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OTRA NOVELA INGLESA AMBIENTADA EN
CANARIAS: THE TENTH YEAR OF THE SHIP. A
NOVEL, DE NORMAN LEWIS (1962)
ANOTHER ENGLISH NOVEL SET IN THE CANARIES:
THE TENTH YEAR OF THE SHIP. A NOVEL, BY
NORMAN LEWIS (1962)
M.ª Isabel González Cruz
RESUMEN
Siguiendo nuestra línea de investigación
habitual (la extensa bibliografía inglesa
sobre Canarias) en esta ocasión comen-taremos
otra obra literaria de ficción,
escrita en lengua inglesa y relacionada
con el archipiélago canario, que hasta
ahora no habíamos registrado en nuestra
bibliografía. Se trata de la obra titulada
The tenth year of the ship. A novel, pu-blicada
en Londres en 1962 por el pres-tigioso
escritor británico Norman Lewis.
En esta obra desfilan una serie de per-sonajes
que representan tanto a los nati-vos
isleños como a miembros de la
colonia inglesa asentada en Vedra, una
isla canaria imaginaria, si bien se nom-bran
otros lugares reales, como Tenerife
o Las Palmas. Los distintos comentarios
que Lewis va insertando en la narración
nos dan algunas pistas sobre su visión e
impresiones tanto de las islas como de
los canarios.
PALABRAS CLAVE: bibliografía inglesa
sobre Canarias, novela, Canarias.
ABSTRACT
Following our main research line –that
of the wide English bibliography on the
Canaries– this paper focuses on another
literary and fictional work written in
English and closely related with the
Canary Islands. It is a book titled The
tenth year of the ship. A novel, pu-blished
in 1962 by the prestigious Brit-ish
writer Norman Lewis, which we had
not registered so far. In this novel we
find a number of characters who repre-sent
both native Canarians and members
of the British colony settled in Vedra, an
imaginary island of the Canarian group,
although real places like Tenerife or Las
Palmas are also mentioned. In his writ-ing
Lewis includes a series of observa-tions
which give us some clues about
his impressions about the Canary Is-lands
and their inhabitants.
KEYWORDS: English bibliography on
the Canaries, novel, Canary islands.
Mª Isabel González Cruz: Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. Departamento de
Filología Moderna. C/ Pérez del Toro 1, despacho 115. 35004 Las Palmas de Gran Canaria.
migonzalez@dfm.ulpgc.es
XIX Coloquio de Historia Canario-Americana
1732
INTRODUCCIÓN
La bibliografía inglesa sobre Canarias constituye un extenso y variado
corpus de gran interés, tanto para los especialistas como para el público
general. Siguiendo nuestra línea de investigación habitual, la del estudio de
esa extensa bibliografía inglesa sobre Canarias, en esta ocasión nos propo-nemos
como objetivo principal comentar otra obra literaria de ficción
relacionada con el archipiélago canario que se publicó en lengua inglesa, y
que hasta ahora no habíamos registrado en nuestro catálogo (González Cruz,
2002). Si en trabajos anteriores (González Cruz, 2006, 2008, 2010) ya pre-sentamos
y estudiamos otras novelas ambientadas en Canarias, como Grand
Canary. A novel (1933) de A. J. Cronin, los cuentos publicados por Paul
Eldridge bajo el título de Tales of the Fortunate Isles (1959), y el relato de
viaje Canary Island adventure. A young family’s quest for the simple life
(1956) de Richard Walter, esta vez nos centraremos en la obra titulada The
tenth year of the ship. A novel, del prestigioso escritor británico Norman
Lewis, publicada en Londres en 1962, por la editorial Collins, aunque tam-bién
ese mismo año saldría otra edición en los Estados Unidos con la casa
Harcourt.
En líneas generales, podemos decir que en esta obra de ficción desfilan
una serie de personajes que representan tanto a los nativos isleños como a
miembros de la colonia inglesa asentada en una isla canaria imaginaria, de-nominada
Vedra. No obstante, junto a los lugares ficticios se nombran con
frecuencia otras islas reales, como Tenerife, Gran Canaria, La Palma, La
Gomera y Lanzarote, y ciudades como Las Palmas. A lo largo de este traba-jo,
iremos desvelando los distintos elementos, reales unos y otros ficticios,
así como los comentarios que el autor va insertando en la narración y que
nos dan algunas pistas sobre su visión e impresiones tanto de las islas como
de los canarios.
