XXI Coloquio de Historia Canario-Americana (2014)
ISSN 2386-6837, Las Palmas de Gran Canaria. España, 2016, XXI-002, pp. 1-7 1
© 2016 Cabildo de Gran Canaria. Este es un artículo de acceso abierto distribuido bajo los términos de la licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional.
MITOLOGÍA Y MISTERIO. LAS ISLAS ATLÁNTICAS Y SU
PLASMACIÓN EN EL IMAGINARIO POPULAR DESDE LA
ANTIGÜEDAD A FINALES DEL MEDIEVO
MYTHOLOGY AND MYSTERY. THE ATLANTIC ISLANDS AND
TRANSLATING THEM INTO THE POPULAR IMAGINATION FROM
ANTIQUITY TO THE LATE MIDDLE AGES
Adexe Hernández Reyes*
Cómo citar este artículo/Citation: Hernández Reyes, A. (2016). Mitología y misterio. Las islas atlánticas y su
plasmación en el imaginario popular desde la antigüedad a finales del medievo. XXI Coloquio de Historia Canario-
Americana (2014), XXI-002. http://coloquioscanariasmerica.casadecolon.com/index.php/aea/article/view/9484
Resumen: El misterio, la mitología y la imagen son tres conceptos que a lo largo de la historia de la humanidad
se han desarrollado en paralelo; hecho fundamental que contribuye a que una imagen se encuentre permeada de
significados. De esta forma no se podría hablar de una historia de la imagen sin hablar de una historia de los medios
que las contienen. Partiendo de esta premisa, el trinomio imagen/medio/seres humanos, proponemos un análisis de
las “imágenes” que a lo largo de las centurias el archipiélago canario ha generado en la imaginación de diversos
pueblos del mundo antiguo y cómo dicha visión se perpetuó y se transformó para dar paso a nuevas imágenes y
nuevas interpretaciones durante los siglos posteriores.
Palabras clave: mitología; antigüedad; medievo; imaginario; Islas Canarias
Abstract: Mystery, mythology and image are three concepts that throughout the history of mankind have evolved
in parallel; fundamental fact which helps to find an image is permeated with meanings. Thus one could not speak
of a history of the image without a history of media that contain them. Based on this premise and the trinomial
picture/means/humans, we propose an analysis of the “images” that, over the centuries, the Canary Islands has
generated in the imagination of various peoples of the ancient world and how that vision was perpetuated and
transformed to make way for new images and new interpretations over the following centuries.
Keywords: mythology; antiquity; middle ages; imaginary; Canary Islands
El misterio, la mitología y la imagen son tres conceptos que a lo largo de la historia de la humanidad se
han desarrollado en paralelo. De los tres, el misterio y la mitología se asemejan a la trama y a la urdimbre
que componen el tejido que ha ayudado al ser humano a desenvolverse y evolucionar en este mundo, pues
tanto uno como otro han ejercido de fuerzas propiciadoras, creadoras de metas y de avance.
Lo misterioso es aquello que se mantiene oculto, lo que se desconoce. Carl Sagan creía que la expe-riencia
de descubrir algo no se olvida nunca, aun siendo “la última persona en el mundo en descubrirlo”1.
El ser humano es un animal curioso por naturaleza, por lo tanto la experiencia del misterio en su vida no
es algo trivial sino que forma parte de su aprendizaje evolutivo, al tiempo que el mero hecho de descu-brir
algo le provoca cierto nivel de delectación.
En cuanto a los mitos, éstos y sus símbolos, ayudaron en la Antigüedad a configurar la manera de
pensar —y de ver el mundo— de las civilizaciones a las que pertenecieron. En ellos se inspiraron para
crear sistemas morales, conceptos religiosos y para mantener la cohesión entre los miembros de un
mismo grupo2.
* Historiador. Departamento de Historia Antigua, UNED. Correo electrónico: glaux@hotmail.com
1 SAGAN (1997).
2 CAMPBELL (1994), p. 19.
Adexe Hernánde z Re yes
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Se podría considerar al mito como un lenguaje más allá del lenguaje, anterior a aquél que conocemos
como hablado o escrito. A través de éste se organiza una “historia” o “relato” que habla a los hombres
por medio de arquetipos o símbolos, transmitiendo la enseñanza que porta en cada momento, configu-rando
así cada época histórica.
