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1931 ADAM SMITH, COMERCIO LIBRE Y LA REVOLUCIÓN DE 1810 ADAM SMITH, FREE TRADE AND THE REVOLUTION OF 1810 Carlos-Alberto Campos RESUMEN Adam Smith pudo haber influido en el proceso que se iniciara en Buenos Aires en 1810 de no haber primado la igno-rancia, la pereza intelectual y la impru-dencia. Frecuentemente “citada”, raramente leí-da, y menos estudiada, La riqueza de las naciones ha engendrado “interpretacio-nes” peligrosas. El “comercio libre” fue una de ellas. Aunque el autor lo consi-derara un ideal irrealizable, políticos y empresarios no tardaron en descubrir las ventajas que podían obtenerse del uso inescrupuloso del concepto. Imprudente fue aceptar cantos de sirena sin escrutinio; como lo fue el error de ignorar el análisis de las circunstancias locales e internacionales. Un examen realista de ambas y de la teoría del desarrollo de Adam Smith, hubiera concluido que el régimen eco-nómico del Virreinato no era perfecto pero tampoco ilógico y bien pudo escla-recer la necesidad de abordar su reforma con cauto realismo. Lamentablemente no fue así. El mejor consejero del estadista, que debió ser libro de cabecera de los que pretendían ABSTRACT Adam Smith could have influenced the process initiated in Buenos Aires in 1810 if ignorance, imprudence, and intellectual laziness would not have prevailed. Frequently invoked, rarely read, and even less studied, The Wealth of Nations has generated dangerous interpretations. “Free Trade” was one of them. Al-though Adam Smith considered “Free Trade” an inapplicable idea, politicians and businessmen wasted no time in discovering the advantages which could be obtained through the unscrupulous use of this concept. It was unwise to bow to the songs of mermaids without consideration; just as it was an error to ignore the analysis of the local and international circums-tances. A careful evaluation of these factors, as well as of the theory of development presented by Adam Smith, would have concluded that the Viceroyalty’s eco-nomic regime was not perfect; but far from illogical. It would also have made clear the need to attempt its reform with prudence and realism. Carlos-Alberto Campos: Doctor en Letras por la Sorbona. Director del Adam Smith Semi-nars. Domaine de la Bastide, 1. Boulevard de Suède. F06230. Villefranche-Sur-Mer. Francia. Correo electrónico: adamsmith_seminars@yahoo.fr XIX Coloquio de Historia Canario-Americana 1932 serlo, pasó desapercibido. PALABRAS CLAVE: Adam Smith, co-mercio libre, revolución, independencia, desarrollo económico, teoría del Go-bierno. Unfortunately it was not so. The best adviser to the statesman, whose work should have been a bed-side book to those who pretended to be so, went unnoticed. KEYWORDS: Adam Smith, free trade, revolution, independence, economic development, Government theory. INTRODUCCIÓN El éxito editorial de La riqueza de las naciones, reeditada y traducida profusamente después de su aparición en 1776 (en castellano por primera vez en 1794) ha conferido una imagen casi legendaria a su importancia en el quehacer económico y político mundial. Obra compleja, de difícil lectura, sobre todo si se carece del bagaje filosófico, histórico y jurídico con el que Adam Smith sustentaba su argu-mento, La riqueza de las naciones se prestaba sin embargo, en parte debido al estilo de su autor, a simplificaciones peligrosas. El “comercio libre” fue una de ellas. Adam Smith se explayó abundan-temente sobre el tema, concluyendo que el “comercio libre” nunca podría ser más que un ideal irrealizable. No obstante ello, políticos y empresarios no tardaron en descubrir el valor emocional y las ventajas que podían obtenerse de un uso inescrupuloso del concepto. La pereza intelectual y la ignorancia hicieron el resto, y el “comer-cio libre” se convirtió en una formidable arma de propaganda. En las fracasadas invasiones inglesas de 1806 y 1807, los invasores hicie-ron la apología del “comercio libre”. De haber estado los invadidos en condi-ciones de comparar dichas promesas con la política económica inglesa en la India contemporánea, o por lo menos haber leído el lamento de Adam Smith por la destrucción de la industria y la agricultura de Bengala por el invasor inglés, hubiese sido imposible ignorar el carácter falaz e hipócrita de la pro-paganda. Amén de ello, un examen realista de la economía del Río de la Plata y una lectura atenta de la teoría del desarrollo económico de La riqueza de las naciones les hubiera llevado a la conclusión que el régimen económico del Virreinato no era perfecto pero tampoco ilógico y bien pudo esclarecer la ne-cesidad de abordar su reforma con cauto realismo y respeto del interés general. La importancia que tuvieron las supuestas ventajas del “comercio libre” el 25 de mayo de 1810 —un “fraude patriótico” que curiosamente replicara Adam Smith, comercio libre… 1933 el del Colonel Pride’s Purge en el Parlamento inglés en 1648— no pueden estimarse. Pero el daño que causarían en los años a venir es obvio, como también es obvio que estaban en abierta contradicción con las teorías de Adam Smith. I No es mi propósito aquí discutir en detalle las teorías de Adam Smith, que son el objeto de un libro en preparación y que he abordado en otros trabajos y en los 18 años en que dirijo los Adam Smith Seminars, sino seña-lar lo que un lector atento hubiese podido leer en la teoría del desarrollo eco-nómico de Adam Smith1. Es importante comenzar con el título completo de su obra: Una inves-tigación sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones. La palabra “nación” se utilizó aquí de manera amplia, pudiendo interpretarse como sinónimo de país, pueblo, raza, región, civilización o comunidad. Adam Smith no la concibió como un tratado de economía, como la han considerado sus comentaristas, críticos y adeptos desde hace más de dos siglos. La obra era meramente un capítulo de una ambiciosa History of the Civil Society, tal como lo fue la Theory of Moral Sentiments (1759), obra que le hiciera famoso en toda Europa (a tal punto que el Dr. Tronchin de Gine-bra, el médico más famoso de la época, le confiara la educación de su hijo después de su lectura) donde trataba de la psicología de la percepción, del pensamiento y de las acciones humanas, y que es la clave para comprender el resto de su obra. Sigue en ello a una vieja tradición, tal como lo hiciera un siglo antes Thomas Hobbes en Human Nature y Corpore Politico o en los primeros capítulos del Leviathan, “Of Man”. El título de la ambicionada magna opus era The history of Civil Society, en la que el vocablo “civil”, usado todavía con el sentido que lo utilizara Shakespeare —y que puede traducirse como “sociedad civilizada” —indica elocuentemente que para Adam Smith— como para Shakespeare— tal estado era producto de un proceso gradual. Como ese maestro de la lengua y del razonamiento analógico lo pusiera en los labios de Oberon cuando le cuenta a Puck en A Midsummer Night’s Dream: … Since once I sat upon a promontory, And heard a mermaid on a dolphin’s back, Uttering such dulcet and harmonious breath, That the rude sea grew civil with her song… XIX Coloquio de Historia Canario-Americana 1934 Tal como el mar, la imagen bíblica de la barbarie y de la fuerza incontro-lada, sucumbía al canto de la sirena y adquiría gradualmente la mansedum-bre civilizada, el hombre debía pasar por una serie de estados o etapas para hacer lo propio. Adam Smith subscribía en efecto a la teoría de la historia de su amigo Henry, lord Kames, abogado, agricultor, filósofo y lord of the Justiciary en Edinburgh2 y de su discípulo William Robertson, el conocido historiador, también amigo de Adam Smith3. La idea central era que en su marcha hacia una sociedad civilizada el hombre debía pasar por cuatro etapas: 1) cazador y recolector 2) pastor nómada 3) agricultor 4) comercial. Lord Kames y Robertson explicaban la diversidad de la sociedad con-temporánea en términos de esa división. Así, los clanes de los Highlands de Escocia y los iroqueses de América del Norte4 estaban en el estado pastoral nómada, Rusia estaba en la etapa agrícola, mientras que Inglaterra y Francia, claramente en la etapa comercial, estaban en condiciones de disputarse la supremacía mundial (y de hecho lo hicieron en la Seven Years War [Guerra de los Siete Años], particularmente en 1759, el cuarto año de la guerra, en el que lucharon no solamente en Europa, sino también en África, el Caribe, los grandes lagos de Norteamérica, el Pacífico, y en la planicie del Ganges). Claramente había lagunas importantes en esta descripción, pero esa fue una idea que remozaba un concepto de vieja data y que fue fructuosa, ya que inspiró a su contemporáneo Edward Gibbon, el gran historiador de Roma en el siglo XVIII (The Decline and Fall of the Roman Empire), y a Arnold Toynbee, el filósofo de la historia en el siglo XX, en su Study of History. Es obvio que un hombre que subscribía a ese esquema no podía pensar que una teoría económica podía explicar la economía en todo lugar y en todo momento, ni preconizar la infalibilidad de un mercado auto-controlado y las ventajas de la libertad de comercio en toda situación, como lo han pretendido muchos “intérpretes” y “adeptos” de Adam Smith. Adam Smith era heredero de una vieja tradición que se remontaba a santo Tomás de Aquino (1227-1274), expuesta en su Summa Theologica, reafir-mada en las doctrinas económicas de sus continuadores, los Doctores de la Iglesia (entre otros Konrad Summenhart, Johannes Nider, san Antonino de Florencia y san Bernardino de Siena, el creador de los montepíos, bien cono-cidos en las universidades de Salamanca, Coimbra y Alcalá), particularmente en lo referente a la definición del mercado libre, del precio justo, producto del libre juego de la oferta y la demanda exentos de fraude o monopolio, el cual era considerado y condenado por ellos, los juristas y las autoridades civiles como un caso especial de fraude. Adam Smith era también heredero de otra tradición aún más antigua, pero remozada por santo Tomás en De Regimine Principum, completado por su discípulo Aegidius Romanus (Egidio Colonna o Gilles de Roma, 1247-1316) Adam Smith, comercio libre… 1935 en De Regimene Principum Libri III, que era la preocupación con la educa-ción del príncipe, como lo demuestra al comienzo del Libro IV cuando des-cribe a la economía política como una rama de la ciencia del hombre de es-tado o legislador. Editado y traducido frecuentemente, De Regimine Principum continuó siendo la piedra angular de los deberes y el quehacer del hombre de estado o legislador. A veces modificada un tanto, como en De Republica Optime Ad-ministranda de Petrarca (1304-1374) o considerablemente, como en De Re-gis et Boni Principis Oficia…, del conde y duque napolitano Diomedes Cara-fa (1406-1487) o el de su contemporáneo Mattheo Palmieri (1405-1475) Della Vita Civile que contienen recomendaciones precisas de buenas prácti-cas de administración económica y financiera. El hombre de estado o legislador continuó siendo el prisma desde el cual se enfocaba el estudio de la economía y la administración pública, como lo muestra en el siglo XVIII el trabajo de ese gran economista napolitano que fue el abad Ferdinando Galiani y el de sir John Steuart (1712-1780), el único de los intelectuales escoceses leal a Bonnie Prince Charles (Prince Charles Edward Stuart), por lo cual debió vivir en el exilio entre 1745 y 1763. En An Inquiry into the Principles of Political Economy (1767), que Adam Smith criticara sin mencionar ni el libro ni el autor, sir John Steuart examinó el proceso económico desde el punto de vista de un príncipe diligente que tiene como meta el interés nacional. Esa percepción de los deberes del hombre de estado y el legislador con-cordaba también con la vieja teoría de los deberes del rey (ya presente en el Salmo 44, v.7.8.), que Miguel de Cervantes, ese otro gran maestro de la len-gua y del razonamiento analógico, describiera magistralmente cuando don Quijote explica a Sancho Panza que al asumir el gobierno de la ínsula de Barataria debía hacer su entrada oficial vestido mitad como guerrero y mitad como juez. Ponía así de manifiesto que los deberes del rey eran primordial-mente la defensa de sus súbditos y de la justicia. Deberes que Adam Smith subrayaba y recordaba frecuentemente al hombre de estado y al legislador. Reflejando esa vieja teoría, Adam Smith asignaba una importancia capital a la defensa del territorio y a la administración de justicia. Considerándoles como pilares fundamentales del estado y de la sociedad civilizada Adam Smith les consagró largas páginas en su tratado. Estimando que el desarrollo económico de una “nación” estaba anclado y limitado por el marco físico, institucional y social, Adam Smith insistía que el legislador debía dotarla de leyes e instituciones que posibiliten la plena realización de sus posibilidades. Adam Smith postulaba que el desarrollo económico podía ser “artificial” o “natural”, considerando a Holanda como ejemplo típico del primero. XIX Coloquio de Historia Canario-Americana 1936 En el siglo XVII Holanda vivió su siglo de oro. Densamente habitada, una población industriosa y disciplinada, el aprovechamiento de una abundante energía eólica e hidráulica por miles de molinos, la facilidad y bajo costo de las comunicaciones internas