realizar su empresa, y los
solicita de Pedro IV el Ceremonioso, de Aragón, que le presta nava
mallorquinas, pero a cambio de una subordinación feudal.
De esta breve historia -sin posteriores consecuencias, pero que es
la primera mención de acciones posibles sobre Canarias- deducimos
la clara aplicación de los módulos feudo-medievales: concesión papal,
enfeudamientos, tributos. Aunque Alfonso IV de Portugal y Alfon-so
XI de Castilla protestan, no lo hacen porque crean que el Pontífice
no tiene derecho a hacer lo que hizo, sino porque sentían lesionados sus
intereses.
Siguiendo en la misma línea, y como producto de las previsiones de
Pedro IV en sus tratos con el Infante Fortuna, los catalanes intervic-nen,
o se los tiene en cuenta, en las cosas relacionadas con Canarias, ya
que Urbano V recomienda a los obispos de Barcelona y Tortosa que
presten apoyo a la empresa, en bula de 2 de ~eptiembre de 1369, y
todavía, casi veinte años después (dentro de su dilatadísimo reinado de
más de medio siglo), en 1386, Pedro IV pide al Pontífice apoyo parz
hermitaños que van a ir a las islas, et aliquae pevsolzae, lo que hace
pensar en proyectos de comercio o conquista. Notemos: siempre el en-feudamiento
(en virtud del cual obra Pedro IV) y la autoridad y los
permisos papales. La pirámide ideal del medievo.
Un comentario adelantado: Alejandro VI establece partición dcl
mundo y pese a ello tiene que ser en Tordesillas donde acuerde, retc-níendo
la idea, pero sin reconocer la autoridad pontificia para tales
particiones. Han pasado cien años y todo es diferente.
Pero veamos otro aspecto: la maravilla del descubrimiento de que
e1 mundo es ancho y ajeno, pero no en el :entido de Ciro Alegría, sino
que es mayor de lo que el hombre había supuesto hasta entonces (an-cho),
y que siendo de otros (ajeno) puede ser apoderado, conquistado.
Esta noción ya se tiene también en el siglo xrv y no sólo por las
versiones de los viajeros orientales, sino por noticias del hemisferi:)
austral, reconocido o conocido por exploraciones atlánticas. Dante, en
su Divina Commedia, escribe unos versos, que destacó Miguel Asín
Palacios en su Escatología de la Divina Comedia, y que dicen así:
d o mi volsi a man dextra, e posi mente
ali'altro polo, e vidi quatro stelle
no., viste mai hor ch'alla prima gente:
Sucier parva ii ciei di ior Íameiie
iOh settentrional vedero sito,
poichk privato sei di mirar quelle!>>
Compuesta la obra en el primer tercio del siglo XIV, estos versos
son una comprobación poética de conocimientos científicos debidos a
hUber rebasa& ]ifiea ccUatoria! y h&; +ishmbraj: la Cruz
del Sur, acompañada de la alegría animosa y optimista de que ya no se
va a estar prtvato di mirar qudle, que sólo habían podido ser vistas
por la prima gente
Pero junto a esta euforia literario-geográfico-astronómica, siguen pa-ralela
-y de ello hablo a continuación- la ncentalidad caballeresca.
Cuando el autor de Le Canavien, que aunque tardío es una muestra de1
auge de los libros de caballerías, se encuentra con el nombre de Lin
zarote, debido a Lancilotto Marocello, como es innecesario recordar, la
nombra isla de Lancelot, pensando en el bretón, enamorado de la reina
Ginebra, Lancelot du Lac, que curiosamente fue traducido al castellano
como Lanzarote del Lago.
Pero aún hay una segunda etapa de esta «prehistoria» caballeresca
en dirección a las Canarias, después de las meras ilusiones y alusiones
que hemos visto: la etapa que debemos llamar castellana, y que por so-bradamente
conocida no es preciso mencionar más que por referencia5.
