XXIII Coloquio de Historia Canario-Americana
ISSN 2386-6837, Las Palmas de Gran Canaria. España, (2020), XXIII-109, pp. 1-10
CANARIAS Y ÁFRICA: METÁFORAS DE OLVIDO,
CERCANÍA Y LA NADA
THE CANARIES AND AFRICA: METAPHORS OF OBLIVION,
NEARNESS AND NOTHINGNESS
Pablo Estévez Hernández
Cómo citar este artículo/Citation: Estévez Hernández, P. (2020). Canarias y África: metáforas de olvido, cercanía y la nada. XXIII Coloquio de Historia Canario-Americana (2018), XXIII-109. http://coloquioscanariasamerica.casadecolon.com/index.php/CHCA/article/view/10505
Resumen: Esta comunicación trata de revisar algunas de las metáforas que han viajado y que se han impuesto en la relación triangular (tal como lo expresa Brad Epps) del Atlántico con respectos a las Islas Canarias; una relación que marca la historia moderna del capitalismo y las relaciones coloniales. Con el abordaje de estas metáforas se buscará comprender la ambivalencia que recorre las políticas de la identidad isleña, y de proponer nuevas metáforas que escapen a relaciones asimétricas y neocoloniales con respecto a este espacio atlántico.
Palabras clave: Espacio atlántico, islas Canarias, África, metáforas, ambivalencia, Africanismo, estudios descoloniales, políticas de identidad.
Abstract: This communication tries to review some travelling metaphors within the triangular relation (as expressed by Brad Epps) of the Atlantic space with reference to the Canary Islands, a relation that marks the modern history of capitalism and colonialism. With the approach to these metaphors, we will seek to comprehend the ambivalence enclosed to the islander´s identity politics, and to try to bring up new metaphors than escape asymmetric and neocolonial relations currently operating in the Atlantic space.
Keywords: Atlantic space, Canary Islands, África, metaphors, ambivalence, Africanism, decolonial studies, identity politics.
¿QUIÉNES SOMOS? LA SOLEDAD FRENTE AL CONTINENTE
Esta intervención aborda las relaciones entre Canarias y África, tanto como sus representaciones y el papel cambiante de ambos espacios. No obstante, no tratará de superar la denegación y el olvido que se intuye en estas relaciones. Al contrario, dada la perspectiva dominante en Canarias (elitista, geo-estratégica y empresarial) con respecto a algunos países de la costa noroccidental africana, quizá la mejor recomendación que pudiera hacer en este espacio es la de conformar una contra-estrategia para olvidar África (al menos de esta manera). Pero más bien, al intentar revelar los mecanismos de los distintos sistemas de representación que funcionan en estas relaciones, ciertamente modernos, coloniales y asimétricos, mi idea es revelar las contradicciones habidas en las categorías de pertenencia en Canarias en función de la articulación con el cambiante papel de África. Y aquí siempre hay dificultades para comprender esta pertenencia continental; variando desde la sentencia de José
Profesor de Antropología del Turismo. Escuela Universitaria Iriarte. Grupo de Estudios Descoloniales y Pensamiento Crítico. Universidad de La Laguna. Paseo Santo Tomás s/n, 38400. Tenerife: España Teléfono: +34674951024; correo electrónico: pabloestevez4@gmail.com
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PABLO ESTÉVEZ HERNÁNDEZ
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de Viera y Clavijo, ubicándonos dentro del cosmos africano («Estas islas pertenecen al África»), hasta declaraciones científicas que nos separan geológicamente del continente1.
Revisar nuestra situación, en Canarias, desde distintas disciplinas, supone un ejercicio vital para resolver (constantemente) la pregunta del quiénes somos. Pero Canarias, en contra de un ansiado estatus final y definitivo, parece remitir, metafóricamente, a la isla de Cuba imaginada por el escritor Reinaldo Arenas, cuando al final de un apoteósico carnaval rompe su plataforma marina y flota como un buque desolado hacia lo “ignoto” (Arenas, 2010: 445). Esa libertad es la libertad de las islas que pueblan los flujos inestables de las aguas planetarias. Rodeadas de agua, esa “maldita circunstancia del agua por todas partes”, las islas parecen no tener anclaje fijo. Pero el coste de esa libertad es que nuestro origen, nuestra historia y nuestro significado deben buscarse siempre “en otro lugar”. En la maldita circunstancia de la “otra parte”. En todo esto podemos decir que hay una fijación en los distintos marcos de estudios en ciencias sociales por la contención histórica y significativa de lo “continental”. Parafraseando al gran poeta de Santa Lucía Derek Walcott, podríamos decir que: “solo somos criollos que amamos el mar/ recibimos una sólida educación colonial/ hay en nosotros del inglés, del amasik y del indiano/ Y: o no somos nada, o somos un continente”. Dicho de otra manera, los continentes suponen centros donde se desarrolla la Historia y son los lugares donde los motores de las sociedades hacen ignición, desplegando dinámicas2. Las islas son efectos de esas dinámicas. En una relacionalidad diferencial: las islas suelen ser más vistas en un sentido de propiedad (de continentes3).
