1712
LEYENDAS ABORÍGENES EN LA PLUMA DEL
CRONISTA ALFONSO DE PALENCIA
Carolina Real Torres
ALFONSO DE PALENCIA Y LA HISTORIOGRAFÍA CANARIA
Cabe destacar la necesidad de recuperar materiales que por alguna razón hallan caído en el
olvido, como es el caso de las crónicas dentro de la historiografía general. La conquista de
Canarias es un tema de gran interés para nuestra historiografía y las primeras referencias
históricas que se escribieron son las crónicas.1 Mucho se ha escrito sobre la colonización de
las Islas, pero Alfonso de Palencia es un autor al que, a pesar de haber participado
directamente en el proceso de la conquista, no se le ha prestado la debida atención en la
tradición historiográfica canaria. Por su labor como secretario y cronista de los Reyes
Católicos, nos proponemos recuperar la documentación recogida sobre los indígenas a lo
largo de su obra y demostrar que su testimonio debe incluirse entre las principales fuentes de
estudio.
El escaso interés que los investigadores han prestado a las crónicas antiguas, cuyas noticias
califican como “vagas” o “confusas” cuando, en realidad, constituyen una valiosa información
sobre el modo de vida de los aborígenes, ha determinado que testimonios como el de nuestro
cronista hayan sido relegados a simples citas o breves comentarios sobre su obra. Y, aunque
es cierto que las noticias referentes a Canarias no constituyen el tema fundamental de su
crónica, sino que preferentemente se centra en aquellos hechos que se relacionan con la
política exterior de España, su obra constituye una fuente complementaria de indudable
valor.2
Al igual que otros cronistas de su época, Palencia estuvo vinculado a los círculos oficiales
y su obra responde al interés y encargo de los monarcas. Su conocimiento de la historia se
debe a la estrecha relación que mantuvo con importantes personajes que tomaron parte en
estos sucesos, así como a su participación directa en los acontecimientos, pues interviene
como cronista oficial de los Reyes Católicos en la conquista de Gran Canaria entre 1478 y
1480. Años más tarde, participa también en la organización de la conquista de La Palma.3
Las cualidades de Palencia como cronista son muchas. La información que nos
proporciona, a pesar de que se refiere sobre todo a la etapa final del proceso de colonización y
de que su obra está escrita lógicamente desde una mentalidad occidental, no es en modo
alguno superficial ni partidista. Al contrario, cabe destacar el hecho de que no pertenecía a
ninguna orden religiosa, con lo cual refleja una visión laica y analítica de la historia, así como
su implicación en la conquista de Gran Canaria, por lo que su testimonio representa una
fuente directa. Hallamos numerosas referencias a Canarias en varias de sus obras: además de
su correspondencia epistolar, que contiene interesante información sobre las Islas, su
fundamental aportación a la historiografía canaria se halla en dos obras en particular, los
Anales de la Guerra de Granada y las Décadas. Estas referencias aluden principalmente a los
conflictos que mantuvieron castellanos y portugueses durante todo el proceso de la conquista
y a la posterior fase de ocupación.4 Por lo que respecta a su relato sobre Gran Canaria, isla por
la que el autor muestra una especial predilección, la importancia del texto, escrito hacia 1490,
Leyendas aborígenes en la pluma…
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radica en el hecho de que es la primera fuente histórica de la que tenemos constancia para este
período.5
ALFONSO DE PALENCIA Y LOS PRIMEROS POBLADORES DE CANARIAS
Desde el punto de vista etnográfico, el propio perfil humanista de Palencia y su trato con
tantos y tan variados personajes que intervinieron en la conquista, entre los que se incluyen
algunos indígenas llegados a Sevilla por aquella época, hacen de sus comentarios noticias de
primera mano. Pero, mucho antes de que Palencia arribara a nuestro archipiélago, ya circulaba
por Europa una serie de relatos que catalogaban a los antiguos canarios como bárbaros en
base a las pocas afinidades culturales que mostraban. Aquel extraño pueblo que se resistía a
