REFLEXIONES ACERCA DEL COMERCIO EXTERIOR CANARIO
Y LA BURGUESIA MERCANTIL ISLEÑA (1778- 1852)
AGUSTIN MILLARES CANTERO
Con la colaboración de ENRIQUE LECUONA RIBOT,
HILAR10 GARCIA QUINTANA, MARIA PILAR QUINTELA
CARREIRA, JOSE MANUEL OSEGUERA LOMERAy
ANA GOMEZ SIGLER
Muy poco es lo que, a pesar de balbuceos prometedores, ha hecho aún
la actual historiografía canaria por acercarse al estudio de las relaciones mer-cantiles
y la burguesía comercial durante la primera mitad del XIX. Si cen-tramos
en él nuestra atención, fue tanto por cubrir en parte esa laguna
como por entender que, tal período, alcanza un inusitado relieve si se trata
de captar en toda ':u amplittid el proceso que cond~.ice a la': franquicias 10s
antecedentes del decreto de 1852 hay que buscarlos también, de una u otra
forma, en la problemática que afecta a los intercambios insulares desde la
promulgación del Reglamento de 1778.
El enfoque de esta ponencia se singulariza por constituir una especie
de miscelánea sobre asuntos disímiles. La ambigüedad de la titulación deri-va
del cariz de retablo que hubimos de darle, por virtud de la propia docu-mentación
consultada y de las insuficiencias teórico-empíricas que
padecemos. Un material fragmentario, carente de apoyaturas en monogra-fías
actuales con un mínimo de rigor, no podía conducir sino a una visión
muy general y hasta cierto punto inconexa. Hemos preferido afrontar el
riesgo de incurrir en un apunte difuso y sin demasiada cohesión, antes de
renunciar al objetivo de ofrecer una síntesis provisional que sirviese como
punto de partida a nuevas aportaciones. Semejante formulación, sobre el
papel más ambiciosa, ocupa la primera parte de nuestro trabajo. En la se-gunda
nos centraríamos en'los nombres más representativos de la burguesía
comercial que operó en Las Palmas. a fin de contemplar cómo $e desenvol-vieron
unos cuantos negociantes por encima de crisis y coyunturas adversas.
Nuestras fuentes han sido variopintas. El Archivo Austin Baillon, par-cialmente
en depósito en el SEHIC del Centro Regional Asociado de la
U.N.E.D., nos permitió analizar alguna correspondencia mercantil relativa
a casas de Tenerife y otros documentos. El interesantísimo fondo lanzarote-ño
que en Las Palmas ha rescatado el doctor Juan Antonio Martín Cabrera,
hizo posible también la incorporación de más cartas sumamente revelado-ras.
Otras epístolas veríamos, por último, entre los papeles que custodia
Francisco Bravo de Laguna y Manrique de Lara. La Estadstica de Escolar y
Serrano, recientemente publicada por Hernández Rodríguez, ha servido
para que planteemos con provisionalidad algunos de los rasgos más defini-torio~
d el comercio isleño en los albores del siglo. El extracto de la corres-pondencia
consular británica que Otilia Gonzáivez Ponce ha tenido la genti-leza
de ofrecernos, ocupa después un lugar preferente a la hora de enrique-cer
el texto. Con una buena masa de protocolos .notariales seguiríamos la
pista del quehacer multifacético de los grandes comerciantes residentes en
la capital grancanaria, desde la formación de compañías a sus inversiones y
participación en el lucrativo negocio migratorio. Por fin, obras como las de
Alvarez Rixo, la Memoria del 31 de enero de 1831, la Gaza de Zufiría y
Monteverde o el Diccionario de Madoz, junto a otros opúsculos de obligada
referencia, completarían el instrumental utilizado. Señalemos finalmente
que este estudio ha sido llevado a cabo dentro de la programación del «Se-minario
Miiiares ¿ario» de ia U.N.E.D., fiei a su iabor por fomentar ia in-vestigación
histórica entre sus licenciados y estudiantes.
1.- NUEVOS TIEMPOS, NUEVAS REALIDADES: DEL LIBRE
COMERCIO A LA EMANCIPACIÓN AMERICANA
Cuando en 1778 se publicó el Reglamento y Aranceles Reales para el
comercio libre de Espda e Indias, la nueva política mercantil que entonces
se consagra significó el término legal del régimen económico de excepción
que Canarias tuvo en el comercio americano. La habilitación de nueve puer-tos
peninsulares para traficar libremente con América que establecería el
decreto de 1765, ya había quebrantado por vez primera los seculares y con-trovertidos
privilegios que las islas disfrutaron, en cuanto única región espa-ñola
beneficiaria del sistema monopolístico que radicó en Sevilla y después
en Cadiz. La simplificación de los trámites aduaneros y las importantes re-dUcciefiesq
Ue ccnGcerjLq!e s impi?estGssc hre! a f2ci!icgen ii,?
notabilísimo incremento del tráfico comercial entre la metrópoli y las colo-nias.
Los isleños, pues, se van a encontrar en las plazas americanas con la te-mible
competencia de los vinos andaluces y los aguardientes catalanes.
En 1778 se extendió la libertad de comercio a todos los puertos de la
Península, acrecentándose así las perspectivas ruinosas para el viñedo cana-rio;
cuyos precios y altos fletes, además, no le permitían concurrir en igual-dad
de condiciones con sus poderosos rivales. Nuevas reducciones imposi-
tivas y un tratamiento preferencial más amplio para la producción nacional
(especialmente de cara a las manufacturas), intensificaron aquellas conexio-nes
tan nocivas para el Archipiélago. Su comercio indiano decayó: las 1 .O00
toneladas anuales del Reglamento de 1718, «bien que nunca llegaron a dis-frutarse
enteramente», no alcanzarían las 700 de resultas de la aplicación de
su homónimo sesenta años más tarde'. En un primer momento, la no inclu-sión
de los puertos venezolanos pertenecientes a la concesión de la Compa-ñía
Guipuzcoana permitió un breve respiro, mas desaparecería con la exten-sión
del comercio libre a Caracas y Nueva España el 28 de febrero de 1789.
La competitividad en el tráfico indiano constituye una clara demostración
de que las economías peninsulares e isleña distaban de ser complementarias.
La liberalización comercial americana del reformismo borbónico había
creado realmente una amenaza supletoria más grave para el maltrecho co-mercio
insular, privándoie de ia facuitad de poder operar con géneros ex-tranjeros
concedida a los puertos peninsulares habilitados. El proteccionis-mo
que favorecería el Arancel de 1782 era inútil para la pírrica manufactura
sedera local, precisamente en un período en que las cotonadas inglesas inva-dhn
los mercados internacionales. El envío de aquellos efectos a América,
mediante las llamadas generadas, se prohibió expresamente en 1755 y una
real cédula de 24 de julio de 1772 insistiría en vedar su embarque*. El trato
desigual que para los puertos canarios significó el Reglamento de 1778, dio
origen a un amplio debate en donde brilló la mentalidad ilustrada de algu-nos
patricios, que sentarían las bases de un incipiente corpzcs docti.inalcomo
anuncio del futuro puerto franco.
Acabar con la reexportación de manufacturas a las colonias americanas,
era liquidar el comercio de comisión y tránsito que verificaban los negocian-tes
residentes aquí. Reducidas las exportaciones vitícolas y otras hacia aque-llas
áreas3, el peligro se cernía ahora sobre el mercado inglés. Pocas ibana
1. Alonso de NAVA Y GRIMON, VI marqués de Villanueva del Prado, uiLiberalismo o pro-teccionismo?
La libertad de comercio y la economh canaria,, en Tres informes de economíacana-ria,
La Laguna, 1980, p. 45. En ocasiones, el volumen de las mercancías canarias exportadas a
América superó aquel techo, gracias a los registros extraordinarios.
2 . José PERAZA DE AYALA, Elrégimen comercialde Canarias con ¿as Indias en los siglos
XVI, XXMyXVIII, Sevilla, 1977, pp. 157-158, n. 439.
? T-T-n -r-.í .l riiln cnhw .11 -n- -í-A-.9- d-e-l. r. n--n.e-l~.-iem, -e rlin Av aniliii p-n. --la - ~---r l 1p76 1-1776p Ue& " P P ea
Javier ORTIZ DE LA TABLE Y DUCASSE, ~Comercioco lonial canario, siglo XVIII. Nuevo índi-ce
para su cuantificación: la contabilidad del Colegio de San Telmo. 1708- l776», en II Coloquio
de Histon¿z Canario-Americano (1977); t0 11, Ediciones del Excmo. Cabildo Insular de Gran Ca-naria,
1979, pp. 10-11.
ser, en efecto, las adquisiciones de caldos por parte de las casas comerciales
de Londres o Liverpool, si en correspondencia no encontraban en las islas
una demanda considerable para sus manufacturas textiles y demás, deman-da
que ante la estrechez del mercado interno dependía del soporte indiano.
Si Canarias dejaba de ser una de las principales vías de penetración de rner-caderías
extranjeras en América, el déficit comercial con Gran Bretaña se iba
a acrecentar notablemente y los retornos desde los puertos coloniales resul-tarían
asimismo afectados. La decadencia mercantil fue aguda, arruinándo-se
muchos navieros y prodigándose el recurso al contrabando como más ele-mental
respuesta*.
Las negras perspectivas que planearon sobre el comercio insular, no lle-garon
a materializarse del todo. Un cambio de signo marca los últimos
quinquenios del XVIII, invirtiéndose la tendencia adversa de la coyuntura.
La real orden de 21 de enero de 1786 «que r s la primera por la cual se nos
haya hecho partícipes del comercio con géneros y efectos extranjerod,
autorizó el embarcar hasta una cuarta parte de la carga que transportaban
los buques fletados en el Archipiélago con dichas mercancías. El profesor
Berna1 &rma que ello supuso <el inicial y tímido reconocimiento que el go-bierno
central hace del hecho diferencial canario»6. Una nueva orden, no
obstante, vendría a reducir sus favorables consecuencias, al determinar que
tales artículos podrían introducirse solamente con expresión de destino,
quedar depositados en la aduana tras satisfacer los mismos derechos de en-trada
que en la Península y un 7 % de salida, no permitiéndoseles embarcar
si eran trasladados a los almacenes de cualquier comerciante'. La causa de
semejante restricción procede de los inferiores gravámenes que las
importaciones extranjeras pagaban en las islas, siendo los peninsulares un
8 o un 9% más altos. La solicitud de que tales géneros se pudieran navegar
sin limitaciones de ninguna índole, se convirtió en una de las más constan-tes
súplicas de las clases propietarias ante Madrid. Villanueva del Prado se
pronunciaría en esta línea en su informe del 14 de enero de 1788. Diez años
4. PERAZADE AYALA, p. 156.
5 . NAVAYGRIMON.p.48.
6. A.M. BERNAL RODRIGUEZ, <La economía canaria», en I ~ h sCu nu&s, Madrid, 1982,
p. 230.
7. Villanueva del Prado comenta a propósito: RES sumamente corto el número de los que
pueden comerciar a Indias y traer para esto géneros extranjeros de su cuenta, y aún a éstos les
serla más ven~ajox,e i comprar cie pronto de ios que se encuentran en ei país aqueiios que, se-gún
las últimas noticias, tengan despacho en el paraje a donde los destinan. Así, muy poco se
disfmtará la gracia mientras al cargador grande o pequeño que lleva nuesuos frutos no le sea
permitido el comprar en la tienda la parte correspondiente de géneros extranjeros.
después se obtuvo la pretensión de no tenerlos que depositar en la aduana
hasta ser reembarcados*. Con anterioridad, la real orden de 24 de junio de
179 1 había eliminado los derechos parciales de salida para los despachos ha-cia
los puertos menores del continente (Cumaná, Puerto Rico, etc.).
El balón de oxígeno que reciben las relaciones. comerciales canario-americanas,
no fue a estas alturas el único elemento que permitió salir al
Archipiélago de su postración económica. En el preciso instante en que el
tráfico colonial se resentía de los cortos volúmenes autorizados (300 tonela-das
desde 1777) y cuando las exportaciones se veían bloqueadas por las cir-cunstancias
descritas, dos factores contribuyeron a propiciar un corto ciclo de
esplendor: la extensión de un nuevo cultivo exportador y la independencia
de las «Trece colonias». La barrilla (Kali-Salsola), planta endémica o impor-tada
desde el norte africano en 1752 y de la que se obtenía sosa natural para
las industrias textil o jabonera. se localizará prioritariamente en Lanzarote y
Fuerteventura, con alguna recolección en las zonas áridas de sotavento o en
las bajas y cálidas de barlovento de las islas centrales. Su expansión fue obra
del esfuerzo ilustrado por diversificar la oferta agrícola exterior, entendién-dose
más como complementaria que alternativa del viñedo. Se trataba,
como siempre, de contribuir a que disminuyera el coste de oportunidad re-lacionado
con las imprescindibles importaciones de manufacturas, necesi-dad
más imperiosa cuando la comercialización vitícola pasaba por momen-tos
difíciles.
La absoluta primacía conejera y majorera.en la producción de barrilla,
cosco o cofe-cofa parece evidente. Al despuntar el nuevo siglo, ya represen-taba
en Fuerteventura un 25,47% de la riqueza agrícola y en Lanzarote un
15,06, por detrás de la cebada y el trigo en la primera y de la cebada y el
vino en la segunda9. La entronización del novel cultivo permitiría cambios
sustanciales en la secular agricultura cerealística de ambas: ampliación de la
superficie cultivada a costa de eriales y fajas costeras, incremento de la po-blación,
auge de los puertos de Arrecife y Cabras con el marchamo de la
burguesía mercantil, etc.10. Terratenientes representantes de una nobleza
8. PERAZA DE AYALA, p. 158. Otra de las peticiones consistía en que las naves retornaran a
cumplir sus registros a los puertos de donde saliesen, y no al de Cadiz u otro.
9. Germán HERNANDEZ RODRIGUEZ, Estud~ticud e l'as Idas CanuI-ius (1 793-1806) de
Francisco EscoLary Serrano, Las Palmas, 1983, t0 1, p. 11 1 y t0 11, p. 93.
10. Cf. Agustín MILLARES CANTERO, «Arrecife, el puerto de la barrilla. (En torno a ios
orígenes y desarrollo de una ciudad burguesa canaria entre el an~iguoy el nuevo régimen)», en Bo-
Letin Millares Cado, Vol. 111, num. 5 (Centro de la U.N.E.D. de Las Palmas, 1982). pp. 77-79,
y «Sobre la gran propiedad en las Canarias orientales. (Para una tipificación de la terratenencia
secundaria, dependientes de los señores jurisdiccionales, fueron con las ca-pas
burguesas dedicadas a su cultura y10 cornercialización, los más directos
beneficiarios de una fase bonancible que sería por antonomasia una favora-ble
coyuntura de precios. Los señoríos orientales rompieron así su tradicio-nal
sujeción al mercado interinsular, en base a una división interior del tra-bajo
impuesta desde la conquista y que durante casi cuatro siglos les convir-tió
en los graneros de Canarias, para abastecer sobre todo a Tenerife.
Los buques que zarpaban desde Santa Cruz, el Puerto de la Orotava o
Las Palmas, hacían escala regularmente en las futuras capitalidades de Arre-cife
y Cabras antes de partir hacia los mercados exteriores. La exportación en
el trienio 1800- 1802, a partir de los datos que Escolar reproduce, confirma
tanto la superioridad de Lanzarote y Fuerteventura como su preferente
dirección al norte de Europa o los Estados Unidosll:
Lanzarote y
Fuerteventura
Tenerife (Santa Cruz)
Gran Canaria
Cantidad total
Quintales
Al extranjero
Quintales
contemporánea)^, en Agustín MILLARES TORRES, Historia Generalde las Islas Canarios, tO V,
Las Palmas-Santa Cruz de Tenerife, 1977, pp. 259-261 (con la colaboración de Sergio Millares
Cantero).
11. Op. cit., t0 1, pp. 125, 145,484 y 502; tO 11, pp. 110, 133 y 293; to 111. pp. 333, 341,
502-503, 509-510 y 5i4. Las cifras que este autor ofrece son, a menudo, incompletas y hasta
contradictorias. Por ejemplo, la barrilla majorera enviada a Tenerife en 1800 se evalúa en 5.361
qi?intalesenunsitio(tOI,p. 125)yen3.189 112enotro (tOII,p. 313).
Hasta 1802, casi toda la barrilla majorera se remitía a Arrecife, a donde
iban a buscarla desde los puertos tinerfeños las embarcaciones extranjeras.
