MIGUEL PEREIRA Y PACHECO
ENTRE EL FIDELISMO Y LA BUROCRACIA
MIGUEL MOLINA MARTINEZ
La presencia de individuos o de familias canarias en tierra americana
cubre un capi+o importante de ia historia a ambos iados ciei Atiántico. l a i
afirmación no es nueva ni original pero cobra sentido en el marco del traba-jo
que aquí presentamos.
Nuestra intención es sacar a la luz diversos aspectos biográficos del ca-nario
Miguel Pereira y Pacheco en el ámbito de un Pení que pasa de la agita-ción
insurgente del último periodo virreinal a la frágil república de las pri-meras
décadas del siglo XM. Tales topes cronológicos encierran dentro de
si un cúmulo de problemas y conflictos que convierten a dicho periodo en
un tema de estudio sugestivo y atrayente para el investigador. Una época, en
suma, que ha sufrido y todavfa sufre los embates de corrientes historiográfi-cas
contrapuestas, consecuencia directa de la lucha ideológica, política y béli-ca
que culminó con la independencia de las posesiones espafiolas en Améri-ca.
Por ello, todo intento de situar a un personaje en medio de tan polémi-co
perfodo puede resultar diffcil si no se dejan al margen enconadas disputas
que en nada contribuyen al conocimiento real del pasado. De no ser asf, ine-vitablemente
se caerfa en el peligro de la visión simple y partidista Con la
agudeza que siempre le caracteriza, el Dr. Lohrnann puso el dedo en la llaga
sobre este particular al escribir:
«Cuando esta toma de posiciones se plantea en una dialéctica tan encona-da
como la que impera todavía al cabo del siglo y medio en punto a la evalua-ción
del carácter de la lucha separatista, entonces la exclusidn de la voz del
bando derrotado es terminante y absoluta; en el mejor de los casos, servirá de
fácil blanco para vilipendiarla y convertir los cruzados de la causa en objetos
de mofa ... En razón de su lealtad al sistema político del cual se erigian en pala-dines,
se granjearon el anatema de confeos de la opresión, de apóstoles del
Migzel Pereira y Pacbem 4
despotismo, de enemigos jurados de la libertad, impermeables a las doctrinas
igualitarias, de recalcitrantes sustentadores de la postergación de los criollos»'.
La facilidad y entusiasmo -no exentos de una buena dosis de apasiona-miento-
con que se han descrito las gestas de precursores y artífices de la in-dependencia
contrasta vivamente con el trato despectivo o secundario que
han recibido quienes prefirieron seguir fieles al rey y mantener firmes los la-zos
de unión con España. Por tanto, se hace cada día más necesario un co-nocimiento
profundo de la corriente fidelista, sus fundamentos, protagonis-tas,
peculiaridades y sigdicado2. De esta forma, podría comprenderse mejor
y más justamente el entramado social de aquel tiempo, su mentalidad y posi-ción
ideológica.
Eztns breves Erieas intrG&aoLias fios sirYen ~ j a ~fiaIaTIa L la ateilci& so-bre
el resbaladizo campo en que nos movemos. Nuestro protagonista, el ya
mencionado Miguel Pereira, pertenece a ese grupo de personas que tomó de-cidido
partido a favor de los realistas en contra de las veleidades separatistas
de otro nutrido sector de población. En virtud de su postura ideológica, son
escasas las noticias que de él se tienen. Por otro lado, -y ello explica también
la poca atención que se le ha dedicado-, aparece en los momentos más críti-cos
unido a dos figuras que por su relevancia social han acaparado mayor in-terés.
Se trata del obispo de Arequipa, Luis Gongaza de la Encina, y del pre-bendado
Antonio Pereira, su hermano, todos ellos canarios.
El obispo Encina ha sido vindicado en fecha no muy lejana, precisa-mente
en tierra canaria por un historiador de nacionalidad peruana3. Por su
parte, Antonio Pereira siempre ha gozado de un generoso trato de mano de
sus paisanos y explica la iniciativa del Instituto de Estudios Canarios de pre-miar
el mejor trabajo sobre su persona. Fruto de ello, fue la excelente mono-grafía
que se alzó con el galarddn, obra de las Dras. Manuela Marrero y
Emma ~onz á l e z~M.á s recientemente, ha sido otro peruano, Enrique Ca-l
. LOHMANN VILLENA, Guiliermo: El ideano legidmista de( canano Luis k g a de la En-cina,
obispo de Arequipa (18 10- 18 161, en 111 Coloquio de Historia Canario-Americana. Las Pal-mas,
Ediciones del Excmo. Cabildo Insular de Gran Canaria, 1980, t. 11, pág. 551.
2. En este sentido resulta interesante el trabajo de NIETO VELEZ, S. J., Armando: Contri-hcih
a la HUfOrza aL-1 FidelLsmo en Pení. 1808- 1810. Boletín del Instituto Riva-Agüero (Lima),
núm. 4 (1958-1960).
3. LUHXANN VILLENA, Guiliermo, op. cif., págs. 551-576.
4. MARREkC), Manuela y GONZALEZ, Emma: EI Prebendado D. Antonio Pereiray Pacheco.
La Laguna, 1963.
rrión 0rdóñez5 el que atraido por las ricas informaciones de la Noticia de
Areqt/ipa, acometió la empresa de seguir los pasos del citado prebendado du-rante
su estancia en Pení y de analizar el contenido de su referida Noticia ...6.
La labor episcopal y política desarrollada por Encina y la carrera bri-llante
de Antonio Pereira han contribuido a relegar a un segundo plano las
actividades de nuestro personaje. A ello se une el que decidiera permanecer
en Perú, aun después de consumada la Independencia. Casado con una are-quipeña
y responsable de siete hijos, encontró la forma de adaptarse a las
nuevas circunstancias políticas. El, que habla contribuido cuanto pudo por
sostener la legitimidad de Fernando VII, hubo de vivir durante 30 años ocu-pado
en diversas funciones burocráticas, bajo la administración republicana. m
Corresponde aquí, por tanto, aproximarnos a m hombre que vivió en- -
E tre el fidelismo y la burocracia y que, como muchos otros que presenciaron
O
aquellos trágicos días, manifestó su deseo de permanecer en suelo america- =
no. iNunca se conocerán lo suficiente el drama personal, el confusionismo y m
O
E
las dudas de una inmensa mayoria que desde el anonimato sufrió cambios ra- E
2
&cales y profundos! E
JUVENTUD CANARIA Y VIAJE A PERU
3
-
0m
La familia de Miguel Pereira desciende, por línea materna, de una de
las ramas de los Carballo, oriundos de Portugal y asentados ya en Tenerife a
finales del XVI. En 1698, Tomasa Pérez de Villavicencio casaba con Do-mingo
Rodriguez en la parroquia de Ntra. Sra. de la Asunción de La Lagu-na.
Una de sus hijas, Flo'rencia Francisca Núñez de Villavicencio contrajo
matrimonio en la misma parroquia con Gerónimo de Acosta y Viera en
1729. La hija de este matrimonio, Tomasa Josefa de Acosta Núñez, casó en
1752 con Ambrosio Miguel Ruiz y Ximénez, ayudante del Regimiento de
iviillcias de Forasteros cuatro años más tarde. De sus hijos, Kosaifa Ruiz Xi-ménez
y Acosta, se unió a Juan Pereira y Pacheco en la parroquia de Ntra.
5. CARRION ORDOÑEZ, Enrique: Pereim y el Pení. Boletfn del Instituto Riva-Agüero
(Lima), núm. 8 (1969-1971), págs. 15-123.
6. El ejemplar de la Noticia Secreta que hoy se conserva en la Bibiioteca Nacional de Lima es
una copia ÍoiográÍica, iujosamence encuadernada, donada por ei Cabiido insuiar de Teneriie en
1946 para contribuir a su reconstrucción tras el incendio sufrido en 1943. La dedicatoria llwa
firma autógrafo de Antonio Lecuona, presidente entonces del Cabildo tinerfefio. Vid. ldminas 1
y 2. Biblioteca Nacionai de Lima, ms. D 12400 (En adelante, se citará B.N.L.).
M&eI Pereira y Pacheco 6
Sra. de la Concepción (La Laguna) en junio de 1779. Este habla llegado a las
Canarias en 1768, sirviendo como escribiente del coronel Juan Domingo
Franchi y luego de Pedro de Sotomayor, alcanzando en 1787 el titulo de
Contador General y Perpetuo de la isla de Tenerife. Sus padres, Antonio Pe-reira
y Benita Pacheco, eran oriundos de Coimbra y avecindados en Grana-da.
Del matrimonio Juan Pereira y Rosalía Ruiz Ximénez nacieron cinco hi-jos:
el primero de ellos -nuestro Miguel Pereira- el 13 de julio de 1784. Lue-go
vinieron Luisa, el ya mencionado Antonio, Ambrosio y ~ a r í a ~ .
Como puede apreciarse, su ascendencia materna estaba bien arraigada
en Tenerife. La paterna, no tanto. Sin embargo, sus padres constituían un
tipo de matrimonio bastante frecuente en las islas: padre funcionario penin-sidar
y madre rmaria. Los esrnosos con su. cinco hijos pdian encajar bien
dentro de una burguesía media, descendiente de familias ilustres pero venida
a menos.