todo intento de colonización y que por sus costumbres se asemejaba a las tribus de salvajes,
sorprendió por su valor y coraje a cuantos presenciaron u oyeron sus hazañas. Como afirma
José Farrujía, el descubrimiento de grupos humanos que “practicaban costumbres totalmente
contrarias a las enseñanzas cristianas pareció confirmar la tradicional visión medieval de que
aquellos grupos (…) eran los que más lejos se hallaban de la revelación divina y, por lo tanto,
los más degenerados moral y tecnológicamente” (Farrujía, 2004, p. 39). Esta visión
degeneracionista, recogida ya por el genovés Nicoloso da Recco en 1341, se mantuvo en los
testimonios etnohistóricos posteriores.6 Entre estos, Palencia fue el primer autor que designó
explícitamente a los indígenas de Gran Canaria con el término de bárbaros, al afirmar que “en
algunas ocasiones les es permitido a los marinos, según acuerdo, conversar breves momentos
con aquellos bárbaros (…) para conseguir orchilla” (Morales, 1993, p. 475). La idea que
subyace bajo este calificativo implicaba que los habitantes de estas islas debían ser
colonizados y evangelizados, lo que nos lleva a pensar que nuestro autor, en la misma línea
que otros cronistas coetáneos como Fernando del Pulgar, Mosén Diego de Valera o su mentor
Alvar García de Santa María, describe a los indígenas como bárbaros con el único objetivo de
justificar la intervención de España en las Islas. Añadiríamos una tercera razón, el hecho de
que, durante los siglos XIV al XVI, los isleños constituyeron un preciado botín para el tráfico
de esclavos en los mercados de los núcleos peninsulares y de Europa.7 Sus cualidades físicas
los convirtieron en objeto de frecuentes incursiones de negreros y corsarios, tal y como refleja
Palencia que ocurre especialmente en dos de las islas del archipiélago, Tenerife y La Palma.8
También el comercio de la orchilla aparece registrado en varias ocasiones como uno de los
principales motivos para la conquista del archipiélago.9
Por lo respecta al resto de la información etnográfica transmitida por Palencia, sabemos
que los cronistas, por lo general, no son muy explícitos a la hora de describir el régimen
económico o el modo de vida de los nativos. No obstante, en las décadas palentinas hallamos
una serie de datos muy valiosos para conocer el modo de vida de los antiguos habitantes de
nuestras islas. Las tres islas en cuya conquista de alguna manera interviene Palencia, Gran
Canaria, La Palma y Tenerife —esta última con un censo de sesenta mil habitantes—,
aparecen como las más pobladas y las que ofrecen mayor resistencia al invasor. La Palma, en
concreto, por su peculiar geografía, cumbres salvajes, profundos barrancos y numerosos
riscos, ofrece un paisaje que se adivina difícil para los castellanos. En cuanto a la isla de
Tenerife consta que opuso una mayor resistencia por sus dimensiones mayores que las demás,
así como por la beligerancia que mostraron sus habitantes. El carácter guerrero y la bravura de
los indígenas son también una cualidad a resaltar de los habitantes de Canaria o Gran
Canaria, isla que Palencia considera muy superior a las demás por distintas razones —según
sus palabras— “en salubridad y fecundidad”, así como por el ingenio y las cualidades físicas
de sus habitantes.
XVIII Coloquio de Historia Canario-Americana
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En cuanto a la Geografía, comienza la descripción de las Islas señalando su situación
geográfica para, luego, continuar narrando con detalle las características más sobresalientes de
cada una. Palencia, como hicieron otros cronistas, destaca ante todo la fertilidad de la tierra y
la abundancia de todo tipo de ganado, señalando como actividad principal el pastoreo y la
agricultura (Décadas, IV,31,8, p. 333). Otros datos que aparecen registrados son la dieta
alimenticia, basada fundamentalmente en carne, leche, gofio, miel y frutos, especialmente
dátiles, así como el comercio de la orchilla, algunas referencias a la artesanía y a cierto tipo de
construcciones como es el caso de la existencia de graneros en Tenerife, embalses en
Lanzarote y templos y torretas en Gran Canaria.