En cuanto al tercer concepto, el de imagen, podríamos compararlo al telar en el cual los otros dos
van componiendo las visiones que, con el paso del tiempo, se aglutinan en nuestra mente; creando así
unos registros —a modo de códigos— que nos sirven de referentes en la configuración de nuestro mapa
mental de la realidad, lo que se ha denominado imaginario.
El imaginario acoge todas las representaciones que las personas construyen del mundo que les rodea,
y éstas nacen de lo más profundo de su ser. El inconsciente es el origen de tal fenómeno, el que proyecta
las imágenes. Así, el imaginario sustituye el tiempo universal de la sociedad por el tiempo fragmenta-do
de los individuos; posee una configuración similar a las construcciones ideológicas y religiosas, en
especial a la del mito, con el que tiene muchas concomitancias. En los dos se observa la capacidad de
poder romper con el curso normal del tiempo y la continuidad espacial, permitiéndoles juzgar al mundo
y transformarlo.
Precisamente, el imaginario, se va configurando como sustituto de esas construcciones más antiguas
(mitos, leyendas, cuentos) o les ofrece un complemento, en sociedades que ya no creen en las formas
tradicionales del más allá, reemplazándolo por un “más acá” ligado a la naturaleza, la cultura o el in-consciente3.
Mediante esta sutil relación se puede llegar a entender que la imagen (ya sea mental, icónica o litera-ria)
no existe por sí sola, sino que adquiere complejidad al concebirse como una proyección de nuestro
interior reaccionando al contacto con el mundo que nos circunda, como una suerte de dialogo intertex-tual,
hecho fundamental que hace que una imagen se encuentre permeada de significados.
De esta forma no se podría hablar de una historia de la imagen sin hablar de una historia de los me-dios
que las contienen. Tal combinación genera un trinomio en el que imagen, medio e individuos están
inextricablemente conectados.
A nadie se le escapa que para entender la complejidad que entraña el devenir de la propia historia
de la humanidad, y la riqueza cultural de la que nuestra especie ha hecho gala, es crucial comprender el
vínculo inseparable que existe entre el ser humano y el entorno que le rodea. Dicha relación ha influido,
no, mejor aún, ha marcado, la visión que el hombre tiene de de sí mismo y del medio ambiente.
A lo largo del tiempo el ser humano ha sentido la necesidad de dejar constancia de tales concepcio-nes;
sirviéndose para ello de una suerte de instrumentos que creó con el fin de contener tales proyec-ciones
y poder así darles mejor uso. Iniciados con el propósito de representar el mundo, surgen de este
modo, los mapas, que desde la noche de los tiempos han reflejado en distintos soportes la información
que sobre el territorio se tenía, o más bien se creía tener.
En la actualidad existe una visión del mundo, resultado del estudio y del consenso científico, en la
que el norte y el sur están situados “arriba” y “abajo” y el este y el oeste ubicados a la “derecha” y a la
“izquierda” de nuestra posición con respecto a la del sol; lo que reduce todo a la perspectiva del indivi-duo.
Ello ha hecho que el ser humano se acostumbre a una “imagen” que en realidad no es otra cosa que
una proyección de su mente. Desde pequeños en la escuela se nos enseñan los nombres de las capitales,
de las regiones, de los estados, etc. Se nos insta a que aprendamos a ubicarnos y orientarnos en el en-torno,
dándonos para ello puntos de referencia tomados de la naturaleza (ríos, montañas, mares, valles,
lagos, la posición del sol, la dirección del viento, etc.) para que —en un alarde de poder— podamos
reconocer el espacio que “nos pertenece”, más que poder reconocer el espacio al que pertenecemos. En
la actualidad gracias al desarrollo tecnológico y a un largo proceso evolutivo podemos disfrutar de una
visión multidimensional de la realidad, pero ello no siempre fue así, es más, según algunos estudios este
proceso no cristalizó hasta el Renacimiento.
