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LA VISIÓN DE GRAN CANARIA EN
CANARY ISLAND ADVENTURE. A YOUNG FAMILY’S
QUEST FOR THE SIMPLE LIFE (1956),
DE RICHARD WALTER1
Mª Isabel González Cruz
INTRODUCCIÓN
Una vez más, tenemos el gusto de participar en este Coloquio para comentar otra obra
literaria relacionada con Gran Canaria, que se publica en lengua inglesa en la ciudad
norteamericana de Nueva Cork.2 En esta ocasión nos centraremos en el libro Canary Island
Adventure. A Young Family’s Quest for the Simple Life, que ve la luz en 1956, escrita por el
militar, publicista y trotamundos Richard Walter. Se trata del relato —a medio camino entre
la autobiografía y el relato periodístico— de la estancia de algo más de un año, entre junio de
1954 y junio de 1955, en el Valle de La Angostura (Gran Canaria) del autor, Richard Walter,
Dick para los amigos, con su familia, compuesta por su esposa Katie y sus cuatro hijos
pequeños Barry, Brian, Karen y Craig, de entre 8 y 4 años de edad.
El volumen se compone de cuatro secciones, tituladas respectivamente “Cayendo en la
trampa”, “De un salto”, “Aplatanados” y “Emprendiendo la vuelta”, y están precedidas por
una Introducción escrita por Gregorio de León Suárez. Sin embargo, la narración de la llegada
a Gran Canaria y la estancia en la isla no se produce hasta ya avanzada la tercera sección del
libro, pues antes Walter nos cuenta todas las peripecias de su paso por el ejército
estadounidense y sus andanzas por varios países europeos durante la Segunda Guerra
Mundial, su matrimonio y los comienzos de la vida familiar en Haddonfield, Nueva Jersey,
hasta que llegan a plantearse la posibilidad de cambiar de vida pasando una temporada en un
país extranjero que les ofreciera una serie de atractivos que no tenían los Estados Unidos.
Según sus propias palabras, en el primer párrafo del libro, “huimos a buscar un cambio de
ritmo en las Islas Canarias” (2005: 23). Como bien señala Riesco Riquelme en su Nota
Introductoria a la versión española de esta obra que publicó la editorial Idea en 2005 (y que
vamos a utilizar para nuestras citas del texto en español):
Katie y Richard Walter, norteamericanos hasta la médula, cogen a su familia, la
meten en un barco, cruzan el Atlántico y acaban en una isla que forma parte de un
archipiélago que está frente a las costas de África para pasar allí un año entero. Y por
decisión propia. Los Walter no escapaban de nada, no huían de enemigo, ni
formaban parte de ninguna misión religiosa o de ninguna empresa con intereses
comerciales en las Canarias. Pero si no huían, sí que buscaban algo. La Vida Sencilla
(2005: 9).
Y este es precisamente el título que este traductor ha escogido para la versión española de
este interesante relato, cambiando un poco el orden del título original: La vida sencilla.
Aventuras de una joven familia americana en Canarias. Esta edición en español no incluye,
sin embargo, las dieciséis fotografías en blanco y negro que ilustran el texto original, la
mayoría reproduciendo escenas de la vida cotidiana de la familia en la isla.
La visión de Gran Canaria…
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En líneas generales podemos decir que se trata de una obra muy amena, donde se plasman
en toda su riqueza los contrastes interculturales, las diferencias en cuanto a perspectivas y
mentalidades entre los miembros de una y otra comunidad, lo que en modo alguno impide que
se establezcan lazos de entrañable amistad y afecto. Puede decirse que el texto relata el
proceso de adaptación de los Walter a las peculiaridades de la vida en el marco isleño en los
años cincuenta del pasado siglo XX. Como bien explica De León Suárez en su Introducción
(2005: 17),
es natural que los Walter de La Angostura sean algo diferentes a los Walter de
Haddonfield, Nueva Jersey. Para explorar el mundo con una actitud diferente hacia la
vida, distinta de la mirada superficial del turista, se desembarazaron de gran parte de
los rituales de la vida americana. Vivieron entre nosotros, sin muchas de las
comodidades materiales, lujos y diversiones a las que […] están acostumbrados la
mayoría de los americanos. Es un hecho significativo el que aceptaran esta vida sin
llevar puesta la corona del sacrificio ni los anteojos de la curiosidad, sino la gorra de
la exploración y la humildad.
