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DOS VISIONES DE CIUDADES ATLÁNTICAS: LA HABANA Y LAS PALMAS, UNIDAS POR LAS VERSIONES LITERARIAS DE GUILLERMO CABRERA INFANTE Y FRANCISCO MORALES PADRÓN
TWO VISIONS OF ATLANTIC CITIES: LA HABANA AND LAS PALMAS, TWINNED WITH ONE ANOTHER BY GUILLERMO CABRERA INFANTE’S AND FRANCISCO MORALES PADRÓN’S LITERARY VERSIONS
Ernesto J. Gil López
RESUMEN
Este artículo considera la perspectiva desde la que han contemplado sus res-pectivas ciudades los escritores Gui-llermo Cabrera Infante y Francisco Mo-rales Padrón. Su distinto punto de vista y su diversa actitud repercute en la ima-gen que uno y otro nos dan, induda-blemente contaminada por su subjetivi-dad y recuerdos.
PALABRAS CLAVE: Ciudades Atlánticas, Historia actual, Memorias.
ABSTRACT
This article considers the perspective used by the writers Guillermo Cabrera Infante and Francisco Morales Padrón to evoke their hometowns. Their diffe-rent points of view and diverse attitudes are cast on the images they both give us, and undoubtedly permeated by the sub-jectivity of their memories.
KEYWORDS: Atlantic Cities Contempo-rary History, Memoirs.
Mucho se dicho y escrito sobre el mar que nos une y el mar que nos separa. Y este, como es bien sabido, no es en absoluto un tema nuevo en la historia literaria, pues ya en obras tan remotas de la antigüedad clásica como pueden ser La Ilíada o La Odisea se dejaba continua constancia de su pre-sencia, así como de su papel protagonista y mediador en los conflictos huma-
Ernesto J. Gil López: Investigador. Profesor Titular de Literatura Española. Facultad de Filo-logía. Universidad de La Laguna. Campus de Guajara. 38071 La Laguna. Tenerife. España. egil@ull.es XIX Coloquio de Historia Canario-Americana
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nos y en los de los héroes literarios. Tenemos la suerte de estar bañados por el océano Atlántico, que tan decisivamente ha contribuido como medio de unión entre nuestras islas Canarias y los continentes de Europa, América y África, y buena parte, por no decir la casi totalidad de nuestra Historia está íntimamente relacionada con el mar y su continua presencia en nuestras vidas1. El mar ha servido de camino para llegar de Europa a nuestro archipié-lago y también para comunicarnos con esos tres continentes que acabamos de citar, pero también ha sido el confidente en los momentos de nostalgia para tantos emigrantes que un día se vieron obligados a abandonar su lugar de origen y desplazarse a otras tierras, lejanas y extrañas, que les dieron gene-rosa acogida2.
En este trabajo queremos evocar la visión de dos ciudades que, bañadas por ese mismo mar, por ese mismo océano, el Atlántico, han sido objeto de la atención literaria de dos importantes figuras de las letras hispánicas actua-les. Nos referimos, por un lado al escritor cubano, Guillermo Cabrera Infan-te; periodista, crítico de cine y narrador, y por otro, al reconocido investigador, profesor y promotor de este Coloquio Canario Americano, que con la actual va ya por la decimonovena convocatoria, don Francisco Morales Padrón.
Para ello nos vamos a centrar, respectivamente, en dos textos de los auto-res citados. Por un lado, Cuerpos divinos3, libro póstumo de memorias que dejó entre sus papeles pendientes de edición Cabrera Infante y que ha salido a la luz en los primeros meses del presente año. Y por otra parte, He vuelto4, recopilación de diversos trabajos y artículos del profesor Morales Padrón, que aúna los documentos históricos con las vivencias más personales de este investigador.
Pues bien, como apuntábamos más arriba, la aparición, durante la primave-ra pasada de Cuerpos divinos, texto en el que, según sus propias declaraciones, venía trabajando Cabrera Infante desde hace algunos años, concretamente, desde 19705, y cuya edición todos sus seguidores esperaban y que, por des-gracia, ha visto la luz cinco años después de su muerte6, nos ha animado a considerar este libro de memorias como un elemento digno de ser comenta-do, al igual que ya hemos hecho con otras obras de este mismo escritor, que obtuvo el Premio Cervantes en 19977.
Pero no poca ha sido nuestra sorpresa, al comprobar que, buena parte de los materiales ahí recogidos, abundan en comentarios aparecidos ya en otras obras precedentes, en cuanto que insiste en el mismo panorama de los años que anteceden inmediatamente al triunfo de la revolución castrista y a sus momentos posteriores, periodo que, como puede comprobarse, ha referido, comentado y recreado este autor en otras obras anteriores, bien conocidas por sus seguidores, como Mea Cuba8, en la que ofrecía abundantes referen-cias sobre su postura respecto a los cambios sufridos por su país en los últimos años; o las otras que citaremos a continuación. Indudablemente, la perspecti-Dos visiones de ciudades atlánticas…
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va que se planteó Cabrera Infante para esta obra no es, en absoluto, la de su conocido libro Tres tristes tigres9, obra en la que la creatividad y la experi-mentación literaria se unían al reflejo literario de la vida nocturna habanera en los momentos previos a la victoria de la revolución castrista. Tampoco puede decirse que siga esta obra las pautas de otro de sus libros más difun-didos, La Habana para un infante difunto10, excelente, a nuestro modo de ver, libro de memorias, en el que se entremezclan las vivencias personales y puede que no pocas fantasías eróticas, con una excelente descripción de la vida habanera, de sus rincones y ambientes, entre los años cincuenta y sesenta. En este sentido, no cabe duda de que esa obra constituía un magnífi-co repertorio informativo de los lugares más concurridos de la capital cubana, desde sus cines y teatros, a cuál más singular, sus calles y restaurantes, sus paseos, sus lugares de diversión, y, sobre todo, la vida palpitante de esa ciu-dad única por diversos aspectos.