Respecto a la indumentaria aborigen, Palencia, al hablar de la isla de La Palma, describe a
los nativos cubiertos con vestidos hechos de hojas de palma (Décadas, IV,35,2, pp. 337-39).
Este dato no se encuentra en las fuentes escritas anteriores o contemporáneas a nuestro autor,
las cuales los retratan por lo general desnudos o vestidos con pieles de animales.10 El uso de
tejidos de fibra vegetal —sobre todo de palma y junco— ha sido atribuido a la isla de Gran
Canaria, aunque fuentes arqueológicas indican la existencia en la isla de La Palma de un tipo
de cerámica impresa que muestra la huella de tejidos vegetales (Diego, 1961, pp. 526-27).
En cuestiones militares, hallamos algunos datos interesantes acerca de las primitivas armas
de los canarios. Según la crónica palentina, estos portaban armas de madera y de piedra, en su
mayoría palos y lanzas sin especificar sus características. Asimismo, se describe que, a
menudo, luchaban con piedras y dardos, e iban provistos de teas y saetas (Décadas, IV,35,2),
aludiendo posiblemente a la espada corta de tea tostada que los nativos manejaban con una
sola mano y solían usar como arma arrojadiza.11 Palencia elogia la abundancia de madera por
las grandes superficies de bosques, especialmente en La Palma y en Tenerife. A este respecto,
sabemos que de los pinos canarios se extraía la madera de tea que, por su dureza, es la que
más se utilizó para cortar y labrar la mayoría de las armas (Diego, 1961, p. 514). En cuanto a
las tácticas militares, Palencia nos indica que los canarios preferían luchar desde los riscos o
en terreno fragoso antes que un combate a campo abierto, donde eran inferiores. En general,
los nativos son retratados como expertos en el manejo de las lanzas y en todo tipo de
lanzamientos, sobre todo de piedras.
En lo que a organización social se refiere, nos encontramos con sociedades más o menos
complejas, divididas en estratos o grupos sociales que se distinguen entre sí por su diferente
nivel de riqueza y grado de apropiación de los medios de producción, fundamentalmente la
tierra y el ganado. Palencia confirma la existencia de dos grupos bien diferenciados: nobles y
plebeyos, así como formas de jerarquización política basada en la monarquía en la isla de
Tenerife o distintos jefes de clanes en el resto de las islas (Décadas, IV,31,8, p. 337). De su
testimonio se desprende que en Tenerife existían jefes o encargados para la recolección del
grano, al servicio del mencey, que poseía la propiedad de la mayor parte del ganado y,
posiblemente, también la propiedad de las tierras de cultivo.12
SOBRE LA RELIGIÓN DE LOS INDÍGENAS
Antonio Rumeu de Armas (1998, p. 585) se queja de que los cronistas no se interesan por
los aspectos religiosos ni por la acción que los misioneros llevaron a cabo en todo nuestro
archipiélago. En efecto, Palencia, al igual que otros historiadores, no muestra un excesivo
interés por estas cuestiones, pero desde luego no disimula en ningún momento su desprecio
hacia los frailes. Estos hombres religiosos, en su mayoría franciscanos andaluces, fueron los
encargados de relatar los acontecimientos, pero su testimonio, aunque valioso, introduce una
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serie de conceptos monoteístas con connotaciones propias de la mentalidad cristiana.13
Podemos suponer que nuestro autor conocía bien la manera de actuar de los clérigos, pues su
estancia en Sevilla durante esa etapa de la conquista, bajo la protección del arzobispo de esta
ciudad, le permitió conocer de cerca a la mayoría de los misioneros, en especial a los que
evangelizaron en Tenerife a partir de 1458, quienes habían sido reclutados en el sur de la
Península. Nuestro cronista hace responsable del fracaso de los castellanos a la mala
actuación de los sacerdotes, como es el caso del obispo Juan de Frías, bajo cuyo mando
participa en la segunda expedición a Gran Canaria. Al obispo, considerado por otros autores
como el artífice de la conquista —o “verdadero fundador del pueblo canario moderno”, según
lo retrata Wölfel en su biografía (Wölfel, 1953)—, Palencia por su parte lo califica de
“hombre estúpido” y “desconocedor de los asuntos militares” (Décadas, IV,35,2,
pp. 366-369). Cuando Frías llega a Gran Canaria ya había establecimientos cristianos a cargo
