CANARIAS EN LOS ORIGENES DE LA COLONIZACION
DE GUINEA
DONATO NOONGO-BlDYOGO
© Del documento, de los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2009
Las Islas Canarias han jugado un papel fundamental en la
colonización española en Africa. Por una parte. todas las expediciones,
mandadas desde la metrópoli, pasaron por estas islas
--exceptuamos la 2."-. Por otro lado. toda idea colonizadora se
ha basado siempre en la confluencia entre comercio y geografía.
reservando una participación destacada en los hechos a lo que
acaecía a ambas orillas del Océano Atlántico.
La presente ponencia va desmenuzando las distintas expediciones
y las causas de sus fracasos. teniendo como hilo conductor
el abandono oficial de España hacia Guinea Ecuatorial. Se pudo
hacer más de lo que se hizo o hacerlo mejor.
En la actualidad y desde el punto de la vista de la investigación,
sigue sin existir una bibliografía seria que ayude a situar la
realidad de un país -Guinea Ecuatorial- que se debate en busca
de su identidad y una investigación rigurosa que contribuya al esclarecimiento
de unas relaciones que es necesario situar en el contexto
de la historia.
Al iniciar esta intervención, resulta obligado hacer constar, junto a
) la gratitud debida a los organizadores de estos coloquios por la inclusión
de la misma entre los trabajos a analizar por tan prestigiosos asistentes,
las dificultades que encuentra el investigador a la hora de abordar
un tema prácticamente inédito y que han sido expuestas por anteriores
oradores. Por un lado, la historiografía española no se ha
ocupado apenas -y a punto estamos de suprimir el «apenas>)- de las
relaciones coloniales entre España y Guinea Ecuatorial, si bien constatamos,
con el natural regocijo, que desde hace aproximadamente un
lustro crece el interés por el conocimiento científico de una realidad
que se ha venido hurtando a la sociedad española, y por tanto a la
guineana y a la universal, puesto que es fundamentalmente desde la
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antigua metrópoli, por razones bien evidentes, desde donde se puede
acometer con rigor dicha tarea.
Ello ha motivado que algunos especuladores de la historia, desde
países centroeuropeos y no se sabe bien con qué intenciones últimas,
nos presenten una serie de obras en las que cualquier parecido con la
realidad es una mera coincidencia. Lo cual no tendría mayor importancia,
ni repararíamos en ellos, si esos libros no se hubieran convertido en
verdaderos manuales para la cooperación española en Guinea Ecuatorial
y los españoles interesados en el tema, quienes parten así con una
información viciada de origen, a falta de una bibliografía seria que ayude
a situar la realidad de un país que se debate en busca de su identidad,
y a falta de una investigación rigurosa que contribuya al esclarecimiento
de unas relaciones que es ya necesario situar en el contexto de
la historia, clausurando un período en el que la prioridad otorgada a las
emociones no siempre se presenta como el medio adecuado para la
consolidación de nuestro Estado.
Al mismo tiempo, esa carencia de investigaciones, quizá debida al
casi nulo estímulo que encuentran en los organismos culturales españoles
quienes quisieran y pudieran dedicarlas su tiempo y su ciencia, ha
acentuado la orfandad de Guinea Ecuatorial en el contexto africano,
mayoritariamente enlazado con otros polos lingüísticos y culturales. De
manera que en la obra de historiadores de la categoría de un Ki-Zerbo
y no haría falta citar a franceses y británicos, apenas existen referencias
sobre el papel de España en nuestro continente. Por ello, iniciativas
como la que nos reúne aquí hoy son sumamente positivas, y deseamos
que continúen en el futuro para que los pueblos guineano y español
sean capaces de seguir encontrándose desde la perspectiva común que
el destino nos deparó.
