EL VÍA CRUCIS DEL PINTOR RODRÍGUEZ LOSADA
DE LA CATEDRAL DE LAS PALMAS
Conserva la Catedral de Las Palmas de Gran Canaria, colgado
en los muros del' templo y en regular estado de conservación, un
monumental Via Crucis, debido al pintor sevillano afincado en Jerez
de la Frontera José Rodríguez de los Ríos y Losada (1826/1.896),
que, ese a su pública exibición, no aparece citado en ninguna de las
publicaciones que hablan sobre su autor. Por ello, creo conveniente
redescubrirlo, en el marco de este Coloquio de Estudios Canario-
Americanos, haciendo un pequeño comentario tanto de la serie
como de cada uno de los lienzos en particular.
Haciendo, a modo de introducción, una pequeña semblanza so-bre
su autor, recordaré como éste fué un prolifico artista, tal vez el
más fecundo de los pintores de su generación, que iniciado en la es-tética
romántica, como demuestra su retrato de bodas que guarda el
Museo de Cádiz, evolucionó hasta el más ortodoxo historicismo que
sólo a última hora y en los retratos, abandonó por el realismo propio
de los años finales del siglo XIX. Cultivador de todos los géneros
pictóricos -cuadros de historia, retratos, escenas costumbristas, bo-degones
y asuntos sacros- destaca por lo correcto de su dibujo y por
una evidente habilidad para la composición, algo malograda por lo
numeroso de su obra, mientras que, en lo referente al color, se mues-tra
un tanto clasicista, cosa que acredita igualmente lo apretado de
su factura, así como acusa, tanto en la iconografía como en la inten-ción
de sus composiciones religiosas, el conocimiento y la influencia
de los nazarenos alemanes.
Todos estos caracteres se ponen de manifiesto en el Via Crucis
grancanario si bien se aprecian en él, cosa lógica dada la magnitud
del encargo y la constante actividad de su autor, algunas cnl-hnra-ciones
así como se aprecia diferente calidad entre los catorce cuadros
que componen la serie. A todo esto hay que añadir una interpreta-
450 Antonio de la Banda y Vargas
ción teatral de los asuntos, cosa muy frecuente entre los cultivadorts
del género histórico, que contrasta con una libertad absoluta a la
hora de representar tipos e indumentarias y que le libera de ese ar-queologismo
tan habitual en el arte decimonónico.
De lleno en el estudio del Via Crucis, cuyas medidas son colosa-les
y tal vez únicas en su género, anotaré que se halla pintado al óleo
sobre lienzo y firmado, en el ángulo inferior izquierdo con la leyenda
«J. RODRIGUEZ DE LOSADA» o con el apellido simplemente así
como que se trata de una obra única en su género y en cierto modo
en la propia producción del artista. Su génesis hay que buscarla en
un encargo concreto, hoy por hoy difícil de apreciar dada la imposi-bilidad
de acceder al archivo catedralicio gran canario, que tal vez,
se deba al Obispo Urquinona quien gaditano de nacimiento pudo en-cargársela
en una de sus frecuentes estancias en su tierra natal.
Pncanrln 11 I&!~s~srl _p !^S !ipfize~,g brprvam~sq ~ pp! p rimero, A
que representa la estación inicial «Jesús condenado a muerte, desa-rrolla
la escena en el interior de una estancia petrea, cuyas hiladas
aparecen perfectamente señaladas, donde Pilatos, sentado en el tri-bunal,
procede a lavarse las manos después de haber pronunciado la
sentencia. El Gobernador viste túnica blanca y clámide roja así como
lleva en la cabeza corona de laurel. La jofaina del lavatorio está en el
brazo derecho del asiento sobre un paño celeste bordado en oro y
junto a ella aparece su esposa, dispuesta en extraño escorzo que im-pide
verle el rostro, ataviada con rico vestido blanco y manto violá-ceo
claro.
Al lado izquierdo de Pilatos aparece Jesús, vestido con túnica
violácea y con las manos atadas, junto a un judío ataviado con capa
parda que se dirige al Gobernador, junto al que hay un lictor envuel-to
en amplio manto celeste y con la insignia de su cargo apoyada en
el suelo, en actitud de exigirle la inmediata ejecución de la sentencia
y cuya mirada airada contrasta tanto con la dulce de Cristo como
con la resignada de Pilatos. Detrás un compacto grupo de soldados
romanos, uno de los cuales porta el S.P.Q.R., y vociferante plebe.