Nos dimos cuenta de que tales ajustes no eran fáciles para ellos, particularmente
cuando supimos cuan diferente del nuestro era el concepto de la vida de los Walter.
Muchas de las cosas que son importantes para ellos no tienen cabida en nuestra
visión del mundo, y otras que para ellos tenían poca importancia, a nosotros nos son
muy queridas.
VIAJAR A CANARIAS
La idea de viajar a Canarias surge de las dificultades que los Walter encontraban en su vida
americana. Richard nos explica que el problema era que habían intentado abarcar demasiado,
demasiado rápido y con demasiada intensidad. “En nuestro esfuerzo inconsciente —escribe—
para alcanzar una existencia eficiente y satisfactoria, el trabajo y la diversión se habían
entremezclado y nos habíamos olvidado de cómo relajarnos” (2005: 66). Frente a esto, nos
dice que querían “leer más libros y revistas […] pasar más tiempo nadando, paseando,
pescando, navegando, y que mi cintura volviera a su talla original. […] tirarnos en una playa
sin hacer nada excepto contemplar el paisaje… y sin sentirnos culpables por ello”. En
definitiva, lo que necesitaban era “otro concepto de vida”, poder sumergirse en otra cultura,
en una atmósfera más relajada lejos de la influencia americana. Querían dar “un paso adelante
en busca de una forma de vida más simple que liberara nuestras mentes del agobio de la vida
diaria y la inutilidad de los embotellamientos y las constantes quejas, y que nos descubriera
nuevos caminos de acción y pensamiento” (2005: 67-68).
Tras examinar el mundo con mente abierta, y recopilar tres años de revistas como la
National Geographic o el Holiday, y libros como el Travel Routes Around the World, o el
Bargain Paradises of the World, o el Retire Young and Start Living, entre otros, consiguieron
reducir a cinco la lista inicial de cuarenta “posibles” destinos. Los siete requisitos básicos que
debería reunir el lugar elegido eran, según Walter, los siguientes:
Lo primero […] eliminar el clima como complicación. Una temperatura cálida
durante todo el año significaría nada de abrigos, ni calefacción, ni aislante térmico en
las casas; baja tasa de precipitaciones significaría nada de equipo para la lluvia.
Segundo, el coste de la vida debía ser entre un tercio y la mitad de lo que era en casa.
Tercero, tendríamos que estar a 24 horas de algún centro médico de primera clase.
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Cuarto, tendríamos que tener la posibilidad de conocer a gente de mundo y bien
educada. Quinto, queríamos poder ir a nadar todos los días del año. Sexto, aprender
una lengua extranjera que nos fuera útil de manera permanente. Séptimo, y más
importante, el ritmo de vida debía ser tranquilo. Lo que sería perfecto sería una casita
al lado de la playa en las afueras de un pacífico pueblecito en un clima subtropical
(pero seco). ¿Existiría tal utopía? (2005: 69)
No parece raro, pues, que Las Palmas en las Islas Canarias, España, acabara por imponerse
frente a los otros destinos analizados por los Walter y no faltos de atractivo como eran
Antigua en Guatemala, Lima en Perú, Cuernavaca en Méjico, Funchal en Madeira. Todos
ellos fueron descartados por diferentes motivos: Guatemala debido a los problemas políticos;
Lima por la extraña niebla que ocultaba el sol durante meses y porque el cambio de moneda
no les era favorable; Méjico porque la influencia americana había hecho penetrar los hábitos
más insalubres y tóxicos; y Madeira porque las temperaturas invernales parecían bastante frías
y porque el portugués no resultaba tan útil como lengua como el español. Ahora bien, viajar a
Gran Canaria no parecía nada fácil, pues era imposible llegar hasta allí desde los Estados
Unidos sin cambiar de barco o de avión. La opción de volar en 25 horas, más unas cuantas
horas de espera en Madrid, suponía una tarifa de clase turista de 1.640 dólares solo ida,
