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EL CAPÍTULO DE CANARIAS EN EL ISLARIO DE ANDRÉ THEVET Los inicios de la Historia Canaria cuentan con dos momen-tos especialmente ricos en información: el representado por las Crónicas de la Conquista y el de los grandes autores de finales del siglo XVI, caso de Torriani, Espinosa o Abreu Galindo. La obra de estos últimos prueba que entre ambos momentos persis-tieron fuentes y tradiciones históricas, que creemos no total-mente desveladas. Por esta razón, parece interesante aducir nuevos testimonios, que, al estar en contacto con ellas, permi-tan completar y contrastar los datos ya conocidos. Este propósi-to cuenta ya con algunas aportaciones, como la ofrecida por F. Morales Padrón en Canarias en los Cronistas de Indias "Anuario de Estudios Atlánticos", 10, 1964. Consideramos que las mismas deben extenderse a autores no hispanos, como en su día hizo A. Cioranescu con la publicación de Thomas Ni-chols. Mercader de azucar, hispanista y hereje (La Laguna, I.E.C., 1963), lo que proporcionaría, además, un reflejo de la imagen del Archipiélago en Europa. En esta segunda vía se in-serta nuestra comunicación, que pretende dar a conocer la vi-sión de un viajero francés del siglo XVI. Su autor es André Thevet (1503- 1592), cosmógrafo real, que visitó diversas partes de Europa, Cercano Oriente y Améri-ca del Sur. Sus observaciones se plasmaron en varias obras, una de las cuales: La singularitez de la France antartique (1558), movió a Thomas Nichols a redactar su Descripción de las Islas Afortunadas (1 583), para rebatir algunas de sus informaciones. La que hoy presentamos no llegó a ver la luz de la imprenta y fue compuesta en los últimos años del autor, posterior por tanto a La Cosmographie Universelle (1 575), su trabajo más conocido y completo. Su título exacto es Le grand Insulaire et pilotage Uiindrirt Thrvri, Angoumoi~in, cosmographe úu Roy, úans ie-que1 sont contenus plusiers plants d'isles habitées et deshabitées et description d'icelles y se conserva en la Biblioteca Nacional Eduardo Amar Vallejo de Pans, bajo la signatura Mss. Francais 17.174 (si bien existe otro ejemplar en Mss. Francais 15452). Su fecha de redacción es 1586, aunque recoge experiencias bastante anteriores. Sus fuentes de información son sus propios viajes, de los que conocemos dos al Archipiélago -el segundo de ellos en 1555-, y la abundante bibliografía manejada. En ésta figuran escritores españoles, fundamentalmente los relacionados con Indias, y en especial Lopez de Gomara, y otros europeos, caso de los grandes especialistas de la época en descripciones geográ-ficas: Munster, Boesme o Belleforest, sin olvidar por ello auto-res clásicos como Plinio, Solino, etcétera. Se trata además, de un hombre puntualmente informado, como queda patente en su cita de la obra de fray J. Gonzalez de Mendoza, publicada el año anterior a la redacción del manuscrito y de la que hubo tra-ducción francesa hasta dos años después de concluído el mismo. En general, es crítico con sus contemporáneos, a quienes no acepta sin contraste previo con su prüpiü ~üii~~iriíicfiüiü ~ p i - nión. No sucede así con los autores y fuentes anteriores, de los que a veces presenta versiones discordantes. Esto se debe, sin duda, a la imposibilidad de hacer una comprobación personal, base según él del saber de los "modernos". De ahí su acritud hacia los compiladores y escritores "de gabinete", como Belle-forest o López de Gomara. Su obra deja traslucir en algunos momentos la situación de enfrentamietno existente entre esDa-ñoles y franceses, lo que le hace caer en algunas interpretacio-nes pintorescas, como en el ataque de Pie de Palo a La Palma; pero normalmente se mantiene en unos niveles de comedimien-to. El conjunto resultante es un buen exponente del conoci-miento europeo de las Islas y del saber cosmográfico de la épo-ca, de alcance limitado, pero no excento de informaciones va-liosas y, en algún caso, novedosas, como en lo relativo a la ex-pedición de don Luis de la Cerda. Nuestra labor en esta empresa científica ha consistido en la traducción y anotación del texto. Hemos prescindido, por tanto, de la edición simultánea del mismo, ya que consideramos que ésta debe hacerse en forma íntegrd, pues ¡a obra tiene milito e interés suficientes. La traducción ha respetado, hasta el limite de lo posible, el estilo y la puntuación del autor, sacrificando a este intento algunos valores literarios pero no de comprensión. El comentario, por su parte se ha orientado a situar el conteni-do de la obra en su contexto histórico, tal como lo conocemos pnr ntm filentes y mtcrer. Pnr e!!^, hemos limitado nuestra in-tervención a los aspectos netamente relacionados con el conoci-miento histórico y concernientes al Archipiélago. Hemos omiti- El capítulo de Canarias en el Islario ... 833 do comentar, así mismo, algunos temas harto conocidos, como puedan ser las referencias a las figuras de Sertorio o Juba y otros aspectos de la histonografía clásica, ampliamente contem-plados en los magníficos comentarios de A. Cioranescu a las obras de Tornani, Abreu Galindo, Viera, etcétera. La glosa del texto va estmcturada en notas fuera de texto, que permiten una fluidez de lectura y que no interfieren en la estructuración de la obra. El alcance de las mismas se limita a la cabal explicación del texto, huyendo, por tanto, de informaciones suplementarias y emditas. Dicho esto, pasemos al texto de Thevet y a su comentario. ISLAS CANARIAS /fol. 69 r0/ Habiendo dejado el estrecho de Gibraltar, del que he-mos hablado más arriba, comenzamos a surcar el mar con-tiguo al continente, durante buen trecho hasta que encon-tramos varios escollos a flor de agua. Omito describir aquí las comodidades, incomodidades y peligros de este mar, conjunto de cosas contenidas en el Reino de Marruecos, puesto que os lo escribí ampliamente tanto en mi Historia Cosmográfica como en mi Libro de Hombres Ilustres, en los que representé el retrato al natural del gran Cherif [sic por Jarife] que vivió en nuestra época, cuya historia fui el primer historiador que sacó a la luz. Sé bien que no hace mucho un señalado personaje llamado Nicolás Vignier, médico, ha osado decir en su libro de la Biblioteca Históri-ca, a pesar de no haber visto nada, salvo lo que iigeramen-te compiló y tomó de mí, que Juan León y Osorius habían hablado de ello antes que yo, cosa que niego: es verdad que los susodichos hablaron en pocas palabras de cierto Zerif, y no Cherif, que vivió largo tiempo antes que éste, que fue después rey de Marruecos, Fez, Sus y Tremecen, Y que había nacido cerca de las montañas del Atlas. Zerif era de la Alta Nubia y nació en la ciudad de Borne, que toma Eduardo Aznar Vallejo su nombre de un gran lago, que está próximo; de tal mane-ra que aunque los dos personajes fuesen africanos, estaban alejados el uno del otro mas de 450 leguas. Lo que alega el dicho Vignier tampoco es verdad en lo que cuenta de los turbantes de los persas, que dice ser rojos, cosa mal com-prendida por él, dado que sus turbantes son blancos como los de los turcos, que ellos llaman quezelbas. Los armenios y georgianos les dan el nombre de cash-hictz, y sus muje-res llevan sobre la cabeza un lienzo blanco y delgado, que llaman en su dialecto sinaco lescheque, y sus pendientes caucheles. Ved como se equivoca este pobre hombre, lo mismo que hace el hablar de Egipto, donde dice que hay m DN una ciudad llamada Siras mucho mas grande /fol. 69 v0/ E rica y opulenta que el gran Cairo. Yo he vivido cerca de 6 O - años en Egipto, sin haber oido hablar de esta ciudad de Si- -- um ras, imaginada según me parece. Para volver a nuestra EE ruta, pusimos proa al sur, soplando el viento de la banda S E del Norte, y navegamos, teniendo viento favorable, toda la - noche con la «bourse» [vela al tercio] y la gavia, hasta el 3 día siguiente en que apercibimos al Cabo de Cantin, dis- -- tante unas 5 leguas de la isla de Lanzarote, que tiene su 0 m E punta en la parte de Noroeste. De esta parte se descubre O un pequeño roque, alrededor del cual hay bastante profun-didad y buen anclaje. A la mañana siguiente fuimos a ex- - E plorar la orilla de dicha isla, cuya descripción y la de todas - a las otras islas Afortunadas, llamadas Canarias, os represen- 2 - to en planta para contentar al lector, pilotos y marineros. -- Al otro día por la mañana fuimos a explorar el interior de 3 la isla, hasta las cinco, en que pusimos rumbo a la otra O banda, de tal manera que corrimos y doblamos la punta. Toda la costa de la isla de Lanzarote es baja y poco monta-ñosa. En los alrededores de esta isla, en la cima de algunas montaiias y en pequeñas chozas apercibimos ciertos moros esclavos, que hacían vigilancia por mandato de sus seño-res[']. Lo que aceptan de buena gana los otros insulares. Es- !. !A UedicaciS~r r.i!itz de !es esc!aies meRsc~sd e L a n z a ~ t ey FUegerentüra es, a pesar de la extrañeza del autor, recogida por otras fuentes, en especial por Grego-rio CHIL Y NARANJO, quien en sus Estudios históricos, climatológicos y pa~oldgicos El capitulo de Canarias en el Islario ... 835 tos esclavos están alertas y prontos a correr hacia la parte donde se presenta la ocasión, desde que se aperciben de navios extranjeros. En verdad, pocos franceses e ingleses desembarcan en estas islas Afortunadas, o Canarias, que no pierdan algunos de sus hombres, o que no reciban una buena paliza, si no son los mas fuertes. Sobre las diez de la noche nos hicimos a la vela, poniendo el rumbo al sur, que nos condujo a la isla de Fuerteventura. Y el piloto debe anotar aquí que hay entre estas dos islas, a saber Lanzarote y Fuerteventura, un gran «forillon», si es preciso que hable como marinero, que no es otra cosa que un roque puesto en la mar o en /fol. 70 r0/ alguna isla y que se eleva en for-ma de faro, el cual puede ser reconocido de 4 ó 5 leguas desde el mar. Fuerteventura es montañosa, arenosa y en su mayor parte desierta, bastante cerca una de otra. Habien-dolas reconocido de inmediato, viniendo del norte navega-mos hacia la parte opuesta, es decir la parte del Sur o de Midi, hasta Fuerteventura. No aproximamos nuestro na-vío a esta isla, así que vinimos a echar el ancla, al faltamos el viento a la rada de la isla de Canaria, que lleva el nom-bre de todas las otras islas, habiendo dejado varias isletas deshabitadas. A la derecha, esta isla de Canana es de tierra baja y arenosa, teniendo un fuerte en el que hay milicianos o soldados. Bastante cerca de él vimos un gran mogote, que parece una isla. En medio de éste aparecen tres protu-berancias de tierra, en forma de triángulo, que están pega-das a la gran isla, la cual está muy próxima al castillo. Bre-vemente, tal como me he apercibido, todas estas islas son en su mayor parte desiertas y poco agradables. El terreno es muy caluroso. Esta isla es reputada como la mejor de todas por el tráfico de azúcar y de lino ,que aquí se recoge[*]. Habiendo levantado el ancla, con las velas bajas, comenza-de las Islas Canarias Las Palmas de Gran Canaria, 1876-1879 Tomo 111, pág. 581), señala que «numerosos mahometanos formaban cuerpos de milicias en Lanzarote y Fuerteventura». 2. Destaca en esta mención la importancia concedida al lino; puCs la del azúcar es de sobra conocida. Debía de tratarse de un auge reciente, pues ni en los protocolos notariales del primer del siglo XVI ni las Ordenanzas de dicha Isla (1531) se hace Eduardo Aznar Vallejo mos a descubrir la isla del Pico de Tenerife, que por su gran altura, debida a una montaña que está allí, se puede descubrir en plena mar de doce o quince leguas, lo que es una de las maravillas del mundo, como os relaté bastante ampliamente en mi Cosmografía. Por ello, me excuso de deciros mas. Aunque esta isla nos quedaba al Oeste- Sudoeste, corrimos toda la costa al Noroeste, donde vi-mos algunas casillas por las colinas y montañetas, y es-tando alejados tres leguas de la tierra hicimos un largo y tomamos el camino del sudoeste para ir a tomar agua; pero los españoles que habitan estas islas no quieren nun-ca permitir /fol. 70 va/ que se haga aguada aquí. Entre tanto, el viento cambió al sudoeste, con un poco de sur, lo que nos hizo andar muy poco camino, surcando el mar de aquí y de allí para ganar terreno. Al día siguiente, so-bre las tres de la madrugada tuvimos viento tan fuerte y olas tan altas, que nos condujeron a pesar nuestro a la parte del noroeste, teniendo solamente las velas bajas; la continuidad de este viento desatado hizo que el barco en el que yo estaba se quebrase, lo que obligó a sacar la bo-nete y a arrizar los «papefix», lo que se hizo no sin gran miedo de naufragio. Esto duró hasta el día siguiente sobre las seis de la mañana, cuando se guindaron las velas, te-niendo viento del Nordoeste muy favorable que nos con- Eleva- dujo con la bonete todo aquel día. Antes de pasar más allá, ción hay que hacer constar que Gran Canaria se encuentra en de un clima dulce y agraciado, sobre la misma altura que diré Gran después. Debo deciros igualmente la etimología del nom- Canaria bre de los Canarios y la posición y meridiano de las Islas de Canaria, situadas en el costado occidental de Maurita-nia; presentándose el tema tan a propósito, no he querido dejarlo escapar sin daros razón, tal como os la presento aquí, dejando por describiros las Islas de Palma, Gomera y Hierro. Prosiguiendo nuestro camino, comenzamos a en-mención al trabajo del lino. Conviene recordar, por otra parte, que las-ordenanzas Tv,: -:-" A - T ---- :e- , , = A ? \ -..- ,A,. -- -.-....-o +: ,, -,*, .."da h,, ,.A-a,,,.,, A,, ICJ& uc 1 c i i c i i i c ( I J - ~ L ) , D G ~ L ~ IYU~ LU \ \U= ~ U L ULIC LI I~U a C J L ~p a ~wab 11- ~ V I L I C Z A ~ Y U V el trato de los linos e linces» (Vid. ARCHIVO MUNICIPAL DE LA LAGUNA-N 14. Ordenanzas Viejas, títulos «de las aguas y abrevaderos» y «de los oficiales». El capitulo de Canarias en el Islario ... 837 Jan de Boes-me Y Belle-forest se e-quivo-can Mar de las contrar casi todo el mar cubierto de pescado de todas las especies; dejando la isla de madera a la derecha, tan cele-brada por el vino y el azúcar, vino que dicen mas delicado que las malvasias de Candia, como os he dicho en otro lu-gar. Había olvidado decir y advertir una falta muy grave hecha por Belleforest en el libro que glosó de Jan de Boes-me, capítulo noveno, donde dice que estas islas de Canaria son así llamadas por el número de perros que mantienenl31. La cosa es tan falsa como lo que dice después de que hay cuatro habitadas por cristianos y tres pobladas por idola- Y que no tienen ninguna certidumbre de religión, por lo que unos adoran al sol /fol. 71 rol y otros a la luna, forjándose cada uno un Dios tal como lo ve en la fantasía. Lo que es muy falso. Pues están pobladas de españoles, a saber Canaria, de la que todas las demas !levan e! nnm-bre, Tenerife y La Palma. El pobre hombre se equivocó mucho; y otros tanto como él, puesto que son las tres is-las mas fértiles y mas pobladas de cristianos del conjunto. He aquí lo que es hablar de memoria y sin experiencia al-guna. Para no ser demasiado largo me ha parecido sufi-ciente poner de relieve las tres principales de las Cana-rias, que han dado nombre a las demas, y las han hecho conocer en todas partes. En cuanto a la Gran Canaria, se ve la relación que tiene con el nombre de las otras Cana-rias; pero también deben su apelación a Tenerife, puesto que la montaña del Pico, que está en esta isla, antigua-mente fue llamado Elbard, y dió nombre al resto de las Canarias, como mostraremos en el capítulo de Tenerife. El mar que está entre España y las Canarias es llamado por algunos el mar de las YeguasL51. La razón es la siguiente. El 3. Franpis de BELLEFOREST es un cosmógrafo francés del siglo XVI, cuya princi-pal obra es la Cosmographie C'niverselle, publicada en Paris en 1575. Buena parte de su trabajo consistió en la glosa y ampliación de otros autores, como Boesrne o Munster. 4. En este caso, Belleforest sigue a Alvise CA DA MOSTO (Vid. Relato de los viajes a la costa occidental de Africa. Lisboa. Academia Portuguesa da Historia. 1948- 1950. Cap. VII), sin reparar en que este autor escribe en 1456-57, antes de la in-corporación de las islas mayores a la Corona de Castilla. 5. Esta expiicación difiere de ia de Gonzalo FEKNANDEZ DE OVIEDO en His-toria general y natural de las Indias (Cf. F. MORALES PADRON: Canarias en los Cronistas de Indias, "Anuario de Estudios Atlánticos" 10 (1964); pág. 210), que la 838 Eduardo Amar Vallejo Ye- año mil quinientos catorce sucedió que los Africanos que guas poseían entonces estas islas, por el buen pasto y la benigni-dad del aire que veían en estos lugares, deliberaron poblar-las de diversos géneros de animales, entre otros, de un gran número de yeguas, y algunos caballos, que quisieron transportar de una tierra a otra, pero los barcos se perdie-ron, ahogándose tanto hombres como bestias. Desde aquel tiempo, los bárbaros que lindan con esta costa ma-rina le han dado el nombre de d'Araad, a causa de los grandes truenos, así llamados por los africanos, que allí son muy frecuentes, principalmente cuando el sol se aproxima a nuestro trópico de verano, lo que sé muy bien m 0" por haber visto y sentido tales tormentas. En este lugar el E flujo corre de una manera impetuosa /fol. 71 v0/, princi- O palmente con vientos del sudoeste y nord-nordeste de- n-- m senfrenados. Habiendo llegado a la rada de la isla de Ca- O E naria, la que está a la parte del este (pues hay varias ra- E 2 das), hay que echar el ancla al noroeste o al oeste noroes- - E te, en línea recta a un pueblo llamado San Vicenter61. Por otra parte, ha habido dificultades sobre el número de las 3 - Canarias. Unos dicen que sólo hay seis, otros ponen siete, - 0 m a saber Canaria, Tenerife, Gomera, Lanzarote, Fuerte- E ventura, La Palma y El Hierro; otros añaden otras tres, a O 6 saber la Isla Blanca, así llamada a causa de las arenas n blancas que allí aparecen, la isla de Argazze, o de Ias a-E urracas, porque dicen haber en ella cantidad de tales pá- l jaros, y la tercera de los corazones [coeurs, por cuervos?], n n pero temo mucho que estos últimos tomen las Islas de Cabo Verde por estas[']. Otros añaden a las siete las de 3 O Roexe [sic, por Roque], Alegranza y Graciosa. Personal-mente, me coloco del lado de los que sólo reconocen sie-te. P ~ e ssi se trata & contar todos los pequeños islotes pone en relación con los animales arrojados por las flotas camino de Indias. En cual-quier caso, su argumentación es insostenible por la fecha consignada, en la que no existía dominio africano en las Islas. 6. Se trata, seguramente, de una confusión, pues tal nombre no esta documentado por ningún tipo de fuentes. 7. Tales denominaciones no corresponden tampoco al Archipiélago de Cabo Verde. El capifulo de Canarias en el Islario ... 