Su infancia y 'juventud transcurren a medida que se aproxima el final de
la centuria en La Laguna, no sin algunas dificultades. La situación económi-ca
de la familia dependía unicarnente de los modestos ingresos que como
funcionario percibía su padre. Sin embargo, ello no fue obstáculo para que
fuese bien educado y mantuviese su reputación al lado de otras familias más
poderosas. Al evocar Miguel Pereira sus años jóvenes en La Laguna deja
traslucir este hecho y escribe:
«Los condes y marqueses de Tenerife no suelen dispensar su amistad sino
a los de su mismo rango, pero yo era como la excepción de la regla, y al paso
que me distinguían de un modo no común, aceptaba sus demostraciones, lleno
de modestia y cortesía, sin hacer nunca darde, ni abusar de sus confianzm8.
Por otro lado, la influencia de su padre fue fecunda y duradera tal como
lo prueba su mismo comportamiento y, luego, las ensefianzas a sus propios
hijos en Arequipa. Obediencia al padre y respeto a los demás son dos cons-tantes
en él que intentara inculcar a sus descendientes9.
A la edad de 15 años, como primogénito, tuvo que hacerse cargo de la
7. Rama deI ihutre árbd de h Familia de CarbaiIo, o h d a de Pmtugai. B.N.L., ms. D 8165; Re-
Im'h de méritmy servicim de MiguiPereiray Pacheco. B.N.L., ms. D 8163; MARRERO, Manuela y
~ ?&iiEx ú?. &~., &S. 11 y S~S. ~ ,
8. PEREIRA Y PACHECO, Miguel: Lec& a mis hgos. B.N.L., ms. D 8147.
9. Ibihm.
familia ya que su padre fue trasladado a Las Palmas para ocuparse de las
cuentas de otro funcionario. En 1804, permaneciendo aún en esa ciudad, se
produce un acontecimiento que va a afectar decisivamente el futuro de la fa-milia
y, en concreto, de los hermanos Miguel y Antonio. Nos referimos al
nombramiento de Luis Gonzaga de la Encina -en ese momento arcediano de
Las Palmas- como obispo de la diócesis de Arequipa en Perú.
La gran amistad que unía al contador con Encina fue aprovechada por
aquél para solicitar de éste que acogiera a sus hijos como familiares y forjar-les
a un futuro más seguro. Encina no ofreció ningún reparo y aceptó prime-ro
a Antonio, que ya había abrazado la carrera eclesiástica, y más tarde en
1806 a Miguel, más inclinado a las tareas burocráticas, como su S
Desde ese momento y durante muchos años, su vida quedará ligada al obispo
y, todavía después de muerto éste, podrá abrirse camino gracias a la e x p
riencia y méritos adquiridos junto al prelado.
Sin embargo, el viaje a Arequipa va a retrasarse por algún tiempo. Pri-mero,
el confiicto con Gran Bretaña cuyos navios de guerra asolaban las
costas atlánticas; luego, la entrada de Napoleón y el apresamiento de Fernan-do
VII. Los preparativos de la marcha que Encina realiza en Cádiz no logran
consolidarse. Por fin, a principios de 1809, los hermanos Pereira reciben Fa
comunicación de trasladarse a Cádiz y unirse con el obispo para zarpar hacia
el Perú. El 5 de Noviembre de ese año llegaban al puerto gaditano a bordo
del bergantín dan Lorenzo).
Pero una sorpresa les aguardaba. Apenas 20 días antes, Encina habia
tomado el dan Pedro Alcántara)) rumbo al Callao, tras haber pasado múltiples
vicisitudes y peripecias11. En Cádiz se vivían momentos de incertidumbre ya
que el enemigo estaba cerca y exigía la rendición de la plaza. Aquellos prime-ros
meses de 1810 significaron una dramática experiencia para él al tener
que tomar las armas para la defensa. Finalmente, el 30 de marzo de ese año
b g a i l ernbzrcme m la !e.fragr,ta &r PLmmifu~:d: ias rrLr PE&W re= desti-no
al puerto de Arica.
Conocemos las vicisitudes de la travesia, gracias a las notas que Miguel
Pereira fue tomandof2. Así, la primera escala fue en el archipiélago hacién-
. *
I u. ibiüem.
1 l. LOHMANN VILLENA, Guillermo: op. cit., pig. 554.
12. Diario de mi salida de Cádiz para Arito. Afio de 1810. Biblioteca Pública Municipal de
Santa Cruz de Tenerife, ms. 5.
M&ueI Pereira y Pacbeco 8
dose inmediatamente de nuevo a la mar. La escasez de vfveres obligó al capi-tán
a recalar de forma imprevista en Montevideo. Es junio de 1810 y se vive
el ambiente de agitación provocado por la Revolución de mayo de la vecina
Buenos Aires. Los Pereira fueron testigos del intento poaeíio de tomar la
plaza, rápidamente sofocado por el partido fidelista. Mientras Antonio se
niega a intervenir en la defensa de la ciudadela bajo el pretexto de su condi-ción
de tonsurado, Miguel interviene activamente y su conducta merece en
julio de ese año la aprobación del Tribunal de policial3.
En agosto se reanuda el viaje y a primeros de noviembre pisan tierra en
el puerto de Arica. El recibimiento que se les dispensa es cálido y lleno de
atenciones. Tras un mes de duro trayecto por tierra llegan a Arequipa donde
les esperaba Encina.
FIDELISMO Y CARRERA ADMINISTRATIVA. 18 10- 1824
A su llegada a Arequipa, Miguel Pereira contaba 26 años. Ante él se
abrfa una nueva etapa de su vida, ya definitivamente ligada a aquel territorio.
Bajo la sombra de su protector Encina, poco a poco se irá incorporando a la
sociedad arequipeña. Desempeñará múltipies actividades de la administra-ción
local al tiempo que, poiíticamente, cerrará filas en torno al bando fide-lista.
Desde fines de 1810 en que llega a Arica hasta 1824, cuando Ayacucho
zanja la contienda en Perú, Pereira atravesará momentos diffciles, conse-cuencia
de su compromiso político. Sin embargo, ello no fue obstáculo para
que pudiera desempeñar con honrada los sucesivos empleos que le va pro-porcionando
el obispo.
La situación general que encontró a su arribo a Perú no era, en modo
alguno, halagüeña. La violencia habia asolado varias comarcas, sobre todo
del Alto Perú, Chuquisaca y La Paz. La marea revolucionaria se extiende
también a otras zonas. Las rebeliones se suceden casi de forma inintermmpi-da:
la de Francisco Antonio de Zelz en Tacna en 181 1; la conspiración de
Huamanga y el levantamiento de Huánuco en 1812; la rebelión de Enrique
Paillardelli y Manuel Calderón de la Barca en Tacna en 1813 y lZ de Puma-cahua
en Cuzco en 1814. Movimientos todos ellos, encabezados por criollos
que utilizan a las masas de indfgenas para conseguir sus fines14.
Arequipa permaneció, en cierto modo, al margen de esta fiebre revolu-
cionaria. A fines del siglo XVIII y principios del XIX, experimenta un nota-ble
florecimiento del que no es ajeno el trastorno de la ruta comercial Lima-
Buenos Aires. Cabeza de obispado y sede de intendencia, Arequipa desarro-lla
su economía sobre un activo comercio y una agricultura de mediana esta-la
en un fértil valle de reducida área ~ultivable'~E. ra una ciudad conserva-dora
y aristocrática en la que el 63% de la población lo constitufan españoles.
Las guerras con los argentinos y las insurrecciones del sur la convirtieron,
además, en un centro estratégico de las operaciones realistas. Tanto el obis-po
Encina como los hermanos Pereira encontraron aquí un ambiente favora-ble
para la exposición de su pensamiento polftico16.
Hasta 1814, las rivalidades ciudadanas fueron mitigadas para hacer
c---*- 1-- r m- - - -1
~ I W K L U I I I ; ~ ~a ~ U SII ~L~ILCSCS.l r a b a regre~wd t: Fernando VE, las renciiias
entre espaoles y criollos, liberales y conservadores, o las disensiones entre
el obispo, cabildo y clero volvieron a dividir la ciudad en partidos enemigos.
Como colofón, Purnacahua con un ejército de más de 5.000 soldados entra
en Arequipa en noviembre de 1814 ocupándola hasta los primeros meses de
1815.
A principios de 1816 muere Encina y con él uno de los más wonspi-cuos
representativos del fidelismo en ~e rú»~'E. l mismo aíio Pezuela sucede
a Abascal, con quien comparte los mismo principios conservadores. La ame-naza
exterior se cierne sobre el virreinato, una vez que San Martín triunfa en
Chile en 1818. La situación se debilita más, luego del alzamiento de Riego
en 1820. Un año después, San Martín proclama la independencia en Lima.
Comienza un época conflictiva donde al fracaso del protectorado que inau-gura
el Libertador, suceden las rivalidades de la burguesía limefia por el po-der.