A su vez, los dos primeros centros de producción despachaban el porcentaje
restante comercializado a Tenerife: un 7,02%, 11.400 quintales, de los que
8.230 correspondían a Fuerteventura y 3.2 10 a Lanzarote. La inmensa ma-yoría
de los volúmenes embarcados al exterior era, sin embargo, obra de las
casas comerciales del Puerto de la Orotava y de Santa Cruz, que los adqui-rían
directamente a cosecheros o exportadores, con frecuencia a través de sus
representantes allí establecidos. Este tráfico regular dio origen a un cuantio-so
contrabando, razón por la que Escolar estimaría en más de 6,l millones
de Non. el déficit de la balanza comercial de Lanzarote con Tenerife duran-te
1800-1804y en más de 2,4 el de Fuerteventura en 1802-180612D. e cual-quier
forma, gracias a este producto el resultado final de la misma en sus
tres direcciones (comercio extranjero, peninsular e interinsular), sería favo-rable
para aquélla en más de 4,3 millones de Non. en tal período, «cuya
cantidad aumenta su población, mejora su agricultura y ha juntado los nu-merosos
y grandes capitales que hay>; en ésta, el saldo positivo se elevaría a
más de 5,2 millones, con idénticos resultados. El precio medio del quintal
alcanzó en ambas los 60 Non. puesto a bordo, incluidos los gastos de em-barque,
comisión, almacenaje, derechos y conducción; mientras, en Gran
Canaria se circunscribía a 4,5.
Las únicas remisiones hacia la Península fueron los 500 quintales que
saldrían desde Santa Cruz y los nueve de Las Palmas en 1802. Es seguro que
la participación tinerfeña llegaría a unas cotas superiores por virtud del
Puerto de la Orotava, con fortísimos vínculos conejeros y majoreros. Santa
Cruz suministró 692,94 quintales a otras islas y Gran Canaria 22 11 2 a la ca-pital
palmera. Finalmente, los cálculos de nuestro personaje relativos a 1804
no hacen sino confirmar las conclusiones que hemos expuesti13.
Las relaciones del Archipiélago con las «Trece co1onia.w habían sido
bastante intensas, pues los ingleses utilizaron sus harinas para intercambiar-las
por vinos. En la segunda mitad del siglo XVIII, Canarias se convirtió in-cluso
en una plataforma para la introducción ilegal de aquéllas en el merca-do
venezolano por medio de los navíos de registro, en competencia con las
12. Ibídem, tO 1, p. 149 y t0 11. p. 141.
13. Lanzarore expoza 32.7Q4 qi?inn!es U clrt:&q.rje:~ y 813 8 Tefic;ifc, q ~ ~ Fudeni~.- ~ d ~
ventura con 3 1.683 y 1.399, respectivamente. Desde Santa Cruz saldrían apenas 2.903 hacia
los mercados foráneos, 927 hacia los isleños y SS0 hacia los peninsulares. Ibídem, tO 111, pp.
336, 341 y 516-519.
novohispanas o bien con las que molturó la Compañía Guipuzcoana a par-tir
del trigo de Tierra de Campos. Este negocio harinero, que alcanzaba
igualmente a las Antillas españolas, está inscrito para un especialista dentro
de la trata negrera de los norteamericanos, dando origen a un comercio cua-drangular'*.
Tras el 4 de julio de 1776 los nexos mercantiles anteriores crecieron con-siderablemente.
El contrato suscrito en el Puerto de la Orotava el 27 de
septiembre de 1791 entre Francisco Caballero Sarmiento y Compañía y el
capitán del bergantín Nzlestra Señora del Carmen, Mateo Cordeviola, de-muestra
que las cargazones de harinas continuaron verificándose después de
la independencial'. Durante las guerras de 1779- 1783, 1797- 1801 y 1804-
1808, los buques estadounidenses salvarían el bloqueo inglés sobre las islas
transportando harinas y granos. Semejantes arribadas fueron bastante acti-vas
en 1795- 1797, cuando se permitió el comercio con las colonias extranje-ras
y páíses neutraiesiú.
Los Estados Unidos llegarían a convertirse en el principal país compra-dor
de cultivos dominantes isleños. La comercialización vitícola, contraída
en Inglaterra por las barreras arancelarias que Londres impuso y por su inte-rés
preferencial por los vinos madeirenses. aumentó con la apertura de
aquel mercado y los precios subieron de 450-540 Non. la pipa a cotizaciones
dobles tras firmarse la Paz de Versallesl7. Desde aquí hasta principios del
XIX, Canarias quedó integrada en los circuitos comerciales atlánticos de la
marina estadounidense, que se convirtió en la segunda más poderosa del
mundo aprovechando las guerras franco-británicas.
14. «Los barcos negreros que salían a la trata de los puertos norteamericanos cargaban me-lazas,
ron y harinas en los viajes de ida. Cabe pensar que éstos eran los barcos que tocaban en
las islas y que compraban aguardientes -llegados en gran parte de Mallorca-, desembar-cando
entonces su carga de cereal para financiar las adquisiciones, pues con la galleta y bizco-cho
que conducían tenían suficiente para el retorno de las costas africanas*. Demetrio RAMOS
PEREZ, aEl problema de los embarques se harinas en los registros para América». en II Coloquio
de Hirtoria canario-amenGana, p. 43.
15. A7t. cit., p. 44. Otros comerciantes locales intentarían infructuosamente participar en
este renglón. José Lugo y Viña solicitó en 1786 autorización para sacar vinos autóctonos y, con
esclavos negros, cambiarlos en los Estados Unidos por 1.500-2.000 toneladas de harina, que
llevarían a Cuba para trocarlas por azúcar y suela. En 1803, asimismo, el portugués Juan Caba-llero
pide permiso para llevar a Caracas y Cuba 60.000 barriles de harina y tablas. Cf. Francisco
MORALES PADRON, Elcomercio canario-americano (si'osXV-XVIIy XVII), Sevilla, 195 5 ,
PP. 233-235.
16. Ü,b. cit., pp. 220-221.
17. Antonio BETHENCOURT MASSIEU, «Canarias e Inglaterra: el comercio de vinos (1650-
1800)~e,n Anuan'o de Estudios Atlánticos, núm. 2 (Madrid-Las Palmas, 1956), pp. 11 1- 112.
La utilización del Archipiélago como portillo para el contrabando de
cereales, harinas y demás hacia Indias, desaparece de forma circunstancial
cuando la Corona o las intendencias americanas autorizan el tráfico con paí-ses
aliados o neutrales, a fin de que la beligerancia inglesa no aislase com-pletamente
aquellos territorios y facilitar la salida de sus producciones. Se
sabe que dicha autorización estuvo en vigor entre el 18 de noviembre de
1797 y el 20 de abril de 1799, así como del 20 de mayo a finales de 180118.
Con la momentánea ruptura del pacto colonial, la navegación y el comercio
de los Estados Unidos irrumpen en los dominios españoles sin necesidad de
intermediarios. Les siguen las ciudades alemanas y en primer término los
comerciantes de Hamburgo, que en 1783 habían iniciado sus relaciones in-dianas
por medio del puerto libre danés de Saint Thomas y que desde 1797
se beneficiarían de la apertura com.er cial. Ciiar?& e== = c ~ r $er~a ,Iog ico. qUe se piG&jesc ieva~oi~zación
de Canarias como trampolín hacia el mercado colonial, bien a través de me-canismos
legales o por la práctica del contrabando. El continuo trasiego de
bergantines o goletas que zarpaban de Filadelfia, Norfolk, Boston, Balti-more,
Charleston o Nueva York con dirección a nuestras aguas, no debe
atribuirse sólo al deseo de introducir sus mercancías y adquirir vinos, aguar-diente
o barrilla. El itinerario Estados Unidos-Canarias se fundamentó des-de
luego en el soporte indiano y en la tradición que el matute tenía por aquí.
La trata negrera posibilitó, además, un reforzamiento de estos víncu-los.
De las 61 embarcaciones norteamericanas que llegan a Santa Cruz de
Tenerife en el trienio 1802-1804 (prescindiendo de un corsario), nueve se
dirigían expresamente a la «Costa de Africaw, siete a Cabo Verde y una a
Guinea. Por su parte, el comercio europeo con el Africa occidental, lirnita-do
hasta principios del siglo al trueque de manufacturas y comestibles por
esclavos, parece tener en las islas una de sus estaciones principales; si no
para los ingleses, que por mor de la guerra y demás particulares optarían por
Funchai, sí para ios franceses, pues de un totai be 44 mercantes gaios que
entran en aquel puerto en el mismo periodo, diez irían a Senegambia y
otros cinco a la «Costa de Africm, Costa de Oro, Guinea y Costa de Angola.
En estas condiciones, no resulta extraño que algunos comerciantes autócto-nos
participasen activamente en la trata y que hayan obtenido con ella enor-
18. Miguel EARL) , «Comercio libre, guerras coloniales y mercado americanos. en AgGcd
twa, comercio colonial y crecimiento económico en la España contemporánea, Barcelona,
1974, pp. 3 15-3 16. Ed. de Jordi Nada1 y Gabriel Torcella.
689
Otra de las rutas que siguió la bandera yanqui, hacía escala en el Archi-piélago
al dirigiise o retcrnar del norte de Europa y del litoral mediterráneo
español, en donde tan importantes fueron sus suministros de trigo y harina
a partir de 1783. El comercio triangular que ha planteado Béthancourt, con
sus vértices en los puertos de los Estados Unidos (algodón, comestibles,
etc.), los británicos (manufacturas textiles y demás) y los isleños (vino,
aguardiente y barrilla), realzaría por último estos periploslg.
Si nos atenemos a la constante histórica, la demanda inglesa de pro-ductos
canarios es al despuntar el XIX muy exigua, afectada por los condi-cionantes
citados en relación al vino y por la conflictividad bélica en gene-ral.
Sin el sostén estadounidense, el comercio exterior no hispánico hubiera
sido muy poco recíproco para las islas y la crisis habría hecho acto de presen-cia
con todo su rigor. Cuantos viajeros nos visitan durante el tránsito de un
siglo al otro, señalan por el contrario la prosperidad que conocían los vidue-ños,
ya que el malvasía era producido entonces casi únicamente para la far-macopea20.
Una muestra del hegemónico papel de los norteamericanos en lo to-cante
a la adquisición de nuestras primeras mercancías, puede verse en el
Cuadro 1. Es presumible que las compras totales de los ingleses fueran bas-tante
mayores si se considera la exportación por otros puertos y en especial
por el de La Orotava. En todo caso, Santa Cruz de Tenerife era con diferen-cia
el principal emporio mercantil y las cifras que Escolar reunió son bastan-te
reveladoras. Un 53,8g0h del volumen de la exportación vitícola extranje-ra
realizada por él, tuvo a los Estados Unidos como destinatario, siguiéndole
las remisiones a la Costa de Africa y Berbería con un 15,17, basadas unas en
los buques negreros norteamericanos, franceses y demás y otras en las ad-quisiciones
marroquíes para Mogador o Tánger y en las que navegaron bajo
pabellón español en los retornos a Cadiz. Dinamarca y Prusia contaron con
factorías en el litoral africano y el interés danés por la oferta agrícola insular
se vio acompañado de una presencia no desdeñable de sus navíos. con Amé-rica
indudablemente como fondo. Holandeses, suecos, prusianos y hanseá-ticos
figuran muy por delante de los ingleses como clientes vitícolas santa-cruceros,
quedando estos últimos aun por debajo de los franceses. El pa-norama
varía en relación con la barrilla y la orchilla. La demanda de ésta,
aunque muy corta, fue británica prioritariamente, sin alterarse la norma
19. Art. cit., p. 113.
20. Andrés de LORENZO CACERES, Malvasíay Falstaff Los vinos de Canarias, La Laguna,
1941, PP. 21-22.
CUADRO 1
Expo~rtaciones extranjeras de productos dominantes canariospor la Aduana de Santa Cruz en el trienio 1800- 1802 y en 1804.
Vino Barrilla Aguardiente Orchilla % Destino (arrobas) (quintales)
Estados Unidos
Ciudades Hanseáticas
Dinamarca
Costa de Afrka y Berbería
Suecia
Inglaterra
Francia
Holanda
Prusia
Portugal
(arrobas) (quintales) valor Nota: No se incluyen 3 112 arrobas de vino remitidas a Liorna.Cantidades redondeadas.
Fuente: Elaboración propia a partir de la Estadística de Escolar, tomo 111, pp. 502-519.
tradicional; la de aquélla, sin embargo, ofrece una relativa diversificación,
con un 42,l2 % de su cuantía encaminada a las ciudades hanseáticas y poco
más de un 19% dirigido a Suecia e Inglaterra, respectivamente, reservándo-se
los norteamericanos el 9,10 y distribuyéndose el resto entre franceses,
prusianos y daneses. Los yanquis, en contraste, absorberían más del 90%
del aguardiente exportado por dicha plaza.
La bandera norteamericana ocupa el segundo lugar, tras la española,
entre los veleros que durante el quinquenio 1800- 1804 anclarían en Santa
Cruz de Tenerife. Sobre un total de 5 13 arribos, 2 17 tenían pabellón espa-ñol
(42,3Ooh), 108 estadounidense (21 ,O5Oh), 71 francés (13,84%) y 44 bri-tánico
(8,5 7 Oh ) , repartiéndose los demás por orden decreciente entre sue-cos,
portugueses, daneses, harnburgueses y otros, desde genoveses a prusia-nos
y rusos. Ahora bien, si se omiten los 33 correos españoles, los 21 corsa-rios,
los 16 buques de guerra, de observación o destinados a transportar tro-pas,
así como los tres balleneros y el pesquero ingleses y las expediciones as-tronómica
rusa y de vacunación española, las 107 embarcaciones yanquis
(eliminando el corsario antedicho) representan un 24,48% sobre las 437
que quedan como destinadas al tráfico mercanti121. En el diagrama adjunto
se ve como, en el año del segundo Tratado de San Ildefonso, las recaladas
navales en Santa Cruz estuvieron afectadas por la guerra contra Inglaterra y
cómo en 1801 la primacía pertenece a los norteamericanos. El incremento
de sus viajes tal vez haya que relacionarlo con la suspensión del comercio
con neutrales en las colonias americanas, enalteciendo el indicado uso de las
islas como puerta de acceso a ellas. La firma de la Tregua de Amiens en mar-zo
de 1802 entrañó un retorno a la normalidad del movimiento marítimo
de la Península con Ultramar y Canarias, triplicándose el número de barcos
españoles entre 1801 y 1803. La transitoria paz produjo también una clara
recuperación de las banderas francesa y británica, superando aquélla a la
yanqui. El inicio otra vez de las hostilidades contra Inglaterra en 1804 no
disminuyó por de pronto el peso de la flota española, aunque se resintiesen
los vínculos de la metrópoli con América, pero sí mermó de forma ostensi-ble
el rolanglo-francés y dio mayor relieve a los suecos entre los neutrales.
21. h e p ?<.peX2~ped e r a S er rnaynr. prir f d cq~i z k a!plmo~d a t e~n ~!a o br2 de
(tO 111, pp. 546-563). Por !o que a Laspalmas respecta, la presencia yanqui fue notable de 1800
a 1802: cinco navíos frente a seis españoles, tres portugueses y dos hamburgueses. En 1803 y
1804 desaparecerían (to 1, p. 521).
Figura 1
Entradas de buques en Santa Cruz de Tenerife (1800-1804)
Bandera española O
estadounidense 5ji
francesa 8
inglesa
sueca E2
portuguesa ü I
danesa €3
hamburguesa
holandesa
Otros E
El comercio canario-británico, que en 1802 había conseguido un resta-blecimiento
puntual por la mentada Tregua (es entonces cuando se exportó
la orchilla señalada en el Cuadro 1 y cuando se enviaron 1.596 quintales de
barrilla y 375 pipas de vino desde aquel puerto), vuelve en 1804 a ofrecer
una cierta animación, antes de que la nueva conflagración se hiciese efecti-va.
El Cuadro 11 es indicativo de la disparidad de relaciones que entablan los
puertos canarios y de hasta qué punto las mercancías británicas o de otros
orígenes llegaban a bordo de buques de distinta bandera, por encima de los
avatares bélicos. El Puerto de la Orotava tenía en esta época acreditada la se-gunda
posición en nuestro sistema comercial, radicando en él varias de las
más fuertes empresas del Archipiélago. Según Escolar, el transporte estuvo
a cargo de una goleta norteamericana que hizo la travesía Barcelona-La Oro-tava-
Barcelona, de un bergantín portugués y de un místico español proce-dentes
de C&diz y de utiuj dos bergailtiiles (il?;pc;i-,! y de! reino de Sici!ia)
que navegaron después hacia Benicarló22. El núcleo septentrional de Tene-rife
aparece, pues, ligado al comercio mediterráneo y sin intervención en
esos meses de unidades inglesas, hanseáticas, suecas u holandesas, llegándo-.
le los efectos que importa vía Cadiz y Cataluña, desde donde sus exporta-ciones
accederán por fin a Inglaterra y los Estados Unidos, únicos mercados
extranjeros para las mismas. No existen aquí más compras europeas que las
británicas, resultando una balanza desfavorable con ambos países y un saldo
final negativo 6e 2.185.178 rvon.