Por supuesto que también queda muy lejos de otras obras de carácter muy diverso, escritas por la misma mano creativa, tanto los libros que recopilan aspectos del mundo del cine, como Arcadia todas las noches, Un oficio del siglo xx o la posterior Cine o sardina, y de los que ya nos hemos ocupado en otros comentarios en otro momento. Ni tampoco cabe ubicarla en el ámbito de Así en la paz como en la guerra, libro de relatos de marcado contenido político; ni con esos libros experimentales como Exorcismos de esti(l)o o bien O.
Entonces, ¿Dónde podemos ubicar este nuevo libro que se titula Cuerpos divinos? Pues, sin duda, y dadas las abundantes evocaciones de personajes, acontecimientos y espacios, entre sus escritos de memorias. Porque, sin duda alguna, nos hallamos ante un texto de marcado carácter documental, que re-coge un periodo muy concreto de la historia personal del autor y también de su país, ya que abarca un periodo muy concreto, que va desde 1957 a 1962, a lo que cabe añadir alguna referencia a la posteridad, expresada en ese “Colofón” que cierra el libro y que más bien parece la lápida de una tumba, dado el triste final de la mayoría de los allí citados.
Llama enormemente la atención la gran cantidad de nombres que apare-cen en esta obra. Unos con mayor frecuencia, otros con menos, pero que son, como bien se advierte al principio, nombres reales, de personas que, de algún modo, contribuyeron o se vieron implicados en los acontecimientos que propiciaron el cambio político desde la Cuba de Batista a la de Fidel Castro y sus seguidores. Por mencionar a los más citados en el libro y vinculados al protagonista, así como por su destacado papel en propiciar el cambio político que se produjo en Cuba, mencionaremos a Carlos Franqui, Adriano Cárde-nas, José Hernández Pepe el Loco, René de la Nuez, Alberto Mora, Roberto Branly, Junior Doce, Jesse Fernández, Silvio Rigor, Carlos Rafael Rodrí-guez, Haydee Santamaría, Max Alakri, Oclides Candela, José Atila y los XIX Coloquio de Historia Canario-Americana
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inexcusables Fidel Castro, Ernesto Che Guevara, Fulgencio Batista y Ernest Hemingway11.
Esto hace que haya un evidente desequilibrio entre ese cúmulo de personajes y la descripción de los lugares en los que transcurren los hechos narrados, que la mayoría de las ocasiones apenas son mencionados y a me-nudo se limita a esbozar sus líneas características, frente a la abundancia de anécdotas y acontecimientos que concurren y constituyen el corpus central de esta obra. Es cierto que, sin embargo, Cabrera Infante no deja de citar los enclaves más representativos de la vida cotidiana habanera: restaurantes co-mo El Carmelo, la antigua Chiquita, Doña Rosina, La Maravilla o El Miami; al igual que una serie de bares y clubs bien conocidos en aquellos momentos de la sociedad habanera, desde La Bodeguita del Medio o el Floridita, que contaba entre sus clientes fijos a Hemingway, al igual que el bar Yvonne, la cervecería Hatuey, el bar Lucero y El Jardín; junto a salas de fiestas como el Tropicana, El Sierra, el Turf, el Atelier, el cabaret 1900, La Gruta y otros como el Pigal o el Club Saint Michel. Y a esto hay que añadir la mención de algún que otro lugar de encuentros o citas, cines como el Payret o el Capri y el famoso teatro Shanghai.
Sin embargo, si el lector se entretiene, como hemos hecho nosotros, en ir haciendo una enumeración detallada de los personajes que se menciona en la obra, al acabar su lectura se encontrará con un listado que no deja de pare-cerse a la página de una guía telefónica, dada la asombrosa cantidad de figuras con nombre y apellido que se va entrecruzando con el protagonista en sus andanzas a lo largo de esos cinco años allí descritas. Y, teniendo en cuenta la conexión directa de los acontecimientos referidos con las notas biográficas del autor publicadas hace ya algún tiempo12 y su coincidencia, al menos aparente, con lo que se nos cuenta, no cabe duda, como se ha apun-tado más arriba, de que nos encontramos ante un libro de memorias.