BREVE SINOPSIS SOBRE EL AUTOR: NORMAN LEWIS
Nacido en Londres en 1908 de familia galesa, Norman Lewis vivió en
Middlesex (Inglaterra) y desde 1959 se estableció en Essex hasta su reciente
fallecimiento en julio de 2003. Aunque quizá no se le conoce muy extensa-mente,
Lewis es considerado como uno de los escritores más importantes del
siglo veinte. Graham Greene llegó a afirmar sobre él: “Norman Lewis es uno
de los mejores escritores, no de ninguna década particular, pero si de nuestro
siglo”. Lewis publicó varios volúmenes autobiográficos, en los que se mues-tra
preocupado ante todo con sus observaciones de los muchos lugares en los
que vivió en diversos tiempos, entre los que se incluyen la isla de Saint
Catherine en Gales meridional cerca de Tenby, el distrito de Bloomsbury de
Otra novela inglesa ambientada en Canarias…
1733
Londres durante la II Guerra Mundial, Nicaragua, un pueblo de pesca
español, y un pueblo cerca de Roma, además de países como Argelia, Túnez,
Austria, Indochina, Paraguay, Haití, Liberia o Cuba, en los que pasó también
algún tiempo por diversos motivos. Parece, no obstante, que hay que incluir
a Canarias entre los muchos lugares que visitó y sobre los que escribió.
Conocido más bien por sus libros de viajes, Lewis también escribiría por
lo menos una docena de novelas. Algunas de estas disfrutaban de éxito
significativo en el momento de su publicación, pero su reputación se apoya
principalmente en sus relatos de viaje. Casado en tres ocasiones, y padre de
seis hijos, los orígenes españoles de su primera esposa, Ernestina Corvaja,
hicieron que su primer libro, titulado Spanish adventure (1935), narrase un
viaje a España en 1934, país en el que también se centró su último trabajo,
The Tomb in Seville, publicado el mismo año de su muerte en 2003. Con esa
aventura española se inicia su faceta de autor de una serie de libros de viaje,
actividad sobre la que en este primer libro Lewis (1935:11) nos dice: “Por
primera vez en mi vida me encontraba en posesión simultánea (y en propor-ción
geométrica decreciente) de los tres prerrequisitos para viajar: inclinación,
tiempo y dinero. Lo primero era innato, para lo segundo había necesitado años
de ir apañándomelas astutamente, y en cuanto al tercero, un extendido pe-riodo
de sacrificios. (Y cuando hablo de viajar, por supuesto que no me estoy
refiriendo a las usuales vacaciones cortas y poco gratificantes)”. Por los
datos que da en su autobiografía (Lewis, 1994) sabemos que viajar a lugares
poco visitados del mundo y que estuvieran lo mas lejos posible era algo que
le relajaba mucho; si no, prefería vivir con su familia de forma totalmente
introspectiva, casi monástica, en las profundidades de Essex. Evans (2008:
416) nos cuenta que en los años cincuenta Lewis viajó con Lesley Burley, su
segunda esposa, a Italia, a España, a Marruecos y a Canarias, unos viajes que
fueron cada vez más relajados, menos interesados en buscar el impacto. Al
parecer visitaron el norte de África con Ito, el hijo que había tenido con su
primera esposa, de camino hacia Canarias, donde iban a probar una cámara
fotográfica submarina. En Tenerife, comenta Evans, buscó un buen sitio para
bucear, aconsejado por un médico local que le indicó una playa cerca de la
cual había un islote. De hecho el libro incluye una foto tomada bajo el mar
en la que se ve a Ito con un enorme mero.
Dos de sus novelas, Samara (1949) y Within the Labyrinth (1950),
reflejaron sus experiencias como sargento en las fuerzas de seguridad del
Servicio de Inteligencia durante la Segunda Guerra Mundial, y sus recuerdos
de esta época dieron lugar a Naples 44, novela en la que hace una dramática
descripción de una ciudad totalmente destruida por la guerra. Acerca de la
figura de Norman Lewis leemos lo siguiente en el Oxford Dictionary of
National Biography:
XIX Coloquio de Historia Canario-Americana
1734
Con su humor inexpresivo característico, afirmaba preferir los
lugares inaccesibles con gobiernos despóticos, mosquitos y mala-ria.
Lewis era un hombre alto, con gafas, delgado y ligeramente
encorvado, con bigote recortado y de ojos sentimentales. Conser-vaba
la huella del acento del norte de Londres en su voz y sus mo-dales
eran humildes. Aunque posteriormente formaría equipo con
el fotógrafo Don McCullin en diversas expediciones, por lo general
le gustaba viajar solo, confiando en su habilidad para desenvolver-se
en seis idiomas (francés, español, árabe, ruso, alemán e italiano).