Las importaciones santacruceras de 1800 y, sobre todo, de 180 1, pudie-ran
constituir una demostración palpable de que las mercancías británicas
siguieron afluyendo a las islas sin demasiadas dificultades, bajo la marca de
otra nación. En este último año, las entradas desde Portugal se elevaron a
1.640.289 rvon. y ocupan el primer puesto de las extranjeras, quedando de-trás
las procedentes de los Estados Unidos con 974.132, las de las ciudades
demaíias con 817.136, !a de !ng!aterra ceri 5?4.?G3 y !rs de Fr<inciíl c m
122 .70123. Este atípico fenómeno, que sintomáticamente desaparecería al
firmarse la paz en 1802 y se reduce a una mínima expresión en 1804, con
unos pírricos valores para los productos lusitanos, nos induce a creer que,
pese a la «Guerra de las Naranjm, los ingleses utilizarían a sus aliados para
introducir cómodamente sus géneros desde Funchal o Lisboa, por conducto
22. Ibídem, t0 111, p. 530.
23. Idídem, pp. 436-469.
Ciuadro 11
Comercio extranjero por el Puerto de la Orotava en 1804
IMPORTACION EXPORTACION
Mercancías 1 Valor (rvon.) % Mercancías Valor (rvon.) %
Inglaterra Telas y paños de lana (anascotes, 1.6167.167 42,05 90.1 17,5 arrobas de vi- 932.263 52,38
bayetas, etc.) y arcos de hierro. no, 83 1,quintales de ba-rrilla,
368 de orchilla y
12 de almendras.
Estados Unidos Maderas (duelas para pipas y cuar- 1.212.134 30,58 48.725 arrobas desvino. 847.250 47,6:2
terolas) y comestibles (millo, baca-lao,
arroz, carne de puerco o harina
de trigo).
Ciudades Lino en bruto y telas y otros géne- 810.438 20,44 -- - -
Hanseáticas, ros de lino y cáñamo (creas, coleto-nes,
caserillos, etc.)
Suecia Lino de estopa arcos de hierro. 2:20.144 555 -- - -
Holanda Limetones vacíos y piezas de lona. :54.808 1,38 -- -
'a
2 1 Sólo se indican las principales.
2 «Alemania» en el texto.
Cifras redondeadas.
Fuente: Idem, tomo 111, pp. 309 y 491-95
en especial de países neutrales**. Nuestras casas comerciales no podían ad-mitir
sin más una baja de las fundamentales importaciones británicas, tanto
de origen metropolitano como colonial. Así, debieron recurrir a los provee-dores
portugueses para mantener el ritmo de sus operaciones. Los franceses
vendrían después a comprar manufacturas de algodón y demás, es decir,
cuantas mercancías inglesas escaseaban en su mercado debido a la guerra y
que almacenaban aquí sus aliados con cierta profusión.
Los efectos extranjeros que entraban por las aduanas insulares, no
iban dirigidos en exclusiva al mercado local ni mucho menos. Básicamente
tenían otro destino: las colonias españolas de América. Es muy dificil cal-cular
qué proporción de ellos fue consumida en las islas, aunque es verosí-mil
que no sobrepasara la tercera parte.
El auténtico fundamento del comercio canario-americano hasta la
emzncipzc-ción rzdicirla en !a reexprílrimes de .rrt1cu!m ~ ~ t r i n j ~ rdies ,
índole legal o fraudulenta, a cambio de los cuales se recibían productos in-dianos
y plata. A la hora de bosquejar algunos temas en torno a él a comien-zos
del siglo, siempre teniendo a la vista la recopilación de Escolar, conviene
hacer algunas consideraciones previas. La Estadsth refleja una situación
que fue anómala en los intercambios entre España y las Indias, porque en el
período que abarca se incluye el corto ciclo de 1802-1803, en que aquél!os
saldrían de forma provisional de la desarticulación que les caracterizaba y les
siguió caracterizando en el futuro25. Los reiterados bloqueos a que Nelson
sometió a Cadiz durante los años anteriores a Trafalgar, contribuyeron a
magnificar puntualmente la implicación de Santa Cruz en el comercio colo-nial.
Escolar, por ello, no es una fuente tan válida para el estudio de este ca-pítulo
de la historia comercial isleña, en tanto en cuanto no puede servir de
paradigma en todas sus dimensiones. Las magnitudes del tráfico legal
fueron sin duda sensiblemente menores como norma. Finalmente, el texto
presenta varias lagunas con las que su autor se tropezó al elaborarlo y no pu-do
cl~hrir,p or !o q1.x tod2 el-horación q1.x s~ haga d e sus datos r~sultar2
obligatoriamente aproximativa.
El puerto de Santa Cruz de Tenerife fue habilitado para el comercio
con América, junto al de Palma de Mallorca, por el reglamento del 12 de
24. En aquel bienio atracaron en Santa Cruz de Tenerife siete naves norteamericanas con
... -2 ...---.,...-.-...&.. .-. L,,h .,., ,., .,mrirrrin,ií
CbB PIVCCUCIICId, llldJ U L l a J LLCJ CVl l C I I J C I I a I I a I I Y U I ~ U C D a ,J YLCLL J 1.1-IUyY-.
25. *La Corona, en un intento de recuperar un comercio que se le escapaba de las manos,
decretó en 1802 la concesión de primas a las mercancías americanas reexportadas por puertos
peninsulares)). IZARD, p. 3 16.
Cuadro 111
Exportaciones tinerfeñas a las colonias en 1800-1804
Mercancías
1. Licores
2. Manufacturas de algodón y cáñamo
3. Comestibles
4. Manufacturas de lana y pelo
5. Idem metálicas
6. Idem de seda
7. Drogas, tintes y pinturas
8. Papel, jabón y almidón
9. Sal
10. Maderas
11. Cera
12. Ganado y volatería
13. Manufacturas de cueros y pieles
14. Loza, vidrios y piedras
15. Otras
Valor (rvon.)
7.082.723
4.619.148
1.756.622
398.924
239.590
233.720
197.605
147.492
87.525
44.925
38.400
34.880
22.200
21.081
117.378
15.044.213
Fuenre: Ibídem, tomo 111, pp. 356-64.
octubre de 1778. Su aduana era la única con autorización para introducir
productos indianos y sólo excepcionalmente, en caso de guerra, se admitía
hacer lo mismo por otras, vigilándose con esmero descargas y despachos
para evitar fraude+. A Las Palmas se le hizo extensivo tal privilegio por esta
razón, sin bien Escolar no pudo ofrecernos desglosadas las referencias a la
exportación e importación ni tampoco noticias sobre 1800 y 1804*7. Santa
Cruz de la Palma, asimismo, fue beneficiada con la entrada directa de ftu-tos
coloniales en 1800-1801 debido a la guerra con Inglaterra, sin que
sepamos el porqué de su extensión a 180328. Limitaremos, pues, a Santa
Cruz de Tenerife nuestros cálculos, no sin señalar que suponen con mucho
lo fundamental de este comercio para Canarias.
Con todas estas salvedades, vamos a intentar demostrar que: a) las ex-portaciones
que desde el Archipiélago se verificaron a las colonias, eran, en
su mayoría, extranjeras de origen, y, b) que las importaciones de productos
coloniales, americanos y filipinos, no entraban realmente en el mercado is-leño
y se reexpedían acto seguido a Cadiz y otros puertos metropolitanos de
forma preferente, hasta tal punto que sobre ellos descansaría la exportación
peninsularwanariao durante aquellos años. Así pues, reexportación a las co-lonias
de manufacturas textiles y harinas extranjeras y reexportación a la Pe-nínsula
de productos coloniales, son las dos piezas básicas de la estructura
del comercio exterior canario de principios de siglo.
En el Cuadro 111 relacionamos de mayor a menor los valores de las mer-cancías
exportadas por el puerto tinerfeño en el período 1800-1804. Basta
un simple vistazo para apreciar la inclusión de conceptos de naturaleza no
canaria o abrumadoramente extranjera. En esta nómina de Escolar, sólo se
mencionan en unos pocos casos el cariz foráneo o autóctono de los bienes y
falta la valoración de 9.872 112 libras de seda manufacturada en cintas, ta-fetanes
y demás. Aquellos renglones cuyo origen se señala expresamente,
los que siguen*?t
26. ¿f.M ~ÜAKESL ANXKG, aArrecife, ei puerco. ..», pp. SS-90, para scg&i d g ü i i o ~de
los eventos de la lucha por extender la habilitación a las demás islas.
27. Ibídem, tO 1, pp. 498-500.
28. ZbZdem, tO 11, pp. 331-332 y 351.
29. Sin incluir partidas de procedencia inequívoca, como las almendras locales, la canela
filipina, la miel de caña americana o las manufacturas metálicas europeas.
- Canarios
Aguardiente
Vinos
Botas
- Extranjeros
Algodón, lino y cáñamo manufacturado
Papel
Tafetanes y paños de seda
Lapiceros
Mana y pez rubia
Plumas
Peltre labrado
Arroz
Vidrios
- Coloniales
Aguardiente de caña
Pimienta
5o\; - Peninsulares
Indianas y pañuelos de Barcelona
4.320.288 rvon.
1.495.200 rvon.
22.200 rvon.
5.837.688 rvon. (38,80 %)
3.777.352 rvon.
113.040 rvon.
98.100 rvon.
32.000 rvon.
11.304 rvon.
7.060 rvon.
6.785 rvon.
1.440 rvon.
555 rvon.
4.047.636 rvon. (2690 %)
15.900 rvon.
1.701 rvon.
17.601 rvon. ( O,11 %)
10.837 rvon. ( 0,07 %)
¿Puede creerse que esta distribución se ajusta a lo que fue la realidad
de las exportaciones desde Canarias a América durante aquel quinquenio?
La respuesta tiene que ser obligatoriamente negativa. No sólo la mayor par-te
de los epígrafes 2. y 8. fueron extranjeros, sino también la del 3. (con una
adjudicación a la harina de trigo muy poco creíble), la del 4. y la del 5.
cuando menos. En el lo., además, habría que plantear el dominio de los
Estados Unidos o de las ciudades hanseáticas. Dentro de los propios «Lico-res>,
sin duda llegó a ser sobresaliente la intervención peninsular; tal vez
sean aguardientes catalanes o mallorquines los que se citan por un importe
de 1.143.000 rvon. Las manufacturas textiles catalanas, por otro lado, pare-cen
estar insuficientemente representadas y entre las «Drogas, tintes y pin-turas>
es constatable la supremacía filipina.
Al recoger después con detalle y por puntos de destino la repartición
de las mercancías que desde la aduana de Santa Cruz se consignaron a las
colonias americanas (por donde único se despacharían buques de libre co-mercio),
la documentación que utilizó Escolar es casi enteramente explícita
a propósito de la preponderancia extranjera en el trienio 1800-1802. Sin
agregar de cara a los <géneros extranjero- los «rancho* de las embarcacio-nes,
en donde no todos los frutos y efectos eran «del país>, el resultado que-da
de esta manera:
Idem de las mercancías
Valor Total extranjeras %
1800 2.522.894 rvon. 1.154.972 rvon. 45,77
-1-80- 1- 1.660.521 rvon. 1.171.297 rvon. 70;53
1802 4.647.258 rvon. 2.951.425 rvon. 63,50
8.830.673 non. 5.277.694 rvon. 59,76
Figura 2
Exportaciones extranjeras a las colonias americanas desde Santa Cruz de Tenerve (%)
Manufacturas de lino y cáííamo
Manufacturas de seda
Manufacturas de lana
Vasos de vidrio
Brea
Harina de trigo
Harina de trigo y otros
Comestibles (en 1802)
Papel
Otros
La composición de estas exportaciones está concentrada en. un 9 1,89 %
del valor en tres únicos rubros: manufacturas de fino y cáñamo por 3.073.70 1
rvon. (58,23%), manufacturas de lana por 923.702 (17,50%) y harina de
trigo por 853.080 (16,16%). Las primeras engloban por excelencia platillas
(766,720 rvon.), bretañas angostas (760.736 rvon.) y creas angostas (417.160
rvon.), debiendo haber entrado una apreciable cantidad de forma ilegal30.
Los tafetanes de seda, de fabricación francesa probablemente, alcanzarían
en 1800 un momento bastante alto. Condicionada por la guerra en 1800-
1801 y por el auge del comercio español con Indias de 1802 en un sentido
antitético, la muestra en cuestión podría tener validez como expresiva del
dominio de la aportación extranjera en las relaciones de Canarias con Ultra-mar.
No menos de la mitad de la tasación anual de toda la exportación y
«ranchos> de los buques había sido importada de Inglaterra (a través de Por-tugal),
de los Estados Unidos, las ciudades alemanas, Francia, etc.
Es sumamente engorroso descubrir cuál fue la exacta participación de
las producciones canarias en este tráfico. En el Cuadro IV recogemos las más
caracterizadas según nuestra fuente. Con toda seguridad, faltan algunos
efectos que desempeñaron un rol significativo. En 1800 se indica que fue-ron
destinadas a Buenos Aires chaquetas de lana y calzones y calcetas de lino
y cáñamo, «fábrica del país>, por un precio de 38.170 rvon., con calzones y
camisas de lienzo de idéntica factura consignadas a Veracruz. En los dos
años siguientes, la ropa producida por los modestos artesanos locales seguro
que continuó exportándose hacia esos u otros puertos americanos, con una
pequeña demanda que no debió constreñirse a los emigrantes pero que
tuvo en ellos su principal sostén. Aparte de Río de la Plata (hay que pensar
en la numerosa colonia isleña de la Banda Oriental), Cuba recibiría asimis-mo
estos suministros artesanales de lino o cáñamo; en el bienio último, sin
30. Las importaciones extranjeras de estos tres géneros por Santa Cruz se reducen en ese
lapso a:
Platilla . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 365.655 rvon.
Bretañas angostas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 359.181 non.
Creasangostas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 83.130rvon.
La diferencia pudo haber sido almacenada previamente o venir por las aduanas de otros
puercos, con el de La Orotava ocupando un destacado lugar, mas es demasiado grande como
para no suponer un arribo por vla del contrabando. Lo mismo puede señalarse respecto de la
harina de trigo, básicamente norteamericana, pues su valoración se limita a 207.105 rvon. tan
sólo. Entre las manufacturas de lana, la relación del valor de la bayeta importada del extranjero
(166.650 rvon.) y la remitida a América (150.628), es a su vez indicativa de cuál era el priorita-rio
xomodo de tales piezas. Ibídem, t0 111, pp. 436-478.
Cuadro IV
Principales mercancías exportadas a América por Santa Cruz de Tenerife (1800-1802)
;c Manufacturas de lino y cáñamo 1 M e . de lana
+< Harina de trigo
w Manufacturas de seda
Aguardiente
Manufacturas de seda
-. Vinos* $5 Almendras " C>
1800 1801
Valor % Valor %
968.157 38,37 1.125.610 67,78
- - 15.510 0,93
- - 22.800 1,37
146.080 5,76 -
130.195 5,16 15.460 0,93
116.603 4,62 155.330 9,35
19.910 0,78 7.289 0,43
38.939 1,54 2.628 0,15
1802
Valor %
979.934 21,08
908.192 19,54
830.280 17,86
- -
892.815 19,21
323.249 6,95
123.870 2,66
37.729 0,81
1 Vidueños casi en su totalidad, con malvasías sólo por 2.760 rvon. y enviados en su mayor parte a Veracruz en 1800.
Fuente: Ibídem, tomo 111, pp. 382-411.
-4
O
v.>
Total
Valor %
incluir los que se mandaron en los correos, se evaluarían en 18.382 Non.
Mas si en este punto nos quedamos cortos, en otros aspectos hemos pecado
de una generosidad extrema.
Se sabe que la oferta de aguardientes canarios tuvo y seguiría teniendo
en Hispanoamérica su casi único soporte. En la cantidad que se incluye en el
Cuadro se han sumado todos los valores de esta mercancía e incorporado los
de los litorales, que apenas a veces se citan como «del país». En 1801, sin
embargo, los Estados Unidos introdujeron en Santa Cruz aguardiente pe-ninsular
por 8.250 rvon. y los portugueses otro tanto con el suyo hasta los
9.7503l. Ignoramos si algunos fueron reexportados a las colonias en definiti-va,
extremo no descartable en absoluto. En cuanto al vino, que ocupa una
posición muy mediocre (la cifra anteriormente indicada, de ser cierta, sugie-re
unas afluencias masivas en 1803-1804), semejante fenómeno sería a lo
ieu-rj.u- ,.ll-. .-.i.ii ucliu i-i2i,a i ,u,+,l.Iu, r a v r L . E , !80V cntml r per ucpe!!a a&ma vino
madeirense apreciado en 145.200 Non. y venido de Inglaterra, mientras el
francés alcanzó la cuantía de 25.400; el de Burdeos que llega en 1801 se va-loró
en 16.080 y en 1802 accederían otros de Málaga desde los puertos in-gleses
por 6.3003=. El contrabando fue con toda probabilidad quien se en-cargó
de colocar una porción de estas remesas en los mercados coloniales,
aunque otra pudiera salir legalmente. Como también hicimos a propósito
de las almendras, hemos tenido en consideración los aprovisionarnientos a
los buques, los «ranchos>, que serían cuantiosos en algunas ocasiones. No
quisimos limitarnos a la demanda colonial, sino averiguar en conjunto lo
que el comercio indiano reportaría para nuestra producción, inclusive todo
aquello comercializado por él.