vía sus numerosos canales, así como internacio-nales por vía marítima y fluvial, ayudados por un importante aflujo de capi-tales de una Venecia en decadencia, hicieron de este pequeño país el centro industrial de Europa. Talleres por doquier fabricaban toda clase de artículos que alimentaban un vigoroso comercio de exportación. Pero eso no era todo. La VOC (Verenigde Oost-Indische Compagnie), so-ciedad por acciones fundada en 1602 por los más ricos comerciantes del país, que tenía la particularidad de hacer cuentas y distribuir dividendos cada 10 años, había copiado la estrategia portuguesa de establecer bases fortifica-das en lugares clave. Con Batavia (Yakarta) como sede principal y estable-cimientos en Java, Sumatra, las Molucas, el archipiélago de Banda y la isla de Run (mantenida a cambio de Manhattan, en la Paz de Breda en 1663). Im-poniendo brutales restricciones a los cultivadores locales, que Adam Smith criticara vivamente, la compañía les obligaba a cultivar las especias para alimentar su casi monopolio del comercio europeo. También era importante el casi monopolio holandés del aceite de ballena (que Adam Smith no menciona, importante sobre todo para el alumbrado y que continuó siéndolo hasta su reemplazo por el kerosén en la segunda mitad del siglo XIX), capturadas por los balleneros vascos que habían emigrado a Spizbergen, abandonando la caza en Terranova y los puertos españoles para evitar el servicio en la Marina real. El siglo XVII fue el siglo de oro holandés no solamente en materia indus-trial y comercial, sino también como potencia marítima que alcanzó su cenit con el almirante Michiel Adriaansz de Ruyter (1607-1676), indispensable para respaldar su comercio internacional, y en el terreno cultural, con una universidad como la de Leiden ejerciendo el liderazgo europeo donde brilla-ra entre otros el profesor de medicina y botánica Herman Boerhaave (1668-1738), e investigadores privados como el famoso médico Regnier de Graaf (1641-1673) que ejercía en Delf . Cuando uno compara el siglo de oro holandés con el siglo XVII inglés y los desastres que se suceden en la isla: guerra civil, regicidio, restauración, la gran peste y el gran incendio de Londres, no es de extrañar el gran interés que Holanda despertara en los ingleses de la época. No solamente hombres de la talla de Hobbes, Locke o Petty estudiaron medicina y otras materias allí, pero sobre todo fue su economía y la manera de competirla la que atrajo un número creciente de estudiosos y analistas, y consecuentemente de publi-caciones sobre el tema. Quizás nada muestra con mayor elocuencia la incapacidad inglesa de competir comercialmente con los holandeses en el siglo XVII como las difi-Adam Smith, comercio libre… 1937 cultades de la East India Company frente a su rival holandesa, a pesar de haber sido creada antes (1600) y con un fuerte subsidio de la reina Isabel I. Tan sólo a partir de 1765, cuando el emperador mogol le arrendara la admi-nistración de Bengala, comenzó a ser un actor decisivo en el gobierno de la India, superando en rapacidad y crueldad a su vieja rival. Rapacidad y cruel-dad que atrajeron la ira de Adam Smith. En la época en que Adam Smith escribía el ciclo holandés descrito ut su-pra había concluido. La industria y el comercio habían cedido la plaza a las finanzas y Ámsterdam se había convertido en una de las grandes plazas fi-nancieras de la época, al par que Hamburgo, Ginebra y Nápoles. Parte de las inversiones holandesas se hacían en Inglaterra, lo que no impedía que fuese el principal acreedor de Francia, el mayor enemigo de los ingleses. Plaza discreta, Ámsterdam, aquella donde los capitales podían refugiarse y emple-arse con seguridad, como lo sabía muy bien Voltaire, ya que era en Ámster-dam donde el autor de Candide financiaba sus negocios negreros. Adam Smith tuvo la ventaja de observar el modelo de desarrollo holandés en perspectiva, y de apreciar así los puntos frágiles de ese desarrollo econó-mico “artificial”, en particular su dependencia de la demanda extranjera y la supremacía naval. No fue el único en verlo así. Como yo lo demostrara en detalle en otra ocasión, Albrecht von Haller (1708-1777), el gran estadista, economista, hombre de ciencia y experimentado administrador, fue determinante en ase-gurar su rechazo como modelo a seguirse para el desarrollo económico de Berna por la dependencia que crearía en la demanda extranjera, por la pertur-bación social que entrañaría, por las enemistades y los apetitos que un tal desarrollo engendraría inevitablemente entre los estados poderosos y, sobre todo, porque requería el aporte de capitales extranjeros y “los ciudadanos de Berna no debían hipotecar su libertad contrayendo deudas con los extranjeros”5. Adam Smith acentuaba la importancia del desarrollo del mercado interno, con una demanda satisfecha con medios de transporte abundantes y de bajo costo como condición sine qua non para abordar la “navigation” —“interna-tional trade” en el inglés de hoy día— o sea el comercio internacional. Y eso debía de hacerse, si fuese necesario, con el apoyo de una “Navigation Act” similar a la Ley de Navegación inglesa de 1651, que otorgaba a las bodegas nacionales el privilegio exclusivo del transporte en puertos ingleses. Este era un monopolio que no arredraba al hombre pragmático que era Adam Smith, que evidentemente veía en la “Navigation Act” un medio ne-cesario y legítimo en su momento para quebrar la supremacía marítima ho-landesa, y en un acto legislativo similar, un instrumento útil para propulsar el comercio exterior de una economía que había llegado a ese punto culminante del desarrollo económico natural. XIX Coloquio de Historia Canario-Americana 1938 Adam Smith estimaba que China estaba en esas condiciones, habiendo llegado a un punto en que la densidad de su población, una producción capaz de satisfacer el abastecimiento, y la red de comunicaciones internas apunta-ban en esa dirección, próximo paso lógico de un desarrollo económico “na-tural”. A medida que ese proceso avanzaba hacia su madurez, Adam Smith creía que la acumulación de capital tendía a decrecer el nivel de las ganancias, entre otras cosas por un incremento de la competencia, dada la propensión a copiar una idea original y lucrativa, y por haber más dinero buscando opor-tunidades de inversión. Contrariamente a una idea errónea, que atribuye ese principio a Marx, Adam Smith fue el primero en establecerlo. Además, a diferencia de Marx, Adam Smith veía en esta disminución de las ganancias un efecto saludable. Y eso pese a las protestas que podían ocasionar, dado que “los mercaderes y los industriales se quejan siempre de los costos del empleo y otros, y nunca de los efectos deletéreos de sus propias ganancias”. Aunque escueta, esta revisión destaca que Adam Smith estaba lejos de ser el teórico dogmático de la supremacía del mercado y la insignificancia del estado, como lo pretendiera el “Washington Consensus” y tantísimo otro autoproclamado exegeta, sino un hombre realista que ni siquiera creía que el libre comercio pudiese ser plenamente establecido en el Reino Unido, su propio país. A esa conclusión lo llevaba su convicción de que los ricos comerciantes e industriales conocen sus intereses mejor que nadie y siempre sabrían encon-trar las alianzas políticas necesarias para protegerlos. En realidad, Adam Smith no sólo era un hombre intelectualmente opuesto al “man of systems” —or “models” en el inglés de hoy día— proclive a ver el mundo a través de axiomas, sino que, no siendo ni cojo ni manco, tendría que haber sido completamente ingenuo para ignorar la colusión entre el mundo de la política y el del comercio y la industria contemporáneos, y los escándalos a que daba lugar. La East India Company era preeminente en ellos. Ya en 1693 había so-bornado a miembros del Parlamento para renovar su “Charter” (Acta de Constitución), que condujo dos años más tarde a la destitución del “Speaker” de la Cámara de los Comunes, al “impeachment” del lord president del Con-sejo y a la prisión del gobernador de la East India Company por enriqueci-miento ilícito. En 1772, Robert Clive, el “fundador del Imperio” cuya efigie en bronce contempla al Parlamento, que había salido pobre y en pocos años regresó de la India como el hombre más rico de Inglaterra y hecho noble, fue exonerado después de un violento debate, un año antes de suicidarse. Mientras sus empleados se enriquecían descaradamente, la East India Company no salía de sus apuros financieros. En 1773, volando una vez más en socorro del monopolio, el Parlamento exoneró de impuestos el te expor-Adam Smith, comercio libre… 1939 tado por la East India Company a las colonias de Norteamérica para permi-tirle competir con los comerciantes locales que contrabandeaban el producto traído por los holandeses. La respuesta de los comerciantes locales fue el famoso “Boston Tea Party”, que lejos de ser la mítica protesta ciudadana contra los impuestos abusivos exaltada por la historia estadounidense, fue en realidad un acto vandálico perpetrado por tenderos que temían perder las jugosas ganancias obtenidas del contrabando. En 1788, el celebrado Edmund Burke denunciaba apasionadamente los excesos imperiales en el sensacional “impeachment” de Warren Hastings, el gobernador-general de la India. Para entonces, quedaban pocas dudas en Inglaterra del saqueo de la India por ingleses sin escrúpulos. Adam Smith no tenía ninguna. Su lamento de la destrucción brutal de la industria textil de Bengala por la East India Company, en beneficio de las exportaciones inglesas, así como el de su agricultura, al obligar a los labra-dores a cultivar amapolas para producir opio que la China se vería obligada a comprar, lo demuestra sin ambages. También criticaba él la práctica de per-mitir a los empleados hacer negocios privados para completar sus emolu-mentos a una distancia en que era imposible controlarlos, lo que veía como una invitación al dolo. Lo que parece extraordinario es que todo este fermento en la opinión pública, objeto de muchas publicaciones y debates, pasase completamente desapercibido entre los hispano-americanos que hicieron el peregrinaje a Londres para ser adoctrinados en las logias masónicas sobre los beneficios de la libertad política y económica. Es difícil imaginar que un hombre con la experiencia internacional de un Francisco de Miranda, que conocía los Estados Unidos, Francia y Rusia, vivía en Londres donde tenía amigos influyentes como el comodoro sir Ho-me Riggs Popham, con quien presentara al primer ministro uno de sus mu-chos planes de invasión y conquista de América del Sur con la promesa de un acceso privilegiado a sus riquezas, no se hubiese percatado de la dife-rencia que existía entre la propaganda y la realidad política y comercial de Inglaterra. ¿O no quiso hacerlo?... II En una Europa en la que los monopolios, los privilegios y las excepcio-nes formaban parte del panorama económico normal, por motivos históricos, por comodidad y a veces por necesidad, España no desentonaba. Monopo-lios, privilegios y excepciones fueron factores importantes del desarrollo económico europeo, y los que se beneficiaban de ellos, como Adam Smith observara a menudo, solo pensaban en perpetuarlos. Y entre ellos los gobier-XIX Coloquio de Historia Canario-Americana 1940 nos, por inercia y por corrupción, pero también porque facilitaban la percep-ción de impuestos. Adam Smith, que debe insistirse, se proponía instruir al estadista y al le-gislador y no escribir un tratado de economía abstracto o académico, era ene-migo declarado de todo monopolio, aunque a veces le parecieron necesarios. La Danish East Asian Company era una de esas excepciones, ya que no veía otra manera en la que una economía como la danesa pudiera comerciar en Asia. Sus comentarios sobre la Navigation Act en Inglaterra o la que imagi-naba debiese ser legislada en China entran claramente dentro de este marco. Y entran también dentro del marco histórico del proteccionismo inglés, cuyas raíces se remontan a Henry VII (1457-1509), el primer monarca Tu-dor, que habiendo notado en su infancia como Borgoña se había enriquecido con la fabricación de paños confeccionados con lana inglesa, al asumir el trono en 1485 después de su victoria en Bosworth Fields y la muerte de Ri-chard III, impuso elevados aranceles a su exportación, reduciendo los im-puestos y concediendo subsidios y monopolios temporarios a los fabricantes ingleses de tejidos. Ello dio lugar a un elaborado sistema proteccionista, aplicado rigurosamente en las colonias y nunca abolido pese a la propaganda librecambista. La Constitución de la India, aprobada por Westminster en 1919, y el sistema preferencial de tarifas del Commonwealth, acordado en Ottawa en 1932, son pruebas contundentes de su supervivencia6. El abad Ferdinando Galiani, otro enemigo acérrimo de los monopolios, gran economista y hombre experimentado en la administración publica por haber sido ministro en Nápoles, afirmaba que en caso de insuficiencia de las cosechas —un problema recurrente en el siglo XVIII, que él equiparaba a una emergencia tan grave como una guerra— el gobierno debía monopolizar directamente las importaciones a cualquier precio, endeudándose si fuese necesario, para asegurar el abastecimiento y evitar el agio y la especulación. Al pragmatismo de estos dos grandes economistas, que excluye