Finalmente, los ejércitos de Bolívar con su victoria en Ayacucho ponen
término a una larga lucha. El hecho sorprendió a Miguel Pereira en una Are-quipa
que, si bien había proporcionado algunos de los elementos realistas
más destacados, ahora en el último momento un grupo de poderosos se deci-de
por el cambio, pasando así a la república sin demasiados traumas.
Tal es el marco histórico en el que nuestro personaje pasará la primera
14. BONILLA, Heraclio: Clasespopularesy Estado en el mnfexfo de la crisis colonial, en La Inde-pendencia
en el Perú. Lima, Instituto de Estudios Pemanos, 1981, pág. 24.
.15 . LOHMANN VILLENA, Guillerrno: op. cit. pág. 555. , -.,*..-- -. - m-- - .- -
lo. C+JIKUL rtu XJLUAN, Euseho: Aspedos soc.ales de Arequipa en el siglo XVIII, en V
Congreso Internacional de Historia de América. Lima, 1972, t. 111, pág. 252.
17. LOHMANN VILLENA, Guillerrno: op. cit., pág. 552.
Mz&e¿ Pereira y Pacheco 1 0
.etapa de su estancia en Perú. Corresponde ahora examinar cuáles fueron sus
propias vivencias personales.
Inició Pereira su carrera en Arequipa como Notario General de Visita,
titulo que recibió de manos del obispo Encina e1 5 de marzo de 1811. Su ac-tuación
fue satisfactoria y ello le valió un nuevo nombramiento que su pro-tector
le concedió tres meses después. Se trata de la recolección de los dona-tivos
que el clero de aquella diócesis daba en auxilio del rey18.
Su gestión eficaz en este trabajo inclina a Encina a ofrecerle la Admi-nistración
de la Casa de Recogidas de Arequipa, título que recibe el 7 de sep-tiembre
de 181 119. Este instituto había sido creado en octubre de 1714, gra-cias
a los esfuerzos de Cristóbal de Barreda, siendo refrendado posteriormen-te
por Real Cédula de 8 de julio de 1722. La Casa venía subsistiendo sin nin-guna
normativa y con enormes dificultades económicas que habían desembo-cado
en una situación extrema cuando el presbítero José Toribio de la Quin-tanilla
se mostró incapaz para el cobro de las rentas.
Sin duda, los buenos antecedentes de Pereira como recaudador aconse-jaron
su intervención. Y no defraudó. Al poco tiempo de hacerse cargo de la
administración, escribfa al obispo dándole noticias del estado en que se en-contraba
la Casa Su impresión era desoladora y urgía unas reformas necesa-rias.
La falta de dinero constituía el problema más grave y de él derivaban
otros de diversa hdole. Si en un principio la Casa tenia una renta de 2.190
pesos, pronto se fue reduciendo por oblaciones, gastos de obras y subida de
alimentos. Cuando Pereira comienza su gestión, la renta anual era de 1.878
pesos, 5 reales y los gastos de 1.440 pesos. El sobrante de 438 pesos era más
ficticio que real, ya que, según observaba el administrador, no siempre se co-braba
la totalidad de la renta Muchos demoraban sus pagos y esos atrasos,
con frecuencia, hacían preciso recurrir a medidas judiciales para su cobro20.
En consecuencia, las 16 mujeres que había en la Casa padecían escasez y
necesidad. Su alimento se reducía a un ligero « c h u ~ >y )le s obligaba a estar la
mqcr parre de! &a en la d e huscando lo que la Casa no les facilitaba. Pe-reira
se lamenta de esta circunstancia y con pesimismo las considera como
((recogidas sin recogimiento». Para él, la solución no puede ser otra que re-
18. Relacia de ménto~yse niicios ...
19. Ibidem.
20. Carta de Miguel Pereira a Luis Gonzaga de la Encina Arequipa, octubre de 1811,
B.N.L., ms. D 8160.
ducir el número de mujeres a 10 y que éstas, al menos, puedan vivir con re-cogimiento2'.
Otro de los graves problemas derivaba de la inexistencia de una norma-tiva
para su funcionamiento interno. Para ello, intentó llenar este vado, ela-borando
un reglamento en 13 ~ a ~ i t u l o s ~ ~ :
cap. 1: Del Patronato espiritual.
cap. 2: Del Patronato temporal.
cap. 3: Del capellán y sus obligaciones.
cap. 4: Del mayordomo administrador y sus obligaciones.
cap. 5: De la supervjsora y sus obligaciones.
cap. 6: De las sacristanas.
cap. 7: Ue ias porteras.
cap. 8: De las enfermeras.
cap. 9: De las hortelanas.
cap. 10: De las reflectoleras (cocina).
cap. 1 1: De las celadoras.
cap. 12: De las mandaderas.
cap. 13: De la comunidad en general.
El capellán y el administrador eran los dos únicos hombres de la Casa.
Al primero le correspondía la administración de los sacramentos, así como
celebrar misa todos los días festivos e impartir pláticas doarinales. El segun-do
se encargaba de cobrar diligentemente las rentas de la Casa, dar dinero a
la superiora para la comida, pagar a los sivientes y, en suma, velar por el
buen funcionamiento del instituto. Tenia asignado un sueldo de 350 pesos
anuales.
A la superiora la correspondía el trato directo con las recogidas a las
que debfa instruir «más con el ejemplo que con palabras)). Era su obligación
rondar tres veces al día por las habitaciones e impedir que ninguna saliese a
la cdk23.
Dicho reglamento tuvo la aprobación de Encina quien más tarde no
dudó en alabar el honor y escrupulosidad con que su protegido había llevado
aquella administración. Su eficacia queda demostrada por el hecho de que to-
21. Ibidem.
22. Plan para el buen funcienamiento de la Casa de las Recogidas de Arequipa. Arequipa, 13 de oc-tubre
de 1815. B.N.L., ms. D 8160.
23. Ibidem.
M&ei Pereira y Packm 12
davía en 1836 desempeilaba el mismo cargo.
Como ya hemos apuntado, los acontecimientos políticos iban a influir
decisivamente en su persona. En 18 1 1, las noticias' sobre las actuaciones de
comisionados de Napoleón incitando al cisma corrían por Arequipa como
por Lima Ello provocó una corriente de apoyo a Fernando W y de repudio
generalizado hacia los intentos napoleónicos24. Al mismo tiempo, aprove-chando
el desconcierto creado, muchos criollos enarbolaron la bandera de la
separación guiados más por un rechazo a la presencia de cha~efoneqs ue por
una discutible conciencia nacional. Así lo ve Pereira al atribuir el origen de
aquellas revoluciones a la «rivalidad y odio entre los naturales del país y los
europeos)).
En medio de este ambiente, los testimonios fidelistas de nuestro la-me-m
ro se plasman de forma literaria a través de un poema en octavas (véase W
APENDICE 1), titulado «A /a rivalidad introducida entre los españoles ameticanos y
los europeos o chapetmes~S. e trata de un alegato contra el enfrentamiento de las
dos naciones y un llamamiento a la reconciliación desenmascarando las ver- E
E daderas intenciones de Napoleón, iinico enemigo de criollos y españoles. E
2
E
«No a la cruel seducción prestéis oido
que al hijo contra el padre armar intenta, 3
quede el lenguaje vil desatendido em-que
contra la natura fiero atenta; E
La trifauce discordia su rugido O
ahogue en la garganta que lo alienta,
n
y no rivalidad haya entre hispanos E
hora sean europeos, hora indianos». a
n
Asi comienza su poema heroico para continuar con un panegírico de la
labor de Espaíia en aquel territorio una vez que dos hierros del árabe inso- O3
lente quebrantaron».
Presenta un cuadro dramático de las consecuencias del conflicto civil
que se vive:
«en que el hermano
desnaturalizado derramara
la sangre de su hermano, el padre anciano
24. NIETO VELEZ, Armando, S. J.: art d. pág. 39.
en la del hijo infando se baiíar~
la esposa gime en vano que el marido
a sus amargos llantos no da oído.
Vieranse las ciudades desoladas,
las clausuras desiextas, yermo el prado,
las casas de Dios vivo profanadas.
El sacerdocio santo vulnerado,
la virtud y honradez atropelladas,
el vicio con furor entronizado,
la virgen sin amparo, sin asilo
la casada, la viuda y el pupilo».
En la más pura línea fidelista, una gran parte de los ataques van dirigi-dos
a Francia. Primero, aireando los horrores de la Revolución de 1789: «Y
la Galia región tan celebrada / eclipsó su esplendor, quedó arruinada. Lue-go,
contra Napoleón «corzo ambicioso». Se esfuerza Pereira en abrir los ojos
a las calamidades de la experiencia francesa para concluir:
«En ajena cerviz escarmentaremos
de los terribles dafios que acarrea
la desuni6n social; y detestemos
al monstruo que conciba tal idea».
Las diatribas que lanza contra las presunciones napoleónicas coinciden
plenamente con el pensamiento del Obispo Encina y, en gran medida, cree-mos
que se nutren de esta fuente. Nunca deben perderse de vista la atracción
e influencia que el prelado ejerció sobre su familiar y la admiración y respeto
que éste siempre sintió por aquél. Si comparamos la pastoral de Encina de
22 de febrero de 181l Z5c on este poema, son muchos los puntos de coinci-dencia.