Las obras de seda entrañan una problemática muy superior. Exportar a
América 6.90 1 libras de seda manufacturada (no aparece la medida que co-rrespondió
a Puerto Rico en 1800) era más que posible para la artesanía lo-cal,
sin duda. El Censo de la riqzeza territod e indzstn'd de Espka de
1799 nos adjudica una producción de i 3.4 ib libras de seda Íina a1 pie& de
45 rvon. c/u y 11.107 de seda ordinaria por 30. Con ella se elaboraron
35 1.164 varas de tafetán a razón de 15 Non. por unidad y 345.600 de cintas
a 1 1 / 2. El profesor Regulo apunta que, si bien la materia prima debió ser
eminentemente palmera, su procesamiento se locdizó más que nada en
31. Ibídem, pp. 452 y 465. No serían las únicas partidas, pues aguardiente de Ginebra Ile-gó
desde Inglaterra en 1802 por otros 2.400 (p. 476).
32. Ibídem, pp. 440-441,455 y 476.
Tenerife, por el mayor número de buenos telares de que disponia33. Desde
el extranjero, pese a todo, afluían numerosas confecciones sederas (bien me-dias,
pañuelos y quitasoles o listonería y rasoliso), para suplir las deficiencias
de la artesanía insular y por sus precios más bajos, terminando la competen-cia
industrial exterior (francesa, inglesa, portuguesa o catalana) por arrui-narla.
Otra cuestión espinosa es, efectivamente, la de la sedería peninsular
que llegaba desde Cádiz. En 1804, las de este origen despachadas con rum-bo
a las colonias conquistarían un importe de 33.200 rvon., frente a los irri-sorios
1.788 de tafetanes y cintas «del país>34. ¿Ocurrió algo parecido con
anterioridad? Nosotros hemos optado por prescindir de cuantos artículos
exigían un nivel técnico más alto y reducir la cuenta a cintas, tafetanes y se-da
torcida, aunque incluso aquí es obvio que no puede descartarse una
comparecencia foránea3'.
Otras producciones, al margen de las citadas ropas de lino y cáñamo,
aumentan desde luego la implicación indígena en el comercio colonial, pe-ro
no representaron niveles de consideración. Los comestibles, desde cebo-llas
a papas, gofio, judías, millo o pescado salado, abundan ya en los envíos
a los puertos o en los «ranchos> de las embarcaciones mercantes y correos; la
carne de vaca y puerco salada tuvo aquí alguna entidad. La brea «del país
significó en los tres años un valor de 2 1.135 rvon. y el del azúcar de igual ín-dole
que fue en 1802 para Buenos Aires se elevaría a 14.100, llegando los 80
pares de botas para La Habana a 6.000 y los 68 para La Guaira a 5.100. La
exportación agrícola tenía el complemento de otra artesanal (textil o zapa-tera),
más notable porque el aguardiente entra dentro de la «industria viní-
33. En 1735 operaban 90 telares tinecfeño, que en 1777 se había reducido a 44. La Palma,
en 1775, contaba con 3.000 de todas clas'es. La producción sedera canaria de 1813 (8.285 li-bras),
es reveladora de la crisis que este sector padeció en tan breve espacio de tiempo; un
61,27% (5.077 libras) era palmera, un 19,45% tinerfeña (1.612), un 13.06% gomera (1.248)
y el resto grancanaria (348). Nuestras sederías fueron barridas tanto del mercado indiano como
del interior especialmente. Cf.Juan REGULO PEREZ, LaLagunay lasenCulzura canana, La La-guna,
1976, pp. 51-52.
34. ESCOLAR, t0 111, p. 414. Dichas obrasse destinaron a Cumaná.
35. Los géneros no incluidos llegan a valer apenas 99.285 rvon. durante el trienio, por los
que en el caso de haber alguno autóctono no afectaría grandemente al resultado final. A la in-versa,
existe la posibilidad de que entre los que suponemos extranjeros se encuentren algunos
del país, porque «las seiíoras más bien acomodadas no desdeñaban de emplearse en hacer me-dias
de hilo, bolsillo de seda, cordobanes y cintas de lo mismo para enviar riesgos a la América,
mientras que el sexo más robusto se ocupaba en los tejidos de tafetanes y otras telas con el mis-mo
objetos. «Memoria relativa al comercio interior y exterior de las Islas Canarias, 1831», en El
Museo Canario, no XXXV (Las Palmas, 1974). p. 179.
cola», lo que conlleva una singularidad en nuestro comercio exterior, priva-tiva
del mercado americano. De cualquier forma, por mucho que se incre-mente
el montante total de las exportaciones específicamante canarias, éstas
no debieran superar por norma el 25 OIo del valor de las mercancías que reci-bieron
los puertos de Indias o los barcos para la manutención de sus tripu-laciones.
Un porcentaje similar pudo ser el de las peninsulares y coloniales reex-portadas.
Estamos convencidos de que las primeras adolecen de una infra-rrepresentación
en la Esta&stica. En 1804, cuando con más frecuencia se las
señala expresamente, las conducidas desde Cadiz supusieron 80.945 rvon.
(manufacturas de seda, de lana y pelo, papel, aceite, vino tinto, etc.) , ade-más
de 1.800 en géneros de algodón que vendrían de La Coruña36. Durante
el lapso escogido (Escolar no aporta indicaciones de 1803), las indianas y los
pañlielos de algodón o seda «fábrica de Barcelona» se limitarían a un impor-te
totai de 14.288 rvon., manufacturas dirigidas a Cartagena de Indias y a
La Habana en 1802. No parece que esta cantidad sea la única expresión de
la industria catalana dentro del concierto mercantil canario-americano de
entonces. La guerra marítima con Inglaterra de 1797 frustró efectivamente
el gran desarrollo experimentado por el comercio de Barcelona con Ultra-mar
entre 1778 y 1796, pero no puede decirse que los nexos con las posesio-nes
americanas quedasen totalmente interrumpidos hasta la Paz de
Amiens37. En 1800 se facturarían desde Santa Cruz 67 1 resmas de papel con
rumbo a Veracruz y Buenos Aires por 23.901 rvon.38. La navegación directa
bajo bandera española entre la ciudad condal y nuestro puerto habilitado,
no fue restablecida hasta 180239, aunque Cadiz pudo servir de canal con
Barcelona para que su producción industrial o agrícola accediese a lac colo-nias
por conducto isleño. Suponemos que las 890 varas de indianas basta y
entrefina (12 llegarían a Las Palmas), los 52 pañuelos de algodón y los 336
de seda a que se reduce la reexportación específicamente catalana de ese año
(con una sola pipa de vino tinto), distan de representar con exactitud el vo-
36. Ibidem, to 111, pp. 412-420. La no inclusión de las importaciones peninsulares, como
capítulo independiente en dicha obra, nos impide elaborar este punto con el debido rigor.
37. Antonio GARCIA-BAQUERO GONZALEZ, <Comercio colonial y producción indus-trial
a-fines del siglo XVIIIo, en AgnkItzra, comercio colonialy crecimiento.. . , pp. 279-283.
38. En 1804 le seguirían otras 300 provenientes de Cadiz hacia Cumaná, por 18.800 Non.
ESCOLAR, t0 111, p. 415.
39. Un bergantín y una poiacra de Barcelona entrarían ese año, saliendo hacia alií un ja-beque.
En 1803 llegan dos fragatas y una goleta y en 1804 un bergantín con tal pabellón. Ibí-dem,
pp. 532, 535-536 y 560.
lumen de la presencia real del Principado. De una parte, los cotones produ-cidos
totalmente en Cataluña y los lienzos pintados de lino o cáñamo que se
importaban del extranjero y se teñían a11í40, junto a encajes, medias, paños
y bayetas, ocupan en el espectro de los textiles nacionales una proporción
seguramente más alta que los indígenas. Conviene indicar que en 1801 se
emitió una real orden por la cual, a instancias de los fabricantes de pintados
catalanes, se mandó destruir todas las fábricas y manufacturas existentes en
el virreinato de Nueva España41. Por otro lado, si el aguardiente fue el se-gundo
artículo de exportación catalán detrás de las indianas, aun cabe pen-sar
que alguna porción del remitido desde Tenerife lo fuera. Las sederías,
con el tercer puesto, es muy dificil que hayan estado ausentes en la aduana
de Santa Cruz; lo que sucederá en 1804 acaso sea expresivo de su introduc-ción
y tenga precedentes. Inclusive la franca decadencia de los tejidos de la-na
no es razón para excluirlas de las islas. Dos industrias secundarias, la pa-pelera
y la sombrerera, se agregarían por último a semejante movimiento,
del que no pueden desecharse otros capítulos42. En aquel año se expedirían
361 sombreros a Cumaná, Buenos Aires, La Guaira y La Habana por 9.009
non., que podrían ser tanto autóctonos como catalanes.
La reexpedición de productos coloniales constituye otro apartado a
considerar. En buques de la Real Compañía de Filipinas se despacharon en
ese trienio mercancías por valor de 60.930 non., encaminadas a Buenos
Aires, Puerto Rico, La Guaira y Veracruz, entre las que sobresalen la canela
y el canelón43. Azúcar de La Habana (25.040 rvon.) y miel de caña (3.750)
lo serían a Buenos Aires en 1801, lo mismo que aguardiente cubano (4.440)
un año después. Estas aportaciones, más las catalanas, andaluzas y demás
(aceite, sal, fideos y comestibles diversos), estimamos que en realidad se
acercan a la valoración de las exportaciones canarias en aquel período. Es
40. Cf. J. FONTANA LAZARO, Kolapso y transformación del comercio exterior español
entre 1792 y 1827. Un aspecto de la crisis de la economía del Antiguo Régimen en España*, Mo-neday
Crédito, no 115, diciembre de 1970.
41. Antonio GARCIA-BAQUERO, problemática en romo alas burguesías de Cádiz y La Ha-bana
a fin del Antiguo Régimen», en La quation de la "bougeoisie" dansh monde hispanique
au XIXc sii?cle, Burdeos, 1973, p. 165. En la metrópoli, el proceso de nacionalización de la hi-latura
de algodón se acelerará a partir de 1802, al disponerse el 20 de septiembre la prohibición
absoluta de los hilados extranjeros. Tal medida y las dificultades del tráfico marítimo, fomen-taron
la adopción de medios técnicos más modernos. Cf. Jordi NADAL, Elfiaccaso de /a revolu-ción
industnalen Espana, 1814- 1913, Barcelona, 1978, pp. 189- 190.
42. GARCIA-BAQUERO, «Comercio colonial.. .», pp. 284-294.
43. Ambas por 38.950 Non., siguiéndoles la cera con 14.400, los abanicos con 4.680, saya
por 1 .%O y pañuelos y juegos de té en los correos a Buenos Aires por los 1.140 que restan.
muy complejo hablar de porcentajes debido a la indefinición de nuestra
fuente, pero nos inclinamos por admitir que los efectos extranjeros oscila-rían
alrededor del 55-60% del valor total medio exportado comúnmente,
los insulares de un 20-25 a lo sumo y los peninsulares y coloniales del 15-20.
Desde luego, más de las tres cuartas partes del monto global de la exporta-ción
ultramarina consistió en mercaderías industriales o agrícola foráneas.
Las importaciones desde los dominios americanos se corresponderán
con aquellos rubros de exportación que habían tenido un gran dinamismo
en el XVIII: cueros del Río de la Plata, cacao de Venezuela, etc.44. Los pri-meros
serán rioplatenses ante todo por las grandes remesas de 1801, embar-cadas
en Buenos Aires mismo. El cacao venezolano lo fue en La Guaira, y en
La Habana en bastante menos medida. También arribó el de Guayaquil, en . -
las templadas tierras altas del futuro Ecuador, a través fundamentalmente
A- R..,,,, A 7, T irno riiho-rir nrir on+nnr\mor;o f i T P r n n -1 o7í111or Itf-oc P I UL uuciiva i r i iLa y ~ r i i i a .u uurriivi yvr aii~viiviriaaiui u ~ i v i LiA r r r u ~ c r r{ iiua L A
cual se sitúa el filipino) y el aguardiente de- caña. Palos tintóreos y café ven-drían
asimismo de La Habana en primer término, siguiéndole Campeche,
San Juan de Puerto Rico y La Guaira. Las más intensas vinculaciones con
cuba permitirían recibir desde ella muchos de los patrones básicos de la
producción continental, en particular lógicamente de Nueva Granada y
Nueva España. La ausencia del tabaco, como veremos más adelante, sólo re-sulta
comprensible si atendemos al contrabando.
El 8 1,34 % del valor del añil importado en 1800- 1802 proviene de Ma-nila,
situándose a distancia La Guaira con un 11,16 y el resto repartiéndose
entre La Habana, Campeche y San Juan. La carrera hacia Veracruz y Lima
hizo posible, entre otras, la entrada de productos orientales, bien oriundos
de Filipinas o introducidos allí desde distintas regiones. Tal es el caso de los
tejidos de algodón (mahones, cangilones, etc.) y de las obras de seda (raso-liso
cantón y nanquín, pequín azul, etc.). La canela y la pimienta de la pe-queña
isla de Jolo o de Borneo, incorporan la especiería aunque fuese en
una dosis muy iimitada.
Las relaciones mercantiles con las colonias ultramarinas estuvieron a
cargo en primer lugar de naves de bandera española, entre las que interven-drían
correos. Si comparamos el diagrama que sigue con el reproducido an-teriormente,
se apreciará que es el comercio americano quien sostiene de
rn9nPr-a nrirnnra ial e! pase de fiilpsrrn Pahe!!ón p r Santa Cnz l a &feon- r-----------
cia total entre las llegadas y salidas a lo largo del quinquenio (50 barcos), se-
44. Cf. Nicolás SANCHEZ ALBORNOZ, Lapoblación de Aménka latina, Madrid, 1973, pp
125- 150, para una visión del crecimiento económico y demográfico experimentado desde 1750.
Cuadro V
Importaciones de productos coloniales por Santa Cruz de Tenerife (1800-1802)
Mercancías
Cueros1
Azúcar
Cacao
Añil
Aguardiente de caña
Tejidos de algodón
Palos de tinte
Cobre
Obras de seda
Café
Canela y pimienta
Otras
TOTAL
Valor
452.1 O0
107.297
70.845
46.320
43.040
11.736
-
32.57 1
4.300
12.485
20.218
800.912
Valor
9'59.340
:38.000
667.304
134.969
-
38.870
4.500
68.076
:27.153
1.780
19.125
41.745
2.0100.862
1 Cueros curtidos y al pelo, cordobanes y cabezas de suela curtida.
Cantidades redondeadas y valores en rvon. No se incluyen el oro y la plata.
-4
Fuente: Ibidern, tomo 111, pp. 366-77.
1802
Valor
970.360
935.260
327.313
708.383
206.805
12.478
67.310
-
7.019
38.046
10.490
274.332
3.557.796
Total
Valor %
ñala sobre todo la contribución canaria en tales travesías. El peso funda-mental
descansa, evidentemente, en las dotaciones que desde Cadiz hacían
escala. Aunque en 37 casos no se especifique el puerto de destino, a La Ha-bana
se dirigieron 47 de las 159 embarcaciones contabilizadas y a Montevi-deo
otras 33, pasando éstas después a Buenos Aires y retornando a Tenerife.
Entre los demás sobresalen La Guaira con 16 y Veracruz con 9, expresión de
los lazos directos con Nueva Granada y Nueva España. Las conexiones con
Cumaná o San Juan de Puerto Rico se vieron favorecidas por la citada real
orden de 24 de junio de 1791. El impacto de la guerra con los ingleses redu-ce,
pero no colapsa, las comunicaciones en 1800-1801, que hasta la nueva
confrontación de 1804 experimentan sin duda un restablecimiento
importante. En suma, el 28,84% de los buques que salen de Santa Cruz en
ese intervalo, son españoles con dirección a las posesiones americanas. Al no
producirse en 1803 la caída que afecta a la restante navegación, el porcenta-je
se eievará ai 40,8%".
Las entradas de productos coloniales por la aduana de Santa Cruz, no
reflejan en primera instancia otra cosa que el carácter de estación de tránsito
que el puerto habilitado tiene para el comercio de la metrópoli con los do-minios
de América. Apenas una fracción minoritaria debió ser de adquisi-ción
local; redistribuida al cabo hacia otras islas o enajenada a los extranje-ros.