una vez más toda idea dogmática de sus teorías económicas, debe añadirse los límites impuestos al quehacer económico por las condiciones de la época. Adam Smith, en el conocido caso del importador de paños en la América inglesa y el importador de tabaco en Hamburgo, que debían pasar por un intermediario en Londres, creía que podrían beneficiarse de poder comerciar directamente. Eso pudo ser así o no. La respuesta sólo es posible si se calcula el precio del flete, los volúmenes de mercancías a transportar, el tiempo requerido para el cobro, y las modalidades de pago. De haberse hecho ese cálculo es probable que muchas de las restricciones existentes resultasen necesarias para la exis-tencia del comercio. Este es un cálculo que, unido al elevado costo de la protección naval, pa-reciera de rigor para hacer una crítica sensata del sistema de puertos habili-tados entre España y América y una proposición viable del comercio libre. Adam Smith, comercio libre… 1941 De haberse hecho, hubiese figurado prominentemente en las interminables discusiones y alegatos sobre el particular. Otras restricciones no eran totalmente carentes de razón. Un John Holker por ejemplo, que con maquinarias y operarios ingleses estableció la industria textil moderna en Francia y la erigió en un competidor de peso internacional, ilustra muy bien porqué las técnicas y los equipos de producción eran celo-samente protegidos. Nombrado inspector general a cargo de los industriales extranjeros en Francia, Holker, fue el asesor del manifiesto económico de Bonnie Prince Charlie en la proyectada invasión de 1759. Amén de sanear el calamitoso déficit de la hacienda pública del Reino Unido, se proponía allí promover la industria a expensas de las finanzas, cuya reputación estaba en baja después del South Sea Bubble en 1720 y otros escándalos, favoreciendo en particular las exportaciones de la industria pesquera y del lino. Otra pro-puesta, realmente original y revolucionaria esta vez, era que el estado se haría cargo de los niños de padres pobres para educarlos y convertirlos en una fuente de riqueza para la sociedad y el país. El South Sea Bubble, del que fuera responsable Lord Harley, el Lord Treasurer (Ministro de Hacienda inglés) y la Banque Générale cstablecida por John Law con el apoyo del regente de Francia, Philippe d’Orléans, fue-ron dos proyectos aprobados oficialmente con el objeto de enjugar las cuan-tiosas deudas y rescatar al erario inglés y francés que terminaron en sendos desastres financieros. Adam Smith los conocía bien y es probable que cono-ciera también a otro sonado plan para solventar los gastos del estado francés. Este ultimo, fruto de las elucubraciones de Mirabeau, miembro prominente de la autoproclamada asamblea de los “representantes” del pueblo francés, afirmaba que nada impedía a un estado soberano a crear el papel moneda necesario si disponía del papel, la tinta y la imprenta. Las necesidades insa-ciables de la revolución, pese al saqueo sistemático de los países “liberados” de la tiranía, hicieron que los “assignats” impresos aumentaran de dos mil millones a veinte mil millones, y que su cotización disminuyese de un 28% del valor nominal al 10% y finalmente a 0. Curiosamente, la catástrofe económica creada por los revolucionarios franceses —casi contemporánea— parece haber pasado desapercibida por sus admiradores americanos. Los ejemplos precedentes nos muestran que, aún cuando pudiese haber habido diferencias de magnitud, los problemas económicos y sociales de Europa eran comunes al continente. Y a veces, bastante más graves en sus potencias de vanguardia. XIX Coloquio de Historia Canario-Americana 1942 III Si al nivel continental la política económica de España era comparable a la de otros países europeos, la administración de las posesiones de ultramar fue totalmente diferente. El orden económico en América hispana estaba lejos de ser perfecto. No era producto de un diseño sino de una multitud de decisiones individuales nacidas de privilegios promocionales y de requisitorias de las autoridades lo-cales. Como lo he demostrado en otros trabajos, ese fue un proceso único en los anales de la expansión europea. El origen del mismo, como lo vengo subrayando desde hace mucho tiem-po, radica en que el término de la Reconquista coincidió con los principios de esa expansión, primero en Canarias y luego en América. Los métodos de financiación y organización de las empresas de descubierta y conquista y aquellos por los cuales la Corona tentaba de asegurar el asentamiento en los territorios conquistados eran fundamentalmente los mismos que habían de-mostrado su eficacia durante la Reconquista. Otro elemento que los asimilaba era que los territorios americanos fueron incorporados a la Corona y sus habitantes originales proclamados súbditos de la misma, lo que unido a las obligaciones derivadas del patronato, hicie-ron que en principio fuesen gobernados de acuerdo a la vieja máxima to-mista de que gobernar es asegurar el bienestar común de los gobernados. Es evidente que ello debe matizarse. Como Adam Smith lo hubiese sos-pechado, no es difícil pensar que como los poderosos tenían acceso a los oídos de los ministros y otros altos funcionarios, al par que el poder de en-grosar sus faltriqueras, y como la distancia entre la metrópoli y América era considerable, las transgresiones no pudieron menos que ser legión. Sin em-bargo, como Adam Smith señalara, no parecen haber sido menos en la India inglesa o en la Batavia holandesa. No obstante ello, a veces con largas demoras y siempre con las quejas de partes interesadas, se desarrolló un sistema que en gran parte sobre la base de las peticiones de los gobiernos locales tenía en cuenta sus posibilidades económicas, reflejadas en un sistema diferenciado de impuestos y aranceles. La administración de América dio también muestras de creatividad y flexibilidad. Como lo explicara en otra ocasión, fue en México donde se pusieron en práctica por vez primera —y única, que yo sepa— las ideas de la Utopía de Santo Tomás Moro. Discutidas largamente en la correspondencia entre Vasco de Quiroga y Carlos V —que conocía bien las ideas de Moro y posiblemente lo había conocido a el personalmente en su mocedad— las implantó con el beneplácito del emperador. Los más de 200 pueblos indígenas fundados por ese gran obispo de Mi-choacán, auto administrados, y que debían vivir sobre la base de la especiali-Adam Smith, comercio libre… 1943 zación y el intercambio como en la Utopía, fueron los más prósperos de México hasta que fueron destruidos por el liberalismo de la revolución, co-mo afirmaba ese gran historiador de México y entrañable amigo que fue el añorado Francisco-Xavier Guerra. Vasco de Quiroga fue también un educador y fundador del estudio de San Nicolás al que legó su enorme biblioteca, y donde estudió el padre Morelos. La educación, que Adam Smith consideraba que debía ser una preocupación mayor del estado, tampoco fue descuidada. En 1520 fue fundada la primera universidad en Santo Domingo a la que siguieron las de México, San Marcos de Lima en 1557, declarada Pontificia en 1571, y muchas otras, así como es-cuelas elementales y de oficios por doquier. Al extremo sur del continente, los jesuitas llegaron a Córdoba en 1599 y desde allí iniciaron una tarea evangelizadora que se convertiría en un expe-rimento educacional, social y económico de primera magnitud. A principios del siglo XVII crearon el Seminario Convictorio de San Javier, que poco des-pués alcanzaría el rango de Universidad, la primera en el actual territorio argentino, y algo más tarde el Colegio de Nuestra Señora de Montserrat. Pa-ra mantener estos proyectos, la Compañía de Jesús creó sus propios medios de subsistencia: seis estancias situadas en los alrededores de Córdoba. En ellas había agricultores y ganaderos, carpinteros, herreros, tejedores y hasta músicos. Las cinco que se conservan —Caroya, Jesús María, Santa Catalina, Alta Gracia y Candelaria— así como los edificios de la llamada manzana je-suítica en el centro de la ciudad, han sido declarados patrimonio mundial por la Unesco. La bella capilla de la estancia “Santa Catalina”, fundada en 1622, excelente ejemplo del estilo barroco colonial, la iglesia de la Compañía en la ciudad con el techo de la nave en forma de casco invertido para solucionar la carencia de troncos largos y el de la capilla doméstica, que se encuentra detrás, hecho con cueros de vaca sobre una estructura de cañas, ponen de manifiesto que la agilidad intelectual y el ingenio demostrados para solucio-nar los problemas arquitecturales no fue menor que la exhibida en la solu-ción del problema económico para llevar a cabo un objetivo social, edu-cacional y religioso. Los jesuitas pusieron en evidencia esas facultades con los mismos objetivos en medioambientes tan diversos como El Pantanal, en la antigua provincia de Moxos, y en el Paraguay, muestra clara de su celo misionero y educacional, así como de la latitud y libertad con la que el pro-blema económico pudo y fue abordado en la América hispana. Adam Smith se hubiese sorprendido de esa creatividad y energía en mate-ria económica, y de esa actividad educacional o la desarrollada a favor de la salud pública, a las que atribuía también una gran importancia y que junta-mente con la pobreza, constituían un problema mayor para el estadista y el legislador británico. Adam Smith afirmaba que la supresión de los monaste-rios y otras instituciones religiosas habían creado un vacío en la asistencia y XIX Coloquio de Historia Canario-Americana 1944 protección del indigente, problema que consideraba lejos aún de estar resuelto. Devoto calvinista, Adam Smith había aceptado un tanto indiscriminada-mente la leyenda negra de la propaganda protestante al par que algunos de los mitos atribuidos a los “Pilgrim Fathers” (es de notar que tan solo en 1791 el catolicismo dejó de ser un delito pasible de la pena de muerte en Inglaterra y que los católicos debieron esperar hasta 1829 para gozar, parcialmente, de las prerrogativas civiles de los súbditos ingleses). Grande hubiese sido su sorpresa de saber que un año después de la conquista Hernán Cortés fundaba el primer hospital para indios de México (y planeaba cruzar el Pacífico con un grupo de franciscanos para evangelizar la China) o que aún antes de ser ordenado sacerdote Vasco de Quiroga había fundado y mantenía personal-mente un orfanato para niños indígenas con su salario de juez. Y mucho más grande hubiese sido su sorpresa de saber que ese tipo de instituciones cubr-ían literalmente la América hispana. En contraste, los primeros “colleges” para la formación de clérigos en las colonias inglesas en las que después serían las universidades de Harvard, Yale y Princeton fueron abiertos en 1636, 1701 y 1747 respectivamente. En cuanto a las escuelas, hospitales y universidad para los aborígenes de Norte-américa debieron esperar a una santa católica, santa Katherine Drexel, para ver la luz en la segunda mitad del siglo XIX, un siglo después de la existencia de los Estados Unidos como nación independiente7. No digo esto como una apología, que creo innecesaria y fuera de lugar, sino para subrayar que el estudio de la historia y el de la economía deben ser comparativos. Uno de los méritos de Adam Smith reside justamente en ello; aunque a veces, claro está, su información no fuese óptima. Como toda minoría revolucionaria, los de 1810 exageraron los males que motivaran sus acciones. E inevitablemente cayeron también en la exagera-ción en los remedios propuestos. La libertad de comercio fue uno de ellos. Una evaluación realista les hubiese llevado a la conclusión que Buenos Aires no reunía ninguno de los requisitos para aspirar a un desarrollo “natu-ral” ni mucho menos “artificial” en la concepción de Adam Smith. Con una población exigua, sin transportes internos, este “puerto” marginal del Virrei-nato, ayuno hasta de un puerto propiamente dicho, era más un mojón de las posesiones españolas que una verdadera capital, grande en pretensiones pero con poco o nada para sustentarlas. La vida económica del Virreinato era más vibrante al centro y al noroeste del territorio, e incluso la vida cultural, con sus universidades en Córdoba y Charcas. La creación del Virreinato (1776, el año de la independencia de la América inglesa y de la primera edición de la Riqueza de las Naciones) era demasiado reciente y preñada de circunstancias excepcionales para haber Adam Smith, comercio libre… 1945 cristalizado en una integración económica estrecha entre sus regiones. Po-tosí, con sus minas de plata y una población de 160.000 habitantes, casi cua-tro veces mayor que la de Buenos Aires, era el centro económico del Virrei-nato, cuya demanda alimentaba el comercio de aprovisionamiento y la inci-piente producción industrial del centro y noroeste del mismo. Los elementos constitutivos de un desarrollo económico “natural”, tal como lo entendía y lo explicaba Adam Smith, estaban claramente allí. Buenos Aires y el litoral producían cueros, sebo y tasajo. El primero de esos productos tenía una demanda creciente a medida que el desarrollo in-dustrial se acentuaba en Inglaterra, ya que era utilizado para las correas de transmisión de energía a las máquinas y otros usos industriales. Pero Buenos Aires tenía también el privilegio de ser puerto único de entrada y salida de