además de condenar a los pequeños a 25 horas de inmovilidad y silencio, a lo que había que
añadir la limitación de peso para el equipaje necesario para todo un año. Finalmente surgió la
oportunidad de viajar en los cruceros de la Royal Rotterdam Lloyd. Se trataba de unos
modernos y rápidos cargueros holandeses que en su ruta de Nueva York a las Antillas, hacían
escala en Casablanca, Marruecos, en donde podrían coger un paquebote francés, el Lyautey
(p. 90), hasta Gran Canaria. Allí en la capital grancanaria, reservaron habitaciones en un
pequeño hotel de Las Canteras, el Hotel Playa, en primera línea costera, desde el que
iniciarían la búsqueda de una casa para alquilar. Tras diversas peripecias, consiguen instalarse
en el Valle de La Angostura, en un chalet llamado La Solana, propiedad del director de una
escuela privada de la isla, que Walter describe así:
Villa La Solana, que hacía honor a su nombre al recibir la luz solar durante todo el
día, tenía un diseño tradicional auténticamente canario, con paredes de piedra de
sesenta centímetros de grosor, tejado inclinado de tejas anaranjadas, portones
acristalados en ambos extremos, vigas de madera expuestas que soportan el techo, un
magnífico suelo de azulejos y, excepcionalmente en aquellos lares, una chimenea.
Tenía tres dormitorios de gran tamaño, una sala de treinta y cinco metros cuadrados y
un gigantesco cuarto de baño de mármol negro con retrete, bidet, lavabo, ducha,
bañera y tocador. Era digno del mejor anuncio de toallas hecho en Norteamérica.
Sólo había un problema: no había agua caliente para que saliera de aquellos
hermosos grifos, y durante la primera semana ni siquiera había agua fría. (2005: 80)
Nada más instalarse en La Solana, nos cuenta Walter, “y gradualmente, muy gradualmente,
nos empezamos a aplatanar de una manera deliciosa” (p. 94). Y enseguida intenta explicar a
los lectores que se trata de una expresión cuyo origen es oscuro,
pero su significado está claro. Es un localismo de las Islas Canarias que provoca
estallidos de risa en la gente de la misma manera que la mención de “Brooklyn” o
“Texas” en los Estados Unidos. […] Hay que comentar que la platanera, y por tanto
tampoco el ser humano aplatanado, NO es un vago. Sólo que no pone inútilmente
bajo presión su propia capacidad. Hace su trabajo con sobresaliente. Su producción
es predecible y valiosa. Su vida es sencilla, relajada y serena, libre de úlceras, de
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hipertensión y de horas extras, de tratamientos de reposo y cócteles a las cinco de la
tarde. Gran Canaria es el cuartel general de los aplatanados. (2005: 94-95)
Aquí comienza la tercera parte del libro, titulada “Aplatanados” pues describe ese proceso
de “aplatanamiento” de nuestros protagonistas, que empiezan a experimentar los contrastes
entre la vida canaria y la americana desde el primer día de su estancia. Veamos algunos de
ellos.
ALGUNOS CONTRASTES
“La mañana del 24 de junio —escribe Walter—, tres semanas después de nuestra partida
de Nueva York, me desperté a los sones orquestales de un amanecer grancanario. Era como si
un aviario entero se hubiera mudado a los pies de nuestra cama, y miles de pequeñas
gargantas exclamaran ante la salida del sol”, algo que contrastaba bastante “con el normal
ruido de cubos de basura de un nuevo día en Norteamérica” (2005: 77).
La belleza del lugar cautiva al escritor, que describe así el entorno del que iba a ser su
nuevo hogar:
Ante nosotros se extendía un revoltijo de plataneras,3 bosquecillos de limoneros,
naranjeros y melocotoneros, haciendas de techo anaranjado, flores silvestres, jardines
alpestres, cactus en flor, bosques perennes y acantilados de piedra lisa… todo ello
culminado por las montañas de seiscientos y mil ochocientos metros de altura que
compartían a regañadientes con el valle en sombras la luz del sol que habían tenido
para ellas solas durante tanto tiempo.
