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204 LA CERÁMICA A MANO ELABORADA EN CANARIAS ENTRE LOS SIGLOS XVII Y XIX: ¿AUTOABASTECIMIENTO O EXPORTACIÓN? Antonio M. Jiménez Medina Juan M. Zamora Maldonado José Ángel Hernández Marrero INTRODUCCIÓN La presente comunicación pretende acercar el conocimiento que en la actualidad poseemos sobre la exportación de cerámica a mano elaborada en Canarias desde finales del siglo XVII hasta comienzos del XIX. Asimismo, pretende ahondar en una parte de un estudio anterior que hemos elaborado sobre la cerámica tradicional canaria (Zamora Maldonado, J. y Jiménez Medina, A., 2004: 229-261). En los estudios consultados sobre la alfarería canaria se observa que muy pocos han sido los autores e investigadores que han abordado, o simplemente que han citado, la existencia de una actividad exportadora de piezas cerámicas elaboradas en el archipiélago. Sin embargo, en la documentación histórica analizada, desde la cita de Fray José de Sosa (1676) hasta los datos aportados en los libros de entradas y salidas de los puertos canarios (en especial el de Santa Cruz de Tenerife), en las Estadísticas Agrícolas e Industriales de la isla de Tenerife (1787-1857), así como según Francisco Escolar y Serrano (1793-1806), se desprende que desde el archipiélago canario, en especial desde las islas de Tenerife (sobre todo) y de Gran Canaria, se exportaba cerámica al continente americano (Puerto Rico, Argentina, Cuba y Venezuela), a África (Sierra Leona) y a la Península Ibérica. Del análisis de la información consultada parece que este proceso de exportación de cerámicas canarias elaboradas entre los siglos XVII y XIX no fue un hecho anecdótico, sino que forma parte de un proceso constante a lo largo de estos tres siglos. LA ALFARERÍA TRADICIONAL O POPULAR EN CANARIAS La mayor parte de los investigadores que han abordado el estudio de la cerámica tradicional o popular elaborada en Canarias coinciden en plantear que el origen de esta actividad alfarera procede del mundo prehispánico (González Antón, R., 1985; Cuenca Sanabria, J., 1980; González Antón, R. y Tejera Gaspar, A., 1990: 236 y Navarro Mederos, J. F., 1999: 137). Para nosotros, las cadenas operativas de la fabricación de la cerámica tradicional canaria que conocemos pudieron ser influenciadas, además del mundo indígena y por los colonos europeos, por esclavos moriscos o negros, ya que existen evidencias del trabajo de la loza por parte de esclavos y, posteriormente, de libertos o manumitidos (Lobo Cabrera, M., 1982: 183 y 199) y que fueron otras circunstancias sociales y económicas las que propiciaron la pervivencia de una forma tan arcaizante de trabajar la alfarería como pudo haber sido el abastecimiento de las clases sociales más populares (Navarro Mederos, J. F., 1999: 137) pero, sobre todo, la exportación de loza del país (Hernández Marrero, J. A. en Zamora Maldonado, J. y Jiménez Medina, A., 2004: 250-256).La cerámica a mano… 205 En la bibliografía relativa a la alfarería tradicional o popular canaria se citan los principales centros loceros del archipiélago, que además son los más conocidos. Sin embargo, en estos últimos años se ha ido incrementando el número de lugares productores de cerámica; así, por islas, en el estado actual de las investigaciones (Zamora Maldonado, J. y Jiménez Medina, A., 2004), los principales centros alfareros que estuvieron en producción, sobre todo en los siglos XVIII y XIX, serían: Lanzarote: El Mojón y Muñique (Teguise); Fuerteventura: Valle de Santa Inés (Betancuria); Gran Canaria: La Atalaya (Santa Brígida), Hoya de Pineda (Gáldar y Santa María de Guía), Lugarejos (Artenara), Tunte (San Bartolomé de Tirajana), La Aldea de San Nicolás, Santa Lucía de Tirajana y Moya y, de manera esporádica, Los Altabacales (Arucas) y Tasarte (La Aldea de San Nicolás). Para el siglo XVII conocemos la existencia en Telde de un centro productor cerámico (Figura 1). Tenerife: San Miguel de Abona, Candelaria, Arico, La Victoria, Santa Úrsula, La Guancha, Arguayo (Santiago del Teide), El Rosario y San Andrés (Santa Cruz de Tenerife), y de manera esporádica Fasnia, San Juan de la Rambla, El Tanque, Adeje y Geneto (La Laguna). La Gomera: El Cercado (Chipude, Vallehermoso), Vallehermoso, El Cabo (Agulo) y Alajeró. La Palma: Santa Cruz de La Palma y Los Llanos de Aridane. El Hierro: Valverde. Figura 1: croquis de la planta de las cuevas de “Julianita”, Hoya de Pineda, Gáldar. Autora: Margarita I. Jiménez Medina (topógrafa), 2008. En total, al menos en 26 lugares del archipiélago se establecieron centros productores de loza, así como 7 entidades en las que se llegaron a fabricar cerámicas de manera esporádica. De esos 26 centros loceros, sabemos que en el siglo XVIII estaban en activo en la isla de Tenerife los de Candelaria, Arico, El Rosario, La Guancha, La Victoria, Santa Úrsula, Arguayo, San Miguel (Vilaflor) y San Andrés (todos coetáneos en 1779, según el Padrón Vecinal de Tenerife). Para Gran Canaria, lo estarían La Atalaya (para todo el siglo, si bien desde 1752 aparece citado el topónimo Las Cuevas de las Loceras, Zamora Maldonado, J. y Jiménez Medina, A., 2004: 51) y Moya, al menos entre 1793 y 1806, según datos de F. Escolar y Serrano (1983, I: 287); asimismo, se desconoce si Lugarejos, así como Tirajana y Tejeda, estarían en producción durante este siglo (Santana Pérez, J. M. y Santana Pérez, G., 2002: 618). En el caso de La Gomera, El Cabo en Agulo, según datos de J. de Viera y Clavijo, 1772-1783 (1967, II: 93) y Vallehermoso, al menos entre 1793 y 1806, según datos de F. XVIII Coloquio de Historia Canario-Americana 206 Escolar y Serrano (1986, I: 177). Para la isla de La Palma, Santa Cruz de La Palma y Los Llanos de Aridane, al menos entre 1793 y 1806, según datos de F. Escolar y Serrano (1983, II: 183 y 241). Por tanto, a finales del siglo XVIII (especialmente entre 1779 y 1793) podríamos asegurar que existían en el archipiélago canario unos 15 centros productores de loza, la mayor parte concentrados en la isla de Tenerife (sobre todo) y de Gran Canaria. Hay que aclarar que, en relación a los centros alfareros, existió un movimiento de las familias de loceras que se desplazaban de una localidad a otra de cada isla e, inclusive, a otras islas, como parece confirmarse para los casos de Gran Canaria, Tenerife, La Gomera y Fuerteventura (Mederos Sosa, A., 1944: 185-197; Cuenca Sanabria, J., 1983: 28; Navarro Mederos, 1992: 137; Fariña González, M., 1998: 58 y Zamora Maldonado, J. y Jiménez Medina, A., 2004: 54-67). Para la isla de Gran Canaria existieron tres grandes centros alfareros o loceros que, según varios autores, desde la tradición indígena habían perdurado hasta hoy día, tales fueron los casos de La Atalaya (Santa Brígida), Hoya de Pineda (Santa María de Guía y Gáldar) y Lugarejos (Artenara). Además de estas tres entidades productoras de cerámica, se sabía de la existencia de dos centros loceros más, el de Tunte (hasta la década de los cincuenta del siglo XX), en San Bartolomé de Tirajana (Jiménez Sánchez, S., 1958: 213 y Cuenca Sanabria, J., 1981: 13) y el de La Aldea de San Nicolás, hasta finales del siglo XIX (Cuenca Sanabria, J., 1981: 13). Sin embargo, gracias a la documentación histórica se sabe que los primeros olleros que se asentaron durante el siglo XVI y XVII en la isla, lo hicieron en localidades como Telde (1525), Arucas (1532) y Las Palmas de Gran Canaria (1680) (Navarro Mederos, J. F., 1999: 61-118. Zamora Maldonado, J. y Jiménez Medina, A., 2004: 45-46 y 232). Asimismo, se ha podido constatar la presencia de otros enclaves en los que se llegaron a fabricar lozas en siglos pasados (Zamora Maldonado, J. y Jiménez Medina, A., 2004: 46-67), como fueron los casos de La Ollería de El Dragonal (Las Palmas de Gran Canaria), documentado al menos entre 1608 y 1623; Telde, en 1678 (Sosa, J., 1994: 297-298); Santa Lucía de Tirajana, que estuvo en producción en 1834; y Moya (Escolar y Serrano, F., 1983, I: 287), entre 1806 y 1834; además de otros pequeños enclaves poblacionales en los que, de forma coyuntural o esporádica, se llegaron también a fabricar cerámicas, como en Tasarte (La Aldea) y Los Altabacales (Arucas), ambos a comienzos y mediados del siglo XX (Zamora Maldonado, J. y Jiménez Medina, A., 2004: 68-69). De estos lugares productores de loza, no cabe duda según la documentación histórica, que, para el caso de Gran Canaria y Tenerife, La Atalaya de Santa Brígida y Candelaria, respectivamente, fueron los principales y más importantes centros loceros del archipiélago canario. Ambos centros loceros surtían de loza no solo al resto de sus respectivas islas, sino también a otras. De hecho, las principales referencias documentales sobre alfarería tradicional de Canarias aluden a estos pagos de Santa Brígida y Candelaria. Para diversos autores, los centros loceros más conocidos de Gran Canaria (especialmente La Atalaya y, luego, Hoya de Pineda, Lugarejos, Tunte y La Aldea) son todos descendientes de las tradiciones indígenas preeuropeas, incluso sus emplazamientos se relacionarían con otros centros alfareros prehispánicos que se ubicarían en esos mismos lugares (González Antón, R., 1977; Cuenca Sanabria, J., 1980 y 1986; López García, J. S., 1983 y Navarro Mederos, J. F., 1999). Sin embargo, nosotros entendemos que, según la documentación analizada, la mayor parte de los centros loceros de los que poseemos datos históricos parecen haberse establecido a comienzos del siglo XIX, concretamente entre 1806 y 1834 (por lo tanto son relativamente recientes), a partir de gentes procedentes (directa o indirectamente) de La Atalaya, como se constata en Hoya de Pineda, La Aldea, Tunte, Santa Lucía de Tirajana y La cerámica a mano… 207 parece apuntarse en Lugarejos y Moya. En el caso de La Atalaya, desconocemos cuándo comenzó la producción locera en este lugar; según la documentación analizada, la fecha más antigua que poseemos es 1752, sin embargo sabemos que ya a partir de 1663 existían en este lugar casas, cuevas, tierras labradas, un camino, un zumacal y una ermita (Zamora Maldonado, J. y Jiménez Medina, A., 2004: 50). La alfarería tradicional o popular canaria se caracteriza, como bien ya han apuntado otros investigadores (González Antón, R., 1977; Cuenca Sanabria, J., 1981; Zamora Maldonado, J. y Jiménez Medina, A., 2004: 249-250), por los siguientes aspectos generales (que describimos de forma breve y esquemática): 1.