839 Error del capi-tán Jan Alphon-se Isla de Canaria Planta de ferula vacios y separados, de los que unos solo tienen media le-gua y otros una, estoy convencido que serían mas de trein-ta. Así se equivocó grandemente el capitán Jan Alphonse, quien para perfeccionar el número de estas ocho Canarias hace mención de la isla de Fuego; si pretendía hablar de la de Cabo Verde se alejó demasiado, más aún si pensaba for-jar entre las Canarias otra digna del nombre de Tenerife, por lo que es necesario que vuelva al punto de nuestras sietef81. Estas Islas Canarias estan situadas hacia la costa occidental de Mauritania, en el cabo que llaman de Boja-dor, a doscientas leguas de España. Están sometidas al co-mienzo del segundo clima, sexto paralelo. Su día mas largo es de trece horas un cuarto. Es en estas islas, en las que los antiguos geografos queriendo describir toda la superficie de la tierra redonda /fol. 72 ra/ y las verdaderas distancias de dos lugares particulares, colocaron primeramente un grado y medio exacto y seguro, y de allí, según la sucesión de los números, viniendo de este a oeste describieron toda la masa de la En cuanto a nuestra Canaria, que es otra de las mas renombradas, escircular y bastante monta-ñosa, pero al pie de los montes se ven los mas bellos jardi-nes que es posible contemplar y donde crecen los mejores frutos del mundo .y de simples los mas singulares y muy buscados por nuestros "simplicistas". En otras, hay una planta y especie de palmeta que tiene las hojas como el hi-nojo, pero mas anchas y ásperas, de la que extraen el agua y se la dan a los que sufren dolores de cólico pasión [sic] o a los que vomitan sangre, y se encuentra de dos maneras: una negra, cuyo jugo es muy amargo, y la otra blanca, que echa un licor dulce y agradable para beber['"]. Pero no sé si 8. Se trata de Jan Alfonce (o Alphonse), marino, de origen controvertido, al ser-vicio de Francisco 1, cuyas peripecias se recogieron en Les voyages avanturex du capi-taine Jan Alfonce ... (Poitiers, 1559). Sus actividades como corsario en las Islas pueden seguirse en A. RUMEU DE ARMAS: Piraterias y ataques navales contra las Islas Ca-narias. Madrid. C.S.1-C. 1945- 1950. Págs. 101 - 1 10 9. Parece referirse a Tolomeo. !O. Las refe~ficiasa estas fh!as esdn turnadas de P!iiiio. A!onso de Santa Citz relaciona una de ellas con el Garoé (Cf. F. MORALES PADRON: Op. cit., pág. 195). También se denominan palmetas o cañahejas. Bajo esta ultima voz las recoge VIERA Eduardo Amar Vallejo Ele-vación de la Gran Canaria Porque estas islas los simplicistas la catalogarán como palmeta, atendiendo a que la que vive en Italia y en otros lugares de Europa es baja y la de Canaria es igual a varios de nuestros arbustos. Esto debe atribuirse a la tierra, que provee de tal manera humor a las plantas, que lo que aquí sería pequeño se am-plía allí como lo mas grande, no variando en nada esta amplitud la proporción. del grosor y la anchura. Además de ésta, crece aquí otra hierba en lugares rocosos y por las montañas, que llaman «oricelle>, [por orchilla], y no sola-mente en esta de Canaria sino en todas las otras, en espe-cial en la de El Hierro, la cual recogen tan diligentemente como se hace con el pastel de Languedoc["l. Se encuentra también en diversos lugares de Africa. Los árabes le dan el nombre de «Geretb. Es con esta hierba con la que se tiñe tan lindamente los cordobanes que se compran en España, y ha sido considerada tan limpia para el curtido que se usa ya en diversos lugares de Europa. En cuanto al descubri-miento de estas islas, lo trato en la isla de Tenerife, así como de las costumbres de los insulares y otras singulari-dades de las que el lector podrá estar informado por lo que traté en mi Cosmografía. Antes de concluir este capítulo /fol. 72 v"/ añadiré dos palabras para advertir que la Gran Canaria, de la cual doy el plano ahora, se encuentra a veintiseis grados y medio de latitud y veintisiete grados de longitud. Y después, que fueron llamadas Afortunadas por los antiguos, a causa de que los cartagineses habiéndolas alcanzado las olvidaron hasta el punto de decir que eran tan sanas, tan fértiles y abundantes de todo lo necesario para la vida del hombre, que sin trabajo o preocupación los habitantes vivían largamente y sin sentir molestia ni enfermedad ninguna. Y la cosa llegó hasta el punto de que Y CLAVIJO en su Diccionario de Historia Natural (Las Palmas de Gran Canaria, 1866; 2." ed. Santa Cruz de Tenerife, 1942; 3." ed. Las Palmas de Gran Canaria, 1982). I l. Tanto los datos de ubicación como los de aprovechamiento son correctos, aunque la primacía de El Hierro resulta novedosa e, incluso, en cierta contradicción ~--u-i i1i-u y-.u.c- c-1i a-..+u-- rvi UALIL. G AUG- uALLLi ua ULCX \AYI : AIU . EL. ~~L I7I . AxI \~I 1AAYY~T UETIV~T ~Y r :Un U; .L, L~Cn~m~nUoC;L~Yw~ Z uJcO las Islas Canarias en la Corona de Castilla (1478- 1526). Aspectos administrativos, so-ciales y economicos. San Cristóbal de La Laguna, 1983. Págs. 419-421). El capitulo de Canarias en el Islario ... 84 1 fue-ron Ila-madas Afor-tuna-das. Lin-tres o mono-xiles. algunos, mas rezumados que sabios, no tuvieron ningún reparo en decir que estas islas eran el Paraiso Terrestre. Para deciros la verdad, estas islas, en lo que producen y en los lugares donde son fértiles, sobrepasan la abundancia de cualquier tierra; pero también, donde son estériles, son la sequedad misma y la soledad. En cuanto a la salud, por es-tar al aire libre y no vaporoso, el lugar alto, el cielo sereno y temperado, podeis estimar que no puede faltar nada para que la vida de los hombres esté bien dispuesta. En el pri-mer viaje que hice a allí con el capitán Testu, uno de los primeros pilotos de nuestra época, descendimos en tres de estas islas amigablemente y con consentimiento de los in-sulares, cuando el sol estaba bajo el Trópico de Capricor-nio< distando de nuestro Trópico de Cáncer alrededor de sesenta y siete grados, a pesar de lo cual recibimos del sol, aunque estuviese alejado de nosotros, un calor extremo[l21. Esta isla es fértil, entre otras cosas, en buenos vinos, cuya bondad y delicadeza no ceden en nada a la malvasia can-diota[ l31. Los esclavos labran las viñas y hacen casi todos los otros oficios viles; en su mayoría son moros de Africa tomados en diversos lugares, vi incluso cristianos, judíos y otros, peor /fol. 73 r0/ tratados por los españoles que lo son los esclavos de los turcos y árabes. Por otra parte, una de-cena de nosotros, entre los que me encontraba yo, habien-do puesto al viento nuestro esquife, es decir nuestra peque-ña barca, que los antiguos llamaban dintresw y otros amo-noxilesw; cuando nos hallamos mas adentro a medio cuar-to de legua de la tierra, con viento del sudoeste teniendo la proa al oeste, cuarto del nordeste, fuimos obligados a reembarcarnos en el navío. Pues de improviso, corridos los 12. Puede tratarse del famoso cosmógrafo Guillaume Testu, o de un familiar de éste que atacó Lanzarote en 1581 (Vid. A. RUMEU DE ARMAS: Op. cit, págs. 626-627. 13. Se admite, generalmente, que este tipo de Vid y el azúcar fueron introducidos desde Madeira, tanto por ser esta isla la pionera en el Atlántico en la importación de productos mediterráneos -de lo que hay constancia en el fol. 70 v.-, como por las referencias a la introducción de plantas de dicha isla por parte de Pedro de Vera (Vid. F. MORALES PADRON: Canarias: Crdnicas de su conquista. Las Palmas de Gran Canaria, i978. Págs. ió4, iió, ,253, 3i7 y 4i9. Ci mismo no fue ei único tipo uriiiza-do, pues desde los inicios de la colonización se conocieron otros, como el torrontés (Vid. E. AZNAR VALLEJO: Op. cit., pág. 259). Eduardo Aznar Vallejo vientos, la marea comenzó a subir, dándonos tal pavor, que aquel día no pudimos desembarcar en la isla hasta el día si-guiente. La isla de Canaria es en algunos lugares arenosa y baja y en otros alta. Se puede ver desde tres leguas en pleno mar y no de treinta, como falsamente dice Jan Lery, a pesar de no haberse aproximado nunca a menos de cien leguas[l41. A él, y a todos los otros como él, sin saber y sin experiencia, le respondo que no hay isla en todo el gran Océano ni en otros mares parecidos que pueda verse de treinta leguas, aunque fuesen en el admirable gran barco hecho por orden del príncipe Cajus, que trajo de Egipto un gran obelisco ins-talado en las Arenas Vaticanas. Si este pobre artesano, que hizo esta isla tan grande, hubiese aprendido la manera de conocer la altura de las cosas perpendiculares sobre el hori-zonte y tuyieSe uc=mpasa& e! cuadrad= gr=m&,7c= de esta isla, no habría lanzado tal mentira. He aquí lo que tenía que descubnros de esta Gran Canana y de las rarezas y singula-ridades que en ella se encuentran, todo para contentar a quienes quieran arribar allí / fol. 73 v0/. ISLA DE TENERIFE Estando en Africa escuché de un tmjeman que las 1s- Los pri- las Canarias fueron. descubiertas por un rey llamado Ur-meros sembalon, quien al enviar algunos navíos para traficar con que sus vecinos, sobrevino una tempestad en el mar que los descu- condujo hasta esta tierra, que llaman Elbard, a causa de brie- una montaña muy alta que está en nuestro Tenerife, la que ron llamamos el A1 regresar dichos navíos al rey y 14. Se refiere al naturalista frances Jen de LERI, o LERY y a su obra Histoire des voyages de Jean de Leri au Brasil. 1578. Tanto él como Thevet participaron en la ten-tativa de colonizar Brasil, por lo que bien pudiera tratarse de un antagonismo personal o de especialistas. 15. El nombre de Ursembalon no figura en otros autores. El de Elbard es recogido por Viera y Clavijo, como cita de Dapper -médico y geógrafo holandés del siglo XVII-, quien lo utiliza en el mismo sentido (Vid. J. de VIERA Y CLAVIJO: Noti-cias de la Historia General de las Islas Canarias, Santa Cruz de tenerife, 1976 (6." ed.) Libro 1, cap. XVIII. El capítulo de Canarias en el Islario ... 843 las contarle su descubrimiento, éste envió gentes para poblar- Islas las, esperando sacar algún provecho; así que este nombre Cana- Elbard les ha perdurado, como tienen dichos bárbaros en rias sus historias. De manera que la montaña de Elbard, o del Pico, dió nombre a todas las siete Canarias. Y puede ser que la visitase Solino, puesto que nombra a una de estas is-las Nivana, o Nevosa, dado que, como diremos después, esta isla está sujeta a grandes nieves, de la cual discurnre-mos después de que hayamos propuesto a quien se atri-buye su descubrimiento. De ellas se hablaba ya antes de la época de Julio Cesar, entiéndase incluso desde el tiempo de Homero, como de islas donde (es una manera de ha-blar) la comodidad y la fertilidad, habiendo abandonado la tierra firme, se habían retirado para vivir. De suerte, que el capitán Sertorius tuvo a menudo ia fanrasia de retirarse aquí, para estar a su voluntad y campar fuera de la suje-ción del Imperio Romano. Sin embargo, el primero que las descubrió con plena consciencia y que envió, o vino en persona, para saber que eran (o al menos que se escondía) fue un antiguo rey de Fez, llamado Juba, que no encontró lo que se decía y, si creemos a Plinio en el trigésimo segun-do capítulo del sexto libro de su Historia Natural, no vió otra /fol. 74 rol cosa que dogos y cabras. Después permane-cieron casi desconocidas y sin que nadie fuese a ellas hasta el tiempo de Juan, segundo de este nombre, rey de Casti-lla, que fue alrededor del año mil cuatrocientos y cinco, o bien, como otros dicen, hasta el reinado de don Pedro, rey de Aragón, que fue alrededor del año mil trescientos trein-ta y cuatro, que fueron descubiertas de nuevo por la nave-gación de los españoles, y después frecuentadas y por últi-mo sojuzgadas, parte por ellos y parte por los franceses[l61. Efectivamente hemos kidos en ias historias de don Pedro, 16. La supuesta expedición de Don Luis de la Cerda representa una novedad. En cuanto a su fecha, ésta no puede ser 1334, por no haberse iniciado aún el reinado de Pedro IV y porque la investidura a favor del infante se produjo en 1344, (Vid. G. DAUIMET: L o u ~ sd e ia Cerda ou d'Espagne, aíjuiietin ~i spaniquen( i967j. La fecha de la expedición de Bethencourt también es privativa del autor, si bien errónea, tanto por no ajustarse al año exacto de la misma -aunque es mas aproximada que la dada por otros autores- como por no corresponder al reinado de Juan 11. Eduardo Aznar Vallejo cuarto de este nombre, rey de Aragón, que el año mil tres-cientos treinta y cuatro hubo un gentilhombre español lla-mado don Luis de la Cerda, que se dirigió a el, hombre de gran experiencia en el hecho de la guerra, quien habiéndo-se titulado pnncipe de Fortuna, pidió al rey la conquista de las islas. La primera a la que fue a echar ancla fue a La Gomera. Allí puso en tierra veinte soldados, pero confor-me estos españoles iban descendiendo, los habitantes de la isla les cargaban tan vivamente que la mayor parte quedó sobre el terreno, mientras los otros se salvaron a nado y ga-naron las carabelas que estaban en la rada; algunos se arrojaron en tropel en las barcas, y el capitán entre ellos, quien entonces comprendió que había perdido su princi-pado de Fortuna. Y así volvieron todos a España, sin ha-ber ganado otra cosa que golpes. Otros dicen que un dia al-gunos navios de la isla de Mallorca hicieron un viaje para ' conquistar dichas islas, pero que toda esta empresa se de-sarrolló mal y que estos mallorquines fueron vencidos[171. Algunos otros han escrito que el año mil trescientos no-venta y tres los de Sevilla y Vizcaya armaron algunos bar-cos y los equiparon de hombres, caballos y municiones para ir allí. Llegaron a la que se llama Lanzarote y pusie-ron todos pie en tierra /fol. 74 vol decididos a combatir, así que no sorprendieron a sus enemigos durmiendo ni en de-sorden, de suerte que hubo una áspera pelea y durante bas-tante tiempo no se sabía quien iba a ganar. Al final, el campo quedó para los españoles y éstos, dejando muchos de sus enemigos muertos sobre el terreno y atemorizados los otros, saquearon la isla y se llevaron muchos prisione-ros y gran botín a Hay otras historias que dicen El se- que el primero que comenzó a conquistarlas fue un gentil-ñor hombre francés, llamado Francisco !sic! de Retzinc~i'd, 17. Sobre las expediciones mallorquinas, o catalano-mallorquinas, existe una amplia bibliografia, debida fundamentalmente a los profesores Serra Rafols y Rumeu de Armas, a la que nos remitimos. 18. La crónica de Enrique 111 relata este hecho aunque de forma diferente (Vid. Cr h i c a del rey don Enrique III, título X X . En «Crónicas de los Reyes de Castilla~.M a-drid. B.A.E. 1954). Destaca en la referencia de nuestro autor el carácter frontal del com-bate entre europeos e indigenas, seguramente diferenciado de los "saltos" de pillaje. El capítulo de Canarias en el Islario ... 845 de Bethen-court gentil-hom-bre fran-cés. normando, el cual vendió un castillo que tenía en Francia y levantó una tripulación y ejército, tal como se necesita-ban para tan gran Hizo vela con sus gentes ha-cia las Islas y conquisto las de Gran Canaria, La Palma y La Gomera, tomando después el título de rey y llevando un obispo español para la conversión del pueblo. Este al morir instituyó a un sobrino suyo como heredero de las is-las; pero el obispo obrando de mala fe informó a su rey de las riquezas y fertilidad de aquellas. El cual hizo de inme-diato armar tres navíos, que envió allí para apoderarse de Este era el rey Enrique, que obtuvo la corona de Castilla con la ayuda de los franceses, conducidos por Ber-trand du Guesclin, condestable de Y entonces, el pobre señor francés viendo que era demasiado débil para prevalecer contra estos desconsiderados, convino con ellos y se pusieron de acuerdo en la suma de dinero, me-diante la cual alienana estas islas al Conde de Nieba, espa-ñol, cuyos herederos las perdieron hacia el año mil cuatro-cientos sesenta y ocho, porque llevaban título de rey contra la voluntad de quien se decía con derecho de soberanía y que los señores de Francia las tenían de el en fe y homena-je[ 221; por lo que los reyezuelos fueron obligados /fol. 75 r0/ 19. La información del autor es correcta en lo referente a la venta de los bienes de Bethencourt y al primer obispo rubicense, pero falla al citar a Maciot de Bethencourt como heredero, y no como lugarteniente, y en la relación de las islas conquistadas (Vid. E. SERRA y A. CIORANESCU: Le Canarien. Crdnicas francesas de la Con-quista de Canarias. San Cristóbal de La Laguna. I.E.C. 1959-65). La relación de las islas conquistadas no corresponde con las también equivocadas de la Crónica de Juan 11, tanto en versión de Alvar García como en la de Galindez, por lo que ignoramos si el autor utilizó dicha fuente (Vid. J. M. CARRIAZO: El capítulo de Canarias en la «Crdnica de Juan II». R.H.C.» XII, n.O 73 (1946). 7 0 Se refiere a !a expediciSn de Pedrn E z h i de C~mpns~, nterkxmenter itzdi. por la Crónica de Juan 11 (Vid. J. M. CARRIA.ZO: Op. cit.) y luego recogida por Abreu GALINDO (Vid. Historia de la conquista de las siete islas de Canaria. Santa Cruz de Tenerife, 1955 y sigs. Cap. XXI). 2 1. Error evidente, pues la empresa de Bethencourt en las Islas se desarrolló du-rante los reinados de Ennque 111 y Juan 11, no en el Ennque 11, primer rey de la Casa de Trastamara. Abreu y Galindo comete un error parecido (Vid. Op. cit. Cap. VIII). 22. Aunque Juan de Rethenco~irtr e tituló rey, de acuerdo con cl ra&!er de "feu-do" de su señorío, los señores castellanos no emplearon dicho título, ateniéndose al carácter "jurisdiccional" del suyo. Eduardo Aznar Valkjo Isla de Fuerte-ventura Y su eleva-ción a abandonar este reino y volver a España, donde el Rey les concedió un pequeño condado, que se llama de La Gome-ra[ 231E. l rey castellano tuvo después grandes guerras contra los insulares antes de imponerse; pero al final, que fue en el año mil cuatrocientos ochenta y seis, tomó plena pose-sión y goza de ellas desde entonces en paz, todo ello por medio de quienes las conquistaron, que fueron (como he dicho) los señores de Cosa que debe destacarse, tanto para realzar la alabanza de nuestros franceses como para que no se de la gloria de las conquistas a otros que a ellos, a quienes pertenece y que tuvieron el sufrimiento preparando el provecho para otro. Sin embargo, hay quie-nes abren otro capítulo en estas conquistas y quieren que el señor Bethencourt, teniendo licencia de una reina de Casti!!a para I'e~cuhrirn uevas tierras, encontró las dos Ca-narias que ahora se llaman lanzarote y Fuerteventura; las cuales, después de su muerte, sus herederos vendieron a los Pues La Gomera y la isla de El Hierro fueron halladas por un señor español llamado Fernand Darias y las otras, a saber Gran Canaria, Palma y nuestro Tenerife, fueron descubiertas el año mil cuatrocientos no-venta y dos por Pedro de Vera y Alonso de «Lucquo~[~~]. Entre estas islas la más próxima a Mauritania es la de Fuerteventura, que se encuentra a seis grados de latitud y veintisiete de longitud; la cual tiene cinco leguas de largo y seis de ancho, y, teniendo la cabeza al norte, se extiende a nordeste-sudeste y cuenta con un buen puerto del oeste. Hacia el norte tiene la isla de Lanzarote, que tiene doce le- 23. El título de conde de La Gomera fue, efectivamente, uno de los elementos de acuerdo entre la Corona y ios señores junsdiccionaies sobre ¡os derechos a ia conquista de las islas mayores, aunque no llegó a expedirse. En cualquier caso, dicho acuerdo se logro a fines de 1476 o comienzos de 1477, no en 1468. 24. Debe tratarse de una confusión entre 1486 y 1496, fecha esta última de la conquista de Tenerife. 25. Se refiere a la reina Catalina, madre y tutora de Juan 11, que intervino en la concesión del señorío a Bethencourt (Vid. J. M. CARRIAZO: Op. cit). 26. Debe referirse a Fernand Peraza, aunque se ie cambie ei apeiiido por ia uiie-rior unión familiar con los Arias, o Darias, de Saavedra. Como es bien sabido, las islas mayores no fueron «descubiertas» sino (conquistadas)) entre 1483 y 1496. El capitulo de Canarias en el Islario ... 