En esa historia común, las Islas Canarias han jugado un papel de
primer orden, desde su posición como avanzadilla española en el Atlántico
Sur. Si toda idea colonizadora se ha basado en la confluencia
entre comercio y geografía, el Archipiélago, que emerge en un mar que
unifica a tres continentes tan heterogéneos, no podía sino reservarla
una participación destacada en los hechos que acaecían a ambas orillas
del Océano Atlántico. Muy avanzado está el nivel de los conocimientos
acerca de la influencia de estas islas en el continente americano; y,
aunque su divulgación haya sido menor hasta ahora, también se han
esclarecido suficientes aspectos de las relaciones entre Canarias y el
Noroeste Africano, como atestigua nuestra reunión. Por el contrario,
el estado de la investigación acerca de los vínculos entre Canarias y la
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Costa Africana al sur del Cabo Verde, yen particular en el Golfo de
Guinea, permanece en estado casi embrionario, por lo que el trabajo
que con humildad someto a la consideración de todos ustedes no puede
tener otra pretensión que la de abrir un caminito en la espesura.
El Tratado hispano-portugués de San I1defonso, de 1 de octubre
de 1977, venía a zanjar las diferencias territoriales existentes entre las
dos naciones ibéricas en América del Sur, mediante la cesión española
a Portugal de las provincias de Santa Catalina y Río Grande do Sul; el
reconocimiento de la soberanía española sobre Uruguay, o Sacramento,
y la transferencia por Portugal a España de las islas de Annobón y
Fernando POOl. El Tratado de el Pardo de 24 de marzo de 1778, ratificaba
el anterior, ampliando las concesiones a las costas anejas, especificando
como objeto del mismo «pueda haber entre los súbditos de ambos
soberanos un tráfico y comercio franco y libre de negros»2. Para
tomar posesión de estos nuevos dominios, salió de Montevideo hacia el
Golfo de Guinea el 17 de abril de 1778 una expedición española dirigida
por el brigadier D. Felipe de Santos Toro, conde de Argelejo. Conocidas
son las múltiples vicisitudes por las que hubo de pasar esta
primera expedición española a las islas guineanas, las cuales determinarían
su fracaso, no lográndose, en casi cinco años de permanencia en el
Golfo, el objetivo de la ocupación efectiva.
Varias son, si bien nos limitaremos a enumerar simplemente algunas,
las causas de este primer fracaso español en Guinea: junto al complicado
sistema jerárquico, con un mando en la práctica tricéfalo (el
brigadier Conde de Argelejo, el teniente coronel D. Joaquín Primo de
Rivera y el capitán de fragata D. José de Varela Ulloa, de lo que se
quejaría el primero en despacho al ministro de Indias, D. José de Gálvez,
marqués de la Sonora3
), se observa la actitud de las autoridades
portuguesas en Guinea, remisa a hacer a España entrega de los nuevos
territorios; a todo lo cual se sumó la falta de información sobre las
condiciones existentes en las islas guineanas, la indisciplina de las
l. Este último en anexo reservado. que no podía ser publicado hasta que España
tomara posesión de sus nuevos dominios. Víd. texto íntegro en Abelardo de Unzueta:
Historia Geográfica de la Isla de Fernando Poo. IDEA. Madrid. 1947. pág. 347-357. YJ.
Fontán Lobé. rev. «Africa». 18 junio de 1943. n." 17.
2. Arts. 13 y 14. Víd. texto íntegro en Agustín Miranda Junco: Leyes coloniales.
Madrid. 1945. págs. 13-15.
3. La documentación relativa a la expedición de Argelejo puede encontrarse en el
Archivo de Simancas.
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tropas expedicionarias, en las que hubo sublevaciones; la casi nula prevención
sanitaria y la hostilidad de los nativos.
El resultado de todo ello puede resumirse en dos frases y alguna
estadística: el 16 de octubre de 1780, a los dos años y medio de iniciada
la expedición, el Intendente de la misma, D. Miguel de Lucas, dirigía
desde Sao Tomé al ministro Gálvez un informe en el que no omitía su
estado de ánimo «inconsolable por los complicados funestos acontecimientos
de esta Expedición, opuestos a las Reales miras del Soberano
», en el que describía el «progreso del estrago que se ha experimentado
en la tropa y en la marinería». Un año después es el capellán del
navío «Santiago», Fray Manuel González de Ramos, quien resume en
cifras los datos de la expedición, a septiembre de 1781; de los 547 expedicionarios
destinados a Guinea desde marzo de 1778, sólo quedaban
con vida 110, y de éstos, tan solo 26 regresarían a Montevideo el 12 de
febrero de 17834
.