Francia importaría cueros por valor de 90.000 rvon. y Suecia por 75 .O00
en 1801, año en que el azúcar destinado a Hamburgo supuso 63.965, el añil
para los norteamericanos 26.880 y el que comprarían los suecos 23 .O4O. Las
tomas francesas de azúcar en aquel punto se elevan en 1802 a 754.288
rvon.46. Hacia el norte de Europa o los Estados Unidos debió encaminarse
por la espita del contrabando una parte enjundiosa del añil filipino o de los
cueros rioplatenses. En medio de la guerra y luego de la precaria tregua en
que termina, Santa Cruz fue para beligerantes y neutrales un centro más có-modo
para surtirse de productos colonides, sin los riesgos que comportaba
surcar el océano y a pesar de los corsarios que infestaban las aguas canarias.
El grueso de aquellas mercancías, si bien prácticamente imposible de
calcular con exactitud recurriendo a la E~tadsticata n sólo, estuvo de ante-mano
reservado para los mercados peninsulares. Más de las tres cuartas par-tes
del valor de las «exportaciones tinerfeñw a la Península en 1802-1804,
consistieron en productos coloniales americanos previamente adquiridos o
contratados en ia metrópoii. Entre OS depósitos en tránsito aparecen ei
45. ESCOLAR, to III, PP. 566-585.
46. Ibddem, pp. 505, 508-5105~1 3.
Figura 3
Salidas de buques por Santa Cruz de Tenerife (1800-1804)
A las colonias americanas
alquitrán (recibido desde luego en los dos años últimos) con un 3 1,13 % de
la valoración, el cacao venezolano con un 28,39, el azúcar cubano con un
24,28, los cueros y las suelas con un 6,73 y el café con un 4,15%. Los proce-dentes
de Filipinas se reducen a la pimienta negra.
Por mucho que nos hayamos equivocado en el cómputo que figura en
el Cuadro VI, la asignación isleña no podría pasar de un 15% del valor trie-nal
recogido, un porcentaje que a buen seguro fue bastante mayor cuando
los intercambios con las colonias no pasaban por una época tan favorable.
En todo caso, las <exportaciones palmeras> de 1800- 1801 patentizan que,
aun en momentos de contracción, nuestros puertos tendrían una mera fun-ción
de escala para el comercio colonial en cuanto a sus relaciones con Cadiz
y otros enclaves españoles. La única exportación insular que salió desde San-ta
Cruz de La Palma hacia allí, fueron 29 arrobas de azúcar por un precio de
2.175 rvon. en 1801, frente a los 406.685 que significarían los efectos colo-niaies
de pertenencia espaiioia (cueros al peio con un 58,33 % y cobre en ba-rras
con un 38,25), según las cotizaciones que tenían en América puestos a
bordo y con los recargos de almacenaje, embarque y demás al arribar a la is-la47.
Cuando esta función de simple escala no actúa, los valores de las pro-ducciones
locales pasan a primer plano. Tal ocurre en Gran Canaria entre
1802-1804, con una exportación peninsular centrada en las judías y, rezaga-damente,
en el vino, las almendras, el café extranjero ([brasileño?) y los
productos coloniales por último (cacao de Caracas, palo campeche, canela,
azúcar, cueros al pelo y miel de abeja)48.
Función de escala, estación de tránsito, antesala para la introducción
(legal o fraudulenta) de manufacturas y harinas extranjeras en los mercados
indianos, aprovisionamiento de los buques que cubrían las rutas atlánti-cas..
. La América colonial era igualmente la base principal del interés euro-peo
y yanqui por las islas. Los vidueños, la barrilla, la orchilla o los aguar-dientes
podían intercambiarse por mercaderías inglesas, norteamericanas,
francesas, germánicas, suecas y demás, gracias a que los consumidores de las
coionias absorbían principaimente estas úitimas. La independencia se en-cargará
de evidenciar hasta qué punto el comercio canario dependía de la
salvaguardia americana. Y, por sobre todas las cosas, América fue y seguiría
siendo, tras los primeros escollos de la emancipación, la fuente de las reme-
, sas indianas que permitieron saldar los déficits de la balanza comercial.con
el exterior, que dieron impulso a la circulación monetaria y convertirían al
47. Ibídem, t0 11, p. 327.
48. Ibídem, to 1, pp. 484-485.
Cuadro VI
Exportaciones desde Tenerife a la Península en 1802-1804
Concepto Valor (rvon.) %
Productos americanos
Idem filipinosl
Idem europeos y norteamericanos
(metrSpn!is y cn!nnias)2
1dern.de presas
Idem canarios
Otros
1 No figura el valor de cinco piezas de cangas en 1802.
2 Con las manufacturas de hierro en primer lugar, seguidas de canela y canelón de la India
y harina de trigo, además de cortas partidas de medicamentos, manufacturas de algodón,
lino y cáñamo, brea, azúcar, alquitrán, maderas y té El cobre que incluimos aquí (7.650
rvon.) podría ser americano.
3 Por riguroso orden decreciente, se incluyen: seda en rama y una corta porción torcida
(que suponemos fundamentalmente palmera), judías, orchilla, azúcar de La Palma, vino
y barrilla, quedando después a distancia y con pequeños valores algunos comestibles
(garbanzos, papas, higos pasados, etc.), aguardientes y camisas de lienzos del país.
Fuente: Ibidem, tomo 111, pp. 340-43. La Real Hacienda detrajo un millón de rvon. en
1804 (7.130 en el año anterior), encaminándose hacia los puertos peninsulares
ouos 475.307 112 en 1802-1804 y alguna plata y oro labrada. ,
Archipiélago en un activo foco desde el que también se surtían de plata me-xicana
los mercados europeos y estadounidenses, aparte de la metrópoli
(Real Hacienda y demás).
México producía en 1800 el 66% del total mundial de plata e Hispa-noamérica
contribuía con el YO%@. Los ahorros de los emigrantes que con-fluían
en su tierra natal y los beneficios del comercio indiano, generaban
una corriente de numerario imprescindible para la economía isleña. Refi-riéndose
a La Palma, Escolar es terminante a la hora de establecer una pre-lación
entre unos y otros:
«...muchos de los frutos y moneda que de las Colonias entran en ésta y demás
islas no representan capitales que los isleños han llevado de su páis a ellas,
sino el precio del trabajo personal de aquellos que emigraron a América y se
restituyen pasado algún tiempo a su pabsO.
La Estadstica nos permite conocer el volumen de esta inyección metá-lica
en 1802 y 1804. La superioridad de Cuba no precisa comentario alguno,
y decir Cuba es desde luego decir emigración. La elevada suma del primer
año, procede del corte que padecieron estos suministros de metales precio-sos
por la conflagración con Inglaterra, acumulándose ahí los del bienio an-terior.
En el segundo tenemos una imagen más ajustada de su posible mag-nitud
normal. Las remesas venezolanas, únicas que aportan piezas de oro y
que hegemonizan claramente los arribos no amonedados (plata labrada y
alhajas de oro), presentan una cuantía muy inferior pero en absoluto des-preciables'.
Fuera de Tenerife, apenas tenemos noticias de La Palma. En
1801 acceden por su puerto capital monedas (imaginamos que de plata) por
22.720 Non. únicamente, pero dos años más tarde se elevarían a 408.140 al
desaparecer los obstáculos bélicoss2.
La reanudación de las hostilidades con los ingleses en 1804 provocaría
ctrc e c s c de! wmrrcie cc!nniu! y e! resliiebr-mitntr! & les T ~ ? d~e I2~ ~ ! ~ ~
metrópoli con América. si 'la crisis no llegó a katerialiiarse en las islas, h e
49. John LYNCH, Las sevokciones hispanoamericanas, 1808-1826, Barcelona, 1976, p. 23.
50. Op. cit., tO 11, p. 351.
51. La aportación filipina es muy marginal y se reduce a este último extremo. En 1800 se
recibirán en Santa Cruz de Tenerife alhajas por valor de 3.675 rvon. y palilleros y una cigarrera
l. --- 9 > * c . -- -0n9 -....ll-n- ---- - -- 2 9 7 2 .. --l---- A- -l-*- -. -..-L n'.:ll-- --- uc p aw PUL 2nn 3.311, LLZ IOVL., L*UCIM uc VI" PUL, .L.,J y J ~ K L U Ju c ~ > J ~ L yL C UCI ILI I I I ~ PUL JUV.
Ibídem, tO 111, pp. 366 y 375.
52. Ibídem, t0 11, p. 332. En 1800 y 1803, además, 4.545 rvon. en plata labrada y 546 en
oro labrado.
por el rumbo que tomarían los acontecimientos internacionales. En efecto,
las guerras del Imperio napoleónico y la invasión de la Península Ibérica,
harían posible un efímero crecimiento de nuestra viticultura y un corto ciclo
de esplendor para el comercio barrillero. El abastecimiento de vinos a Ingla-terra
desde Portugal, España y Francia quedó arruinado y las barrillas sici-lianas
y del sudeste español no estuvieron en condiciones de competir allí
con la canaria. Por imperativos de la nueva singladura político-militar, el
mercado inglés se abriría transitoriamente a la oferta local de cultivos domi-nantes
y el perdido dinamismo de otras etapas resurge, se intensifica y ge-neraliza.
Se ha dicho que los años 1809- 181 5 fueron particularmente beneficio-sos
para el comercio canario con el Reino Unidoss. Al mismo tiempo, la tre-menda
expansión de su marina obligó a los británicos a adquirir vinos loca-ies
para proveer ei creciente consumo de sus flotas, ante todo de ias que na-vegaban
hacia Oriente. En abril de 1813, por ejemplo, un convoy con rum-bo
a la India e integrado por más de 40 unidades, hizo escala en Santa Cruz
de Tenerife para cargar un considerable número de pipass4. El marqués de
Villanueva del Prado, en un informe de 18 15, asegura que los comerciantes
firmaron por aquí contratos ventajosísimos con el gobierno londinense. El
suministro de tales escuadras haría subir los precios, que pasaron de 1.100
rvon. la pipa en 181 1 a 1.200, 1.350 y hasta 1 .>O0 al siguiente año, mien-tras
que en 1799 sólo llegaban a 55555. LOS mismos portugueses tuvieron
que imitar a sus aliados. La fragata Camoens acudió al Puerto de la Orotava
por estas fechas para cargar vidueños y navegarlos hacia sus colonias orientales.
Un autor coeáneo, Alvarez Rixo, escribió al rememorar aquella bonan-cible
coyuntura que Tenerife «debiera estar empedrada de oro y plata». La
isla vitícola por excelencia no solamente vivía el esplendor de sus caldos,
que apara el menudeo, habrían de costar, nos dice, 1.800 rvon. la pipa y
mucho más los de clase superior. Como centro del comercio interinsular y
sede de ias empresas mercantiies más poderosas, acaparaba ia orchiiia de
Gomera y Hierro, controlaba la exportación de barrilla de Lanzarote y Fuer-teventura,
canalizaba la comercialización de los aguardientes (el garrafón
53. Joaquín NADAL-FARRERAS, %Dependenciay subdesarrollo: el caso canario. Nota sobre
las relaciones comerciales entre Gran Bretaña y las Islas Canarias, 1809-19143, en Hacienda
-P -G.h-li.r.n- -F.-Fr wh,n."r"ied, n n o 2.Q /107h\ .. , " \ A , , " , , p. 159.
54. Francisco Escolar y Serrano a Francisco Cabrera y Ayala, Santa Cmz de Tenerife, 13-IV-
1813, en Arch. Juan Antonio Martín Cabrera, Las Palmas (en adelante JAMC).
55. Alonso deNAVA Y GRIMON, «Un mal endémico en la economía canaria: la extracción de
numerario de las islas, en Tres rnformes.. ., p. 70.
Cuadro VI1
Arribos de metales precioso^: a Santa Cruz de Tenerife (1802 1804)
Procedencia Monedas de plata Plata labrada Monedas de oro Alhajas de. oro
La Habana l 8.972.83 8' 6.720 - 2.977
oO? La Guaira 122.840 15.160 124.600 8.746
Campeche 10.000 - - -
g La Habana l 2.103.7 17 - - -
2 La Guaira 326.952 13.716 129.200 28.160
1 No se incluyen 34.353 rvon. para caja de soldadas.
. ..e Valores en rvon.
Fuente: Ibídern, tomo 111, pp. 372-73 y 378-79
Esquema del comercio exteria~r canario a principios del XIX
Nota: En línea discontinua las mercancías autóctonas y en línea continua las foráneas, ya de importación o de reexportación.
alcanzó a valer por encima de los 100 rvon.), la seda en rama (cuyo precio
por libra caiculábase a partir de la fanega de trigo, excepto al producirse ex-cesivas
alzas cerealeras), así como otras producciones reservadas a los merca-dos
coloniales, por monopolizar la habilitación en Santa Cruz. Una sola
nube alcanzó a divisar el inteligente estudioso en medio de aquel radiante
panorama: la escasez de granos, que obligó en 181 1 y 1812 a importarlos de
Madera en considerables partid&.
Por mucho que las epidemias de fiebre amarilla de 18 10- 18 11 no cor-taran
el tráfico mercantil («los intereses superaban el riezgo~a, firma Alva-rez),
en Tenerife se padecía una crisis de la agricultura policultivista desti-nada
á1 mercado interno y se hubo de recurrir al exterior para palida. Más
de 60 barcos extranjeros anclaron en 1811 en el Puerto de la Orotava, espe-cialmente
norteamericanos que traían harinas, millo y otros comestibles,
«que a no haber sido este ausilio habría perecido gran parte de la población
de ia ysia».
La situación que describe el cronista insular se prolongó aun en los años
posteriores. Las malas cosechas de trigo y cebada de Lanzarote y Fuerteven-tura
en 181 1- 18 12, no permitirían verificar los acopios necesarios en ellas.
Los propios mercados extranjeros terminaron por no estar en disposición de
ofrecer suministros. De la América británica procederían también buena
parte de los mantenimientos consumidos err las islas durante la Guerra de
Independencia. Pues bien, el 1 de junio de 1812, Escolar expresaba al prcs-bítero
Cabrera su preocupación por d cierre de aquellos puertos decretado
para tres meses por el gobierno, afirmando que de prolongarse otro tanto
no habría posibilidades de sobrevivir57. Nuevamente fueron los yanquis
quienes permitirían un respiro. A principios de agosto ancló ante Santa
Cruz un buque procedente de Boston con 1.200 barriles de harina, mas
junto a este importante cargamento trajo una alarmante nueva: la belige-rancia
entre británicos y estadounidenses, conflicto que amenazó tanto con
56. José Agustín ALVAREZ RIXO (1796-1883), Cuadro histórico de estas Idas Canarias o no-ticiasgenerales
de su estado y acaecimientos más memorables durante los cuatro anos de 1808 a
1812, Las Palmas, 1955, pp. 125-126. Prólogo de Simón Benítez y epílogo del marqués de
Acialcázar.
57. d o que es indudablemente malo, muy malo para nosotros, es el ceramiento (sic) de
los puertos de la América inglesa que ha decretado aquel gobierno por tres meses. En la escasez
suma que padece esta provincia, ¿dónde se surtirá de víveres, si extienden a más tiempo esta
medida? Yo espero que esto no será más que un amago; pero si se extiende a otros tres más, en
que hayamos consumido los pocos fmtos que producen este año estas siete peñas, perece-remos.
agudizar la crisis de subsistencia como con una parálisis de las exportaciones
vitícolas58. Así, la segzlnda gzlen-a de independencia por la conquista del
Canadá (1812-1814), contribuiría a depreciar los vinos por oponer a nues-tros
principales clientes y frenar el normal desenvolvimiento de la navegación.
En propiedad, las guerras de aquella etapa no reportaron para nuestros
cultivos dominantes todo el provecho que se pretende. La depreciación vití-cola
empezó a producirse bastante antes de la 2a Paz de París (noviembre de
1815). Villanueva del Prado advierte que las manipulaciones y el monopo-lio
de facto que ostentarían dos o tres firmas del Puerto de la Orotava, fue-ron
suficientes para provocar la drástica baja de las cotizaciones que se ob-serva
en 18 14 («a la mitad y aún menos>), tendencia que al año se conver-tiría
en «escandalosa reducción»s9. Los problemas con la barrilla surgen in-clusive
mucho antes y ofrecen mayor envergadura. Los precios en Londres se
dispararon durante 1808 y 1809, pero después experimentarían un descenso
notable que causó graves quebrantos. Tres años tardarían en venderse los
5.309 quintales que, en la fragata española Los Trer Amigos, consignan en
agosto de 1810 el presbítero Cabrera y el traficante Juan Bautista Descoubet
a la orden de la casa Garcías y Lewis, sin que tan larga espera arrojase el éxi-to
apetecido@. La razón fundamental de todo ello estriba en la repulsa de
las autoridades napoleónicas a conceder nuevas licencias de importación a
los británicos en el continente, en consonancia con la política del bloqzleo
continental. Las fábricas inglesas de jabones, velas o vidrios que al fin se in-teresaban
por la barrilla, debían vender parte de su producción en Francia,
Holanda u otros países europeos. Al impedírseles esta posibilidad, parali-zaron
las compras y la acumulación de stoch en el mercado condujo a una
paulatina mengua de su valía a pesar de puntuales recuperaciones. Hasta
que no se vislumbró ia paz, los pedidos barrilleros no recuperan algo de su
perdida animación.