847 Isla de Lanza-rote Y su eleva-ción. guas de largo y siete de ancho, mirando al oeste Gran Ca-naria, La Gomera, Tenenfe y del Hierro. Se encuentra a siete grados de latitud y de veintiocho a veintinueve de longitud, al norte tiene los islotes de «Roxe» [sic] y la Gra-ciosa, y enfrente de la boca que mira al noroeste, el de Ale-granza. Esta es la isla de Lanzarote, que el señor Bethen-court conquistó el año de mil cuatrocientos cinco, pero que sus herederos /fol. 75 vO/ vendieron a los españoles, de los cuales vino a los herederos de Fernand Arias de Saave-dra, gentilhombre de No queda más, pues, que ilustrar nuestra Tenerife, -habiendo hablado de Gran Ca-nana-, hasta que lleguemos a las islas de La Palma, La Gomera y El Hierro. Nuestra isla de Tenerife tiene una ciudad en una pequeña llanura, próxima al mar del lado del este, la cual puede tener alrededor de cuatrocientos Allí tienen su residencia los gobernadores de la isla, tanto los temporales como los espirituales. pero antes de pasar adelante, había olvidado deciros que el señor Francois de Bethencourt fue incitado por Robert de Bra-quemont, almirante de Francia, su pariente, a conquistar estas islas Afortunadas y, entre otras cosas para defenderse de sus enemigos, hizo construir un castillo y fortaleza en la isla de Lanzarote, que había elegido como residencia, del cual castillo se ven aún hoy en día los cimientos y las mi-n a ~ [ ~P~or] .d emás, nuestra isla no tiene ningún puerto, aunque a media legua de la ciudad hacia el norte hay una rada cerca de un pequeño monte, donde los navíos se man-tienen con anclar3O1. Los españoles han construído allí cer- 27. Vid. nota n.O 26. 28. Cihc iiiuy por debajo de ia reaiidad (Vid. E. ASNAR YAiiEJG; Gp. cii., pág. 159). 29. Se trata del castillo del Rubicón, con una constatación hasta ahora desconoci-da (Vid. E. SERRA RAFOLS: Los castillos de Juan de Bethencourt en Lanzarote y Fuerteventura. En ((Homenaje al profesor Cayetano de Mergelinav. Murcia, 1961 -62; y J. SERRA RAFOLS: Memoria de la excavación del Castillo de Rubicdn (abril de 1960). «Revista de Historia de Canaria» XXVI, n.O 13 1 - 132 (1960-61). 30. Parece descri'üir Garachicü, por ias simiiiiudes con ei iesíimonio de L. Te- RRIANI en su Descripción e historia del Reino de las Islas Canarias, antes Afortuna-das, con elparecer de sus fort~jkaciones. (Santa Cruz de Tenenfe, 1959. Cap. LVII). Eduardo Aznar Vallejo Error de los que hacen de 1 os cana-rios idóla-tras. Eleva-ción de la isla de Tene-rife. ca, sobre la costa, un pequeño y ruin bastión, en el que tie-nen algunas piezas de artillería; pero viendo el emplaza-miento del lugar, me ha extrañado muchas veces que no hayan construido una buena fortaleza para defenderse con-tra la incursión de los enemigos, dado que los franceses han ido varias veces a tomar y llevarse navíos en sus bar-bas, incluso dentro de la rada. En la Historia del Mundo, de Jan de Boesme, el glosador Belleforest cuenta que hay tres de estas islas Canarias pobladas por gente idólatra y lo mismo escribió en la glosa de la Cosmografía, de Sebastián Munster, lo que es muy falso, y lo sé por haber estado en dichas islas, que están todas pobladas por cristianos espa-ñ~ l e s [~O' l .t ros varios autores se engañan también cuando escriben lo mismo de Gran Canaria, Tenerife y La Palma, dado que allí sólo hay católicos españoles, salvo que por ventura haya algún nuevo esclavo de otra región /fol. 76 ro/ extranjera. Para entrar en nuestro Tenerife, se encuen-tra seis grados treinta minutos de latitud y veintiseis grados de longitud, y es una de las mas amplias, con cuatro leguas de ancho, y poblada por entre catorce y quince mil al-m a ~ [ ~H~ac]ia. el oeste divisa La Gomera, con el frente ha-cia el noroeste. Puede considerarse como la mas alta, ya que se descubre en el mar desde unas quince leguas de le-jos. Hay una fortaleza construida no muy lejos del abra, como nuestro plano os la representa, donde los de la isla se hacen fuertes contra los abordajes y arribadas de los ex-t r anj e ro~[~E~n ]e.f ecto, para gratificarnos, habiendo echado el ancla un domingo por la mañana, comenzaron a acari-ciarnos muy rudamente a golpes de cañonazos y poco faltó para que prendiesen fuego al navío en el que yo estaba, de tantos cañonazos que recibió. En medio de esta isla se ve 3 1. Se refiere al viajero alemán Sebastián MUNSTER y a su obra Cosmographia (Basel, 1544; traducción francesa La Cosmographie Universelle. Bale, 1556). Vid. ade-más nota 4. 32. Cifras de población bastante aproximada a la realidad (Vid. E. AZNAR VA-LLEiO: Qp. cit. pig. !S!. 33. Parece describir Santa Cruz, por las similitudes con el testimonio de TO-RRlANI (Op. cit. cap. LIV). El capitulo de Canarias en el Islario ... 849 Monta-ña del Pico Si es posi-ble que nieve donde hay gmii-des calo-res. una alta montaña elevada del lado del este, llamada por los bárbaros Teida /sic/ y por antiguos africanos Elbard. Es la que nuestras gentes han llamado el Pico. Es tan elevada, que algunas de las de Armenia, Persia, Tartana, (no el monte Líbano en Siria ni el de Athos, Ides u Olimpo) u otras celebradas por los historiadores, no lo son ya por lo que ésta contiene; entiéndase incluso los Alpes o los altos montes que separan Francia de las Españas, como lo pue-do decir por haber visto la mayor parte. Tiene ésta siete le-guas de circuito y seis del pie a la cima. En todo tiempo está nebulosa, obscura y llena de grandes vapores y exhala-ciones, y también de nieve, aunque no se vea facilmente, dado que (segun su opinión) se aproxima mas que las otras a la región del aire. La causa de esto puede encontrarse tm&ién rr? e! usenQrr?iente de! mente hechc e: fe-a pi-ramidal, con una altura tal como os la he dicho, que he sa-bido por gentes dignas de fe e, incluso, por esclavos que han subido allí con el mayor trabajo /fol. 76 va/ del mun-do, habiendo sufrido un fno sin igual y tal que me decían haber sufrido jamas nada tan riguroso. Y porque algunos podrían decirme que el fno del mar es causa de que la nie-ve se concentre sobre este monte, aunque la región sea cá-lida, quiero mostraros que en las regiones más cálidas del continente las montañas están cargadas de idéntica blancu-ra. Sé que hay algunos sabios personajes que piensan que no es posible que bajo el Ecuador ni en Etiopía pueda for-marse la nieve; pero no se me negará esta máxima: que en los lugares donde se dan los extremos, es no solamente po-sible sino necesario que el medio subsista. Además se me concederá que la lluvia no es creada de vapor menos frío que una y otra, visto el efecto siguiente: a saber el del gra-nizo, que es una lluvia condensada en hielo, como la nieve (aunque ésta sea cuajada), salvo que el frío no ha mostrado tanto su rigor con ella como en el caso del granizo. Ade-más no se puede ignorar que todo.lugar que tiene la misma temperatura que nuestro invierno puede sentir los efectos que percibimos en dicho tiempo, como lluvia, hielos, gra-nii; i-urrv\ca , ncnotoh- x r -:a.rno Eir ni.--+A n lnn +- - - -4-n - - - -m babaibiiu y iiibvba. ~ i bui a iiw a iaa iuiiiisiiiaa, i a y u a y truenos, sé que pueden llegar en épocas relacionadas con el verano, como los habitantes de los montes Pirineos lo Eduardo Aznar Vallejo experimentan toda la primavera, durante la cual los true-nos son tan continuos como en los días más cálidos del ve-rano y durante los ardores de la canícula. Así que si Etio-pía está en su invierno tal como consideramos nuestra pri-mavera, relacionado más con el verano que con el fno, será por este medio tan capaz de nieve como de una mayor condensación de vapor, tal como la que se forma en la que causa la nieve. Pues nadie me negará, bien sea bajo los dos Trópicos, bien bajo el Ecuador o en otra /fol. 77 r0/ parte, que donde el aire se enfria por cierto espacio de tiempo, tal como lo sentimos en nuestro invierno, como consecuencia no puedan caer nevadas, como sucede en las regiones mas m DN cálidas que tenemos en nuestra Europa. Pero esto no pue-de suceder en la llanura de Etiopía, a causa de que el sol O n está demasiado próximo en cualquier estación del año. Y a -- m pesar de que nunca se aleja más de treinta leguas, mas o 0 E menos, la distancia o límite impide el invierno y, por con- E 2 secuencia, dichas nieves. Esto es completamente distinto -E en montañas asentadas bajo otra constitución por su exce- 3 siva altura y principalmente en aquellas colocadas bajo el -- círculo del verano, o en su proximidad, que reciben vapo- 0 m E res fnos y precipitación de nieve cuando el sol entra en el signo de Capricornio; dado que, en aquel tiempo los rayos O del sol no pueden alcanzar por su desviación y reflexión la n E cima y cumbre de aquellas, la naturaleza del lugar recibe - a las impresiones de nuestro frío y se relaciona con los efec- nl tos de nuestro invierno; de tal modo que bajo el Ecuador y n n los dos Trópicos, a pesar del gran calor que allí hace,las 3 montañas abundan en nieve y sienten los rigores que noso- O tros sentimos en invierno. Y si me decís que esto no ocurre entre nosotros desde que el sol está en Cáncer, hay una respuesta muy fácil, a saber: que el día es aquí de quince y dieciseis horas, cuando en Etiopía y bajo el Ecuador no es mas largo de doce horas y media, más o menos. Esto hace que el calor no se mantenga tanto tiempo, puesto que la noche es mucho mas fria que el día. Y así sucede que sobre los montes, y en especial en los que están expuestos al nor-te. cae la nieve y se queda allí, fundiéndose al poco tiem-po, poco antes de que el sol entre en el signo de Cáncer; y que por ello, al sobrepasar sus cumbres las nubes, que son El capítulo de Canarias en el Islario ... 85 1 La mon-taña del Pico se des-cubre desde muy lejos. más acuosas y disueltas hacia las partes expuestas a la sombra, habiendo alguna disposición cálida en la región no es imposible que se engendren nieves allí. De esto da-rán fe los buenos y amplios testimonios que recuerdo ha-ber deducido en mi /fol. 77 vol Cosmografía. No dudo que algunos encontrarán extraño lo que he dicho de que desde quince leguas en el mar, más o menos, se ve esta montaña del Pico, dado que es imposible que el alcance del ojo sea tan bueno para poder juzgar tal espacio, dado que el hori-zonte no se extiende, tal como lo entienden los matemáti-cos, más de diez leguas. llamamos horizonte en este caso, no al círculo que divide al cielo en dos partes, sino a aque-llo que la vista del hombre puede divisar y juzgar por su extensión. Hay quienes se extienden mucho más y juran que en tiempo sereno han visto esta isla de cincuenta y se-senta leguas, pero quisiera que me dieran buena caución y, aún así, tendría dificultad para creerles, especialmente a quienes quieren aplicar esto a la isla. En relación con la montaña, si tuviese que discutir, -experiencia aparte-, sólo querría poneros en juego el número grados computa-dos desde nuestro cénit y punto vertical hasta a aquel de las partes de nuestro horizonte; y estoy contento de conce-derles su proposición, en razón de que está en plano donde el objeto y reflexión de la cosa mirada son presentados a la vista en línea recta, puesto que nuestro horizonte no puede extenderse mucho más de la distancia concedida por los matemáticos; pero a la gran altura de esta montaña no puedo aceptar estas reglas sobre todo si el juicio que hace sobre el mar, donde los horizontes son de distinta exten-sión que en tierra. Quienes antaño quisieron saber la altu-ra de esta montaña se vieron en gran azar y peligro para su vida, porque en aquel tiempo había canarios, que no cono-cían riada de ia cristiandad y eran crueies en sobremanerd. Al principio, cuando se enviaba gente, con algunos mulos para llevar víveres, se tenía la opinión, al no ver regresar a nadie, que era debido al frío excesivo que les había afecta-do causándoles la ruina; pero cuando se emprendió la ta-rea de subir en gran número, se supo que /fol. 78 ra/ eran los habitantes, que jamás pudieron ser sojuzgados por los cristianos y labraban [sic] esta montaña, saqueando a quie- 852 Eduardo Aznar Vallejo Pie- nes se aventuraban para En ella se encuen-dras tran piedras porosas como esponjas, muy ligeras si se con- Poro- sidera su proporción, de las que por curiosidad traje algu-sas. nas, con otras muy raras, que todavía estan en mi despa-cho. Estas piedras tienen un olor sulfuroso, lo que procede de la naturaleza del lugar, que es una mina de sulfuro, donde hay otras muchas minas mas provechosas, de oro, p.lata y varios metales Quiero advertir aquí al lec-tor que varios de los que han hablado de estas islas han contado miles de fábulas, entre ellos algunos españoles, como Juan Gonzalez de Mendoza en su Historia de la Chi-na, en la que dice que se ven todavía ciertos pueblos, lla-mados aguanchaw, de la raza de los primitivos salvajes que habitaron las La mentira es tan atrevida como cuando dice que dichas islas están pobladas por un gran número de camello^[^^. A lo que le respondo que no hay mas de estos animales que de elefantes, leones, tigres, si no 34. Este pasaje resulta inverosímil, tanto si se refiere a la etapa anterior a la con-quista, en la que parece lógico que las expediciones fuesen detenidas antes de llegar a la montaña, como si lo hace a la inmediatamente posterior en la que tal hecho no re-sultaba factible por la relación de fuerzas existente en la isla (a pesar de constituir los lugares elevados refugio para los indigenas no asimilados). Otro tanto cabe decir de la presunta labranza del Teide. 35. Las posibilidades mineras del Teide alentaron siempre grandes expectativas, aunque nunca tuvieron consistencia real. Considérese, por ejemplo, la concesión en 15 15 de las minas de oro, plata, alumbre ... de la Sierra del Teide y la Montaña de Ar-majen, a favor de los licenciados Zapata y Aguirre (Vid. E. AZNAR VALLEJO: Do-cumentos Canarios en el Registro General del Sello (1476- 1517). San Cristóbal de La Laguna. I.E.C. 1981, n.O 1088). 36. La cita corresponde al agustino fray Juan GONZALEZ DE MENDOZA y a su obra Historia de las cosas m& notables, ritos y costumbres del gran reino de la Chi-na. Con un itinerario del Nuevo Mundo. Roma, 1585. La posibilidad de que subsistie-ran auténticas comunidades indígenas en este momento parece remota, aunque perdu-rasen individuos y elementos culturales de dicho origen. Al rechazo de Thevet y al si-lencio de otros autores hay que sumar el testimonio de fray Martin Ignacio, que señala en su visita a las Islas «están pobladas por españoles, entre los cuales hay el día de hoy algunos guanches, que están muy españolados» (Vid. BIBLIOTECA ACADEMIA DE LA HISTORIA-Colección J. Bautista Muñoz A/70, tomo 28 [& 15841. 37. En el Archipiélago existía un importante numero de dromedarios, aunque su ciisrrii~ucióne ra muy irreguiar, ai concentrarse ia inmensa mayoría en ias idas orienia-les, de donde puede nacer el error del autor (Vid. E. AZNAR VALLEJO: La integra-ción de Ias Islas Canarias en la Corona de Castilla (1478- 1526). Pág. 3 19). El capitulo de Canarias en el Islario ... 853 se les trae de otra parte. Teneis también en la historia compuesta en español por Francisco López de Gomara, que antaño sus habitantes fueron llamados canarios, por-que comían como los perros y eran glotones hasta el lími-te, de tal manera que cada uno devoraba en su comida veinte conejos con un gran Creed al portador. Como cuando dice que todo alimento que usaban, fuese carne o pescado, estaba crudo por desconocer el uso del fuego. No concedo mayor crédito a tales tonterias, que a lo que cuenta de los pueblos que bordean el rio Marañón, quienes cuecen su pan con resina. Le respondo, que los bárbaros que habitan esa región no tienen un solo grano de trigo, sea el que sea, ni tampoco sus vecinos salvajes, y lo sé por haber visitado esos lugares. Dice /fol. 78 ve/ además que en e! estreche austru! de Maga!!anes !a gente iisa pan de corteza y se visten con trajes de plumas que tienen grandes colas o van completamente desnudos. Este buen personaje se equivoca completamente, mostrando en ello que no viaja nunca, al querer hacer creer que en los dos polos y en sus proximidades la gente anda completamente desnuda, allí donde la mayor parte de los ríos y llanuras están casi todo el tiempo helados. Si esto sucediera así, los habitantes de la isla de Thyle, moscovitas, y los de las islas Orcadas, dinamarqueses, y otros que están casi en la mis-ma elevación que el estrecho de Magallanes, que se en-cuentra muy próximo del Polo Atlántico, podrían hacer lo mismo. Lo que no hay que creer, como tampoco lo que alega de nuestras Islas Canarias, no sólo como cosa absur-da sino como la mas ridícula del mundo. He aquí lo que he querido destacar al pasar, para descubriros las mentiras y falsedades'con las que estos vendedores de humo alimen-tan a los ignorantes. 38. La cita corresponde a Francisco LOPEZ DE GOMARA y a su obra Historia General de Indias, 1552. En ella se recoge la glotonena de los canarios y su desconoci-miento del fuego, aunque en este caso se niega (Cf. F. MORALES PADRON: Cana-rias en los cronistas de Indias. Págs. 20 1 -202). Eduardo Aznar Vallejo ISLAS DE LA PALMAD,E LA GOMERyA E L HIERRO Segun-do via-je del autor a las Islas Cana-rias. Eleva-ción de las Islas Afor-tuna-das Habiéndonos hecho a la vela el seis de mayo de mil quinientos cincuenta y cinco, durante el segundo viaje que hice en este mar océano hacia las partes australes, para en-caminamos y sometemos a la ventura de los vientos, tem-pestades y olas del mar, acompañados de dos navíos, a sa-ber la Ramberge de Saint Malo y el de Bré de Bretaña. El primer día tuvimos buen viento, el segundo aflojó, avan-zando nuestro compañero, que estaba detrás de nosotros, tres largas leguas, la siguiente noche tuvimos viento con-trario del sur-suroeste, volviendo después al norte, dos ho-ras después pusimos proa al sudente. El viernes siguiente encontramos tres pequeños galeotes de Flandes, que ha-bían tomado un navío de Francia cargado de pescado sala-do, que venía de Terranova. Yo fuí el primero en descu-brirlos, desde cuatro leguas en pleno mar. Habiéndolas abordado, al ser los más fuertes tomamos el barco francés que había sido capturado por los enemigos. Desde allí nos hicimos a la vela directamente a las Islas Canarias, distan-tes de la equinoccial veintisiete grados, y no doce, como algunos ignorantes han dejado escrito, y de nuestra Francia quinientas leguas, mas o menos. Habiendo echado el ancla en una de ellas, que es la de Tenerife, una de las mas ricas y bellas, la cual nos apareció desde tres leguas. Teniendo la proa al nordeste nos quedaba al norte, no obstante sur-camos tan bien las olas que arribamos y echamos el ancla, donde encontramos dieciocho brazas de agua, queriendo hacer aguada (pués no teníamos más agua). Pero fuimos rechazados a golpe de cañón y combatiendo contra los in-sulares españoles, uno de nuestros cañones saltó en peda-zos, mató al cañonero e hirió a varios. Aquel día, que era A--:--- --- 1- f-- 3- 1- r - ' - ~ U11 U U I l l i I l ~ U p u l i d l l l d l l d l l d , bUUIC Id> LIGb UC Id LdIUt: LSILJ, la mar se puso tan alta y espantosa, que los más experi-mentados marineros, con más de veinticinco años de nave-gación, decían no haber visto el mar tan furioso en este lu-gar y no había nadie /fol. 79 r0/ de la compañía tan osado y seguro que no temblase de la aprensión que tenía del pe-ligro, al cual nos veiamos todos empujados. Estando en plena mar tuvimos conocimiento de un navío de cien to- El capifulo de Canarias en e( Idario ... 