Según P. Janni4 para poder comprender la visión geográfica del mundo antiguo debemos acercarnos
a ella con una perspectiva diferente, debemos estudiarla bajo el punto de vista que tenían los antiguos a
3 CLAVAL (2012), p. 29.
4 JANNI (1984), pp. 77-94.
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la hora de confeccionarla, pues ellos no tenían la misma concepción de la realidad que nosotros tenemos
actualmente. Janni define la cartografía antigua como hodológica, del gr. ὁδός (‘camino’). Esta concep-ción
de la geografía no es pluridimensional sino unidimensional, en ella los hechos son concebidos de
manera unipersonal, individual y subjetiva, atendiendo a la mentalidad de aquél que camina por “una
sola línea”, esto es, con la voluntad de “proyectar” sobre una superficie la práctica social y empírica del
viaje y el “ambiente geográfico” construidos a partir de las distintas experiencias políticas y sociales de
cada época5. Según esta idea la cartografía en la antigüedad no puede estudiarse bajo los mismos pará-metros
que la cartografía actual, pues esta no se habría empleado casi nunca con fines prácticos, sino con
una actitud más bien reflexiva y dialéctica. Ello habría llevado a los antiguos a crear representaciones
cartográficas un tanto contradictorias, puesto que sus criterios representativos estarían más amparados
en sus experiencias y creencias que en la realidad objetiva; generando por tanto un mapa cuya informa-ción
representada en él se extraía de antiguos viajes, de conflictos bélicos, de rutas comerciales, etc. de
una realidad dinámica, cambiante, acumulada durante siglos.
Remontándonos atrás en el tiempo, podemos observar que las representaciones más antiguas cono-cidas
de un territorio son unas tablillas babilónicas de hace unos 5000 años. Aunque las primeras que
poseyeron un criterio más serio provienen de Grecia, y se basaban en el intento de reproducir, como
ya hemos comentado, con fidelidad informaciones aportadas por viajeros diversos de forma coherente.
Desde la perspectiva de la cultura europea, por ejemplo, el viejo continente ocupaba una posición
central y de gran relevancia; mientras los otros continentes se colocaban en torno a éste y el Medite-rráneo,
cuyo nombre no significa otra cosa que “el que está en el centro de la Tierra”. Ahora bien, esta
visión, común para los europeos, es el resultado de una tradición cultural que nos ha hecho sentirnos el
centro del mundo durante mucho tiempo, pero no hemos sido los únicos en pensar así.
Hay que precisar que sentirse ombligo del mundo es un complejo del que han adolecido todas las
civilizaciones, ya que todas se consideraron a sí mismas el centro del universo. Un buen ejemplo lo
tenemos en el caso de China, cuyo nombre original, 中国 (‘Zhōngguó’), significa en su lengua “País
del Centro”. No obstante, mucho antes de que los sabios griegos de la época clásica descubrieran que
la Tierra era esférica, los habitantes de los más remotos confines del mundo también “imaginaron” la
forma del territorio donde vivían. Para los aztecas, el mundo estaba constituido por cinco cuadriláteros,
para los incas era una caja, para los antiguos egipcios se asemejaba a un huevo. En la India la visión
del mundo era también muy imaginativa, pues se creía que la tierra era plana y reposaba sobre cuatro
enormes elefantes que, a su vez, se apoyaban en el caparazón de una enorme tortuga que navegaba por
un inmenso océano, representado como una enorme serpiente que se mordía su propia cola. También
Japón, antes de que los misioneros cristianos difundieran a finales del siglo XVII la idea de la esfericidad
de la Tierra, tuvo su propia teoría, según ésta la tierra tenía forma cúbica6.
Sin embargo, para comprender el caso agudo de “centralitis” padecido por Europa a lo largo de los siglos,
es necesario hablar de una serie de cuestiones de gran importancia que han marcado dicha mentalidad.
Por un lado debemos tener en cuenta la impresión —grabada a fuego— que la cultura clásica dejó en
la civilización occidental7, y, por el otro, la relevancia del concepto de “pueblo elegido”, tan importante
en toda la tradición hebrea y cristiana.
A lo largo de los siglos la literatura y el arte consideraron, y potenciaron, este rico material otorgando
una existencia cuasi real a un nutrido conjunto de seres fantásticos y lugares fabulosos. El pensamiento
cristiano, heredero de toda esta tradición, los consideró desde los primeros tiempos objeto de la acción
del creador y por lo tanto factibles de ser incorporados a la tarea de evangelización, lo que les daría
plena vigencia en el mundo medieval. Los mapamundi, confeccionados con un sentido entre didáctico
y devocional, dan cuenta del reconocimiento y ubicación de estos fabulosos lugares y de estas criaturas
monstruosas surgidas del arte de fabular que posee la mente.