Ahora bien, la circunstancia de que haya titulado esta obra como Cuerpos divinos, permite inclinarse a considerar que Cabrera Infante, al igual que hizo en La Habana para un infante difunto, haya querido introducir en la misma un componente mucho más privado y personal que el histórico que, de manera inequívoca, juega un papel decisivo en el libro. Así pues, cabría considerar, y tal vez lo hagamos en otro momento, que uno de los compo-nentes más notables en Cuerpos divinos podrían ser esos encuentros amoro-sos que el protagonista mantiene en ese apartamento que alquila junto con otros dos amigos, para dar buen término a sus conquistas, lo que ha permi-tido considerar, por parte de alguno de los comentaristas de esta obra que se trata de “una amalgama de relatos de iniciación erótica y memoria personal del tiempo inmediatamente anterior y posterior a la revolución de 195913”. En efecto, por el recorrido de sus páginas y de sus calles, hay un desfile continuo de bellezas habaneras que, al parecer, justifican ese título de la Dos visiones de ciudades atlánticas…
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obra, y que, a pesar de que el protagonista deja bien claro que en este perio-do estaba ya casado con Mirta y tenía ya al menos una hija, estas circuns-tancias no impiden que tenga otras alegrías corporales compartidas. Destaca entre todas sus historias amorosas la que mantiene con una mujer especial a la que llama ELLA, y que, por las referencias que da, su afición por el teatro que se convierte en su profesión, puede tratarse perfectamente de Miriam Gómez su compañera definitiva, que, coincide con la mujer mencionada en el libro por haberse dado a conocer con una adaptación de Orpheus Descen-ding, de Tennesee Williams14. Pero hay otras menciones de mujeres íntima-mente relacionadas con él o con alguno de sus amigos y compañeros, como esposa, Silvina, esposa de René de la Nuez, Elena, Mimí de la Selva, Julieta Estévez, Margarita del Campo, Nora Jiménez, Lydia Ruiz, Margarita Saa y varias más.
Pero, como decimos, ese constituye un capítulo de índole privada y lo que nos interesa aquí es la imagen global de la ciudad, su vida y su ambiente. Y ese panorama queda perfectamente reflejado a lo largo del relato, dejando bien marcada la diferencia entre el antes y el después del golpe revolucio-nario y de la marcha en avión y a toda prisa de Batista, no sólo del gobierno, sino de la propia isla de Cuba.
Cabrera Infante describe una Habana feliz y distendida, diríase que casi despreocupada, a pesar de los sustos cotidianos y las represiones de los hom-bres de Batista, en la que él desarrolla su trabajo como periodista y crítico de cine. Nos habla de esos lugares de diversión, a los que acudían buena parte de sus compatriotas, tanto para comer como para tomar copas o divertirse, mientras que algunos personajes en su entorno organizaban actividades para frenar los efectos de la dictadura o bien se iban uniendo a las fuerzas revolu-cionarias que ya se estaban congregando en la Sierra Maestra. Dada la vecindad con alguno de los militares de Batista, nos habla de cómo veía la población la presencia de estos individuos en su entorno y las medidas de seguridad que rodeaban cualquiera de las salidas del presidente.
En una segunda fase, y siempre siguiendo los datos históricos, el lector asiste, al lado del personaje principal, a los acontecimientos que vivieron los cubanos la noche de fin de año de 1958, cuando el dictador, en un gesto de astucia, pero de cobardía a la vez, salió huyendo en un vuelo nocturno con sus allegados más próximos desde un campamento militar, y los aconteci-mientos que inmediatamente siguieron a este suceso. La reacción de la mul-titud, los primeros movimientos de los revolucionarios, el proceso inicial de la toma del poder por parte de Castro y sus seguidores, así como el papel del propio narrador en este cambio decisivo para la sociedad cubana, todo ello queda perfectamente constatado a lo largo de las páginas que nos aproximan a este momento tan especial de la historia cubana15. XIX Coloquio de Historia Canario-Americana
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Y viene luego la que podría llamarse la fase del desencanto. En ella el protagonista, como espectador de primera línea, va comprobando por sí mis-mo, una serie de actos no del todo acertados, una serie de comportamientos que lo dejan si no estupefacto, al menos, desilusionado, y que van pintando una Cuba muy cercana a la real, no a la que soñaban todos los que apoyaron la revolución. Son esas páginas en las que da buena cuenta de una serie de visitas al extranjero, justificando su compañía como periodista en el séquito de Fidel Castro en sus viajes a Estados Unidos y a otros países latinoameri-canos, y en las que más que predominar el comentario glorioso y de admira-ción, parece dominar la nota de decepción y de desengaño. Si a esto añadimos la nota final, veremos que la valoración que se hace de la revolución y sus gestores, no es precisamente la más positiva. Claro está que cuando Cabrera termina este libro está ya en el exilio desde hace muchos años, y puede que además intuyera que estos papeles iban a ver la luz cuando él ya estuviera fuera de todo peligro. Pero, sea como fuere, lo cierto es que su punto de vista es sumamente negativo y de descalificación hacia Fidel Castro y sus colabo-radores más cercanos. Esto podría explicar, por un lado, su reticencia a pu-blicar esta obra, o también, cabe pensar que esta última parte está ya expresada desde la distancia, no sólo en el tiempo, o física, pues está escrita en Londres, cuando ya llevaba muchos años de exilio, sino, por supuesto, desde el distanciamiento ideológico, respecto a esa revolución en la que se implicó al principio, pero de la que acabaría discrepando y rechazando con contundencia.