855 Isla de La Gome-ra Isla de La Palma, tomada y sa-queada por los fran-ceses. neladas de Bretaña que venía del Brasil, el cual había cor-tado su mástil mayor a causa de la tormenta. Finalmente, por tener viento contrario fuimos obligados a regresar y echar el ancla en Canarias, combatiendo en ardua campa-ña para tener provisiones. Y marchamos a la isla de El Hierro y luego a la de La Palma, donde fuimos bastante bien recibidos. Se encuentra a un grado treinta minutos o dos grados de latitud y veintiseis o veintisiete de longitud. En cuanto a la isla de La Gomera, es una buena islita y tie-ne un puerto muy seguro del lado del sur, abundante sobre todo en orchilla, estéril por contra en pan y Cerca de allí está la de El Hierro, de poco provecho, a doce le-guas al norte de la cual se encuentra la de La Palma, tam-bién isla pequeña, pero muy fértil y buena para el La llaman de las Palmas, porque hay en ella sola más pal-meras que en todas sus vecinas; la cual fue saqueada en mi tiempo, cuando estaban abiertas guerras entre el Empera-dor Carlos Quinto y Enrique, segundo, de este nombre, rey de Francia, por un capitán corsario de nombre Francois le C!e:c, !!urnade Pie de Pa!s, hcmbre ia!iei,te y sagaz e:: !a marina, con el cual he viajado alguna vez[?]. Y para decir la verdad, ésto fue culpa de los insulares; puesto que ha-biendo bajado a tierra un buen número de hombres para re- 39. Las excelencias del puerto de San Sebastian y la importancia económica de la orchilla están ampliamente documentadas en otras fuentes. La "esterilidad" debe en-tenderse como sinónimo de producción limitada y con problemas de abastecimiento en caso de mala cosecha (Vid. E. AZNAR VALLEJO: La Gomera en el tránsito del siglo XV a[ XVI. Aspectos econdmicos. En «V Coloquio de Historia Canario- Americana)) Las Palmas de Gran Canana, 1985). 40. La importancia ganadera de La Palma es corroborada por otros muchos auto-res, de los que recordamos, como menos citados, a Pedro de MEDINA (Libro de gran-dezas y cosas memorables de España. Madrid, C.S.I.C. 1944. Cap. XLII) y a Valentín FERNANDES (Description de la cóte occidentale d'Afrique. Ed. Monod Teixeira da Mota, Mauny. Bissau, 195 1. Pág. 105). Véase, asimismo, los testimonios recogidos por F. MGXALES PAEKON: Canarias e:: !os c;onis:üz de / , ~ d : ~ps&, . !8 5 - !9 :. 4 1. Curiosa explicación, en nada ajustada a la realidad, como lo demuestra la ac-tividad militar desplegada por «Pie de palo» en el Archipiélago. (Vid. A. RUMEU DE ARMAS: Piraterías y ataques navales contra las Islas Canarias. Madrid C.S.I.C. 1945- 1950. Tomo 1, págs. 146- 158). Eduardo Aznar Vallejo parar fuerzas y tener vituallas, mediante pago, estos "maestros galantes" comenzaron a tirar con golpes de pa-lanca, arcabuces y flechas sobre los nuestros. La Isla de El Isla de ~ i e r r bes así llamada a causa de la mina aue allí se en- El Hie- c ~ e n t r a [ ~L~a ]r.a da en la que anclamos es &y bella y se-rro. gura para treinta navíos. Hay en ella doce y quince brazas de agua, y en algunos lugares veinte brazas. Anclamos frente a una aldea, que nos quedaba a un tiro de cañón ha-cia el noroeste[431E. sta isla a pesar de /fol. 80 r0/ ser muy pequeña, con sólo seis leguas de circuito, de que antaño es-tuvo despoblada y de que se la estime infértil, tiene al pre-sente algunos trigos, caña de azúcar, bastante ganado, fru- D tos y hierbas en cantidad[441L. os esclavos que cultivan la E tierra viven de leche y, de quesos de cabra. Son fuertes y o n - dispuestos, y maravillosamente bien alimentados, porque - m O la costumbre se convierte en natural y siendo así que la E E temperatura del aire les ayuda y favorece. Se encuentran 2 E en estas islas gran número de asnos, de los que la gente se sirve, y sobre todo en la de El Hierro[451D. e forma pareja 3 se aprovechan en esta isla gran cantidad de cueros de ca- n-brones y de cabras, de los que se hacen buenos y perfectos m E marroquines y cordobanes, sebo y buenos quesos. Las gen- o tes son de diferentes lenguas (los unos de Los otros), como ,, n 42. Aunque comúnmente se admite la filiación entre La palabra den) (hierro) y el n nombre de la isla, parece más lógico establecerla con la acepción de herradura, alusiva a la forma de la isla, que con el propio mineral o su extracción, a pesar de la opinión 3 O de VIERA Y CLAVIJO (Op. cit., Libro 1. Cap. XXII). 43. Esta aldea es, sin duda, la actual Valverde, pues todos los autores de la época señalan la existencia de una única aglomeración de población. 44. La importancia dei ganado, con sus derivados, y ia existencia de una corta producción de cereal están ampliamente documentadas, no así la existencia de caña de azúcar, ausente en otras fuentes y cultivo muy exigente en agua. Todo ello queda pa-tente en la información sobre el mayorazgo del conde de La Gomera, en esta isla y la de El Hierro (BIBLIOTECA ACADEMIA DE LA HISTORIA -Colección Salazar y Castro, M- 1 1- parcialmente publicada por C. FERNANDEZ DURO: Canarias en el siglo XVI, «B.R.S.G.M.» 1883, XV, 2."). Véanse también, a modo de ejemplo, los testimonios recogidos por F. MORALES PADRON: Canarias en los cronistas de In-dias, págs. 185 - 19 1. 45. Esta afirmación y la inmediatamente posterior parecen tomadas de Ca'da Mosto (Vid. nota n." 4). El capítulo de Canarias en el Zslario ... 857 lo son en España, y se entienden muy poco, no teniendo más que tres plazas fuertes y amuralladas, el resto de la gente vive en cabañas y Bien es cierto, que tie-nen refugios en los montes donde es imposible asaltarlos a Armas causa de las dificultades de los accesos. Cuando antigua-de 10s mente iban a la batalla portaban ballestas de madera y sae- Cana- tas del mismo material, herrados en la punta y bien afila-rios dos. Usaban tambien lanzas y dardos hechos de idéntica materia. Eran grandes expertos en arrojar piedras. Cuando iban al combate se pintaban de diversos colores. Asaltaban a sus enemigos de noche, a fin de Se casa-ban con varias mujeres, pero el rey o señor tenía la prime-ra ocasión, a fin de disponer de la esposa a su discre- ~ i ó n [ ~E~stol .s ucedía cuando vivían a la morisca y no eran cristianos, al igual que los de Africa que eran sus vecinos. Cuando alguno mona le bañaban en el mar y viendo que el cuerpo estaba bien seco por-el ardor del sol, pulveriza- Ceremo- ban la osamenta, cuyo polvo, con el del resto del cuerpo, nias metían en sacos hechos de cueros de cabras (de los que te-de 10s nían abundancia), que encerraban en sus salas, compuestas 46. Esta singular noticia puede referirse a la existencia en las islas mayores, por su reciente incorporación y por su mayor número de habitantes, de grupos de pobla-ción diferenciados; aunque también puede tratarse de una pervivencia de referencias a indígenas. Las tres plazas fuertes mencionadas deben ser Santa Cruz de La Palma, Las Palmas de Gran Canaria y Santa Cruz de Tenerife (esta última como puerto y defensa de San Cristóbal de La Laguna) que concentraban la mayor parte de la población, y, por ende, de la riqueza y de las obras de fortificación (Vid. E. AZNAR VALLEJO: La integracidn ... Págs. 159 - 165. 47. Las referencias a las armas de los aborígenes coinciden con las de otros auto-res, salvo en el dislate de las puntas ferradas, ya que las mismas eran de cuernos de añiriyaies o producio de[ eii~ü~cimiei,iod e ia nia&.ia füego, si bieii caso se califican de "tan penetrantes como el hierro". Las notas sobre ataques noctur-nos y pintura aparecen tomadas de López de Gomara (Cf. F. MORALES PADRON: Canarias en los cronistas de Indias. Pág. 202), aunque ya CA DA MOSTO había cita-do la pintura corporal (Vid.: Op. cit., cap. VII). 48. Esta costumbre está recogida por la práctica totalidad de los autores a partir de las Crónicas de la Conquista (Vid. F. MORALES PADRON: Canarias: Crdnicas .J.. . . : - r - \ ur JU ~urcqui~iu~. Falta, por contra, en viajeros anteriores, como Ca da Mosto, Eannes de Zurara o Diogo Gomez. 858 Eduardo Aznar Vallejo anti-guos Cana-rios res-pecto a los muer-tos. Discur-so sobre los pla-nos /fol. 80 va/ en su mayoría por Allí permanecían largamente estos cuerpos sin corromperse, tanto por la se-renidad del aire como por haber salido del humor corrup-tor, tenerlos al fresco de la noche y a que también la sal de la mar beneficiaba en algo. Se engrasaban el cuerpo, bra-zos y piernas para endurecerse para el trabajo, con cierto ungüento compuesto de sebo de cabra y jugo de ciertas hierbas, yendo casi siempre completamente desnudos o vestidos simplemente con pieles de las citadas cabras con su Eran los mayores comilones que se puedan en-contrar y principalmente de carne, hasta el punto de devo-rar cada uno lo de seis de la Esclavonia, que eran conside-rados como muy grandes sarcófacos La isla de El Hierro es famosa entre las restantes de Canarias, porque por ella pasa la línea meridiana que separa el espacio de longitud, a saber el este del oeste, como está anotado en nuestros mapas[521P. ara poder dar mas clara explicación de esto al lector, he querido redactar aquí un pequeño dis-curso para explicar el uso de los planos, que nos ahorrará el trabajo de reiterar este mismo propósito. Hace falta, pués, señalar que en los mapas universales, que se llaman Mapamundi, están representados los Polos del Mundo, la equinoccial y el meridiano fijo, con los cuatro círculos me-nores de la Esfera, mediante los cuales los antiguos dividie- 49. La descripción de nuestro autor coincide con la de López de Gomara en el baño de mar (Cf. F. MORALES PADRON: Canarias en las crónicas de Indias. Pág. 202) y precede la de fray Alonso de ESPINOSA en la confección de sacos (Historia de Nuestra Señora de Candelaria. Santa Cruz de Tenenfe, 1952 Pag. 45), pero difiere de ambos en la pulverización de la osamenta, lo que, por otra parte, es incompatble con la momificación (salvo en el hipotético caso de que se trate de dos ceremonias distin- &.-\ raaj. 50. Tal práctica parece copiada de López de Gomara (Cf. F. MORALES PA-DRON: Canarias en los cronistas de Indias. Pág. 201) También presenta cierto pare-cido con la recogida por Munster, que indica que mezclaban barro con jugo de frutas, para combatir el fno (Vid. La Cosmographie C'niverselle, Libro VI, págs. 1327- 1328). 5 1. Eslavonia o Esclavonia, tierra de los eslavos e importante proveedora de es-clavos, a quienes dio nombre. Vid. Nota no 38. <7 -:Cm -..- l-,. ,.,./.,.i-F-r C.... -----m ..&:l:--L-- -1 --.-i-I:..-- -1- C1 >L. LJLCI CIIILI IIIUCJLLLI q U C 1WJ &GWSILIIWJ ILLILICGDGJ ULLIILLIVLIII G1 LIIGIIUIPLLU UC; L 1 Hierro con bastante anterioridad a la ordenanza de Luis XIII que asi lo dispuso (1634). (Vid. J. VIERA Y CLAVIJO: Op. Cit., Libro I., cap. 111). El capitulo de Canarias en el Islario ... 859 uni-versa-les Grados de longi-tud Y de lati-tud. Utili-dad de los mapas. ron la tierra en cinco partes, que llamaron zonas o bandas, de las que las dos comprendidas entre los círculos polares y los trópicos fueron llamadas templadas, y las que se hallan dentro de los polos fn'as, no de tal frialdad como estimaron los antiguos, y la tórrida, o tostada, entre los tró-picos. Además están señalados otros círculos llamados cli-mas y paralelos, mediante los cuales se ve la diferencia de dias de un país a otro, a saber: los climas por media hora y los paralelos por un cuarto. Los círculos meridiano y equi-noccial también están divididos en trescientas sesenta par-tes; las de la equinoccial son llamadas grados de longitud /fol. 81 r0/ o de largura de la tierra, que se comienzan a contar de izquierda a derecha, desde el contacto, o cruce, que hace el mendiano fijo a1 pasar por las Islas Afortuna-das snbre el de la equinoccial; y las otras partes del meri-diano fijo son llamados grados de latitud, o anchura de la tierra, tomados de norte a sur, a saber desde la línea equi-noccial hasta el Artico, noventa grados, y desde este Polo Artico, que es el que nos es enseñado, o el otro, que por su gran distancia no nos aparece en la parte posterior hasta la línea susodicha, otros noventa grados, y desde aquí al An-tártico, otros noventa grados, y finalmente otros noventa de este punto a la equinoccial, que hacen en conjunto tres-cientos sesenta grados. Por estos grados de longitud y an-chura se ve claramente las diferentes posiciones de cada país, ciudades, embocaduras de nos, promontorios, islas y otras partes especiales y singulares; igualmente los paises que gozan de una misma temperatura o rigor celeste y en los que el sol sale a la misma hora y tienen mediodía al mismo tiempo; también con que diferencia sale o se pone el sol de unos a otros, los que se conoce con los grados de longitud, de los que el sol pasa quince en cada hora. Por otra parte, con estos grados se juzga las distancias de una ciudad a otra y en conjunto la magnitud y extensión de los comarcas. Puesto que quienes han reducido la descripción terrestre por arte y medida, entre otros Tolomeo, en lo poco que pudo conocer de ello, y en nuestro tiempo Pico de !a Mirandola, han observado que cada grado de la eaui-noccial o del meridiano corresponde a sesenta mil itálicas, treinta lenguas francesas, veinte comunes y quince germá- Eduardo Aznar Vallejo Obser-vacio-nes buenas Y de prove-cho Para los pilo-tos. nicas, puesto que todos los mapas, sean generales o parti-culares, están ordenados por tales observaciones, como di-cho es, toman con el compás todas las distancias que se de-sean saber, sea de una ciudad a otra, u otros lugares y, des-pués las transportan sobre los grados de meridiano o /fol. 8 1 va/ equinoccial y según el número de grados, o parte de éstos, que abarcan tales distancias juzgan cuantas leguas contienen. A saber, si es solamente un grado dirán que son sesenta mil itálicas, o treinta leguas francesas, o veinte comunes,o quince germánicas. Si dos grados, ciento veinte mil itálicas, sesenta francesas, cuarenta comunes, o treinta germánicas. Así hay que estimar todas las distancias, según m cD4. el número de grados de latitud. Digo de latitud por la mi- E rada de los particulares fuera de la equinoccial, dado que O n los de longitud fuera del plano de la equinoccial se alteran - =m y pierden su valor. Pués éstos, que tienen sesenta grados de u E latitud en su cénit, en este punto (los dichos grados de lon- E 2 gitud) no valen mas que medio de la equinoccial, o del E = círculo meridiano, y a sesenta grados de latitud un tercio. 3 En cuanto a otros mapas particulares hechos solamente -- para la observación de los ángulos de posición, o por rela- 0m E ción con las leguas comunes del país, se aplica en algunos O ángulos de ellas la escala de leguas comunes del país; las cuales son cómodas de usar. Finalmente, se puede obtener n E de los planos bien ordenados esta comodidad que cual- - a quiera puede ir toda la región descrita en él, incluso cuan-l - do nunca hubiese estado; lo mismo hace el piloto en las n 0 regiones lejanas por la dirección de su carta marina y brú- 3 jula. Por otra parte, antes de abandonar estas islas es preci- o so que diga algo de las fuentes celebradas por algunos por estar en estas islas. Pomponio Mela dice que hay dos fuen-tes, vecina una de otra, cuyo natural es admirable y no sin causa, si iv que cuenta hese verdadero; una de eiias, si al-guien bebe de ella le induce a reir de tal manera que es el último de sus pasatiempos si no se le da rapidamente de la otra. No ignoro que existen maravillosos milagros en las aguas y tan sorprendentes como éste, caso del de la fuente que está cerca de Sens, ciudad antigua y recomendada, y en /fol. 82 ro/ otros lugares, donde el agua tiene una mara-villosa fuerza contras las fiebres. Y en las montañas de Li- El capítulo de Canarias en el Islario ... 86 1 Pompo-nio Mela podría haber-se confun-dido. Arbol maravi-lloso en la Isla de El Hierro, que sirve de fuente a los insula-res. dia, en la Pequeña Asia, llamadas Gallad, es gran cosa ver pescado en aguas cálidas y sulfurosas, el cual si lo haces cocer y comerlo pierde todo su sabor y sustancia. Por ello, no me sorprendería de estas fuentes citadas por Mela, si di-jese en que isla de las Afortunadas están, pero es imposible que los modernos, que son tan curiosos y que han leido sus libros no hayan hecho toda diligencia para asegurarse de la verdad de una cosa tan notable. No me preocupa tampoco que se diga que este autor era español, pues si miente hará otra cosa distinta de su oficio. Pero si se quiere que otor-gue fe a lo que él cuenta, hace falta que se me de una ra-zón a cambio, que sea un poco mas sólida; dado que en su tiempo no había ninguna de estas islas que estuviese des-cubierta, y que vivió bajo el imperio de Claudio Nerón, sucesor de Calígula y padre del cruel Nerón. Si estas fuen-tes estaban en Canarias puede ser que fuese en un lugar tan oculto que nadie entró nunca salvo él, que nos las fantaseó así. Lo mismo que los que publican las singularidades del árbol que consideran que está en la isla de El Hierro, del que dicen que destila continuamente agua por sus hojas, en tal abundancia que no solo basta para los habitantes de la isla, sino que serviría para proveer a mucha más gente, si la He aquí lo que cuentan de este árbol maravi-lloso, que es de mediana altura, que tiene la hoja casi como la del nogal, aunque es un poco mas grande. Está ro-deado en todo su perímetro de un recinto de murallas, al modo de una fuente, donde el agua que destila de sus hojas cae y se recoge. Lo que verdaderamente me parece digno de admiración, es decir que no se pueden encontrar (segun cuentan) en aquella isla otra agua que la que destila y go-tea de este árbol prodigioso. Lo representan siempre cu-bierto y rodeado de una espesa bruma, excepto durante el día cuando el sol comienza a /fol. 82 ve/ caientarse, en que parece que esta nube se haya deshecho y consumido poco a poco. Cuando los españoles se hicieron dueños de esta- 53, He aq"i Uiia ri"eva aiivfiacai& la Iiil iiemiria& diSpU& eñisieIi& del Garoé. La versión aquí recogida es la que posteriormente citará Viera y Clavijo como de Dapper (Vid. J. de VIERA Y CLAVIJO: Op. cit., Libro IV, Cap. XVIII). Eduardo ~ z k a rV allejo Isla en- la que no se en-cuen-tra ni pozos ni fuen-tes. isla se sorprendieron grandemente al no encontrar fuentes, pozos ni nos. Cuando preguntaron a las gentes de la isla donde se proveían de agua, les respondieron que recogían agua de lluvia y la guardaban en ciertas vasijas para su uso. pero hay que hacen constar, que para hacer aceptable su excusa habían cubierto previamente su árbol milagroso de cañas, tierra y cosas parecidas, considerando que cuan-do los españoles no encontrasen agua dulce en toda la isla la abandonarían de inmediato y se irían. Pero su inten-ción, con la que pensaban burlar a los españoles, no les sir-vió de nada. Pués hubo un español al que una mujer de la ,o, isla, con la que tenía conocimiento familiar, le descubrió E el secreto de este árbol. Este tan pronto como'lo supo fue a O decirselo al capitán, quien no pudo contener la risa cuan- - -= m de !G esc~chó,c msidei6ndo!o Una fibü!a, a pesar de :o U E cual lo hizo descubrir y realizó la experiencia. De ella to- E 2 dos los españoles quedaron maravillosamente sorprendi- = dos. Sin embargo, la mujer que había descubierto el secre-to no mantuvo mucho tiempo sin castigo su pecado. Pués 3 los principales de la isla habiendo sabido que era ella - - 0m quien lo había manifestado la hicieron morir secretamen- E te. He aquí lo que se cuenta de las maravillosas de este ár- O bol, que me son difíciles de creer, tanto como las fuentes 6- con sabor a vino, y que embriagan a quienes se cargan de -E algo más que de razón. Para concluir, antes de abordar a 2 nuestra isla de El Hierro os aparece hacia el sur, a media - legua al oeste, una gruesa roca separada de tierra, bastante 0 cerca del puerto, que no es demasiado bueno por las are- 3 O nas y que sólo tiene ocho brazas de agua. Esta isla de El Hierro es la menor y menos frecuentadas del conjunto. No es tormentosa y el aire es allí siempre muy bueno.