El caso que nos ocupa en este estudio —el archipiélago canario y su relación con los mitos y el mis-terio—
es un gran ejemplo de ello, de cómo un lugar lejano e inaccesible puede hacer cavilar a la mente
humana y estimularla de tal manera que fabule y sueñe cosas extraordinarias.
5 CRUZ ANDREOTTI, G. (2009), p. 15.
6 DELANO-SMITH (1991), p. 16.
7 ARTOLA MOLLEMAN (2010), on line.
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Desde la Antigüedad hasta la actualidad las Islas Canarias han estado rodeadas de mitos, leyendas y
misterios a partes iguales; provocando incluso que, a día de hoy, éstos sigan invocándose cada vez que se
habla de ellas. Curiosamente durante cientos de años, Canarias más que una realidad, fue una intuición
de los autores clásicos; poco a poco, esa intuición fue tomando forma y pasó de ser algo en el imaginario
simbólico de los autores a convertirse en un hecho constatado.
Parece ser que, por su ubicación más allá de las lejanas columnas de Hércules, el archipiélago maca-ronesio
pudo haber tenido una pronta codificación mítica de su paisaje (como ocurriera con otras is-las
y territorios de las costas atlánticas europea y africana) quedando así vinculado al legendarium de
ciertas tradiciones arcaicas mediterráneas cuya confusa situación geográfica pudo haber hallado una
adecuada realidad espacial en éste grupo de islas en época clásica. Todo ello habría ocurrido durante
el florecimiento de la moda del exoceanismo, es decir, que los lugares de confusa o dudosa ubicación
geográfica serían ubicados en las márgenes del río Océano. Ello comienza a ocurrir a mediados del
s. II a.C. Tal tendencia al parecer habría estado impulsada principalmente por los trabajos de Crates de
Pérgamo, autor del primer Orbe terráqueo esférico8.
Precisamente, y debido a su proliferación e importancia, todos estos relatos de viajes, en los que se
describen lugares fabulosos y extraordinarios han sido designados bajo la denominación de Geografía
mítica y, dentro de este apartado se encuentra uno de gran importancia, la nesología, disciplina dentro de
los estudios mitológicos y folclóricos, que se centra en el estudio del concepto de isla y sus tipologías,
especialmente en la literatura grecolatina.
Muchos investigadores, en especial los filólogos, han estudiado las características básicas que han
dispuesto al archipiélago canario a convertirse en un espacio fecundo en mitos, concluyendo que Ca-narias
ha tendido a la mitificación debido a una serie de parámetros.
El primero tiene que ver con la especial naturaleza de las islas, que ha propiciado que sean aptas para
engendrar mitos. Todo en ellas parece estar bajo los efectos de lo sobrenatural; sus pobladores, su oro-grafía,
incluso su vegetación o su fauna. De hecho no hay Historia de Canarias que no recoja referencias
al mundo antiguo y a su relación con ella. En éstos es frecuente encontrarse con una serie de tópicos,
repetidos una y otra vez, sin apoyo documental serio que suele iniciarse con el conocimiento homérico
de las islas y terminar con la leyenda de San Brandan y su búsqueda del ansiado Paraíso; pasando por las
referencia a los fenicios, cartagineses, griegos y romanos que, según las noticias habrían tenido contacto
con ellas, por lo menos, desde el siglo V a. C.
Los tópicos más asociados al archipiélago suelen ser: Los Campos Elíseos, las Islas de los Bienaven-turados,
las Islas Afortunadas y Jardín de las Hespérides o la Atlántida. Es muy interesante el hecho de
que alguno de ellos siga aún vigente. Sin embargo no debemos obviar el hecho de que estas imágenes y
localizaciones míticas tienen un nexo en común; todas ellas, en última instancia, responden a una nece-sidad:
la de expresar todo un conjunto de hechos difícilmente explicables en el marco de la geografía
cotidiana. Para lograr tal objetivo las culturas antiguas se sirvieron de un recurso cognitivo que podía
ayudar a revelar la naturaleza intrínseca de lo ocurrido, la proyección. Mediante el uso de la proyección
a un espacio fuera de lo cotidiano, cuyo límite estaba marcado en aquel entonces por las Columnas de
Heracles, el hecho puede ser comprendido y asimilado.