de misioneros mallorquines y catalanes. En esta segunda mitad del siglo XV, la repercusión
que tuvo el establecimiento del núcleo misional en Telde, del que partirían los primeros
evangelizadores hacia Tenerife, fue mínima, contrariamente a lo que defendió la mayor parte
de los cronistas y etnohistoriadores.14 Esta es la visión que nos ofrece Alfonso de Palencia en
sus Décadas cuando escribe: “Ni el hombre de fe más encendida ha podido convertir a los
canarios a la verdadera religión, ni con las razones más convincentes, ni con la continua
afabilidad de trato; antes por lo contrario, dieron cruel muerte a muchos de los que lo
intentaron, después de haberlos acogido con fingida amabilidad. Únicamente la perseverancia
en una guerra futura era para los nuestros la sola esperanza de someter a Canaria” (Décadas,
IV,31,9, p. 341). Tal vez nuestro cronista se refiera a la destrucción de las ermitas erigidas
años atrás en La Isleta y en La Aldea.
A pesar de que Palencia centra su interés en el proceder de estos clérigos, nos deja algunas
impresiones sobre distintos aspectos de las manifestaciones religiosas de los indígenas como,
por ejemplo, la existencia de ídolos o figuras posiblemente vinculadas a prácticas religiosas,
especialmente en Gran Canaria (Navarro, 2005, pp. 80-82). En esta isla, Palencia confirma la
presencia de templos “bien cargados para sus supersticiones”, situados en las cumbres de
Tirajana y Thirma.15 Sabemos que muchos lugares de culto estaban en la cima de montañas,
consideradas medianeras entre la tierra y el cielo, y asimismo nos consta también la existencia
en esta isla de dos grandes santuarios en lo alto de impresionantes riscos: Tirma, en Agaete, y
Umiaga en los Riscos Blancos de Tirajana. Respecto a los templos fortificados a la manera de
castillos de los que nos habla Palencia, en la cima de algunas montañas se han descubierto
diversas construcciones y recintos fortificados a los que se ha atribuido funciones rituales
(Navarro, 2005, pp. 70-71).
ACERCA DE ALGUNAS LEYENDAS ABORÍGENES
Entre el conjunto de supersticiones de los indígenas canarios se conservó una serie de
relatos que fueron conformando su identidad cultural y que contribuyó —como afirma
Antonio Tejera (1995, p. 75)— a su “singularización como grupo étnico bien diferenciado”.
Entre estos mitos que formaron parte del patrimonio cultural de las antiguas poblaciones
prehistóricas de Canarias podríamos destacar varios relatos de la pluma de nuestro cronista.
Palencia, sin llegar a profundizar en el posible origen de los isleños, hace algunas
observaciones sobre la organización política y territorial de la isla de Tenerife, confirmando
un dato ampliamente recogido por otras fuentes históricas: la división de la isla en nueve
reinos o menceyatos.16 Desde una perspectiva diacrónica, este sistema de organización de tipo
segmentario que presenta la isla en el momento de su conquista, con el tiempo convertido en
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relato histórico por las distintas fuentes que lo transmiten, es, en la opinión de algunos
investigadores, el resultado de un proceso del que desconocemos sus inicios, lo que nos hace
pensar que forma parte de su mitología o conjunto de relatos legendarios, precisamente en los
que se apoyó Diego de Herrera para levantar el acta de posesión de la isla en 1464. Este
documento servirá de base a los cronistas posteriores para afirmar la división de Tenerife en
nueve reinos.17
Un segundo relato de tipo legendario que merece ser destacado por su singularidad se
refiere a la isla de La Palma. Sabemos que nuestro cronista siguió de cerca todo el proceso de
su conquista, ya que participó en la organización junto con el Asistente de Sevilla Diego de
Melo. En su crónica nos habla de la existencia de un grupo de mujeres guerreras que, por su
bravura, nos recuerdan a las amazonas de la mitología clásica. De estas asombrosas mujeres
destaca ante todo su carácter belicoso y la gran corpulencia física que les permitía enfrentarse
a cualquier hombre.18 La indumentaria de estas amazonas consistía, según el texto de
Palencia, en una especie de coraza, fabricada con cortezas de árboles, y armadas con largas
pértigas que empleaban para avanzar sobre el terreno, en su mayor parte constituido por riscos
y desfiladeros.