º Recogida de la materia prima: barro, arena (desgrasante), almagre, agua y leña (que podía ser, dependiendo del emplazamiento del centro locero, horgazo, retama, escobón, aulaga, tunera, etc., incluso hasta maderas). Generalmente las materias primas suelen localizarse próximas a los núcleos alfareros, si bien en ocasiones se hacían desplazamientos largos en su búsqueda y, en líneas generales, es un trabajo realizado tanto por el hombre como por la mujer, sobre todo por los más jóvenes. 2.º Preparación del barro: con métodos “rudimentarios” (majado, regado, pisado, amasado, etc.). Esta labor suele ser llevada a cabo por las mujeres, si bien se sabe de la existencia de hombres que también la realizaban. Consiste en el transporte del barro hasta la cueva, lugar en el que se machaca (normalmente con un mazo de madera, con una piedra, etc.) y se limpia de impurezas (raíces, piedras, etc.). Luego, la arcilla se deposita en un hoyo, denominado goro en Gran Canaria y barrera en La Gomera, que se sitúa tanto a la entrada como en el interior de la cueva. En el goro se le añade agua (acción denominada regado) y se deja para que se esponje (operación que puede durar varios días). Una vez el barro está esponjado se le añade la arena y, en algunas islas, también se agregan las raspas (o restos de barro de los recortados de las piezas), para luego amasarlo con los pies descalzos (en Hoya de Pineda y La Atalaya se amasa con un solo pie). Una vez amasado, se separa en bastos de barro, que se guardan bien tapados para que repose; de estos bastos se separa, a su vez, la porción adecuada para la fabricación de cada una de las vasijas o elementos. 3.º Levantamiento de las piezas: mediante la técnica del urdido (superposición de bollos de barro) y del estirado (con la ayuda de cantos rodados o callaos, denominados lisaderas de levantar. Vid. Rodríguez Rodríguez, A. et al., 2006). En este complejo proceso se sucede una serie de tres etapas: la primera consiste en la elaboración o fabricación del recipiente (en Hoya de Pineda se emplea el término “hacer la funda” para esta operación); la segunda se denomina habilitado, que consiste en el recortado o desbastado, así como el alisado posterior (que se realiza con tres tipos de piedras: la raspona, la saltona y la fina); y, la última fase caracterizada por el proceso decorativo, que incluye el almagrado y el bruñido. Por último se procede al secado y al guisado de las vasijas. Esta labor la hacían sobre todo las mujeres, aunque también sabemos de algunos hombres que, para el caso de Gran Canaria y Tenerife, levantaban y habilitaban piezas de barro (en el siglo XX) (Fotografía 2).XVIII Coloquio de Historia Canario-Americana 208 Fotografía 2: Juliana Mª Suárez Vega, “Julianita”, alfarera de Hoya de Pineda, Gáldar. Autor: Juan V. Sosa Guillén, 1976. 4.º Guisado o cocción: el guisado en Canarias se realiza generalmente en un horno cubierto con una sola cámara, monocámara, y con tiraje por la puerta, descrito algunas veces como un gran horno de pan (Sempere Ferrándiz, E., 1992). En Lugarejos (Artenara) se emplea el denominado sistema de calles (hoguera al aire libre, en el que las piezas se colocan entre hileras de cantos trabajados de piedra muerta, el espacio utilizado para la cocción se encuentra delimitado por paredes en el risco). En los hornos monocámaras se alcanzan temperaturas de hasta 800 y 1.000ºC. Esta operación es realizada exclusivamente por los hombres, que en algunos lugares se denomina “guisandero”. En Gran Canaria (Hoya de Pineda y Lugarejos) se han documentado en estos últimos años algunas cuevas artificiales que fueron utilizadas como hornos. La cocción suele durar unas 3 horas. En los centros loceros podían existir de 1 a 4 hornos de media. 5.º Distribución y venta: una vez elaborada la cerámica, se procedía a su comercialización, en muchas ocasiones empleando el sistema de trueque, que podía abarcar localidades situadas a varios kilómetros de distancia. Por ejemplo, en La Atalaya se vendía loza, en los últimos momentos de su producción tradicional, en los municipios de Las Palmas de Gran Canaria, Telde, Santa Brígida, San Mateo, Arucas, Teror, etc. La loza se transportaba o bien directamente (participaban niños y niñas, hombres y mujeres), o bien con la ayuda de un animal de carga, que solía ser un burro. Los artesanos se adaptaban a los ciclos agrícolas de recogidas de las diferentes cosechas, de tal manera que acudían a cada lugar en función del cultivo dominante. Las piezas cerámicas más usuales que se fabricaban (al menos a finales del siglo XIX y casi todo el XX) eran los lebrillos, las cazuelas, los cazuelos, las ollas, los tostadores (de millo, de café, etc.), las frigueras, las tapas (para bernegales sobre todo), los vasos, los bernegales, las tallas, las jarras, los porrones, las tinajas, los candiles, las palmatorias, los braseros, los fogueros, las hornillas u hornos de pan, los sahumerios o sahumadores, los ganiguetes, los gánigos, los pilones, las macetas, así como algunos juguetes (pequeñas figuras) e incluso pitos de agua (figuras zoomorfas) y los reverberos.La cerámica a mano… 209 Hemos englobado estas piezas, según la funcionalidad que presentan, en la siguiente propuesta tipológica: 1.º Preparación y manipulación de alimentos: lebrillos. 2.º Cocción de alimentos: cazuelas, cazuelos, ollas y tostadores o frigueras (de café, de millo, de castañas, etc.). 3.º Servicio y presentación de alimentos: cazuelos para servir leche, cucharas, platos, soperas y vasos. 4.º Almacenaje, transporte, contención y conservación: bernegales, jarras (recipientes de hasta 50 litros o más de capacidad), porrones, tallas, así como jarras pequeñas. 5.º Iluminación: candiles, palmatorias, etc. 6.º Contenedores de fuego: braseros, fogueros, hornillas u hornos de pan y sahumadores. Los reverberos, a pesar de no contener fuego, podrían encasillarse en este apartado, pues su función era la de calentar leche materna que luego era usada como remedio contra la otitis. 7.º Complementos: tapaderas de bernegales, tapas para ollas y cazuelos, etc. 8.º Higiene doméstica y personal: ganiguetes y pilones. 9.º Usos lúdicos: ceniceros, juguetes (generalmente eran réplicas en miniaturas de tallas, platos, vasos, etc., así como figuras) y macetas. 10.º Usos rituales: incensarios o sahumerios (o sajumadores). 11.º Indefinidos u otras funciones: todos aquellos elementos de los que se desconoce o no se puede determinar su funcionalidad. Hay que tener en cuenta que existen claras diferencias en las formas y las decoraciones que presentan las cerámicas según las islas de procedencia. Asimismo en cada isla, según el centro locero correspondiente, se observan también algunas diferencias. Para nosotros, un centro alfarero o locero se caracterizaría por ser un conjunto de alfares o talleres que forman parte de una misma unidad geográfica y en las que las características tipológicas de sus vasijas y las técnicas de elaboración poseen una similitud que les confiere un sello específico y diferenciador. Por otra parte, también hay que tener en cuenta que la cerámica producida en estos últimos tres siglos debe haber sufrido una lógica evolución en cuanto a las formas y decoraciones; de hecho, en los últimos 40 años, en diversos centros loceros han ido desapareciendo algunos recipientes (como las jarras de grandes dimensiones) y han surgido nuevos modelos de vasijas, especialmente los relacionados con las ferias de artesanía y con ventas turísticas (jarras o jarrones de poco tamaño, etc.). LA EXPORTACIÓN DE LOZA ELABORADA EN CANARIAS Las primeras referencias de loza elaborada en Canarias después de la conquista aparecen a comienzos del siglo XVI, especialmente cuando se citan los oficios de tinajero y ollero (procedentes sobre todo de Andalucía y de Portugal), tales como un tinajero asentado en XVIII Coloquio de Historia Canario-Americana 210 Daute (Tenerife) en 1524 (Serra Ráfols, E. y Rosa Olivera, L., 1970: 259), varios olleros que se asentaron uno en Telde (Gran Canaria), Mateo de Vega en 1525 (Zamora Maldonado, J. y Jiménez Medina, A., 2004: 45), otro en Arucas (Gran Canaria), Mateo de Beas en 1532 (Lobo Cabrera, M., 1982: II, 68) y otro en La Laguna (Tenerife) (Rosa Olivera, L. y Marrero Rodríguez, M., 1986: 366). Asimismo, para este siglo se sabe de la presencia de ollas canarias (desconocemos si son ollas de época prehispánica u ollas ya históricas elaboradas en Canarias) en un testamento fechado en 1571 (Lobo Cabrera, M., 1983: 94). Por otra parte, se plantea que en algunos ingenios azucareros, los olleros peninsulares elaboraban ollas, vasijas y tinajas, además de los moldes para los panes de azúcar (Aznar Vallejo, E., 1992: 513-514). Sin embargo, para este siglo XVI no se conocen referencias de cerámicas producidas en Canarias que se exportasen (que nosotros sepamos). Los primeros datos relativos a la exportación de loza producida en el archipiélago se localizan en el siglo XVII. El primer autor que alude a este tema es Fray José de Sosa, quien nos describe, para el año 1678, que en Gran Canaria se hacía loza a mano (sin torno, etc.), heredada de los antiguos habitantes prehispánicos, que se elaboraba para el “común servicio de los campos y aldeas”. Destacando los “barros curiosos” (búcaros, recipientes de color rojizo, con forma de pequeños vasos, para enfriar el agua) que se fabrican en la ciudad de Telde que eran embarcados para otras islas, a España y a otros reinos (Sosa, J. 1994: 297-298). Para el siglo XVIII conocemos algunos datos que confirman la exportación de loza canaria. Así en las Estadísticas Agrícolas e Industriales de la isla de Tenerife del año 1787 (Hernández Marrero, J. A. en Zamora Maldonado, J. y Jiménez Medina, A., 2004: 238), se cita que en el caso de Candelaria, Tenerife, “otras losas venden para las Islas y para la España y América”, dato que unos años antes el propio Joseph de Viera y Clavijo exponía, aclarando que las mujeres de este pago eran olleras y que fabricaban, entre otros, búcaros y barros que se estimaban fuera de las islas (Viera y Clavijo, J., 1967, II: 417) y que, unos años después, seguía manteniendo Francisco Escolar y Serrano cuando afirmaba, entre 1783 y 1806, que desde Candelaria se exportaba loza a América (Escolar y Serrano, F., 1983, III: 34-35). Asimismo, sabemos que en la isla de Tenerife, según el Padrón Vecinal de 1779, existían unas 245 loceras (Hernández Marrero, J. A. en Zamora Maldonado, J. y Jiménez Medina, A., 2004: 245). Unos años antes, en 1787, el valor de una talla fina alcanzaba, en Candelaria, los 15 reales, mientras que las más baratas se vendían entre 2 y 4 reales (Estadísticas Agrícolas e Industriales de la isla de Tenerife, 1787, Archivo Municipal de La Laguna). Mientras que para la isla de Gran Canaria, en 1835, solo en La Atalaya de Santa Brígida se han contabilizado unas 363 mujeres susceptibles