Nuestra casa,4 […] estaba a 12 kilómetros de distancia del océano y a 400 metros de
altura sobre el nivel del mar. […] Mientras contemplaba el mundo desde este
promontorio (una actividad de la que nunca me cansé) me sentía tranquilizado en
cuerpo y estimulado de mente de una forma casi mística. Tanto en la mañana, como
en el amanecer o el atardecer, los ojos de los visitantes quedaban mesmerizados por
la belleza de la naturaleza silvestre de ese mural de colorido siempre cambiante que
rodeaba nuestro mundo. (2005: 79)
En realidad, ese contraste entre los dos mundos se manifiesta desde el día de la llegada a
Gran Canaria, cuando Walter nos confiesa sus primeras impresiones al observar el ambiente
en el entorno del Hotel Playa, en la playa de Las Canteras:
La avenida embaldosada que recorría […] [la] playa [de las Canteras] estaba llena de
jóvenes parejas que reían y de grupos de bonitas muchachas que caminaban tomadas
del brazo, y que fingían no darse cuenta de los grupos de jóvenes. Las ropas, el
maquillaje y el estilo de los peinados eran simples y poco sofisticados, con
predominio de rojos y blancos brillantes contrastando sobre negro. Nos llegaba
flotando música de guitarra que provenía del café de al lado. Algunas de las
muchachas tatareaban un poco cuando pasaban por delante. No era un pueblecito
pequeño, ya que tenía cerca de 170.000 habitantes, una gran parte del total de
370.000 almas de la isla, pero sentí una impresión serena, confiada, casi bucólica en
torno a la multitud… un contraste enorme con las presurosas, malhumoradas y
ruidosas masas de gentes de Nueva York […]. (2005: 90)
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Pero la imposibilidad de hacer realidad su ideal de encontrar una casita al lado de la playa
les hace empezar a notar otros contrastes no tan agradables entre su país y las Canarias de
aquel entonces. Así, leemos:
Mientras los americanos pagan grandes cantidades por propiedades en línea de costa,
los canarios las evitan a cualquier precio. Mientras los americanos huyen en masa a
las afueras de las ciudades, el canario de pueblo, que no tiene coche, abraza la
congestión amistosa del centro de su pueblo. Incluso nuestra búsqueda de sol (el
ingrediente por valor de un millón de dólares de Miami) se encontraba con una
callada incomprensión. El sol, aquí (aunque nunca era intenso), era considerado algo
a evitar, algo ante lo que había que poner a cubierto a la propia persona y que había
que expulsar de las casas. Conjuntamente con las faldas largas, los vestidos de cuello
alto, los pantalones largos y las camisas de manga larga, las casas estaban cerradas
de tal forma que producían permanentemente una especie de crepúsculo sepulcral
desde el amanecer al atardecer. (2005: 92)
Lógicamente, la mayor parte de las diferencias que separaban a los Walter de los canarios
tenían que ver con el distinto nivel de desarrollo, a todos los niveles, de sus respectivas
comunidades de origen. El tiempo que tardaron en encontrar una casa adecuada para vivir fue
una buena ocasión para comprobar muchos de los problemas y las incomodidades que
tendrían que estar dispuestos a sufrir, a cambio de encontrar esa “vida sencilla” que
anhelaban. De ahí que, como posibles residentes, los Walter contemplaran las cosas con ojos
diferentes a los de los turistas, y se preguntaran:
¿Podíamos vivir en ese cubículo oscurecido con un cubo de agua, una mesa y una
cocina de carbón? ¿Podíamos dormir sobre esas camas de armazón metálico unidas
con alambres o cordeles con colchón de paja? ¿Era de verdad eso una sala de estar,
con ese suelo de fría piedra y rastros de excrementos de cabra que traíamos pegados
a los zapatos desde la calle? ¿Eran esos niños andrajosos que estaban sentados sobre
el murete de piedra los que enseñarían español a nuestros hijos? ¿Y cómo iríamos al
cuarto de baño cuando no había siquiera cuarto de baño, ni siquiera un cobertizo
separado de la casa? Sí, era esa la “vida sencilla”, vale, pero, ¿cuán sencilla
estábamos dispuestos a aguantar? […] ¿Éramos unos remilgados porque nos repelían
los adoquines empapados de orines? ¿O los chicos de la edad de Craig con moscas en
los párpados? Si ese era el precio para la prevención de las úlceras que provocaba la
vida moderna, era un cheque en blanco que no estábamos preparados para firmar.