Así pues, puede decirse que la visión que Cuerpos divinos nos aporta de La Habana, es singularmente interesante, ya que ofrece la perspectiva de la capital cubana antes y después del triunfo revolucionario, con abundantes referencias a un conjunto de espacios concretos en los que se desarrollaba la vida social de los habitantes de esta ciudad, así como del ambiente previo y posterior al triunfo político de Fidel Castro y sus seguidores y de la conse-cuente variación de las circunstancias en las que se desarrollaba esa acti-vidad pública.
Muy distinta es la imagen que el profesor Morales Padrón nos ofrece de su isla natal, Gran Canaria, y de la ciudad de Las Palmas en su obra He vuelto, conjunto de textos en los que, como bien apuntaba Vicente Álvarez Pedreira en su prólogo, están concebidos y trazados desde una insoslayable canariedad y con los que el autor dibuja una sugestiva visión de su pueblo, de su cultura e historia16.
Efectivamente, en un primer bloque, de indudable interés, y de marcado carácter histórico, Morales Padrón ofrece a los lectores unas adecuadas bases documentales sobre las que cimentar su conocimiento de la isla y sus habi-tantes. Así, en su artículo titulado “Incorporación de Gran Canaria”, tras mencionar las primeras referencias sobre el archipiélago, las primeras visitas al mismo y su constancia en los portulanos y mapas iniciales, recuerda la Dos visiones de ciudades atlánticas…
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adjudicación en 1344 de las Canarias por el papa al rey Luis de España, con el propósito de que las cristianice y los acontecimientos que propiciaron su incorporación a la Corona de Castilla. Anota como fechas decisivas para Gran Canaria el año 1483, en el que se produjo la rendición de los indígenas, con su compromiso de fidelidad y anexión a Castilla, y la de 1487, en que se confirmaría jurídicamente la conquista.
Y de la isla a la ciudad. En “La fundación del Real de Las Palmas”, hace memoria del modo en que, gracias a las indicaciones que un pescador abori-gen dio a los españoles, se creó el primer enclave de lo que sería la capital de Gran Canaria. Buscaban un lugar llano para instalar su campamento, en un sitio desde el que pudieran divisar la costa y, sobre todo, próximo a un cauce de agua, que en su caso fue el del barranco de Guiniguada. De este modo, el 24 de junio de 1478, fiesta de San Juan, nació el corazón histórico de la ciudad, el actual barrio de Vegueta, en el que se encuentra ubicada esta Casa de Colón. Los numerosos datos y las acertadas observaciones del profesor Morales Padrón, convierten la noticia sobre estos hechos en una amena anécdota.
A modo de complemento, su “Evocación del Real de las Tres Palmas”, da un salto a los inicios del siglo XIX, y tomando como punto de partida la obra de Domingo José Navarro17, establece un contraste entre la imagen de la ciudad hacia 1800, cuando sólo contaba con unos ocho mil habitantes y estaba separada del puerto por un desierto arenoso, con la visión de la misma alrededor de noventa años después, cuando la cifra de sus habitantes se había elevado hasta treinta mil, había ya algunas vías de tráfico y numerosos vehí-culos motorizados, las calles estaban acondicionadas y había edificios de varias plantas, hoteles, buenas conducciones de agua, un mercado, un cole-gio de abogados y un palacio de justicia, una biblioteca pública, jardines, ca-sinos y centros recreativos y como nota importante aportaba datos sobre el elevado número de viajeros que habían visitado la isla y su puerto. De ahí a los informaciones que más tarde aportarían Alfredo Herrera Piqué en 197818 y Fernando Martín Galán en 198419, hay sólo un paso.
Otra parada histórica permite conocer un momento tan decisivo en las islas como fue el alzamiento que desencadenó la guerra civil. En su artículo “Fue un sábado: 18 de julio de 1936”, Morales Padrón recuerda que ese día se estaban haciendo preparativos para celebrar la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, que era al día siguiente. Pero llegó una orden del alcalde suspen-diéndolo todo. Y ahí empezó una nueva etapa: la de las audiciones radiofó-nicas de los discursos de Queipo de Llano y el “Parte”, las manifestaciones con las banderas rojo y gualda, acompañadas de las de Alemania, Italia, Japón y Portugal; de la reposición de los crucifijos en las escuelas y los cambios de nombre de las calles; es decir, algunas de las cosas que tanta polémica suscitan en la actualidad, setenta y cinco años después. XIX Coloquio de Historia Canario-Americana
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Hay otro bloque de textos de carácter religioso, en el que, como no podía faltar, se deja constancia de su devoción a la patrona, a esa Virgen del Pino, a la que dedica fervorosas palabras en “El pregón pregonado: el amor al Pino”20. Del mismo modo, en “El señor Santiago”21, texto, que corresponde a un pregón pronunciado en San Bartolomé de Tirajana, aúna la devoción a los dos santos implicados en esta efeméride. Por un lado, recuerda que Bartolo-mé quiere decir “Hijo de Tolomeo”, y que representa al hombre del mundo rural; mientras que Santiago representa a los pescadores. Menciona la histo-ria del famoso centro de peregrinación compostelano, recordando que su nombre significa “campo de estrellas” y subraya el importante papel que tuvo en momentos de luchas religiosas y como centro de peregrinación. Y de ahí a Canarias, y a la isla. Con habilidad asocia Morales Padrón el paso y permanencia de esta advocación en Gran Canaria y su posterior difusión en América, mencionando algunas de las más conocidas en el Nuevo Mundo: Santiago de Cuba, Santiago de Chile, de Quito, de Guayaquil, del Estero, de Mérida, Santiago de los Caballeros de Guatemala, Santiago de León de Caracas, etc., y continúa con un entretenido recorrido por la geografía ameri-cana a la vez que señala los diferentes modos en que se celebra esta festivi-dad en los diversos lugares de su advocación: los bailes, carreras hípicas, procesiones, exhibiciones de poder económico, ritos de fertilidad e iconogra-fía, para concluir con una invocación que solicita la bendición del santo.