La pronta decadencia de la demanda británica de barrilla, seguida de
la contracción del comercio con los Estados Unidos y la draconiana actua-ción
de los comerciantes orotavenses por lo que al vino respecta, no iban a
ser sin embargo los únicos contratiempos de la supuesta época dorada. De
58. Escolar a Cabrera y Ayala, Santa Cruz de Tenerife, 15-VIII-1812J, AMC.
59. Op. cit., pp. 73-77. El noble lagunero rechaza las argumentaciones de los comercian-tes
acerca de los negativos efectos de la guerra anglo-norteamericana, apuntando que si el tráfi-co
estadounidense descmdií, no ~currirír!io mismo con e! ingks.
60. Cf. en torno a tal affaire y a la evolución del mercado de la barrilla en Londres a lo largo
de esta época, A. MILLARES CANTERO, <Cinco calas en el comercio canario de la primera mi-tad
del XIX, a la luz de la correspondencia mercantil*, de próxima aparición.
18 10 arrancan las tensiones independentistas de Argentina, Uruguay, Méxi-co,
Ecuador.. . El circunstancial, triunfo de los movimientos revolucionarios,
hasta que la metrópoli logró restaurar parcialmente el régimen colonial en
1815-1817, sólo podía tener para las islas un resultado adverso. Nava y Gri-món
es terminante en este puntobl. El cuatrienio 1811-1815 coincide con
una atonía de los intercambios canario-americanos y con algo mucho más
pernicioso, algo que ya principia desde que España se convierte en aliada
del Reino Unido: la relación comercial directa de los británicos con las colo-nias,
autorizada antes por los españoles y fomentada y ampliada después a
otros países por los criollos insurrectos. Es de presumir que la función de Ca-narias
como estación para las manufacturas textiles y harinas extranjeras, ha-ya
dado muestras de resquebrajarse sin esperar a que se consagrara la eman-cipación.
El tráfico con la Península y el paso de productos coloniales se in-terrumpiría.
El contrabando perdió mucho de su valimiento y, bloqueadas
las remesas indianas, ia escasez de numerario voivio a dejarse sentir.
Los síntomas de crisis que al principiar el segundo decenio del siglo es-taban
aquejando al comercio extranjero insular, tendrían al firmarse el Tra-tado
de París su concreción más plena. La Memoria de 183 1 contiene una
sucinta descripción de las dificultades con las que se encontrarían los cana-rios
tras la liquidación del imperio napoleónico. El Reino Unido conservaba
el bastión de El Cabo, que sus fuerzas ocuparían durante la contienda por
representar un punto estratégico en la ruta hacia La India. A partir de aquí,
sus posesiones en Oriente dejaron de importar nuestros vinos para ayovi-sionarse
con los de la colonia sudafricana, inferiores pero más baratos y su-jetos
a menores aranceles. Además, el triunfo del sistema Metternich en
1815 supuso una notable reducción de los efectivos militares de las grandes
potencias, lo que se tradujo en un descenso de la marina de guerra británi-ca
y, por lo tanto, en una debilitación de sus compras. Los caldos de Jerez y
Madera, muy pronto seguidos de los franceses, desbancaron poco a poco a
los nuestros en las plazas europeas y americanas. De consuno, la barrilla hu-bo
de sufrir otra vez ía competencia de las siciiianas y ievantinas, de superior
calidad, tan pronto como se expulsó al ejército francés y las exportaciones
por Palermo, Alicante y Cartagena reconquistaran el ritmo acostumbrado".
Este conjunto de adversidades posee sin embargo una contrapartida a
favor del Archipiélago. Salvo en Río de la Plata, España recuperó su domi-
61. <El comercio de América, que era el que nos proveía de dinero, está casi parado a resul-tas
de acaecimientos bien notorios y que sería doloroso el especificar.. .r Ibidem, p. 78.
62. Loc. cit., 179-181.
nio sobre las colonias y ello permitiría el restablecimiento de las relaciones
mercantiles, de nuevo intesas desde 1815 en adelante. Junto al intercambio
de mercancías en una y otra dirección, reaparecen «muchísimo dinero y ala-jas
que yacían detenidas por miedo a que fuesen apresadas». La corriente de
metales preciosos volvió a afluir a las islas y los buques americanos recalarán
continuamente en nuestros puertos apara saber noticias del estado en que se
encontrarían a la madre patri~63.
El inicio de la revolución continental, por otra parte, no puede decirse
que colapsara las conexiones con Cuba. Hasta el comercio con los Estados
Unidos, quizás haya seguido sosteniéndose sin menoscabo merced a ella
entre 1812-1814. La exportación canaria hacia la república del Norte se ha-bía
hecho a menudo contando con la Gran Antilla en los retornos. Pocos
años atrás, la empresa orotavense Juan Cólogan e Hijos embarcaría 2.000
rrL\ ;r-~Cw A P w ; n n n - 7 - F ~ w - v n n~ n o ; ~ n o T l ooc I AC n n < * ~ o r n ~ r ; r ~ nInI ccr l n r n a i i r t n U., .A" y-., AL..,'"" .,"m,.I""+U'W U ."U . I " I C . , Y . . . ~ . . ~ L I . I V Y J U. rIiVU..LLV
destinado a la adquisición de mercancías, después realizadas en La Habana
y el capital invertido en productos coloniales que finalmente se introduje-ron
en Tenerife64. Tras la insurrección hispanoamericana, Domingo Martí-nez
Ugarte condujo hacia este puerto harinas y madera, logrando «hacer en
frutos su valon>65. El mercado cubano serviría asimismo como refugio para
la comercialización vitícola en momentos de superproducción. En agosto de
1813, Escolar advertiría a su interlocutor conejero:
«estoy muy ocupado en la preparación y embarque de una porción considera-ble
de vino, que estoy haciendo para La Havana, por descargar alguna cosa las
bodegas que tengo llenas, en tiempo en que nos amenaza la cosecha mayor
que han visto los
La demanda británica, pues, no bastaría para absorber toda la oferta
vitícola isleña ni siquiera con anterioridad a la la Paz de París (30 de mayo
de 1814). Como ampliaremos más adelante de cara a los aguardientes, sin
Cuba las cosas hubiesen sido mucho más comprometidas para los canarios.
Desde 1815 a 1820, las remesas indianas y los postreros estertores del comer-cio
colonial serían el canto del cisne» de las históricas relaciones con Indias.
No tendría que esperarse al derrumbe definitivo de la soberanía espanola en
63. ALVAREZ RIXO, ibidem.
64. Juan Glogan e Hijos a Agustín Cabrera Béthencourt, sin fecha, en Arch. Francisco
Bravo de Laguna y Manrique de Lara, Las Palmas (en adelante AFBL).
65. Ca~tads e la Condesa y otras, en idem.
66. Escolar a Cabrera y Ayala, Santa Cruz de Tenerife, 26-VIII-1813, JAMC.
1821. Ya en 1820, las comunicaciones quedaron reducidas a una mínima
expresión y la circulación de numerario se había restringido de forma alar-mante.
Los negocios resintiéronse de la falta de liquidez y los débitos de los
pequeños mercaderes a los grandes traficantes portuarios crecieron sobrema-nera.
Entre septiembre de 1817 y marzo de 1818, el orotavense Domingo
Nieves Ravelo le sirvió a su amiga y cliente de Arona, María de Acevedo y
del Castillo, piezas de muselina y pañuelos por valor de 2.070 rvon. El pago
de los primeros efectos, hasta 1 .O20 rvon., se hizo en enero de 1818, mas la
cantidad restante no fue reembolsada hasta tres años después. A principios
de noviembre de 1820, la Acevedo explicaba a su acreedor las razones del
retraso en solventar la deuda:
aAora te quiero desir que con la faita General que ay de Numerario ninguno
se (ha) atrevido a comprarme un pedazo de tierra, los que he puesto en ben-tm,
indicándole que todo ello derivaba hnciamentaimente de «ia faita de di-nero
por no aber tenido remesa ninguna de la A r n é r i c ~ ~ ~ .
Esta fue la consecuencia más negativa de la independencia hispanoa-mericana
para la economía local. Las acuñaciones de oro y plata que desde
las colonias llegaron a las islas en los 42 años transcurridos entre el libre co-mercio
de 1778 y la emancipación efectiva de 1820, habían ascendido a 495
millones de rvori., con una media anual de más de 11,768. La extracción in-mediata
de monedas hacia el extranjero, no permitió que estos caudales sir-vieran
para crear un remanente pecuniario@. Mientras el tráfico indiano se
sostuvo (en 1816-1817 se desembolsaban para él más de 12 millones de
rvon., con un 20% de beneficios) y las remesas de los emigrantes concurrie-ron
con alguna puntualidad, se consiguió bloquear la descapitalización y
posponer el empobrecimiento del país. Luego de 1818, el declive de aquél
hizo imparable la decadencia económica70. La pérdida de los mercados co-loniales
señaló una nueva época para el sistema comercial canario, en la que
67. María Acevedo y del Castillo a Domingo Nieves Ravelo, Orotava, 4-XI-1820, en Arch.
Agustín Baillon, SEHIC (en adelante AB).
68. Memoria.. ., p. 181.
69. «A los extranjeros lo que les importa sacar a cambio de sus importaciones es tanta can-tidad
de plata efectiva y vaya esta en mayor o menor número de pesos fuertes con tal de que
vaya completa, y que en su compensación no den ellos sino la misma porción o el mismo valor
. 7 . - . .
de mercancias, que sabran muy bien proporcionar ai del pagamento ai precio efectivo.. .. iuiiv ii
Y GRIMON, «Un mal endémico.. .», p. 82.
70. Memok ..., pp. 181-182.
hubo de sufrir la extinción de uno de sus principales fundamentos y adap-tarse
a un rolatlántico mucho más humilde.
11. - EL CORSO Y SUS SECUELAS
Las actividades corsarias fueron un obstáculo de primera magnitud,
para la navegación en general y para el comercio en particular, durante el
primer tercio del siglo XIX. Tras la intentona de Nelson de tomar Santa
Cruz en 1797, ingleses y franceses infestarían estas aguas para dirimir tam-bién
en ellas sus afanes hegemónicos. Las islas se convirtieron otra vez en m
teatro de una conflictividad naval ante la que no pudieron permanecer al E
margen. Los ataques, de uno u otro signo, se prodigaron con excesiva fre- O n
cuencia. =m
O
Canarias fue una importante base para el corso francés al calor de las EE
guerras de la Segunda Coalición contra el Consulado. De los datos que Esco- S
E
lar aporta, resulta que en 1860-1801 arribarían a Santa Cruz de Tenerife
doce embarcaciones corsarias de ese origen (tres fragatas, cuatro corbetas, 3
tres bergantines, un lugre y otra sin especificar), procedentes de Burdeos, e-m
de Senegal y de los puertos españoles sobre todo (La Coruña y Cadiz). De E
entre los navíos que anclarán en dicha bahía a lo largo de ese bienio, consi- O
guieron como presas a nueve de bandera británica (seis fragatas, un bergan- n
tín, una goleta y un lugre) y cinco con pabellón lusitano (tres bergantines, E
a
una goleta y una tartana), aparte de una fragata estadounidense. Asimis-mo,
en la capital palmera tocarían una balandra y una goleta galas en 1800 n
que tenían aquel carácter también, la primera de las cuales logró la captura
de un bergantín norteamericano. En este año y en el siguiente, amarrarían en O
tal puerto a su vez una fragata y una goleta portuguesas que habían corrido
idéntica suerte a las anteriores. En suma, al menos 17 barcos aprehendidos
en las cercanías del Archipiélago en doi años; ec una cifra elocuente que de-muestra
hasta qué punto las islas sirvieron de plataforma para las agresiones
navales contra la marina británica71.
La organización del corso se transformaría en una inversión rentable
para los capitalistas franceses y, de paso, permitió a algunos comerciantes is-leños
obtener buenas ganancias con la venta de los despojos, liquidados en
Santa Cruz por residir allí los cónsules extranjeros y la autoridad militar
71. ESCOLAR, tOII, p. 361 y tOIII, pp. 546-550.
Imaginamos la existencia de acuerdos entre los corsarios franceses o sus pro-motores
y un sector de la burguesía santacrucera, para comercializar al pun-to
los botines de aquellas rapiñas. La casa bordelesa Laprée y Hermanos ar-mó
al buque La Mosca, al mando del capitán Plassiard, que se hizo célebre
en el Archipiélago por sus remuneradoras «hazañas>. En el bienio 1799-
1800 capturó seis naves enemigas y siguió operando hasta 1808. Dos de sus
presas durante el primer año fueron la británica Union y la norteamericana
Harmony , cuyo capitán estaba por cierto en posesión de una patente de cor-so
contra los franceses. Las cargas de ambos se vendieron en Santa Cruz, tras
vencer las correspondientes barreras legales'*. Otro corsario francés, el Sans
Fagon, abordó en 1800 al bergantín yanqui The Rower y le condujo allí mis-mo,
donde su capitán Agustin Laurin le enajenó en 42.000 Non. al comer-cianté
Diego Barry, del Puerto de la Orotava, quien además pagaría otros
96.780 por su cargazón de tabaco fundamentalmente73. Como se despren-de
del Cuadro VIII, las mercancías robadas que se transfirieron ahí en 1801
(casi en su totalidad a los extranjerosj, representaron un volumen y una
cuantía más que suficientes para calibrar la eficacia de los corsarios y la pre-disposición
de los especuladores a recibir gustosos el producto de sus pilla-jes.
En 1802- 1804, como vimos, su exportación a la Península se remontaba
a los 108.5 12 Non. (69.712 de tejidos y lienzos de algodón, 34.000 de palos
tintóreos, etc.). El profesor Cioranescu ha llamado la atención en torno a la
funcionalidad de estas depredaciones en el mercado local, en tanto que pro-visión
de géneros y abastos en períodos de guerra. Las noticias que aquí reu-nimos,
plantean además el papel que jugaron en el comercio exterior.
Más que producir bendiciones para unos pocos, las incursiones corsa-rias
y la conflictividad marítima arrostrarían males evidentes para muchos.
Los golpes de nuestros aliados tendrían la adecuada réplica británica, favo-recida
enormemente por la indefensión de nuestros puertos. Un bergantín
corsario inglés apresó en la bahía de Santa Cruz de la Palma a su homónimo
isleño E¿ Brillante el 4 de agosto de 1800, retirándose impunemente ante la
inercia y nulidad de las fortificaciones de la plaza. El 6 de marzo de 1801, el
cabildo palmero hubo de adoptar prevenciones urgentes ante la amenaza de
tres barcos de esta nación que andaban a la búsqueda de dos navíos que
72. La empresa gala contó con dos empleados en ese puerto, en calidad de consignatarios y
corresponsales, quienes seguro actuaban de acuerdo con varias firmas interesadas en sus me-gocio~.
73. Alejandro CIORANESCU, piratas y conarios en aguas de Canarias (siglo XVIII)», en
Agustín MILLARES TORRES, to IV, p. 122.
Cuadro VI11
Mercancías procedentes de presas exportadas por la Aduaaa de Santa Cruz de Tenerife en 1801
Concepto Valor (rvon.)
437 pipas de vino de Madera ..........................................................
36.636 libras de tabaco' .................................................................
22.017 libras de azúcar blanca ............................................................
1. 0 70 cueros pequeños ..................................................................
3.519 varas de cotonia ..................................................................
230 quintales de algodón en pepita y 50 en rama ........................................
21 pipas de aguardiente de ron .......................................................
65 libros de varios tamaños ..........................................................
1 bolanta ..........................................................................
300 pares de calcetas ................................................................. 300 libras de pólvora ........................ ... ......................................
5 casacas de paño ordinario .........................................................
45 plumeros para soldados ...........................................................
1 25.552 expresamente del Brasil .
N Fuente: Ibídem, tomo 111. pp . 504-10 . u
apresara La M0sca7~. Ese mismo año, otro inglés hizo un amago para sa-quear
la casa-fuerte de Adeje, y fue rechazado por los vecinos del térmi-no7>.
La balandra Mayflower, armada un corso, retuvo igualmente por en-tonces
a un buque y dejó en Santa Cruz de Tenerife a sus pasajeros, previo
pago de un .~stancioso rescate76.
La reanudación de la contienda en 1804 reiteró este espectáculo con to-do
su rigor. En 1805 aprobaba el cabildo de Tenerife un plan para surtir
las tropas en caso de invasión. El propio Cioranescu ha relacionado algunas
capturas significativas por estas fechas. A la altura de Puerto de Cabras, el
corsario francés Général Bhchot se hizo el 1 de noviembre con el bergan-tín
norteamericano Fnend-shz), de Charlestown, que capitaneado por
Joseph Ingraham llevaba barrilla del coronel majorero Agustín de Cabrera y
Béthencourt hacia Londres.