(2005: 92-93)
A pesar de esas diferencias, los Walter se dan cuenta de que a la gente de la zona la
mayoría de esas incomodidades no les preocupaban, y mucho menos el dinero, que
“escaseaba tanto —escribe Walter— que tenía poca importancia en la vida de nuestros
vecinos del valle”. El contraste económico y sociocultural era grande, pero nos parece que
nuestro amigo llega a comprender la relatividad de algunas de las necesidades que nos
creamos, cuando nos dice:
Mientras Katie y yo considerábamos que un segundo cuarto de baño era casi una
necesidad para una familia de seis personas en Haddonfield y dedicamos un montón
de tiempo y energías al proyecto, la mayoría de esa gente ni se preocupaba de poner
uno. A juzgar por los problemas que nos dio el de Villa La Solana, no estoy seguro
de que no estuvieran en lo cierto.
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Precisamente de esas gentes del valle destaca el autor “la cordialidad” y su “bondadosa
serenidad”, que hacía que ellos se relajaran más y más, y añade: “No nos molestábamos en
cerrar las puertas cuando salíamos […] confiábamos en la gente con la que teníamos
contacto” (2005: 137-8). De hecho, la relación de la familia con la pareja de canarios a su
servicio era excelente: “Fela —escribe Walter— adoraba a Katie” (p. 94), y de Andrés nos
dice: “llegó a sernos muy querido” y en él “depositamos mucha confianza y afecto” (p. 81).
La población isleña es descrita de manera general en los siguientes términos: “Los 370.000
residentes de Gran Canaria pueden dividirse […] en canarios nativos, españoles peninsulares
y extranjeros” (2005: 141). De hecho, los Walter supieron reconocer la identidad cultural
canaria frente a la del peninsular. Así, leemos:
Aunque las distinciones entre guanches y españoles han desaparecido durante los
siglos de matrimonios mixtos, probablemente sea de justicia decir que los canarios
son un pueblo aparte de los visitantes peninsulares. Son una mezcla feliz de la
serenidad, diligencia y la franqueza confiada de los guanches, con la dignidad,
independencia, caballerosidad y hospitalidad de los españoles. (2005: 108-9)
En este sentido, el autor se hace eco de la actitud negativa de algunos peninsulares y nos
cuenta alguna anécdota al respecto, como la siguiente:
Comerciantes, artesanos y agricultores, educados en el ritmo más moderno de la vida
continental, vienen a Gran Canaria con grandes ideas. Cuando resulta que no logran
impresionar a los canarios, u obligarlos a actuar según lo que ellos quieren, los
peninsulares se vuelven críticos. “Estúpidos aplatanados!”, suelen decir, a lo que
Saro una vez respondió, “¿Me muestra la invitación, por favor?”, “¿Qué invitación?”