Como efectos de esas dinámicas históricas (en sentido hegeliano también), el único dominio claro en las islas ha sido el de la ambivalencia, vivida en todas las dimensiones posibles:
En la racial, localizable por ejemplo en la anotación del Diario de Cristóbal Colón: “[los nativos de Guaraní] son de la color de los canarios, ni negros ni blancos”.
Entre continentes, sin anclarse en uno, como indica Eyda Merediz: [Canarias es] un «espacio entre-medio», «ni una cosa ni la otra, pero potencialmente las dos (…) las Canarias han sido un espacio físico y simbólico donde Europa, las Américas y África han convergido repetidamente4».
En los dominios nacionales, como vivió en carnes el escribano español Federico García Sanchiz (1910):
Acuciábame el deseo de volver a la península. El americanismo, la transformación del archipiélago en una finca inglesa, aquello del correo de España y vapor para España, el atavío de las gentes, oír charlar en las cervecerías tanto de Londres, Hamburgo, Buenos Aires, mil sutilidades y minucias, me colocaban en la escabrosa y peregrina situación de un extranjero
1 Véase la noticia en: http://eldia.es/vivir/2003-03-22/6-estudio-demuestra-Islas-Canarias-pertenecen-geologicamente-Africa.htm
2 Las islas de Elba y Santa Elena, por ejemplo, aparecen como figuras marginales de la acción histórica universal, al ser los lugares de contención (con gradaciones de proyección y exilio) de un monstruo histórico como Napoleón Bonaparte. Por otra parte, desde la mirada isleña, podríamos contar con la preciosa y exacta apreciación de Antonio Benítez Rojo (2001):
Pero hay algo más difícil de observar que también es muy nuestro. Una tristeza húmeda y secreta que rara vez compartimos, producto de nuestro aislamiento microscópico, de nuestra soledad en medio de tanto turista; sentimiento que expresa magistralmente la voz de la caboverdiana Cesária Évora. Es esta inconformidad de náufrago la que siempre nos ha empujado a abandonar las islas en busca de otras tierras más amplias, más pobladas, más ricas; capitales científicas y tecnológicas donde se nos ocurre que pasan cosas de importancia mayúscula. Con el tiempo nos desencantamos y viene la nostalgia del mar y la brisa, de las modestas catedrales, de las fachadas barrocas y los cañones herrumbrosos, de las palmeras, el malecón y el carnaval (p. 166. Cursivas añadidas).
3 EDMOND Y SMITH, citado en SAMPEDRO (2010), p. 281.
4 MEREDIZ (2001), p. 118. CANARIAS Y ÁFRICA...
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en país propio. La bandera grana y gualda formaba sin preeminencias en la línea de un concurso internacional de flámulas y estandartes. Me atacó un mal raro; en España la añoranza de España, enfermedad delicadísima (pp. 132-33). Cursivas añadidas).
En nuestra genealogía ancestral. Fernando Estévez comprendió que la figura del guanche no se situaba cómodamente como diacrítico. Más bien era un significante no fijado, que nos une y nos divide. Por eso, el escrito que más captó la sensibilidad y el interés de los canarios era precisamente una introducción donde se destacaba esa ambivalencia. Inevitablemente, los canarios y canarias nos vimos reflejados ahí: «Esta recurrente presencia de lo aborigen expresa una peculiar característica de la identidad canaria en la constante tensión entre lo autóctono y lo adquirido, entre lo de aquí y lo de afuera5».