Los perjuicios a cosecheros y comerciantes locales acompañaban, de
igual modo, la actuación de los filibusteros77. La violencia llegó a afectar a
simples pescadores, víctimas de ataques de uno y otro signo. El 15 de junio
de 1806, desde un navío inglés de 74 cañones, se asesinó al canario Juan Hi-lario
Cabrera, que viajaba en su barquichuelo. La nómina de estos episodios
dista de estar completa. El 23 de agosto de 1807, por ejemplo, la fragata
brit%ica Argos, de 44 cañones, se apoderó de dos naves del Puerto de la
Orotava que con un cargamento de vinos estaban recogiendo granos de la
banda del norte de La Palma; tras varias entrevistas con un emisario, el go-bernador
de las armas aceptó pagar un rescate de 3 l . 144 rvon. por las mer-cancías
que transportaban a bordo's. El Puerto de La Luz fue objeto de va-rias
penetraciones enemigas, quedando incendiadas multitud de embarca-ciones.
Alvarez Rixo calcula que, de diciembre de 1804 a mayo de 1808, los
ingleses nos tomarían más de 30 barcos de todas clases, de los que 14 ó 16
74. Juan R LORENZO RODRIGT-JET, .Nofi&f$n,rg (g .Uijt~.gg n$ Lg Pulmg, La Lagunz-
Santacm deLaPalma, 1975, t0 1 (y único publicado), p. 315.
75. Francisco María de LEON, Apuntes para la Historia de las Islas Canurzas, 1776-1868.
Santa Cmz de Tenerife, 1966, p. 59. Introducción de Marcos Guimerá Peraza.
76. CIORANESCU, p. 119.
77. Después de largas negociaciones entre el comandante general Cagigal y el cónsul Cu-néo
d'ornano, lo compraría el yanqui Charles Kerdision Tremais por la bonita suma de
300.000 non. Ibídem, p. 122. Cf. igualmente del mismo autor, Hirtona de Santa GUZde
Tenenfe, Santa Cmz de Tenerife, 1977, vol. 1, p. 423.
78. LORENZO RODRIGUEZ, pp. 319-321 y Manuel de PAZ SANCHEZ y Carmen F. HER-NANDEZ
SANCHEZ, Dz2rio de un corsano canano dela80 1800, Santa Cmz de Tenerife,
1983, pp. 32-34.
pertenecían a la matrícula de Gran Canaria, 5 a la de Lanzarote y los demás
a las restantes de las islas79.
El clima de inseguridad que se respiraba en las proximidades del Archi-piélago
estuvo lejos de ser beneficioso para las transacciones mercantiles.
Los propios norteamericanos no fueron sólo las víctimas de estos ataques. En
el transcurso de la guerra de 1812-1814, sumaron sus unidades corsarias a las
que pulularían por nuestras latitudes. En diciembre de 1812, una de ellas
remitió a Santa Cruz la tripulación de cinco navíos, apresados entre Madera
y Canarias. Los comerciantes isleños se inquietarían lógicamente ante tal si-tuación,
que ponía en peligro sus negociaciones habituales y significaba un
grave transtorno80. Así, aunque esporádicamente algunos santacruceros se
lucraran con semejantes saqueos (introducción de artículos y oferta de
e i í ib~mc i~iemíi imiiiemos dificiles pia la coii~tiüuiórir iavai canar.ia \) ,
los perjuicios eran muy superiores a las ventajas en líneas generales.
La insurrección de las colonias americanas aportó otra nueva oleada de
corsarios, cuyo alcance no ha sido evaluado lo suficiente. Al parecer, ya des-de
1816 está detectada la presencia de buques insurgentes en las inmedia-ciones
del Archipiélago. León se ha referido precisamente a la frecuencia
con que colombianos y argentinos navegarían ante nuestras costas, dificul-tando
el recorrido del estratégico corredor Península-Canariassl. Un berga-tín
de bandera colombiana, E¿ Vencedor, llegó a asaltar Puerto de Cabras
79. Al decir de este autor, de 4 a 6 pesqueros que faenaban en la costa africana tuvieron
idéntico fin, siendo trasladados a los establecimientos de Fuerte Jorge o de Sierra Leona. Op.
cit., pp. 9-10. La enemiga francesa posterior dificultaría la navegación americana. Un bergan-tín
de un hijo del marqués de la Florida fue apresado en 1809 mientras se dirigía a La Guaira
por un buque galo, libertado por una corbeta de guerra inglesa y obligado su dueño a retornar
en 181 1 para venderla, pagar a. esalvadno-s y lin,ni& 10s g a _~j?~~~c &i i !C~!~Q.R ANE$Cu,
atf. cit., p. 119 y ALVAREZ RIXO, p. 127.
80. Refiriéndose al corsario antedicho, Escolar informaba al hacedor Cabrera en estos tér-minos:
aDos barcos ingleses más hubo ahier a la vista de este puerto, uno de los quales hacía
por entrar, y otro que va para el puerto de la Orotava, no escaparán quizá de sus uñas. Escolar
a Francisco Cabrera y Ayala, Santa Cruz de Tenerife, 17-XII-1812, JAMC.
81. Op. cit., p. 156. Asimismo, Millares Torres indica a propósito de 1821: <Por este tiem-po,
buques armados en Corso, en su mayor parte americanos con patentes de las Repúblicas de
Venezuela, Colombia y otras, infestan los mares de las Canarias, roban sus barcos de cabotaje e
interrumpen las comunicaciones y el comercio,. Andes de las Islas Canariar. Apuntes crono-lógkosparaseruir
de base a su Hirtoria, Ms., t0 VII, fol. 103 r., Biblioteca del Museo Canario,
Las Palmas.
en 1817, provocando una dura refriegas2. En los años 20, el corso americano
ejerció una constante presión sobre las islas de consecuencias desastrosas83.
La embarcación Santa Rosa del patrón Miguel Escobar, en ruta de
Arrecife a Cádiz, fue interceptada a la vista de este último puerto por un
corsario rebelde en abril de 1822, que se apoderaría de la correspondencia
que portabas*. Mientras viajaba hacia Gibraltar en marzo de 1825, el navío
Carmen, a las órdenes del gaditano Joaquín Ylabet, será capturado por el
buque colombiano Ma7za Isabel, armado en corso y al mando de un tal Pe-dro
Dantant. Conducido al sur de Gran Canaria el día 24, allí le despoja-rían
de 21 prendas y dos onzas de oro, además de unos 8.000 rvon.85 Du-rante
este mismo año, el místico Naestra Señora de las Nieves es abordado
por otro corsario de aquella república. No obstante, mientras se dirigía a
Puerto Cabello en el mes de septiembre, la tripulación consiguió recuperar-le
tias riiatia a1 ~.dj?itáne nemigo y arrojar por ia borda a todos sus hombres,
retornando por fin a la capital tinerfeñasb. En 1827 tenemos constancia de
un nuevo apresamiento, siendo la víctima esta vez el SantZszina Trinidad,
que capitaneado por José de Ojeda había salido el 20 de octubre de Santa
Cruz con un valioso cargamento87. Al remontar la Punta de Anaga fue sor-prendido
por un bergantín americano con 10 piezas de cañón, al que basta-ría
para rendirle dos tiros de fusil. Una y otra nave se dirigieron a La Isleta,
en Gran Canaria, donde el capitán isleño fue liberado con la exigencia de
82. El ataque fue repelido por las alcaldes y gentes de Casillas y Tetir, al mando del sar-gento
Bernardino Alfaro. Serían hechos prisioneros dos componentes de la Junta de Sanidad, a
los que se libera en Puerto de Lajas sin que los corsarios obtuviesen las vituallas que requerían
(20 sacos de papas y 10 carneros). Algunas viviendas resultaron con desperfectos.
83. En septiembre de 1823, en plena intervención de los«Cien mil hijos de San Luis,, cor-sario~
es pañoles apresarían y llevarían a Santa Cruz de Tenerife a un barco francés con mercan-cías
británicas por valor de más de un millón de rvon. Foreign Ofice 721282 (legs. 65 y 71),
Londres (en adelante F.O.). Ignoramos si este episodio fue un hecho aislado o constituye el
exponente de una línea de conducta más amplia.
84. Antonio M. Picardo a Francisco Cabrera y Ayala, Cadiz, 21-IV-1822, JAMC.
85. Archivo Histórico Provincial de Las Palmas (AHPLP), escribano J. Hernández Nava-rro,
leg. 2116, fols. 358 y ss.
86. F.O. 721306 (ieg. 194). A mediados del mes de octubre, la alarma cundió en Santa
Cmz ante la hipotética amenaza de una flotilla corsaria de esa nacionalidad, adoptando las
autoridades militares las medidas oportunas.
87. Incluía 14 sacos y seis barriles de almendras a 150 Non. el quintal.; tres cajones con 135
libras de seda en rama a 40 Non. c/u; seis barriles con una pipa de aguardiente de caña por 990
rvon.; cuatro piezas de hamburgo a 330 rvon. unidad; siete de cáñamo a 120 y otra de tela para
sobrecamas (30 varas) por 200 rvon. AHPLP, escribano Sebastián =z, leg. 2147, fols. 12 1-
123.
un rescate de 15.000 rvon. a entregar en el sur de la isla. El atribulado Oje-da
dio parte enseguida de lo ocurrido, pero por única contestación las auto-ridades
de Las Palmas le obligaron a guardar cuarentena de acuerdo con la
legislación de sanidad. El 30 de octubre, pues, apareció la nave saqueada en
el lugar previsto. Los autores del despojo se esmeraron en su labor, apro-piándose
no sólo de víveres, agua, sogas, guías y demás documentación,
sino también de 62 onzas de oro que se hallaban escondidas en un lugar
secreto.
Los episodios reseñados son sobradamente ilustrativos del daño que
produjeron a las comunicaciones marítimas y al comercio insular, en todos
sus ramales, las continuas expediciones depredadoras provistas desde las
jóvenes naciones hispanoamericanas. Quizás proceda recordar que, cuando
el 27 de julio de 1827 arriba a Santa Cruz de Tenerife desde Venezuela el
Cometa expresamente por temor a una de estas agresiones88.
En julio de 1828, un bergantín con bandera argentina saqueó por aquí
a un barco francés y a otro inglés, llegando sus tripulantes a Lanzarote en
sendas lanchas@. De resto, la única actuación protagonizada por corsarios
de esta nacionalidad de que tenemos cumplida noticia, la sufrió el lanzaro-teño
Mauricio de los Reyes. Cuando testa en Las Palmas el 30 de agosto de
1830, declararía, entre otros extremos, mantener litigio ante el Tribunal de
Primera Instancia bonaerense por la aprehensión de su bergantín La Sole-dad,
que con emigrantes navegaba hacia Cuba y Puerto Rico, en una expe-dición
organizada por él en colaboración con el grancanario Sebastián Orte-ga
y Barrera y su convecino Pablo Fajardo. Una goleta argentina le atacó y
capturó a la altura de Cabo Verde, escoltándole después hasta Buenos
Aires. A esta capital se habría de trasladar su dueño para interponer el plei-to
correspondiente, a cuyo fin abonaría 10.000 Non. Ignoramos si la fortu-na
le acompañó, recuperando el bergantín u obteniendo las oportunas re-paraciones
leyales90.
Evaluar los perjuicios globales que ocasionó el corso americano es hoy
por hoy imposible. En enero de 1831 únicamente se citan las pérdidas que
produjo en la flota local, valoradas hasta esa fecha en 18 millones de rvon.:
88. LEON, p. 214.
89. Mac Gregor a J. Bidweii, Santa Cruz de Tenerife, 31-VII- 1828, F.O. 721 344 (leg. 234).
90. De los Reyes aseguró haber huido de Buenos Aires por las conmociones políticas pre-sentes.
adelante promovería otra expedición, esta vez a Montevideo. AHPLP, escribano
José Pineda, leg. 2247, fol. 140 v.
14 barcos del comercio con Cuba y Puerto Rico, otros tantos de cabotaje y
16 de la pesca del salado en la costa africanas'. Esta es sólo una cara de la
realidad. Los males mayores procederían de la aguda disminución coyuntu-ral
de los intercambios con el Caribe o de la casi paralización de los penin-sulares.
La burguesía mercantil se vio afectada de forma muy negativa por
esta ruptura con dos de sus mercados exteriores. Los negociantes extranje-ros,
aquejados asimismo por la conflictividad presente en nuestro entorno,
redujeron el volumen de sus compraventas. Las relaciones interinsulares
también sufrirían indudablemente92.
111.- ALGUNOS PROBLEMAS DE LA BALANZA COMERCIAL:
LOS MERCADOS EXTERIORES Y EL CONTRABANDO
Las 154 embarcaciones británicas que en í820 arribaron ai Archipiéia-go,
se habían convertido en 89 en 1821. Antes de aquel año, según apunta
el cónsul Mac Gregor el 11 de agosto de 1825, alcanzaban un promedio de
200 anuales9f. Esta importante merma es, para el representante del Reino
Unido, ante todo resultado de la independencia americana, que privó a las
islas de su carácter de estación en el tráfico con las antiguas colonias. El in-tento
de recuperarlas y la ruptura de lazos entre el continente y la metrópo-li,
no hizo sino favorecer el colapso mercantil y naval94.
La reacción de los organismos locales fue la de paliar, en lo posible, el
deterioro de la actividad portuaria. A partir de agosto de 1822, según noti-ficaría
la Junta de Comercio al propio Mac Gregor el día 4, se establecerá
una reducción de los derechos portuarios para los buques que hiciesen esca-la
en las islas a tomar provisiones o con otros propósitos. Los fijos (barco del
práctico, capitán de puerto y visita de sanidad), fijáronse en 1,12 libras,
mientras los optativos @atente de sanidad y práctico) se elevaban a 52,17.
91. .Mezo.níl..., p. 182.
92. <Es consiguiente a la posición geográfica de las Islas Canarias que en tiempos de guerra
estén frecuentemente interrumpidas sus comunicaciones por muchos meses, y ha llegado el
caso concreto de estarlo por un año entero con la península: así sucedió en la última guerra con
Inglaterra. No solamente están interrumpidas en semejantes casos las relaciones con España,
sino las de las mismas islas unas con otras, y varias veces en estos últimos tiempos un solo corsa-rio
insurgente ha echado la llave a su tráfico recíprocon. José MURPHY, Breves refZemones sobre
los nlcevos aranceles de aa'wanas (1821); Las Palmas; 1966, p. 44. Edirih, prólogo y notE por
Marcos Guimerá Peraza.
93. F.O. 721306 (leg. 168).
94. Cf. sobre la crisis de la construcción naval, <Arrecife, el puerto. ..S, pp. 130-131.
De forma paralela, nuevas tarifas más bajas entraron en vigor para los géne-ros
de algodón y lino, cordajes y hierro que se importaban desde Gran Bre-tañas'.
La disminución de los derechos de entrada que gravarían el vino
canario en el mercado inglés, asimismo, parecía ser la contrapartida londi-nense
a la favorable predisposición de la élite isleña hacia su oferta in-dustrial.
El conjunto de estas medidas no consiguió deten~lra parálisis mercan-til
que progresivamente atenazó a la economía canaria. En el informe que
suscribe el 31 de marzo de 1826, el mentado agente consular debió recono-cer
que en el segundo semestre del año anterior el comercio había descendi-do
considerablemente. A la hora de enjuiciar los motivos de tal fenómeno,
se refiere a la guerra colonial y a la relativa interrupción de las conexiones
periódicas con la madre patria e Hispanoamérica, a la caída de la demanda
europea de mercancías autóctonas y a ia imposición en nuestras aduanas de
un fuerte gravamen sobre la exportación de cultivos dominantes. Este últi-mo
factor, contrario a la legislación vigente, se mantuvo a pesar de haberse
decretado su supresión por Madrid, atribuyendo Mac Gregor semejante cir-cunstancia
al grado de anarquía que imperaba en los dominios españoles. El
poder adquisitivo de la población insular se había deteriorado notablemen-te
en esta coyuntura, extendiéndose la miseria por amplias capas. Por todo
ello, las casas comerciales británicas afincadas aquí reducirían sus contrata-ciones
a la mitad de las partidas habituales.