productos del Virreinato. Este monopolio le proporcionó un poder político y económico fuera de proporción con la realidad. Al par de dar un auge extra-ordinario al contrabando, actividad ilícita que aseguraba pingüe beneficio a comerciantes criollos y peninsulares, a los ingleses y sus testaferros los por-tugueses, y por supuesto a los funcionarios reales. Aquí se encuentra, creo yo, un factor importante del ensimismamiento de Buenos Aires, de su incapacidad de pensar más allá de ella misma y de sus intereses. Ello aparece claramente en la lectura de la representación de los hacendados y labradores, escrita por el abogado Mariano Moreno a la de-manda de los exportadores de cueros y presentada al virrey don Baltasar Hidalgo de Cisneros (que fuera vicealmirante de la flota y uno de los héroes de Trafalgar) para solicitar que concediera el comercio libre. Allí afirmaba Moreno:… “De un pueblo que no tiene minas, nada más saca el erario que los derechos y contribuciones sobre las mercaderías…” El virrey, apoyándose en el tratado concluido el 14 de enero de 1809 en-tre George Canning, el ministro de Relaciones Exteriores británico y el re-presentante de la Junta Central de Sevilla, don Juan Ruiz de Apodaca, que concedía libre entrada en España y las posesiones de ultramar a las mercade-rías inglesas, un acuerdo lejos de haber sido “libremente” convenido entre las partes, firmó el Reglamento de Libre Comercio el 6 de noviembre de 1809. Huelga decir que los beneficiarios casi exclusivos fueron las naves y los comerciantes británicos. Y huelga decir que los comerciantes locales que se beneficiaban del monopolio y del contrabando no tardaron en contraatacar; El Reglamento de Libre Comercio fue suspendido por el virrey Cisneros en febrero de 1810, con una extensión —por supuesto— para los comerciantes ingleses hasta mayo del mismo año, negociada por el virrey con el capitán Doyle, jefe de la escuadra británica del Río de La Plata, cuya presencia en esas aguas indica la importancia que la Corona británica atribuía a la región y los límites a que podía aspirar el comercio “libre”. XIX Coloquio de Historia Canario-Americana 1946 Aunque Moreno empleaba las palabras “nación” y “provincia” en ese do-cumento, posiblemente para hacer referencia simplemente a Buenos Aires, y la petición entraba dentro de los cánones de las tradicionales peticiones lo-cales, él se dirigía a un virrey en cuyo territorio se encontraban las minas de plata más grandes del mundo. Parece absurdo por lo tanto hablar de un país que no tiene minas. Sobre todo cuando Buenos Aires pretendiese poco des-pués hablar y actuar como la “hermana mayor” del Virreinato. El tenor de la representación de los hacendados nos recuerda los viejos “Cahiers de Doléances” europeos. Interpretada literalmente podría llevar a concluir que la política económica conducía al Virreinato a la miseria. Cuan-do se separa el grano de la paja, como se hacía habitualmente al evaluarse diferentes peticiones de una misma región, es evidente que el documento ignoraba la actividad económica de todo el Virreinato y exageraba las difi-cultades de Buenos Aires, cuyo comercio exterior había incrementado y se había diversificado en los últimos años en lo que respecta a la proveniencia, pabellón y destino de los navíos. Visto exclusivamente desde Buenos Aires esto crea un problema metodológico de envergadura para el historiador y el economista. En primer lugar porque un puerto, al contrario de una vasta re-gión, ofrece por definición documentación abundante y localizada. Y en segúndo lugar porque la misma tiende a exagerar la importancia del comer-cio de importación y exportación en una economía, lo que en general es falso8. El gobierno revolucionario restableció el tratado de libre comercio con Gran Bretaña. El monopolio de la aduana y el poder físico sobre sus recau-daciones dio a Buenos Aires literalmente un poder de vida o muerte sobre las provincias del interior. Cuando se piensa que un poncho inglés valía 10 ve-ces menos en Buenos Aires que uno artesanal confeccionado en el noroeste, no es difícil imaginar que la pequeña industria estaba condenada. (Aunque en principio ventajoso para quien lo compraba en Buenos Aires, lo que debía preguntarse un estadista competente era cuánto costaba un poncho inglés en Tucumán, quién percibía la diferencia y cuál era el costo de la destrucción de toda una industria local en sí y en materia de desarrollo económico). Pero como la importación de equipos y maquinarias para desarrollar esa u otras industrias dependía también de los caprichos de Buenos Aires, la posibilidad de competir y el proceso de desarrollo económico estaban frenados. Si a ello se une un agudo egocentrismo y una carencia absoluta de visión gubernativa y de la integridad territorial, a tal punto que un Juan Martín de Pueyrredon podía osar ofrecerle al Brasil las provincias de Entre Ríos, Co-rrientes, Misiones y la banda oriental, el milagro es que el territorio no se desintegrara más de lo que se desintegró. Adam Smith ofrecía a Pueyrredon y a sus predecesores y sucesores la po-sibilidad de aprender el arte del estadista. Lamentablemente no se le supo aprovechar. Adam Smith, comercio libre… 1947 NOTAS 1 Siendo la presente comunicación fruto de meditaciones de larga data, los autores y las obras sumariamente discutidos aquí han sido examinados detalladamente y en numero-sas ocasiones, generalmente en varias ediciones, particularmente Adam Smith, de quien se han compulsado más de 60 ediciones en varios idiomas, por lo que debo remitir al lector, salvo excepciones, a los siguientes trabajos: — Des Hommes et des Stereotypes: Evénements Historiques et Changements Perceptuels ainsi qu’on le voit illustré par le Rapport Présumé entre les Grandes Découvertes Géo-graphiques des XVéme et XVIéme Siécles et “l’Emergence” de “l’Homme Scientifi-que”, 5 Vols., Doctoral Thesis, Université de La Sorbonne, París, France. — “Technology, Scientific Speculation and the Great Discoveries”, en Revista da Univer-sidade de Coimbra, Volumen XXXIII, Coimbra, Portugal, 1985, pp. 485-542. — “La Découverte de l’Amérique et la structure mentale européenne: Rupture où conti-nuation?” en L’Amérique Latine et la Nouvelle Histoire, E.R.H.I.LA, París, 1989. — “Martin Behaim and the Scientific Attitudes of the Nürnberg Scientific ‘Milieu’”, en Anzeiger des Germanischen National Museums, Nürnberg, June 1991, pp. 45-53. — “World Views, Ideals and Precepts for Human Action: The Churchmen and the Climate of Business in the Iberian Peninsula at the Time of the Great Discoveries”, en Acts, Section I, International Congress on the Great Discoveries and Renaissance Europe, Lisbon, Portugal, 1983. — “La imagen de la economía en las Siete Partidas”, en Actas Congreso Alfonso El Sabio, Universidad Complutense de Madrid, Madrid, 1984. — “The Atlantic Islands and the Entrepreneurial Development of Southern Castile at the end of the Fifteenth Century”, en The International History Review, Vol. IX, Number 2, Vancouver, 1987, pp. 173-194. —“Why Columbus’s Discovery was of no Consequence in Economic Thinking, Attitudes and Practices: Continuity, Change, and Behavioural Models in Economic History”, en Actas 17th International Congress of the Historical Sciences, Madrid, Spain, 26th Au-gust- 2nd September, 1990. — “The Ebb and Flow of Fashion in Economic and Political Thought”, en The South Afri-can Economic Society, Randse Afrikaanse Universiteit, Johannesburg, South Africa, 1994. — “The Ebb and Flow of Fashion in Economic and Political Thought” (II), en Adam Smith Seminar, Carleton University, Ottawa, 1996. — “The Ebb and Flow of Fashion in Economic and Political Thought” (III), en Adam Smith Seminar, Istanbul, Turkey, 1998. — “Social Security Before State Compulsory Systems”, en Adam Smith Seminar, State Parliament, Riga, Latvia, 1999. — “Adam Smith Revisited”, Adam Smith Seminar, Vilnius, Lithuania, 1999. — “Towards a New Mercantilism?”, Adam Smith Seminar, Stockholm, Sweden, 2000. — “Lo económico en el entorno ideológico de la expansión ibérica”, en Actas Coloquio de Historia Canario-Americana, Las Palmas de Gran Canaria, 2000. — “Adam Smith’s Omissions Concerning Capital Formation and Economic Develop-ment”, en Adam Smith Seminar, Thun, Switzerland, 2004. — “Isabel la Católica y el Atlántico”, en Actas Coloquio de Historia Canario-Americana, Las Palmas de Gran Canaria, 2004. — “The Market: From St Thomas Aquinas to Adam Smith”, en Adam Smith Seminar, París, France, Autumn 2004. — “The Market: From St Thomas Aquinas to Adam Smith” (II), en Adam Smith Seminar, París, France, Spring 2005. XIX Coloquio de Historia Canario-Americana 1948 — “The Market: From St Thomas Aquinas to Adam Smith” (III), en Adam Smith Seminar, París, France, Autumn 2005. — “The Just Price: From St Thomas Aquinas to Adam Smith”, en Adam Smith Seminar, París, France, Spring 2006. — “The Just Price: From St Thomas Aquinas to Adam Smith” (II), en Adam Smith Semi-nar, París, France, Autumn 2006. — “The Just Price: From St Thomas Aquinas to Adam Smith” (III), en Adam Smith Semi-nar, París, France, Spring 2007. — “Albrecht von Haller and the Economy of Bern”, en Adam Smith Seminar, Bern, Swit-zerland, Summer 2008. — “The Abbot Ferdinando Galiani, Turgot and the Physiocrats”, en Adam Smith Seminar, París, France, Spring 2009. — “Albrecht von Haller and the Economy of Bern” (II), en Adam Smith Seminar, Bern, Switzerland, Summer 2009. — “The Abbot Ferdinando Galiani, Turgot and the Physiocrats” (II), en Adam Smith Semi-nar, París, France, Autumn 2009. — “The Abbot Ferdinando Galiani, Turgot and the Physiocrats” (III), en Adam Smith Seminar, París, France, Spring 2010. — “International Trade and Finance in the XIVth Century: The Grosse Ravensburger Handelsgesselschaft in Germany, Switzerland and the Iberian Peninsula”, en Adam Smith Seminar, Schloss Spiez, Switzerland, Summer 2010. 2 Henry Homes, lord Kames, nacido in Kames, Berwickshire, Escocia en 1696 y muerto en Edimburgo en 1782 fue un autor prolífico. Típico representante del “Scottish Enligh-tenment”, abogado, juez, filósofo, agricultor y refinado esteta, como lo revelan los tres volúmenes de su Elements of Criticism (1762). Este amigo de Adam Smith fue también el autor de Essays on the Principles of Morality and Natural Religión (1751), An Intro-duction to the Art of Thinking (1761), Sketches on the History of Man (1774) y The Gentleman Farmer (1776). 3 William Robertson, discípulo de lord Kames y amigo de Adam Smith, nació en Borth-wick, Midlothian, Escocia en 1721, y murió en Edimburgo en 1793. Ministro de la igle-sia presbiteriana, principal de la Universidad de Edimburgo e historiador real de Esco-cia, Robertson fue uno de los historiadores más conocidos e influyentes de los siglos XVIII y XIX. Autor de The History of Scotland, During the Reigns of Queen Mary and King James VI (1759), The History of the Reign of the Emperor Charles V (1769), que fuera reeditado y traducido frecuentemente, y The History of America (1777). 4 Grande hubiese sido la sorpresa de lord Kames, Robertson y Adam Smith de haber sa-bido que, pese al desprecio de Benjamín Franklin y de otros “Founding Fathers”, la constitución oral de la “Confederación de las Cinco Naciones” de esos “salvajes” iro-queses fue una fuente importante de la constitución de los Estados Unidos. 5 Carlos-Alberto Campos, “Albrecht von Haller and the Economy of Bern”, en Adam Smith Seminar, Bern, Switzerland, Summer 2008. — “Albrecht von Haller and the Economy of Bern” (II), en Adam Smith Seminar, Bern, Switzerland, Summer 2009. 6 La Navigation Act de 1651 fue modificada posteriormente, exigiendo que todos los car-gamentos provenientes de las colonias o a ellas destinados debían pasar por puertos británicos. Los Estados Unidos, que protestaban durante la época colonial, fueron estu-diantes aventajados del proteccionismo y la duplicidad inglesas. Ya George Washing-ton, para proteger a la industria local, decía que “he would consume no ale or cheese but such as is made in America”. Hamilton fue un defensor acérrimo del proteccio-nismo. Es de notar que desde la Guerra Civil hasta la Primera Guerra Mundial el dere-cho de importación promedio en los Estados Unidos nunca estuvo por debajo del 40%. Y eso cuando un producto demasiado competitivo no era clasificado “unfairly competi-Adam Smith, comercio libre… 1949 tive”. Tal fuel el caso de las lanas argentinas en 1880, que el senador Sherman obtuvo a cambio de su voto a favor de la “Anti-Trust Law”, que curiosamente lleva su nombre. Theodore Roosevelt, presidente de los Estados Unidos de 1901 a 1908, definió la polí-tica explícitamente y sin lugar a dudas: “Thank God, I am not a free trader”. (“Gracias a Dios no soy un librecambista”). 7 Omito al beato Francisco-Xavier Seelos, misionario redentorista de Bavaria, muerto de fiebre amarilla en Nueva Orleáns en 1867, y de muchos otros sacerdotes y monjas que en el siglo XIX dedicaron sus vidas a proveer soporte moral, material, espiritual, educa-cional y sanitario a miles de inmigrantes desamparados en los Estados Unidos. 8 Salvo excepciones, generalmente en países que como la Arabia saudita tienen un pro-ducto que domina la economía, las exportaciones constituyen una parte mínima del PNB. Japón y los Estados Unidos, cuyo comercio exterior no excede al 10% de su PNB, son un buen ejemplo.