Dejaremos por ahora la idea de unir las diferentes islas del Atlántico en un conjunto continental de islas que se repiten, como maravillosamente lo propuso Antonio Benítez Rojo (2001), pero consideremos la invitación6. La inclusión de Canarias en ese conjunto, o modelo continuo, acerca al archipiélago canario a compartir elementos que han organizado las sociedades a ambos lados del océano. El sistema de plantación y el tráfico de esclavos conecta a Canarias con el Caribe, así como con Madeira y Cabo Verde. El archipiélago es un sistema abierto. Se hace extremadamente complejo desplegar narrativas, siquiera producidas desde espacios críticos afines, sobre la formulación del capitalismo y el colonialismo como pilares del sistema mundial, cuando son vistos desde Canarias (y de manera más general desde las islas). 1492, ese punto temporal que se convierte en un agujero de tiempo, se sitúa en otras coordenadas de nuestra modernidad sangrienta. 1492 es un lugar de paso, Colón es un cuerpo que pasa,… Por todo ello, no podemos dejar de pensar a Canarias desde 1492, pero añadiendo más coordenadas y sabiendo que, como dice Benita Sampedro, las transparencias superpuestas de las categorías putativas de las teorías del lugar no quedan enteramente cuadradas: «la dicotomía continente/isla no es automáticamente desplegable en las de centro/periferia, o metrópolis/colonia7».
Más allá de esto, las historias de migración canarias han consolidado un extenso lazo con sociedades caribeñas y latinoamericanas. Nos hemos reconocido al otro lado del espejo atlántico y hemos considerado, en nuestra definición nacional, muchas de las transculturaciones transoceánicas. Pero el Caribe también son islas y costas que repiten los modelos poscoloniales turísticos, también son islas de carnaval y plantación, por lo tanto son islas de África, al tiempo que de Europa. En una ocasión J.J. Armas Marcelo escribió que Canarias «es el Caribe sin negros». Este vaciamiento de la gracia primitivista, y de África al fin y al cabo, implica que Canarias se re-construye, en esas revisiones periódicas, a través de
5 ESTÉVEZ (1987), p. 15.
6 Según Benita Sampedro, puede suponer una invitación a reconstruir la misma geografía fragmentaria y desconectiva de las islas:
Esta reconstrucción de una geografía e historiografía atlánticas desde una perspectiva insular puede ayudar, quizás, a un entendimiento crítico de las construcciones históricas según el cual las islas, los ar-chipiélagos (trátese del Caribe, Las Canarias, las islas del Golfo de Guinea, u otras) funcionan como una constelación de fragmentos, pequeños continentes, desde donde es posible reorganizar el archivo de la inmensidad oceánica imperial. Por supuesto, cada archivo insular tiene sus propias ambiciones, pero to-dos contribuyen a una teorización única, singular, de un espacio crítico donde la violencia cotidiana res-ponde a la soberanía imperial, si bien dejando siempre evidencia de la fragmentación territorial (SAM-PEDRO (2010), p. 288).
7 SAMPEDRO (2010), p. 281. PABLO ESTÉVEZ HERNÁNDEZ
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una continua blanqueación, al tiempo que cree ser un experimentado modelo de turismo de masas que ahora sabemos que es exportable a la costa vecina8.
La metáfora que ha permanecido en la relación espacial e imitativa de este modelo con el otro lado del Atlántico es la del “laboratorio”. Esto tiene resonancia en el análisis histórico por su posición de avant garde del colonialismo europeo. Si contemplaos la conquista de las islas con una expansión imperial hacia el oeste, entonces re-ubicamos históricamente el colonialismo en Canarias como una prueba o ensayo para una historia con implicaciones continentales y mundiales. Al tener paralelismos en diversas formas de organización, urbanización y establecimiento de relaciones comerciales (incluido aspectos tan complejos como la política sexual) el colonialismo a ambos lados del Atlántico figura a través de una metáfora de espejo, por el cual las islas suponen espacios limitados y pequeños, más próximos a Europa, y que sirvieron por tanto como laboratorios de experimentación: de guerras, de modelos arquitectónicos y de intrusismo biológico9. No obstante, la metáfora del laboratorio sólo tiene sentido como formación social si entendemos la conquista y colonización como proyecto imperial consciente, algo que puede ponerse en entredicho:
Las islas no fueron necesariamente un “laboratorio” de experimentación de gobierno colonial, en el que experimentos controlados eran conscientemente llevados a cabo o en los cuales se aprendían lecciones que luego serían aplicadas en otros lugares. Más bien,
(…) Canarias ha aparecido como un crisol cuyos ingredientes fueron elegidos al azar por un brujo aprendiz y no por un técnico de laboratorio. (…) Para cambiar la metáfora, si el Atlántico fue un espejo del Mediterráneo, fue un espejo distorsionador. Los nuevos mundos reflejaban al viejo, sin reproducirlo10 .