Las noticias llegadas a España sobre las difíciles condiciones en
que tenía lugar la primera toma de contacto con Guinea impulsaron al
Conde de Floridablanca y al ministro Gálvez a enviar socorros a los
expedicionarios. El ministro de Indias, el 27 de mayo de 1779 escribía a
D. Bartolomé de Casabuena y Guerra, del Consejo de S.M., Juez superintendente
del Comercio de Indias y de Arribadas y Subdelegado de
la Intendencia General de la Marina del Departamento de Cádiz en
Canarias, comunicándole las gestiones intentadas desde la península en
socorro de los expedicionarios de Guinea, considerando más ventajoso
«para evitar retardos» el flete desde Canarias de una embarcación de
«las mayores para llevar víveres, caldos y medicinas, así como la gente
que necesiten para establecerse en aquellas islas» de Fernando Poo y
Annobón. A tal fin, Casabuena contrató el navío comercial tinerfeño
«Santiago», cuyo dueño, en vista de las circunstancias, lo cedió gratuitamente,
con la única condición de que el seguro del buque corriera por
cuenta de la Real Hacienda, zarpando de Tenerife el 21 de noviembre
de 1779. Otros buques fletados desde Cádiz, como la polacra «Santa
Engracia», se trasladaron a Canarias, donde fueron armados con cañones,
marineros, grumetes y pajes, pudiendo salir «sin recelo de corsarios
», del puerto de Tenerife.
4. Vid .. entre otras fuentes. Manuel Cencillo de Pineda: El brigadier Conde de Argeleio
y su expedición militar a Fernando Poo en 1778. IDEA. Madrid. 194R. pág. 167.
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Según se desprende de los largos relatos del capellán de la nave
«Santiago», el antes citado Fray Manuel González de Ramos, cuyo manuscrito
ha podido llegar hasta nosotros gracias al rastreo del también
sacerdote y uno de los primeros misioneros españoles en Guinea,
D. Miguel Martínez Sanz, esta embarcación canaria llegó a Fernando
Poo, donde sólo pudo recoger «los tristes residuos» de «la más desgraciada
expedición», llevando a los supervivientes a la isla de Sao Tomé,
donde, al año siguiente, libraría una batalla contra navíos británicos en
la noche del 23 de septiembre de 1781. Merece la pena transcribir un
breve pasaje de este episodio: «Aconteció aquella noche haber muerto
un soldado, y como el capellán acabase de asistirle a su muerte, y estar
levantado, y uno de los oficiales de la fragata, que sintieron en el silencio
de la noche los remos que venían acercándose, llamaron prontamente
a todos los que pudieran estar en espectación y disposición que
el tiempo les permitió, dando parte al capitán; en efecto, los canarios,
aunque sin fuerzas, cargados de achaques epidémicos, tuvieron valor
para defenderse con honor. Los ingleses rompen fuego al abordaje por
la proa de la nao. Los canarios les corresponden de tal suerte, que se
numeraron de los ingleses 27 muertos, y dos que amanecieron tendidos
sobre la cubierta por haberse entrado, y cuatro que fueron malheridos,
que se supo haber muerto al tercer o cuarto día, para computar de ellos
33 muertos, y de los nuestros sólo tres heridos, de los que uno se murió
a los quince días, por haber sido grave la herida en una ingle, natural de
Canarias, su nombre Francisco Gil; a otro le pasó una bala la palma de
la mano, que estuvo enfermo bastante tiempo, el que murió mucho
tiempo después en Brasil, sin ser de este accidente, su nombre José
Martín de Saá, natural de Santa Cruz de Tenerife; algunas otras balas
recibieron otros blancos y negros en el cutis, que se las sacaron con
facilidad»5. Este mismo barco sería el encargado de transportar a los
restos de la expedición desde el Golfo de Guinea a Montevideo, regresando
a las Islas Canarias el 2 de marzo de 1784.»
Desde la perspectiva del acontecer histórico, no resulta arriesgado
afirmar que en el origen del desinterés de España por Guinea se halla
el fracaso de esta primera e:wedición, en la que tan decisiva como
cruentamente ya tomaron parte las naves y los hombres de Canarias. Y
5. Breves apuntes de la isla de Fernando Poo. manuscrito de Fray Manuel González
de Ramos. hallado en Tenerife por D. Miguel Martínez Sanz. ef. Abelardo de Unzueta.