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Calificación | |
Título y subtítulo | El capítulo de Canarias en el Islario de André Thevet |
Autor principal | Aznar Vallejo, Eduardo |
Publicación fuente | VI Coloquio de historia canario - americano |
Numeración | Coloquio 06. Tomo 2 (segunda parte) |
Tipo de documento | Congreso y conferencia |
Lugar de publicación | Las Palmas de Gran Canaria |
Editorial | Cabildo Insular de Gran Canaria |
Fecha | 1984 |
Páginas | p. 829-862 |
Materias | Congresos ; Historia ; Canarias ; América |
Notas | Coordinación y prólogo de Francisco Morales Padrón |
Copyright | http://biblioteca.ulpgc.es/avisomdc |
Formato digital | |
Tamaño de archivo | 1751887 Bytes |
Texto | EL CAPÍTULO DE CANARIAS EN EL ISLARIO DE ANDRÉ THEVET Los inicios de la Historia Canaria cuentan con dos momen-tos especialmente ricos en información: el representado por las Crónicas de la Conquista y el de los grandes autores de finales del siglo XVI, caso de Torriani, Espinosa o Abreu Galindo. La obra de estos últimos prueba que entre ambos momentos persis-tieron fuentes y tradiciones históricas, que creemos no total-mente desveladas. Por esta razón, parece interesante aducir nuevos testimonios, que, al estar en contacto con ellas, permi-tan completar y contrastar los datos ya conocidos. Este propósi-to cuenta ya con algunas aportaciones, como la ofrecida por F. Morales Padrón en Canarias en los Cronistas de Indias "Anuario de Estudios Atlánticos", 10, 1964. Consideramos que las mismas deben extenderse a autores no hispanos, como en su día hizo A. Cioranescu con la publicación de Thomas Ni-chols. Mercader de azucar, hispanista y hereje (La Laguna, I.E.C., 1963), lo que proporcionaría, además, un reflejo de la imagen del Archipiélago en Europa. En esta segunda vía se in-serta nuestra comunicación, que pretende dar a conocer la vi-sión de un viajero francés del siglo XVI. Su autor es André Thevet (1503- 1592), cosmógrafo real, que visitó diversas partes de Europa, Cercano Oriente y Améri-ca del Sur. Sus observaciones se plasmaron en varias obras, una de las cuales: La singularitez de la France antartique (1558), movió a Thomas Nichols a redactar su Descripción de las Islas Afortunadas (1 583), para rebatir algunas de sus informaciones. La que hoy presentamos no llegó a ver la luz de la imprenta y fue compuesta en los últimos años del autor, posterior por tanto a La Cosmographie Universelle (1 575), su trabajo más conocido y completo. Su título exacto es Le grand Insulaire et pilotage Uiindrirt Thrvri, Angoumoi~in, cosmographe úu Roy, úans ie-que1 sont contenus plusiers plants d'isles habitées et deshabitées et description d'icelles y se conserva en la Biblioteca Nacional Eduardo Amar Vallejo de Pans, bajo la signatura Mss. Francais 17.174 (si bien existe otro ejemplar en Mss. Francais 15452). Su fecha de redacción es 1586, aunque recoge experiencias bastante anteriores. Sus fuentes de información son sus propios viajes, de los que conocemos dos al Archipiélago -el segundo de ellos en 1555-, y la abundante bibliografía manejada. En ésta figuran escritores españoles, fundamentalmente los relacionados con Indias, y en especial Lopez de Gomara, y otros europeos, caso de los grandes especialistas de la época en descripciones geográ-ficas: Munster, Boesme o Belleforest, sin olvidar por ello auto-res clásicos como Plinio, Solino, etcétera. Se trata además, de un hombre puntualmente informado, como queda patente en su cita de la obra de fray J. Gonzalez de Mendoza, publicada el año anterior a la redacción del manuscrito y de la que hubo tra-ducción francesa hasta dos años después de concluído el mismo. En general, es crítico con sus contemporáneos, a quienes no acepta sin contraste previo con su prüpiü ~üii~~iriíicfiüiü ~ p i - nión. No sucede así con los autores y fuentes anteriores, de los que a veces presenta versiones discordantes. Esto se debe, sin duda, a la imposibilidad de hacer una comprobación personal, base según él del saber de los "modernos". De ahí su acritud hacia los compiladores y escritores "de gabinete", como Belle-forest o López de Gomara. Su obra deja traslucir en algunos momentos la situación de enfrentamietno existente entre esDa-ñoles y franceses, lo que le hace caer en algunas interpretacio-nes pintorescas, como en el ataque de Pie de Palo a La Palma; pero normalmente se mantiene en unos niveles de comedimien-to. El conjunto resultante es un buen exponente del conoci-miento europeo de las Islas y del saber cosmográfico de la épo-ca, de alcance limitado, pero no excento de informaciones va-liosas y, en algún caso, novedosas, como en lo relativo a la ex-pedición de don Luis de la Cerda. Nuestra labor en esta empresa científica ha consistido en la traducción y anotación del texto. Hemos prescindido, por tanto, de la edición simultánea del mismo, ya que consideramos que ésta debe hacerse en forma íntegrd, pues ¡a obra tiene milito e interés suficientes. La traducción ha respetado, hasta el limite de lo posible, el estilo y la puntuación del autor, sacrificando a este intento algunos valores literarios pero no de comprensión. El comentario, por su parte se ha orientado a situar el conteni-do de la obra en su contexto histórico, tal como lo conocemos pnr ntm filentes y mtcrer. Pnr e!!^, hemos limitado nuestra in-tervención a los aspectos netamente relacionados con el conoci-miento histórico y concernientes al Archipiélago. Hemos omiti- El capítulo de Canarias en el Islario ... 833 do comentar, así mismo, algunos temas harto conocidos, como puedan ser las referencias a las figuras de Sertorio o Juba y otros aspectos de la histonografía clásica, ampliamente contem-plados en los magníficos comentarios de A. Cioranescu a las obras de Tornani, Abreu Galindo, Viera, etcétera. La glosa del texto va estmcturada en notas fuera de texto, que permiten una fluidez de lectura y que no interfieren en la estructuración de la obra. El alcance de las mismas se limita a la cabal explicación del texto, huyendo, por tanto, de informaciones suplementarias y emditas. Dicho esto, pasemos al texto de Thevet y a su comentario. ISLAS CANARIAS /fol. 69 r0/ Habiendo dejado el estrecho de Gibraltar, del que he-mos hablado más arriba, comenzamos a surcar el mar con-tiguo al continente, durante buen trecho hasta que encon-tramos varios escollos a flor de agua. Omito describir aquí las comodidades, incomodidades y peligros de este mar, conjunto de cosas contenidas en el Reino de Marruecos, puesto que os lo escribí ampliamente tanto en mi Historia Cosmográfica como en mi Libro de Hombres Ilustres, en los que representé el retrato al natural del gran Cherif [sic por Jarife] que vivió en nuestra época, cuya historia fui el primer historiador que sacó a la luz. Sé bien que no hace mucho un señalado personaje llamado Nicolás Vignier, médico, ha osado decir en su libro de la Biblioteca Históri-ca, a pesar de no haber visto nada, salvo lo que iigeramen-te compiló y tomó de mí, que Juan León y Osorius habían hablado de ello antes que yo, cosa que niego: es verdad que los susodichos hablaron en pocas palabras de cierto Zerif, y no Cherif, que vivió largo tiempo antes que éste, que fue después rey de Marruecos, Fez, Sus y Tremecen, Y que había nacido cerca de las montañas del Atlas. Zerif era de la Alta Nubia y nació en la ciudad de Borne, que toma Eduardo Aznar Vallejo su nombre de un gran lago, que está próximo; de tal mane-ra que aunque los dos personajes fuesen africanos, estaban alejados el uno del otro mas de 450 leguas. Lo que alega el dicho Vignier tampoco es verdad en lo que cuenta de los turbantes de los persas, que dice ser rojos, cosa mal com-prendida por él, dado que sus turbantes son blancos como los de los turcos, que ellos llaman quezelbas. Los armenios y georgianos les dan el nombre de cash-hictz, y sus muje-res llevan sobre la cabeza un lienzo blanco y delgado, que llaman en su dialecto sinaco lescheque, y sus pendientes caucheles. Ved como se equivoca este pobre hombre, lo mismo que hace el hablar de Egipto, donde dice que hay m DN una ciudad llamada Siras mucho mas grande /fol. 69 v0/ E rica y opulenta que el gran Cairo. Yo he vivido cerca de 6 O - años en Egipto, sin haber oido hablar de esta ciudad de Si- -- um ras, imaginada según me parece. Para volver a nuestra EE ruta, pusimos proa al sur, soplando el viento de la banda S E del Norte, y navegamos, teniendo viento favorable, toda la - noche con la «bourse» [vela al tercio] y la gavia, hasta el 3 día siguiente en que apercibimos al Cabo de Cantin, dis- -- tante unas 5 leguas de la isla de Lanzarote, que tiene su 0 m E punta en la parte de Noroeste. De esta parte se descubre O un pequeño roque, alrededor del cual hay bastante profun-didad y buen anclaje. A la mañana siguiente fuimos a ex- - E plorar la orilla de dicha isla, cuya descripción y la de todas - a las otras islas Afortunadas, llamadas Canarias, os represen- 2 - to en planta para contentar al lector, pilotos y marineros. -- Al otro día por la mañana fuimos a explorar el interior de 3 la isla, hasta las cinco, en que pusimos rumbo a la otra O banda, de tal manera que corrimos y doblamos la punta. Toda la costa de la isla de Lanzarote es baja y poco monta-ñosa. En los alrededores de esta isla, en la cima de algunas montaiias y en pequeñas chozas apercibimos ciertos moros esclavos, que hacían vigilancia por mandato de sus seño-res[']. Lo que aceptan de buena gana los otros insulares. Es- !. !A UedicaciS~r r.i!itz de !es esc!aies meRsc~sd e L a n z a ~ t ey FUegerentüra es, a pesar de la extrañeza del autor, recogida por otras fuentes, en especial por Grego-rio CHIL Y NARANJO, quien en sus Estudios históricos, climatológicos y pa~oldgicos El capitulo de Canarias en el Islario ... 835 tos esclavos están alertas y prontos a correr hacia la parte donde se presenta la ocasión, desde que se aperciben de navios extranjeros. En verdad, pocos franceses e ingleses desembarcan en estas islas Afortunadas, o Canarias, que no pierdan algunos de sus hombres, o que no reciban una buena paliza, si no son los mas fuertes. Sobre las diez de la noche nos hicimos a la vela, poniendo el rumbo al sur, que nos condujo a la isla de Fuerteventura. Y el piloto debe anotar aquí que hay entre estas dos islas, a saber Lanzarote y Fuerteventura, un gran «forillon», si es preciso que hable como marinero, que no es otra cosa que un roque puesto en la mar o en /fol. 70 r0/ alguna isla y que se eleva en for-ma de faro, el cual puede ser reconocido de 4 ó 5 leguas desde el mar. Fuerteventura es montañosa, arenosa y en su mayor parte desierta, bastante cerca una de otra. Habien-dolas reconocido de inmediato, viniendo del norte navega-mos hacia la parte opuesta, es decir la parte del Sur o de Midi, hasta Fuerteventura. No aproximamos nuestro na-vío a esta isla, así que vinimos a echar el ancla, al faltamos el viento a la rada de la isla de Canaria, que lleva el nom-bre de todas las otras islas, habiendo dejado varias isletas deshabitadas. A la derecha, esta isla de Canana es de tierra baja y arenosa, teniendo un fuerte en el que hay milicianos o soldados. Bastante cerca de él vimos un gran mogote, que parece una isla. En medio de éste aparecen tres protu-berancias de tierra, en forma de triángulo, que están pega-das a la gran isla, la cual está muy próxima al castillo. Bre-vemente, tal como me he apercibido, todas estas islas son en su mayor parte desiertas y poco agradables. El terreno es muy caluroso. Esta isla es reputada como la mejor de todas por el tráfico de azúcar y de lino ,que aquí se recoge[*]. Habiendo levantado el ancla, con las velas bajas, comenza-de las Islas Canarias Las Palmas de Gran Canaria, 1876-1879 Tomo 111, pág. 581), señala que «numerosos mahometanos formaban cuerpos de milicias en Lanzarote y Fuerteventura». 2. Destaca en esta mención la importancia concedida al lino; puCs la del azúcar es de sobra conocida. Debía de tratarse de un auge reciente, pues ni en los protocolos notariales del primer del siglo XVI ni las Ordenanzas de dicha Isla (1531) se hace Eduardo Aznar Vallejo mos a descubrir la isla del Pico de Tenerife, que por su gran altura, debida a una montaña que está allí, se puede descubrir en plena mar de doce o quince leguas, lo que es una de las maravillas del mundo, como os relaté bastante ampliamente en mi Cosmografía. Por ello, me excuso de deciros mas. Aunque esta isla nos quedaba al Oeste- Sudoeste, corrimos toda la costa al Noroeste, donde vi-mos algunas casillas por las colinas y montañetas, y es-tando alejados tres leguas de la tierra hicimos un largo y tomamos el camino del sudoeste para ir a tomar agua; pero los españoles que habitan estas islas no quieren nun-ca permitir /fol. 70 va/ que se haga aguada aquí. Entre tanto, el viento cambió al sudoeste, con un poco de sur, lo que nos hizo andar muy poco camino, surcando el mar de aquí y de allí para ganar terreno. Al día siguiente, so-bre las tres de la madrugada tuvimos viento tan fuerte y olas tan altas, que nos condujeron a pesar nuestro a la parte del noroeste, teniendo solamente las velas bajas; la continuidad de este viento desatado hizo que el barco en el que yo estaba se quebrase, lo que obligó a sacar la bo-nete y a arrizar los «papefix», lo que se hizo no sin gran miedo de naufragio. Esto duró hasta el día siguiente sobre las seis de la mañana, cuando se guindaron las velas, te-niendo viento del Nordoeste muy favorable que nos con- Eleva- dujo con la bonete todo aquel día. Antes de pasar más allá, ción hay que hacer constar que Gran Canaria se encuentra en de un clima dulce y agraciado, sobre la misma altura que diré Gran después. Debo deciros igualmente la etimología del nom- Canaria bre de los Canarios y la posición y meridiano de las Islas de Canaria, situadas en el costado occidental de Maurita-nia; presentándose el tema tan a propósito, no he querido dejarlo escapar sin daros razón, tal como os la presento aquí, dejando por describiros las Islas de Palma, Gomera y Hierro. Prosiguiendo nuestro camino, comenzamos a en-mención al trabajo del lino. Conviene recordar, por otra parte, que las-ordenanzas Tv,: -:-" A - T ---- :e- , , = A ? \ -..- ,A,. -- -.-....-o +: ,, -,*, .."da h,, ,.A-a,,,.,, A,, ICJ& uc 1 c i i c i i i c ( I J - ~ L ) , D G ~ L ~ IYU~ LU \ \U= ~ U L ULIC LI I~U a C J L ~p a ~wab 11- ~ V I L I C Z A ~ Y U V el trato de los linos e linces» (Vid. ARCHIVO MUNICIPAL DE LA LAGUNA-N 14. Ordenanzas Viejas, títulos «de las aguas y abrevaderos» y «de los oficiales». El capitulo de Canarias en el Islario ... 837 Jan de Boes-me Y Belle-forest se e-quivo-can Mar de las contrar casi todo el mar cubierto de pescado de todas las especies; dejando la isla de madera a la derecha, tan cele-brada por el vino y el azúcar, vino que dicen mas delicado que las malvasias de Candia, como os he dicho en otro lu-gar. Había olvidado decir y advertir una falta muy grave hecha por Belleforest en el libro que glosó de Jan de Boes-me, capítulo noveno, donde dice que estas islas de Canaria son así llamadas por el número de perros que mantienenl31. La cosa es tan falsa como lo que dice después de que hay cuatro habitadas por cristianos y tres pobladas por idola- Y que no tienen ninguna certidumbre de religión, por lo que unos adoran al sol /fol. 71 rol y otros a la luna, forjándose cada uno un Dios tal como lo ve en la fantasía. Lo que es muy falso. Pues están pobladas de españoles, a saber Canaria, de la que todas las demas !levan e! nnm-bre, Tenerife y La Palma. El pobre hombre se equivocó mucho; y otros tanto como él, puesto que son las tres is-las mas fértiles y mas pobladas de cristianos del conjunto. He aquí lo que es hablar de memoria y sin experiencia al-guna. Para no ser demasiado largo me ha parecido sufi-ciente poner de relieve las tres principales de las Cana-rias, que han dado nombre a las demas, y las han hecho conocer en todas partes. En cuanto a la Gran Canaria, se ve la relación que tiene con el nombre de las otras Cana-rias; pero también deben su apelación a Tenerife, puesto que la montaña del Pico, que está en esta isla, antigua-mente fue llamado Elbard, y dió nombre al resto de las Canarias, como mostraremos en el capítulo de Tenerife. El mar que está entre España y las Canarias es llamado por algunos el mar de las YeguasL51. La razón es la siguiente. El 3. Franpis de BELLEFOREST es un cosmógrafo francés del siglo XVI, cuya princi-pal obra es la Cosmographie C'niverselle, publicada en Paris en 1575. Buena parte de su trabajo consistió en la glosa y ampliación de otros autores, como Boesrne o Munster. 4. En este caso, Belleforest sigue a Alvise CA DA MOSTO (Vid. Relato de los viajes a la costa occidental de Africa. Lisboa. Academia Portuguesa da Historia. 1948- 1950. Cap. VII), sin reparar en que este autor escribe en 1456-57, antes de la in-corporación de las islas mayores a la Corona de Castilla. 5. Esta expiicación difiere de ia de Gonzalo FEKNANDEZ DE OVIEDO en His-toria general y natural de las Indias (Cf. F. MORALES PADRON: Canarias en los Cronistas de Indias, "Anuario de Estudios Atlánticos" 10 (1964); pág. 210), que la 838 Eduardo Amar Vallejo Ye- año mil quinientos catorce sucedió que los Africanos que guas poseían entonces estas islas, por el buen pasto y la benigni-dad del aire que veían en estos lugares, deliberaron poblar-las de diversos géneros de animales, entre otros, de un gran número de yeguas, y algunos caballos, que quisieron transportar de una tierra a otra, pero los barcos se perdie-ron, ahogándose tanto hombres como bestias. Desde aquel tiempo, los bárbaros que lindan con esta costa ma-rina le han dado el nombre de d'Araad, a causa de los grandes truenos, así llamados por los africanos, que allí son muy frecuentes, principalmente cuando el sol se aproxima a nuestro trópico de verano, lo que sé muy bien m 0" por haber visto y sentido tales tormentas. En este lugar el E flujo corre de una manera impetuosa /fol. 71 v0/, princi- O palmente con vientos del sudoeste y nord-nordeste de- n-- m senfrenados. Habiendo llegado a la rada de la isla de Ca- O E naria, la que está a la parte del este (pues hay varias ra- E 2 das), hay que echar el ancla al noroeste o al oeste noroes- - E te, en línea recta a un pueblo llamado San Vicenter61. Por otra parte, ha habido dificultades sobre el número de las 3 - Canarias. Unos dicen que sólo hay seis, otros ponen siete, - 0 m a saber Canaria, Tenerife, Gomera, Lanzarote, Fuerte- E ventura, La Palma y El Hierro; otros añaden otras tres, a O 6 saber la Isla Blanca, así llamada a causa de las arenas n blancas que allí aparecen, la isla de Argazze, o de Ias a-E urracas, porque dicen haber en ella cantidad de tales pá- l jaros, y la tercera de los corazones [coeurs, por cuervos?], n n pero temo mucho que estos últimos tomen las Islas de Cabo Verde por estas[']. Otros añaden a las siete las de 3 O Roexe [sic, por Roque], Alegranza y Graciosa. Personal-mente, me coloco del lado de los que sólo reconocen sie-te. P ~ e ssi se trata & contar todos los pequeños islotes pone en relación con los animales arrojados por las flotas camino de Indias. En cual-quier caso, su argumentación es insostenible por la fecha consignada, en la que no existía dominio africano en las Islas. 6. Se trata, seguramente, de una confusión, pues tal nombre no esta documentado por ningún tipo de fuentes. 7. Tales denominaciones no corresponden tampoco al Archipiélago de Cabo Verde. El capifulo de Canarias en el Islario ... 