La pregunta que todo el mundo se hace es ¿por qué tantos mitos asociados a unas islas en medio del
mar? La respuesta que dan los expertos en el tema, como Marcos Martínez9, coincide en la idea de que
existen tres lugares propicios para recibir lo extraordinario y mítico del imaginario: las islas, las monta-ñas
y los “extremos de la Tierra”.
Como universo cerrado, la isla es aquel espacio donde lo mítico existe por sí mismo, fuera de las
leyes habituales. Por ello no es extraño que un pueblo tan rico en islas, como lo ha sido siempre el
griego, haya creado una mitología insular tan abundante; no hallándose otro ejemplo de tal magnitud en
ningún otro lugar del mundo. La isla es siempre un lugar privilegiado para el acontecer de fenómenos
naturales, de lo inusual o para el desarrollo de lo exótico y milagroso. Otro lugar, proclive a desarrollar
en su entorno misterios y fenómenos insólitos, son las montañas, símbolos también de inaccesibilidad.
8 LÓPEZ PARDO (2007), p. 304.
9 MARTÍNEZ HERNÁNDEZ, M. (1992), p. 20.
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Por último, pero no por ello menos importante, tenemos otro gran tópico, un espacio más insólito si
cabe, los “finis terrae” o “extremos del mundo”, considerados siempre como lugares extraordinarios y
míticos debido, quizás, a la peculiar idea de que haya un lugar donde el mundo se termina y al que el
hombre puede ir a explorar pero sin la promesa de un feliz regreso. Entonces tenemos tres lugares que
por su naturaleza son proclives a los devaneos de la imaginación humana pero podemos añadir a estos
tres elementos uno que los separa y los conecta en cierta manera y, al mismo tiempo es un tópico por
derecho propio entre las culturas antiguas; ese elemento no es otro que el mar.
El mar representa una frontera natural, por tanto es propiciador del motivo principal en toda esta
historia, romper los límites. El mar representa la posibilidad de ir más allá, de ser… ambiciosos, de au-tosuperarnos.
Como contrapartida a este acto desafiante por parte del hombre se concibe la imagen del
naufragio como el castigo ideal para la arrogancia y la codicia del hombre que ose ir en pos de sus sue-ños.
Ese riesgo intrínseco de toda navegación ha contribuido a identificar a las islas con lo inaccesible.
Un rápido análisis de la mitología y la literatura permite descubrir la frecuente localización insular tanto
de sociedades humanas ideales como de sus reversos pesadillescos, así como del reino de los muertos.
La inaccesibilidad de las islas, aparente o real, absoluta o relativa, ha sido un aliciente para depositar
en ellas nuestros sueños y pesadillas, nuestras esperanzas y temores, nuestros anhelos de salvación y
nuestro terror a la condenación.
Canarias concentra en si misma todos estos aspectos, tanto físicos como imaginarios: es un territorio
insular, fragmentado, bañado y contenido por el mar; su orografía es, en su gran mayoría, montañosa y,
hasta el descubrimiento de América en el siglo XV, Canarias era el extremo occidental del mundo cono-cido,
el fin de la tierra. El participar de estos tres aspectos, de una forma cuasi única convirtieron a este
archipiélago atlántico en objeto de mitificaciones y fabulaciones varias durante siglos, tan fuertes que
atravesaron las mareas del tiempo para llegar hasta nosotros enmascaradas en leyendas, en el imaginario
artístico-literario; llegando incluso a colarse en el marketing publicitario que a día de hoy se emplea en
la promoción turística de las islas; llegando a ser prácticamente lo mismo Islas Canarias o Islas Afortu-nadas.
Ello ha sido posible porque, contrariamente a la creencia común, que opina desde hace bastante tiem-po
que todo este conocimiento histórico-mitológico-legendario sobre la existencia de Canarias habría
caído en el olvido (durmiendo el sueño de los justos durante prácticamente toda la Edad Media) nunca
desapareció.