Ob. cit.. págs. 116-121.
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tal fracaso alimentaría la leyenda -que hasta cierto punto perdurade
la inutilidad de una presencia real de España por aquellos territorios,
justificada por la hostiI1dad de los nativos, por otra parte muy
natural en tiempos de esclavitud y de conquista; la insalubridad del
clima y la falta de rentabilidad de los territorios, asertos estos últimos
falsos, como lo demuestra la historia comparada de la colonización africana
y los datos económicos.
Si a niveles oficiales las posesiones centroafricanas de España fueron
casi olvidadas, no sucedía lo mismo en los ambientes de la incipiente
burguesía, interesada en el mercado colonial antillano. El aumento
de la producción, acelerado en Cuba durante el último tercio del siglo
XVIII y el primer cuarto del XIX, y simultáneo al hundimiento de la
producción en las Antillas francesas como consecuencia de la revolución
antiesclavista en Haití, requería necesariamente el aumento del
tráfico esclavista entre las costas africanas y las Antillas. El nivel actual
de la investigación aún no permite un cómputo ponderado de la actividad
esclavista española en este período, que en cualquier caso parece
relativamente importante. Lo que sí consta es el establecimiento de
factorías negreras españolas a lo largo de la costa africana cedida por
Portugal en el Tratado de El Pardo, como las del delta del Níger, Corisca
y Cabo Lópes, más otras situadas más al norte, en la desembocadura
del Volta y río Gallinas. La época del esclavismo español coincidiría,
sin embargo, con la expansión de las ideas abolicionistas anglofrancesas,
bajo las cuales, y salvada la labor de humanismos bienintencionados,
subyacía el interés por imponer el liberalismo comercial en el tráfico
interatIántico, erigido por la industrialización europea. Precisamente
la destrucción por los ingleses de estas factorías españolas, el.
continuo perjuicio causado a la marina española por los apresamientos
de sus buques por navíos británicos y franceses bajo la represión de la
trata de negros, y la paulatina ocupación de estas potencias de territorios
teóricamente españoles en el Golfo de Guinea impulsaron al gobierno
de Espartero a mandar una expedición militar al Golfo de Guinea
con el fin de restablecer los dominios de España, tras sesenta y
cinco años de abandono.
Dicha expedición, compuesta por un solo barco, el bergantín
«Nervión», a cuyo nombre estaba el capitán del navío D. Juan José de
Lerena, investido como Comisario Regio con plenos poderes en los
asuntos políticos y militares, no tocó curiosamente ningún puerto canario.
Salió de Cádiz el 18 de diciembre de 1842, y, según el relato que
nos ha llegado del capellán de la misma, fray Jerónimo Usera, arribó el
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9 de enero siguiente a Sierra Leona, donde recabó información sobre el
Tribunal Mixto Antiesclavista, que allí funcionaba, anclando en Fernando
Póo el 23 de febrero.
La expedición española se encontró con una isla britanizada, en la
que no había un solo súbdito español. Desde 1783, tras la partida de la
expedición de Argelejo, Inglaterra venía mostrando inusitado interés
por la ocupación de Fernando Póo, que finalmente llevaría a efecto el
capitán Owen en 1827, con la fundación de Port-Clarence, la futura
Santa Isabel y actual Malabo. En 1831, el gobierno británico ofreció al
español la permuta de Fernando Póo por la isla Vieques, aledaña a
Puerto Rico y también ocupada de manera ilegal por Inglaterra, propuesta
no aceptada por Madrid, a pesar de lo cual el real Almanaque
inglés incluía, todavía en 1856, a Fernando Póo entre las posesiones
británicas. Sin que podamos detenernos en los detalles, baste decir
que, a partir de la década de los treinta y hasta 1858, Fernando Póo se
convirtió en la plataforma británica de exploración y conquista de la
costa africana, mediando incluso un intento de venta de la isla al Reino
Unido por 60.000 libras (1.500.000 ptas.), presentado al senado por el
ministro de Estado, D. Antonio González, el 9 de julio de 1841. De
este modo, el comisario Regio Lerena hubo de nombrar Gobernador
de Fernando Póo a un británico, John Beecroft, porque no había ni un
solo súbdito español en la isla de Fernando Póo tras 65 años de soberanía
española.