de dedicarse a la fabricación de lozas (según el Padrón General de la Población de Santa Brígida, Archivo, Biblioteca y Hemeroteca de El Museo Canario, Zamora Maldonado, J. y Jiménez Medina, A., 2004: 57). Este alto número de loceras para estas islas entre los años 1779 y 1835, unido a la cantidad de piezas que podían elaborar diariamente, entre 5 y 7 piezas, según los datos de Francisco Escolar y Serrano (1983, III: 34-35), sin embargo según la tradición oral algunas loceras podían elaborar hasta 20 piezas al día, nos hacen pensar que la producción alfarera podía alcanzar un volumen muy considerable. En ese sentido, se estima que en 1799 sólo en la isla de Tenerife se producirían de 625.975 a 705.600 piezas; por otra parte, entre 1793 y 1806 en Candelaria (Tenerife), 120 mujeres producían unas 288.000 piezas cerámicas anuales (Escolar y Serrano, F., 1983, III: 34-35); mientras que en Gran Canaria, sólo en el año 1835 en La Atalaya de Santa Brígida se fabricarían de 927.465 a 1.045.440 piezas.La cerámica a mano… 211 Estos datos nos platean que cada habitante de Canarias, para el año 1779 (la población en 1797 ascendía a 173.865, según Waldo Giménez Romera, 1868: 8), consumiría entre 4 y 5 piezas (teniendo en cuenta solo la producción de la isla de Tenerife, por lo que habría que añadir la producción de los otros centros alfareros de las restantes islas). Por otra parte, en el año 1835 (en 1836 la población canaria era de 199.182, según el citado Waldo Giménez Romera, 1868: 8), cada habitante consumiría entre 5 y 6 piezas. Sin embargo, hay que tener en cuenta que no todos los habitantes consumen loza, solo se compra loza por unidad familiar (generalmente); asimismo, la loza era un artículo que se reaprovechaba, incluso se lañaba si se fracturaba y es conocido que en las sociedades rurales el menaje cerámico suele ser muy pobre, así cada familia, de 6 a 12 miembros, solo tendría en total unas 5 ó 7 piezas cerámicas: una talla, un bernegal, una jarra, un lebrillo, un tostador, una olla, un sahumerio y poco más; en las zonas urbanas, la cantidad de piezas solía ser mayor, tal vez hasta 10 ó más piezas (llegando, según el poder adquisitivo, hasta 30) por familia al año. Por ello consideramos que esta cantidad de piezas fabricadas se podría relacionar más con un mercado de exportación que con el autoconsumo propio del archipiélago. Para el siglo XIX, el volumen de piezas exportadas, sobre todo a comienzos de esa centuria, fue muy importante; de hecho, existen diversas referencias muy reveladoras al respecto. En ese sentido, Francisco Escolar y Serrano (1983, III: 381, 386, 401, 408, 413, 415 y 420) cita la salida desde la aduana de Tenerife hacia Buenos Aires (Argentina), en 1802, de un barco con 816 piezas de loza (cuyo valor fue de 1.284 reales de vellón); ese mismo año partió otro buque hacia La Habana (Cuba) con una carga estimada de 1.783 piezas de loza (con un valor de 2.800 reales de vellón). Por otra parte, también desde Santa Cruz de Tenerife la goleta “Aurora” partió, el 13 de septiembre de 1837, a Puerto Rico con, entre otras mercancías, 100 bernegales (El Altante, Santa Cruz de Tenerife, 13-9-1838, p. 4), mientras que el bergantín “Tenerife” se fue rumbo a La Habana (Cuba), según salida efectuada el día 28 de diciembre de 1838, con unos 355 bernegales encestados (El Altante, Santa Cruz de Tenerife, 28-12-1838, p. 4). Además de América, también se llegó a exportar algo de loza al vecino continente africano, así la goleta “San Antonio” partió desde el mencionado puerto de Santa Cruz de Tenerife hacia Sierra Leona, el día 25 de diciembre de 1837, con un carga de 36 bernegales (El Altante, Santa Cruz de Tenerife, 25-12-1837, p. 4) (Fotografía 3). Fotografía 3: bernegal, colección de D. Juan Ramírez Pérez, Santa Lucía de Tirajana. Autor: Antonio M. Jiménez Medina, 2004.XVIII Coloquio de Historia Canario-Americana 212 Año Nº de piezas Destino Valor (en reales de vellón) 1800 Se estima 191 San Juan de Puerto Rico 300 1802 816 Buenos Aires, Argentina 1.284 1802 Se estima 1.783 La Habana, Cuba 2.800 1804 Se estima 420 Buenos Aires, Argentina 660 1804 Se estima 45 Cumaná, Venezuela 72 1804 Se estima 229 La Habana, Cuba 360 1837 100 (bernegales) San Juan de Puerto Rico Se estima 157 1837 36 (bernegales) Sierra Leona Se estima 56 1838 74 (bernegales) La Habana, Cuba Se estima 116 1838 355 (bernegales) La Habana, Cuba Se estima 557 Total 4.049 6.362 Cuadro 1. Exportación de loza canaria desde 1800 a 1838, con salida desde el puerto de Santa Cruz de Tenerife. Fuente: Escolar y Serrano, F., 1983, III: 381, 386, 401, 408, 413, 415 y 420. Periódico El Atlante, Santa Cruz de Tenerife (13-9-1837, p. 4; 25-12-1837, p. 4; 7-7-1838, p. 4 y 28-12-1838, p. 4). Nota: los totales son estimativos. Elaboración propia. Si tenemos en cuenta que, de media, cada pieza de loza podría venderse a 1,57 reales de vellón (según cálculo establecido para 816 piezas que poseen un valor de 1.284 reales de vellón), se estima, para los años comprendidos entre 1800 y 1838, que se exportó un total de 4.049 piezas elaboradas en Canarias, con un valor de 6.362 reales de vellón. Es de destacar que en el período de tiempo comprendido entre 1800 y 1804 (antes de la pérdida de las colonias americanas) se exportaron aproximadamente 3.484 piezas, con un valor estimativo de 5.476 reales de vellón (el 86% del total exportado entre 1800 y 1838), mientras que una vez transcurrida la Guerra de la Independencia y la pérdida de las colonias americanas, solo se exportaron unas 565 piezas, con un valor aproximado de 886 reales de vellón (el 14% del total exportado entre 1800 y 1838). Además de esta exportación hacia los continentes americano (especialmente) y africano, también había un mercado insular en el que se vendían lozas entre las islas. Así, desde Tenerife se llevaba loza a Gran Canaria (según entrada en el puerto de Guía, fechada el 24 de diciembre de 1761, con 72 piezas de barro basto a 3 reales. Archivo Histórico Provincial de Santa Cruz de Tenerife, Libro de entradas al puerto de Guía), o desde Gran Canaria a Tenerife, para luego exportarla a otros países (Hernández Marrero, J. A. en Zamora Maldonado, J. y Jiménez Medina, A., 2004: 251), o desde Gran Canaria a otras islas, como se afirma en la documentación de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Las Palmas, en la que se cita que en 1788 la loza de La Atalaya de Santa Brígida se usaba “en todas las cocinas de esta isla y parte de las otras” (González de Chávez, J., 1983). Por otra parte, para este siglo XIX, Antonio Mederos Sosa citaba que en torno a 1894, desde el barrio costero de San Andrés (Santa Cruz de Tenerife), todavía se exportaban cuarterones y ollas hacia otras islas, en especial a Lanzarote, que se vendían o cambiaban por garbanzos u otros productos (Mederos Sosa, A., 1944: 192-193). Otros datos para la reflexión, que ahondan aún más si se quiere en la producción locera, que nosotros consideramos que se relacionaría con la exportación de este producto, es el hecho de que en Candelaria el número de alfareras varía de 65 en 1799 a unas 172 en 1816, es decir, casi el triple en solo 17 años (Hernández Marrero, J. A. en Zamora Maldonado, J. y Jiménez Medina, A., 2004: 255). Por otro lado, tanto en Candelaria como en San Andrés La cerámica a mano… 213 (principales centros alfareros productores de loza destinada a la exportación en Tenerife), sus emplazamientos se relacionan con la rápida salida del producto, al ubicarse en la misma costa, cuestión que facilitaba, obviamente, el proceso de embarque (mientras que el resto de los centros alfareros de la isla y del resto del archipiélago se emplazan en el interior). En el caso de Candelaria, además, se da otro tipo de circunstancias que influyen en la elección de este enclave, tales como el emplazamiento en un lugar con clara conexión con el mundo religioso, en el que la Virgen de Candelaria actuaría como protectora no solo de las loceras y de su oficio, sino también para la actividad comercial. Asimismo, el propio hecho de ser Candelaria una entidad en la que transitan numerosas personas, debido al peregrinaje, etc., supondría un aliciente más a la hora de tener un mercado interno en el que vender el producto a los visitantes (curiosamente este hecho de vender loza en un enclave de peregrinación se repite tanto en Teror, Gran Canaria, con la Virgen del Pino, así como en el Valle de Santa Inés, Fuerteventura, en el que se aprovechaba el paso de los peregrinos hacia Betancuria para ver a la Virgen de La Peña). En el caso de Candelaria, creemos que es un centro productor que se fundó, o se desarrolló, por la necesidad de crear un enclave costero dedicado a la exportación pues, además de lo expuesto, se da la circunstancia de que las materias primas necesarias para la fabricación de la cerámica (sobre todo el barro y el almagre) se obtienen en áreas alejadas de la zona de producción, tales como Araya y Aroba (en el municipio de Candelaria) en el caso del barro, y El Tablero y La Esperanza en El Rosario en el caso del almagre (Benítez Reyes, P. y Marrero Fuentes, D., 1998: 71). En San Andrés, el barro se encuentra muy próximo a este pueblo costero, concretamente a las afueras. Tal cantidad de mujeres dedicadas a las labores alfareras, así como de cerámicas elaboradas en Canarias sobre todo a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX (1787-1804), solo se explicaría por la necesidad de poseer una producción importante en volumen destinada a la exportación de loza hacia otros lugares (además de la producción para el consumo interior y local). De hecho, se han documentado otros oficios asociados a las loceras, como fueron las vendedoras y vendedores de loza (citados en el Padrón Vecinal de Tenerife del año 1779, Hernández Marrero, J. A. en Zamora Maldonado, J. y Jiménez Medina, A., 2004: 246), los guisanderos (encargados del guisado o cocción), las personas que vendían o intercambiaban barro a las alfareras, así como las personas encargadas exclusivamente del habilitado (acabado) de las piezas (Zamora Maldonado, J. y Jiménez Medina, A., en prensa). Todo ello denotaría una especialización del trabajo en las cadenas operativas y de la comercialización de los productos, por lo que se podría hablar o plantear la existencia de una “industria manufacturera” de carácter artesanal. LA DESAPARICIÓN DE LA EXPORTACIÓN DE LOZA CANARIA Creemos que este gran proceso exportador comienza a decaer a partir de la grave crisis económica y social que atraviesa España a comienzos del siglo XIX, condicionada sobre todo por la Guerra de la Independencia (1808-1814); el cambio político que conllevó