La belicosidad de las mujeres auaritas es un hecho insólito en la sociedad canaria, donde la
presencia femenina se distinguió más en el plano espiritual o religioso que en lo material
(Pérez, 1997, pp. 13, 236 s.). No obstante, el poder de la mujer está mucho más acentuado en
la isla de La Palma, donde hombres y mujeres guerreaban por igual, a diferencia de lo que
ocurría en otras islas del archipiélago en las que las mujeres únicamente colaboraban en
actividades auxiliares.19 Avalan este relato testimonios posteriores al de nuestro cronista
como, por ejemplo, el de Leonardo Torriani, quien escribe que “las mujeres iban por delante
de los hombres en los combates y peleaban virilmente, con piedras y varas largas” (1959,
p. 224), o el de Abreu Galindo, quien pensaba que la estructura social era próxima al
matriarcado, lo que hacía posible la existencia de mujeres guerreras entrando en combate,
mujeres —según sus palabras— de “ánimos varoniles” y cuya “ferocidad ejecutaba sin
perdón a los cristianos” (1977, p. 275).20 Ejemplos puntuales de la predisposición bélica de
las auaritas, anteriores a la conquista, quedaron también reflejados en la obra de este autor,
como es el caso de la hermana del capitán palmero Garehagua,21 en el término de Tigalate
(Mazo), o de Guayanfanta22 en Aridane, mujer “de grande ánimo y gran cuerpo, que parecía
gigante”, apresadas ambas por los herreños durante una de tantas incursiones en busca de
esclavos.
El porqué del carácter belicoso de las auaritas es algo que aún no ha sido explicado
aunque, como apunta Pérez Saavedra (1997, pp. 239-243), podría estar relacionado con la
existencia de una sociedad matriarcal o el elevado estatus social del que gozaban las mujeres,
similar al de otras sociedades primitivas. Tal vez la explicación más apropiada para este
temperamento belicoso sea la que nos proporciona Abreu Galindo (1977, p. 275), quien
concluye diciendo que “las mujeres, para su estado, se mostraban varoniles, y ellos, para los
grandes cuerpos que tenían, no hacían tanto cuanto de ellos se esperaba”. Así pues, podemos
afirmar que las mujeres palmeras superaban en agresividad, valor y bravura a sus compañeros
del sexo opuesto, y esto es lo que sorprendió a cuantos tuvieron noticia de ello. Otro detalle
que sorprendió a Palencia hasta el punto de inmortalizarlo en su obra es el hecho de que a las
mujeres “no les es permitido, como a los hombres, evitar el peligro por medio de la huida”.
Esta supuesta desigualdad de condiciones en la lucha podría finalmente explicar el
extraordinario valor de estas mujeres.
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Hasta aquí hemos intentado mostrar la necesidad de una revisión histórica de algunas
fuentes importantes para la historiografía de nuestro archipiélago, como es el caso de las
Crónicas de Alfonso de Palencia. Su vinculación con los círculos oficiales y eclesiásticos hizo
posible su acercamiento al mundo indígena y a sus tradiciones, por lo que pudo ofrecernos
detalles reveladores de gran riqueza temática. Podemos concluir diciendo que su aportación a
la historiografía canaria radica, ante todo, en la fiabilidad de su testimonio.
XVIII Coloquio de Historia Canario-Americana
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NOTAS
1 Consideramos que las crónicas como fuentes etnohistóricas forman parte de la historiografía general. Cf.
Aróstegui, 2001, p. 24; Rama, 1981, p. 7; Real, 2005, p. 781; Suárez et alii, 1988, p. 7.