Reunidos en formato de libro, sus artículos interesaban especial-mente
a los lectores que gustaban de lo llamativamente sórdido y
estrafalario. Saboreaban la fina destreza de su prosa y su aguda
vista para lo excéntrico. Quizá lo subestimado de su estilo com-pensaba
la exageración del contenido. Como ya advirtió en una
ocasión a un periodista de The Times, “De todo lo que le cuente,
córtele la mitad o dos tercios”. Desdeñaba un poco las fechas y a
veces disfrazaba los lugares. Por ejemplo, escribió sobre Farol en
Cataluña y sobre su hogar en Long Crendon, en Essex; pero ningu-no
de estos lugares aparece en ningún mapa (traducción propia).
En la novela que aquí nos ocupa sucede algo similar, ya que —como bien
sabemos —Vedra, la isla canaria en la que se desarrolla la acción, no existe;
pero junto a los elementos de ficción que sin duda aparecen en el libro, en-contramos
otros que sí parecen tener ciertos visos de realidad, como veremos
a continuación.
LA OBRA: THE TENTH YEAR OF THE SHIP
La prensa londinense se hizo eco de la salida a la luz de esta novela, y así
encontramos una pequeña reseña en la página 15 de la edición del 29 de
marzo de 1962 del periódico The Times, bajo el título de “New Fiction”. Uno
de los aspectos que se destacan en ella es la gran habilidad de Lewis para
desarrollar varias líneas argumentales al mismo tiempo en la obra y su des-treza
para conectar las distintas historias de unos personajes que refuerzan el
ambiente de miseria, corrupción e incomodidad del lugar.
La novela está organizada en 21 capítulos, precedidos de otro inicial más
corto, no numerado y con el título “Tur”. El argumento podría resumirse así:
durante un siglo y medio la saga de los Tur, de origen catalán, ha estado
afincada en Vedra, una lejana isla en el archipiélago canario donde han ejer-cido
su poder, consiguiendo además evitar que la isla se desarrollase econó-micamente
y que su dominio casi feudal pudiera verse amenazado. Tras
varios intentos frustrados por la influencia de don Flavio Tur, una compañía
Otra novela inglesa ambientada en Canarias…
1735
de Las Palmas consigue autorización para ampliar el muelle e inaugurar el
servicio de una línea marítima regular. Al cabo de diez años de contacto con
el mundo exterior mediante este buque, Vedra empieza a transformarse y a
adoptar todos los adelantos y nuevas costumbres del siglo XX, y con ello el
poder feudal de Tur empieza a ser reemplazado por la tiranía de los especu-ladores,
en su mayoría empresarios relacionados con una factoría de conser-vas
de pescado de Las Palmas. Con esta nueva opresión los pescadores de la
isla son instados a rebelarse, mientras que los campesinos, atraídos por la
promesa de ganancias fáciles en la ciudad, empiezan a abandonar sus tierras.
En medio de esta situación, Lewis nos presenta a una serie de personajes
marcados por sus ambiciones, temperamentos conflictivos, vicios, virtudes y
pasiones. De esta lista de personajes, comentaremos a continuación los más
importantes.
En el capítulo introductorio, denominado “Tur”, Lewis nos presenta a
esta saga, que se inicia con don Nemesio Tur, un comerciante catalán que
había vivido la revolución francesa y había llegado a la conclusión de que
“el progreso es solo una media verdad para el hombre común, pero para el
aristócrata es una mentira”. Don Nemesio se encargó de transmitir este im-portante
mensaje a sus descendientes, fruto de su experiencia vital: según sus
observaciones, para las clases privilegiadas el progreso no significaba otra
cosa que un proceso continuo hacia la disminución de los placeres de la vida.
De ahí que se propusiera buscar la forma de que sus sucesores consiguieran
parar los cambios que pudieran disminuirles el disfrute de su herencia. Para
ello, ya casi al final de su vida, se pasó varios años buscando un lugar lejano
y pequeño, que fuera
inaccesible desde Madrid, aunque no alejado de la civilización de
manera tan bárbara como las colonias de Sudamérica, y donde la
gente viviese en un estilo primitivo, y la burocracia [...] fuera
demasiado aburrida e indiferente como para prestar atención a los
pequeños abusos de poder de los terratenientes feudales. Encontró
lo que buscaba en Vedra, una pequeña isla en el archipiélago cana-rio.
Con la depresión que siguió a la guerra, pudo comprar a muy
bajo precio la mayor parte de Vedra. Y aquí, don Nemesio consi-guió
organizar lo que visto desde arriba era una especie de utopía
estancada, en la que él y sus descendientes se esforzaban por
disfrutar el douceur de la vie, que se suponía había desaparecido en
todos los demás sitios (p. 6).