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Calificación | |
Título y subtítulo | Adam Smith, comercio libre y la revolución de 1810 = Adam Smith, free trade and the revolution of 1810 |
Autor principal | Campos, Carlos-Alberto |
Autores secundarios | Smith, Adam |
Publicación fuente | XIX Coloquio Historia canario - americana |
Numeración | Coloquio 19 |
Tipo de documento | Congreso y conferencia |
Lugar de publicación | Las Palmas de Gran Canaria |
Editorial | Cabildo Insular de Gran Canaria |
Fecha | 2010 |
Páginas | pp. 1931-1949 |
Materias | Congreso ; Historia ; Canarias ; América ; Comercio ; Revolución ; Liberalismo ; Economía |
Enlaces relacionados | http://coloquioscanariasamerica.casadecolon.com/ |
Copyright | http://biblioteca.ulpgc.es/avisomdc |
Formato digital | |
Tamaño de archivo | 229 KB |
Texto | 1931 ADAM SMITH, COMERCIO LIBRE Y LA REVOLUCIÓN DE 1810 ADAM SMITH, FREE TRADE AND THE REVOLUTION OF 1810 Carlos-Alberto Campos RESUMEN Adam Smith pudo haber influido en el proceso que se iniciara en Buenos Aires en 1810 de no haber primado la igno-rancia, la pereza intelectual y la impru-dencia. Frecuentemente “citada”, raramente leí-da, y menos estudiada, La riqueza de las naciones ha engendrado “interpretacio-nes” peligrosas. El “comercio libre” fue una de ellas. Aunque el autor lo consi-derara un ideal irrealizable, políticos y empresarios no tardaron en descubrir las ventajas que podían obtenerse del uso inescrupuloso del concepto. Imprudente fue aceptar cantos de sirena sin escrutinio; como lo fue el error de ignorar el análisis de las circunstancias locales e internacionales. Un examen realista de ambas y de la teoría del desarrollo de Adam Smith, hubiera concluido que el régimen eco-nómico del Virreinato no era perfecto pero tampoco ilógico y bien pudo escla-recer la necesidad de abordar su reforma con cauto realismo. Lamentablemente no fue así. El mejor consejero del estadista, que debió ser libro de cabecera de los que pretendían ABSTRACT Adam Smith could have influenced the process initiated in Buenos Aires in 1810 if ignorance, imprudence, and intellectual laziness would not have prevailed. Frequently invoked, rarely read, and even less studied, The Wealth of Nations has generated dangerous interpretations. “Free Trade” was one of them. Al-though Adam Smith considered “Free Trade” an inapplicable idea, politicians and businessmen wasted no time in discovering the advantages which could be obtained through the unscrupulous use of this concept. It was unwise to bow to the songs of mermaids without consideration; just as it was an error to ignore the analysis of the local and international circums-tances. A careful evaluation of these factors, as well as of the theory of development presented by Adam Smith, would have concluded that the Viceroyalty’s eco-nomic regime was not perfect; but far from illogical. It would also have made clear the need to attempt its reform with prudence and realism. Carlos-Alberto Campos: Doctor en Letras por la Sorbona. Director del Adam Smith Semi-nars. Domaine de la Bastide, 1. Boulevard de Suède. F06230. Villefranche-Sur-Mer. Francia. Correo electrónico: adamsmith_seminars@yahoo.fr XIX Coloquio de Historia Canario-Americana 1932 serlo, pasó desapercibido. PALABRAS CLAVE: Adam Smith, co-mercio libre, revolución, independencia, desarrollo económico, teoría del Go-bierno. Unfortunately it was not so. The best adviser to the statesman, whose work should have been a bed-side book to those who pretended to be so, went unnoticed. KEYWORDS: Adam Smith, free trade, revolution, independence, economic development, Government theory. INTRODUCCIÓN El éxito editorial de La riqueza de las naciones, reeditada y traducida profusamente después de su aparición en 1776 (en castellano por primera vez en 1794) ha conferido una imagen casi legendaria a su importancia en el quehacer económico y político mundial. Obra compleja, de difícil lectura, sobre todo si se carece del bagaje filosófico, histórico y jurídico con el que Adam Smith sustentaba su argu-mento, La riqueza de las naciones se prestaba sin embargo, en parte debido al estilo de su autor, a simplificaciones peligrosas. El “comercio libre” fue una de ellas. Adam Smith se explayó abundan-temente sobre el tema, concluyendo que el “comercio libre” nunca podría ser más que un ideal irrealizable. No obstante ello, políticos y empresarios no tardaron en descubrir el valor emocional y las ventajas que podían obtenerse de un uso inescrupuloso del concepto. La pereza intelectual y la ignorancia hicieron el resto, y el “comer-cio libre” se convirtió en una formidable arma de propaganda. En las fracasadas invasiones inglesas de 1806 y 1807, los invasores hicie-ron la apología del “comercio libre”. De haber estado los invadidos en condi-ciones de comparar dichas promesas con la política económica inglesa en la India contemporánea, o por lo menos haber leído el lamento de Adam Smith por la destrucción de la industria y la agricultura de Bengala por el invasor inglés, hubiese sido imposible ignorar el carácter falaz e hipócrita de la pro-paganda. Amén de ello, un examen realista de la economía del Río de la Plata y una lectura atenta de la teoría del desarrollo económico de La riqueza de las naciones les hubiera llevado a la conclusión que el régimen económico del Virreinato no era perfecto pero tampoco ilógico y bien pudo esclarecer la ne-cesidad de abordar su reforma con cauto realismo y respeto del interés general. La importancia que tuvieron las supuestas ventajas del “comercio libre” el 25 de mayo de 1810 —un “fraude patriótico” que curiosamente replicara Adam Smith, comercio libre… 1933 el del Colonel Pride’s Purge en el Parlamento inglés en 1648— no pueden estimarse. Pero el daño que causarían en los años a venir es obvio, como también es obvio que estaban en abierta contradicción con las teorías de Adam Smith. I No es mi propósito aquí discutir en detalle las teorías de Adam Smith, que son el objeto de un libro en preparación y que he abordado en otros trabajos y en los 18 años en que dirijo los Adam Smith Seminars, sino seña-lar lo que un lector atento hubiese podido leer en la teoría del desarrollo eco-nómico de Adam Smith1. Es importante comenzar con el título completo de su obra: Una inves-tigación sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones. La palabra “nación” se utilizó aquí de manera amplia, pudiendo interpretarse como sinónimo de país, pueblo, raza, región, civilización o comunidad. Adam Smith no la concibió como un tratado de economía, como la han considerado sus comentaristas, críticos y adeptos desde hace más de dos siglos. La obra era meramente un capítulo de una ambiciosa History of the Civil Society, tal como lo fue la Theory of Moral Sentiments (1759), obra que le hiciera famoso en toda Europa (a tal punto que el Dr. Tronchin de Gine-bra, el médico más famoso de la época, le confiara la educación de su hijo después de su lectura) donde trataba de la psicología de la percepción, del pensamiento y de las acciones humanas, y que es la clave para comprender el resto de su obra. Sigue en ello a una vieja tradición, tal como lo hiciera un siglo antes Thomas Hobbes en Human Nature y Corpore Politico o en los primeros capítulos del Leviathan, “Of Man”. El título de la ambicionada magna opus era The history of Civil Society, en la que el vocablo “civil”, usado todavía con el sentido que lo utilizara Shakespeare —y que puede traducirse como “sociedad civilizada” —indica elocuentemente que para Adam Smith— como para Shakespeare— tal estado era producto de un proceso gradual. Como ese maestro de la lengua y del razonamiento analógico lo pusiera en los labios de Oberon cuando le cuenta a Puck en A Midsummer Night’s Dream: … Since once I sat upon a promontory, And heard a mermaid on a dolphin’s back, Uttering such dulcet and harmonious breath, That the rude sea grew civil with her song… XIX Coloquio de Historia Canario-Americana 1934 Tal como el mar, la imagen bíblica de la barbarie y de la fuerza incontro-lada, sucumbía al canto de la sirena y adquiría gradualmente la mansedum-bre civilizada, el hombre debía pasar por una serie de estados o etapas para hacer lo propio. Adam Smith subscribía en efecto a la teoría de la historia de su amigo Henry, lord Kames, abogado, agricultor, filósofo y lord of the Justiciary en Edinburgh2 y de su discípulo William Robertson, el conocido historiador, también amigo de Adam Smith3. La idea central era que en su marcha hacia una sociedad civilizada el hombre debía pasar por cuatro etapas: 1) cazador y recolector 2) pastor nómada 3) agricultor 4) comercial. Lord Kames y Robertson explicaban la diversidad de la sociedad con-temporánea en términos de esa división. Así, los clanes de los Highlands de Escocia y los iroqueses de América del Norte4 estaban en el estado pastoral nómada, Rusia estaba en la etapa agrícola, mientras que Inglaterra y Francia, claramente en la etapa comercial, estaban en condiciones de disputarse la supremacía mundial (y de hecho lo hicieron en la Seven Years War [Guerra de los Siete Años], particularmente en 1759, el cuarto año de la guerra, en el que lucharon no solamente en Europa, sino también en África, el Caribe, los grandes lagos de Norteamérica, el Pacífico, y en la planicie del Ganges). Claramente había lagunas importantes en esta descripción, pero esa fue una idea que remozaba un concepto de vieja data y que fue fructuosa, ya que inspiró a su contemporáneo Edward Gibbon, el gran historiador de Roma en el siglo XVIII (The Decline and Fall of the Roman Empire), y a Arnold Toynbee, el filósofo de la historia en el siglo XX, en su Study of History. Es obvio que un hombre que subscribía a ese esquema no podía pensar que una teoría económica podía explicar la economía en todo lugar y en todo momento, ni preconizar la infalibilidad de un mercado auto-controlado y las ventajas de la libertad de comercio en toda situación, como lo han pretendido muchos “intérpretes” y “adeptos” de Adam Smith. Adam Smith era heredero de una vieja tradición que se remontaba a santo Tomás de Aquino (1227-1274), expuesta en su Summa Theologica, reafir-mada en las doctrinas económicas de sus continuadores, los Doctores de la Iglesia (entre otros Konrad Summenhart, Johannes Nider, san Antonino de Florencia y san Bernardino de Siena, el creador de los montepíos, bien cono-cidos en las universidades de Salamanca, Coimbra y Alcalá), particularmente en lo referente a la definición del mercado libre, del precio justo, producto del libre juego de la oferta y la demanda exentos de fraude o monopolio, el cual era considerado y condenado por ellos, los juristas y las autoridades civiles como un caso especial de fraude. Adam Smith era también heredero de otra tradición aún más antigua, pero remozada por santo Tomás en De Regimine Principum, completado por su discípulo Aegidius Romanus (Egidio Colonna o Gilles de Roma, 1247-1316) Adam Smith, comercio libre… 1935 en De Regimene Principum Libri III, que era la preocupación con la educa-ción del príncipe, como lo demuestra al comienzo del Libro IV cuando des-cribe a la economía política como una rama de la ciencia del hombre de es-tado o legislador. Editado y traducido frecuentemente, De Regimine Principum continuó siendo la piedra angular de los deberes y el quehacer del hombre de estado o legislador. A veces modificada un tanto, como en De Republica Optime Ad-ministranda de Petrarca (1304-1374) o considerablemente, como en De Re-gis et Boni Principis Oficia…, del conde y duque napolitano Diomedes Cara-fa (1406-1487) o el de su contemporáneo Mattheo Palmieri (1405-1475) Della Vita Civile que contienen recomendaciones precisas de buenas prácti-cas de administración económica y financiera. El hombre de estado o legislador continuó siendo el prisma desde el cual se enfocaba el estudio de la economía y la administración pública, como lo muestra en el siglo XVIII el trabajo de ese gran economista napolitano que fue el abad Ferdinando Galiani y el de sir John Steuart (1712-1780), el único de los intelectuales escoceses leal a Bonnie Prince Charles (Prince Charles Edward Stuart), por lo cual debió vivir en el exilio entre 1745 y 1763. En An Inquiry into the Principles of Political Economy (1767), que Adam Smith criticara sin mencionar ni el libro ni el autor, sir John Steuart examinó el proceso económico desde el punto de vista de un príncipe diligente que tiene como meta el interés nacional. Esa percepción de los deberes del hombre de estado y el legislador con-cordaba también con la vieja teoría de los deberes del rey (ya presente en el Salmo 44, v.7.8.), que Miguel de Cervantes, ese otro gran maestro de la len-gua y del razonamiento analógico, describiera magistralmente cuando don Quijote explica a Sancho Panza que al asumir el gobierno de la ínsula de Barataria debía hacer su entrada oficial vestido mitad como guerrero y mitad como juez. Ponía así de manifiesto que los deberes del rey eran primordial-mente la defensa de sus súbditos y de la justicia. Deberes que Adam Smith subrayaba y recordaba frecuentemente al hombre de estado y al legislador. Reflejando esa vieja teoría, Adam Smith asignaba una importancia capital a la defensa del territorio y a la administración de justicia. Considerándoles como pilares fundamentales del estado y de la sociedad civilizada Adam Smith les consagró largas páginas en su tratado. Estimando que el desarrollo económico de una “nación” estaba anclado y limitado por el marco físico, institucional y social, Adam