2 Cf. Jiménez, 1998, pp. 203-205; Morales, 1993: 41-42; Real, 2005, p. 781.
3 Entre las principales relaciones que mantuvo Alfonso de Palencia se encuentran personajes tan destacados
en la historia de nuestro archipiélago como Juan Rejón, Pedro del Algaba, Pedro de Vera, Diego de Melo,
Hernán Darias de Saavedra, Juan Bermúdez, Juan de Frías, etc., y, en especial, su gran protector y amigo
Alfonso de Cartagena, conocido defensor de los derechos de Castilla sobre las Canarias y autor de las
Allegationes en contra de las pretensiones del rey de Portugal. Cf. Álvarez, 1963, pp. 56-60; Aznar, 1983,
p. 42; Jiménez, 1998, pp. 205-212; Morales, 1964, pp. 179-234; id., 1993, pp. 21-42; Real, 1998, pp. 617-
618; Vizcaya, 1960, p. 392; Wölfel, 1953, pp. 6-8. Vid. González Rolán (1994).
4 Cf. Morales, 1971, p. 458; Real, 1998, p. 618 s.
5 Cf. López de Toro, 1970, pp. 325-29; Farrujía, 2004, pp. 78-79. Para los textos que citamos hemos seguido
la selección que hace López de Toro en su artículo “La conquista de Gran Canaria en la Cuarta Década del
cronista Alonso de Palencia (1478-1480)”, Anuario de Estudios Atlánticos, 16, 1970, pp. 325-393.
6 Nicoloso da Recco, genovés y segundo jefe de la primera expedición portuguesa a Canarias redactó un
informe que fue publicado entre 1342 y 1345 por Giovanni Boccacio en una miscelánea titulada De
Canaria et insulis reliquis ultra Hispaniam noviter repertis. Cf. Bernáldez, 1993, p. 510; Espinosa, 1980,
p. 39; Farrujía, 2004, pp. 37-39; Navarro, 2005, p. 21.
7 Cf. Martínez, 1994, p. 246; id., 1996, pp. 168-170; Morales, 1971, pp. 446-49; Real, 1998, pp. 619-620;
Suárez et alii, 1988, p. 54. Vid. Cortés, 1995, Rumeu, 1947-1950, Silva, 1991.
8 Décadas IV,31,8, p. 337; IV,31,9, p. 341; IV,32,3, p. 349. Cf. Real, 1998, p. 620.
9 Décadas, IV,31,8, p. 337; IV,32,3, p. 349.
10 Cf. Diego, 1961, pp. 521-22: “Los cronistas de Béthencourt, Boutier y Leverrier (1402-1406, ediciones de
1630, 1874; ver la ed. de Le Canarien, 1960), al narrar la campaña normanda de principios del siglo,
hablan también de los vestidos tejidos con hoja de palma, pero señalan que, al mismo tiempo, muchas
mujeres iban vestidas con pieles”. Cf. Navarro, 2005, pp. 46-47, 61-62.
11 Cf. Diego, 1961, p. 506; Navarro, 2995, pp. 49, 63.
12 Décadas, IV,31,8, p. 335. Cf. Morales, 1993, p. 63; Pérez, 1997, pp. 216-17.
13 Cf. Tejera 1987, p. 14; DeLuca, 2007.
14 Cf. Farrujía, 2004, p. 41; Millares, 1975, pp. 166-170; Rumeu, 2006, p. 33.
15 “Al día siguiente unos quinientos soldados con cuatrocientos jinetes, bajo el mando del Obispo, del Deán y
de Fernando Peraza… avanzan y acometen a Tirajana, un pequeño pueblo montaraz y uno de los refugios
de los canarios; el otro era Thirma. En ambas partes se alzaba un templo bien equipado para sus
supersticiones. Suben los nuestros a la cumbre del monte. En el cuerpo de guardia del templo, construido a
manera de un castillo con toda clase de fortificaciones, no encontraron a nadie más que a un joven y a una
bella muchacha que estaba con él… Los nuestros al punto se apoderaron de la joven y destruyeron el
templo incendiándolo” (Décadas, IV,35,2, p. 371).