La tercera expedición española, con D. Adolfo Guillemar de Aragón
como comisario Regio, partió de Cádiz el 28 de julio de 1845, a
bordo de la corbeta «Venus». El 2 de agosto fondeaba en Tenerife y el
5 en el puerto de la Luz, Gran Canaria, donde permaneció un total de
44 días, tiempo que se supone justificado por reparaciones y reclutamiento
de expediciones. Este viaje, que en cierto sentido sustituía a
otro no realizado por Lerena, tiene una gran importancia: permitió
afianzar la soberanía política española sobre Fernando Póo, Corisco,
Elobeyes y Annobón; obtener la retirada de los misioneros protestantes
de estos territorios; incorporar a la jurisdicción eclesiástica española
las posesiones guineanas, hasta entonces dependientes del Obispado de
Príncipe, es decir, de Portugal, y castellanizar la toponimia de Fernando
póo.
Tales medidas, sin embargo, apenas surtirían más efecto que el
anecdótico, pues mediaron otros doce años de abandono hasta la llegada
del primer gobernador español, D. Carlos Chacón, que tomó posesión
de su cargo el 26 de mayo de 1858. El gobierno Chacón fue el
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primer intento del Estado Español de establecer una colonia en el Golfo
de Guinea, en el sentido en que se entendía entonces el vocablo,
amparado en la prosperidad económica alcanzada en la llamada década
opulenta. La promulgación del Estatuto Orgánico, el censo de Santa
Isabel y las disposiciones en materia de colonización avalan tal aserto.
Pero fracasaría fundamentalmente, ya nuestro entender, por estos motivos:
al creciente interés de Francia y Gran Bretaña por el comercio
africano, en la primera fase de las exploraciones, siendo a la vez los
países que respaldaban mediante sus inversiones la expansión del período
de O'Donnell; al debilitamiento de una metrópoli angustiada por
el emerger de las nuevas repúblicas americanas y a la idea de establecer
colonias de población, en un mimetismo con América, en un hábitat
radicalmente distinto, sin estudiar las condiciones específicas.'A los
pocos meses de la llegada de esta expedición fallecía un elevado porcentaje
de sus miembros, repatriándose a los supervivientes. La idea de
establecer una colonia de población en Guinea permanecerí~ vigente
en las autoridades coloniales españolas hasta casi mediar el siglo xx, si
bien el Estatuto Orgánico de 1904 ya definía los territorios del Golfo de
Guinea como «colonias de explotación»6.
No es extraño, pues, que en diciembre de 1869 el Gobierno del
general Prim nombrara una comisión para estudiar «la conveniencia de
abandonar o seguir nuestra permanencia» en el Golfo de Guinea, pues
según el preámbulo del Decreto «desde 1858 hasta la fecha van gastados
50 millones de reales y a pesar de este sacrificio no existe un metro
de carretera, ni un puente sólido, ni apenas un edificio de mampostería,
ni un pueblo nuevamente creado, ni un indígena o bubi conquistado
a la civilización española (... ). Urge, pues, averiguar si aquel país
reúne condiciones bastante favorables para crear una provincia española
ventajosa para el Estado ( ... ) o si convendría más perder lo gastado
y abandonar este proyecto ... ». Pero el plazo dado a la Comisión transcurrió
sin que ésta emitiera un dictamen, y no se volvió a hablar más
del asunto, al parecer perdido entre el cúmulo de sucesos que desembocarían
en la proclamación de Amadeo de Saboya como rey de
España?
Que los millones de reales gastados hasta entonces se hubieran
podido recuperar a medio plazo «si hubiese habido orden y gobierno a
6. Vid .. entre otros. Abelardo de Unzueta y A. Miranda Junco. obs. cits.
7. Leyes coloniales. pág. 142.
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Canarias en los orígenes de la colonización de Guinea 463
la inversión», en expresión de J. Costa1
\ lo prueba el hecho de que el
tabaco cultivado por un grupo de deportados políticos cubanos a Fernando
Póo obtuviera la medalla de Oro en la Exposición Universal de
Amsterdam en 1878. Aun siendo la calidad inferior a la de Cuba y
Filipinas, el tabaco de Guinea era mejor que el de Canarias, siendo
apta su hoja fina para formar capa. También la miel de caña fernandina
se reputó mejor que la puertorriqueña, según comunicación del gobernador
D. José de Ibarra en 1886. Ya casi a finales de siglo, en 1856. un
agricultor cubano, el Sr. Macari, propuso al Gobierno español y a la
Compañía Arrendataria de Tabacos se le facilitasen los medios para
establecer en Fernando Póo plantaciones de tabaco, llevando trabajadores
de Cuba y Canarias. Pero el Ministerio de Ultramar ni siquiera
contestó a esta proposición, que sin duda hubiera puesto en valor la
agricultura de Fernando póo.