Asi, es muy clara su condena de la invasión francesa y de las ideas de
la Revolución que significan «la impureza, la disolución, el libertinaje, el sa-crilegio,
lo irreligtoso)).
Por otro lado, también culpa a Napoleón de estar provocando la esci-sión
en América, cuyas intrigas ya habían logrado en algunas regiones sepa-
25. Partoral. .. mn mofivo de h instrucción dada pm Napoleón, emperador de Iarf;anceses, a sus emi~mias
para lar Américas. Para un estudio más detallado, vid. CARRION ORDOÑEZE, nrique: a& cit.,
&s. 56-58; LOHMANN VILLENA, Guillermo: op. cit., @págs. 560-564.
M&/ Pcreira y Pacbem 14
rar a los espafioles americanos de los españoles europeos. La pastoral está
sembrada de vituperios contra el emperador francds, y lo mismo que Pereira,
advierte a todos para no dejarse embaucar por «el usurpador del trono de Es-paña,
sanguinario bígamo, opresor del Vicario de Cristo y engaliador de Fer-nando
W.
El poema, como la pastoral, termina con frases alusivas a la unión de
todos. Tal es el lenguaje de Pereira en su última octava:
«Vuelva la dulce paz a nuestro seno,
fa concordia, el placer y la alegría;
disfrutemos del zéfio sereno
que una risuefia aurora nos envfa.
Arrojemos la copa del veneno
que con disfraz Plutón nos ofrecía,
y sea nuestra divisa en adelante
el amor fraternal, la unión constante».
El poema fue remitido al obispo por Pereira en carta del 15 de septiem-bre
de 18 1 1, mereciendo su total aprobación. Poco después era publicado en
el suplemento número 46 de la Gaceta de Lima, periódico oficial al que Enci-na
se habfa suscrito por 12 números con el fin de distribuirlos entre el clero
y contrarrestar la campaña sediciosa que se divulgaba.
Mientras tanto y al amparo del epíscopo, Pereira sigue acumulando car-gos.
A fmales de octubre del mismo 181 1 es nombrado mayordomo de mi-tra,
encargándose ahora de la recaudación de las rentas debidas a la misma26.
Se trata de un nuevo puesto administrativo en donde parecía encontrarse
siempre cómodo. Un año más tarde, en noviembre de 1812, le encarga de la
colecta ordenada en favor de S.M. y de los perjudicados por guerra2'. Fue
«su buen pensan) lo que movió a Encina a conferirle este otro cargo. En
efecto, Miguel Pereira siguió firme en su postura fidelista, destacándose
como uno de los elementos más convencidos.
Su inquebrantable adhesión al So-krano hicieron ai coronei Manuei
José Choqueguan fijarse en él para nombrarle capitán del 1" regimiento de su
mando. Esto ocurrfa el 4 de noviembre de 18 12 pero cinco días después, Pe-reira
se excusaba en carta con razones que merecen nuestra atención (Apén-dice
2). El tono de esa carta es sumamente respetuoso como corresponde a
15 Mz&d Molina Mart-un
hombre educado en los mejores círculos canarios y en contacto desde pe-que80
con preminentes familias nobiliarias. El ejemplo de su padre de hu-mildad
y esmerado sentido del deber se dejan ver también a lo largo de sus
líneas.
Tras agradecer al general Choqueguan la deferencia que le ha dispensa-do
proponiéndole como capitán, se ve en la obligación de renunciar al cargo
aduciendo el que sus otras ocupaciones le van a impedir el servicio militar
con la dedicación que es necesaria. Con ello, da muestras de verdadera res-ponsabilidad
en el trabajo y de compromiso ante la sociedad. Con su renun-cia
quiere dejar a cubierto el que en ningún tiempo «se sensure mi conducta,
ni se diga que he sido militar y que no cumplo con la obligación que impone
el Real ~enricion~~.
Los cargos que viene desempefiando le ocupan totalmente su tiempo, y
en estricta justicia, no le permiten dedicarse a las actividades militares cuan-do
llegase el caso. Prefiere no llevar el uniforme a quedar expuesto a las cri-ticas
que originaria su no participación en el momento que se le necesitara.
Rehúsa, pues, beneficiarse de la situación ventajosa que se le presenta prefi-riendo
la tranquilidad de su conciencia, máxime atendiendo a los peculiares
lazos que le unian al obispo. El mismo lo manifiesta sin ningún arribaje:
«...y aiiadirán que cuando ese digno Prelado [Encina] explicando el Evan-gelio
manifiesta la obligaci6n del vasdo respecto del Soberano, del patriota
respecto de la Patria, abriga en su misma casa y consiguiente en su servicio a
un militar que no cumple con sus deberes y que se excusa cuando el Rey o la
Patria necesitan que arme su brazonZ9.
Mayor modestia y sinceridad no caben en este hombre. Un alto concep
to del servicio y un profundo conocimiento de sus posibilidades le hacen de-sistir.
Con satisfacción puede afirmar que jamás ha intentado «pretender un
empleo cuyas obligaciones me hayan parecido superiores a mis fuerzas o difí-d
e s de desempeñar p r ! a cmtedzd de ~ i !IsCPS B. T P ~ ~11Y0 ~h, s tmte,
acomodándose a lo que el coronel disponga, guiado siempre de su amor y fi-delidad
al Rey.
Desde fmales de 1812 y hasta 18 14 se produjeron importantes cambios
que afectaron a la estabilidad de la intendencia y del virreinato entero. El 22
28. Carta de Miguel Pereira al coronel Manuel José Choqueguan. Arequipa, 9 de noviembre
de 1812. B.N.L., ms. D. 8163.
29. Ibuiem.
M.@e¿ Pereira y Pacbeco 16
de diciembre del 12 en Arequipa se juraba la Constitución gaditana. Encina
y sus familiares cumplieron el juramento. El acto se celebró con festejos y
pomposas ceremonias, a pesar de que el contenido de la carta constitucional
fuera aceptado por ellos con serias reservas3'. Aquel documento podfa im-pulsar
los sentimientos revolucionarios. La igualdad y libertad proclamadas
corrían el peligro de degenerar en abusos y desórdenes; además, la libertad
de prensa originó una profusión de escritos y folletos, en su mayoria, de ten-dencia
liberal. Entre 181 1 y 1813 aparecen alrededor de 15 periódicos de
este signo en los que se atacaba el despotismo espafiol y se censuraba la mo-narquía
absoluta31.
Por otro lado, los alborotos no tardaron en reproducirse. Disputas por
la ekc&il & represefiaT:esa Coacs &era--ur; !P. fr@ U t C I ~ ~d&e d =LE-chas
ciudades. A ello vinieron a sumarse las incursiones de las tropas bonae-renses
de Castelli y Belgrano, desde el Alto Perú eh apoyo de los levanta-mientos
patriotas. Un halo de pesimismo se apodera de Pereira cuando el ge-neral
José Manuel Goyeneche -hermano del que luego sucediera a Encina-sucumbe
en Salta en febrero de 1813 ánte las tropas argentinas. En su deseo
de paliar algo las pérdidas de esta derrota, nuestro canario donó 25 pesos
fuertes a los que sumó después otros 400 reales más32. La contribución era
pequeíía pero muy significativa atendiendo a sus escasos recursos económi-cos.
Y no será la última vez que dé pruebas de su lealtad d Rey, deshacién-dose
de sumas que ciertamente comprometían su economía.
Los tiempos que corrían nada presagiaban en favor de la paz. Fortaleci-do
por la victoria, Belgrano incita la propagación de la insurrección. Tacna y
Tarapacá le secundan y en mayo de 1813, Enrique Paillardeíii se alza en ar-mas.
Dentro de la misma Arequipa, es Manuel Josk Rivero de Aranibar
quien conspira. El año de 1814 comienza lleno de preocupación y temores
para el obispo y sus familiares. Las noticias que llegan de Cuzco hablan del
peligro de un gran levantamiento. El 3 de agosto, José Angulo y un grupo
de criollos, al que más tarde se incorporará el cacique Yumacahua, inician
30. LOHMANN VLLLENA, Guillenno: op. i c i c . , pág. 566.
31. PORRAS BARRENECHEA, Raúl: Ideófogu de la E.nmc~'pm'ón. Lima, ed. Milla Batres,
1974, pág. 172.
32. Relana de mfitosy servin' os...
33. Un conciensacio anilisis de todos estos movimientos, en FiYíER, john R.: Ryaürm, re-ami
rebefficn in daid Paí, 1808- 18 15. Hispanic American Historical Review (Durhan),
núm. 59 (2) (1979), págs. 232-257.
una revolución que se extenderá a todo el sur del Perú sobre la base de una
temkraria -y a la larga infructuosa- alianza de criollos e i n ~ l i ~ e n a s ~ ~ .
La capital arequipeíía sufrirá, por tanto, sus efectos. Un ejército de va-rios
miles de soldados entra en la ciudad del Misti al frente del brigadier Ma-teo
Purnacahua, en otro tiempo al servicio del virrey contra Tupac Arnaru.
Los revolucionarios ocupan Arequipa en Noviembre, celebrándose misa en
la Catedral y estableciéndose una Junta de gobierno34.