Pero nuestro protagonista principal en la novela es don Flavio Tur, que es
el séptimo Tur de la saga. Además de poseer toda la tierra de valor de la isla,
cuando él empieza a estar al frente del imperio familiar, los Tur controlaban
XIX Coloquio de Historia Canario-Americana
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todo el comercio de Vedra, al ser los dueños de todas las embarcaciones, una
flota formada por media docena de veleros, pequeños, más bien arcaicos,
pero bellos, que transportaban los plátanos y las verduras de la isla, junto con
un pequeño número de pasajeros, y sólo aquellas importaciones a las que Tur
diera su aprobación. De esta forma, con esta política de aislamiento, favore-cida
tanto por los fuertes vientos que sacudían toda la isla durante la prima-vera,
el otoño y el invierno, junto con la poca profundidad del puerto, que
impedía atracar barcos mayores que los de Tur, los isleños se mantenían
fuera de contacto con el mundo exterior. Todos los intentos que se habían
hecho durante cincuenta años para aumentar la profundidad del puerto, se
habían encontrado con la oposición de los Tur, siempre dispuestos a pagar y
sobornar a quien hiciera falta. Pero con la llegada de la república, a media-dos
de los años treinta, los contactos de don Flavio en la capital empezaron a
disminuir y por fin darían comienzo las operaciones de dragado del puerto, a
mano de una compañía privada que llegó a Vedra, a pesar de todas las peti-ciones
y los sobornos de Tur. Tras un año de trabajo, el puerto estaría listo
para que el nuevo vapor iniciara su servicio semanal, trayendo consigo todos
los explosivos componentes de la modernidad que, como Tur sabía muy bien,
iban a romper en pedazos su mundo. Cualquiera que regresara a Vedra des-pués
de estar fuera unos años, apenas iba a poder reconocer la isla, aunque el
cambio sería más espiritual que físico. En palabras de Lewis:
Moralmente la isla se había revolucionado. El barco había traído
miles de turistas que se habían gastado mucho dinero y habían de-jado
su huella. Las mujeres de Vedra estaban empezando a bañarse
en la playa y a aparecer en lugares públicos con trajes sin mangas,
mientras que en casa pretendían sentarse a las horas de las comidas
con los hombres. El número de nacimientos estaba disminuyendo
rápidamente. Los delitos con violencia también se estaban redu-ciendo
pero ya no se podía dejar una cartera sobre la mesa en una
cafetería y confiar en encontrarla de nuevo allí, intacta, unas horas
después cuando uno descubría la pérdida (p. 8).
A pesar de que la situación había empeorado en los nueve años que el
vapor Almirante Cervera llevaba en servicio, Tur todavía consideraba que
tenía todo bajo control, y aún podía manipular a las autoridades. Pero sería
en el décimo año cuando las intrigas de los especuladores y las industrias
entrarían en escena y nuestro cacique empezaría a notar que su ámbito de
influencia política y social se venía abajo, al igual que el familiar, pues
pronto se da cuenta de que su yerno, Valentín, había montado toda una trama
para conseguir que Basilisa, su esposa, cometiera adulterio, y obtener así un
Otra novela inglesa ambientada en Canarias…
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divorcio que le permitiera quedarse con todas las propiedades aportadas por
ella al matrimonio.
Uno de las primeras referencias a otros personajes que encontramos en la
novela es la de los comerciantes de frutas ingleses y sus familias, establecidas
largo tiempo en la isla (p. 9). Son los “ingleses hispanizados” (p. 11) de Vedra,
que tenían en el bar Mirasol su bastión o fortaleza para las ocasiones im-portantes,
como los días en que llegaba o salía el barco. Lewis los describe así:
Eran principalmente residentes con papeles, cuyas familias habían
controlado durante generaciones el comercio local de fruta. Cami-naban
despacio, vestían con ropas oscuras, se echaban la siesta, se
enorgullecían de la pureza de su acento castellano, evitaban el sol
de mediodía y los sombreros de campesinos [...] (p. 11).
Sobre ellos leemos en boca de Tur: “…nuestra colonia inglesa es única.