El laboratorio reduce toda la compleja trama de conquista y colonización a un meta-relato sobre la expansión occidental. Sin embargo, las Canarias suponían unas islas codiciadas y re-narradas a través de diversos mitos pre-modernos y modernos. Pero el laboratorio debe abandonarse por no considerar la inaugural etapa de expansión imperial de los Reyes Católicos, no centrada en primera instancia en el Oeste, sino en una nueva posición fronteriza con África (reconceptualizando los árabes y moros como bárbaros). En ese contexto inicial, que tiene fundamento en la mente del cardenal Cisneros, se materializa la conquista y colonización de Canarias no como un experimento, sino como un proyecto único y obsesionado con la erradicación del barbarismo norteafricano.
Considerando los puntos anteriores, podríamos ahora preguntarnos: ¿Existe un marco teórico que nos permita explorar todas estas contradicciones, ausencias, paradojas y repeticiones? ¿Cómo comprender el colonialismo y la colonialidad en Canarias? ¿Qué metáfora acabaría siendo la más adecuada en este contexto? Tiene sentido entonces, para considerar el marco de los estudios decoloniales y para proponer a Canarias como un territorio marcado por la dinámica de distintas colonialidades, preguntarnos por un modelo
8 Pero contra todo olvido, fue Amadou Ndoye el que nos habló en Canarias de su permeabilidad racial y de las diversas historias conflictivas de contacto cultural y esclavitud que han marcado buena parte de los signi-ficantes y la topografía canaria, donde un nombre de un lugar dado puede ocultar una historia marcada por suje-tos negros que hicieron escala aquí con el tráfico de esclavos y que lograron subvertir la demografía racial de algunas ciudades canarias. Por otro lado, las migraciones poscoloniales están cambiando también esa concep-ción, pero, como un lugar entre-moderno, como un lugar de paso, la presencia temporal de los inmigrantes en Canarias se puede yuxtaponer al tráfico de esclavos de otros tiempos, y muestra la frágil modernidad de las islas, que no suponen un destino, sino un puente hacia la prosperidad. Canarias es la antesala de la Modernidad, en la visión subjetiva del migrante.
9 CROSBY (1988).
10 FERNÁNDEZ-ARMESTO (1997), pp. 310-11. CANARIAS Y ÁFRICA...
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genealógico y espacial que comprendiera todos estos puntos y coordenadas temporales. Si nuestras categorías de pertenencia identitaria están supeditas a un Estado-nación en concreto, entonces podríamos empezar por localizar su modelo colonial y su proyecto imperial y entrever los lindes por donde Canarias se ha ido revisando a través de metáforas y relaciones espaciales con África. Y ese proyecto es el comúnmente referido como Hispanidad.
MEMORIAS/OLVIDOS DE ÁFRICA
El problema metodológico para entender los tentáculos de la Hispanidad pasa por algo más allá de entender un solo sistema de flujos transoceánicos con vistas al Atlántico como espacio de influencias. Con los rastreos de las redes de modernidad/colonialidad propuestas, entre otros, por autores latinoamericanos frente a las teorías poscoloniales, introduciendo el siglo XVI en el mapa del tiempo, se puede estar en mejor disposición para entender los sistemas que buscamos. Sin embargo, esta herencia o serie de coordenadas genealógicas para enmarcar la España actual no sólo pueden verse en una teoría disruptiva como la de Walter Mignolo. Bajo la rúbrica de estudios “transatlánticos postcoloniales” una serie de autores ha intentado fijarse en estas herencias sin desechar el marco conceptual del poscolonialismo. Ahora bien, este movimiento entre líneas de enganche y distintos momentos inaugurales parece corresponder también a una dominación académica, un trazo de diferencias entre escuelas. Así al menos lo ha hecho notar Brad Epps (2010) en un ensayo preparado para una colección de estudios bajo la última rúbrica. Parte de esa “vertebración” en los estudios de este ámbito han promovido una visión del Atlántico como espacio de circunscripción, no de circulación. En este sentido, la tendencia de estos enfrascamientos académicos ha potenciado un flujo de influencias que para Epps es diagonal, estableciendo departamentos (peninsularistas, latinoamericanistas,...) codificados en una relación muy cercana al reclamo centro-periférico: un estudio de un espacio geopolítico y cultural en relación a España y Latinoamérica.