Tales acontecimientos pusieron en dificil situación a Miguel Pereira.
No obstante, en ese mismo aíío, dos hechos vinieron a consolidar su carrera.
En julio, el obispo le nombra mayordomo-administrador del Real Colegio
Seminario de San Jerónimo y dos meses después es admitido en la Real So-ciedad
Económica de Amigos de la isla de Gran canaria3j.
Por lo que se refiere al primer nombramiento, se trata de un nuevo
puesto administrativo al que accede en virtud de su eficaz gestión en los
otros cargos. Como ocurrió con la Casa de Recogidas, también ahora se re-claman
sus servicios para sustituir a Guillermo Crespo, cuya inexperiencia en
el empleo impedfa el buen funcionamiento del Colegio. Por el poder que se
le otorga, Pereira queda facultado para cobrar las rentas, dar cartas de pago,
iniciar, desarrollar y concluir los pleitos que fuesen necesario^^^.
Este nuevo puesto indudablemente representaba una promoción en su
carrera, dada la significación del Colegio dentro de la sociedad arequipeiia de
la época. El impulso intelectual de Arequipa desde fines del X W tu vo su
fundamento en los desvelos del obispo Chávez de la Rosa, quien utilizó el di-cho
Colegio para emprender una profunda reforma educativa. Su labor fue
continuada por Encina haciendo de San Jerónimo uno de los más destacados
centros de la Ilustración a rne r i~anaN~~o .e xtraña, por tanto, que procurase
dotarlo de una saneada administración económica y que pensase para tal co-metido
en Pereira como la persona idónea
Estrechamente relakonado con este ambiente ilustrado, ha de entender-se
la admisión de Miguel en la Sociedad Económica de Amigos de la isla de
Gran Canaria. El mismo Encina fue vice-director y director de ella y muchos
de sus seguidores también fueron miembros. La inclusión de Pereira es per-
34. APAFUCIO VEGA, Manuel Jesús.: EL chopatriota en la reuo/uciÓn de 1814. Cuzco, 1974,
náu 167 r O
35. Re/a¿h de mmtary seruicios ...
36. Poder a Miguel Pereira. Arequipa, 27 de noviembre de 1815. B.N.L.. ms. D 8160.
37. CARRION ORDOÑEZ, Enrique: nrt. cit.., pags. 5255.
feamente comprensible y habla del prestigio social que va alcanzando. No
se puede olvidar, por otro lado, lo que de unión y recuerdo hacia su tierra
lleva consigo. Tampoco debe pasar desapercibido el deseo de la propia Socie-dad
-dirigida en esa fecha por el Dr. Antonio de Lugo- de incluir a paisanos
destacados que residían al otro lado del Atlántico. Con este titulo, Pereira se
incorpora a los círculos influyentes grancanarios aunque nunca más volviera
a pisar aquella tierra.
Su actividad en el Colegio Seminario le permitió entrar en contacto con
hombres de leyes y letras así como disponer de una excelente biblioteca. Ello
despertó, de nuevo, sus inclinaciones literarias que quedarán plasmadas en
otro poema38. Ahora, ensalza la figura de Espoz y Mina victorioso contra los
franceses. Redactado en un tono heroico, éstos son sus primeros versos:
«El vencedor del Rhin, Marengo y Juna,
De Austerliz y de Praga tan famoso
decreta, aiiá en los márgenes del Sena,
domar al saguntino belicoso».
Lo que no sabia entonces su autor era que Espoz y Mina se pronuncia-ba
contra el régimen de Fernando W en septiembre de 1814, cuando la pu-blicación
del poema saiía a la luz. Paradoja en la que nuestro fidelista cayó a
causa de la distancia y el 16gico retraso de las noticias.
Tras la ocupación de Arequipa por las tropas de Pumacahua, el grupo
fidelista hubo de replegarse sobre si, en espera de una contraofensiva del vi-rrey
Abascal. El pánico cundió entre sus filas cuando los rebeldes fusilaron a
varios prisioneros, entre ellos, al intendente José Gabriel Moscoso. Pereira,
sintiéndose amenazado, optó por salir de la ciudad e instalarse en Lima. Allí
pudo informar al marqués de la Concordia de cuál era la situación. Este le
acogió y le socorrió en sus necesidades puesto que la salida precipitada no le
había -permitido llevar nada. Durante su estancia en Lima no perdió la opor-tunidad
de demostrar su apoyo a la causa real publicando en la Gaceta de
Lima (año de 1815, número 36) un panegírico del intendente Moscoso que
murió, según escribe Pereira, mellando con su sangre su constante fidelidad
al Rep.
-?R- . -A -l hh"m- -de- nu#ctrn- -<.i*d-o- ,m nnrrnl d-e- r n p & .bs ,uic>u~/q Fretft>jCfeih - ri Mirn r-J ---'.--.
Lima, Imprenta Peruana de Tadeo L6pe2, 1814, 8 págs. Recogido en MEDINA, José Toribio:
LA Iqrenta en Lima, Santiago de Chile, 1907, t. IV, págs. 154 y SS.
Derrotado Purnacahua en marzo de 1815, el Cabildo de Arequipa se
apresura a declarar su lealtad y adhesión al ya restaurado Fernando W. Por
su parte, el obispo Encina, en nueva pastoral, intenta justificar la revocación
de la Constitución al tiempo que hace ver las tristes consecuencias a que
conducirá la guerra separatista. Concluye pidiendo a su grey consolidar el
amor a la Espaila tradicional, guerrera, monárquica y baluarte de la fe39.
En este clima de réconciliación vuelve Pereira a la ciudad del Misti,
donde se reencuentra con su hemano Antonio y con Encina. Se reincorpora
a sus anteriores empleos a los que muy pronto ha de añadir otro. En efecto,
en noviembre de 18 15, los inquisidores del Perú le nombran familiar del
Santo Oficio con la misión de hacerse cargo de la Notaría de kequipa40.
Los buenos informes que de él se tenfan y su f m e adhesión al Rey le con-virtieron
en titular de este puesto que consagraba su carrera burocrática.
Contaba entonces 31 años.
Sin los alborotos y tensiones de otros tiempos, 1816 será, sin embargo,
un año de especial significación para él. Acontecerán varios hechos que le
afectarán, sobre todo, desde el punto de vista sentimental.
El 19 de enero de ese año morfa el obispo Encina y con él desaparecía
el lazo más fuerte que le ataba al Perú. Sin el protector de tantos años, su si-tuación
en adelante era una incógnita. Ciertamente, contaba con una brillan-te
carrera pero dejaba de ser familiar del obispo y debía abandonar el Palacio
episcopal en donde había residido desde su llegada. No faltaron ofrecimien-tos
de particulares para que se instalase en sus casas; pero la idea no logró
convencerle aunque sabfa que su futuro dependería ya de la buena voluntad
de los arequipeiios y de los sentimientos de quienes conocfan sus vfnculos
con Encina.
En estas circunstancias, surge para Miguel y Antonio otra posibilidad:
el regreso a las Canarias junto a su familia. Para Antonio la ocasión era favo-rable
por la insistencia con que se hablaba de la creación de un obispado en
Tenerife. Su trayectoria eclesiástica le permitirfa acceder a algún cargo den-tro
del mismo4'. Además, cada vez se sentía más postergado por el Cabildo
de Arequipa Por fin, tras una breve estancia en Lima, embarcó rumbo a Es-paiia
como capellán de Abascal, sustituido ya por Joaqufn de la Pezuela.
39. LOHMANN VILLENA, Guillemo: op. cit., págs. 569-571.
40. Relacines de méritary zervicios ...
41. MARRERO, Manuela, GONZALEZ, Emma: op. cit., pág. 54
Miguel Pereira y Pacbeco 20
La suerte de Miguel sería otra. Decidido a permanecer en aquellas tie-rras,
contraía matrimonio el 7 de marzo con la arequiperia M.. Petronila de
Zumarán y Salazar en la parroquia del Sagrario de la Santa De
ese modo, formaba su propia familia y renunciaba a volver al archipiélago.
En adelante, su vida serfa bastante similar a la de su padre: un funcionario
modesto, trabajador, de firmes principios y muy pronto cargado con una nu-merosa
prole a sus espaldas.
El sucesor de Encina, Sebastián de Goyeneche, sin ser un protector
como aquél le granjeó un trato deferente. Primero, le confirmó en muchos
de los cargos que venia desempeñando. Luego, en octubre de 18 1 7, le nom-bró
mayordomo recaudador general de la renta de su mitra43. Un puesto en
la misma línea de los que acostumbraba a ejercer.
A pesar de su nuevo estado, nunca olvidó sus otras obligaciones como
defensor de la causa realista Son de encomiar los frecuentes donativos que
va efectuando aun a costa de privaciones particulares. En marzo de 181 7, le
vemos ofreciendo 200 reales de vellón para ayuda de vestuario de los 400
hombres que se alistan en Arica para defender la costa de las incursiones rio-platenses4!