Jean de Bethencourt, scuzer, sieur de Grainville de la Teinturiere, pro-motor
de los hechos, recibe el dinero de Roberto Robinet de Braque-mont,
futuro mariscal de Francia, que está casado con Inés de Mendoz'i,
hija del mayordonco de Castilla. Inés de Bethencourt, sobrina de Jean,
estaba casada con Guillén de las Casas, alcalde mayor de Castilla. Ls
vinculación castellana es tan evidente que sólo es necesario subrayarla.
¿Quién es rey de Castilla entonces? El desvalido políticamente En-rique
111 el doliente Doliente, enfermo, de cuerpo, pero no de espíritu
ni de visión política. No es mera coincidencia, como ha estudiado Mer-cedes
Gaibroic de Ballesteros, que un mismo hombre, y hombre de es-tado,
sea el que piensa en relacionarse con el Gran Tamorlán en Oriente
y que al mismo tiempo -en un cortísimo reinado -preste oídos a
Jean de Bethencourt, al que recibe, escucha y le permite prestarle
pleito homenqe, y le da investidura práctica~ente de suzeraizo, con
derecho a batir moneda, recabando ei qtlmto de los productos. En
otras palabras: se establece un pacto feudal y una suzeranía. Para com-pletar
el cuadro, Bethencourt va a Italia y, recibido por el Pontífice,
actúa como Rey de Canaria., y como tal recorre Europa.
Todo sigue desarrollándose dentro de un sentido señorial y feudal.
Aunque Jean sigue creyéndose rey de Canarias y luego su hermano
iiegnauit, el poder lo ejercía hlacior, que io cede. con un sentido purn-mente
señorial, al conde de Niebla, Enrique de Guzmán, en 1413, y
luego a Enrique de Portugal. Siempre como un cambio de vasallaje.
Este probiema -el vasallaje castellano-lusitano- se ventilará ante el
Pontífice Eugenio IV en el Concilio de Basilea, defendiendo los dere-chos
castellanos Alonso de Burgos. Nos hallamos nuevamente ante !a
cúspide de la jerarquía feudal: el Papa.
Todavía en la consolidada etapa castellana, sigue el mismo esquema
señorial feudal, de Guillén de las Casas -hijo del otro hománimo--
a su hermana Inés y a su cuñado Hernán Peraza. Los nuevos señores
de las islas -con sede en Lanzarote- vinculan su señorío a su familia,
y Diego de Herrera y su esposa se consideran reyes de Lanzarote, aun-que
sometidos en vasallaje al Rey de Castilla. Estamos ya en tiempos
de Enrique IV, el hermano de la futura reina Isabel.
Hasta aquí, todo ha sido feudal, señorial, pontificio y superpo~ición
de jerarquías. Pero el tiempo cambia, la larga lucha entre la reconocida
autoridad regia y la efectiva autoridad ejecutiva del Rey, culmina,
como es sabido, en e1 triunfo de la realeza. Pero hay que verlo en el
marco del archipiélago canario, donde quedan aún islas por conquistar,
que los apáticos señores que disfrutaban de sus granjerías no habían
progresado. 2 Qué paya entonces?
La histeria es Uemasio,& cennc:& para rrprtir!~, pern w h~?eL!, m
el comentarla y en ella lo que campea y sobrevuela es el intento regio
de plena soberanía. Aún en 1480 el tratado de Aleacobas-Toledo ad-mite
un laudo pontificio, reconocido por Portugal y por Castilla. bero
es la última ingerencZa de la mentalidad medievo-feudal. Castilla es
reconocida por Portugal como soberana de las islas, porque los seño-res
de ellas han prestado vasallaje a sus reyes, pero éstos han de dar
a los Herrera el título de Condes de la Gomera a cambio del derecho
de conquistar las otras islas. No es un «reino» incorporado, como el
de Granada, sino una parte más de Castilla. E1 fenómeno se r~hrica
en 1483, el 29 de abri:, cuando el alférez Alonso Jáimez al enarbolar
en gran Canaria el estandarte real, grita: «iLa Gran Canaria por los
muy altos y poderosos reyes Don Fernando y Dofía Ysabe!, nuestros
seííores, Rey y Reyna de Castillm.