El contexto cultural que forman los temas lingüísticos y literarios, el pro-fesorado y algunas instituciones como el Museo Canario, constituyen otro de los núcleos de interés de este libro. Con una actitud agradecida y respetuosa, en “Mis profesores”, rinde Morales Padrón un afectuoso homenaje a los do-centes que contribuyeron a que su formación humana y educativa tuviera unos cimientos de calidad. Evoca, entre otros varios, cuyos nombres men-ciona en una nutrida lista, en la que no faltan las especialidades de cada uno de ellos, a su profesora de Física y Química, doña Juanita Padrón, de la que recuerda su dureza, que tal vez no era más que una coraza para su timidez, pero que, en algunos momentos hacía gala de su buen humor. Del mismo modo, habla del apasionamiento con que don Pedro Cullen impartía unas clases de Literatura que incitaban a la lectura de las obras que explicaba; o bien del mal humor de su profesor de Francés, don Juan Melián que, cuando se enfadaba, daba muestras de “un malhumor bíblico”, frente a la bonhomía de don Agustín Martinón, que era, al parecer, todo lo contrario.
Buen humanista e interesado por los temas filológicos, Morales Padrón manifiesta su atracción por estos temas con una serie de reflexiones sobre palabras y expresiones habituales utilizadas por los isleños en dos artículos: “Mi habla canaria” y “El entenado”, señalando que, en muchos casos, estas voces y expresiones tienen un uso paralelo en diversos puntos de la geogra-fía americana, como es el caso de pachorra, pazguato, misturado, trompada, Dos visiones de ciudades atlánticas…
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y así aporta citas de obras hispanoamericanas, como Los derrotados, de César Andreu, donde puede leerse “haló la gaveta”, algo que puede oírse en cualquiera de nuestras islas. O bien señala que en Cien años de soledad, de García Márquez, se comenta que un asunto era tan complejo como “un in-trincado frangollo de verdades”. Recuerda que Camilo J. Cela, cuando escri-bió su famosa novela venezolana, La catira, hizo uso en ella de abundantes voces locales, de manera que allí pueden encontrarse términos como botar (por arrojar), sancocho, pendejo y vieja (refiriéndose a un pez de río). Tam-bién indica que Adrián González León, en País portátil, ha empleado voces como finado (por difunto) o expresiones como “un sudor que jedía” y “papas sancochadas”. Y en un ámbito mucho más personal y privado, en “Mi habla canaria”, señala una serie de vocablos y expresiones, que, a pesar de los muchos años que lleva viviendo en la Península, a veces se le escapan o salen espontáneamente en su expresión oral, de manera que términos como albear, alongarse, atrabancos o atorrante, son habituales para él, del mismo modo que balde (por cubo), botar, engrifado, fósforos o fonil; y hasta en ocasiones, si se descuida un poco, afloran en su conversación palabras como jarca (por grupo), magua (por tristeza) y pírgano (vástago con que se une la rama al tronco de la palmera ) o expresiones como “se me fue el baifo”, “se hizo gofio” (por se deshizo) o “Si le digo, le engaño”, que como cuenta el historiador a modo de anécdota, se la dijo a él un chófer en La Habana.
Del mismo modo, en “Belleza y misterio de unos nombres”, reflexiona el estudioso acerca de algunos topónimos grancanarios, así como esas expre-siones habituales en el habla coloquial como aquella tan espontánea de que alguien Está pal Sur, como respuesta a la pregunta de hacia dónde se ha dirigido alguien. Es obvio que el interrogador quedará totalmente descon-certado, salvo que conozca los registros lingüísticos de la isla o su geografía. También advierte que topónimos tales como Almatriche o El Batán pueden deberse, respectivamente, a que en otro tiempo había allí una zanja o surco para conducir agua, o que hubo una fábrica de paños, del mismo modo que Cambalud, a pesar del exotismo de su nombre, significa un impuesto y que Panbaso o Panbazo alude a un tipo de pan hecho con un salvado muy fino. Y termina manifestando su disconformidad con el nombre que le pusieron a cierto bosquecillo de Santa Brígida, El Palmeral, acorde sin duda a las plan-tas que lo componen, que son palmeras, mientras que defiende el antiguo, El Galeón, que él encuentra pleno de sugerentes connotaciones.