preguntó el crítico. “La invitación que le enviamos para que se viniera a las Islas
Canarias”. Los críticos al final cerraban la boca o se volvían a casa y las cosas
seguían como antes. (2005: 143)
Muy pronto los Walter consiguen hacer amigos canarios al conocer a Arturo Lenton, su
familia, y las familias emparentadas de los Massieu y los León, y a otros canarios como
Alberto Cabré y Manuel Ley. Estas relaciones fueron muy importantes para la familia
americana pues, como bien nos explica el autor, todos ellos: “nos adoptaron y pasamos de ser
foráneos a ser autóctonos, a pertenecer a la vida interna de la isla” (2005: 120). Especialmente
Arturo Lenton, que —en palabras de Walter— “entró en nuestras vidas. Y con él la gran
familia que gradualmente nos aceptó en sus corazones y nos convirtió de visitantes en
residentes de Gran Canaria” (2005: 124). En el texto, Walter reproduce parte de una carta que
Saro, hermana de Arturo Lenton, escribió a un amigo, hablándole de su encuentro con los
americanos, y en la que leemos impresiones como la siguiente:
Me cuesta entender porqué Dick y [Katie] […] dejarían atrás todas las comodidades
de Norteamérica para recluirse en el campo donde las costumbres son arcaicas y
donde ni siquiera hay esa corriente llamada electricidad para hacer funcionar la
nevera y la lámpara de noche. […] al principio pensé que debían estar confundidos o
locos. Ahora veo que quieren vivir como canarios, en vez de como americanos en el
extranjero. Pero no estoy segura de que no se cansen de nuestra vida sin emociones y
se vuelvan a casa antes de lo previsto. (2005: 125)
XVIII Coloquio de Historia Canario-Americana
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El choque de mentalidades se aprecia en aspectos como las relaciones sociales entre los
dos sexos y las distintas concepciones del matrimonio, tema sobre el que Walter escribe:
El matrimonio canario es tanto un matrimonio de las familias como de los
individuos. El largo periodo de “entendimiento” consiste sobre todo en visitas
familiares, así que tienen muchas oportunidades de investigar y echarse atrás antes de
que resultara que la familia política era buscada por la policía. Como el divorcio es
ilegal ante los ojos tanto de la iglesia como del estado, su “Sí quiero” en la boda bien
podría venir acompañada de un “¡Y cómo no!”. (2005: 129)
A Walter parece sorprenderle la distinta visión que tenían los hombres y las mujeres de
Canarias del matrimonio, algo que ilustra con el caso concreto de Arturo y Saro Lenton. Así,
mientras que
Para Arturo, el matrimonio significaba establecerse en una vida familiar tranquila y
bien ordenada. […] Menos salir por la ciudad con los “muchachos” […]. Para Saro,
el matrimonio significaba liberación. Al fin podría salir en público sin necesidad de
acompañantes. Al fin podría ir a ver películas, a bailar, de picnic, ir a salas de fiesta,
a celebraciones y conciertos, cosas que Arturo había disfrutado durante catorce años
antes del matrimonio. (2005: 127)
También comenta Walter cómo los canarios no disimulaban la aversión que les provocaba
la existencia del divorcio en Norteamérica, y cómo consideraban que su alta tasa de divorcios
(uno de cada tres matrimonios) era una atrocidad, argumentando que “[e]l matrimonio y la
unidad familiar […] son la base de la civilización” por lo que “la ruptura de este o su
banalización mediante la repetición, era la ruptura y la banalización de la civilización misma”
(2005: 129). Igualmente, la mujer americana recibía duras críticas por parte de los canarios de
la época. Aunque las muchachas parecían admirar “las cocinas eléctricas americanas, los
alimentos en conserva, las verduras congeladas y los brillantes supermercados”, por otro lado
deploraban el efecto aparente de tales cosas en la llamada mujer liberada. ¿Qué
hacían esas mujeres con el tiempo libre que obtenían gracias al trabajo mecanizado y
el pensamiento enlatado? ¿Qué hacían con el dinero que ahorraban al no tener que
contratar criados? ¿Por qué necesitaban anestesia al dar a luz? ¿Y por qué
necesitaban escolarización, lo que era desafiar los superiores conocimientos y
habilidades políticas y económicas de los hombres? (2005: 129-30)
Otro detalle que prueba el contraste a nivel económico entre las Islas y los Estados Unidos
lo vemos cuando Walter recibe una carta de su país, informándole de que habían tenido que
cambiar el motor de su secadora en Haddonfield, lo que le había supuesto un gasto de 25
dólares, “más de lo que suponían los salarios conjuntos de los cinco criados de los Massieu”
(2005: 154).