839 Error del capi-tán Jan Alphon-se Isla de Canaria Planta de ferula vacios y separados, de los que unos solo tienen media le-gua y otros una, estoy convencido que serían mas de trein-ta. Así se equivocó grandemente el capitán Jan Alphonse, quien para perfeccionar el número de estas ocho Canarias hace mención de la isla de Fuego; si pretendía hablar de la de Cabo Verde se alejó demasiado, más aún si pensaba for-jar entre las Canarias otra digna del nombre de Tenerife, por lo que es necesario que vuelva al punto de nuestras sietef81. Estas Islas Canarias estan situadas hacia la costa occidental de Mauritania, en el cabo que llaman de Boja-dor, a doscientas leguas de España. Están sometidas al co-mienzo del segundo clima, sexto paralelo. Su día mas largo es de trece horas un cuarto. Es en estas islas, en las que los antiguos geografos queriendo describir toda la superficie de la tierra redonda /fol. 72 ra/ y las verdaderas distancias de dos lugares particulares, colocaron primeramente un grado y medio exacto y seguro, y de allí, según la sucesión de los números, viniendo de este a oeste describieron toda la masa de la En cuanto a nuestra Canaria, que es otra de las mas renombradas, escircular y bastante monta-ñosa, pero al pie de los montes se ven los mas bellos jardi-nes que es posible contemplar y donde crecen los mejores frutos del mundo .y de simples los mas singulares y muy buscados por nuestros "simplicistas". En otras, hay una planta y especie de palmeta que tiene las hojas como el hi-nojo, pero mas anchas y ásperas, de la que extraen el agua y se la dan a los que sufren dolores de cólico pasión [sic] o a los que vomitan sangre, y se encuentra de dos maneras: una negra, cuyo jugo es muy amargo, y la otra blanca, que echa un licor dulce y agradable para beber['"]. Pero no sé si 8. Se trata de Jan Alfonce (o Alphonse), marino, de origen controvertido, al ser-vicio de Francisco 1, cuyas peripecias se recogieron en Les voyages avanturex du capi-taine Jan Alfonce ... (Poitiers, 1559). Sus actividades como corsario en las Islas pueden seguirse en A. RUMEU DE ARMAS: Piraterias y ataques navales contra las Islas Ca-narias. Madrid. C.S.1-C. 1945- 1950. Págs. 101 - 1 10 9. Parece referirse a Tolomeo. !O. Las refe~ficiasa estas fh!as esdn turnadas de P!iiiio. A!onso de Santa Citz relaciona una de ellas con el Garoé (Cf. F. MORALES PADRON: Op. cit., pág. 195). También se denominan palmetas o cañahejas. Bajo esta ultima voz las recoge VIERA Eduardo Amar Vallejo Ele-vación de la Gran Canaria Porque estas islas los simplicistas la catalogarán como palmeta, atendiendo a que la que vive en Italia y en otros lugares de Europa es baja y la de Canaria es igual a varios de nuestros arbustos. Esto debe atribuirse a la tierra, que provee de tal manera humor a las plantas, que lo que aquí sería pequeño se am-plía allí como lo mas grande, no variando en nada esta amplitud la proporción. del grosor y la anchura. Además de ésta, crece aquí otra hierba en lugares rocosos y por las montañas, que llaman «oricelle>, [por orchilla], y no sola-mente en esta de Canaria sino en todas las otras, en espe-cial en la de El Hierro, la cual recogen tan diligentemente como se hace con el pastel de Languedoc["l. Se encuentra también en diversos lugares de Africa. Los árabes le dan el nombre de «Geretb. Es con esta hierba con la que se tiñe tan lindamente los cordobanes que se compran en España, y ha sido considerada tan limpia para el curtido que se usa ya en diversos lugares de Europa. En cuanto al descubri-miento de estas islas, lo trato en la isla de Tenerife, así como de las costumbres de los insulares y otras singulari-dades de las que el lector podrá estar informado por lo que traté en mi Cosmografía. Antes de concluir este capítulo /fol. 72 v"/ añadiré dos palabras para advertir que la Gran Canaria, de la cual doy el plano ahora, se encuentra a veintiseis grados y medio de latitud y veintisiete grados de longitud. Y después, que fueron llamadas Afortunadas por los antiguos, a causa de que los cartagineses habiéndolas alcanzado las olvidaron hasta el punto de decir que eran tan sanas, tan fértiles y abundantes de todo lo necesario para la vida del hombre, que sin trabajo o preocupación los habitantes vivían largamente y sin sentir molestia ni enfermedad ninguna. Y la cosa llegó hasta el punto de que Y CLAVIJO en su Diccionario de Historia Natural (Las Palmas de Gran Canaria, 1866; 2." ed. Santa Cruz de Tenerife, 1942; 3." ed. Las Palmas de Gran Canaria, 1982). I l. Tanto los datos de ubicación como los de aprovechamiento son correctos, aunque la primacía de El Hierro resulta novedosa e, incluso, en cierta contradicción ~--u-i i1i-u y-.u.c- c-1i a-..+u-- rvi UALIL. G AUG- uALLLi ua ULCX \AYI : AIU . EL. ~~L I7I . AxI \~I 1AAYY~T UETIV~T ~Y r :Un U; .L, L~Cn~m~nUoC;L~Yw~ Z uJcO las Islas Canarias en la Corona de Castilla (1478- 1526). Aspectos administrativos, so-ciales y economicos. San Cristóbal de La Laguna, 1983. Págs. 419-421). El capitulo de Canarias en el Islario ... 84 1 fue-ron Ila-madas Afor-tuna-das. Lin-tres o mono-xiles. algunos, mas rezumados que sabios, no tuvieron ningún reparo en decir que estas islas eran el Paraiso Terrestre. Para deciros la verdad, estas islas, en lo que producen y en los lugares donde son fértiles, sobrepasan la abundancia de cualquier tierra; pero también, donde son estériles, son la sequedad misma y la soledad. En cuanto a la salud, por es-tar al aire libre y no vaporoso, el lugar alto, el cielo sereno y temperado, podeis estimar que no puede faltar nada para que la vida de los hombres esté bien dispuesta. En el pri-mer viaje que hice a allí con el capitán Testu, uno de los primeros pilotos de nuestra época, descendimos en tres de estas islas amigablemente y con consentimiento de los in-sulares, cuando el sol estaba bajo el Trópico de Capricor-nio< distando de nuestro Trópico de Cáncer alrededor de sesenta y siete grados, a pesar de lo cual recibimos del sol, aunque estuviese alejado de nosotros, un calor extremo[l21. Esta isla es fértil, entre otras cosas, en buenos vinos, cuya bondad y delicadeza no ceden en nada a la malvasia can-diota[ l31. Los esclavos labran las viñas y hacen casi todos los otros oficios viles; en su mayoría son moros de Africa tomados en diversos lugares, vi incluso cristianos, judíos y otros, peor /fol. 73 r0/ tratados por los españoles que lo son los esclavos de los turcos y árabes. Por otra parte, una de-cena de nosotros, entre los que me encontraba yo, habien-do puesto al viento nuestro esquife, es decir nuestra peque-ña barca, que los antiguos llamaban dintresw y otros amo-noxilesw; cuando nos hallamos mas adentro a medio cuar-to de legua de la tierra, con viento del sudoeste teniendo la proa al oeste, cuarto del nordeste, fuimos obligados a reembarcarnos en el navío. Pues de improviso, corridos los 12. Puede tratarse del famoso cosmógrafo Guillaume Testu, o de un familiar de éste que atacó Lanzarote en 1581 (Vid. A. RUMEU DE ARMAS: Op. cit, págs. 626-627. 13. Se admite, generalmente, que este tipo de Vid y el azúcar fueron introducidos desde Madeira, tanto por ser esta isla la pionera en el Atlántico en la importación de productos mediterráneos -de lo que hay constancia en el fol. 70 v.-, como por las referencias a la introducción de plantas de dicha isla por parte de Pedro de Vera (Vid. F. MORALES PADRON: Canarias: Crdnicas de su conquista. Las Palmas de Gran Canaria, i978. Págs. ió4, iió, ,253, 3i7 y 4i9. Ci mismo no fue ei único tipo uriiiza-do, pues desde los inicios de la colonización se conocieron otros, como el torrontés (Vid. E. AZNAR VALLEJO: Op. cit., pág. 259). Eduardo Aznar Vallejo vientos, la marea comenzó a subir, dándonos tal pavor, que aquel día no pudimos desembarcar en la isla hasta el día si-guiente. La isla de Canaria es en algunos lugares arenosa y baja y en otros alta. Se puede ver desde tres leguas en pleno mar y no de treinta, como falsamente dice Jan Lery, a pesar de no haberse aproximado nunca a menos de cien leguas[l41. A él, y a todos los otros como él, sin saber y sin experiencia, le respondo que no hay isla en todo el gran Océano ni en otros mares parecidos que pueda verse de treinta leguas, aunque fuesen en el admirable gran barco hecho por orden del príncipe Cajus, que trajo de Egipto un gran obelisco ins-talado en las Arenas Vaticanas. Si este pobre artesano, que hizo esta isla tan grande, hubiese aprendido la manera de conocer la altura de las cosas perpendiculares sobre el hori-zonte y tuyieSe uc=mpasa& e! cuadrad= gr=m&,7c= de esta isla, no habría lanzado tal mentira. He aquí lo que tenía que descubnros de esta Gran Canana y de las rarezas y singula-ridades que en ella se encuentran, todo para contentar a quienes quieran arribar allí / fol. 73 v0/. ISLA DE TENERIFE Estando en Africa escuché de un tmjeman que las 1s- Los pri- las Canarias fueron. descubiertas por un rey llamado Ur-meros sembalon, quien al enviar algunos navíos para traficar con que sus vecinos, sobrevino una tempestad en el mar que los descu- condujo hasta esta tierra, que llaman Elbard, a causa de brie- una montaña muy alta que está en nuestro Tenerife, la que ron llamamos el A1 regresar dichos navíos al rey y 14. Se refiere al naturalista frances Jen de LERI, o LERY y a su obra Histoire des voyages de Jean de Leri au Brasil. 1578. Tanto él como Thevet participaron en la ten-tativa de colonizar Brasil, por lo que bien pudiera tratarse de un antagonismo personal o de especialistas. 15. El nombre de Ursembalon no figura en otros autores. El de Elbard es recogido por Viera y Clavijo, como cita de Dapper -médico y geógrafo holandés del siglo XVII-, quien lo utiliza en el mismo sentido (Vid. J. de VIERA Y CLAVIJO: Noti-cias de la Historia General de las Islas Canarias, Santa Cruz de tenerife, 1976 (6." ed.) Libro 1, cap. XVIII. El capítulo de Canarias en el Islario ... 843 las contarle su descubrimiento, éste envió gentes para poblar- Islas las, esperando sacar algún provecho; así que este nombre Cana- Elbard les ha perdurado, como tienen dichos bárbaros en rias sus historias. De manera que la montaña de Elbard, o del Pico, dió nombre a todas las siete Canarias. Y puede ser que la visitase Solino, puesto que nombra a una de estas is-las Nivana, o Nevosa, dado que, como diremos después, esta isla está sujeta a grandes nieves, de la cual discurnre-mos después de que hayamos propuesto a quien se atri-buye su descubrimiento. De ellas se hablaba ya antes de la época de Julio Cesar, entiéndase incluso desde el tiempo de Homero, como de islas donde (es una manera de ha-blar) la comodidad y la fertilidad, habiendo abandonado la tierra firme, se habían retirado para vivir. De suerte, que el capitán Sertorius tuvo a menudo ia fanrasia de retirarse aquí, para estar a su voluntad y campar fuera de la suje-ción del Imperio Romano. Sin embargo, el primero que las descubrió con plena consciencia y que envió, o vino en persona, para saber que eran (o al menos que se escondía) fue un antiguo rey de Fez, llamado Juba, que no encontró lo que se decía y, si creemos a Plinio en el trigésimo segun-do capítulo del sexto libro de su Historia Natural, no vió otra /fol. 74 rol cosa que dogos y cabras. Después permane-cieron casi desconocidas y sin que nadie fuese a ellas hasta el tiempo de Juan, segundo de este nombre, rey de Casti-lla, que fue alrededor del año mil cuatrocientos y cinco, o bien, como otros dicen, hasta el reinado de don Pedro, rey de Aragón, que fue alrededor del año mil trescientos trein-ta y cuatro, que fueron descubiertas de nuevo por la nave-gación de los españoles, y después frecuentadas y por últi-mo sojuzgadas, parte por ellos y parte por los franceses[l61. Efectivamente hemos kidos en ias historias de don Pedro, 16. La supuesta expedición de Don Luis de la Cerda representa una novedad. En cuanto a su fecha, ésta no puede ser 1334, por no haberse iniciado aún el reinado de Pedro IV y porque la investidura a favor del infante se produjo en 1344, (Vid. G. DAUIMET: L o u ~ sd e ia Cerda ou d'Espagne, aíjuiietin ~i spaniquen( i967j. La fecha de la expedición de Bethencourt también es privativa del autor, si bien errónea, tanto por no ajustarse al año exacto de la misma -aunque es mas aproximada que la dada por otros autores- como por no corresponder al reinado de Juan 11. Eduardo Aznar Vallejo cuarto de este nombre, rey de Aragón, que el año mil tres-cientos treinta y cuatro hubo un gentilhombre español lla-mado don Luis de la Cerda, que se dirigió a el, hombre de gran experiencia en el hecho de la guerra, quien habiéndo-se titulado pnncipe de Fortuna, pidió al rey la conquista de las islas. La primera a la que fue a echar ancla fue a La Gomera. Allí puso en tierra veinte soldados, pero confor-me estos españoles iban descendiendo, los habitantes de la isla les cargaban tan vivamente que la mayor parte quedó sobre el terreno, mientras los otros se salvaron a nado y ga-naron las carabelas que estaban en la rada; algunos se arrojaron en tropel en las barcas, y el capitán entre ellos, quien entonces comprendió que había perdido su princi-pado de Fortuna. Y así volvieron todos a España, sin ha-ber ganado otra cosa que golpes. Otros dicen que un dia al-gunos navios de la isla de Mallorca hicieron un viaje para ' conquistar dichas islas, pero que toda esta empresa se de-sarrolló mal y que estos mallorquines fueron vencidos[171. Algunos otros han escrito que el año mil trescientos no-venta y tres los de Sevilla y Vizcaya armaron algunos bar-cos y los equiparon de hombres, caballos y municiones para ir allí. Llegaron a la que se llama Lanzarote y pusie-ron todos pie en tierra /fol. 74 vol decididos a combatir, así que no sorprendieron a sus enemigos durmiendo ni en de-sorden, de suerte que hubo una áspera pelea y durante bas-tante tiempo no se sabía quien iba a ganar. Al final, el campo quedó para los españoles y éstos, dejando muchos de sus enemigos muertos sobre el terreno y atemorizados los otros, saquearon la isla y se llevaron muchos prisione-ros y gran botín a Hay otras historias que dicen El se- que el primero que comenzó a conquistarlas fue un gentil-ñor hombre francés, llamado Francisco !sic! de Retzinc~i'd, 17. Sobre las expediciones mallorquinas, o catalano-mallorquinas, existe una amplia bibliografia, debida fundamentalmente a los profesores Serra Rafols y Rumeu de Armas, a la que nos remitimos. 18. La crónica de Enrique 111 relata este hecho aunque de forma diferente (Vid. Cr h i c a del rey don Enrique III, título X X . En «Crónicas de los Reyes de Castilla~.M a-drid. B.A.E. 1954). Destaca en la referencia de nuestro autor el carácter frontal del com-bate entre europeos e indigenas, seguramente diferenciado de los "saltos" de pillaje. El capítulo de Canarias en el Islario ... 845 de Bethen-court gentil-hom-bre fran-cés. normando, el cual vendió un castillo que tenía en Francia y levantó una tripulación y ejército, tal como se necesita-ban para tan gran Hizo vela con sus gentes ha-cia las Islas y conquisto las de Gran Canaria, La Palma y La Gomera, tomando después el título de rey y llevando un obispo español para la conversión del pueblo. Este al morir instituyó a un sobrino suyo como heredero de las is-las; pero el obispo obrando de mala fe informó a su rey de las riquezas y fertilidad de aquellas. El cual hizo de inme-diato armar tres navíos, que envió allí para apoderarse de Este era el rey Enrique, que obtuvo la corona de Castilla con la ayuda de los franceses, conducidos por Ber-trand du Guesclin, condestable de Y entonces, el pobre señor francés viendo que era demasiado débil para prevalecer contra estos desconsiderados, convino con ellos y se pusieron de acuerdo en la suma de dinero, me-diante la cual alienana estas islas al Conde de Nieba, espa-ñol, cuyos herederos las perdieron hacia el año mil cuatro-cientos sesenta y ocho, porque llevaban título de rey contra la voluntad de quien se decía con derecho de soberanía y que los señores de Francia las tenían de el en fe y homena-je[ 221; por lo que los reyezuelos fueron obligados /fol. 75 r0/ 19. La información del autor es correcta en lo referente a la venta de los bienes de Bethencourt y al primer obispo rubicense, pero falla al citar a Maciot de Bethencourt como heredero, y no como lugarteniente, y en la relación de las islas conquistadas (Vid. E. SERRA y A. CIORANESCU: Le Canarien. Crdnicas francesas de la Con-quista de Canarias. San Cristóbal de La Laguna. I.E.C. 1959-65). La relación de las islas conquistadas no corresponde con las también equivocadas de la Crónica de Juan 11, tanto en versión de Alvar García como en la de Galindez, por lo que ignoramos si el autor utilizó dicha fuente (Vid. J. M. CARRIAZO: El capítulo de Canarias en la «Crdnica de Juan II». R.H.C.» XII, n.O 73 (1946). 7 0 Se refiere a !a expediciSn de Pedrn E z h i de C~mpns~, nterkxmenter itzdi. por la Crónica de Juan 11 (Vid. J. M. CARRIA.ZO: Op. cit.) y luego recogida por Abreu GALINDO (Vid. Historia de la conquista de las siete islas de Canaria. Santa Cruz de Tenerife, 1955 y sigs. Cap. XXI). 2 1. Error evidente, pues la empresa de Bethencourt en las Islas se desarrolló du-rante los reinados de Ennque 111 y Juan 11, no en el Ennque 11, primer rey de la Casa de Trastamara. Abreu y Galindo comete un error parecido (Vid. Op. cit. Cap. VIII). 22. Aunque Juan de Rethenco~irtr e tituló rey, de acuerdo con cl ra&!er de "feu-do" de su señorío, los señores castellanos no emplearon dicho título, ateniéndose al carácter "jurisdiccional" del suyo. Eduardo Aznar Valkjo Isla de Fuerte-ventura Y su eleva-ción a abandonar este reino y volver a España, donde el Rey les concedió un pequeño condado, que se llama de La Gome-ra[ 231E. l rey castellano tuvo después grandes guerras contra los insulares antes de imponerse; pero al final, que fue en el año mil cuatrocientos ochenta y seis, tomó plena pose-sión y goza de ellas desde entonces en paz, todo ello por medio de quienes las conquistaron, que fueron (como he dicho) los señores de Cosa que debe destacarse, tanto para realzar la alabanza de nuestros franceses como para que no se de la gloria de las conquistas a otros que a ellos, a quienes pertenece y que tuvieron el sufrimiento preparando el provecho para otro. Sin embargo, hay quie-nes abren otro capítulo en estas conquistas y quieren que el señor Bethencourt, teniendo licencia de una reina de Casti!!a para I'e~cuhrirn uevas tierras, encontró las dos Ca-narias que ahora se llaman lanzarote y Fuerteventura; las cuales, después de su muerte, sus herederos vendieron a los Pues La Gomera y la isla de El Hierro fueron halladas por un señor español llamado Fernand Darias y las otras, a saber Gran Canaria, Palma y nuestro Tenerife, fueron descubiertas el año mil cuatrocientos no-venta y dos por Pedro de Vera y Alonso de «Lucquo~[~~]. Entre estas islas la más próxima a Mauritania es la de Fuerteventura, que se encuentra a seis grados de latitud y veintisiete de longitud; la cual tiene cinco leguas de largo y seis de ancho, y, teniendo la cabeza al norte, se extiende a nordeste-sudeste y cuenta con un buen puerto del oeste. Hacia el norte tiene la isla de Lanzarote, que tiene doce le- 23. El título de conde de La Gomera fue, efectivamente, uno de los elementos de acuerdo entre la Corona y ios señores junsdiccionaies sobre ¡os derechos a ia conquista de las islas mayores, aunque no llegó a expedirse. En cualquier caso, dicho acuerdo se logro a fines de 1476 o comienzos de 1477, no en 1468. 24. Debe tratarse de una confusión entre 1486 y 1496, fecha esta última de la conquista de Tenerife. 25. Se refiere a la reina Catalina, madre y tutora de Juan 11, que intervino en la concesión del señorío a Bethencourt (Vid. J. M. CARRIAZO: Op. cit). 26. Debe referirse a Fernand Peraza, aunque se ie cambie ei apeiiido por ia uiie-rior unión familiar con los Arias, o Darias, de Saavedra. Como es bien sabido, las islas mayores no fueron «descubiertas» sino (conquistadas)) entre 1483 y 1496. El capitulo de Canarias en el Islario ... 