Smith insistía que el legislador debía dotarla de leyes e instituciones que posibiliten la plena realización de sus posibilidades. Adam Smith postulaba que el desarrollo económico podía ser “artificial” o “natural”, considerando a Holanda como ejemplo típico del primero. XIX Coloquio de Historia Canario-Americana 1936 En el siglo XVII Holanda vivió su siglo de oro. Densamente habitada, una población industriosa y disciplinada, el aprovechamiento de una abundante energía eólica e hidráulica por miles de molinos, la facilidad y bajo costo de las comunicaciones internas vía sus numerosos canales, así como internacio-nales por vía marítima y fluvial, ayudados por un importante aflujo de capi-tales de una Venecia en decadencia, hicieron de este pequeño país el centro industrial de Europa. Talleres por doquier fabricaban toda clase de artículos que alimentaban un vigoroso comercio de exportación. Pero eso no era todo. La VOC (Verenigde Oost-Indische Compagnie), so-ciedad por acciones fundada en 1602 por los más ricos comerciantes del país, que tenía la particularidad de hacer cuentas y distribuir dividendos cada 10 años, había copiado la estrategia portuguesa de establecer bases fortifica-das en lugares clave. Con Batavia (Yakarta) como sede principal y estable-cimientos en Java, Sumatra, las Molucas, el archipiélago de Banda y la isla de Run (mantenida a cambio de Manhattan, en la Paz de Breda en 1663). Im-poniendo brutales restricciones a los cultivadores locales, que Adam Smith criticara vivamente, la compañía les obligaba a cultivar las especias para alimentar su casi monopolio del comercio europeo. También era importante el casi monopolio holandés del aceite de ballena (que Adam Smith no menciona, importante sobre todo para el alumbrado y que continuó siéndolo hasta su reemplazo por el kerosén en la segunda mitad del siglo XIX), capturadas por los balleneros vascos que habían emigrado a Spizbergen, abandonando la caza en Terranova y los puertos españoles para evitar el servicio en la Marina real. El siglo XVII fue el siglo de oro holandés no solamente en materia indus-trial y comercial, sino también como potencia marítima que alcanzó su cenit con el almirante Michiel Adriaansz de Ruyter (1607-1676), indispensable para respaldar su comercio internacional, y en el terreno cultural, con una universidad como la de Leiden ejerciendo el liderazgo europeo donde brilla-ra entre otros el profesor de medicina y botánica Herman Boerhaave (1668-1738), e investigadores privados como el famoso médico Regnier de Graaf (1641-1673) que ejercía en Delf . Cuando uno compara el siglo de oro holandés con el siglo XVII inglés y los desastres que se suceden en la isla: guerra civil, regicidio, restauración, la gran peste y el gran incendio de Londres, no es de extrañar el gran interés que Holanda despertara en los ingleses de la época. No solamente hombres de la talla de Hobbes, Locke o Petty estudiaron medicina y otras materias allí, pero sobre todo fue su economía y la manera de competirla la que atrajo un número creciente de estudiosos y analistas, y consecuentemente de publi-caciones sobre el tema. Quizás nada muestra con mayor elocuencia la incapacidad inglesa de competir comercialmente con los holandeses en el siglo XVII como las difi-Adam Smith, comercio libre… 1937 cultades de la East India Company frente a su rival holandesa, a pesar de haber sido creada antes (1600) y con un fuerte subsidio de la reina Isabel I. Tan sólo a partir de 1765, cuando el emperador mogol le arrendara la admi-nistración de Bengala, comenzó a ser un actor decisivo en el gobierno de la India, superando en rapacidad y crueldad a su vieja rival. Rapacidad y cruel-dad que atrajeron la ira de Adam Smith. En la época en que Adam Smith escribía el ciclo holandés descrito ut su-pra había concluido. La industria y el comercio habían cedido la plaza a las finanzas y Ámsterdam se había convertido en una de las grandes plazas fi-nancieras de la época, al par que Hamburgo, Ginebra y Nápoles. Parte de las inversiones holandesas se hacían en Inglaterra, lo que no impedía que fuese el principal acreedor de Francia, el mayor enemigo de los ingleses. Plaza discreta, Ámsterdam, aquella donde los capitales podían refugiarse y emple-arse con seguridad, como lo sabía muy bien Voltaire, ya que era en Ámster-dam donde el autor de Candide financiaba sus negocios negreros. Adam Smith tuvo la ventaja de observar el modelo de desarrollo holandés en perspectiva, y de apreciar así los puntos frágiles de ese desarrollo econó-mico “artificial”, en particular su dependencia de la demanda extranjera y la supremacía naval. No fue el único en verlo así. Como yo lo demostrara en detalle en otra ocasión, Albrecht von Haller (1708-1777), el gran estadista, economista, hombre de ciencia y experimentado administrador, fue determinante en ase-gurar su rechazo como modelo a seguirse para el desarrollo económico de Berna por la dependencia que crearía en la demanda extranjera, por la pertur-bación social que entrañaría, por las enemistades y los apetitos que un tal desarrollo engendraría inevitablemente entre los estados poderosos y, sobre todo, porque requería el aporte de capitales extranjeros y “los ciudadanos de Berna no debían hipotecar su libertad contrayendo deudas con los extranjeros”5. Adam Smith acentuaba la importancia del desarrollo del mercado interno, con una demanda satisfecha con medios de transporte abundantes y de bajo costo como condición sine qua non para abordar la “navigation” —“interna-tional trade” en el inglés de hoy día— o sea el comercio internacional. Y eso debía de hacerse, si fuese necesario, con el apoyo de una “Navigation Act” similar a la Ley de Navegación inglesa de 1651, que otorgaba a las bodegas nacionales el privilegio exclusivo del transporte en puertos ingleses. Este era un monopolio que no arredraba al hombre pragmático que era Adam Smith, que evidentemente veía en la “Navigation Act” un medio ne-cesario y legítimo en su momento para quebrar la supremacía marítima ho-landesa, y en un acto legislativo similar, un instrumento útil para propulsar el comercio exterior de una economía que había llegado a ese punto culminante del desarrollo económico natural. XIX Coloquio de Historia Canario-Americana 1938 Adam Smith estimaba que China estaba en esas condiciones, habiendo llegado a un punto en que la densidad de su población, una producción capaz de satisfacer el abastecimiento, y la red de comunicaciones internas apunta-ban en esa dirección, próximo paso lógico de un desarrollo económico “na-tural”. A medida que ese proceso avanzaba hacia su madurez, Adam Smith creía que la acumulación de capital tendía a decrecer el nivel de las ganancias, entre otras cosas por un incremento de la competencia, dada la propensión a copiar una idea original y lucrativa, y por haber más dinero buscando opor-tunidades de inversión. Contrariamente a una idea errónea, que atribuye ese principio a Marx, Adam Smith fue el primero en establecerlo. Además, a diferencia de Marx, Adam Smith veía en esta disminución de las ganancias un efecto saludable. Y eso pese a las protestas que podían ocasionar, dado que “los mercaderes y los industriales se quejan siempre de los costos del empleo y otros, y nunca de los efectos deletéreos de sus propias ganancias”. Aunque escueta, esta revisión destaca que Adam Smith estaba lejos de ser el teórico dogmático de la supremacía del mercado y la insignificancia del estado, como lo pretendiera el “Washington Consensus” y tantísimo otro autoproclamado exegeta, sino un hombre realista que ni siquiera creía que el libre comercio pudiese ser plenamente establecido en el Reino Unido, su propio país. A esa conclusión lo llevaba su convicción de que los ricos comerciantes e industriales conocen sus intereses mejor que nadie y siempre sabrían encon-trar las alianzas políticas necesarias para protegerlos. En realidad, Adam Smith no sólo era un hombre intelectualmente opuesto al “man of systems” —or “models” en el inglés de hoy día— proclive a ver el mundo a través de axiomas, sino que, no siendo ni cojo ni manco, tendría que haber sido completamente ingenuo para ignorar la colusión entre el mundo de la política y el del comercio y la industria contemporáneos, y los escándalos a que daba lugar. La East India Company era preeminente en ellos. Ya en 1693 había so-bornado a miembros del Parlamento para renovar su “Charter” (Acta de Constitución), que condujo dos años más tarde a la destitución del “Speaker” de la Cámara de los Comunes, al “impeachment” del lord president del Con-sejo y a la prisión del gobernador de la East India Company por enriqueci-miento ilícito. En 1772, Robert Clive, el “fundador del Imperio” cuya efigie en bronce contempla al Parlamento, que había salido pobre y en pocos años regresó de la India como el hombre más rico de Inglaterra y hecho noble, fue exonerado después de un violento debate, un año antes de suicidarse. Mientras sus empleados se enriquecían descaradamente, la East India Company no salía de sus apuros financieros. En 1773, volando una vez más en socorro del monopolio, el Parlamento exoneró de impuestos el te expor-Adam Smith, comercio libre… 1939 tado por la East India Company a las colonias de Norteamérica para permi-tirle competir con los comerciantes locales que contrabandeaban el producto traído por los holandeses. La respuesta de los comerciantes locales fue el famoso “Boston Tea Party”, que lejos de ser la mítica protesta ciudadana contra los impuestos abusivos exaltada por la historia estadounidense, fue en realidad un acto vandálico perpetrado por tenderos que temían perder las jugosas ganancias obtenidas del contrabando. En 1788, el celebrado Edmund Burke denunciaba apasionadamente los excesos imperiales en el sensacional “impeachment” de Warren Hastings, el gobernador-general de la India. Para entonces, quedaban pocas dudas en Inglaterra del saqueo de la India por ingleses sin escrúpulos. Adam Smith no tenía ninguna. Su lamento de la destrucción brutal de la industria textil de Bengala por la East India Company, en beneficio de las exportaciones inglesas, así como el de su agricultura, al obligar a los labra-dores a cultivar amapolas para producir opio que la China se vería obligada a comprar, lo demuestra sin ambages. También criticaba él la práctica de per-mitir a los empleados hacer negocios privados para completar sus emolu-mentos a una distancia en que era imposible controlarlos, lo que veía como una invitación al dolo. Lo que parece extraordinario es que todo este fermento en la opinión pública, objeto de muchas publicaciones y debates, pasase completamente desapercibido entre los hispano-americanos que hicieron el peregrinaje a Londres para ser adoctrinados en las logias masónicas sobre los beneficios de la libertad política y económica. Es difícil imaginar que un hombre con la experiencia internacional de un Francisco de Miranda, que conocía los Estados Unidos, Francia y Rusia, vivía en Londres donde tenía amigos influyentes como el comodoro sir Ho-me Riggs Popham, con quien presentara al primer ministro uno de sus mu-chos planes de invasión y conquista de América del Sur con la promesa de un acceso privilegiado a sus riquezas, no se hubiese percatado de la dife-rencia que existía entre la propaganda y la realidad política y comercial de Inglaterra. ¿O no quiso hacerlo?... II En una Europa en la que los monopolios, los privilegios y las excepcio-nes formaban parte del panorama económico normal, por motivos históricos, por comodidad y a veces por necesidad, España no desentonaba. Monopo-lios, privilegios y excepciones fueron factores importantes del desarrollo económico europeo, y los que se beneficiaban de ellos, como Adam Smith observara a menudo, solo pensaban en perpetuarlos. Y entre ellos los gobier-XIX Coloquio de Historia Canario-Americana 1940 nos, por inercia y por corrupción, pero también porque facilitaban la percep-ción de impuestos. Adam Smith, que debe insistirse, se proponía instruir al estadista y al le-gislador y no escribir un tratado de economía abstracto o académico, era ene-migo declarado de todo monopolio, aunque a veces le parecieron necesarios. La Danish East Asian Company era una de esas excepciones, ya que no veía otra manera en la que una economía como la danesa pudiera comerciar en Asia. Sus comentarios sobre la Navigation Act en Inglaterra o la que imagi-naba debiese ser legislada en China entran claramente dentro de este marco. Y entran también dentro del marco histórico del proteccionismo inglés, cuyas raíces se remontan a Henry VII (1457-1509), el primer monarca Tu-dor, que habiendo notado en su infancia como Borgoña se había enriquecido con la fabricación de paños confeccionados con lana inglesa, al asumir el trono en 1485 después de su victoria en Bosworth Fields y la muerte de Ri-chard III, impuso elevados aranceles a su exportación, reduciendo los im-puestos y concediendo subsidios y monopolios temporarios a los fabricantes ingleses de tejidos. Ello dio lugar a un elaborado sistema proteccionista, aplicado rigurosamente en las colonias y nunca abolido pese a la propaganda librecambista. La Constitución de la India, aprobada por Westminster en 1919, y el sistema preferencial de tarifas del Commonwealth, acordado en Ottawa en 1932, son pruebas contundentes de su supervivencia6. El abad Ferdinando Galiani, otro enemigo acérrimo de los monopolios, gran economista y hombre experimentado en la administración publica por haber sido ministro en Nápoles, afirmaba que en caso de insuficiencia