Por otra parte, al lector moderno le puede resultar increíble saber que, como explica
Walter, Gran Canaria era, en aquella época, todo un paraíso para conducir, pues solo había un
coche por cada 231 personas, en contraste con los Estados Unidos, donde había uno por cada
tres (2005: 148). Así, no es de extrañar la situación idílica que nos describe Walter al respecto
(2005: 183), nada que ver con nuestra realidad actual:
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Para los conductores americanos constantemente frustrados por los semáforos, el
tráfico apelotonado, la falta de aparcamientos y límites de velocidad de sesenta
kilómetros por hora en las autopistas de cuatro carriles, Gran Canaria es un paraíso.
No hay semáforos. Unos cuantos policías de tráfico en las principales intersecciones
hacen la misma función de manera más versátil, sonriendo y saludando cuando pasas
en coche. Como hay tan pocos coches y tantas carreteras, los atascos son
virtualmente desconocidos. Puedes aparcar en todos lados menos en las calles más
estrechas o en las paradas de guagua de la capital. Como hay tan poca competencia,
tienes una probabilidad de cincuenta a uno de poder aparcar, sin poner el coche en
doble fila, justo delante de la tienda o la oficina a la que vayas. No hay autostopistas.
Se espera que los peatones caminen y muchas veces rechazan que los lleves. No hay
límites de velocidad: las carreteras serpenteantes y empinadas y los peatones
aplatanados se encargan de limitarla. Todo el mundo conduce a velocidades
moderadas y toca la pita en las curvas de las carreteras rurales para advertir. No
venía nadie en la otra dirección, pero sigue siendo delito si no lo haces. (2005: 184)
La mentalidad machista imperante en la época hace que cuando Katie tuvo que recoger en
el puerto el coche que habían comprado, todas las miradas se volvieran hacia ella, y la gente
la señalaba diciendo “¡Dios mío, una mujer conduciendo!” (2005: 170).
A finales del mes de enero de 1955, la familia Walter decide visitar otras islas y pasan dos
semanas de gira por Tenerife y La Palma. Por alguna razón que no explican, encuentran que
“la gente de Tenerife es más europea y está menos aplatanada que la de Gran Canaria” (2005:
186). Durante el viaje hacen diversas amistades, lo que lleva a Barry, uno de los niños, a
hacerle a su padre el siguiente comentario que Walter recoge literalmente: “Me gustaría que
no nos detuviéramos más de un día en ningún sitio —dijo con la voz algo estrangulada por la
emoción— porque cuando es más tiempo me empieza a gustar la gente tanto que luego me
duele cuando nos marchamos” (2005: 188). No obstante, al regresar a Las Palmas, y descubrir
rostros familiares en el espigón, el autor comenta: “La vuelta a casa después de nuestro
periplo inter-islas nos proporcionó, más que nunca, una sensación de pertenencia a Gran
Canaria” (2005: 189).
A MODO DE CONCLUSIÓN
En las páginas finales, cuando ya es inminente el viaje de vuelta a los Estados Unidos,
Walter intenta reflexionar sobre el significado de su aventura familiar en Canarias, antes de
pasar a describirnos las emotivas veladas de despedida con todos sus entrañables amigos
canarios. Al hacer balance, se pregunta si habían disfrutado de todos los beneficios y ventajas
que esperaban, y concluye que “de las 33 ventajas que buscaban, 23 aparecían como
realizadas, del todo o en parte. Siete no estaban disponibles. Y tres eran cuestionables” (2005:
210). El resultado, pues, de la aventura canaria parece ser bastante positivo. Entre las
reflexiones finales que hace destacamos las siguientes, que resumen muy bien la imagen que
se lleva de los canarios de entonces:
Nuestra Aventura en las Islas Canarias nos demostró que la diversión puede
manufacturarse en casa, incluso en el caso […] de niños que han nacido en un mundo
de entretenimientos prefabricados y programados. […] nuestra carencia en América
quizá sea la falta de tiempo libre entre estímulos, tiempo para saborearlos. […] Los
niños canarios, por otro lado, se las arreglan para crecer en medio de menos
conflictos […] físicos y emocionales. […] Los hombres no pegan a sus mujeres o se
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pelean en los bares. Las mujeres no disparan a sus maridos. Los héroes de ficción y
los reales son hombres de honor, no gente que busca dinero fácil, presta con los
puños y rápidos al sacar el revólver. Las heroínas canarias son mujeres encantadoras
y castas, madres de buenos hijos. En el teatro de la vida de los canarios, el amor está
en el escenario y el odio se deja en la platea.