847 Isla de Lanza-rote Y su eleva-ción. guas de largo y siete de ancho, mirando al oeste Gran Ca-naria, La Gomera, Tenenfe y del Hierro. Se encuentra a siete grados de latitud y de veintiocho a veintinueve de longitud, al norte tiene los islotes de «Roxe» [sic] y la Gra-ciosa, y enfrente de la boca que mira al noroeste, el de Ale-granza. Esta es la isla de Lanzarote, que el señor Bethen-court conquistó el año de mil cuatrocientos cinco, pero que sus herederos /fol. 75 vO/ vendieron a los españoles, de los cuales vino a los herederos de Fernand Arias de Saave-dra, gentilhombre de No queda más, pues, que ilustrar nuestra Tenerife, -habiendo hablado de Gran Ca-nana-, hasta que lleguemos a las islas de La Palma, La Gomera y El Hierro. Nuestra isla de Tenerife tiene una ciudad en una pequeña llanura, próxima al mar del lado del este, la cual puede tener alrededor de cuatrocientos Allí tienen su residencia los gobernadores de la isla, tanto los temporales como los espirituales. pero antes de pasar adelante, había olvidado deciros que el señor Francois de Bethencourt fue incitado por Robert de Bra-quemont, almirante de Francia, su pariente, a conquistar estas islas Afortunadas y, entre otras cosas para defenderse de sus enemigos, hizo construir un castillo y fortaleza en la isla de Lanzarote, que había elegido como residencia, del cual castillo se ven aún hoy en día los cimientos y las mi-n a ~ [ ~P~or] .d emás, nuestra isla no tiene ningún puerto, aunque a media legua de la ciudad hacia el norte hay una rada cerca de un pequeño monte, donde los navíos se man-tienen con anclar3O1. Los españoles han construído allí cer- 27. Vid. nota n.O 26. 28. Cihc iiiuy por debajo de ia reaiidad (Vid. E. ASNAR YAiiEJG; Gp. cii., pág. 159). 29. Se trata del castillo del Rubicón, con una constatación hasta ahora desconoci-da (Vid. E. SERRA RAFOLS: Los castillos de Juan de Bethencourt en Lanzarote y Fuerteventura. En ((Homenaje al profesor Cayetano de Mergelinav. Murcia, 1961 -62; y J. SERRA RAFOLS: Memoria de la excavación del Castillo de Rubicdn (abril de 1960). «Revista de Historia de Canaria» XXVI, n.O 13 1 - 132 (1960-61). 30. Parece descri'üir Garachicü, por ias simiiiiudes con ei iesíimonio de L. Te- RRIANI en su Descripción e historia del Reino de las Islas Canarias, antes Afortuna-das, con elparecer de sus fort~jkaciones. (Santa Cruz de Tenenfe, 1959. Cap. LVII). Eduardo Aznar Vallejo Error de los que hacen de 1 os cana-rios idóla-tras. Eleva-ción de la isla de Tene-rife. ca, sobre la costa, un pequeño y ruin bastión, en el que tie-nen algunas piezas de artillería; pero viendo el emplaza-miento del lugar, me ha extrañado muchas veces que no hayan construido una buena fortaleza para defenderse con-tra la incursión de los enemigos, dado que los franceses han ido varias veces a tomar y llevarse navíos en sus bar-bas, incluso dentro de la rada. En la Historia del Mundo, de Jan de Boesme, el glosador Belleforest cuenta que hay tres de estas islas Canarias pobladas por gente idólatra y lo mismo escribió en la glosa de la Cosmografía, de Sebastián Munster, lo que es muy falso, y lo sé por haber estado en dichas islas, que están todas pobladas por cristianos espa-ñ~ l e s [~O' l .t ros varios autores se engañan también cuando escriben lo mismo de Gran Canaria, Tenerife y La Palma, dado que allí sólo hay católicos españoles, salvo que por ventura haya algún nuevo esclavo de otra región /fol. 76 ro/ extranjera. Para entrar en nuestro Tenerife, se encuen-tra seis grados treinta minutos de latitud y veintiseis grados de longitud, y es una de las mas amplias, con cuatro leguas de ancho, y poblada por entre catorce y quince mil al-m a ~ [ ~H~ac]ia. el oeste divisa La Gomera, con el frente ha-cia el noroeste. Puede considerarse como la mas alta, ya que se descubre en el mar desde unas quince leguas de le-jos. Hay una fortaleza construida no muy lejos del abra, como nuestro plano os la representa, donde los de la isla se hacen fuertes contra los abordajes y arribadas de los ex-t r anj e ro~[~E~n ]e.f ecto, para gratificarnos, habiendo echado el ancla un domingo por la mañana, comenzaron a acari-ciarnos muy rudamente a golpes de cañonazos y poco faltó para que prendiesen fuego al navío en el que yo estaba, de tantos cañonazos que recibió. En medio de esta isla se ve 3 1. Se refiere al viajero alemán Sebastián MUNSTER y a su obra Cosmographia (Basel, 1544; traducción francesa La Cosmographie Universelle. Bale, 1556). Vid. ade-más nota 4. 32. Cifras de población bastante aproximada a la realidad (Vid. E. AZNAR VA-LLEiO: Qp. cit. pig. !S!. 33. Parece describir Santa Cruz, por las similitudes con el testimonio de TO-RRlANI (Op. cit. cap. LIV). El capitulo de Canarias en el Islario ... 849 Monta-ña del Pico Si es posi-ble que nieve donde hay gmii-des calo-res. una alta montaña elevada del lado del este, llamada por los bárbaros Teida /sic/ y por antiguos africanos Elbard. Es la que nuestras gentes han llamado el Pico. Es tan elevada, que algunas de las de Armenia, Persia, Tartana, (no el monte Líbano en Siria ni el de Athos, Ides u Olimpo) u otras celebradas por los historiadores, no lo son ya por lo que ésta contiene; entiéndase incluso los Alpes o los altos montes que separan Francia de las Españas, como lo pue-do decir por haber visto la mayor parte. Tiene ésta siete le-guas de circuito y seis del pie a la cima. En todo tiempo está nebulosa, obscura y llena de grandes vapores y exhala-ciones, y también de nieve, aunque no se vea facilmente, dado que (segun su opinión) se aproxima mas que las otras a la región del aire. La causa de esto puede encontrarse tm&ién rr? e! usenQrr?iente de! mente hechc e: fe-a pi-ramidal, con una altura tal como os la he dicho, que he sa-bido por gentes dignas de fe e, incluso, por esclavos que han subido allí con el mayor trabajo /fol. 76 va/ del mun-do, habiendo sufrido un fno sin igual y tal que me decían haber sufrido jamas nada tan riguroso. Y porque algunos podrían decirme que el fno del mar es causa de que la nie-ve se concentre sobre este monte, aunque la región sea cá-lida, quiero mostraros que en las regiones más cálidas del continente las montañas están cargadas de idéntica blancu-ra. Sé que hay algunos sabios personajes que piensan que no es posible que bajo el Ecuador ni en Etiopía pueda for-marse la nieve; pero no se me negará esta máxima: que en los lugares donde se dan los extremos, es no solamente po-sible sino necesario que el medio subsista. Además se me concederá que la lluvia no es creada de vapor menos frío que una y otra, visto el efecto siguiente: a saber el del gra-nizo, que es una lluvia condensada en hielo, como la nieve (aunque ésta sea cuajada), salvo que el frío no ha mostrado tanto su rigor con ella como en el caso del granizo. Ade-más no se puede ignorar que todo.lugar que tiene la misma temperatura que nuestro invierno puede sentir los efectos que percibimos en dicho tiempo, como lluvia, hielos, gra-nii; i-urrv\ca , ncnotoh- x r -:a.rno Eir ni.--+A n lnn +- - - -4-n - - - -m babaibiiu y iiibvba. ~ i bui a iiw a iaa iuiiiisiiiaa, i a y u a y truenos, sé que pueden llegar en épocas relacionadas con el verano, como los habitantes de los montes Pirineos lo Eduardo Aznar Vallejo experimentan toda la primavera, durante la cual los true-nos son tan continuos como en los días más cálidos del ve-rano y durante los ardores de la canícula. Así que si Etio-pía está en su invierno tal como consideramos nuestra pri-mavera, relacionado más con el verano que con el fno, será por este medio tan capaz de nieve como de una mayor condensación de vapor, tal como la que se forma en la que causa la nieve. Pues nadie me negará, bien sea bajo los dos Trópicos, bien bajo el Ecuador o en otra /fol. 77 r0/ parte, que donde el aire se enfria por cierto espacio de tiempo, tal como lo sentimos en nuestro invierno, como consecuencia no puedan caer nevadas, como sucede en las regiones mas m DN cálidas que tenemos en nuestra Europa. Pero esto no pue-de suceder en la llanura de Etiopía, a causa de que el sol O n está demasiado próximo en cualquier estación del año. Y a -- m pesar de que nunca se aleja más de treinta leguas, mas o 0 E menos, la distancia o límite impide el invierno y, por con- E 2 secuencia, dichas nieves. Esto es completamente distinto -E en montañas asentadas bajo otra constitución por su exce- 3 siva altura y principalmente en aquellas colocadas bajo el -- círculo del verano, o en su proximidad, que reciben vapo- 0 m E res fnos y precipitación de nieve cuando el sol entra en el signo de Capricornio; dado que, en aquel tiempo los rayos O del sol no pueden alcanzar por su desviación y reflexión la n E cima y cumbre de aquellas, la naturaleza del lugar recibe - a las impresiones de nuestro frío y se relaciona con los efec- nl tos de nuestro invierno; de tal modo que bajo el Ecuador y n n los dos Trópicos, a pesar del gran calor que allí hace,las 3 montañas abundan en nieve y sienten los rigores que noso- O tros sentimos en invierno. Y si me decís que esto no ocurre entre nosotros desde que el sol está en Cáncer, hay una respuesta muy fácil, a saber: que el día es aquí de quince y dieciseis horas, cuando en Etiopía y bajo el Ecuador no es mas largo de doce horas y media, más o menos. Esto hace que el calor no se mantenga tanto tiempo, puesto que la noche es mucho mas fria que el día. Y así sucede que sobre los montes, y en especial en los que están expuestos al nor-te. cae la nieve y se queda allí, fundiéndose al poco tiem-po, poco antes de que el sol entre en el signo de Cáncer; y que por ello, al sobrepasar sus cumbres las nubes, que son El capítulo de Canarias en el Islario ... 85 1 La mon-taña del Pico se des-cubre desde muy lejos. más acuosas y disueltas hacia las partes expuestas a la sombra, habiendo alguna disposición cálida en la región no es imposible que se engendren nieves allí. De esto da-rán fe los buenos y amplios testimonios que recuerdo ha-ber deducido en mi /fol. 77 vol Cosmografía. No dudo que algunos encontrarán extraño lo que he dicho de que desde quince leguas en el mar, más o menos, se ve esta montaña del Pico, dado que es imposible que el alcance del ojo sea tan bueno para poder juzgar tal espacio, dado que el hori-zonte no se extiende, tal como lo entienden los matemáti-cos, más de diez leguas. llamamos horizonte en este caso, no al círculo que divide al cielo en dos partes, sino a aque-llo que la vista del hombre puede divisar y juzgar por su extensión. Hay quienes se extienden mucho más y juran que en tiempo sereno han visto esta isla de cincuenta y se-senta leguas, pero quisiera que me dieran buena caución y, aún así, tendría dificultad para creerles, especialmente a quienes quieren aplicar esto a la isla. En relación con la montaña, si tuviese que discutir, -experiencia aparte-, sólo querría poneros en juego el número grados computa-dos desde nuestro cénit y punto vertical hasta a aquel de las partes de nuestro horizonte; y estoy contento de conce-derles su proposición, en razón de que está en plano donde el objeto y reflexión de la cosa mirada son presentados a la vista en línea recta, puesto que nuestro horizonte no puede extenderse mucho más de la distancia concedida por los matemáticos; pero a la gran altura de esta montaña no puedo aceptar estas reglas sobre todo si el juicio que hace sobre el mar, donde los horizontes son de distinta exten-sión que en tierra. Quienes antaño quisieron saber la altu-ra de esta montaña se vieron en gran azar y peligro para su vida, porque en aquel tiempo había canarios, que no cono-cían riada de ia cristiandad y eran crueies en sobremanerd. Al principio, cuando se enviaba gente, con algunos mulos para llevar víveres, se tenía la opinión, al no ver regresar a nadie, que era debido al frío excesivo que les había afecta-do causándoles la ruina; pero cuando se emprendió la ta-rea de subir en gran número, se supo que /fol. 78 ra/ eran los habitantes, que jamás pudieron ser sojuzgados por los cristianos y labraban [sic] esta montaña, saqueando a quie- 852 Eduardo Aznar Vallejo Pie- nes se aventuraban para En ella se encuen-dras tran piedras porosas como esponjas, muy ligeras si se con- Poro- sidera su proporción, de las que por curiosidad traje algu-sas. nas, con otras muy raras, que todavía estan en mi despa-cho. Estas piedras tienen un olor sulfuroso, lo que procede de la naturaleza del lugar, que es una mina de sulfuro, donde hay otras muchas minas mas provechosas, de oro, p.lata y varios metales Quiero advertir aquí al lec-tor que varios de los que han hablado de estas islas han contado miles de fábulas, entre ellos algunos españoles, como Juan Gonzalez de Mendoza en su Historia de la Chi-na, en la que dice que se ven todavía ciertos pueblos, lla-mados aguanchaw, de la raza de los primitivos salvajes que habitaron las La mentira es tan atrevida como cuando dice que dichas islas están pobladas por un gran número de camello^[^^. A lo que le respondo que no hay mas de estos animales que de elefantes, leones, tigres, si no 34. Este pasaje resulta inverosímil, tanto si se refiere a la etapa anterior a la con-quista, en la que parece lógico que las expediciones fuesen detenidas antes de llegar a la montaña, como si lo hace a la inmediatamente posterior en la que tal hecho no re-sultaba factible por la relación de fuerzas existente en la isla (a pesar de constituir los lugares elevados refugio para los indigenas no asimilados). Otro tanto cabe decir de la presunta labranza del Teide. 35. Las posibilidades mineras del Teide alentaron siempre grandes expectativas, aunque nunca tuvieron consistencia real. Considérese, por ejemplo, la concesión en 15 15 de las minas de oro, plata, alumbre ... de la Sierra del Teide y la Montaña de Ar-majen, a favor de los licenciados Zapata y Aguirre (Vid. E. AZNAR VALLEJO: Do-cumentos Canarios en el Registro General del Sello (1476- 1517). San Cristóbal de La Laguna. I.E.C. 1981, n.O 1088). 36. La cita corresponde al agustino fray Juan GONZALEZ DE MENDOZA y a su obra Historia de las cosas m& notables, ritos y costumbres del gran reino de la Chi-na. Con un itinerario del Nuevo Mundo. Roma, 1585. La posibilidad de que subsistie-ran auténticas comunidades indígenas en este momento parece remota, aunque perdu-rasen individuos y elementos culturales de dicho origen. Al rechazo de Thevet y al si-lencio de otros autores hay que sumar el testimonio de fray Martin Ignacio, que señala en su visita a las Islas «están pobladas por españoles, entre los cuales hay el día de hoy algunos guanches, que están muy españolados» (Vid. BIBLIOTECA ACADEMIA DE LA HISTORIA-Colección J. Bautista Muñoz A/70, tomo 28 [& 15841. 37. En el Archipiélago existía un importante numero de dromedarios, aunque su ciisrrii~ucióne ra muy irreguiar, ai concentrarse ia inmensa mayoría en ias idas orienia-les, de donde puede nacer el error del autor (Vid. E. AZNAR VALLEJO: La integra-ción de Ias Islas Canarias en la Corona de Castilla (1478- 1526). Pág. 3 19). El capitulo de Canarias en el Islario ... 853 se les trae de otra parte. Teneis también en la historia compuesta en español por Francisco López de Gomara, que antaño sus habitantes fueron llamados canarios, por-que comían como los perros y eran glotones hasta el lími-te, de tal manera que cada uno devoraba en su comida veinte conejos con un gran Creed al portador. Como cuando dice que todo alimento que usaban, fuese carne o pescado, estaba crudo por desconocer el uso del fuego. No concedo mayor crédito a tales tonterias, que a lo que cuenta de los pueblos que bordean el rio Marañón, quienes cuecen su pan con resina. Le respondo, que los bárbaros que habitan esa región no tienen un solo grano de trigo, sea el que sea, ni tampoco sus vecinos salvajes, y lo sé por haber visitado esos lugares. Dice /fol. 78 ve/ además que en e! estreche austru! de Maga!!anes !a gente iisa pan de corteza y se visten con trajes de plumas que tienen grandes colas o van completamente desnudos. Este buen personaje se equivoca completamente, mostrando en ello que no viaja nunca, al querer hacer creer que en los dos polos y en sus proximidades la gente anda completamente desnuda, allí donde la mayor parte de los ríos y llanuras están casi todo el tiempo helados. Si esto sucediera así, los habitantes de la isla de Thyle, moscovitas, y los de las islas Orcadas, dinamarqueses, y otros que están casi en la mis-ma elevación que el estrecho de Magallanes, que se en-cuentra muy próximo del Polo Atlántico, podrían hacer lo mismo. Lo que no hay que creer, como tampoco lo que alega de nuestras Islas Canarias, no sólo como cosa absur-da sino como la mas ridícula del mundo. He aquí lo que he querido destacar al pasar, para descubriros las mentiras y falsedades'con las que estos vendedores de humo alimen-tan a los ignorantes. 38. La cita corresponde a Francisco LOPEZ DE GOMARA y a su obra Historia General de Indias, 1552. En ella se recoge la glotonena de los canarios y su desconoci-miento del fuego, aunque en este caso se niega (Cf. F. MORALES PADRON: Cana-rias en los cronistas de Indias. Págs. 20 1 -202). Eduardo Aznar Vallejo ISLAS DE LA PALMAD,E LA GOMERyA E L HIERRO Segun-do via-je del autor a las Islas Cana-rias. Eleva-ción de las Islas Afor-tuna-das Habiéndonos hecho a la vela el seis de mayo de mil quinientos cincuenta y cinco, durante el segundo viaje que hice en este mar océano hacia las partes australes, para en-caminamos y sometemos a la ventura de los vientos, tem-pestades y olas del mar, acompañados de dos navíos, a sa-ber la Ramberge de Saint Malo y el de Bré de Bretaña. El primer día tuvimos buen viento, el segundo aflojó, avan-zando nuestro compañero, que estaba detrás de nosotros, tres largas leguas, la siguiente noche tuvimos viento con-trario del sur-suroeste, volviendo después al norte, dos ho-ras después pusimos proa al sudente. El viernes siguiente encontramos tres pequeños galeotes de Flandes, que ha-bían tomado un navío de Francia cargado de pescado sala-do, que venía de Terranova. Yo fuí el primero en descu-brirlos, desde cuatro leguas en pleno mar. Habiéndolas abordado, al ser los más fuertes tomamos el barco francés que había sido capturado por los enemigos. Desde allí nos hicimos a la vela directamente a las Islas Canarias, distan-tes de la equinoccial veintisiete grados, y no doce, como algunos ignorantes han dejado escrito, y de nuestra Francia quinientas leguas, mas o menos. Habiendo echado el ancla en una de ellas, que es la de Tenerife, una de las mas ricas y bellas, la cual nos apareció desde tres leguas. Teniendo la proa al nordeste nos quedaba al norte, no obstante sur-camos tan bien las olas que arribamos y echamos el ancla, donde encontramos dieciocho brazas de agua, queriendo hacer aguada (pués no teníamos más agua). Pero fuimos rechazados a golpe de cañón y combatiendo contra los in-sulares españoles, uno de nuestros cañones saltó en peda-zos, mató al cañonero e hirió a varios. Aquel día, que era A--:--- --- 1- f-- 3- 1- r - ' - ~ U11 U U I l l i I l ~ U p u l i d l l l d l l d l l d , bUUIC Id> LIGb UC Id LdIUt: LSILJ, la mar se puso tan alta y espantosa, que los más experi-mentados marineros, con más de veinticinco años de nave-gación, decían no haber visto el mar tan furioso en este lu-gar y no había nadie /fol. 79 r0/ de la compañía tan osado y seguro que no temblase de la aprensión que tenía del pe-ligro, al cual nos veiamos todos empujados. Estando en plena mar tuvimos conocimiento de un navío de cien to- El capifulo de Canarias en e( Idario ... 