La gente de Herrera puede tener el cráter volcánico más grande del mundo
pero nosotros tenemos a nuestros ingleses. Son una característica del lugar”
(p. 100). Y de hecho los dos personajes concretos con los que comienza el
primer capítulo son extranjeros, la inglesa e independiente Laura, una
maestra de escuela que tres años atrás pasaba las vacaciones de Navidad con
unos familiares en Tenerife, donde oyó hablar de un palacio en ruinas que se
alquilaba en la isla de Vedra por unas pocas libras al año. Se instaló en él,
dejando su trabajo y ganándose la vida como reportera ocasional y una paga
de tres libras a la semana que le pasaba su padre. El que la llamaran doña
Laura se le había subido a la cabeza y parece que el ambiente feudal “había
sido demasiado para ella” (p. 14).
En este capítulo inicial, Laura conversa con Becket, un pintor también
inglés y algo bohemio que está un poco enamorado de ella, pero que juega a
seducir a mujeres como la propia hija de Tur. Y mantienen el siguiente
diálogo:
—Con todas sus desventajas, me imagino que estarás de acuerdo
con que este es un lugar muy agradable para vivir.
—Supongo que sí, ¿por qué?
—Además de que es ridículamente barato.
—Si te gusta el caldo de pescado…
—E incluso si no te gusta. Quiero decir que el clima es una pasada.
Todo el mundo te trata como a un ser humano. No existe el
invierno ni nada parecido —no he tenido un resfriado en siete años.
Lo que quiero decir es que no hay un lugar en todo lo que conozco
del Mediterráneo con el que se pueda empezar a hacer una
comparación (p. 12).
XIX Coloquio de Historia Canario-Americana
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Mientras ellos hablan, una multitud de ciudadanos acude al puerto a
recibir al barco que trae al que va a ser el nuevo gobernador de la isla (pp.
17-18), un tal Vicente Torres Ferrer, que Lewis describe más adelante como
“el hombre menos prometedor del Ministerio, que a su debido tiempo sería
recompensado con el trabajo menos prometedor —el gobierno de Vedra.
Vedra era el lugar de destierro para los hombres que querían olvidar—
hombres como Ferrer” (p. 49). Su cometido era averiguar si eran ciertos los
rumores de que había un complot, de que en la isla se estaba preparando un
sabotaje y una serie de insurrecciones, objetivo que iba a ser difícil conseguir
no sólo por su propia ineptitud sino porque estaría rodeado de “un ejército de
subordinados incompetentes y perezosos” (p. 49).
En el tercer capítulo Lewis hace una descripción de la isla de Vedra en
los siguientes términos:
A primera vista no había signos de discordia en la vida en Vedra.
Por fuera todo era tranquilidad. Vista desde el aire, desde un avión
que volase a gran altitud entre Las Palmas y Tánger, la isla parecía
tener la forma de una hoja de árbol chamuscada flotando en el mar,
que era de un verde luminoso en los bordes arrugados de la hoja
pero que adquiría inmediatamente el oscuro color cobalto de un
agua profunda, transparente y rizada por el viento. Las vetas de la
hoja, que no se habían agostado, eran valles con plantaciones de
plataneras tan espesas como la selva. Dieciocho pueblos centellea-ban
sobre los pliegues de tierra negra. Y un terreno hexagonal sin
ningún brillo, pueblo o señales de cultivo, era la finca abandonada
de Tur, conocida como la Salina de Sagral (p. 36).
A continuación hace una descripción general de la vida isleña, de la
situación social y del ambiente que se respiraba en Vedra, una de cuyas
especialidades era la de fabricar “estúpidos rumores” (p. 253):
Una inspección más de cerca seguía confirmando la tranquilidad
del ambiente de Vedra. Los visitantes extranjeros que habían des-cubierto
la isla e iban allí durante el invierno estaban encantados
con ese feliz letargo. La gente con la que tenían contacto sonreía,
les hacían reverencias y les eran de utilidad sin que su presencia se
impusiera en ningún modo. Los adjetivos que a uno le venían a la
mente eran los de tranquilos, decorosos, corteses. El clima tenía
todo lo que uno pudiera desear; casi siempre soleado, rara vez de-masiado
caluroso. En cuanto a la arquitectura, la ciudad era toda
alegría y, a pesar de los incendios frecuentes, todavía se mantenían
muchas de las casas antiguas de madera que databan del siglo XVII.