grandes períodos de inestabilidad y de enfrentamientos entre monárquicos-conservadores y constitucionalistas-liberales, a raíz sobre todo de las Cortes de Cádiz (1812); la caída del comercio del vino (1814) y, especialmente, la pérdida de las colonias americanas desde 1811. Durante esta época de crisis se desatan varias epidemias de fiebre amarilla (1811, 1841 y 1863), gripe (1821), viruela (1825) y cólera morbo (1851), así como diversos episodios de hambrunas, sobre todo entre 1804 y 1813 (Brito González, O., 1989: 12).XVIII Coloquio de Historia Canario-Americana 214 También en esta época se observa una presión contributiva muy alta (del 33%), así como una destrucción sistemática de los montes, la degradación de los suelos, etc. Por otra parte, hay que tener en cuenta la propia dinámica y evolución de la población canaria, caracterizada por un 90% de analfabetismo, un 70% de población agraria y un 45% menor de 20 años, a lo que se suma una fuerte ocupación del territorio, en especial de las islas de Tenerife y Gran Canaria (tanto por la población propia del lugar como por la emigración del resto de las islas), para la época, con un alto número de habitantes (237.036 habitantes para 1860). Durante esta fase histórica también se observa una gran tasa de natalidad (50 por 1.000), así como de mortalidad infantil, que era del 200 por 1.000 (Brito González, O., 1989: 68). Asimismo, un aspecto muy importante es el control absoluto de la propiedad de la tierra en manos de la burguesía rural (a través de relaciones matrimoniales endogámicas); de hecho, 13 contribuyentes controlan el 80% de la propiedad agraria de las Islas (Brito González, O., 1989: 74). La situación de crisis y malestar es tal que se producen episodios muy violentos (sobre todo relacionados con el control de la tierra y la falta de alimentos), tales como los motines producidos en la isla de Gran Canaria, valgan como ejemplo los de Arucas en 1800, La Aldea de San Nicolás en 1808 y el denominado de Doramas que abarca una serie de años, desde 1808 hasta 1823 (Suárez Grimón, V., 1991: 504-505). Todos estos factores hacen plantear a algunos historiadores que la sociedad canaria de esta época se podría considerar como feudalizada y propia del Antiguo Régimen. Ante este panorama de grave crisis económica, social y política, agravado por el cierre del comercio con América, se produciría una fuerte bajada de las exportaciones de loza. En el caso de Gran Canaria, tal vez esta caída de ventas de lozas para la exportación fuera la causa por la que algunas familias de La Atalaya de Santa Brígida tuvieran, de forma forzosa, que emigrar a otros pagos de la isla, en los que se establecieron fundando una serie de nuevos centros loceros. Podría ser, según las noticias aportadas por diversos autores como Francisco Escolar y Serrano, etc., que hasta finales del siglo XVIII, pero sobre todo a comienzos del siglo XIX, solo existía un único centro locero en Gran Canaria, el de La Atalaya de Santa Brígida, citado ya en el siglo XVIII en algunos documentos depositados en el Archivo Histórico Diocesano, como Las Cuevas de las Loceras. Este gran centro alfarero proporcionaría toda la loza a la isla, si bien habría que hacer la salvedad sobre el centro locero de Lugarejos, pues desconocemos si este estaría en producción antes del siglo XIX. Es curioso señalar que, al menos para esta isla de Gran Canaria, al desaparecer el gran mercado productor de cerámica para la exportación, surgen nuevos centros alfareros (Hoya de Pineda, Tunte, Santa Lucía de Tirajana, La Aldea de San Nicolás y Moya). Las causas que conllevaron a la fundación de estos centros loceros de Gran Canaria en diversas localidades pueden ser variadas y un tanto complejas de constatar, puesto que estas podrían relacionarse, entre otras, con traslados a: lugares en los que se habían asentado con anterioridad parientes que les facilitarían la llegada y la búsqueda de una vivienda o cueva donde alojarse y poder vivir; entidades en las que sería necesario abastecer de loza, dada la población con que contaba en los alrededores (Gáldar-Guía, Moya-Arucas, Agaete-Artenara, Tunte-Santa Lucía de Tirajana y La Aldea de San Nicolás de Tolentino-Mogán); enclaves próximos a las materias primas necesarias para la elaboración de las piezas cerámicas, tales como el barro, la arena, el agua y la leña, así como espacios en los que existía la posibilidad de ocupar algún lugar para el hábitat, en los que no existiesen problemas o trabas legales para el asentamiento, tales como las laderas de Hoya Pineda, los riscos de Tunte o Santa Lucía de Tirajana.La cerámica a mano… 215 CONCLUSIONES A raíz de los estudios que hemos elaborado en estos últimos años planteamos que la existencia y presencia, a nuestro entender, de los principales centros productores de loza de las islas de Tenerife y Gran Canaria podría deberse, además del abastecimiento local e insular, a la necesidad de producir cerámica destinada a la exportación, que se embarcaría rumbo a América, África y a la Península Ibérica. Conocemos diversas fuentes históricas que citan este proceso de exportación para los siglos XVII, XVIII y XIX, sobresaliendo los datos expuestos para comienzos del siglo XIX (1800-1838), que apuntan a unas 4.049 piezas elaboradas en Canarias que son exportadas por un valor estimado de 6.362 reales de vellón. De entre las piezas elaboradas que más llegaron a exportarse, parece ser que fueron los búcaros y los denominados barros (durante los siglos XVII y XVIII), mientras que entre 1837 y 1838 fue el bernegal, algunos de estos bernegales presentaban la característica de estar encestados (creemos que para proteger mejor la pieza de posibles golpes durante la travesía, o por la utilidad que tendrían una vez que llegaran a América, como pudiera ser el transporte de agua, o de cualquier otro líquido o mercancía). En todo caso, parece que la cerámica exportada era de muy buena calidad, con la pecularidad de presentar una decoración rica y variada (aspecto este último que está en proceso de estudio y análisis), lo que se ha denominado como loza fina. El negocio que generó la exportación de loza tuvo que ser lucrativo, o al menos daba beneficios importantes (no tanto a las productoras, es decir las loceras, que siempre fueron pobres, sino a los intermediarios, exportadores o comerciantes), puesto que de manera contraria no hubiese permanecido durante tres siglos. Ahora bien, de ¿quién surgió la idea?, parece claro que no fue de las loceras, consideramos que los comerciantes acaudalados o los miembros de la oligarquía tuvieron que ser los propulsores de este comercio, que se enmarca en el sistema precapitalista de esa época. La desaparición de este mercado de exportación se relacionaría con la grave crisis económica, social y política que padeció Canarias desde comienzos del siglo XIX y que se prolonga casi en toda la centuria; entre otras cuestiones habría que reseñar la Guerra de la Independencia, la caída del comercio del vino, la pérdida de las colonias americanas, el enfrentamiento entre monárquicos y constitucionalistas, los períodos de hambrunas y de epidemias, la presión contributiva, el control absoluto de la propiedad de la tierra en manos de la burguesía rural, la sucesión de diversos motines, etc. En el caso de la isla de Gran Canaria, ante este panorama de grave crisis económica, social y política agravado por el cierre del comercio con América y, por tanto, por la bajada de las exportaciones de loza, algunas, o muchas, familias de La Atalaya de Santa Brígida tuvieron, de forma forzosa, que emigrar a otros pagos, en los que se establecieron fundando una serie de nuevos centros loceros (este hecho está especialmente documentado para la isla de Gran Canaria a partir de 1806). Nos quedaría por reflexionar sobre si la existencia o presencia en Canarias, al menos desde finales del siglo XVII, durante el XVIII y comienzos del XIX, de la producción locera estaría más en relación con esa exportación que con el abastecimiento de cerámica en las Islas para las clases más populares, dado el número importante de alfareras que debieron existir, la enorme cantidad de piezas fabricadas que se estiman, así como la presencia de una especialización en el trabajo de las cadenas operativas y de la comercialización de los productos (alfarera especializada en el levantado de las piezas, alfarera especializada en el habilitado o acabado de las piezas, guisandero y vendedora de loza), por lo que se podría XVIII Coloquio de Historia Canario-Americana 216 hablar o plantear la existencia de una “industria manufacturera” de carácter artesanal (sobre todo a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX). En todo caso, también habría que reflexionar si la propia presencia en Canarias de la loza histórica, tradicional o popular (términos que en algún momento habrán que definir, matizar, o explicar), elaborada a mano, es fruto de una herencia prehispánica para abastecer a esas clases con menor poder adquisitivo, o consecuencia de una amalgama de influencias (prehispánica; europea, especialmente de Andalucía, Extremadura y Portugal; morisca e inclusive, tal vez, negra africana) destinadas a un sistema económico precapitalista (en sus comienzos), enfocado a la exportación de un producto económico, demandado y lucrativo. Tal vez, las posibles y diversas respuestas a las reflexiones aquí planteadas, como ya hemos comentado en otros trabajos, tengamos que buscarlas en el estudio de la documentación histórica, en las intervenciones arqueológicas que deberían efectuarse en diversos alfares de los centros loceros susceptibles de ser investigados, así como en el estudio de los materiales cerámicos (desde los estudios tipológicos y morfológicos hasta los análisis mineralógicos, etc.) y en la revisión de los trabajos etnográficos realizados hasta el momento.La cerámica a mano… 217 BIBLIOGRAFÍA AFONSO GARCÍA, Manuel: Greda. Manual de alfarería popular canaria, Santa Cruz de Tenerife: Centro de la Cultura Popular Canaria, 1983. AZNAR VALLEJO, Eduardo: La integración de las Islas Canarias en la Corona de Castilla (1478-1526). Aspectos administrativos, sociales y económicos, Madrid: Cabildo de Gran Canaria, 1992 (2ª edición). 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Calificación | |
Título y subtítulo | La cerámica a mano elaborada en Canarias entre los siglos XVIIy XIX: ¿autoabastecimiento o exportación? |
Autor principal | Jiménez Medina, Antonio M. ; Zamora Maldonado, Juan M. ; Hernández Marrero, José Ángel |
Publicación fuente | XVIII Coloquio Historia canario - americana |
Numeración | Coloquio 18 |