La lucha por suprimir los derechos que afectaban a la salida de artículos
isleños, había sido una de las metas más caras de las clases dominantes. Por
real orden de 16 de marzo de 1807 se consiguió suspender la aplicación en
el Archipiélago de las circulares del 23 de diciembre de 1805 y 15 de junio
de 1806, que incrementaban las cargas de varios géneros en contra del aran-cel
imperante. A su vez, los cánones prevenidos por las reales órdenes de 15
de marzo y 2 de junio de 1816 fueron derogados el 15 de junio de 1817 por
la Dirección General de Rentas. Otro texto, la real orden de 6 de marzo de
1820, reiterada el 2 de diciembre de 1823, aprobaría la libre exportación de
vinos y demás producciones del país. El intendente Martín de Balmaseda,
sin embargo, impuso la obligación de abonar la mitad de los arbitrios que
antes se pagaban, dando origen a un oficio de protesta que el 23 de diciem-
1 -. 1 *a-,*,! -1 w c a e i a ~ r9ic vó ri Red Condado. En éi se argumenta ia iiegaiidad de se-mejante
disposición y la arbitrariedad de restablecer el papel sellado que los
9 5 Comunicado del cónsul Bmce al ministro Canning, 5-XI-1822, F.O. 721260 (leg. 80)
liberales aplicarían en el Trienio96. El referido informe consular nos de-muestra
que la situación no vanó tan pronto como deseaba el comercio.
Otro de los objetivos de las fuerzas económicas locales fue el de facilitar
la penetración de manufacturas de algodón y otras mercancías extranjeras.
Ya el 29 de julio de 1808, la Sección 1 de la Junta Suprema de La Laguna
(Murphy, Mesa, Torres y Cólogan) deliberaba sobre la necesidad de supri-mir
las medidas prohibicionistas existentes. Merced a un memorial que diri-gen
a este organismo varios comerciantes tinerfeños97, los vocales Bernardo
Cólogan y José Murphy fueron comisionados para emitir un informe que,
examinado después, trajo consigo el que se decretase la entrada libre de gé-neros
de algodón o mezclados con él a partir del 1 de agosto y por un lapso
de ocho meses, previa satisfacción de un módico canon en los puertos habi-litados
para el tráfico exterior98. Se pretendía con ello, entre otras cosas, fre-nar
el contrabando y legitimar las importaciones fraudulentas que tan cre-cidas
fueron en época del comandante general Casa-Cagigal, autorizando
su enajenación sin ningún tipo de represalias99. Por otra parte, los comer-ciantes
del Puerto de la Orotava redactarían una memoria en contestación a
una circular del Real Consulado, a propósito de un oficio del Ministerio de
Hacienda de fecha 30 de enero de 181 1, en la que se pronunciaron por des-gravar
la entrada de productos de hierro (barras, arcos para pipas, utensi-lios),
loza, sombreros, lienzos, lanas, etc. 100. Los aranceles eran, de cual-quier
forma, considerablemente menores en Canarias que en la Península.
96. EL Red Consulado manírmo y terrestre de Canatias.. . Oficio, en Biblioteca del Museo
Canario, Las Palmas. Está suscrito en La Laguna por Cayetano Peraza, Juan Colombo y José
González de Mesa. Uno de sus pasajes dice: u . ..estas islas, por su localidad, falta de comercio y
de fábricas, por su limitada agricultura, pobreza y otras muchas causas, jamás pueden graduar-se
por la Península ni estar al nivel de ella.. . (p. 5).
97. Destaca uno, firmado el 20 de julio por Guillermo Lynch, solicitando autorización
para vender en Santa CNZ parte de los géneros de algodón que la goleta norteamericana Ana
Margatita llevaba a Boston.
98. E! propio gobierne centra! había autorizado el 19 de noviembre de 1768 Ia venta en
Canarias de lienzos y pañuelos pintados o estampados extranjeros. aprobando la conducta del
corregidor de Tenerife Agustín Gabriel del Castillo. Cf. Buenaventura BONNET, La Junta Su-prema
de Canatias, La Laguna, 1948, p. 35 1.
99. Alvarez Rixo afirma que esta disposición fue el «único bien. de la Junta, ácon la cual el
comercio consiguió alivio para negociar sin temor, ni tener que estar regalando y sobornando a
varios empleados faltos de honor y conciencia que se enriquecían por este medio.. Op. cit., p. 98.
100, se solicitaba igua1men;e la supresión del arbitrio del 7% para las mercancías extran-jeras
que se remitían de una isla a otra y autorización para embarcarlas hacia las colonias de
América. Cf. Marcos GUIMERA PERAZA, <Bernardo Cólogan y Fallon (1772-1814)», en Anua-bode
EstzdiosAtlú~ticos,n úm. 25 (Madrid-Las Palmas, 1979), pp. 348-349.
Las mercaderías que después se reexportaban a las posesiones americanas,
debían pagar una tasa para quedar en igualdad de condiciones a las penin-sulares
que accedían al área coloniallO1.
Es conocida la oposición que suscitó por estas latitudes el Arancel Ge-neral
del 5 de octubre de 1820, reformado sobre las mismas bases el 20 de
diciembre de 1821. Las súplicas de la Diputación provincial, los ayunta-mientos
y el Consulado, tendrían su máxima expresión en el célebre folleto
que en Madrid publicó, durante este último año, José Murphy, «más co-merciante
que tratadista de economía», al decir de Guimerá Perazalo2. El
síndico personero, representante en la Corte de los intereses capitalinos de
Santa Cruz, haría una apasionada defensa de las especificidades canarias y
de las franquicias comerciales, con todo lujo de argumentaciones. La movi-lización
isleña consiguió, al fin, una suavización del proteccionismo. Las re-soiuciones
de signo iigeramente iibrecambista Sei Arancei de i83 i fomen-tarían
después expectativas esperanzadoras, desechadas al decenio por la
Instrucción proteccionista de 1841.
El cierre coyuntural de las mercados hispanoamericanos y el bloqueo
de las relaciones con la Península, realzarían más aún el papel del comercio
con el extranjero, especialmente con Gran Bretaña y los Estados Unidos.
Ello cs así, aunque su intervención haya menguado comparativamente con
anteriores etapas y pese a que la agricultura de exportación viniera a conocer
«una total decadencia desde que no necesitaron dichos vasallos estranjeros
del auxilio de ilas islas para sus negociaciones con la Américawl03. En el Cua-dro
IX puede verse cómo en el año y medio que se indica, aquellos países
aportaron el 7l,i3% del valor de nuestras importaciones y absorbieron el
84,06 del valor de las exportaciones. Destaca igualmente el escaso porcenta-je
que representó el movimiento comercial con Cuba y la práctica inexisten-cia
de contactos de índole legal con los puertos peninsulares. En el 2 O se-mestre
de l825lo4, tenemos constancia de que los únicos artículos que se in-trodujeron
desde el orbe español serían el azúcar y el café procedentes de La
Habana, limitándose las contrapartidas a vinos y aguardientes con idéntico
destino en su mayor parte. Es de suponer que, sin el constreñido tráfico cu-bano,
la desconexión de las islas con el mundo de habla castellana hubiese
iOí , ~U"u"""n" r n,rp . 5 5 .
102. Prólogo a zbidem, p. XX.
103. Memona, p. 182.
104. Durante i:al lapso, la hegemonía mercantil del Reino Unido en el Archipiélago resul-ta
incuestionable, al tenor de las cifras que Mac Gregor reproduce acerca del comercio exterior:
Cuadro IX
El comercio exterior canario de julio de 1825 a diciembre de 1826 (en rvon.)
Reino Unido
Estados Unidos
Reino de Cerdeña
Holanda
Ciudades hanseáticas
España (Cuba)
Francia
Total
Valor de las Valor de las
importaciones % exportaciones Saldo
firme: Foreign Office, Correspondencia general, 721320 (legs. 223-26) y 721332 (kg. 209).
sido prácticamente total. Así y todo, no deja de ser sintomático el hecho de
que éste ocupe el último lugar entre nuestros compradores, por detrás
incluso de Holanda, el Reino de Cerdeña y Francia.
A lo largo de 1826, más de las 21 3 partes de las transacciones con las is-las
se llevaban adelante con capitales británicos y exclusivamente en buques
de esta nacionalidadlo'. En el referido informe del 31 de marzo, Mac Gre-gor
se jactaría de la superior calidad de los géneros ingleses sobre los de sus
competidores y de las notorias ventajas que para los isleños suponía el trato
que les daban sus compatriotas. El saldo favorable de la balanza de mercan-cías
resulta, efectivamente, del sistema inglés de invertir la mayoría del ca-pital
realizado con sus ventas en adquirir productos agrícolas autóctonos
pagados en moneda de oro o en dólares. A excepción de los Estados Unidos,
la pauta imperante en las negociaciones de otros países fue la de introducir pí.í nc. ipdmcnprtoev i.s í.o nes o aR;cu:os de hjo y los fondos Ilict&
co, destinando una pequeña proporción a comprar vinos, barrilla y orchi-
1lalOG. En realidad, esta apreciación es en extremo parcial y alicorta, escon-diéndonos
importantes renglones de la balanza de renta entre el Reino Uni-do
y Canarias durante esos dieciocho meses. Reducirlo todo al marco de la
importación-exportación, es soslayar la balanza de servicios (transferencias,
fletes, seguros y demás), en cuyos capítulos podría hablarse de una absoluta
preponderancia británica, cuando no de un monopolio de fado. Las mer-cancías
agrarias isleñas, asimismo, no se destinaban en su totalidad a los
mercados ingleses, galeses, escoceses o irlandeses. Un monto variable de
ellas, en especial de cara a la barrilla, se reexportaba desde Londres u otros
puertos hacia :Europa o el área colonial. Más de un 25 % del número de pi-pas
de vino que cargarían entonces los barcos británicos107, se destinó ade-más
a sus colonias americanas (1 1,55 %) , del Pacífico Sur (3 ,O3 %), del In-dico
(2,23 %) y de África (1,17 %), con una considerable cuantía de rerni-
Valor de las mercancías Toneladas
No de barcos suministradas (rvon.) que cargan
Gran Bretaña 49 4.136.130 5.351
Otros países 30 3.622.920 3.301
De ser fidedignas, los británicos aportaron el 53,2S0h del valor total de las importaciones y
adquieren el 61.84% del volumen de las exportaciones, con el 62,02% de los buques que an-clarían
en estas aspas.
105. MacGregoraG. Canning, SantaCmz deTenerife, 1-11-1827. F.O. 721332 (leg. 204).
106. F.O. 721320 (legs. 220-222).
107. Cf. A. MILLARES CANTERO, La navegación británica en elArchipiélago Canario en
ladécadade 1820, ponencia que será p-entada en la próxima edición de este Coloquio.
siones directas al extranjero (7,57 %) . Los márgenes comerciales que este
trasiego permitía, distaron deflser ruinosos para las empresas del Reino
Unido.
Fue precisamente en 1826 cuando se invirtió la tendencia negativa de
la balanza comercial canaria con el Reino Unido en la década, que durante
el sexenio 1820-1825 había sido adversa en 7.397.910 rvon.108 A partir de
entonces, es verosímil que las relaciones reales de intercambio no fueran tan
desfavorables para el Archipiélago gracias a la política comercial británica
de saldar una porción cuantiosa de las mercancías importadas en frutos del
país. La reducción de los arribos de embarcaciones de esta nacionalidad,
provocó evidentemente una sustancial mengua de los cargamentos en uno y
otro sentido. Las compras, valoradas en 8.889.750 rvon. en 1820, bajaron a
5.621.220 en 1826, con una pérdida del 36,76%, pero sus ventas de pro-ductos
metropolitanos y coloniales caerían respectivamente desde los
9.912.600 a los 4.068.540 rvon., lo que supone un brutal descenso del
58,95%.
La competitividad de la viticultura y de las producciones orchillera y
barrillera canarias, no se deterioró tras 1814 con la celeridad que en princi-pio
pudiera creerse. Los estenores se prolongaron durante más de tres lus-tras,
hasta conocer su hundimiento defmitivo. En octubre de 1826, los co-merciantes
británicos establecidos en las islas presentan ante el gobierno
londinense sus reclamaciones contra los derechos de exportación ilegales con
que habían sido gravados, obteniendo de Madrid una sustancial rebajalos.
La importación de manufacturas inglesas en la provincia, reducida notable-mente
de junio a diciembrello, no pudo sin embargo recuperar su anima-ción
debido a la extrema miseria que en ella se padecía. En marzo de 1827,
Mac Gregor constata que los fondos públicos estaban agotados y que los ofi-ciales
civiles y militares no cobraban desde hacía meseslll.
La nómina de manufacturas que hasta 1830 llegaban a las islas desde
los puertos británicos se significaría por su amplitud. Es de destacar la pre-sencia,
obviamente, de los tejidos e hilados de algodón, lana y seda, además
de aros de hierro para pipería, quincalla, baterías de cocina de hierro cola-
108. NADAL-FARRERAS, p. 163.
109. El 18 de enero de 1827, tres negociantes de Londres expresarían al ministro Canning
su agradecimiento por su intervención particular en tal logro. muy favorable para sus asuntos Y
los de sus agentes insulares. Mr. Brown y Mr. Bishop aJosepf Planta, F.O. 721 336 (leg. 41).
110. F.O. 721 320 (leg. 243).
111. F.O. 721332 (leg. 215).
do, sombreros, loza, etc. A su vez, desde las colonias de la India eran in-troducidos
algunos otros géneros, como salampoores azules, guineas blan-cas,
nanquines, pañuelos y cortas cantidades de té. La contribución nortea-mericana,
que según todos los indicios decayó en los años inmediatos para
resurgir después, tuvo como renglones principales las duelas para pipería,
tablazones, harina, millo, arroz, carne de puerco salada, velas, aceite, jabón
y algunos efectos indios. Pese a predominar los artículos alimenticios y tra-tarse
de mercancías de gran volumen y escaso valor, la balanza comercial
tendió a ser negativa para Canarias en función al corto número de quintales
de barrilla, la insignificante porción de pipas de vino y las pocas arrobas de
orchilla que adquirían a cambio, debiéndose cubrir con numerario ia di-ferencia.
Desde Génova se recibía papel, cristales, lencería y productos
de fabricación alemana. Holanda y las ciudades hanseáticas nos surtieron
de la mayor pxte de ark~!os de !encerfa y de! !ice vti!izade c a m =a=
teria prima para la elaboración de tejidos ordinarios en el país. El grueso de
los de seda se importaba de Francia, de donde venían asimismo olanes y
lienzos de hilo, suela, listones, perfumes, drogas y compuestos para uso en
la farmacopea.
Las exiguas relaciones con Cuba y Puerto Rico se circunscribieron a los
pocos navíos que generalmente hacían uno o dos viajes anuales, desde Santa
Cmz de Tenerife, Las Palmas o Santa Cruz de La Palma a La Habana o San
Juan. En sus bodegas conducían algunos garrafones de aguardiente, conta-das
pipas de vino y otros varios efectos de muy corta valoración, trayendo en
los retornos azúcar, cabuyería, suelas, aguardiente de caña, café y cacao1l2,
en unas proporciones sin comparación posible con las del anterior comercio
colonial.
¿Pudo ser la emigración, en esta coyuntura, una alternativa para los
empresarios navales, que solían sustituir con pasajeros sus mermados fletes
en tiempos de crisis? La resistencia española hasta 1826 y la ruptura con las
., . .
naclextes :epúbli:as, ilo'pe:mkie:~n !a ai;!ica~cin de este iemrso. Acti~ida-des
como la de un Navarro, un Toledo, un Morales o un Stinga en los pri-meros
años de la década siguiente y que al final analizarnos, no son tan in-tensas
en este decenio, durante el cual a lo sumo tendrían manifestaciones
aisladas (expediciones del bergantín Sara o la goleta La Soledad. ¿Quiere
decir esto que se interrumpió la corriente migratoria hacia tierras ameri-canas,
condenándose una de las tradicionales espitas de la economía insu-
112. Memona, pp. 185-187.
lar? Si nos atenemos a las cifras oficiales en uso, el éxodo indiano, que en el
cuatrienio 1818- 1821 alcanzó, los 2.365 individuos (2.057 varones y 308
hembras), entre 1822-1831 apenas llegó a 1.873 (1.550 y 323, respectiva-mente),
con una presencia testimonial en 1822, 1826 y 1827113. Pero limi-tarse
a este cómputo es sortear el sobresaliente capítulo de la emigración
clandestina, o conceder a los recuentos legales demasiada credibilidad. Las
expatriaciones hacia Río de la Plata siguieron verificándose muy pronto, de-bido
a la terminación de la guerra que en otros virreinatos continuaría. Ni
siquiera la lucha entre el imperio del Brasil y el gobierno de Buenos Aires
por el dominio de la Banda Oriental, había desanimado a unos colonos
siempre bien recibidos como mano de obra barata por los propietarios de es-tancias,
saladeros de carne o vaquerías. El cónsul español en Río de Janeiro
denunció a principios de 1827 la llegada a Río Grande del Sur y a Santa Ca-talina
de familias canarias. las cuales trataron de acceder a Montevideo en
un barco que zarpó de las islas con dirección a Puerto Rico y cambiaría des-pués
de nimbo, interceptándole los buques brasileños que bloqueaban el
Plata. El comandante de marina del Archipiélago suscribió una nota en la
que advertía a Madrid de la continuada salida