Otra novela inglesa ambientada en Canarias…
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La catedral, la cárcel, el Palacio de la Inquisición eran todos edifi-cios
magníficos. Cada calle tenía su herbolario, su boticario, su
vieja tienda de vinos. Los turistas sacaban fotos a los pescadores,
que se pasaban el día agachados remendando sus redes en el male-cón,
a las frecuentes procesiones de penitentes recitando el “Dios
te salve María”, a las tímidas campesinas, al sangriento despiece de
los tiburones en el muelle, a las viejas goletas de madera en el
puerto con sus cabezas de ángel decorativas en la proa, y las alme-nas
que, sin ningún motivo, rodeaban la ciudad, pues nunca habían
repelido a ningún invasor. Los conflictos estaban allí, pero se man-tenían
fuera del alcance de la vista. Ningún signo de discordia
perturbaba la calma. Los terribles problemas de la escasez de agua,
la falta de terrenos, la presión de la población sobre los recursos de
la isla ni la incompetencia del gobierno, a nada de ello se le daba
publicidad. Ni tampoco a la inmediata y tremenda crisis que ame-nazaba
la existencia de los pescadores, cuya pobreza resultaba tan
pintoresca para los de fuera (pp. 36-7).
Es precisamente el primitivismo del lugar lo que destacan Griffin y
Piercey, los representantes de la compañía “La Palomita”, que, además de
ofrecer créditos a los campesinos para que adquiriesen maquinaria, quería
comprar las tierras de Tur, con la mediación de su yerno Valentín. De este
pasaje podemos extraer la siguiente conversación:
—Maravilloso, un lugar maravilloso —dijo Piercey. —Le estaba
diciendo a su yerno que puedo verlo convertido en otro Capri. Tie-ne
todo lo que tiene Capri y tiene muchas cosas que Capri no tiene.
—Excepto que está muy lejos del centro de las cosas —dijo Tur.
—Si es que se está refiriendo a esta isla y sus atractivos.
Valentín habló en inglés.
—Pero dentro de diez años, las distancias no van a significar nada.
(…) Después de todo estamos aniquilando el espacio. (…) Dentro
de unos años ningún lugar del planeta estará a más de dos o tres
horas de uno de los grandes centros poblacionales (…)
—Ningún problema en poner a este lugar en el mapa —dijo
Griffin. —Si se le da la publicidad adecuada. (…)
—Pero en la actualidad, es un lugar remoto —dijo Tur, y por qué
no reconocerlo, innegablemente primitivo (…).
“Primitivo”, —dijo Piercey, —pero de eso precisamente se trata.
Eso es lo que la gente busca hoy en día. Eso es lo que están dis-puestos
a pagar. Todo es absolutamente perfecto aquí. Justo como
XIX Coloquio de Historia Canario-Americana
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está. No dejen que nadie lo toque. Por encima de todo, no dejen
que nadie toque nada (pp. 125-6).
Cuando Laura regresa a Vedra tras pasar 15 días en Tenerife recupe-rándose
del maltrago que supuso para ella oir las críticas y el insulto de la
novia oficial de Toniet, el hijo ilegítimo de Tur con el que ella había man-tenido
un romance, la inglesa tiene otra conversación con Becket en la que
leemos:
—¿Qué tal Tenerife, igual que siempre?
—Igual que siempre. No puedo decir que sea un lugar al que me
haya aficionado.
—Pues solía entusiasmarte, a pesar de todo.
—Ah ¿sí? Supongo que debo haber cambiado. Ahora me parece
más bien gris.
—Me parece que eso sería lo último de lo que se podría acusar a
Tenerife.
—Es gris por comparación. Y en realidad me refiero a la gente y al
ambiente – no al lugar. Todos van por ahí como si tuvieran núme-ros
rojos en el banco y úlcera de estómago.
—¿Acaso esto no es gris también?
—No, —dijo ella. —Vedra no es gris. Y me encanta estar de vuelta
(p. 154).
Otros personajes relevantes de lo que Lewis llama la “sociedad de
notables” de Vedra son don Félix, miembro de la policía secreta, don Arturo
O’Neill, jefe de la Guardia Civil, el comandante del puerto, que como pago a
su apoyo a la Compañía de Las Palmas obtiene un coche Volkswagen, y al
que Lewis describe como “un íbero, un fanático y un inquisidor” (p. 56) y
por último el obispo, un viejo Savonarola, a quien Lewis erróneamente llama
don Firmín (sic), quizá porque había oído ese nombre en sus visitas a España
y lo transcribió tal y como a él le sonaba. También consideramos un posible
error de transcripción lo que él denomina a lo largo de la novela “Bar Mica-litus”,
quizá por “Bar Miguelito”. Hay, no obstante, varias palabras y expre-siones
españolas que Lewis inserta en el texto, un fenómeno bastante frecuente
en las obras de la bibliografía inglesa sobre Canarias y que hemos estudiado
en varias ocasiones (cf. González Cruz-González de la Rosa 1995, 1997, 2006,
2007; y González Cruz, en prensa). Así por ejemplo encontramos varias ve-ces
la palabra alcalde (pp. 17, 18), o los términos asco (p. 34), caballería
(p. 67), fonda (p. 109) o la expresión Dios te salve María (p. 37).