de las cosechas —un problema recurrente en el siglo XVIII, que él equiparaba a una emergencia tan grave como una guerra— el gobierno debía monopolizar directamente las importaciones a cualquier precio, endeudándose si fuese necesario, para asegurar el abastecimiento y evitar el agio y la especulación. Al pragmatismo de estos dos grandes economistas, que excluye una vez más toda idea dogmática de sus teorías económicas, debe añadirse los límites impuestos al quehacer económico por las condiciones de la época. Adam Smith, en el conocido caso del importador de paños en la América inglesa y el importador de tabaco en Hamburgo, que debían pasar por un intermediario en Londres, creía que podrían beneficiarse de poder comerciar directamente. Eso pudo ser así o no. La respuesta sólo es posible si se calcula el precio del flete, los volúmenes de mercancías a transportar, el tiempo requerido para el cobro, y las modalidades de pago. De haberse hecho ese cálculo es probable que muchas de las restricciones existentes resultasen necesarias para la exis-tencia del comercio. Este es un cálculo que, unido al elevado costo de la protección naval, pa-reciera de rigor para hacer una crítica sensata del sistema de puertos habili-tados entre España y América y una proposición viable del comercio libre. Adam Smith, comercio libre… 1941 De haberse hecho, hubiese figurado prominentemente en las interminables discusiones y alegatos sobre el particular. Otras restricciones no eran totalmente carentes de razón. Un John Holker por ejemplo, que con maquinarias y operarios ingleses estableció la industria textil moderna en Francia y la erigió en un competidor de peso internacional, ilustra muy bien porqué las técnicas y los equipos de producción eran celo-samente protegidos. Nombrado inspector general a cargo de los industriales extranjeros en Francia, Holker, fue el asesor del manifiesto económico de Bonnie Prince Charlie en la proyectada invasión de 1759. Amén de sanear el calamitoso déficit de la hacienda pública del Reino Unido, se proponía allí promover la industria a expensas de las finanzas, cuya reputación estaba en baja después del South Sea Bubble en 1720 y otros escándalos, favoreciendo en particular las exportaciones de la industria pesquera y del lino. Otra pro-puesta, realmente original y revolucionaria esta vez, era que el estado se haría cargo de los niños de padres pobres para educarlos y convertirlos en una fuente de riqueza para la sociedad y el país. El South Sea Bubble, del que fuera responsable Lord Harley, el Lord Treasurer (Ministro de Hacienda inglés) y la Banque Générale cstablecida por John Law con el apoyo del regente de Francia, Philippe d’Orléans, fue-ron dos proyectos aprobados oficialmente con el objeto de enjugar las cuan-tiosas deudas y rescatar al erario inglés y francés que terminaron en sendos desastres financieros. Adam Smith los conocía bien y es probable que cono-ciera también a otro sonado plan para solventar los gastos del estado francés. Este ultimo, fruto de las elucubraciones de Mirabeau, miembro prominente de la autoproclamada asamblea de los “representantes” del pueblo francés, afirmaba que nada impedía a un estado soberano a crear el papel moneda necesario si disponía del papel, la tinta y la imprenta. Las necesidades insa-ciables de la revolución, pese al saqueo sistemático de los países “liberados” de la tiranía, hicieron que los “assignats” impresos aumentaran de dos mil millones a veinte mil millones, y que su cotización disminuyese de un 28% del valor nominal al 10% y finalmente a 0. Curiosamente, la catástrofe económica creada por los revolucionarios franceses —casi contemporánea— parece haber pasado desapercibida por sus admiradores americanos. Los ejemplos precedentes nos muestran que, aún cuando pudiese haber habido diferencias de magnitud, los problemas económicos y sociales de Europa eran comunes al continente. Y a veces, bastante más graves en sus potencias de vanguardia. XIX Coloquio de Historia Canario-Americana 1942 III Si al nivel continental la política económica de España era comparable a la de otros países europeos, la administración de las posesiones de ultramar fue totalmente diferente. El orden económico en América hispana estaba lejos de ser perfecto. No era producto de un diseño sino de una multitud de decisiones individuales nacidas de privilegios promocionales y de requisitorias de las autoridades lo-cales. Como lo he demostrado en otros trabajos, ese fue un proceso único en los anales de la expansión europea. El origen del mismo, como lo vengo subrayando desde hace mucho tiem-po, radica en que el término de la Reconquista coincidió con los principios de esa expansión, primero en Canarias y luego en América. Los métodos de financiación y organización de las empresas de descubierta y conquista y aquellos por los cuales la Corona tentaba de asegurar el asentamiento en los territorios conquistados eran fundamentalmente los mismos que habían de-mostrado su eficacia durante la Reconquista. Otro elemento que los asimilaba era que los territorios americanos fueron incorporados a la Corona y sus habitantes originales proclamados súbditos de la misma, lo que unido a las obligaciones derivadas del patronato, hicie-ron que en principio fuesen gobernados de acuerdo a la vieja máxima to-mista de que gobernar es asegurar el bienestar común de los gobernados. Es evidente que ello debe matizarse. Como Adam Smith lo hubiese sos-pechado, no es difícil pensar que como los poderosos tenían acceso a los oídos de los ministros y otros altos funcionarios, al par que el poder de en-grosar sus faltriqueras, y como la distancia entre la metrópoli y América era considerable, las transgresiones no pudieron menos que ser legión. Sin em-bargo, como Adam Smith señalara, no parecen haber sido menos en la India inglesa o en la Batavia holandesa. No obstante ello, a veces con largas demoras y siempre con las quejas de partes interesadas, se desarrolló un sistema que en gran parte sobre la base de las peticiones de los gobiernos locales tenía en cuenta sus posibilidades económicas, reflejadas en un sistema diferenciado de impuestos y aranceles. La administración de América dio también muestras de creatividad y flexibilidad. Como lo explicara en otra ocasión, fue en México donde se pusieron en práctica por vez primera —y única, que yo sepa— las ideas de la Utopía de Santo Tomás Moro. Discutidas largamente en la correspondencia entre Vasco de Quiroga y Carlos V —que conocía bien las ideas de Moro y posiblemente lo había conocido a el personalmente en su mocedad— las implantó con el beneplácito del emperador. Los más de 200 pueblos indígenas fundados por ese gran obispo de Mi-choacán, auto administrados, y que debían vivir sobre la base de la especiali-Adam Smith, comercio libre… 1943 zación y el intercambio como en la Utopía, fueron los más prósperos de México hasta que fueron destruidos por el liberalismo de la revolución, co-mo afirmaba ese gran historiador de México y entrañable amigo que fue el añorado Francisco-Xavier Guerra. Vasco de Quiroga fue también un educador y fundador del estudio de San Nicolás al que legó su enorme biblioteca, y donde estudió el padre Morelos. La educación, que Adam Smith consideraba que debía ser una preocupación mayor del estado, tampoco fue descuidada. En 1520 fue fundada la primera universidad en Santo Domingo a la que siguieron las de México, San Marcos de Lima en 1557, declarada Pontificia en 1571, y muchas otras, así como es-cuelas elementales y de oficios por doquier. Al extremo sur del continente, los jesuitas llegaron a Córdoba en 1599 y desde allí iniciaron una tarea evangelizadora que se convertiría en un expe-rimento educacional, social y económico de primera magnitud. A principios del siglo XVII crearon el Seminario Convictorio de San Javier, que poco des-pués alcanzaría el rango de Universidad, la primera en el actual territorio argentino, y algo más tarde el Colegio de Nuestra Señora de Montserrat. Pa-ra mantener estos proyectos, la Compañía de Jesús creó sus propios medios de subsistencia: seis estancias situadas en los alrededores de Córdoba. En ellas había agricultores y ganaderos, carpinteros, herreros, tejedores y hasta músicos. Las cinco que se conservan —Caroya, Jesús María, Santa Catalina, Alta Gracia y Candelaria— así como los edificios de la llamada manzana je-suítica en el centro de la ciudad, han sido declarados patrimonio mundial por la Unesco. La bella capilla de la estancia “Santa Catalina”, fundada en 1622, excelente ejemplo del estilo barroco colonial, la iglesia de la Compañía en la ciudad con el techo de la nave en forma de casco invertido para solucionar la carencia de troncos largos y el de la capilla doméstica, que se encuentra detrás, hecho con cueros de vaca sobre una estructura de cañas, ponen de manifiesto que la agilidad intelectual y el ingenio demostrados para solucio-nar los problemas arquitecturales no fue menor que la exhibida en la solu-ción del problema económico para llevar a cabo un objetivo social, edu-cacional y religioso. Los jesuitas pusieron en evidencia esas facultades con los mismos objetivos en medioambientes tan diversos como El Pantanal, en la antigua provincia de Moxos, y en el Paraguay, muestra clara de su celo misionero y educacional, así como de la latitud y libertad con la que el pro-blema económico pudo y fue abordado en la América hispana. Adam Smith se hubiese sorprendido de esa creatividad y energía en mate-ria económica, y de esa actividad educacional o la desarrollada a favor de la salud pública, a las que atribuía también una gran importancia y que junta-mente con la pobreza, constituían un problema mayor para el estadista y el legislador británico. Adam Smith afirmaba que la supresión de los monaste-rios y otras instituciones religiosas habían creado un vacío en la asistencia y XIX Coloquio de Historia Canario-Americana 1944 protección del indigente, problema que consideraba lejos aún de estar resuelto. Devoto calvinista, Adam Smith había aceptado un tanto indiscriminada-mente la leyenda negra de la propaganda protestante al par que algunos de los mitos atribuidos a los “Pilgrim Fathers” (es de notar que tan solo en 1791 el catolicismo dejó de ser un delito pasible de la pena de muerte en Inglaterra y que los católicos debieron esperar hasta 1829 para gozar, parcialmente, de las prerrogativas civiles de los súbditos ingleses). Grande hubiese sido su sorpresa de saber que un año después de la conquista Hernán Cortés fundaba el primer hospital para indios de México (y planeaba cruzar el Pacífico con un grupo de franciscanos para evangelizar la China) o que aún antes de ser ordenado sacerdote Vasco de Quiroga había fundado y mantenía personal-mente un orfanato para niños indígenas con su salario de juez. Y mucho más grande hubiese sido su sorpresa de saber que ese tipo de instituciones cubr-ían literalmente la América hispana. En contraste, los primeros “colleges” para la formación de clérigos en las colonias inglesas en las que después serían las universidades de Harvard, Yale y Princeton fueron abiertos en 1636, 1701 y 1747 respectivamente. En cuanto a las escuelas, hospitales y universidad para los aborígenes de Norte-américa debieron esperar a una santa católica, santa Katherine Drexel, para ver la luz en la segunda mitad del siglo XIX, un siglo después de la existencia de los Estados Unidos como nación independiente7. No digo esto como una apología, que creo innecesaria y fuera de lugar, sino para subrayar que el estudio de la historia y el de la economía deben ser comparativos. Uno de los méritos de Adam Smith reside justamente en ello; aunque a veces, claro está, su información no fuese óptima. Como toda minoría revolucionaria, los de 1810 exageraron los males que motivaran sus acciones. E inevitablemente cayeron también en la exagera-ción en los remedios propuestos. La libertad de comercio fue uno de ellos. Una evaluación realista les hubiese llevado a la conclusión que Buenos Aires no reunía ninguno de los requisitos para aspirar a un desarrollo “natu-ral” ni mucho menos “artificial” en la concepción de Adam Smith. Con una población exigua, sin transportes internos, este “puerto” marginal del Virrei-nato, ayuno hasta de un puerto propiamente dicho, era más un mojón de las posesiones españolas que una verdadera capital, grande en pretensiones pero con poco o nada para sustentarlas. La vida económica del Virreinato era más vibrante al centro y al noroeste del territorio, e incluso la vida cultural, con sus universidades en Córdoba y Charcas. La creación del Virreinato (1776, el año de la independencia de la América inglesa y de la primera edición de la Riqueza de las Naciones) era demasiado reciente y preñada de circunstancias excepcionales para haber Adam Smith, comercio libre… 1945 cristalizado en una integración económica estrecha entre sus regiones. Po-tosí, con sus minas de plata y una población de 160.000 habitantes, casi cua-tro veces mayor que la de Buenos Aires, era el centro económico del Virrei-nato, cuya demanda alimentaba el comercio de aprovisionamiento y la inci-piente producción industrial del centro y noroeste del mismo. Los elementos constitutivos de un desarrollo económico “natural”, tal como lo entendía y lo explicaba Adam Smith, estaban claramente allí. Buenos Aires y el litoral producían cueros, sebo y tasajo. El primero de esos productos tenía una demanda creciente a medida que el desarrollo in-dustrial se acentuaba en Inglaterra, ya que era utilizado para las correas de