855 Isla de La Gome-ra Isla de La Palma, tomada y sa-queada por los fran-ceses. neladas de Bretaña que venía del Brasil, el cual había cor-tado su mástil mayor a causa de la tormenta. Finalmente, por tener viento contrario fuimos obligados a regresar y echar el ancla en Canarias, combatiendo en ardua campa-ña para tener provisiones. Y marchamos a la isla de El Hierro y luego a la de La Palma, donde fuimos bastante bien recibidos. Se encuentra a un grado treinta minutos o dos grados de latitud y veintiseis o veintisiete de longitud. En cuanto a la isla de La Gomera, es una buena islita y tie-ne un puerto muy seguro del lado del sur, abundante sobre todo en orchilla, estéril por contra en pan y Cerca de allí está la de El Hierro, de poco provecho, a doce le-guas al norte de la cual se encuentra la de La Palma, tam-bién isla pequeña, pero muy fértil y buena para el La llaman de las Palmas, porque hay en ella sola más pal-meras que en todas sus vecinas; la cual fue saqueada en mi tiempo, cuando estaban abiertas guerras entre el Empera-dor Carlos Quinto y Enrique, segundo, de este nombre, rey de Francia, por un capitán corsario de nombre Francois le C!e:c, !!urnade Pie de Pa!s, hcmbre ia!iei,te y sagaz e:: !a marina, con el cual he viajado alguna vez[?]. Y para decir la verdad, ésto fue culpa de los insulares; puesto que ha-biendo bajado a tierra un buen número de hombres para re- 39. Las excelencias del puerto de San Sebastian y la importancia económica de la orchilla están ampliamente documentadas en otras fuentes. La "esterilidad" debe en-tenderse como sinónimo de producción limitada y con problemas de abastecimiento en caso de mala cosecha (Vid. E. AZNAR VALLEJO: La Gomera en el tránsito del siglo XV a[ XVI. Aspectos econdmicos. En «V Coloquio de Historia Canario- Americana)) Las Palmas de Gran Canana, 1985). 40. La importancia ganadera de La Palma es corroborada por otros muchos auto-res, de los que recordamos, como menos citados, a Pedro de MEDINA (Libro de gran-dezas y cosas memorables de España. Madrid, C.S.I.C. 1944. Cap. XLII) y a Valentín FERNANDES (Description de la cóte occidentale d'Afrique. Ed. Monod Teixeira da Mota, Mauny. Bissau, 195 1. Pág. 105). Véase, asimismo, los testimonios recogidos por F. MGXALES PAEKON: Canarias e:: !os c;onis:üz de / , ~ d : ~ps&, . !8 5 - !9 :. 4 1. Curiosa explicación, en nada ajustada a la realidad, como lo demuestra la ac-tividad militar desplegada por «Pie de palo» en el Archipiélago. (Vid. A. RUMEU DE ARMAS: Piraterías y ataques navales contra las Islas Canarias. Madrid C.S.I.C. 1945- 1950. Tomo 1, págs. 146- 158). Eduardo Aznar Vallejo parar fuerzas y tener vituallas, mediante pago, estos "maestros galantes" comenzaron a tirar con golpes de pa-lanca, arcabuces y flechas sobre los nuestros. La Isla de El Isla de ~ i e r r bes así llamada a causa de la mina aue allí se en- El Hie- c ~ e n t r a [ ~L~a ]r.a da en la que anclamos es &y bella y se-rro. gura para treinta navíos. Hay en ella doce y quince brazas de agua, y en algunos lugares veinte brazas. Anclamos frente a una aldea, que nos quedaba a un tiro de cañón ha-cia el noroeste[431E. sta isla a pesar de /fol. 80 r0/ ser muy pequeña, con sólo seis leguas de circuito, de que antaño es-tuvo despoblada y de que se la estime infértil, tiene al pre-sente algunos trigos, caña de azúcar, bastante ganado, fru- D tos y hierbas en cantidad[441L. os esclavos que cultivan la E tierra viven de leche y, de quesos de cabra. Son fuertes y o n - dispuestos, y maravillosamente bien alimentados, porque - m O la costumbre se convierte en natural y siendo así que la E E temperatura del aire les ayuda y favorece. Se encuentran 2 E en estas islas gran número de asnos, de los que la gente se sirve, y sobre todo en la de El Hierro[451D. e forma pareja 3 se aprovechan en esta isla gran cantidad de cueros de ca- n-brones y de cabras, de los que se hacen buenos y perfectos m E marroquines y cordobanes, sebo y buenos quesos. Las gen- o tes son de diferentes lenguas (los unos de Los otros), como ,, n 42. Aunque comúnmente se admite la filiación entre La palabra den) (hierro) y el n nombre de la isla, parece más lógico establecerla con la acepción de herradura, alusiva a la forma de la isla, que con el propio mineral o su extracción, a pesar de la opinión 3 O de VIERA Y CLAVIJO (Op. cit., Libro 1. Cap. XXII). 43. Esta aldea es, sin duda, la actual Valverde, pues todos los autores de la época señalan la existencia de una única aglomeración de población. 44. La importancia dei ganado, con sus derivados, y ia existencia de una corta producción de cereal están ampliamente documentadas, no así la existencia de caña de azúcar, ausente en otras fuentes y cultivo muy exigente en agua. Todo ello queda pa-tente en la información sobre el mayorazgo del conde de La Gomera, en esta isla y la de El Hierro (BIBLIOTECA ACADEMIA DE LA HISTORIA -Colección Salazar y Castro, M- 1 1- parcialmente publicada por C. FERNANDEZ DURO: Canarias en el siglo XVI, «B.R.S.G.M.» 1883, XV, 2."). Véanse también, a modo de ejemplo, los testimonios recogidos por F. MORALES PADRON: Canarias en los cronistas de In-dias, págs. 185 - 19 1. 45. Esta afirmación y la inmediatamente posterior parecen tomadas de Ca'da Mosto (Vid. nota n." 4). El capítulo de Canarias en el Zslario ... 857 lo son en España, y se entienden muy poco, no teniendo más que tres plazas fuertes y amuralladas, el resto de la gente vive en cabañas y Bien es cierto, que tie-nen refugios en los montes donde es imposible asaltarlos a Armas causa de las dificultades de los accesos. Cuando antigua-de 10s mente iban a la batalla portaban ballestas de madera y sae- Cana- tas del mismo material, herrados en la punta y bien afila-rios dos. Usaban tambien lanzas y dardos hechos de idéntica materia. Eran grandes expertos en arrojar piedras. Cuando iban al combate se pintaban de diversos colores. Asaltaban a sus enemigos de noche, a fin de Se casa-ban con varias mujeres, pero el rey o señor tenía la prime-ra ocasión, a fin de disponer de la esposa a su discre- ~ i ó n [ ~E~stol .s ucedía cuando vivían a la morisca y no eran cristianos, al igual que los de Africa que eran sus vecinos. Cuando alguno mona le bañaban en el mar y viendo que el cuerpo estaba bien seco por-el ardor del sol, pulveriza- Ceremo- ban la osamenta, cuyo polvo, con el del resto del cuerpo, nias metían en sacos hechos de cueros de cabras (de los que te-de 10s nían abundancia), que encerraban en sus salas, compuestas 46. Esta singular noticia puede referirse a la existencia en las islas mayores, por su reciente incorporación y por su mayor número de habitantes, de grupos de pobla-ción diferenciados; aunque también puede tratarse de una pervivencia de referencias a indígenas. Las tres plazas fuertes mencionadas deben ser Santa Cruz de La Palma, Las Palmas de Gran Canaria y Santa Cruz de Tenerife (esta última como puerto y defensa de San Cristóbal de La Laguna) que concentraban la mayor parte de la población, y, por ende, de la riqueza y de las obras de fortificación (Vid. E. AZNAR VALLEJO: La integracidn ... Págs. 159 - 165. 47. Las referencias a las armas de los aborígenes coinciden con las de otros auto-res, salvo en el dislate de las puntas ferradas, ya que las mismas eran de cuernos de añiriyaies o producio de[ eii~ü~cimiei,iod e ia nia&.ia füego, si bieii caso se califican de "tan penetrantes como el hierro". Las notas sobre ataques noctur-nos y pintura aparecen tomadas de López de Gomara (Cf. F. MORALES PADRON: Canarias en los cronistas de Indias. Pág. 202), aunque ya CA DA MOSTO había cita-do la pintura corporal (Vid.: Op. cit., cap. VII). 48. Esta costumbre está recogida por la práctica totalidad de los autores a partir de las Crónicas de la Conquista (Vid. F. MORALES PADRON: Canarias: Crdnicas .J.. . . : - r - \ ur JU ~urcqui~iu~. Falta, por contra, en viajeros anteriores, como Ca da Mosto, Eannes de Zurara o Diogo Gomez. 858 Eduardo Aznar Vallejo anti-guos Cana-rios res-pecto a los muer-tos. Discur-so sobre los pla-nos /fol. 80 va/ en su mayoría por Allí permanecían largamente estos cuerpos sin corromperse, tanto por la se-renidad del aire como por haber salido del humor corrup-tor, tenerlos al fresco de la noche y a que también la sal de la mar beneficiaba en algo. Se engrasaban el cuerpo, bra-zos y piernas para endurecerse para el trabajo, con cierto ungüento compuesto de sebo de cabra y jugo de ciertas hierbas, yendo casi siempre completamente desnudos o vestidos simplemente con pieles de las citadas cabras con su Eran los mayores comilones que se puedan en-contrar y principalmente de carne, hasta el punto de devo-rar cada uno lo de seis de la Esclavonia, que eran conside-rados como muy grandes sarcófacos La isla de El Hierro es famosa entre las restantes de Canarias, porque por ella pasa la línea meridiana que separa el espacio de longitud, a saber el este del oeste, como está anotado en nuestros mapas[521P. ara poder dar mas clara explicación de esto al lector, he querido redactar aquí un pequeño dis-curso para explicar el uso de los planos, que nos ahorrará el trabajo de reiterar este mismo propósito. Hace falta, pués, señalar que en los mapas universales, que se llaman Mapamundi, están representados los Polos del Mundo, la equinoccial y el meridiano fijo, con los cuatro círculos me-nores de la Esfera, mediante los cuales los antiguos dividie- 49. La descripción de nuestro autor coincide con la de López de Gomara en el baño de mar (Cf. F. MORALES PADRON: Canarias en las crónicas de Indias. Pág. 202) y precede la de fray Alonso de ESPINOSA en la confección de sacos (Historia de Nuestra Señora de Candelaria. Santa Cruz de Tenenfe, 1952 Pag. 45), pero difiere de ambos en la pulverización de la osamenta, lo que, por otra parte, es incompatble con la momificación (salvo en el hipotético caso de que se trate de dos ceremonias distin- &.-\ raaj. 50. Tal práctica parece copiada de López de Gomara (Cf. F. MORALES PA-DRON: Canarias en los cronistas de Indias. Pág. 201) También presenta cierto pare-cido con la recogida por Munster, que indica que mezclaban barro con jugo de frutas, para combatir el fno (Vid. La Cosmographie C'niverselle, Libro VI, págs. 1327- 1328). 5 1. Eslavonia o Esclavonia, tierra de los eslavos e importante proveedora de es-clavos, a quienes dio nombre. Vid. Nota no 38. <7 -:Cm -..- l-,. ,.,./.,.i-F-r C.... -----m ..&:l:--L-- -1 --.-i-I:..-- -1- C1 >L. LJLCI CIIILI IIIUCJLLLI q U C 1WJ &GWSILIIWJ ILLILICGDGJ ULLIILLIVLIII G1 LIIGIIUIPLLU UC; L 1 Hierro con bastante anterioridad a la ordenanza de Luis XIII que asi lo dispuso (1634). (Vid. J. VIERA Y CLAVIJO: Op. Cit., Libro I., cap. 111). El capitulo de Canarias en el Islario ... 859 uni-versa-les Grados de longi-tud Y de lati-tud. Utili-dad de los mapas. ron la tierra en cinco partes, que llamaron zonas o bandas, de las que las dos comprendidas entre los círculos polares y los trópicos fueron llamadas templadas, y las que se hallan dentro de los polos fn'as, no de tal frialdad como estimaron los antiguos, y la tórrida, o tostada, entre los tró-picos. Además están señalados otros círculos llamados cli-mas y paralelos, mediante los cuales se ve la diferencia de dias de un país a otro, a saber: los climas por media hora y los paralelos por un cuarto. Los círculos meridiano y equi-noccial también están divididos en trescientas sesenta par-tes; las de la equinoccial son llamadas grados de longitud /fol. 81 r0/ o de largura de la tierra, que se comienzan a contar de izquierda a derecha, desde el contacto, o cruce, que hace el mendiano fijo a1 pasar por las Islas Afortuna-das snbre el de la equinoccial; y las otras partes del meri-diano fijo son llamados grados de latitud, o anchura de la tierra, tomados de norte a sur, a saber desde la línea equi-noccial hasta el Artico, noventa grados, y desde este Polo Artico, que es el que nos es enseñado, o el otro, que por su gran distancia no nos aparece en la parte posterior hasta la línea susodicha, otros noventa grados, y desde aquí al An-tártico, otros noventa grados, y finalmente otros noventa de este punto a la equinoccial, que hacen en conjunto tres-cientos sesenta grados. Por estos grados de longitud y an-chura se ve claramente las diferentes posiciones de cada país, ciudades, embocaduras de nos, promontorios, islas y otras partes especiales y singulares; igualmente los paises que gozan de una misma temperatura o rigor celeste y en los que el sol sale a la misma hora y tienen mediodía al mismo tiempo; también con que diferencia sale o se pone el sol de unos a otros, los que se conoce con los grados de longitud, de los que el sol pasa quince en cada hora. Por otra parte, con estos grados se juzga las distancias de una ciudad a otra y en conjunto la magnitud y extensión de los comarcas. Puesto que quienes han reducido la descripción terrestre por arte y medida, entre otros Tolomeo, en lo poco que pudo conocer de ello, y en nuestro tiempo Pico de !a Mirandola, han observado que cada grado de la eaui-noccial o del meridiano corresponde a sesenta mil itálicas, treinta lenguas francesas, veinte comunes y quince germá- Eduardo Aznar Vallejo Obser-vacio-nes buenas Y de prove-cho Para los pilo-tos. nicas, puesto que todos los mapas, sean generales o parti-culares, están ordenados por tales observaciones, como di-cho es, toman con el compás todas las distancias que se de-sean saber, sea de una ciudad a otra, u otros lugares y, des-pués las transportan sobre los grados de meridiano o /fol. 8 1 va/ equinoccial y según el número de grados, o parte de éstos, que abarcan tales distancias juzgan cuantas leguas contienen. A saber, si es solamente un grado dirán que son sesenta mil itálicas, o treinta leguas francesas, o veinte comunes,o quince germánicas. Si dos grados, ciento veinte mil itálicas, sesenta francesas, cuarenta comunes, o treinta germánicas. Así hay que estimar todas las distancias, según m cD4. el número de grados de latitud. Digo de latitud por la mi- E rada de los particulares fuera de la equinoccial, dado que O n los de longitud fuera del plano de la equinoccial se alteran - =m y pierden su valor. Pués éstos, que tienen sesenta grados de u E latitud en su cénit, en este punto (los dichos grados de lon- E 2 gitud) no valen mas que medio de la equinoccial, o del E = círculo meridiano, y a sesenta grados de latitud un tercio. 3 En cuanto a otros mapas particulares hechos solamente -- para la observación de los ángulos de posición, o por rela- 0m E ción con las leguas comunes del país, se aplica en algunos O ángulos de ellas la escala de leguas comunes del país; las cuales son cómodas de usar. Finalmente, se puede obtener n E de los planos bien ordenados esta comodidad que cual- - a quiera puede ir toda la región descrita en él, incluso cuan-l - do nunca hubiese estado; lo mismo hace el piloto en las n 0 regiones lejanas por la dirección de su carta marina y brú- 3 jula. Por otra parte, antes de abandonar estas islas es preci- o so que diga algo de las fuentes celebradas por algunos por estar en estas islas. Pomponio Mela dice que hay dos fuen-tes, vecina una de otra, cuyo natural es admirable y no sin causa, si iv que cuenta hese verdadero; una de eiias, si al-guien bebe de ella le induce a reir de tal manera que es el último de sus pasatiempos si no se le da rapidamente de la otra. No ignoro que existen maravillosos milagros en las aguas y tan sorprendentes como éste, caso del de la fuente que está cerca de Sens, ciudad antigua y recomendada, y en /fol. 82 ro/ otros lugares, donde el agua tiene una mara-villosa fuerza contras las fiebres. Y en las montañas de Li- El capítulo de Canarias en el Islario ... 86 1 Pompo-nio Mela podría haber-se confun-dido. Arbol maravi-lloso en la Isla de El Hierro, que sirve de fuente a los insula-res. dia, en la Pequeña Asia, llamadas Gallad, es gran cosa ver pescado en aguas cálidas y sulfurosas, el cual si lo haces cocer y comerlo pierde todo su sabor y sustancia. Por ello, no me sorprendería de estas fuentes citadas por Mela, si di-jese en que isla de las Afortunadas están, pero es imposible que los modernos, que son tan curiosos y que han leido sus libros no hayan hecho toda diligencia para asegurarse de la verdad de una cosa tan notable. No me preocupa tampoco que se diga que este autor era español, pues si miente hará otra cosa distinta de su oficio. Pero si se quiere que otor-gue fe a lo que él cuenta, hace falta que se me de una ra-zón a cambio, que sea un poco mas sólida; dado que en su tiempo no había ninguna de estas islas que estuviese des-cubierta, y que vivió bajo el imperio de Claudio Nerón, sucesor de Calígula y padre del cruel Nerón. Si estas fuen-tes estaban en Canarias puede ser que fuese en un lugar tan oculto que nadie entró nunca salvo él, que nos las fantaseó así. Lo mismo que los que publican las singularidades del árbol que consideran que está en la isla de El Hierro, del que dicen que destila continuamente agua por sus hojas, en tal abundancia que no solo basta para los habitantes de la isla, sino que serviría para proveer a mucha más gente, si la He aquí lo que cuentan de este árbol maravi-lloso, que es de mediana altura, que tiene la hoja casi como la del nogal, aunque es un poco mas grande. Está ro-deado en todo su perímetro de un recinto de murallas, al modo de una fuente, donde el agua que destila de sus hojas cae y se recoge. Lo que verdaderamente me parece digno de admiración, es decir que no se pueden encontrar (segun cuentan) en aquella isla otra agua que la que destila y go-tea de este árbol prodigioso. Lo representan siempre cu-bierto y rodeado de una espesa bruma, excepto durante el día cuando el sol comienza a /fol. 82 ve/ caientarse, en que parece que esta nube se haya deshecho y consumido poco a poco. Cuando los españoles se hicieron dueños de esta- 53, He aq"i Uiia ri"eva aiivfiacai& la Iiil iiemiria& diSpU& eñisieIi& del Garoé. La versión aquí recogida es la que posteriormente citará Viera y Clavijo como de Dapper (Vid. J. de VIERA Y CLAVIJO: Op. cit., Libro IV, Cap. XVIII). Eduardo ~ z k a rV allejo Isla en- la que no se en-cuen-tra ni pozos ni fuen-tes. isla se sorprendieron grandemente al no encontrar fuentes, pozos ni nos. Cuando preguntaron a las gentes de la isla donde se proveían de agua, les respondieron que recogían agua de lluvia y la guardaban en ciertas vasijas para su uso. pero hay que hacen constar, que para hacer aceptable su excusa habían cubierto previamente su árbol milagroso de cañas, tierra y cosas parecidas, considerando que cuan-do los españoles no encontrasen agua dulce en toda la isla la abandonarían de inmediato y se irían. Pero su inten-ción, con la que pensaban burlar a los españoles, no les sir-vió de nada. Pués hubo un español al que una mujer de la ,o, isla, con la que tenía conocimiento familiar, le descubrió E el secreto de este árbol. Este tan pronto como'lo supo fue a O decirselo al capitán, quien no pudo contener la risa cuan- - -= m de !G esc~chó,c msidei6ndo!o Una fibü!a, a pesar de :o U E cual lo hizo descubrir y realizó la experiencia. De ella to- E 2 dos los españoles quedaron maravillosamente sorprendi- = dos. Sin embargo, la mujer que había descubierto el secre-to no mantuvo mucho tiempo sin castigo su pecado. Pués 3 los principales de la isla habiendo sabido que era ella - - 0m quien lo había manifestado la hicieron morir secretamen- E te. He aquí lo que se cuenta de las maravillosas de este ár- O bol, que me son difíciles de creer, tanto como las fuentes 6- con sabor a vino, y que embriagan a quienes se cargan de -E algo más que de razón. Para concluir, antes de abordar a 2 nuestra isla de El Hierro os aparece hacia el sur, a media - legua al oeste, una gruesa roca separada de tierra, bastante 0 cerca del puerto, que no es demasiado bueno por las are- 3 O nas y que sólo tiene ocho brazas de agua. Esta isla de El Hierro es la menor y menos frecuentadas del conjunto. No es tormentosa y el aire es allí siempre muy bueno. |
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