Tipo de documento | Congreso y conferencia |
Lugar de publicación | Las Palmas de Gran Canaria |
Editorial | Cabildo Insular de Gran Canaria |
Fecha | 2008 |
Páginas | pp. 0204-0220 |
Materias | Congreso ; Historia ; Canarias ; América ; Cerámica |
Enlaces relacionados | http://coloquioscanariasamerica.casadecolon.com/ |
Copyright | http://biblioteca.ulpgc.es/avisomdc |
Formato digital | |
Tamaño de archivo | 421 KB |
Texto | 204 LA CERÁMICA A MANO ELABORADA EN CANARIAS ENTRE LOS SIGLOS XVII Y XIX: ¿AUTOABASTECIMIENTO O EXPORTACIÓN? Antonio M. Jiménez Medina Juan M. Zamora Maldonado José Ángel Hernández Marrero INTRODUCCIÓN La presente comunicación pretende acercar el conocimiento que en la actualidad poseemos sobre la exportación de cerámica a mano elaborada en Canarias desde finales del siglo XVII hasta comienzos del XIX. Asimismo, pretende ahondar en una parte de un estudio anterior que hemos elaborado sobre la cerámica tradicional canaria (Zamora Maldonado, J. y Jiménez Medina, A., 2004: 229-261). En los estudios consultados sobre la alfarería canaria se observa que muy pocos han sido los autores e investigadores que han abordado, o simplemente que han citado, la existencia de una actividad exportadora de piezas cerámicas elaboradas en el archipiélago. Sin embargo, en la documentación histórica analizada, desde la cita de Fray José de Sosa (1676) hasta los datos aportados en los libros de entradas y salidas de los puertos canarios (en especial el de Santa Cruz de Tenerife), en las Estadísticas Agrícolas e Industriales de la isla de Tenerife (1787-1857), así como según Francisco Escolar y Serrano (1793-1806), se desprende que desde el archipiélago canario, en especial desde las islas de Tenerife (sobre todo) y de Gran Canaria, se exportaba cerámica al continente americano (Puerto Rico, Argentina, Cuba y Venezuela), a África (Sierra Leona) y a la Península Ibérica. Del análisis de la información consultada parece que este proceso de exportación de cerámicas canarias elaboradas entre los siglos XVII y XIX no fue un hecho anecdótico, sino que forma parte de un proceso constante a lo largo de estos tres siglos. LA ALFARERÍA TRADICIONAL O POPULAR EN CANARIAS La mayor parte de los investigadores que han abordado el estudio de la cerámica tradicional o popular elaborada en Canarias coinciden en plantear que el origen de esta actividad alfarera procede del mundo prehispánico (González Antón, R., 1985; Cuenca Sanabria, J., 1980; González Antón, R. y Tejera Gaspar, A., 1990: 236 y Navarro Mederos, J. F., 1999: 137). Para nosotros, las cadenas operativas de la fabricación de la cerámica tradicional canaria que conocemos pudieron ser influenciadas, además del mundo indígena y por los colonos europeos, por esclavos moriscos o negros, ya que existen evidencias del trabajo de la loza por parte de esclavos y, posteriormente, de libertos o manumitidos (Lobo Cabrera, M., 1982: 183 y 199) y que fueron otras circunstancias sociales y económicas las que propiciaron la pervivencia de una forma tan arcaizante de trabajar la alfarería como pudo haber sido el abastecimiento de las clases sociales más populares (Navarro Mederos, J. F., 1999: 137) pero, sobre todo, la exportación de loza del país (Hernández Marrero, J. A. en Zamora Maldonado, J. y Jiménez Medina, A., 2004: 250-256).La cerámica a mano… 205 En la bibliografía relativa a la alfarería tradicional o popular canaria se citan los principales centros loceros del archipiélago, que además son los más conocidos. Sin embargo, en estos últimos años se ha ido incrementando el número de lugares productores de cerámica; así, por islas, en el estado actual de las investigaciones (Zamora Maldonado, J. y Jiménez Medina, A., 2004), los principales centros alfareros que estuvieron en producción, sobre todo en los siglos XVIII y XIX, serían: Lanzarote: El Mojón y Muñique (Teguise); Fuerteventura: Valle de Santa Inés (Betancuria); Gran Canaria: La Atalaya (Santa Brígida), Hoya de Pineda (Gáldar y Santa María de Guía), Lugarejos (Artenara), Tunte (San Bartolomé de Tirajana), La Aldea de San Nicolás, Santa Lucía de Tirajana y Moya y, de manera esporádica, Los Altabacales (Arucas) y Tasarte (La Aldea de San Nicolás). Para el siglo XVII conocemos la existencia en Telde de un centro productor cerámico (Figura 1). Tenerife: San Miguel de Abona, Candelaria, Arico, La Victoria, Santa Úrsula, La Guancha, Arguayo (Santiago del Teide), El Rosario y San Andrés (Santa Cruz de Tenerife), y de manera esporádica Fasnia, San Juan de la Rambla, El Tanque, Adeje y Geneto (La Laguna). La Gomera: El Cercado (Chipude, Vallehermoso), Vallehermoso, El Cabo (Agulo) y Alajeró. La Palma: Santa Cruz de La Palma y Los Llanos de Aridane. El Hierro: Valverde. Figura 1: croquis de la planta de las cuevas de “Julianita”, Hoya de Pineda, Gáldar. Autora: Margarita I. Jiménez Medina (topógrafa), 2008. En total, al menos en 26 lugares del archipiélago se establecieron centros productores de loza, así como 7 entidades en las que se llegaron a fabricar cerámicas de manera esporádica. De esos 26 centros loceros, sabemos que en el siglo XVIII estaban en activo en la isla de Tenerife los de Candelaria, Arico, El Rosario, La Guancha, La Victoria, Santa Úrsula, Arguayo, San Miguel (Vilaflor) y San Andrés (todos coetáneos en 1779, según el Padrón Vecinal de Tenerife). Para Gran Canaria, lo estarían La Atalaya (para todo el siglo, si bien desde 1752 aparece citado el topónimo Las Cuevas de las Loceras, Zamora Maldonado, J. y Jiménez Medina, A., 2004: 51) y Moya, al menos entre 1793 y 1806, según datos de F. Escolar y Serrano (1983, I: 287); asimismo, se desconoce si Lugarejos, así como Tirajana y Tejeda, estarían en producción durante este siglo (Santana Pérez, J. M. y Santana Pérez, G., 2002: 618). En el caso de La Gomera, El Cabo en Agulo, según datos de J. de Viera y Clavijo, 1772-1783 (1967, II: 93) y Vallehermoso, al menos entre 1793 y 1806, según datos de F. XVIII Coloquio de Historia Canario-Americana 206 Escolar y Serrano (1986, I: 177). Para la isla de La Palma, Santa Cruz de La Palma y Los Llanos de Aridane, al menos entre 1793 y 1806, según datos de F. Escolar y Serrano (1983, II: 183 y 241). Por tanto, a finales del siglo XVIII (especialmente entre 1779 y 1793) podríamos asegurar que existían en el archipiélago canario unos 15 centros productores de loza, la mayor parte concentrados en la isla de Tenerife (sobre todo) y de Gran Canaria. Hay que aclarar que, en relación a los centros alfareros, existió un movimiento de las familias de loceras que se desplazaban de una localidad a otra de cada isla e, inclusive, a otras islas, como parece confirmarse para los casos de Gran Canaria, Tenerife, La Gomera y Fuerteventura (Mederos Sosa, A., 1944: 185-197; Cuenca Sanabria, J., 1983: 28; Navarro Mederos, 1992: 137; Fariña González, M., 1998: 58 y Zamora Maldonado, J. y Jiménez Medina, A., 2004: 54-67). Para la isla de Gran Canaria existieron tres grandes centros alfareros o loceros que, según varios autores, desde la tradición indígena habían perdurado hasta hoy día, tales fueron los casos de La Atalaya (Santa Brígida), Hoya de Pineda (Santa María de Guía y Gáldar) y Lugarejos (Artenara). Además de estas tres entidades productoras de cerámica, se sabía de la existencia de dos centros loceros más, el de Tunte (hasta la década de los cincuenta del siglo XX), en San Bartolomé de Tirajana (Jiménez Sánchez, S., 1958: 213 y Cuenca Sanabria, J., 1981: 13) y el de La Aldea de San Nicolás, hasta finales del siglo XIX (Cuenca Sanabria, J., 1981: 13). Sin embargo, gracias a la documentación histórica se sabe que los primeros olleros que se asentaron durante el siglo XVI y XVII en la isla, lo hicieron en localidades como Telde (1525), Arucas (1532) y Las Palmas de Gran Canaria (1680) (Navarro Mederos, J. F., 1999: 61-118. Zamora Maldonado, J. y Jiménez Medina, A., 2004: 45-46 y 232). Asimismo, se ha podido constatar la presencia de otros enclaves en los que se llegaron a fabricar lozas en siglos pasados (Zamora Maldonado, J. y Jiménez Medina, A., 2004: 46-67), como fueron los casos de La Ollería de El Dragonal (Las Palmas de Gran Canaria), documentado al menos entre 1608 y 1623; Telde, en 1678 (Sosa, J., 1994: 297-298); Santa Lucía de Tirajana, que estuvo en producción en 1834; y Moya (Escolar y Serrano, F., 1983, I: 287), entre 1806 y 1834; además de otros pequeños enclaves poblacionales en los que, de forma coyuntural o esporádica, se llegaron también a fabricar cerámicas, como en Tasarte (La Aldea) y Los Altabacales (Arucas), ambos a comienzos y mediados del siglo XX (Zamora Maldonado, J. y Jiménez Medina, A., 2004: 68-69). De estos lugares productores de loza, no cabe duda según la documentación histórica, que, para el caso de Gran Canaria y Tenerife, La Atalaya de Santa Brígida y Candelaria, respectivamente, fueron los principales y más importantes centros loceros del archipiélago canario. Ambos centros loceros surtían de loza no solo al resto de sus respectivas islas, sino también a otras. De hecho, las principales referencias documentales sobre alfarería tradicional de Canarias aluden a estos pagos de Santa Brígida y Candelaria. Para diversos autores, los centros loceros más conocidos de Gran Canaria (especialmente La Atalaya y, luego, Hoya de Pineda, Lugarejos, Tunte y La Aldea) son todos descendientes de las tradiciones indígenas preeuropeas, incluso sus emplazamientos se relacionarían con otros centros alfareros prehispánicos que se ubicarían en esos mismos lugares (González Antón, R., 1977; Cuenca Sanabria, J., 1980 y 1986; López García, J. S., 1983 y Navarro Mederos, J. F., 1999). Sin embargo, nosotros entendemos que, según la documentación analizada, la mayor parte de los centros loceros de los que poseemos datos históricos parecen haberse establecido a comienzos del siglo XIX, concretamente entre 1806 y 1834 (por lo tanto son relativamente recientes), a partir de gentes procedentes (directa o indirectamente) de La Atalaya, como se constata en Hoya de Pineda, La Aldea, Tunte, Santa Lucía de Tirajana y La cerámica a mano… 207 parece apuntarse en Lugarejos y Moya. En el caso de La Atalaya, desconocemos cuándo comenzó la producción locera en este lugar; según la documentación analizada, la fecha más antigua que poseemos es 1752, sin embargo sabemos que ya a partir de 1663 existían en este lugar casas, cuevas, tierras labradas, un camino, un zumacal y una ermita (Zamora Maldonado, J. y Jiménez Medina, A., 2004: 50). La alfarería tradicional o popular canaria se caracteriza, como bien ya han apuntado otros investigadores (González Antón, R., 1977; Cuenca Sanabria, J., 1981; Zamora Maldonado, J. y Jiménez Medina, A., 2004: 249-250), por los siguientes aspectos generales (que describimos de forma breve y esquemática): 1.