La insistencia crítica de Epps pasa por un ensayo inaugural de Joseba Gabilondo para este campo, “El Atlántico hispano” (2001). La elaboración de esta idea transoceánica vendría a ser el tipo ideal de circunspección académica, estableciéndose en contraposición a otras teorizaciones de los flujos y herencias de los sistemas del Atlántico, aunque especialmente a aquella elaborada por Paul Gilroy en The Black Atlantic (1993). Gabilondo acusa a esta decisiva obra para los estudios culturales de estar enmarcada en un ámbito anglosajón, de paso olvidando la importancia que tienen España y Portugal en los debates sobre la modernidad y olvidando a África, que quedaba en un espacio en negativo de las ideas y particulares historias que Gilroy revisa. En la encarada valoración de esta obra por parte de Gabilondo es donde Epps construirá una crítica brillante que servirá de base para posicionar mejor la idea de Hispanidad y las políticas de la diferencia actuales; al menos de no reducirlas a un sólo dominio académico que fuerza diagonales, trabadas en flujos mono-direccionales. Por la crítica de Epps pasa la cuestión divergente de las categorías “negros” e “hispano”, la evasión del tratamiento de la esclavitud o la tensión particularista-universalista de la postura de Gabilondo. Pero un importante punto queda para el tratamiento de África: aunque Gabilondo critique en Gilroy su ausencia como la de un espacio “negativo” donde se “proyectan” imaginarios afroamericanos, lo cierto es que en su elaboración también la deja en un espacio en negativo donde es ignorada la importancia geopolítica de las colonias de Guinea, Marruecos y el Sáhara, así como de las islas Canarias “que también se han visto involucradas en debates de índole postcolonial y pan-africanista11”. A mi entender, la circunspección de la idea contrapuesta de Gabilondo es doble: por un lado reasigna el espacio imaginario atlántico a una cerrada idea nacional y su enlace imperial,
11 EPPS (2010), p. 134. PABLO ESTÉVEZ HERNÁNDEZ
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recalando en importancia la idea de que España y Portugal han quedado fuera de los debates de la Modernidad europea. Por otro lado, una limitación temporal, que establece una genealogía del imperio español que culmina tramposamente a finales del siglo XIX12. Estas limitaciones no se resuelven con una triangulación, sino con una idea más rizomática del entramado atlántico: un mundo inabarcable. Aunque para Epps haya que establecer un a priori con este movimiento:
Una visión verdaderamente poliédrica del entramado cultural que rige la relación de las entidades transatlánticas españolas y latinoamericanas no puede contentarse, pues, con la línea diagonal (…), el bucle hispano-americano y debería abrirse, en primer lugar, a configuraciones triangulares (…) que también son insuficientes en la medida en que cosifiquen el Atlántico como un espacio cerrado y autosuficiente13 (cursivas en el original).
Esta visión pasa también por considerar las islas y espacios africanos que estuvieron contenidas en una coordenada temporal más alejada que la reclamación colonial de la mono-dirección América-España (Portugal). En este sentido, cabe preguntarse: ¿En la idea de occidentalismo de Mignolo cabe un espacio para reconsiderar esta triangularidad inicial? Estoy intentando debatir este punto para concretar el establecimiento de identidades culturales bajo un dominio estatal que refuerza amnesias al tiempo que alza conmemoraciones justificativas en consideración al pasado colonial: una conjugación política que tiende a la otredad absoluta. Ahora bien, en el empeño academicista por intentar comprender un marco para propósitos similares, parece ensombrecerse con asignaciones a dominios, no sólo ya académicos, sino pan-nacionales o pan-regionales. Si la idea de Latinoamérica ha sido ignorada por lo estudios poscoloniales de marcado bagaje anglosajón, ésta, a su vez, ha sido un modelo insuficiente para reclamar las disimilares historias coloniales de África y de las islas del Atlántico. Según Mignolo: “La diferencia colonial, en el siglo XVI, se construyó sola y únicamente sobre la experiencia indiana14” (cursivas del autor), o: “este es el motivo de que al margen del occidentalismo no pueda existir el orientalismo15”. La autoridad fijada por los estudios poscoloniales, hegemónicos a lo largo de los años ochenta del siglo pasado; su olvido de las historias del colonialismo español y portugués y su corta génesis, se ve aquí reflejada en cuanto a una tendencia determinista, en los estudios decoloniales.