Tanto la cronología, como el concepto histórico de Canarias se reconfiguró de tal manera que se
ha tenido la idea, durante mucho tiempo, que durante el medievo no existió un conocimiento del ar-chipiélago
con anterioridad al siglo XV. Sin embargo pese a dicha creencia actual, existen referencias
gráficas y literarias que demuestran que la sociedad europea de la época conocía la existencia de unas
islas cercanas a la costa noroccidental africana. Una vez más su carácter mítico haría acto de presencia
mediante un cúmulo de narraciones de carácter maravilloso que se contarían por toda Europa. Aunque
estas narraciones se habrían configurado como una línea literaria propia durante el medievo, éstas no
fueron capaces de sustraerse al peso de los antecedentes grecolatinos, pues las referencias clásicas al
archipiélago (Islas Afortunadas, Islas de los Bienaventurados, Jardín de las Hespérides, Atlántida) cris-talizaron
a comienzos de la Edad Media convirtiéndose de esta manera aquella tradición mítica en una
referencia absolutamente real, en un punto de partida para la expansión del conocimiento geográfico10.
Una vez más, al igual que ocurriera con los expedicionarios y viajeros de la Antigüedad, inspirados para
llevar a cabo sus hazañas por las fabulosas narraciones de sus antepasados; los hombres del medievo se
vieron motivados a cumplir sus labores cristianas allende los mares y llevar la palabra de Dios a estos
míticos espacios ubicados fuera del espacio y del tiempo, ayudando al mismo tiempo a un nuevo proceso
de expansión territorial, la conquista de territorios en ultramar por parte de los grandes reinos cristianos
del momento.
Sin embargo debemos tratar una cuestión harto espinosa con referencia a este tipo de relatos rela-cionados
con la geografía mítica o literatura paradoxográfica. A nadie se le escapa que para entender
los orígenes remotos de tales tradiciones, relativas a viajes y lugares míticos en occidente, debemos
10 RODRÍGUEZ WITTMANN, K. (2013), p. 348.
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remontarnos atrás en el tiempo, como por ejemplo a la época arcaica, que constituye un período de
enorme importancia en la gestación de la historia antigua de Grecia y su relación con culturas vecinas
tales como; fenicios, egipcios, etc. Podría decirse que este periodo actuó como un auténtico crisol de la
civilización griega tal y como la conocemos. La creación de narraciones en las que pasado y presente
podían mezclarse —sin generar conflicto psicológico alguno— y emplearse como instrumento para la
autodefinición fue posible gracias a su sistema cultural. Domingo Plácido considera que el vínculo forja-do
entre viajes reales y viajes imaginarios pertenecientes a tiempos remotos durante la época arcaica —a
las que incluso debemos añadir etapas más antiguas— puede emplearse a la hora de elaborar un análisis
crítico de las referencias míticas y de los datos arqueológicos11. Sin embargo no todos los investigadores
de la cuestión son proclives a una explicación de los relatos concernientes a la geografía mítica que
califican de evemerista12. Como ejemplo de esta postura tenemos los argumentos de Cruz Andreotti13,
que considera que estas explicaciones calan fácilmente en el ámbito popular porque gracias a las mis-mas
determinadas regiones vinculan sus orígenes y sus señas de identidad a la cultura clásica; citando
dos claros ejemplos: Canarias y Andalucía. Arguye también para ello que la valoración histórica de un
pueblo o comunidad no debe basarse en la búsqueda obsesiva con culturas ajenas a partir de argumentos
difícilmente demostrables, yendo más allá al decir incluso que para hacer un estudio pormenorizado de
los textos paradoxográficos éstos deben hacerse dentro de un contexto determinado y no exaltando unos
sentimientos de correspondencia patriótica en detrimento de un uso riguroso y pormenorizado de las
fuentes.
Está claro que toda esta tradición mítica es hija de un contexto geográfico y cultural, el mar Medi-terráneo
o, como los antiguos romanos lo llamaban, Mare Nostrum y los pueblos que lo habitaban. Un
mar que, de hecho, y pese a su imagen paradisiaca o a su gran luminosidad, el Mediterráneo es un mar
que puede llegar a ser muy violento; alternando hermosas calas de aguas cristalinas con tramos en los
que es imposible entrever el fondo. Pero es en este precisamente éste el escenario donde tiene origen
los diversos mitos de lugares fabulosos y mundos monstruosos que luego, e indudablemente la tradición
literaria así lo atestigua, se trasvasarán al Atlántico. No podemos negar la evidencia de que muchos de
ellos comenzaron con acontecimientos históricos, como por ejemplo, la rutas comerciales de la cultura
micénica desde el Mediterráneo oriental hasta la Península Ibérica, incluso con presencia a ambos lados
del estrecho en algún momento del II milenio a. C.14 La expansión fenicia hacia occidente y la conquista
simbólica de los límites del mundo, situados en las Columnas de Melkart, allá por el s. XI a.C. He aquí
un ejemplo de cómo un mito puede servir de pretexto para impulsar una empresa político-económica
en la que el recuerdo de los gloriosos viajes de héroes y personajes legendarios sirvió de acicate a los
nuevos viajeros que se lanzaron a la conquista de nuevos territorios y a la fundación de nuevos asenta-mientos.