º Recogida de la materia prima: barro, arena (desgrasante), almagre, agua y leña (que podía ser, dependiendo del emplazamiento del centro locero, horgazo, retama, escobón, aulaga, tunera, etc., incluso hasta maderas). Generalmente las materias primas suelen localizarse próximas a los núcleos alfareros, si bien en ocasiones se hacían desplazamientos largos en su búsqueda y, en líneas generales, es un trabajo realizado tanto por el hombre como por la mujer, sobre todo por los más jóvenes. 2.º Preparación del barro: con métodos “rudimentarios” (majado, regado, pisado, amasado, etc.). Esta labor suele ser llevada a cabo por las mujeres, si bien se sabe de la existencia de hombres que también la realizaban. Consiste en el transporte del barro hasta la cueva, lugar en el que se machaca (normalmente con un mazo de madera, con una piedra, etc.) y se limpia de impurezas (raíces, piedras, etc.). Luego, la arcilla se deposita en un hoyo, denominado goro en Gran Canaria y barrera en La Gomera, que se sitúa tanto a la entrada como en el interior de la cueva. En el goro se le añade agua (acción denominada regado) y se deja para que se esponje (operación que puede durar varios días). Una vez el barro está esponjado se le añade la arena y, en algunas islas, también se agregan las raspas (o restos de barro de los recortados de las piezas), para luego amasarlo con los pies descalzos (en Hoya de Pineda y La Atalaya se amasa con un solo pie). Una vez amasado, se separa en bastos de barro, que se guardan bien tapados para que repose; de estos bastos se separa, a su vez, la porción adecuada para la fabricación de cada una de las vasijas o elementos. 3.º Levantamiento de las piezas: mediante la técnica del urdido (superposición de bollos de barro) y del estirado (con la ayuda de cantos rodados o callaos, denominados lisaderas de levantar. Vid. Rodríguez Rodríguez, A. et al., 2006). En este complejo proceso se sucede una serie de tres etapas: la primera consiste en la elaboración o fabricación del recipiente (en Hoya de Pineda se emplea el término “hacer la funda” para esta operación); la segunda se denomina habilitado, que consiste en el recortado o desbastado, así como el alisado posterior (que se realiza con tres tipos de piedras: la raspona, la saltona y la fina); y, la última fase caracterizada por el proceso decorativo, que incluye el almagrado y el bruñido. Por último se procede al secado y al guisado de las vasijas. Esta labor la hacían sobre todo las mujeres, aunque también sabemos de algunos hombres que, para el caso de Gran Canaria y Tenerife, levantaban y habilitaban piezas de barro (en el siglo XX) (Fotografía 2).XVIII Coloquio de Historia Canario-Americana 208 Fotografía 2: Juliana Mª Suárez Vega, “Julianita”, alfarera de Hoya de Pineda, Gáldar. Autor: Juan V. Sosa Guillén, 1976. 4.º Guisado o cocción: el guisado en Canarias se realiza generalmente en un horno cubierto con una sola cámara, monocámara, y con tiraje por la puerta, descrito algunas veces como un gran horno de pan (Sempere Ferrándiz, E., 1992). En Lugarejos (Artenara) se emplea el denominado sistema de calles (hoguera al aire libre, en el que las piezas se colocan entre hileras de cantos trabajados de piedra muerta, el espacio utilizado para la cocción se encuentra delimitado por paredes en el risco). En los hornos monocámaras se alcanzan temperaturas de hasta 800 y 1.000ºC. Esta operación es realizada exclusivamente por los hombres, que en algunos lugares se denomina “guisandero”. En Gran Canaria (Hoya de Pineda y Lugarejos) se han documentado en estos últimos años algunas cuevas artificiales que fueron utilizadas como hornos. La cocción suele durar unas 3 horas. En los centros loceros podían existir de 1 a 4 hornos de media. 5.º Distribución y venta: una vez elaborada la cerámica, se procedía a su comercialización, en muchas ocasiones empleando el sistema de trueque, que podía abarcar localidades situadas a varios kilómetros de distancia. Por ejemplo, en La Atalaya se vendía loza, en los últimos momentos de su producción tradicional, en los municipios de Las Palmas de Gran Canaria, Telde, Santa Brígida, San Mateo, Arucas, Teror, etc. La loza se transportaba o bien directamente (participaban niños y niñas, hombres y mujeres), o bien con la ayuda de un animal de carga, que solía ser un burro. Los artesanos se adaptaban a los ciclos agrícolas de recogidas de las diferentes cosechas, de tal manera que acudían a cada lugar en función del cultivo dominante. Las piezas cerámicas más usuales que se fabricaban (al menos a finales del siglo XIX y casi todo el XX) eran los lebrillos, las cazuelas, los cazuelos, las ollas, los tostadores (de millo, de café, etc.), las frigueras, las tapas (para bernegales sobre todo), los vasos, los bernegales, las tallas, las jarras, los porrones, las tinajas, los candiles, las palmatorias, los braseros, los fogueros, las hornillas u hornos de pan, los sahumerios o sahumadores, los ganiguetes, los gánigos, los pilones, las macetas, así como algunos juguetes (pequeñas figuras) e incluso pitos de agua (figuras zoomorfas) y los reverberos.La cerámica a mano… 209 Hemos englobado estas piezas, según la funcionalidad que presentan, en la siguiente propuesta tipológica: 1.º Preparación y manipulación de alimentos: lebrillos. 2.º Cocción de alimentos: cazuelas, cazuelos, ollas y tostadores o frigueras (de café, de millo, de castañas, etc.). 3.º Servicio y presentación de alimentos: cazuelos para servir leche, cucharas, platos, soperas y vasos. 4.º Almacenaje, transporte, contención y conservación: bernegales, jarras (recipientes de hasta 50 litros o más de capacidad), porrones, tallas, así como jarras pequeñas. 5.º Iluminación: candiles, palmatorias, etc. 6.º Contenedores de fuego: braseros, fogueros, hornillas u hornos de pan y sahumadores. Los reverberos, a pesar de no contener fuego, podrían encasillarse en este apartado, pues su función era la de calentar leche materna que luego era usada como remedio contra la otitis. 7.º Complementos: tapaderas de bernegales, tapas para ollas y cazuelos, etc. 8.º Higiene doméstica y personal: ganiguetes y pilones. 9.º Usos lúdicos: ceniceros, juguetes (generalmente eran réplicas en miniaturas de tallas, platos, vasos, etc., así como figuras) y macetas. 10.º Usos rituales: incensarios o sahumerios (o sajumadores). 11.º Indefinidos u otras funciones: todos aquellos elementos de los que se desconoce o no se puede determinar su funcionalidad. Hay que tener en cuenta que existen claras diferencias en las formas y las decoraciones que presentan las cerámicas según las islas de procedencia. Asimismo en cada isla, según el centro locero correspondiente, se observan también algunas diferencias. Para nosotros, un centro alfarero o locero se caracterizaría por ser un conjunto de alfares o talleres que forman parte de una misma unidad geográfica y en las que las características tipológicas de sus vasijas y las técnicas de elaboración poseen una similitud que les confiere un sello específico y diferenciador. Por otra parte, también hay que tener en cuenta que la cerámica producida en estos últimos tres siglos debe haber sufrido una lógica evolución en cuanto a las formas y decoraciones; de hecho, en los últimos 40 años, en diversos centros loceros han ido desapareciendo algunos recipientes (como las jarras de grandes dimensiones) y han surgido nuevos modelos de vasijas, especialmente los relacionados con las ferias de artesanía y con ventas turísticas (jarras o jarrones de poco tamaño, etc.). LA EXPORTACIÓN DE LOZA ELABORADA EN CANARIAS Las primeras referencias de loza elaborada en Canarias después de la conquista aparecen a comienzos del siglo XVI, especialmente cuando se citan los oficios de tinajero y ollero (procedentes sobre todo de Andalucía y de Portugal), tales como un tinajero asentado en XVIII Coloquio de Historia Canario-Americana 210 Daute (Tenerife) en 1524 (Serra Ráfols, E. y Rosa Olivera, L., 1970: 259), varios olleros que se asentaron uno en Telde (Gran Canaria), Mateo de Vega en 1525 (Zamora Maldonado, J. y Jiménez Medina, A., 2004: 45), otro en Arucas (Gran Canaria), Mateo de Beas en 1532 (Lobo Cabrera, M., 1982: II, 68) y otro en La Laguna (Tenerife) (Rosa Olivera, L. y Marrero Rodríguez, M., 1986: 366). Asimismo, para este siglo se sabe de la presencia de ollas canarias (desconocemos si son ollas de época prehispánica u ollas ya históricas elaboradas en Canarias) en un testamento fechado en 1571 (Lobo Cabrera, M., 1983: 94). Por otra parte, se plantea que en algunos ingenios azucareros, los olleros peninsulares elaboraban ollas, vasijas y tinajas, además de los moldes para los panes de azúcar (Aznar Vallejo, E., 1992: 513-514). Sin embargo, para este siglo XVI no se conocen referencias de cerámicas producidas en Canarias que se exportasen (que nosotros sepamos). Los primeros datos relativos a la exportación de loza producida en el archipiélago se localizan en el siglo XVII. El primer autor que alude a este tema es Fray José de Sosa, quien nos describe, para el año 1678, que en Gran Canaria se hacía loza a mano (sin torno, etc.), heredada de los antiguos habitantes prehispánicos, que se elaboraba para el “común servicio de los campos y aldeas”. Destacando los “barros curiosos” (búcaros, recipientes de color rojizo, con forma de pequeños vasos, para enfriar el agua) que se fabrican en la ciudad de Telde que eran embarcados para otras islas, a España y a otros reinos (Sosa, J. 1994: 297-298). Para el siglo XVIII conocemos algunos datos que confirman la exportación de loza canaria. Así en las Estadísticas Agrícolas e Industriales de la isla de Tenerife del año 1787 (Hernández Marrero, J. A. en Zamora Maldonado, J. y Jiménez Medina, A., 2004: 238), se cita que en el caso de Candelaria, Tenerife, “otras losas venden para las Islas y para la España y América”, dato que unos años antes el propio Joseph de Viera y Clavijo exponía, aclarando que las mujeres de este pago eran olleras y que fabricaban, entre otros, búcaros y barros que se estimaban fuera de las islas (Viera y Clavijo, J., 1967, II: 417) y que, unos años después, seguía manteniendo Francisco Escolar y Serrano cuando afirmaba, entre 1783 y 1806, que desde Candelaria se exportaba loza a América (Escolar y Serrano, F., 1983, III: 34-35). Asimismo, sabemos que en la isla de Tenerife, según el Padrón Vecinal de 1779, existían unas 245 loceras (Hernández Marrero, J. A. en Zamora Maldonado, J. y Jiménez Medina, A., 2004: 245). Unos años antes, en 1787, el valor