La composición, un tanto fría y teatral, se dispone en sentido
horizontal escorzado. El dibujo es correcto y hay en ella un afán por
resolver los problemas perspectivos así como de presentar adecuada-mente
las actitudes que, aunque algo teatrales, están de acuerdo con
!a emctividud de! mcrnefik. Er? cumhie, e! ce!m es a!ge frie y se
aplica en pinceladas muy planas por lo que resulta totalmente subor-dinado
al dibujo.
El vía crtrcis del pintor Rodriguez Losada ... 45 1
Jesús con la cruz a cuestas es el título de la estación siguiente
que se desarrolla delante de un trozo de muralla a la que se abre, en
forma de sencillo arco, la Puerta Judiciaria, a través de la cual se ve
un trozo de cielo cubierto de nubes algodonosas, que inicia el ca-mino
hacia el Golgota. Cristo, ataviado como en el lienzo anterior,
recibe una larga cruz arborea que le entregan dos sayones, uno ma-duro
y vestido sólo con un faldellín rojo y otro ms viejo que lo está
con otro color negro, tras los que aparecen dos soldados romanos.
Al lado izquierdo dos fariseos, ataviados a la usanza judaica, pa-recen,
de modo imperturbable pero con el odio reflejado en sus sem-blantes,
señalar el camino. Al opuesto, tres lanceros, uno de los cua-les
se cubre con amplio manto rojo, mientras que, delante y arrodi-llado,
un sayón, prepara el cajón de los enseres necesarios para la
crucifixión.
El lienzo, correcto de dibujo y acromado de color resii!ta iin tm-to
convencional en su composición y en sus actitudes. No obstante,
hay que destacar en él una evidente preocupación por los problemas
luminicos y una cierta libertad en la interpretación de tipos e indu-mentaria~.
La tercera estación -Jesús cae por primera vez- presenta a
Cristo caído en el centro del terroso camino, mientras que un sayón,
situado al lado derecho, que viste túnica color buriel y posee recia
musculatura tira de una cuerda para levantarlo mientras que otro, si-tuado
detrás del Redentor, sujeta la cruz con sus forzudos brazos y
un tercero, vestido con faldellín rojo y camisa beig, esgrime, por la
izquierda, un látigo para obligarle a levantarse. Tras este último y se-parado
por el larguero de la cruz hay un grupo de judios y soldados
romanos de los cuales uno, totalmente armado, mira al cielo como
intuyendo la conmoción geológica que sucederá después y que presa-gian
los negros nubarrones que aparecen sobre el firmamento.
Hay en este lienzo, corrección de dibujo, logros de perspectiva,
acierto en la conjunción de actitudes -la dulce expresión de Cristo
lo hace con la de odio que se aprecia en sus verdugos- así como
una cierta riqueza colorista pese a lo convencional de las tonalidades
y al predominio de la linea sobre la cromática.
En el lienzo que representa a Jesús encontrando a su madre,
Este aparece precedido de un sayón, que está de espalda y vistiendo
túnica roja asi como llevand~ii n mar ti!!^, círminn de! Q!x/arie y di-rigiendo
su mirada, algo tiste, a la Virgen que, vestida con túnica
roja, manto azul y toca blanca, aparece arrodillada a sus pies y en
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actitud suplicante. Junto a ella e igualmente arrodillada María Mag-dalena,
con túnica violácea, manto azul y opulenta melena rubia,
tras la que, algo abocetadas, se disponen las otras Marías. El fondo,
en el que se recorta un soldado romano con capa roja y escudo, está
formado por un solitario paraje que se confunde con el gris del cela-je.
Algo teatral, la composición es correcta y el pintor ha puesto en
ella de manifiesto el interés que despiertan en él tanto la exacta in-terpretación
de la anatomía humana como la captación de los fenó-menos
lumínicos. En cambio, rebosa convencionalismo en el color
que aplica con mentalidad clasicista.