En cuanto a las menciones literarias, sus buenos conocimientos en este ámbito y sus abundantes lecturas, permiten a Morales Padrón, deslizarse en algunos momentos por estos contextos con indudable soltura. Así, con moti-vo de hablar del nombre de la isla de Lanzarote, en su artículo titulado “Las aventuras del caballero Lancelot en su Isla”22 (que al parecer corresponde a un pregón que el historiador pronunció con motivo de las fiestas de San XIX Coloquio de Historia Canario-Americana
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Ginés, en Arrecife de Lanzarote), refiere los orígenes novelescos de este personaje, que, según sus notas hay que situar ya en el siglo XII, concreta-mente como protagonista de una novela de Chretien de Troyes, titulada Lancelot o El Caballero de la Carreta, raptor de la esposa del rey Arturo, la reina Ginebra; emparentado con otras referencias narrativas que constituyen el ciclo de relatos artúricos o la Vulgata Artúrica, según la cual, Lanzarote era hijo del rey Ban de Benoic. Junto a esta leyenda, aporta la referencia his-tórica que constata la llegada a Lanzarote, en la segunda década del siglo XIV, de un personaje denominado Lanciloto Malocello, que vivió allí y construyó una fortaleza. No debe extrañar que en un periodo en el que la desbordada imaginación de los hombres propiciara la preferencia de los mundos de la fantasía y la imaginación y que entre la historia maravillosa y la real, se decantara por los mundos ficticios, aunque ahí está la historia, para quien quiera conocerla.
Siempre interesado en los temas americanos, don Francisco Morales Padrón ha dejado constancia en múltiples obras de su producción de este especial afecto hacia todo lo relacionado con el Nuevo Mundo, y aquí no podían faltar muestras de esa vinculación, tan intensa como prolongada. De manera que, aparte de esos comentarios de carácter lingüístico, a los que nos hemos referido más arriba, en He vuelto tenemos dos artículos que ponen de relieve hasta qué punto lo americano supone para él un polo de atracción. En “La herencia isleña” refiere una visita a la parroquia de Saint Bernard en el sur de Estados Unidos, y cuenta que ya desde el policía que lo fue a buscar a Nueva Orleans, Lorenzo Pérez, como las personas que encontraría en el lugar de destino, Frank Fernández o Irving J. Pérez, su aspecto y costumbres le recordaban plenamente a las de los isleños canarios. Pero esta familiaridad con lo insular quedaría poco más tarde confirmada y acrecentada al compro-bar cómo aquellos descendientes de canarios emigrados habían mantenido sus tradiciones y aspectos propios de la vida social, tales como los relatos orales de poemas y canciones, los velatorios y lutos, los “nombretes” o mo-tes, el compartir parte de la matanza del cerdo23 o de una vaca con sus veci-nos, o la costumbre de edificar, al casarse, dentro de las tierras de los padres. Esto nos hace pensar en la importancia que ese colectivo, el de los indianos, ha tenido en la historia social de Canarias, y en ese merecido homenaje que se les hace, una vez al año, en la isla de La Palma, el lunes de carnaval.
Por otro lado, en esa “Meditación canario-cubana”, que atestigua su visita a la llamada “Perla de las Antillas” y que, por tanto, nos viene de perillas para establecer un claro vínculo entre los dos escritores sobre los que hemos realizado este trabajo, manifestaba Morales Padrón su temor de que se per-diera el núcleo de La Habana antigua, ese conjunto de casas de vecindad, de las que tan extensamente hablaba Cabrera Infante en La Habana para un infante difunto, ya que se había alojado en algunas de ellas cuando su familia Dos visiones de ciudades atlánticas…
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llegó a la capital cubana en los años cincuenta. Menciona Morales Padrón el propósito del Gobierno de la revolución de echar abajo ese tipo de edificios para construir otros, más modernos, en los que alojar a la población que los habitaba. Quien haya ido recientemente a La Habana podrá decir si esto se ha llevado a cabo, o siguen en pie esas casas tradicionales, esas “cuarterías” y “casas solariegas” de las que hablaba Cabrera Infante en su libro y que tan típicas eran en aquellos años del casco histórico habanero.
Entra después el historiador en un tema tan doloroso como fue el de la pertenencia de Cuba a lo que él denomina las Españas, y su pérdida, tan penosa, como llena de ignominia, por los afanes independentistas como por la intervención estadounidense. Y se plantea, Morales Padrón, la duda de si algún día nuestras islas podrían sufrir un proceso de independencia seme-jante al de la isla de Cuba, como solicitan algunos políticos y partidarios de la emancipación.
Y hemos querido dejar para el final el comentario de un artículo que nos ha parecido entrañable, tanto por lo que implica de memoria histórica y so-cial, como por la cercanía sentimental para el autor de los personajes que menciona. Nos referimos a “Mis figuras de Vegueta”, breve artículo en el que Morales Padrón pasa revista a una serie de tipos que, según parece, se desenvolvían en el núcleo histórico de Las Palmas y que, al igual de algunos de sus edificios emblemáticos, constituían un atractivo especial en este cono-cido barrio de la capital grancanaria. Para ello da un notable salto en el tiempo, hasta los años cuarenta, cuando aún, como él advierte, podía oírse el canto de los gallos y el ruido de una serrería y circulaban por sus calles algu-nos clérigos y seminaristas, suponemos que con los hábitos negros que en aquella época vestía el clero.