de una talla fina alcanzaba, en Candelaria, los 15 reales, mientras que las más baratas se vendían entre 2 y 4 reales (Estadísticas Agrícolas e Industriales de la isla de Tenerife, 1787, Archivo Municipal de La Laguna). Mientras que para la isla de Gran Canaria, en 1835, solo en La Atalaya de Santa Brígida se han contabilizado unas 363 mujeres susceptibles de dedicarse a la fabricación de lozas (según el Padrón General de la Población de Santa Brígida, Archivo, Biblioteca y Hemeroteca de El Museo Canario, Zamora Maldonado, J. y Jiménez Medina, A., 2004: 57). Este alto número de loceras para estas islas entre los años 1779 y 1835, unido a la cantidad de piezas que podían elaborar diariamente, entre 5 y 7 piezas, según los datos de Francisco Escolar y Serrano (1983, III: 34-35), sin embargo según la tradición oral algunas loceras podían elaborar hasta 20 piezas al día, nos hacen pensar que la producción alfarera podía alcanzar un volumen muy considerable. En ese sentido, se estima que en 1799 sólo en la isla de Tenerife se producirían de 625.975 a 705.600 piezas; por otra parte, entre 1793 y 1806 en Candelaria (Tenerife), 120 mujeres producían unas 288.000 piezas cerámicas anuales (Escolar y Serrano, F., 1983, III: 34-35); mientras que en Gran Canaria, sólo en el año 1835 en La Atalaya de Santa Brígida se fabricarían de 927.465 a 1.045.440 piezas.La cerámica a mano… 211 Estos datos nos platean que cada habitante de Canarias, para el año 1779 (la población en 1797 ascendía a 173.865, según Waldo Giménez Romera, 1868: 8), consumiría entre 4 y 5 piezas (teniendo en cuenta solo la producción de la isla de Tenerife, por lo que habría que añadir la producción de los otros centros alfareros de las restantes islas). Por otra parte, en el año 1835 (en 1836 la población canaria era de 199.182, según el citado Waldo Giménez Romera, 1868: 8), cada habitante consumiría entre 5 y 6 piezas. Sin embargo, hay que tener en cuenta que no todos los habitantes consumen loza, solo se compra loza por unidad familiar (generalmente); asimismo, la loza era un artículo que se reaprovechaba, incluso se lañaba si se fracturaba y es conocido que en las sociedades rurales el menaje cerámico suele ser muy pobre, así cada familia, de 6 a 12 miembros, solo tendría en total unas 5 ó 7 piezas cerámicas: una talla, un bernegal, una jarra, un lebrillo, un tostador, una olla, un sahumerio y poco más; en las zonas urbanas, la cantidad de piezas solía ser mayor, tal vez hasta 10 ó más piezas (llegando, según el poder adquisitivo, hasta 30) por familia al año. Por ello consideramos que esta cantidad de piezas fabricadas se podría relacionar más con un mercado de exportación que con el autoconsumo propio del archipiélago. Para el siglo XIX, el volumen de piezas exportadas, sobre todo a comienzos de esa centuria, fue muy importante; de hecho, existen diversas referencias muy reveladoras al respecto. En ese sentido, Francisco Escolar y Serrano (1983, III: 381, 386, 401, 408, 413, 415 y 420) cita la salida desde la aduana de Tenerife hacia Buenos Aires (Argentina), en 1802, de un barco con 816 piezas de loza (cuyo valor fue de 1.284 reales de vellón); ese mismo año partió otro buque hacia La Habana (Cuba) con una carga estimada de 1.783 piezas de loza (con un valor de 2.800 reales de vellón). Por otra parte, también desde Santa Cruz de Tenerife la goleta “Aurora” partió, el 13 de septiembre de 1837, a Puerto Rico con, entre otras mercancías, 100 bernegales (El Altante, Santa Cruz de Tenerife, 13-9-1838, p. 4), mientras que el bergantín “Tenerife” se fue rumbo a La Habana (Cuba), según salida efectuada el día 28 de diciembre de 1838, con unos 355 bernegales encestados (El Altante, Santa Cruz de Tenerife, 28-12-1838, p. 4). Además de América, también se llegó a exportar algo de loza al vecino continente africano, así la goleta “San Antonio” partió desde el mencionado puerto de Santa Cruz de Tenerife hacia Sierra Leona, el día 25 de diciembre de 1837, con un carga de 36 bernegales (El Altante, Santa Cruz de Tenerife, 25-12-1837, p. 4) (Fotografía 3). Fotografía 3: bernegal, colección de D. Juan Ramírez Pérez, Santa Lucía de Tirajana. Autor: Antonio M. Jiménez Medina, 2004.XVIII Coloquio de Historia Canario-Americana 212 Año Nº de piezas Destino Valor (en reales de vellón) 1800 Se estima 191 San Juan de Puerto Rico 300 1802 816 Buenos Aires, Argentina 1.284 1802 Se estima 1.783 La Habana, Cuba 2.800 1804 Se estima 420 Buenos Aires, Argentina 660 1804 Se estima 45 Cumaná, Venezuela 72 1804 Se estima 229 La Habana, Cuba 360 1837 100 (bernegales) San Juan de Puerto Rico Se estima 157 1837 36 (bernegales) Sierra Leona Se estima 56 1838 74 (bernegales) La Habana, Cuba Se estima 116 1838 355 (bernegales) La Habana, Cuba Se estima 557 Total 4.049 6.362 Cuadro 1. Exportación de loza canaria desde 1800 a 1838, con salida desde el puerto de Santa Cruz de Tenerife. Fuente: Escolar y Serrano, F., 1983, III: 381, 386, 401, 408, 413, 415 y 420. Periódico El Atlante, Santa Cruz de Tenerife (13-9-1837, p. 4; 25-12-1837, p. 4; 7-7-1838, p. 4 y 28-12-1838, p. 4). Nota: los totales son estimativos. Elaboración propia. Si tenemos en cuenta que, de media, cada pieza de loza podría venderse a 1,57 reales de vellón (según cálculo establecido para 816 piezas que poseen un valor de 1.284 reales de vellón), se estima, para los años comprendidos entre 1800 y 1838, que se exportó un total de 4.049 piezas elaboradas en Canarias, con un valor de 6.362 reales de vellón. Es de destacar que en el período de tiempo comprendido entre 1800 y 1804 (antes de la pérdida de las colonias americanas) se exportaron aproximadamente 3.484 piezas, con un valor estimativo de 5.476 reales de vellón (el 86% del total exportado entre 1800 y 1838), mientras que una vez transcurrida la Guerra de la Independencia y la pérdida de las colonias americanas, solo se exportaron unas 565 piezas, con un valor aproximado de 886 reales de vellón (el 14% del total exportado entre 1800 y 1838). Además de esta exportación hacia los continentes americano (especialmente) y africano, también había un mercado insular en el que se vendían lozas entre las islas. Así, desde Tenerife se llevaba loza a Gran Canaria (según entrada en el puerto de Guía, fechada el 24 de diciembre de 1761, con 72 piezas de barro basto a 3 reales. Archivo Histórico Provincial de Santa Cruz de Tenerife, Libro de entradas al puerto de Guía), o desde Gran Canaria a Tenerife, para luego exportarla a otros países (Hernández Marrero, J. A. en Zamora Maldonado, J. y Jiménez Medina, A., 2004: 251), o desde Gran Canaria a otras islas, como se afirma en la documentación de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Las Palmas, en la que se cita que en 1788 la loza de La Atalaya de Santa Brígida se usaba “en todas las cocinas de esta isla y parte de las otras” (González de Chávez, J., 1983). Por otra parte, para este siglo XIX, Antonio Mederos Sosa citaba que en torno a 1894, desde el barrio costero de San Andrés (Santa Cruz de Tenerife), todavía se exportaban cuarterones y ollas hacia otras islas, en especial a Lanzarote, que se vendían o cambiaban por garbanzos u otros productos (Mederos Sosa, A., 1944: 192-193). Otros datos para la reflexión, que ahondan aún más si se quiere en la producción locera, que nosotros consideramos que se relacionaría con la exportación de este producto, es el hecho de que en Candelaria el número de alfareras varía de 65 en 1799 a unas 172 en 1816, es decir, casi el triple en solo 17 años (Hernández Marrero, J. A. en Zamora Maldonado, J. y Jiménez Medina, A., 2004: 255). Por otro lado, tanto en Candelaria como en San Andrés La cerámica a mano… 213 (principales centros alfareros productores de loza destinada a la exportación en Tenerife), sus emplazamientos se relacionan con la rápida salida del producto, al ubicarse en la misma costa, cuestión que facilitaba, obviamente, el proceso de embarque (mientras que el resto de los centros alfareros de la isla y del resto del archipiélago se emplazan en el interior). En el caso de Candelaria, además, se da otro tipo de circunstancias que influyen en la elección de este enclave, tales como el emplazamiento en un lugar con clara conexión con el mundo religioso, en el que la Virgen de Candelaria actuaría como protectora no solo de las loceras y de su oficio, sino también para la actividad comercial. Asimismo, el propio hecho de ser Candelaria una entidad en la que transitan numerosas personas, debido al peregrinaje, etc., supondría un aliciente más a la hora de tener un mercado interno en el que vender el producto a los visitantes (curiosamente este hecho de vender loza en un enclave de peregrinación se repite tanto en Teror, Gran Canaria, con la Virgen del Pino, así como en el Valle de Santa Inés, Fuerteventura, en el que se aprovechaba el paso de los peregrinos hacia Betancuria para ver a la Virgen de La Peña). En el caso de Candelaria, creemos que es un centro productor que se fundó, o se desarrolló, por la necesidad de crear un enclave costero dedicado a la exportación pues, además de lo expuesto, se da la circunstancia de que las materias primas necesarias para la fabricación de la cerámica (sobre todo el barro y el almagre) se obtienen en áreas alejadas de la zona de producción, tales como Araya y Aroba (en el municipio de Candelaria) en el caso del barro, y El Tablero y La Esperanza en El Rosario en el caso del almagre (Benítez Reyes, P. y Marrero Fuentes, D., 1998: 71). En San Andrés, el barro se encuentra muy próximo a este pueblo costero, concretamente a las afueras. Tal cantidad de mujeres dedicadas a las labores alfareras, así como de cerámicas elaboradas en Canarias sobre todo a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX (1787-1804), solo se explicaría por la necesidad de poseer una producción importante en volumen destinada a la exportación de loza hacia otros lugares (además de la producción para el consumo interior y local). De hecho, se han documentado otros oficios asociados a las loceras, como fueron las vendedoras y vendedores de loza (citados en el Padrón Vecinal de Tenerife del año 1779, Hernández Marrero, J. A. en Zamora Maldonado, J. y Jiménez Medina, A., 2004: 246), los guisanderos (encargados del guisado o cocción), las personas que vendían o intercambiaban barro a las alfareras, así como las personas encargadas exclusivamente del habilitado (acabado) de las piezas (Zamora Maldonado, J. y Jiménez Medina, A., en prensa). Todo ello denotaría una especialización del trabajo en las cadenas operativas y de la comercialización de los productos, por lo que se podría hablar o plantear la existencia