La Vida Sencilla, según descubrimos, es sólo tan sencilla como uno esté dispuesto a
hacerla. Es más fácil vivir de esta manera, de forma natural, en una atmósfera
aplatanada, lejos de las tensiones y distracciones que tan bien han acondicionado los
reflejos de los americanos. Probablemente no era necesario pasarnos sin electricidad,
agua caliente, refrigeración y demás para descubrir los valores más básicos de la
vida, pero ayudó. Todos los artilugios fabricados por el hombre […] alivian el
trabajo físico a costa de poner a prueba los nervios. […] Los canarios nos mostraron
cómo llevar vidas útiles sin tensiones. No fingen ser algo que no son. Son
normalmente honestos: honestos con ellos mismos, con sus familias y sus amigos.
[…] La mayoría viven al nivel de sus ingresos o por debajo, y aceptan su suerte sin
quejas ni pesares. No se endeudan para mejorar su nivel de vida […] no se preocupan
por la perfección en las cosas que hacen o los servicios que prestan. Son trabajadores
sin llegar a ser perfeccionistas. […] Como la perfección y la preocupación por
mejorar lo que ya existe no ocupan un alto puesto en las prioridades de la vida, el
canario se libra de una gran carga de decisiones diarias. Hace su trabajo y dirige su
familia guiado principalmente por la tradición. No intenta que sus hijos “lleguen más
lejos que él”, y quizás el resultado sea que los niños se enorgullecen, no se
avergüencen, de sus padres. No cuestiona las enseñanzas de su iglesia. No tiene tanta
libertad política como los estadounidenses, pero parece que le gusta el gobierno que
tiene, se siente libre de criticarlo y parece que no desea las responsabilidades y los
alborotos que solían acompañar a las elecciones de gobierno. Todo eso forma parte,
supongo, de estar aplatanado, de actuar por sí mismo, de no marcarse metas
imposibles y de vivir una vida larga y feliz. (2005: 211-13)
La visión de Gran Canaria…
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ANEXO FOTOGRÁFICO
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BIBLIOGRAFÍA
GONZÁLEZ CRUZ, Mª Isabel: “Realidad y ficción en Grand Canary, la novela de A. J. Cronin en Tenerife”,
Actas del XVI Coloquio de Historia Canario-Americana, Francisco Morales Padrón (Coord.), Las Palmas
de Gran Canaria: Cabildo de Gran Canaria / Casa de Colón, 2006, pp. 1061-1075.
— “La visión de Canarias en Tales of the Fortunate Isles (1959) de Paul Eldridge”, Actas del XVII Coloquio
de Historia Canario-Americana, Francisco Morales Padrón (Coordinador), Las Palmas de Gran Canaria:
Cabildo de Gran Canaria / Casa de Colón, 2008, pp. 1495-1508.
WALTER, Richard: Canary Island Adventure. A Young Family's Quest for the Simple Life, New York: E. P.
Dutton & Co., 1956.
— La vida sencilla. Aventuras de una joven familia americana en Canarias, Santa Cruz de Tenerife / Las
Palmas de Gran Canaria: Ediciones Idea, (Trad. Xavier Riesco Riquelme), 2005.
XVIII Coloquio de Historia Canario-Americana
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NOTAS
1 Este trabajo forma parte de una investigación más amplia cuyos resultados completos serán publicados
próximamente en el Anuario del Instituto de Estudios Canarios. Agradecemos la colaboración de El Museo
Canario por facilitarnos las fotografías que ilustran este trabajo.
2 En ocasiones anteriores, estudiamos la novela Grand Canary. A Novel (1933) de A. J. Cronin, y los relatos
publicados por Paul Eldridge bajo el título de Tales of the Fortunate Isles (1959).
3 El traductor utiliza la palabra “bananeras”.
4 El traductor usa la misma palabra que aparece en el original, “villa”, que suele utilizarse en inglés con el
significado de “chalet o casa de campo”.