Más tarde, en 1821, aún más agobiado economicamente, donó
20 pesos fuertes que, según él, podían servir para una montura La carta que
acompaña ese donativo da fe de su indeleble amor a España y al ~ eEn ~ ~ ~ .
ella deja traslucir la escasez de recursos que su condición de burócrata le oca-sionaba
y se lamenta de no poseer más bienes para mejores auxilios. Luego
se despide pidiendo que se le acepte la suma «como una nueva prueba nada
equívoca de los sentimientos que me animan, la que no es pequeña quando
prefiero las necesidades del estado a las mías propias)).
En razón de esa penuria de ingresos, Pereira se atreve como muy pocas
veces lo ha hecho a solicitar un nuevo empleo. En un escrito al intendente
de Arequipa, pide que se le conceda el titulo de contador de Cuentas y Parti-ciones
con carácter perpetuo y válido para sus suceso re^^^. El cargo es equi-
42. B.N.L.,ms. D 8165.
43. Morme de Sebastián de Goyeneche a S.M. Arequipa, 3 de abril de 1818. B.N.L., ms. D
8163.
44. Ibídem.
45. Carta de Miguel Pereira a Juan Bautista de Lavaiie. Arequipa, 28 de mayo de 1821.
S.N.L., ms. D 8148.
46. Petición de Miguel Pereira a Juan Bautista de Lavalle. Arequipa, 23 de noviembre de
1819. B.N.L., rns. D 8148.
valente al que su padre desempeñaba en Tenerife. En Chuquisaca y en La
Plata ya estaba creado pero no en Arequipa; por ello, a la solicitud de conce-sión
unía la de nueva creación. Las funciones que llevaba anexas eran: liqui-dar,
dividir y adjudicar los intereses que se disputaban, todas ellas operacio-nes
frecuentes en los pleitos de sucesiones y herencias. La ausencia de este
empleado era fuente muchas veces de nuevos litigios. Así lo entendió el in-tendente
informando a Fernando VI1 de la necesidad de su implatación en
~ r e ~ u i ~ a ~ ~ .
~i e n t r a esl lo ocurría y por la misma fecha, el Cabildo arequipefio acor-daba
nombrarle comisario de la l a manzana del 5" cuartel. Este empleo no
era más que el de comisario de barrio, encargado del cobro de diversas ren-tas48.
Los acontecimientos políticos trastocaron otra vez sus planes. La noti-cia
del levantamiento de Riego en 1820 hubo de causarle honda impresión.
En Perú, la amenaza de San Martín se consumaba un año después al ser pro-clamada
la independencia. Su larga trayectoria fidelista sufrfa un duro revés
hasta el extremo de plantearse su deseo de regresar a Espafia. En efecto, Jos&
de la Serna, y a petición suya, le concede un pasaporte para volver a La La-guna
en cualquier barco, ya fuera nacional o extranjero. Poda abandonar el
virreinato con entera libertad puesto que no dejaba ninguna deuda49. Este
dato es interesante y habla de la corrección y honradez con que se manejó en
su trabajo particularmente expuesto a desfaicos o a una contabilidad irregu-lar.
Cuando en agosto de 1823 el general Santa Cruz se dirige a Arequipa al
frente de la expedición invasora, Pereira sale de la ciudad en uno de los ac-tos
más oscuros de su vida. Allí dejaba mujer y tres hijos sin apenas bienes
para sus necesidades. Pese a ello, no tuvo reparos en donar 10 pesos para au-xilio
de los enfermos y heridos en los últimos combates50. De Arequipa pasa
a Cuzco, centro de operaciones de los realistas y residencia del virrey. Allí
debió meditar su decisión y termina abandonando su proyecto. Lo que en un
principio precia una huida a España, se convierte ahora en una estrategia
47. Informe de Juan Bautista de Lavaiie al Rey. Arequipa, 19 de enero de 1820. B.N.L., ms.
D 8148.
48. Acta del Cabildo. Arequip, 13 de enero de 1820. B.N.L., ms. D 8148.
49. Jos6 de la Serna a Miguel Pereira. Cuzco, 8 de noviembre de 1822. B.N.L., ms. D 8148.
50. Resguardo del comisionado del gobierno para las coleaas. Arequipa, 19 de abril de
1823. B.N.L., ms. D 8148.
para salvar su vida de las fuerzas enemigas. Su estancia en Cuzco es el refu-gio
ideal y en él permanece hasta octubre cuando, recuperada Arequipa, re-gresa.
Resulta difícil explicar esta conducta. Sin embargo, es comprensible
dentro de la lógica de aquellos dias. Un hombre de convicciones monárqui-cas
que luchaba por mantener la unión de Espaila con Ambrica, veía cómo
se derrumbaba su mundo. La independencia era cuestión de meses y su cau-sa
condenada al fracaso, siempre expuesto a la represión de los insurgentes.
?Qué hacer en tales circunstancias? Lo inmediato es el regreso, la vuelta al
archipiélago dejando el escenario de tantas luchas e incomprensiones. Pero
ello no es tan fácil. ?Cuál seria la suerte de su mujer e hijos? Kómo truncar
una carrera que había labrado con enormes sacrificios?
Huir o permanecer haciendo frente al futuro. Un dilema que hubieron
de plantearse tantos y tantos espalioles europeos en aquellos momentos cm-ciales
en que se consumaba la escisión. Un problema socio-psicológico que
convendría tratar con más detenimiento para explicarnos las actitudes de im-portantes
sectores de la población americana en estas fechas.
Nuestro personaje optó por la segunda vfa. Esto es, seguir junto a su fa-milia
y continuar su trabajo. Ya en Arequipa, intentd justificar su conducta
al mariscal de campo, Antonio Ma. Alvarez, en estos términos: Su huida fue
para escapar del enemigo y no sucumbir ante él; su refugio en Cuzco, un
ejemplo de irreprensible conducta, prbeba de amor y lealtad a la Patriansl.
La sociedad arequipeiia, siempre conservadora, se mostro magnánima
con este monárquico. Posiblemente, el refugiarse de las tropas de Santa C m
y luego volver elevaron su crédito fidelista y los mistianos lo consideraron
como un individuo destacado de la resistencia. Sea como fuere, lo cierto es
que en marzo de 1824 la junta electoral del Ayuntamiento le nombraba regi-dor
del mismos2. Era el primer cargo de carácter político que Pereira recibfa
desde su llegada al Perú. Un síntoma evidente de que su prestigio aumentaba
y que podía considerarse pienamenre imegracio en aqueiia sociedad.
Podcia ahora sorprender el que no aceptase tal nombramiento, pero a la
luz de toda su trayectoria nos parece comprensible. El es el primero en sor-prenderse
y confiesa que no lo esperaba, argumentando causas legales para
.<,1" r-n--.o. . A..*- M imd P.-r,=ivo O A n t n n i n va A l ~ r o r m v Ar ~ f i , , i , n 6 rln rln 1Q9A R hT 1 "Y5...,. .-.-.&.. .. 'Y.."'.aV ..- .......-. ..'- .,-y.., ., U- C...WY U.. .Y--. Y .L.. Y.,
ms. D 8148.
52. Acta de la Junta electoral. Arequipa, 10 de mano de 1824. B.N.L., ms. D 8148.
Mrguel Molina M a r t i 3
renunciar a él. Estas causas legales no \podrían ser otras que incompatibilida-des
con sus otros empleos. Recordemos que estaban estrechamente relacio-nados
con el cobro de rentas y la contabilidad. Si bien esto es cierto, no es
suficiente para dejar pasar un titulo de tales características. La incompatibili-dad
era razón de peso, sobre todo, en una persona como Pereira honrada y
responsable. Aun así, resulta escasa justificación dada la naturaleza del cargo
y !a cotización social que implicaba. Por ello, creemos que existían otros mo-tivos.
La renuncia parece estar en función, precisamente, de la naturaleza po-lftica
del cargo. Pereira es un funcionario nato, por vocación y por dedica-ción.
Siempre tuvo en su padre -el contador- el modelo a seguir y cuya vene-ración
no oculta en su Lección a pniJ h$os. Así como su hermano Antonio se
orientó hacia la carrera eclesiástica, él sintió desde joven la inclinación hacia
la administración. La gestión política no encajaba en su forma de ser hecha
más para los libros y las cuentas. Otra cosa era mantener unas ideas y contri-buir
a su defensa; mas esto, siempre desde un plano individual y particular,
como una proyección de su personalidad ante unos hechos vivenciales. Su
manera de servir a la sociedad se entendía desde su perspectiva de funciona-rio,
de burócrata; nunca desde un cargo político del que no tenía experiencia
ni demasiado apego. En suma, una decisión que le aleja de la política y le
confirma como un contumaz administrativo. Tal es así, que ante su renuncia
y conociendo sus verdaderas inquietudes, el gobernador intendente de Are-quipa
solicita del Rey que lo coloque en la Contaduría de la Aduana o en
otro destino de la Real Hacienda. Es la prueba fehaciente de cuanto acaba-mos
de argumentar.
Pocos meses después, en diciembre de 1824, los ejércitos realistas se
rendían en Ayacucho. Bolívar consumaba definitivamente la independencia
y con la rendición de La Serna desaparecía la monarquía espafiola en Pení,
-la-n--m-r-l n ya 2 !i. ZVpfitaArz rep&~c&q,?aP ar:: fi~cstra!s guiq- fio qe&ba
acomodarse a los nuevos tiempos.