La realidad de las políticas viajeras por las aguas del Atlántico tiene ahora otro giro más problemático. Esta consideración puede comenzar con las inquietudes de Epps para con los estudios transatlánticos y tiene dentro de la red decolonial un punto crítico con Ramón Grossfoguel (2012), quien recala en el momento de la Re-conquista y la dinámica de expulsión-inclusión en una nueva España, marcadamente imperial. ¿Qué lugar ocupan entonces las islas y los espacios africanos donde comenzaran las primeras conquistas y consecuentes razzias? ¿Qué lugar ocupan Canarias y las Azores con historias de conquista y circulación de esclavos? ¿Y las historias coloniales de Oran y Trípoli? Epps (2010) no es ajeno a estas historias que van más allá de mundos codificados y cerrados. Pero, además de esta consideración habría que ver cómo la triangulación con África se hace más significativa
12 Ambas están interconectadas y sólo concibiendo esta limitación temporal podemos entender que tanto España como Portugal estuvieran ajenas a los debates sobre la Modernidad. El centro hegemónico europeo esta-ría aquí operando con la misma mira que tiene Gabilondo. En términos globales-generales España no tiene impe-rio en el siglo XX, pero esto es, obviamente, una generalización. La realidad sobre el colonialismo español pasa por sus colonias africanas y sus habitantes y además por un imaginario que aspira volver a estar a la altura en escenario internacional.
13 EPPS (2010), p. 126.
14 MIGNOLO (2003), p. 42.
15 MIGNOLO (2003), p. 121. CANARIAS Y ÁFRICA...
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puesto que desafía la idea de un imperialismo finiquitado en el siglo XIX, volviendo la mirada a un espacio ignorado en la postulación de estos dos determinismos. Canarias complejiza la determinación socio-histórica del occidentalismo, pero además ella misma entra en ese juego establecido más tarde, ya en el siglo XVI, para ser luego reconsiderada en los parámetros del orientalismo en siglo XVIII. ¿Cómo situar estas historias de manera coherente para los reclamos teóricos? Lo cierto es que los determinismos señalados (ya sean promovidos por el pan-nacionalismo, como por las matizaciones de los influjos coloniales) no son más que expresión de delimitaciones académicas que además se comprimen en una lógica de la cronología que no permite comprender la manera en la que los discursos son asimilados y recargados en distintos periodos. Pero contra todo olvido: «la colonización hispana de las Américas tiene en África tanto su prólogo como su largo, aún no cerrado, epílogo16» (cursivas del autor).
Epps (2010) propuso algunos ejemplos al final de su ensayo, acerca de la manera en que esta interrelación, que él entiende como una triangulación, se hace efectiva. Propone, por ejemplo, un libro de Ricardo Beltrán y Rozpide (1901), un autor preocupado por la cuestión de mano de obra en la Guinea Española ante el tópico de la incapacidad para el trabajo de los nativos. Para ello hace una recomendación muy significativa para el espacio que estamos tratando de comprender aquí:
Se ha recomendado la inmigración de blancos procedentes de países cuyo clima sea análogo o no difiera mucho del de Guinea. Fue conveniente la deportación de Fernando Póo de los desterrados cubanos; (…) pero conviene tener en cuenta que los más de estos cubanos eran de color (…) Aconsejan muchos que se reclute población obrera entre los canarios, fundándose en que la vida bajo el clima de Canarias puede estimarse como una preparación para vivir y trabajar en Guinea con mayores posibilidades de inmunidad17.
Aquí aparece representada, de manera ideal, lo que esta relación daría de sí. Es importante entender cómo la conjunción de los tres continentes y momentos geo-históricos aparecen en el discurso práctico de este africanista español; aparecen Canarias (la vieja colonia), Puerto Rico y Cuba (el imperio recién perdido), Guinea (con su nueva valoración colonial-económica) y también España (como centro político-administrativo pero también en sus intra-marginados, los presidiarios, que por su condición nacional adscrita a la costumbre climatológica no son aptos para el trabajo en la colonia). Aparecen condensadas las modernidades y la relación climatológica colonial con un corte cuasi-montesquiano. Esto es una aproximación a la idea de cómo el discurso imperialista va más allá de tendencias marcadas por las escuelas poscoloniales, decoloniales y transatlánticas. Es por eso que el africanismo y África no son categorías estables, ni suponen aprioris. Más bien son sorprendentes recursos recargados de significación geopolítica.