Cuando en 1491, a punto de descubrirse América, los Reyes Cató-licos
nombran a AIonso Fernández de Lugo Adelantado de Canarias,
título aún de sonoridad medieval, pero que siempre estuvo siijeto a !a
autoridad real. sin señorío per~onal, el ciclo medieval ha sido cerrado.
Y al año siguiente se descubre América, en virtud de una Capzttld-ctón
perfectamente «mi-géneris*, que ha sido disecada y analizada por
maestros indiscutibles como García Gallo y Manzano, pero que ya no
tiene ningún parentesco reconocible con las concesiones de vasallaji.,
de enfeudamiento, de los escritos sus.c ri.to.s por el Infante Fottuíza con e! Pnntificr n cen Pedrc IV. E! pr:nc:p:c fmdame~ta! -sea c~ntr:,-
to, como piensan unos, o concesión graciosa como opinan otros, lo que
no hace al caso- es que la soberanía de las nuevas tierras «descu-biertas
o por descubrir» corresponde al Rey, y por eso el rey Cató-lico
así lo recaba -todavía- del Sumo Pontífice Romano. No es Colón
el que pide al Papa que se le conceda el señorío de lo que vaya a ad-quirir,
y luego -a cambio de la ayuda económica o náutica- se mani-fieste
vasallo del rey, a cambio de un tributo, como sólo un siglo antes
se hacía, sino que sucede a la inversa: el Rey promueve y pide Iuego
reconocimiento pontificio.
La crisis del sistema feudal no está sólo manifestada en esto, sino
en el fenómeno a que, en un inciso, hice referencia antes. Cuando a
la petición fernandina responde Alejandro VI con sus discutidas Bulas,
éstas no tienen validez hasta que en TordesilIas se ponen de acuerdo
las dos Coronas.
,;Q'i6 PS 10 qce he intentzdo mostrar en este t ~ ~ ? b ~ ?Sjeno?c illi- =m
mente que entre la colonización de las islas de Canarias y la coirni- O
E
zación de América ha57 punto de coincidencia y tremendos puntos (13
E
2
divergencia, que podemos sintetizar en 12s notas siguientes: E
1. Que la expansión castellana en el Atlántico, incluidos los in- 3
tentos del Infante Fovtuna, biznieto de castellana e hijo de castellano. 2s e-prioritaria
en la exploración del océano a toda otra. m
E
2. Que desde un comienzo, hasta el siglo xv, la aproximación a O
Canarias y la instaurxión de un régimen europeo en ellas, es de cuño n
perfectamente feudal. E a
2 3. Que cuando se está en vísperas del gran acontecimiento - e l n
hallazgo de las Indias- la mundovisión feudal hace crisis y que, sin
saber lo que iba a pasar en el tiempo inmediato, ya no se aplican los
30
mismos criterios.
4. Que coincidentemente con el gran acontecimiento, como pode-mos
calificar, al viije cdomhino & 1492, 1- mentalidad es ahsoliits-mente
otra, como lo prueban las Capitulaciones santafesinas.
5. Que, consciente o inconscientemente, la experiencia canaria sólo
sirve en el aspecto expansivo, náutico y geográfico, pero que no, y no
se utiliza, para la acción indiana.
6. Que aunque Carios Y, en ia isia de ia Paima, a los Grünberg
(Monteverde, en alemán) y en Venezuela, a los Welzer concede privi-
legios, éstos no significan dejación de la soberanía. Se ha consolidado
la política de soberanía real, iniciada por los Reyes Católicos.
7. Que el proceso de expansión castellana tiene una primera etapa
canaria -las «piedras del vado» que las llamó Antonio Ballesteros Be-retta-
y que ya no se detiene hasta llegar al Pacífico? pero que ins-titucionalmente
cada etapa pertenece a un mundo completamente dis-tinto,
y distintos fueron sus resultados.