INCIERTA ETAPA BAJO LA REPUBLICA. 1824-1 853
Para quienes piensan que la independencia supuso un corte radical con
io anterior, una remoción de situaciones y de personas quizá sirva el ejemplo
de Miguel Pereira para demostrar todo lo contrario. Arequipa vivió sin gran-des
traumas el cambio de gobierno. Miembros destacados de la sociedad co-
lonial pudieron continuar en sus puestos de privilegio. De sobra es conocido
el protagonismo de los criollos, finalmente decantados por la ruptura. Que
un defensor a ultranza de Fernando W, amenazado varias veces por los pa-triotas,
de se ha de ocultar, pueda seguir desempefiando sus funcio-nes
bajo distintos gobiernos republicanos es otra historia que se suele olvidar
con facilidad. Deslumbrados por los avatares de la guerra, las actuaciones
militares o los problemas de gobierno, condenamos a un inmerecido silencio
a quienes desde su modesta posición vivieron el paso de la Historia
Los afios de Pereira bajo la república transcurren entre la dura banca-rrota
de la postguerra y los ensayos supranacionales con la Confederación
Peru-Boliviana. Una etapa llena de dificultades en la que el Perú busca su
identidad como Estado y que encontrará a mediados de siglo gracias al e a -
no y a la nueva conyuntura económica mundial54. A pesar de todos estos
cambios políticos, ~ereiras eguirá siendo un bur6crata,-ahora al servicio de
otros gobernantes. Estos supieron aprovechar su larga experiencia adminis-trativa
y, ante la falta de cuadros, no dudaron en encargarle de la recauda-ción
de diferentes rentas.
En mayo de 1832, ocupaba interinamente el empleo de mayordomo de
la cofraáía de Ntra Sra La Purísima Tres años más tarde, lo ocupaba en.
propiedad con la votación unánime de la Junta de dicha cofra~ltaE~n~ .1 833,
la cofradía Nra. Sra de la Asunción lo designaba para ocupar la mayordomfa
en la que se mantiene hasta 1847~~.
En 1835, un decreto publicado en El Pemano (Arequipa, 1 de julio de
1837) le priva de una importante friente de ingresos al reducir la renta de la
mitra de aquel obispado a sólo 6.000 pesos. Creyéndose agraviado se apresu-ra
a elevar su protesta a Orbegozo, entonces presidente provisional. En ella,
hace ver lo injusto de la medida y la imposibilidad de poder mantener a su
familia con tal restricción. Solicitaba, por tanto, que se le siguiera pagando el
mismo sueldo o que se le concediera algún tipo de indemni~aciónL~a~s .p re-
53. informe del gobernador intendente de Arequipa a Fernando VII. Arequipa, 21 de abril
de 1824. B. N. L., ms. D 8148.
54. Una exposición ajustada y precisa del período en MONGUIO, Luis: D. José Joupin de
Moray el Pení del Ocbocientm. Madrid, Castalia, 1967.
55. B.N.L., ms. D 8160.
El: TL-2"-
2". AY'LC,,,.
57. Carta de Miguel Pereka a Orbegozo. Arequipa, 27 de julio de 1835. B.N.L., ms. D
8146.
25 Miguel Molina Martihez
siones del obispo en este sentido lograron su objetivo y el decreto fue dero-gado
por otro, tambien-publicado en El Pernano, el 21 de octubre de ese afio.
En 1836, una nueva reforma administrativa pone en peligro su estabili-dad.
Se crea ahora la Administración General de Beneficencia lo que trae
aparejado la supresión de los sueldos que recibía de la Casa de Recogidas, los
del Colegio Seminario de San Jerónimo y los del Colegio de la Independen-cia
Privado de esos ingresos, le resultaba poco menos que imposible rnante-ner
a su esposa y siete hijos. Forzado por las circunstancias, ha de pedir que
se le coloque en la primera vacante que se produjera, en la Contadurfa de
Diezmos, en la Administración General de Beneficencia o en la Adrninstra-ción
de ~ d u a n a sS~u ~pe. t ición es oída y mientras se produce la vacante se le
coiicede wa peíísiVn niensud de 80 pesos -sensi'Diemente inierior a ia que
solicit&, extrafda de la renta de beneficencia. Como puede comprobarse, su
situación económica era bastante precaria. Las imágenes de las dificultades
de su padre en La Laguna se agolpaban en su mente. Pese a ello, derrochó
optimismo para su familia Sentido del honor y resignación ante la vida fue-ron
sus armas para hacer frente a tantas penuriass9.
A finales de año, parece mejorar su situación al ser nombrado recauda-dor
de los fondos de la Universidad de San Agustin, título que debe al gene-ral
prefecto, Anselrno ~ui r6s~OPo.c o después, recibe el titulo de ecónomo
del hospital de San Pedro de Arequipa, firmado por el propio ministro del
interior, Marcelino camperob1. En 1835 continúa su recuperación con sen-dos
nombramientos de Andrés de Santa Cm, artííice de la Confederación
Perú-Boliviana. En enero, le confiere el titulo de contador de diezmos de
Arequipa a cuya vacante había sido propuesto con anterioridad; en febrero,
recibe el de contador de las rentas del Liceo de ~ r e ~ u i ~ a ~ ~ .
En 1840 otro empleo viene a reconocer su eficiente labor y experiencia.
La recaudación de las Obras pias pertenecientes a la Catedral. Como en otras
ocasiones, se pensó en él para solucionar el lamentable estado en que se en-contraba
este ramo. Su actuación fue verdaderamente ejemplar. Durante los
cinco aííos de sus gestiones logró sanear los fondos de la Catedral y poner al
58. Instancia de Mtguel Pereira al Supremo Protecto, Santa Cruz Arequipa, 20 de julio de
1836. B.N.L., rns. D 8146.
59. PEREIRA Y PACHECO, -el: Lec& a mb bgos, B.N.L., ms. D 8147.
60. Afequipa, 7 de septiembre de 1836. B.N.L., rns. D 8160.
61. Palacio del C m , 24 de febrero de 1837. B.N.L., ms. D.8146.
62. Tftulos concedidos por And& de Santa Cm a Miguel Pereira. B.N.L., ms. D 8146.
Miguel Pereira y Pacbeco 26
c~rrientem uchas obras pías atrasadas. La poiítica peruana de esos años no
fue nada fácil y dificultó su labor.' Gamarra, vuelto al poder en 1841 lleva la
guerra a Bolivia con desastrosos resultados creándose un vacío de Poder que
intentará resolver Ramón Castiila, presidente en 1845.
Durante esos crfticos años, Pereira consiguió ingresar en las arcas del
cabildo catedralicio 10.929 pesos, cantidad nada despreciable atendiendo a
las vicisitudes del momento y la escasa capacidad de pago por parte de los
deudoresú3. Sus 33 años como cobrador le habían proporcionado un profun-do
conocimiento de las situaciones, de las personas y de los mecanismos por
lo que no exageraríamos demasiado al considerarlo como el mayor experto
en estas tareas.
Así debió serlo hasta el final de su vida. No hemos podido localizar la
2
partida de defunción. Sin embargo, su muerte pudo acontecer en los prime-ros
meses de 1853, al borde ya de los 70 años. En junio de ese año, su hijo
Victoriano Pereira pide la cancelación de todas las escrituras de fianza firma-das
por su padre, ya muerto.
=m
O
E
No cabe mejor elogio para finalizar los breves apuntes biográficos de
este canario que destacar un sólo dato: jamás se le encontró ningún descu- 1
bierto durante los 42 años largos que actuó como funcionario. Tratándose E 3
de un recaudador que atravesó por no pocos momentos de apuro de muy di-versa
índole, es suficiente mérito poder ensalzar ahora la honradez y rectitud B
E de toda una vida.
O
63. Carta de Miguel Pereira al Cabildo. Arecpipa, G de mano de 1845. B.N.L., ms. D 8160.
504
APENDICE 1
M@eI Molina Martinez
A la rivalidad introducida entre los ESpañ0le.s Americanosy los Eunpeos o Cbapetones
Poema heroico. Canto único.
Suplemento a la Gaceta no 46. B.N.L., D 8.163
No a la cruel seducción prestéis oído
que al hijo contra el padre armar intenta,
quede el lenguaje vil desatendido
que contra la natura fiero atenta;
la trifauce discordia su rugido
ahogue en la garganta que lo alienta
y no rivalidad haya entre hispanos
Hora sean eur8pms, hora indianos.
Todos venimos si, de los varones
que arrostrando mil riesgos inminentes
domaron las Antárticas regiones,
y a su valor, constancia y celo ardientes
se les debe la fe, las poblaciones
y el fruto de estos ricos continentes,
fundando sus aceros a este lado
un nuevo mundo entonces ignorado.
No hay quien no se glorie es descendiente
(criollo o chapetón) de los campeones
que los hierros del árabe insolente
quebrantaron, pasmando a las naciones,
después de siete siglos que potente
en la España arboló sus pabellones;
y así subiendo de la gloria al templo
de inaudito valor dieron exemplo.