Otra novela inglesa ambientada en Canarias…
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En cuanto a las mujeres canarias, Lewis confirma lo ya dicho por otros
muchos visitantes británicos desde el siglo XIX (cf. Latimer, 1888: 214; Fo-reign
Official, 1897: 163; Edwardes, 1888: 344, etc.) cuando escribe:
La mayoría de las mujeres se volvían sombras aburridas y condes-cendientes
[…] amargas arpías (…) Sus cerebros parecían apartar-se
en una esquina, horrorizadas en la celda de la monotonía de sus
vidas. Sus cuerpos se entorpecían y perdían la figura, de manera
que a los veintitantos ya eran de mediana edad, y cuando tenían
cuarenta años ya eran viejas (p. 30).
Más adelante, Lewis explica que Tur había adoptado completamente las
actitudes espirituales típicas del isleño, lo que incluía una visión reaccionaria
acerca del lugar que las mujeres deben ocupar en la sociedad: lo mejor era
mantenerlas encerradas bajo llave y bajo las más estrictas medidas de seguir-dad
(p. 79). Y habla de una aflicción especial de la isla que denomina “la
debilidad” que afectaba a las mujeres que descendían de matrimonios mixtos
entre campesinos de Vedra que habían ido a trabajar a las plantaciones de
caña de azúcar de Cuba y las mulatas de esta isla. La debilidad consistía en
una especia de ninfomanía, o como Lewis la llama, “sexualidad demoníaca”.
Parece que la hija de Tur, Basilisa, sufría esta enfermedad, lo que su marido
aprovecha para incitarla al adulterio proponiéndole que el pintor Becket le
hiciera un retrato.
Otra enfermedad típica de la isla, sobre todo en el verano, era la del
vómito, a la que Lewis hace referencia usando el término español, y expli-cando
que consistía en cualquier tipo de afección estomacal veraniega y que
podía provocar vómitos o no, pero también fiebre, dolor de cabeza, calam-bres
estomacales y diarrea (p. 134). Aunque pocos morían de esta enferme-dad,
según Lewis, constituía casi una leyenda que hacía que muchos al llegar
agosto se pusieran el pijama y siguieran una dieta de zumo de limón y
galletas secas hasta que se pasara el mes. También constituía una excusa per-fecta
para que algunos maridos enviaran a sus esposas e hijos a grandes hote-les
antisépticos en Gran Canaria, al tiempo que ellos se escapaban con sus
guapas secretarias a sus nidos de amor discretamente localizados en las islas
menores de La Palma, La Gomera o Lanzarote. Todo esto se justificaba con
la idea, defendida por Tur, de que “la moralidad es sólo cuestión de lo que se
ve. No hay nada inmoral en un engaño bien hecho. Si nadie se entera,
créame que a Dios no le importa mucho” (p. 135).
Otras referencias que encontramos en la obra y que guardan bastantes
reminiscencias con la realidad insular son las siguientes:
Hay varias referencias a los guanches, como cuando Tur se fija en el ros-tro
de un campesino, cuyos dientes, nos dice, le recordaban al ejemplar más
XIX Coloquio de Historia Canario-Americana
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valioso de su colección de momias (p. 127). También hay una escena casi al
final de la obra en la que Tur abre su aparador-museo y coge la momia
guanche mejor conservada. Y leemos:
Los expertos decían que se trataba de un hombre de unos cuarenta
y cinco años, pero esta figura fetal, pequeña, de color marrón, apre-tado
en sus propios brazos y piernas, y que pesaba menos de tres
kilos1, parecía más bien los restos patéticos de un niño muerto de
hambre. En los últimos años, parte de los sentimientos paternales
de Tur se habían incluso adueñado de este diminuto cadáver arru-gado.
Lo tomaba en sus brazos y le acariciaba la cabeza de simio
(p. 246).
Igualmente, Lewis nos habla de una playa, La Caleta (nombre que recuer-da
a La Isleta), a la que iban mucho los turistas a hacer fiestas y picnics, pero
que los vedrenses evitaban porque se decía que era frecuentada por los
espíritus de los guanches, ya que allí se habían encontrado muchos restos de
los aborígenes, que en la época de la conquista escalaban sus rocas para
retirarse y morir (p. 202). También se menciona que las tierras de Salina del
Sagral, donde Tur tenía su hacienda, habían estado cubiertas por densos bos-ques
antes de la llegada de los conquistadores, y que estos, al verse incapaces
de cabalgar por entre los árboles persiguiendo a los guanches para extermi-narlos
optaron por quemar y arrasar toda la zona (p. 120-1).