de una “industria manufacturera” de carácter artesanal. LA DESAPARICIÓN DE LA EXPORTACIÓN DE LOZA CANARIA Creemos que este gran proceso exportador comienza a decaer a partir de la grave crisis económica y social que atraviesa España a comienzos del siglo XIX, condicionada sobre todo por la Guerra de la Independencia (1808-1814); el cambio político que conllevó grandes períodos de inestabilidad y de enfrentamientos entre monárquicos-conservadores y constitucionalistas-liberales, a raíz sobre todo de las Cortes de Cádiz (1812); la caída del comercio del vino (1814) y, especialmente, la pérdida de las colonias americanas desde 1811. Durante esta época de crisis se desatan varias epidemias de fiebre amarilla (1811, 1841 y 1863), gripe (1821), viruela (1825) y cólera morbo (1851), así como diversos episodios de hambrunas, sobre todo entre 1804 y 1813 (Brito González, O., 1989: 12).XVIII Coloquio de Historia Canario-Americana 214 También en esta época se observa una presión contributiva muy alta (del 33%), así como una destrucción sistemática de los montes, la degradación de los suelos, etc. Por otra parte, hay que tener en cuenta la propia dinámica y evolución de la población canaria, caracterizada por un 90% de analfabetismo, un 70% de población agraria y un 45% menor de 20 años, a lo que se suma una fuerte ocupación del territorio, en especial de las islas de Tenerife y Gran Canaria (tanto por la población propia del lugar como por la emigración del resto de las islas), para la época, con un alto número de habitantes (237.036 habitantes para 1860). Durante esta fase histórica también se observa una gran tasa de natalidad (50 por 1.000), así como de mortalidad infantil, que era del 200 por 1.000 (Brito González, O., 1989: 68). Asimismo, un aspecto muy importante es el control absoluto de la propiedad de la tierra en manos de la burguesía rural (a través de relaciones matrimoniales endogámicas); de hecho, 13 contribuyentes controlan el 80% de la propiedad agraria de las Islas (Brito González, O., 1989: 74). La situación de crisis y malestar es tal que se producen episodios muy violentos (sobre todo relacionados con el control de la tierra y la falta de alimentos), tales como los motines producidos en la isla de Gran Canaria, valgan como ejemplo los de Arucas en 1800, La Aldea de San Nicolás en 1808 y el denominado de Doramas que abarca una serie de años, desde 1808 hasta 1823 (Suárez Grimón, V., 1991: 504-505). Todos estos factores hacen plantear a algunos historiadores que la sociedad canaria de esta época se podría considerar como feudalizada y propia del Antiguo Régimen. Ante este panorama de grave crisis económica, social y política, agravado por el cierre del comercio con América, se produciría una fuerte bajada de las exportaciones de loza. En el caso de Gran Canaria, tal vez esta caída de ventas de lozas para la exportación fuera la causa por la que algunas familias de La Atalaya de Santa Brígida tuvieran, de forma forzosa, que emigrar a otros pagos de la isla, en los que se establecieron fundando una serie de nuevos centros loceros. Podría ser, según las noticias aportadas por diversos autores como Francisco Escolar y Serrano, etc., que hasta finales del siglo XVIII, pero sobre todo a comienzos del siglo XIX, solo existía un único centro locero en Gran Canaria, el de La Atalaya de Santa Brígida, citado ya en el siglo XVIII en algunos documentos depositados en el Archivo Histórico Diocesano, como Las Cuevas de las Loceras. Este gran centro alfarero proporcionaría toda la loza a la isla, si bien habría que hacer la salvedad sobre el centro locero de Lugarejos, pues desconocemos si este estaría en producción antes del siglo XIX. Es curioso señalar que, al menos para esta isla de Gran Canaria, al desaparecer el gran mercado productor de cerámica para la exportación, surgen nuevos centros alfareros (Hoya de Pineda, Tunte, Santa Lucía de Tirajana, La Aldea de San Nicolás y Moya). Las causas que conllevaron a la fundación de estos centros loceros de Gran Canaria en diversas localidades pueden ser variadas y un tanto complejas de constatar, puesto que estas podrían relacionarse, entre otras, con traslados a: lugares en los que se habían asentado con anterioridad parientes que les facilitarían la llegada y la búsqueda de una vivienda o cueva donde alojarse y poder vivir; entidades en las que sería necesario abastecer de loza, dada la población con que contaba en los alrededores (Gáldar-Guía, Moya-Arucas, Agaete-Artenara, Tunte-Santa Lucía de Tirajana y La Aldea de San Nicolás de Tolentino-Mogán); enclaves próximos a las materias primas necesarias para la elaboración de las piezas cerámicas, tales como el barro, la arena, el agua y la leña, así como espacios en los que existía la posibilidad de ocupar algún lugar para el hábitat, en los que no existiesen problemas o trabas legales para el asentamiento, tales como las laderas de Hoya Pineda, los riscos de Tunte o Santa Lucía de Tirajana.La cerámica a mano… 215 CONCLUSIONES A raíz de los estudios que hemos elaborado en estos últimos años planteamos que la existencia y presencia, a nuestro entender, de los principales centros productores de loza de las islas de Tenerife y Gran Canaria podría deberse, además del abastecimiento local e insular, a la necesidad de producir cerámica destinada a la exportación, que se embarcaría rumbo a América, África y a la Península Ibérica. Conocemos diversas fuentes históricas que citan este proceso de exportación para los siglos XVII, XVIII y XIX, sobresaliendo los datos expuestos para comienzos del siglo XIX (1800-1838), que apuntan a unas 4.049 piezas elaboradas en Canarias que son exportadas por un valor estimado de 6.362 reales de vellón. De entre las piezas elaboradas que más llegaron a exportarse, parece ser que fueron los búcaros y los denominados barros (durante los siglos XVII y XVIII), mientras que entre 1837 y 1838 fue el bernegal, algunos de estos bernegales presentaban la característica de estar encestados (creemos que para proteger mejor la pieza de posibles golpes durante la travesía, o por la utilidad que tendrían una vez que llegaran a América, como pudiera ser el transporte de agua, o de cualquier otro líquido o mercancía). En todo caso, parece que la cerámica exportada era de muy buena calidad, con la pecularidad de presentar una decoración rica y variada (aspecto este último que está en proceso de estudio y análisis), lo que se ha denominado como loza fina. El negocio que generó la exportación de loza tuvo que ser lucrativo, o al menos daba beneficios importantes (no tanto a las productoras, es decir las loceras, que siempre fueron pobres, sino a los intermediarios, exportadores o comerciantes), puesto que de manera contraria no hubiese permanecido durante tres siglos. Ahora bien, de ¿quién surgió la idea?, parece claro que no fue de las loceras, consideramos que los comerciantes acaudalados o los miembros de la oligarquía tuvieron que ser los propulsores de este comercio, que se enmarca en el sistema precapitalista de esa época. La desaparición de este mercado de exportación se relacionaría con la grave crisis económica, social y política que padeció Canarias desde comienzos del siglo XIX y que se prolonga casi en toda la centuria; entre otras cuestiones habría que reseñar la Guerra de la Independencia, la caída del comercio del vino, la pérdida de las colonias americanas, el enfrentamiento entre monárquicos y constitucionalistas, los períodos de hambrunas y de epidemias, la presión contributiva, el control absoluto de la propiedad de la tierra en manos de la burguesía rural, la sucesión de diversos motines, etc. En el caso de la isla de Gran Canaria, ante este panorama de grave crisis económica, social y política agravado por el cierre del comercio con América y, por tanto, por la bajada de las exportaciones de loza, algunas, o muchas, familias de La Atalaya de Santa Brígida tuvieron, de forma forzosa, que emigrar a otros pagos, en los que se establecieron fundando una serie de nuevos centros loceros (este hecho está especialmente documentado para la isla de Gran Canaria a partir de 1806). Nos quedaría por reflexionar sobre si la existencia o presencia en Canarias, al menos desde finales del siglo XVII, durante el XVIII y comienzos del XIX, de la producción locera estaría más en relación con esa exportación que con el abastecimiento de cerámica en las Islas para las clases más populares, dado el número importante de alfareras que debieron existir, la enorme cantidad de piezas fabricadas que se estiman, así como la presencia de una especialización en el trabajo de las cadenas operativas y de la comercialización de los productos (alfarera especializada en el levantado de las piezas, alfarera especializada en el habilitado o acabado de las piezas, guisandero y vendedora de loza), por lo que se podría XVIII Coloquio de Historia Canario-Americana 216 hablar o plantear la existencia de una “industria manufacturera” de carácter artesanal (sobre todo a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX). En todo caso, también habría que reflexionar si la propia presencia en Canarias de la loza histórica, tradicional o popular (términos que en algún momento habrán que definir, matizar, o explicar), elaborada a mano, es fruto de una herencia prehispánica para abastecer a esas clases con menor poder adquisitivo, o consecuencia de una amalgama de influencias (prehispánica; europea, especialmente de Andalucía, Extremadura y Portugal; morisca e inclusive, tal vez, negra africana) destinadas a un sistema económico precapitalista (en sus comienzos), enfocado a la exportación de un producto económico, demandado y lucrativo. Tal vez, las posibles y diversas respuestas a las reflexiones aquí planteadas, como ya hemos comentado en otros trabajos, tengamos que buscarlas en el estudio de la documentación histórica, en las intervenciones arqueológicas que deberían efectuarse en diversos alfares de los centros loceros susceptibles de ser investigados, así como en el estudio de los materiales cerámicos (desde los estudios tipológicos y morfológicos hasta los análisis mineralógicos, etc.) y en la revisión de los trabajos etnográficos realizados hasta el momento.La cerámica a mano… 217 BIBLIOGRAFÍA AFONSO GARCÍA, Manuel: Greda. Manual de alfarería popular canaria, Santa Cruz de Tenerife: Centro de la Cultura Popular Canaria, 1983. AZNAR VALLEJO, Eduardo: La integración de las Islas Canarias en la Corona de Castilla (1478-1526). Aspectos administrativos, sociales y económicos, Madrid: Cabildo de Gran Canaria, 1992 (2ª edición). 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