En Real Orden de 22 de junio de 1863, el Ministerio de Ultramar,
a propuesta del Gobernador López Ayllón, disponía que «todos los
buques de la marina de guerra que salgan para Fernando Póo toquen
en Santa Cruz de Tenerife para recoger y admitir a bordo la correspondencia
y los diferentes objetos que para atenciones de aquella colonia
se hallan detenido en dicho punto y que serán entregados por el Gobernador
Civil», oficializándose así una práctica que hasta entonces era
casi general, y vinculándose mucho más, en lo económico y en las comunicaciones,
el archipiélago canario y las posesiones españolas del
Golfo de Guinea'!, aunque la liberalización total de las exportaciones
canarias al Golfo de Guinea se llevaría a cabo ya bien entrado el siglo
xx, el 17 de febrero de 1925 10
•
El 8 de enero de 1875. coincidiendo con la Restauración de la
Monarquía española y el primer gobierno canovista, embarca en Cádiz
Manuel de Iradier a bordo del correo «Africa», desembarcando en
Santa Cruz de Tenerife el día 12. Iradier permaneció en las Canarias
casi cuatro meses, ambientándose y ultimando los preparativos para
sus exploraciones en la Guinea Continental. El 24 de abril zarpa en el
vapor inglés «Loanda», llegando a Santa Isabel de Fernando Póo el 16
8. En un extenso y vibrante artículo titulado: Con un escrúpulo de colonia no se es
potencia colonial, en: «Rev. de G." Colonial y Mercantil». n." 6. págs. 568-570. Madrid.
1900. Cfr. Tomás García Figueras: La acción africana de España en tomo al 98. tomo ll.
pág. 41.
9. «Leyes coloniales. pág. 42.
10. lbid .. p{]g. 604.
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de mayo. La situación de la isla era catastrófica, según transcribe el
propio explorador por boca del Secretario del Gobierno, D. Anselmo
Gazulla: «Esta isla riquísima (... ) se halla en la actualidad en el mismo
estado que cuando la descubrieron. Aquí se produce cacao, el café, el
algodón, la canela, la caña de azúcar; hay bosques enteros de caobos,
de tekas, y de otros árboles cuyas maderas son preciosas, pero este
cúmulo de riquezas no las aprovecha la metrópoli. No tenemos recursos
ni para pagar a los trabaj adores de color ... »I l.
Partió Iradier inmediatamente hacia Corisco, donde le recibió
Nyamango, jefe de la confederación de tribus, los combe, recorriendo
la cuenca del río Muni durante casi un año, al cabo del cual regresó a
Fernando Póo, donde permaneció otros quince meses. Esta primera
expedición de Iradier, patrocinada por la Asociación Eúsquera «La Exploradora
», tiene una importancia decisiva en la historia de las relaciones
coloniales hispano-guineanas, como se comprobaría veinticinco
años después, en las negociaciones del Tratado de París de 1900, y por
lo mismo, podría decirse que es el origen de la actual configuración de
Guinea Ecuatorial. Es una verdadera lástima que la situación interna
de Guinea Ecuatorial en 1975, correlativa a la española de entonces, no
permitiera conmemorar el centenario del primer viaje de tan insigne
como curioso personaje. Y ahora se cumple el centenario de su segundo
viaje, realizado en 1884 en vísperas de la Conferencia de Berlín, por
lo que sería deseable que los historiadores no desaprovechasen tan propicia
ocasión para traer a la memoria colectiva unos hechos que inciden
de modo singular en la configuración del siglo XIX español. Y ya que
hemos mencionado la Conferencia de Berlín, sería de suma utilidad
que los tratadistas de historia contemporánea reflexionaran públicamente,
con las aportaciones de su investigación, sobre el papel durante
ella por España, aprovechando también su inminente centenario.