16 “Toda la población, dividida en nueve bandos, obedece a nueve reyes, entre los cuales se desenvuelve una
falsa nobleza que se aprovecha a fondo del trabajo de la plebe más desdichada, y que tiene por misión
estimular los diversos partidos y agrupar en partes al populacho dividido” (Décadas, IV,31,8, p. 335).
XVIII Coloquio de Historia Canario-Americana
1722
17 Cf. Abreu Galindo, 1977, p. 292 s.; Álvarez, 1985, pp. 61-132; Bonnet, 1936, p. 57; id., 1938, pp. 33, 46;
Espinosa, 1980, p. 33, 40-41. Cf. Álvarez Delgado 1945:72; Tejera, 1995, pp. 82-89.
18 “Niguaria ofrece pocas facilidades para que los nuestros capturen a sus habitantes para convertirlos en
esclavos. Además, hace más difíciles estos intentos la fortaleza de las mujeres, que se distinguen por su
forma maravillosa, por la fortaleza de sus cuerpos y el vigor de sus espíritus, aunque no les es permitido,
como a los hombres, evitar el peligro por medio de la huida. Por ello, de cortezas de árboles, se tejen las
mujeres una especie de coraza para cubrir su pecho y con largas pértigas se atreven a pelear con los
invasores; y aun —si aquel ímpetu femenino no es entorpecido por alguna herida— se recurre a la lucha
cuerpo a cuerpo, con tal superioridad de fuerzas por parte de ellas, que una sola mujer es capaz de coger
por sorpresa a un hombre armado y aplastarlo o destrozarlo” (Décadas, IV,31,8, p. 337).
19 Para Tenerife, tanto Alonso de Espinosa (1980, p. 43) como Abreu Galindo (1977, p. 229) aseguran que la
mujer guanche participaba en la guerra de forma auxiliar. “Aunque algunos antropólogos por las fracturas
craneales de los esqueletos femeninos, deducen que tuvieron una participación directa” (Pérez, 1997,
pp. 208-9). Para la isla de Gran Canaria encontramos testimonios similares: “Si [los enemigos] los seguían
i buscaban peleaban bravísimamente hasta las mujeres, que tiraban / muchas piedras arrojadizas i dardos i
mucho aiudaban. Venían con ellos a la pelea a traerles la comida i retirar los muertos suios i a el pillaxe de
los caídos i a dar armas a sus maridos i hijos, i a dar voces i gritos i hacer visajes i echar retos y
amenasas” (Gómez Escudero, 1993, p. 333). En Lanzarote, Torriani (1959, pp. 85-87) menciona un
episodio a propósito de hazañas realizadas por un grupo de mujeres con ocasión de las invasiones piráticas
agarenas en los siglos XVI y XVII. Cf. Navarro, 2005, p. 51; Pérez, 1997, p. 169.
20 Otros textos donde se menciona la existencia de amazonas en las Islas Canarias son el de Cristóbal Colón
(Diario de a bordo. Edición conmemorativa por el Instituto Gallach-Historia 16, Barcelona, 1985, pp. 45-
46), o el Itinerarium de Alejandro Geraldini, escrito entre 1521 y 1522 (Itinerarium ad Regiones sub
Aequinoctiali plaga constitutas Alexandra Geraldini Amerini, Episcopi Civitatis S.Dominici, Roma: G.
Facciotti, 1631).
21 “y los cristianos que fueron en su alcance prendieron un palmero y una palmera, [...]. La cual, como se vió
presa, volvióse contra el cristiano herreño, que se decía Jacomar, y púsolo en tanto aprieto, que le convino
favorecerse de las armas; y así le dió de puñaladas y la mató” (Abreu Galindo, 1977, p. 279).
22 “de grande ánimo y gran cuerpo, que parecía gigante, y era mujer de extremada blancura. La cual, como los
cristianos la cercaron, peleó con ellos lo que pudo y, viéndose acosada, embistió con un cristiano y,
tomándole debajo del brazo, se iba para un risco, para se arrojar de allí abajo con él” (Abreu Galindo, 1977,
pp. 278-9).