Y comienza su enumeración hablando de un personaje que acabó inmor-talizado en uno de los retratos de don Nicolás Massieu, don Rafael Romero Espínola, que solía ir siempre vestido de negro, y que le parece recordar que era pianista, y al que sitúa en la calle de las herrerías. Menciona luego al Per-tiguero o perrero, otro personaje tan extraordinario que también acabaría siendo inmortalizado por otro pintor, Carlos Morón. El retrato que nos hace, tiene mucho de quevedesco, en cuanto que nos recuerda enormemente al del dómine Cabra: flaco, con una sotana pardusca, tan corta como para que por debajo pudieran vérsele los pantalones; con una gola ni blanca ni almidonada y que además deambulaba “cual alma en pena”. Menciona a otro personaje enigmático, “con rostro de pájaro” y acompañado de un tic nervioso, al que llamaban “Frailesco” y del que recuerda su porte atildado y que solía cami-nar por la calle Reyes Católicos, paseos que se explicarían porque era poseedor de una casa, una finca y un molino por la plaza de Santa Isabel. Se trata, según parece, de Domingo Doreste Rodríguez (1868-1940), periodista y Doctor en Derecho, que firmaba sus escritos con el seudónimo de “Fray XIX Coloquio de Historia Canario-Americana
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Lesco24. Y también habla de su hijo, Víctor Doreste Grande (1902-1966), del que recuerda su figura enjuta y que fue el autor de una novela, Faycán y de obras como Ven acá, vino tintillo. En efecto, este creador, aparte de la litera-tura, cultivó la música y la pintura y fue autor de un curioso libro en alemán, titulado Einfürwas in die spanische Sprache (1937) y de la música para la zarzuela canaria titulada La Zahorina, cuyo libreto escribió su padre, aparte de poemas y relatos25. Recuerda, asimismo, a don Eduardo Benítez Inglott, al que describe alto, de piel morena y vestido de gris, con corbata negra, y que recuerda que estaba relacionado con un periódico y que era hombre de relevancia ciudadana. De él sabemos que, aunque no había terminado Dere-cho, trabajaba como funcionario de la administración municipal, que llegó a ser secretario de un ministro de Trabajo y profesor de la Escuela de Magis-terio, además de ocupar importantes cargos en el Museo Canario y publicar una serie de trabajos de carácter histórico y literario26 Y de otro de los per-sonajes que cita, don Luis Prieto, dice que lo tuvo como profesor en el insti-tuto “Viera y Clavijo” de Las Palmas, al tiempo que recuerda “su expresión triste, su cabellera alborotada y su piel como picada de viruela” (p. 128). Y de la calle, pasa luego al Museo Canario y a dos de los personajes que traba-jaban allí: por un lado, un individuo de cabello y bata blancos, del que ni siquiera sabía el nombre, pero que apunta que tal fuera el propio doctor Vernau; y, por otro, Néstor Álamo, del que recuerda su bella caligrafía y su forma de trabajo, siempre con una lámpara artificial y una botella de agua, a mano, para tomar un buche de vez en cuando. Y vuelve de nuevo a la calle para evocar a don Frasco Bravo, con su pelo liso y engominado y su som-brero en la mano, camino del Gabinete Literario y al canónigo José Azofra, de piel muy blanca y algunos kilos de más, pero de gran humanidad, al que el autor imaginaba buen degustador de dulces y cuya masa negra con ribetes, botones y calcetines rojos, según recuerda el historiador, se perdía en una de las casas de la plaza de Santa Ana. Y al escribir este artículo, echaba ya de menos Morales Padrón que entonces ya no quedasen personajes con capa, ni pertigueros, ni comediógrafos ni pintores que retratasen a estos tipos, ni es-culturas que los representen. Pero ahí nos queda su testimonio, para inmor-talizarlos y que no caigan en el olvido.
A modo de conclusión, podemos decir que el recorrido por las obras Cuerpos divinos, del cubano Guillermo Cabrera Infante, y He vuelto, de Francisco Morales Padrón, nos ha permitido acceder a dos diversos puntos de vista acerca de la realidad próxima de estos dos escritores. Por una parte, la de una Habana que ya no es lo que era, puesto que la que retrata en su libro es la inmediatamente anterior y siguiente al triunfo de la revolución castrista, de manera que deja constancia de un innegable cambio en la his-toria y vida de esa ciudad, que, de ser bulliciosa, desenfadada y libre, aunque temerosa en determinados momentos de las represalias batistianas, pasó a ser Dos visiones de ciudades atlánticas…
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una urbe distinta, con unas circunstancias completamente diversas que se advierten en el desencanto con que el novelista da cuenta de la nueva situación.
En cambio, en el libro de Morales Padrón la actitud es muy distinta, por un lado el interés por conocer la historia de su isla y su ciudad y transmi-tírselo a sus conciudadanos; por otro, el reconocimiento y la gratitud hacia los que contribuyeron a su educación personal, que ha redundado en su interés y afecto por su lenguaje y por evocar aquellas figuras que paseaban por sus calles más céntricas y que ya forman parte del pasado. Hay en él una añoranza sin dolor, un recuerdo sin acritud ni desengaño, sino una acepta-ción del pasado como una vía para llegar al presente y disfrutar de la opor-tunidad de vivirlo. XIX Coloquio de Historia Canario-Americana
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NOTAS
1 Véase Ernesto Gil López: “El tema del mar en Pedro García Cabrera. La mirada contem-plativa, la reflexión y el compromiso”, en Cuadernos del Ateneo. La Laguna. Nº 18, 1997, pp. 77-84.