En vísperas de la Reunión Internacional de Berlín, partió de nuevo
Iradier esta vez acompañado no por su mujer y su cuñada, sino por
el propio Gobernador, Montes de Oca y por Amadeo Ossorio, bajo el
auspicio de la Sociedad Española de Africanistas, nacida un año antes
por iniciativa de Joaquín Costa, alma de la Sociedad de Geografía Colonial.
De Barcelona salieron elIde agosto de 1844, llegando a Santa
Cruz de Tenerife el día 6. Como entonces había que guardar una cuarentena
en las Canarias, impuesta por las autoridades sanitarias, demo-
11. M. Iradier: Africa. tomo 1 (2." ed.). Vitoria. 1958. pág. 82.
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raron su salida hasta el 23, recorriendo los expedicionarios la Orotava,
La Palma, Las Planas y Lanzarote. El 28 de septiembre desembarcaban
en Fernando Póo. El silencio casi total que rodeó a la primera expedición
de Iradier l2 contrastó con la publicidad dada a este segundo desde
su fase preparatoria, dando como resultado la entrada de Alemania en
el litigio colonial mediante la ocupación de Camerún al que se ha referido
Mt. Carreras, frente a la isla de Fernando Póo, precisamente la
zona que pensaban explorar, Iradier y M. de Oca, al norte del río
Campo.
De manera que cuando se reunió la Conferencia de Berlín para
tratar sobre las cuestiones del Congo, y España adujo sus derechos en
el hinterland comprendido entre la desembocadura del río Niger y Gabón
y el curso del Ubangui, las demás naciones, sobre todo Francia,
Inglaterra y Alemania afirmaron la primacía «de la fuerza sobre el derecho
», alegando que España no había ocupado sino unos cuantos kilómetros
del territorio continental en la desembocadura del río Muni. La
cuestión quedaría sin ser resuelta durante la Conferencia misma, por lo
que Francia -que había ido ocupan~o gran parte del litoral del Golfo,
hasta la actual Bata- y España iniciaron conversaciones para delimitar
sus fronteras africanas (incluyendo Marruecos y el Sahara), mediante
acuerdos bilaterales.
Se iniciaba así la Conferencia de París, en la cual un canario, Fernando
León y Castillo, embajador en París, jugaría un papel de primer
orden.
Diversos autores como Joaquín Costal3
, José M.a de Areilza y Fernando
Castiella l4
, Manuel de Zarzo l5
, y, más recientemente, el profesor
Víctor Morales Lezcano ló han analizado, desde muy diferentes
puntos de vista, la posición de España y la labor del marqués de Muni
durante las negociaciones que concluirían con el Tratado de París de
1900, en el que quedaban delimitadas políticamente las fronteras actuales
de Guinea Ecuatorial (si bien la Comisión de límites no concluiría
12. Tan sólo hubo referencia del mismo en la «Revista de Provincias» y en el «Boletín
de la Geográfica». este último a base de fragmentos de su diario. recopilados por el
geógrafo Francisco Coello. Víd., entre otras fuentes, Ricardo Majó Framis: /radier en la
Guinea Española, IDEA. Madrid. 1954.
13. Artículo citado ut supra.
14. Reivindicaciones de España.
15. Actuación de los misioneros españoles en la cuestión del Muni.
ló. León v Castillo, Embajador (/887-/9/8).
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sus trabajos sobre el terreno hasta casi tres años después). No añadiremos,
pues, ningún dato a lo ya conocido, pero sí vaya permitirme una
reflexión: España pudo hacer algo más de lo que hizo en Guinea, o, si
se quiere, pudo hacer mejor lo que hizo en Guinea. Y esto que decimos
no debe entenderse sólo referido al pasado remoto sino al pasado reciente
e incluso a la actualidad, pues cualquier observador atento a la
política exterior española, y en particular, a lo que acontece en Guinea
Ecuatorial, convendrá con nosotros, en que las fronteras políticas de
Guinea Ecuatorial siguen en litigio. y que las negociaciones de París no
concluyeron con la firma del Tratado de León y Castillo-Delcassé, sino
que, en cierto sentido, siguen abiertas.
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