transmisión de energía a las máquinas y otros usos industriales. Pero Buenos Aires tenía también el privilegio de ser puerto único de entrada y salida de productos del Virreinato. Este monopolio le proporcionó un poder político y económico fuera de proporción con la realidad. Al par de dar un auge extra-ordinario al contrabando, actividad ilícita que aseguraba pingüe beneficio a comerciantes criollos y peninsulares, a los ingleses y sus testaferros los por-tugueses, y por supuesto a los funcionarios reales. Aquí se encuentra, creo yo, un factor importante del ensimismamiento de Buenos Aires, de su incapacidad de pensar más allá de ella misma y de sus intereses. Ello aparece claramente en la lectura de la representación de los hacendados y labradores, escrita por el abogado Mariano Moreno a la de-manda de los exportadores de cueros y presentada al virrey don Baltasar Hidalgo de Cisneros (que fuera vicealmirante de la flota y uno de los héroes de Trafalgar) para solicitar que concediera el comercio libre. Allí afirmaba Moreno:… “De un pueblo que no tiene minas, nada más saca el erario que los derechos y contribuciones sobre las mercaderías…” El virrey, apoyándose en el tratado concluido el 14 de enero de 1809 en-tre George Canning, el ministro de Relaciones Exteriores británico y el re-presentante de la Junta Central de Sevilla, don Juan Ruiz de Apodaca, que concedía libre entrada en España y las posesiones de ultramar a las mercade-rías inglesas, un acuerdo lejos de haber sido “libremente” convenido entre las partes, firmó el Reglamento de Libre Comercio el 6 de noviembre de 1809. Huelga decir que los beneficiarios casi exclusivos fueron las naves y los comerciantes británicos. Y huelga decir que los comerciantes locales que se beneficiaban del monopolio y del contrabando no tardaron en contraatacar; El Reglamento de Libre Comercio fue suspendido por el virrey Cisneros en febrero de 1810, con una extensión —por supuesto— para los comerciantes ingleses hasta mayo del mismo año, negociada por el virrey con el capitán Doyle, jefe de la escuadra británica del Río de La Plata, cuya presencia en esas aguas indica la importancia que la Corona británica atribuía a la región y los límites a que podía aspirar el comercio “libre”. XIX Coloquio de Historia Canario-Americana 1946 Aunque Moreno empleaba las palabras “nación” y “provincia” en ese do-cumento, posiblemente para hacer referencia simplemente a Buenos Aires, y la petición entraba dentro de los cánones de las tradicionales peticiones lo-cales, él se dirigía a un virrey en cuyo territorio se encontraban las minas de plata más grandes del mundo. Parece absurdo por lo tanto hablar de un país que no tiene minas. Sobre todo cuando Buenos Aires pretendiese poco des-pués hablar y actuar como la “hermana mayor” del Virreinato. El tenor de la representación de los hacendados nos recuerda los viejos “Cahiers de Doléances” europeos. Interpretada literalmente podría llevar a concluir que la política económica conducía al Virreinato a la miseria. Cuan-do se separa el grano de la paja, como se hacía habitualmente al evaluarse diferentes peticiones de una misma región, es evidente que el documento ignoraba la actividad económica de todo el Virreinato y exageraba las difi-cultades de Buenos Aires, cuyo comercio exterior había incrementado y se había diversificado en los últimos años en lo que respecta a la proveniencia, pabellón y destino de los navíos. Visto exclusivamente desde Buenos Aires esto crea un problema metodológico de envergadura para el historiador y el economista. En primer lugar porque un puerto, al contrario de una vasta re-gión, ofrece por definición documentación abundante y localizada. Y en segúndo lugar porque la misma tiende a exagerar la importancia del comer-cio de importación y exportación en una economía, lo que en general es falso8. El gobierno revolucionario restableció el tratado de libre comercio con Gran Bretaña. El monopolio de la aduana y el poder físico sobre sus recau-daciones dio a Buenos Aires literalmente un poder de vida o muerte sobre las provincias del interior. Cuando se piensa que un poncho inglés valía 10 ve-ces menos en Buenos Aires que uno artesanal confeccionado en el noroeste, no es difícil imaginar que la pequeña industria estaba condenada. (Aunque en principio ventajoso para quien lo compraba en Buenos Aires, lo que debía preguntarse un estadista competente era cuánto costaba un poncho inglés en Tucumán, quién percibía la diferencia y cuál era el costo de la destrucción de toda una industria local en sí y en materia de desarrollo económico). Pero como la importación de equipos y maquinarias para desarrollar esa u otras industrias dependía también de los caprichos de Buenos Aires, la posibilidad de competir y el proceso de desarrollo económico estaban frenados. Si a ello se une un agudo egocentrismo y una carencia absoluta de visión gubernativa y de la integridad territorial, a tal punto que un Juan Martín de Pueyrredon podía osar ofrecerle al Brasil las provincias de Entre Ríos, Co-rrientes, Misiones y la banda oriental, el milagro es que el territorio no se desintegrara más de lo que se desintegró. Adam Smith ofrecía a Pueyrredon y a sus predecesores y sucesores la po-sibilidad de aprender el arte del estadista. Lamentablemente no se le supo aprovechar. Adam Smith, comercio libre… 1947 NOTAS 1 Siendo la presente comunicación fruto de meditaciones de larga data, los autores y las obras sumariamente discutidos aquí han sido examinados detalladamente y en numero-sas ocasiones, generalmente en varias ediciones, particularmente Adam Smith, de quien se han compulsado más de 60 ediciones en varios idiomas, por lo que debo remitir al lector, salvo excepciones, a los siguientes trabajos: — Des Hommes et des Stereotypes: Evénements Historiques et Changements Perceptuels ainsi qu’on le voit illustré par le Rapport Présumé entre les Grandes Découvertes Géo-graphiques des XVéme et XVIéme Siécles et “l’Emergence” de “l’Homme Scientifi-que”, 5 Vols., Doctoral Thesis, Université de La Sorbonne, París, France. — “Technology, Scientific Speculation and the Great Discoveries”, en Revista da Univer-sidade de Coimbra, Volumen XXXIII, Coimbra, Portugal, 1985, pp. 485-542. — “La Découverte de l’Amérique et la structure mentale européenne: Rupture où conti-nuation?” en L’Amérique Latine et la Nouvelle Histoire, E.R.H.I.LA, París, 1989. — “Martin Behaim and the Scientific Attitudes of the Nürnberg Scientific ‘Milieu’”, en Anzeiger des Germanischen National Museums, Nürnberg, June 1991, pp. 45-53. — “World Views, Ideals and Precepts for Human Action: The Churchmen and the Climate of Business in the Iberian Peninsula at the Time of the Great Discoveries”, en Acts, Section I, International Congress on the Great Discoveries and Renaissance Europe, Lisbon, Portugal, 1983. — “La imagen de la economía en las Siete Partidas”, en Actas Congreso Alfonso El Sabio, Universidad Complutense de Madrid, Madrid, 1984. — “The Atlantic Islands and the Entrepreneurial Development of Southern Castile at the end of the Fifteenth Century”, en The International History Review, Vol. IX, Number 2, Vancouver, 1987, pp. 173-194. —“Why Columbus’s Discovery was of no Consequence in Economic Thinking, Attitudes and Practices: Continuity, Change, and Behavioural Models in Economic History”, en Actas 17th International Congress of the Historical Sciences, Madrid, Spain, 26th Au-gust- 2nd September, 1990. — “The Ebb and Flow of Fashion in Economic and Political Thought”, en The South Afri-can Economic Society, Randse Afrikaanse Universiteit, Johannesburg, South Africa, 1994. — “The Ebb and Flow of Fashion in Economic and Political Thought” (II), en Adam Smith Seminar, Carleton University, Ottawa, 1996. — “The Ebb and Flow of Fashion in Economic and Political Thought” (III), en Adam Smith Seminar, Istanbul, Turkey, 1998. — “Social Security Before State Compulsory Systems”, en Adam Smith Seminar, State Parliament, Riga, Latvia, 1999. — “Adam Smith Revisited”, Adam Smith Seminar, Vilnius, Lithuania, 1999. — “Towards a New Mercantilism?”, Adam Smith Seminar, Stockholm, Sweden, 2000. — “Lo económico en el entorno ideológico de la expansión ibérica”, en Actas Coloquio de Historia Canario-Americana, Las Palmas de Gran Canaria, 2000. — “Adam Smith’s Omissions Concerning Capital Formation and Economic Develop-ment”, en Adam Smith Seminar, Thun, Switzerland, 2004. — “Isabel la Católica y el Atlántico”, en Actas Coloquio de Historia Canario-Americana, Las Palmas de Gran Canaria, 2004. — “The Market: From St Thomas Aquinas to Adam Smith”, en Adam Smith Seminar, París, France, Autumn 2004. — “The Market: From St Thomas Aquinas to Adam Smith” (II), en Adam Smith Seminar, París, France, Spring 2005. XIX Coloquio de Historia Canario-Americana 1948 — “The Market: From St Thomas Aquinas to Adam Smith” (III), en Adam Smith Seminar, París, France, Autumn 2005. — “The Just Price: From St Thomas Aquinas to Adam Smith”, en Adam Smith Seminar, París, France, Spring 2006. — “The Just Price: From St Thomas Aquinas to Adam Smith” (II), en Adam Smith Semi-nar, París, France, Autumn 2006. — “The Just Price: From St Thomas Aquinas to Adam Smith” (III), en Adam Smith Semi-nar, París, France, Spring 2007. — “Albrecht von Haller and the Economy of Bern”, en Adam Smith Seminar, Bern, Swit-zerland, Summer 2008. — “The Abbot Ferdinando Galiani, Turgot and the Physiocrats”, en Adam Smith Seminar, París, France, Spring 2009. — “Albrecht von Haller and the Economy of Bern” (II), en Adam Smith Seminar, Bern, Switzerland, Summer 2009. — “The Abbot Ferdinando Galiani, Turgot and the Physiocrats” (II), en Adam Smith Semi-nar, París, France, Autumn 2009. — “The Abbot Ferdinando Galiani, Turgot and the Physiocrats” (III), en Adam Smith Seminar, París, France, Spring 2010. — “International Trade and Finance in the XIVth Century: The Grosse Ravensburger Handelsgesselschaft in Germany, Switzerland and the Iberian Peninsula”, en Adam Smith Seminar, Schloss Spiez, Switzerland, Summer 2010. 2 Henry Homes, lord Kames, nacido in Kames, Berwickshire, Escocia en 1696 y muerto en Edimburgo en 1782 fue un autor prolífico. Típico representante del “Scottish Enligh-tenment”, abogado, juez, filósofo, agricultor y refinado esteta, como lo revelan los tres volúmenes de su Elements of Criticism (1762). Este amigo de Adam Smith fue también el autor de Essays on the Principles of Morality and Natural Religión (1751), An Intro-duction to the Art of Thinking (1761), Sketches on the History of Man (1774) y The Gentleman Farmer (1776). 3 William Robertson, discípulo de lord Kames y amigo de Adam Smith, nació en Borth-wick, Midlothian, Escocia en 1721, y murió en Edimburgo en 1793. Ministro de la igle-sia presbiteriana, principal de la Universidad de Edimburgo e historiador real de Esco-cia, Robertson fue uno de los historiadores más conocidos e influyentes de los siglos XVIII y XIX. Autor de The History of Scotland, During the Reigns of Queen Mary and King James VI (1759), The History of the Reign of the Emperor Charles V (1769), que fuera reeditado y traducido frecuentemente, y The History of America (1777). 4 Grande hubiese sido la sorpresa de lord Kames, Robertson y Adam Smith de haber sa-bido que, pese al desprecio de Benjamín Franklin y de otros “Founding Fathers”, la constitución oral de la “Confederación de las Cinco Naciones” de esos “salvajes” iro-queses fue una fuente importante de la constitución de los Estados Unidos. 5 Carlos-Alberto Campos, “Albrecht von Haller and the Economy of Bern”, en Adam Smith Seminar, Bern, Switzerland, Summer 2008. — “Albrecht von Haller and the Economy of Bern” (II), en Adam Smith Seminar, Bern, Switzerland, Summer 2009. 6 La Navigation Act de 1651 fue modificada posteriormente, exigiendo que todos los car-gamentos provenientes de las colonias o a ellas destinados debían pasar por puertos británicos. Los Estados Unidos, que protestaban durante la época colonial, fueron estu-diantes aventajados del proteccionismo y la duplicidad inglesas. Ya George Washing-ton, para proteger a la industria local, decía que “he would consume no ale or cheese but such as is made in America”. Hamilton fue un defensor acérrimo del proteccio-nismo. Es de notar que desde la Guerra Civil hasta la Primera Guerra Mundial el dere-cho de importación promedio en los Estados Unidos nunca estuvo por debajo del 40%. Y eso cuando un producto demasiado competitivo no era clasificado “unfairly competi-Adam Smith, comercio libre… 1949 tive”. Tal fuel el caso de las lanas argentinas en 1880, que el senador Sherman obtuvo a cambio de su voto a favor de la “Anti-Trust Law”, que curiosamente lleva su nombre. Theodore Roosevelt, presidente de los Estados Unidos de 1901 a 1908, definió la polí-tica explícitamente y sin lugar a dudas: “Thank God, I am not a free trader”. (“Gracias a Dios no soy un librecambista”). 7 Omito al beato Francisco-Xavier Seelos, misionario redentorista de Bavaria, muerto de fiebre amarilla en Nueva Orleáns en 1867, y de muchos otros sacerdotes y monjas que en el siglo XIX dedicaron sus vidas a proveer soporte moral, material, espiritual, educa-cional y sanitario a miles de inmigrantes desamparados en los Estados Unidos. 8 Salvo excepciones, generalmente en países que como la Arabia saudita tienen un pro-ducto que domina la economía, las exportaciones constituyen una parte mínima del PNB. Japón y los Estados Unidos, cuyo comercio exterior no excede al 10% de su PNB, son un buen ejemplo. |
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