La riqueza, el honor, cuanto adquirieron
exponiendo su vida heroicamente
a sus hijos y nietos transmitieron;
Y los timbres y fama que al presente
nos distinguen e iiustran de eiios fueron,
que ganó con sudor su orlada frente.
cY habremos de manchar tales blazones
por no querer vencer viles pasiones?
Mig~eIP ereira y Pacbeco
Los bosques no alimentan tigre hircana
ni bestia tan feroz, que cebe el diente
en otra a quien natura le hizo hermana;
no el león al le6n, no la serpiente
a la serpiente despedaza insana.
<Y el hombre se degrada tan vilmente
que no a su misma especie, no a su clase
sino a su misma sangre guerra le hace?
?No adviertes insensato que al momento
que al odio te entregares desfrenado
quebrantas de tu Dios el mandamiento
en que toda su ley ha cimentado?
Que enciendes aquei fuego, que vioiento
en páramos los prados ha tornado?
Siendo de tus proyectos fatal fruto
la común destmcción, el llanto y luto?
La discorde semilla, que está en grano,
si, por desgracia nuestra fecundara,
el cuadro nos preparara, en que el hermano
desnaturalizado derramara
la sangre de su hermano, el padre anciano
en la del hijo infando se bañara;
la esposa gime en vano que el marido
a sus amargos llantos no da oído.
Vieranse las ciudades desoladas,
las clausuras desiertas, yermo el prado,
las casas de Dios vivo profanadas,
el sacerdocio santo vulnerado,
la virtud y honradez atropelladas,
e! v i c m furer eritr&zrds,
la virgen sin amparo, sin asilo
la casada, la viuda y el pupilo.
Tales son los efectos necesarios
que causan populares divisiones,
sin que los más peritos faccionarios
que han visto en todos tiempos las naciones,
y que s610 en el nombre fueron varios,
en tales tremebundas convulsiones
a los estragos hayan puesto coto
que se siguieron siempre al freno roto.
En nuestros mismo dfas, di tu, o Sena!
el sangriento teatro que mostraste
a la faz de la Europa, triste escena!
Los colosales mo~stniosq, ue abortaste,
enlutan a tu margen tan amena,
la santa religión menospreciaste
y iioras hasta ei día sin consueio
catástrofes y horrores de tu suelo.
Millón y medio de almas perecieron
al acero y cañón sacrificadas;
las que dulces consortes ayer fueron
hoy lloran su viudez desconsoladas;
De la Patria, io dolor! se despidieron
para siempre familias emigradas;
Y la Galia región tan celebrada
eclipsó su esplendor, quedó arruinada.
Los pérfidos que el trono derribando
con regidio inicuo se creyeron
ya sobre tantas ruinas levantando
su tirano poder <qué es lo que vieron?
Que, la terrible mina redentando,
antes de conseguirlo, perecieron;
Y que un Napoleón corzo ambicioso
su imperio estableciese ignomioso.
?A dónde está aquel plan tan decantado
de igualdad, libertad, por que pelea
la Francia con ardor inusitado?
?Dónde su nacional sabia asamblea?
>.<as a!! qte siis p y ~ c i u sse hzii frustrado,
Viendo su misma sangre que aún humea
y al cabo de exemplares horrorosos,
va arrastrando unos grillos ponderosos.
MiggeI Pereira y Pacbeco
iO pueblo fascinado! io egoismo!
que ves con torbo seño derramada
tanta sangre inocente, io fanatismo!
que tmecas el arado por la espada,
la pluma en el fusil, ¡o furor mismo!
que dejas a la Patria devastada,
si el fin de tantos males sospecharas
las voces seductoras no escucharas
Y nosotros, que vimos condolidos
los ajenos desastres, las desgracias
de aquellos habitantes afiigidos
a quienes xn~inxon lar. faladar.
de viles seductores corrompidos.
?Les daremos entrada a las audacias
de un mal intencionado que pretenda
alterar la social única prenda?
En ajena cerviz escarmentaremos
de los terribles dafios que acarrea
la desunión social; y detestemos
el monstruo que conciba tal idea;
El lazo que nos une contemplemos
y el peligro, que roto, nos rodea;
y triunfando de inicuas sugestiones
daremos noble exemplo a las naciones.
Del odio las fatales consecuencias
fixemos para siempre en la memoria;
No se vean ya más desavenencias
ni palabra, ni acción provocatoria
que turbe las sagradas conveniencias
haciendo abominable nuestra historia;
Y una gloria obtendremos más loada,
que la que se consigue por la espada.
Vuelva la dulce paz a nuestro seno,
la concordia, el placer y la alegria;
disfrutemos del zéfiro sereno,
que una risueña aurora nos envía;
Miguel Malha Martinez
arrojemos la copa del veneno
que con disfraz Plutón nos ofrecía;
Y sea nuestra divisa en adelante
el amor fraternal, la unión constante.
APENDICE 11
Carta de Miguel Pereira al coronel Manuel José Choqueguan. Arequipa, 9 de noviembre de
1812. B.N.L.,ms. D. 8163.
Arequipa Noviembre, 9 de 18 12
Mi distinguido amigo y Señor de todo mi aprecio: Acabo de recibir la muy esti-mable
de Vd. de 4 del que rige y quedo muy reconocido al honor y fineza que me ha
hecho por un efecto de su cariño y buena voluntad asi a mi y sin ningunos méritos de
mi parte, en haberme propuesto de su propio motu para capitán de una de las Com-pañías
del primer Reximiento de su mando; en lo que se descubre el carácter genero-so,
honor y bellas qualidades que hacen el conjunto de la noble Alma de Vd.; por
cuyas razones qualquiera debe tener a honra de estar bajo de su mando y executar sus
órdenes. Pero yo debo (mediante la amistad que Vd. me dispensa) hacerle presentes
los incovenientes que encuentro en el día para no poder dignamente ocupar el honro-so
destino de capitán, bajo la protesta de que en ello no intento dar la más ligera idea
de disgusto, sino solo dexar a cubierto el que en ningún tiempo se sensure mi con-ducta,
ni se diga que he sido militar y que no cumplo con la obligación que impone
mi Real Servicio. Yo, como es notorio, carezco de bienes y rentas de que subsistir y
sólo dependo de los destinos que la bondad de mi Ylustrisimo Señor Obispo ha teni-do
a bien encomendarme a su lado y en su misma casa; estos exigen de mi personali-dad
diaria y asistencia material en ellos: si mañana, siendo militar, el Rey necesita mi
persona en qualquiera destino fuera de esta ciudad, o he de ir necesariamente, o he de
excusarme de ello; si voy tendrá S.S.Y. que nombrar otro en los destinos que yo ocu-po
y yo quedarme en la calle el dia que el Rey dexe de necesitarme, o que yo me halle
impedido físicamente de servirle: si me excuso expongo mi conducta a una severa crí-tica
de que dirán que he sido militar sólo por llebar el Uniforme y ocupar el puesto
que debía llenar otro sugeto más capaz y que el día que el Rey o la Patria reclamó mis
servicios encontró vacío el puesto que yo ocupaba y no encontró en mf al soldado
que creía tener. Otros no faltarán que extendiéndose a más digan que se me ha excep-tuado
QC ias fatigas en que me debía haber hallado por concideración a S.S.Y. y por
no privarle de un Familiar que podía hacerle alguna falta y añadirán que quando este
digno Prelado explicando el Evangelio manifiesta las obligaciones del basallo respecto
MigueI Pereira y Pacbeco 32
del Soberano, del patriota respecto de la Patria etc. abriga en su misma casa y consi-guiente
en su servicio un militar que no cumple con sus deberes y que se excusa
quando el Rey o la Patria necesitan que arme su brazo; y esto seria muy sensible para
S.S.Y. y aún para mí que hasta el presente jamás he procurado pretender un empleo
cuyas obligaciones me hayan parecido superiores a mis fuerzas o difíciles de desem-peñar
por la cortedad de mis luces.
En vista de esta ingenua relación dexo al arbitrio de V. lo que guste resolver,
bajo la firme creencia que otras circunstancias tendria muchisimo honor de manifes-tar
publicamente mi amor al Soberano y a la Patria llenando en quanto alcanzaran
mis fuerzas las obligaciones que me impusiera el R1. Servicio, así como en todas oca-siones
deseo acreditar mi verdadero afecto para con V.
No dude V. ,un momento que serviré en quanto pueda y alcanzen mis facultades
a! digno Sr. si, primo, Sus velias qiialidsdes !e hacen muy recomendable: tengo e! ho-nor
de haber sido su padrino de vinageras: es primo de V., cuya recomendación es
muy interesante y a más V. se digna recomendármelo en esta ocasión Xómo pues no
serviré yo a un sugeto que se presenta con tantos títulos a exigir mi servicio?
Repitome de nuevo a las órdenes de V. asegurandole de mi agradecimiento y de
que admitiré gustoso la capitanía para que se ha dignado proponerme con tal que V.
juzgue que la puedo obtener y desempeñar sin salir del lado de mi Ylustrfsimo Sr.
Obispo, del que unicarnente dependo en el dia; pues en complacer a V. y estar más
inmediatamente a sus órdenes, me resulta mucha honra y el acreditar que soy su más
affmo. amigo atto y seg serv. Q.S.M.B.
Miguel Pereyra