2 Véase como muestra el romance “La vuelta del navegante”, recopilado por Maximiano Trapero: Romancero Tradicional Canario. Islas Canarias. Viceconsejería de Cultura y Deportes. Gobierno de Canarias. 1989, pp. 74-75.
3 Guillermo Cabrera Infante: Cuerpos divinos. Barcelona. Galaxia Gutenberg. 2010.
4 Francisco Morales Padrón: He vuelto. Las Palmas de Gran Canaria. Gobierno de Cana-rias. Consejería de la Presidencia. 1991.
5 Guillermo Cabrera Infante: “Rompiendo la barrera del ruido”, en Cabrera Infante, por Rosa Mª Pereda. Madrid. Edaf, 1979, p. 253.
6 Guillermo Cabrera Infante había nacido el 22 de abril de 1929 en Gibara, Cuba, y falle-ció en Londres el 21 de febrero de 2005.
7 Véase Ernesto Gil López: La Habana, el lenguaje y la cinematografía. Santa Cruz de Tenerife. Ediciones del Excmo. Cabildo Insular de Tenerife. Aula de Cultura. 1991.
8 Guillermo Cabrera Infante: Mea Cuba. Barcelona. Plaza & Janés. 1992.
9 Guillermo Cabrera Infante: Tres tristes tigres. Premio Seix Barral Biblioteca Breve 1964. Barcelona. Seix Barral. 1965.
10 Guillermo Cabrera Infante: La Habana para un infante difunto. Barcelona. Seix Barral. 1979.
11 Ya hace años, en Mea Cuba, edición citada, incluía Cabrera Infante un amplio capítulo que aportaba abundante información sobre algunos personajes destacados de la historia cubana. Años más tarde, esta relación de comentarios biográficos aparecería como obra individual, bajo el título de Vidas para leerlas. Madrid. Alfaguara. 1998.
12 Véase Guillermo Cabrera Infante: “Orígenes”, en G. Cabrera Infante. Madrid. Editorial Fundamentos. Espiral/figuras, nº 2, pp. 5-18. y “Rompiendo la barrera del ruido”, en Cabrera Infante, por Rosa Mª Pereda. Madrid. Edaf, 1979, pp. 249-256.
13 Véase Vicente Molina Foix: “Cuerpos muy humanos”, en Tiempo. Madrid. nº 1454, 16 abril 2010, p. 69.
14 Según señalaba en “Orígenes”, Cabrera Infante conoció a Miriam Gómez en 1958, y re-cuerda entre sus notas más llamativas que debutó en una versión teatral de Orpheus Descending. Edición citada, p. 14.
15 Complementarias y a la vez, plenas de interés respecto a la vida habanera y a su expe-riencia personal en sus visitas, creemos muy oportunas las palabras de Juan Goytisolo: “La Habana de un infante nada difunto”, en El País. Madrid. 25 abril 2010, pp. 14-15, que aparecieron con motivo de la publicación de Cuerpos Divinos.
16 Vicente Álvarez Pedreira, “Prólogo” a He vuelto. Edición citada, pp. I y II.
17 Domingo José Navarro. Recuerdos de un noventón. Memorias de lo que fue la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria al principio del siglo y de los usos y costumbres de sus habitantes. Las Palmas. Ediciones del Excmo. Cabildo Insular de Gran Canaria, 1971.
18 Alfredo Herrera Piqué: La ciudad de Las Palmas. Noticias históricas de su urbaniza-ción. Las Palmas. Ediciones del Excmo. Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria. 1978. Dos visiones de ciudades atlánticas…
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19 Fernando Martín Galán, La formación de Las Palmas: Ciudad y Puerto. Cinco siglos de evolución. Santa Cruz de Tenerife. Junta del Puerto de la Luz y de Las Palmas. 1984.
20 pp. 16-22.
21 pp. 35-43.
22 He vuelto, pp. 23-34.
23 Y esto nos hace pensar en la jocosa teoría de la que habla Morales Padrón en uno de los artículos de este libro, concretamente el titulado “Del hermano cerdo a la puerca asesi-na”, en el que recoge la opinión de algún comentarista un tanto imaginativo que soste-nía que la población americana quedó diezmada por culpa de una cerda de las que Colón embarcó en La Gomera, que padecía gripe, enfermedad que fue así difundida en el Nuevo Mundo, y que pilló de sorpresa a los americanos, que, carentes de defensas, cayeron contaminados mortalmente por tan nueva epidemia.
24 Véase Jorge Rodríguez Padrón, Primer ensayo para un Diccionario de la Literatura en Canarias. Islas Canarias. Viceconsejería de Cultura y Deportes del Gobierno de Cana-rias, 1992, p. 109.
25 Véase Jorge Rodríguez Padrón, obra citada, pp. 108-109.
26 Ibid. pp. 46-47.