El Mediterráneo es, en sí mismo, un modelo de sincretismo y así podemos observar como divinidades
como Melkart, protectora de navegantes y mercaderes, que en su día legitimó la presencia fenicia en el
extremo del mundo conocido, lo haría, de la misma manera, a través de su versión helénica, Heracles,
con el imaginario griego; ayudándole a concebir la misma empresa reivindicadora.15 Lo que nos lleva a
pensar que tanto la colonización fenicia como la griega no se debieron del todo a la casualidad, sino que
a ella contribuirían tanto los viajes exploratorios como a una fase previa de comercio sin colonias, cuyas
hazañas se pierden en la memoria colectiva fundiéndose con la leyenda o el mito creando y ampliando la
Ecúmene de los pueblos del Mediterráneo antiguo. Se explica de esta manera el fenómeno que muchos
mitógrafos y folcloristas denominan la occidentalización de los mitos. De todos es sabido que a medida
que el mundo griego se expandía hacia el Occidente (Hesperia) sus primeros límites se situarían entorno
11 PLÁCIDO, D. (1989), p. 41.
12 El evemerismo es una teoría hermenéutica de la interpretación de los mitos creada por Evémero de Mesene (s. IV a.
C.) en su obra Inscripción sagrada (ἱερα ανάγραφη Hiera anágrafe). Según los postulados de Evémero el sentido oculto de los
mitos es de naturaleza histórica y social. Paradójicamente los padres de la Iglesia utilizaron el evemerismo y la teoría alegórica
para descalificar las creencias del paganismo, si bien se abstuvieron de aplicar tal doctrina a sus propias creencias.
13 CRUZ ANDREOTTI, G (1994), p. 241.
14 RUÍZ-GÁLVEZ (2009), p. 94.
15 GARCÍA WAGNER, C. (2008), p. 28.
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a Italia, luego España y finalmente, lo exterior a las Columnas de Hércules o estrecho de Gibraltar, y
cerca el Archipiélago Canario. No están claras las primeras noticias sobre la parte occidental del mundo,
ya que en ellas se encuentran íntimamente enlazadas las noticias míticas e históricas.
No podemos olvidar que los mitos, las leyendas y el imaginario son poderosas herramientas que han
servido a lo largo de la historia, y aún, en cierto modo, continúan ejerciendo como tales, para impulsar al
hombre en su expansión, en su crecimiento tanto interno como externo, en la búsqueda de sí mismo y de
nuevos destinos en los que posar sus ojos. La prueba palpable de todo ello la tenemos al observar la cul-tura
popular desarrollada en la segunda mitad del siglo XX y que continúa su desarrollo en los primeros
años del siglo XXI. En ella no cabe duda de que los mitos siguen siendo los reyes de la escena, especial-mente
en lo que a simbología se refiere. Sin temor a equivocarnos podemos hacer, a grandes rasgos, un
paralelismo cognitivo entre las gentes de la Antigüedad y nosotros. Ellos expandían sus consciencia en
un espacio geográfico reducido, el ámbito mediterráneo, y la ensancharon imaginando espacios lejanos,
imposibles de alcanzar (islas) nosotros por nuestra parte hacemos lo mismo pero hoy el planeta se nos
ha quedado pequeño y nuestros ojos se posan en unas “aguas” aún más inmensas, el espacio exterior.
Soñamos con surcar el cosmos con nuestras naves espaciales de mismo modo que Odiseo surcó el
Mediterráneo en su barco intentando regresar a casa, a los brazos de Penélope. Buscamos nuevas “islas”
(planetas exteriores) a donde arribar y poder seguir creciendo como civilización. En definitiva pareciera
que el hombre del siglo XXI no tiene gran diferencia con los que, en otro tiempo imaginaron nuevos
mundos que descubrir.
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Publicacions i Edicions de la Universitat de Barcelona, Barcelona.
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