LA ESPALDA, LA ULTRAPERIFERIA Y EL NEARSHORE
En pleno auge africanista-colonialista español, Franco declara en un discurso dado en el Sahara Occidental, en la víspera de su llegada a Canarias, lo siguiente: «Este no es para nosotros un territorio productivo sino la espalda del archipiélago canario» (Falange, 1950). Franco convertía al Sahara en Espalda. Al tiempo Franco nos ponía de espaldas. No obstante, para
16 EPPS (2010), p. 128.
17 BELTRÁN Y RÓZPIDE (1901), pp. 143-144. PABLO ESTÉVEZ HERNÁNDEZ
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muchos canarios, incuso en el franquismo, África suponía un sistema abierto, fácilmente conectable (estos son algunos ejemplos que me vienen a la cabeza): los colonos canarios movilizados como mano de obra a Bu Craa, el capitán Pérez Pérez y su esposa Reina, junto a sus hijos canarios y saharauis; los versos del desierto de Pedro García Cabrera, los pescadores canarios, las idas y venidas de Amadou Ndoye y su fascinación por la literatura canaria; la ROA y los prólogos y estudios de Africo Amazik; Antonio Cubillo en Argel, Nicolás Estévanez en Tetuán,… Todos estos ejemplos componen una mirada canaria de África que es conectiva y que desde luego no da la espalda, pero en su diversidad de historias está la imposibilidad de una perspectiva canaria. O quizás una perspectiva no sea más que este caos…
El giro colonial que propició el auge del africanismo español también hizo cambiar el papel de Canarias desde antes de esta valoración de Franco, como indica Domingo Garí-Hayek:
Cuando España tuvo que abandonar las islas americanas se replegó en sus escasas posesiones africanas, y Canarias entonces modificó su rol en el escenario de la geo-política española. De Islas de tránsito hacia América se reconvirtieron en zona de control y de apoyo logístico para las posesiones africanas. Ahora Canarias comienza a ser pensada más en clave militar que en clave comercial18
En esa tesitura, militarizados completamente, se hace difícil mirar a África, a no ser que la veamos a través de unos prismáticos militares o por la mirilla de una escopeta. No obstante, más allá de entender enteramente a Canarias como una zona de apoyo logístico, sí se puede hablar de un africanismo propio y hasta crítico con el Estado-nación, que viene recreándose como un africanismo autoreferencial desde al menos 1883 (anterior a la pérdida de Cuba, anterior a la conferencia de Berlín), año de publicación del siguiente texto de Juan Bethancourt Alfonso que critica la política de aislamiento española:
[Las colonias de África están] organizadas para el aislamiento, para la falta de relaciones más completa y absoluta, que más que otra cosa parecen un cordón sanitario colocado por nuestros Gobiernos para prohibirnos toda clase de contacto y de comercio amistoso con el continente.
Divergencia de caminos: Finalmente llega la descolonización para los vecinos africanos: las banderas, la patria y también el subdesarrollo, y con ello las ganas de migrar (incluso en patera). Canarias no se descoloniza, pero recibe algo mejor en los mismos años: la Modernidad (y por lo tanto, la posibilidad de no emigrar más). Canarias puede verse, en las palabras de Eyda Merediz, como un ejemplo del “Atlántico Nepantla”, que en nauhalt expresa un «espacio entre-medio”, “ni una cosa ni la otra, pero potencialmente las dos». Pero ese espacio “entre-medio” nos ha costado también una forma de esquizofrenia, o de trastorno de identidad; una guerra interna de cada cuerpo/mente canaria que lucha por hacer de su identidad algo real y estable. Una lucha por ser modernos.
En este escenario moderno, desarrollado y marcado por el turismo de masas es donde los nuevos contactos culturales con los sujetos africanos que inmigran aquí están condenadas al fracaso. Es aquí donde la transcultura no llega y donde nace una idea de Canarias como frontera dentro de una frontera. Es aquí donde reina el SIVE y el Frontex, el control militar marítimo, el racismo y la xenofobia,... Es aquí donde el encuentro (pos)colonial se da entre el turista en una colchoneta inflable y los migrantes que ocupan una patera.