En una conversación entre Tur y don Arturo acerca de un edificio del
siglo XV que, al parecer, estaba siendo restaurado, Tur niega que en la ciudad
exista ningún edificio de esa época y le pregunta qué van a hacer con él, a lo
que don Arturo responde:
—Va a ser uno de nuestros principales atractivos. El Palacio de
Colón (…) Es parte del programa del Sindicato de Iniciativas para
atraer el interés hacia los aspectos históricos de la ciudad – el inte-rés
del turismo, por supuesto.
—Esta ciudad no tiene historia, —dijo Tur. —A menos que se lla-me
historia al hecho de haber sido incendiados varias veces por los
argelinos. Querían que yo accediera a que mi casa se llamase el Pa-lacio
de Colón, pero yo me negué. Porque, en primer lugar, ¿de
dónde sacaron la idea de que Colón haya visitado esta isla? (p. 98).
Nos parece que otra referencia encubierta interesante es a las conocidas
brujas de Telde, cuando Lewis escribe lo siguiente:
Otra novela inglesa ambientada en Canarias…
1743
Los pueblos del interior de Vedra siempre habían tenido fama
—incluso en el continente— por sus clarividentes, que combinaban
la práctica de las ciencias ocultas con una valiosa especialización
en toda una gama de enfermedades psicosomáticas; en enfermeda-des
de la piel, dolores de cabeza, melancolía y la ninfomanía
endémica local. Habían sobrevivido a cinco siglos de oposición
enérgica por parte de la Iglesia… (p. 117).
Por último, Lewis nos habla de la habitual práctica del fraude en la isla,
como el fraude del atún por salmón (p. 224), pues en la factoría de pescado
(recordemos que existió una en Las Palmas en la salida hacia Bañaderos has-ta
no hace muchos años) trataban el atún con un colorante y luego lo envasa-ban
y etiquetaban como salmón.
En definitiva, la obra combina realidad y ficción, retratando el ambiente
de corrupción, tramas políticas y caciquismo propio de esta etapa de la era
franquista, los años 40 y 50, en los que la modernidad intentaba abrirse paso
en las islas. No hemos podido obtener más detalles de la visita y estancia de
Lewis en Canarias que las que hemos mencionado, pero sí parece que lo que
vio y lo que supo de esta región le impresionó lo suficiente como para ani-marle
a escribir esta novela en la que llega a comparar a los especuladores
que querían controlar la isla con los conquistadores que exterminaron a los
pacíficos aborígenes. Y escribe: “Hoy luchan bajo el estandarte de La Palo-mita,
en vez del del rey. No hay justicia […] por tanto no hay recompensa.
¿Dónde estaba Dios cuando el rey de España envió a sus hombres a esta
isla? Estos eran los humildes. ¿Cuándo heredarán la tierra?” (p. 246).
Aunque no figure entre las obras más renombradas de Lewis, sí hay que
decir que The tenth year of the ship coincide en varios aspectos de su temá-tica
con los asuntos que más le interesaron como escritor, y que están muy
en línea con lo que a su vez ha sido destacado por la crítica de su produc-ción,
a saber, “los éxitos y los fracasos de los gobiernos; la destrucción de
las culturas tribales indígenas y las actividades de los misioneros, los bandi-dos,
los especuladores y los políticos que se cambian de chaqueta”
(http://www.guardian.co.uk/news/2003/jul/23/guardianobituaries.bookso
bituaries).
XIX Coloquio de Historia Canario-Americana
1744
ANEXO FOTOGRÁFICO
Norman Lewis (1908-2003)
Otra novela inglesa ambientada en Canarias…
1745
BIBLIOGRAFÍA
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del XVII Coloquio de Historia Canario-Americana, Las Palmas de Gran Canaria:
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y José M. Ruíz (Coords.), Estudios de Literatura Inglesa del siglo XX, vol. 3. ICE -
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LATIMER, Frances: The English in Canary Isles, Plymouth: Western Daily Mercury,
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LEWIS, Norman: Spanish adventure, Londres, 1935.
— The tenth year of the ship. A novel, Londres: Collins, 1962.
— I came, I saw: an autobiography, Picador travel classics, 1994.
OXFORD Dictionary of British Biography. Oxford University Press, 2004.
XIX Coloquio de Historia Canario-Americana
1746
NOTAS
1 En el texto original el autor utiliza la libra como unidad de peso, que —como es sabido—
equivale a 0,373 Kilogramos. En realidad literalmente nos dice que pesaba menos de
ocho libras.