Descubrimos que en la órbita de esa modernidad europea pertenecemos administrativamente a un extraño lugar marginal que es la ultra-periferia. Al mismo tiempo, según los flujos económicos, somos vistos en otro plano de relativa salvedad y ambivalencia, como una nearshore (orilla cercana), una metáfora del mundo empresarial que nos aleja de las
18 GARÍ-HAYEK (2016), s.p. CANARIAS Y ÁFRICA...
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connotaciones negativas del offshoring (o la deslocalización de fuerzas productivas) pero que nos sitúa igualmente en un punto interconectado pero periférico de los poderosos centros metropolitanos. En este conglomerado nearshore, Canarias sueña, como queriéndose olvidar del agotado sistema turístico, que fabrica chips y recrea una isla futura tecnológicamente avanzada y favorecida con energías renovables. De nuevo una vanguardia para África conectada a Europa.
Ultra-periferia y nearshore son algunas de las metáforas con las que pensamos Canarias. Sin metáforas no hay sociología que explique la sociedad; ni comparativas, ni conexiones, ni movilidades19. Sin todas estas metáforas no hay sentido, no hay significado. Solo el caos y la nada. Buscamos darle un sentido a Canarias, uno que pudiera ser histórico, cultural y actual, pero nos encontramos siempre con un sistema abierto, con metáforas de laboratorio, peldaño, lugar de paso, ultra-periferia o nearshore. Somos medidos siempre en contraste con otro ente “real”. Y para aceptar esa realidad, o para ser precisamente actuales y reales, hemos aprendido a olvidar a África. Aunque olvidar a África es una manera paradójica de recordarla.
No obstante, nuestra cercanía al continente no es real. No estamos cerca de África, sino que estamos insertados en su caos cultural, climatológico y geopolítico. Y si África como tal no existe, y es una idea, una proyección, entonces debemos aceptar que Canarias es otra idea imposible, una parte más de su diversidad como continente, de su caos, de su sistema abierto. Esto es admitir que no somos nada. Y la nada, en cuanto a una idea mental imposible, es también una nueva metáfora (la que yo propongo aquí). En la nada no hay gravedad, ni aire; ningún parámetro sensorial puede hacernos sentir la nada. Pero llenamos ese espacio con significados propios, por lo tanto pensamos metafóricamente la nada. La idea no es mía, Alonso Quesada la propuso hace ya tiempo y eligió entender a Canarias de esta manera a través del carnaval y la calima. ¿Por qué? No puedo responder a esta pregunta, pero sí creo que son dos fuerzas caóticas que cambian el espacio tal cual lo delineamos modernamente. Las imágenes de satélite de la calima atravesando las islas desdibujan los mapas. Al tiempo, el carnaval es una inversión total de los espacios sociales. No es costoso imaginar, con Quesada, que la combinación inestable de estos dos elementos nos puede afectar de una manera tal que nos encontramos en nuestra insignificancia; cegados, con nuestra soledad (la soledad isleña es una constante estudiada por Iván de la Nuez: 1998). Dejemos que sea Quesada mismo el que lo exprese:
Pasado el temporal berberisco, pasado el temporal del Noroeste (…) ha quedado la ciudad como una acera ancha y limpia. Parece que está brillante (…)».
¿Qué ha pasado? El pequeño insular no lo sabe. Tiene como un vago recuerdo en su mente. Los dos temporales y el Carnaval se juntan, se amontonan en su memoria. ¿Cuál fue primero? ¿Vino el polvo del Sáhara antes que las máscaras o fue después?
En la isla las cosas no tienen actualidad nunca. Son del mismo modo y pasan como continuación de un ovillo que empezó a devanarse el día que los católicos señores se adjudicaron los siete peñoncitos. La vida insular puede ser aquella nada bíblica de que se valió el Señor para construir este mundo. [La] vida de la ciudad empieza en un llano y en otro llano igual termina. No es un sueño (…) No es una muerte (…) ¿Qué es, pues? Es esa nada de que hablamos.
(…)Pero no podríamos hacer de esta nada ni una estrella siquiera20
19 URRY (2000).
20 QUESADA (1985), p. 199. PABLO ESTÉVEZ HERNÁNDEZ
10
XXIII Coloquio de Historia Canario-Americana
ISSN 2386-6837, Las Palmas de Gran Canaria. España, (2020), XXIII-109, pp. 1-10
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