La quinta estación -El Cirineo ayuda a llevar la Cruz- se de-sarolla
en un paraje yermo al que sirve de fondo un cielo azulado cu-bierto
de nubes grises. La escena, muy convencional por cierto, se
desarrolla así: De frente un sayón, vestido con túnica amarillenta,
tira de Cristo, que parece vacilar ante el peso de la cruz, mientras
que Simón de Cirene, vestido con blusa amarilla, calzón rojo y tur-bante
blanco, se apresta a cargar con ella cumpliendo la orden del
Centurión que aparece envuelto en roja clámide y montado en un
caballo blanco dispuesto en actitud muy escorzada. Al fondo tres
soldados componen un apretado grupo.
Muy teatral es, sin duda, uno de los lienzos más convencionales
donde, tal vez, no sea extraña la colaboración antes apuntada.
El siguiente -La Veronica enjuga el rostro de Jesús- represen-ta
la escena delante de una espesa arboleda que se confunde con el
gris del cielo. En primer plano y algo sesgado se dispone el cortejo,
que encabeza un milite romano vestido con roja túnica y vuelto de
espaldas al espectador, que centra Cristo, del que tira cruelmente un
sayón para impedir la momentánea parada, quien se vuelve, hacien-do
un brusco movimiento de torsión, hacia la Santa Mujer, que, ves-tida
con falda azul verdosa, manto violeta y toca blanca, arrodillada
a sus pies procede a limpiarle el rostro con un albo paño. Detrás, tres
sayones, uno de ellos vuelto de espalda, componen un apretado gru-
PO.
La séptima estación -Jesús cae por segunda vez se representa
así: Cristo abatido en el suelo centra la composición mientras que, a
su derecha, un soldado, vestido con túnica blanca, trata de elevarle
haciendo palanca con la contera de su lanza. Al lado opuesto, el Cri-rineo,
en violento escorzo, se apoya con la mano derecha en el cuer-po
del Salvador y sostiene, con la otra, el larguero de la Cruz. Detrás
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y a la derecha, un soldado romano, envuelto en manto rojo, contem-pla
la escena así como, en el izquierdo, aparece un abocetado grupo
con las Marías. Por Último se aprecia, al fondo, un cielo azul con nu-bes
blancas.
Bien pintado, destaca por su serenidad y por su correcta compo-sición
aun cuando se aprecia, igualmente, esa frialdad de tonalidades
característica de toda la serie.
Jesús consuela a las mujeres de Jerusalén, octava estación de la
Via Sacra. Es el asunto de este lienzo que, paralelo al anterior, está
colocado sobre la puerta del lado de la Epístola como aquel lo esá
sobre la del lado del Evangelio en el himafronte. De composición
algo sesgada, dispone el grupo de éstas, dos arrodilladas y una algo
más joven en pie, al lado derecho y atavia a las dos primeras de man-to
azul y toca blanca y manto azul y toca también blanca respectiva-mente
así como a la tercera con túnica celeste y sin toca. En el cen-tro,
Cristo, vestido con túnica morada, interrumpe su marcha un
momento para dirigirse a ellas con las conocidas palabras que con-signa
el texto evangélico. Detrás, un sacerdote, vestido de blanco y
rojo, porta en sus manos la sentencia de muerte, un sayón que empu-ja
al Redentor para que continúe su camino y el Cirineo que le ayu-da
a llevar la Cruz.
Bien compuesto como el anterior, es de los menos teatrales de la
serie y a pesar de sus convencionalismos de luz y color uno de los
mejores de ella.
La tercera caída es el asunto del lienzo siguiente que se dispone
así: Sobre el suelo yermo de la calle de la Amargura y teniendo
como fondo un cielo azul con nubes que da a la escena una intensa
luz, aparece Cristo caído con la cruz encima de su cuerpo mientras
que, a su derecha, un sayón, que viste coreta túnica verde oscuro y se
toca con sombrero, tira de la soga para levantarle. Otro, vistiendo tú-nica
verde clara y manto' y gorro rojos, lo intenta haciendo palanca
con un palo en tanto que un tercero, que viste de beig, le amenaza
con los puños. En el ángulo inferior izquierdo, ei Cirineo, que apare-ce
desnudo de medio cuerpo para arriba mostrando su recia muscu-latura,
aparece conversando, en logrado escorzo, con un sacerdote
que se toca con bonete rojo.
Muy convencional, resulta no obstante interesante por la plasti-cidad
del modelado de los cuerpos y por el contraste expresivo entre
el semblante benévolo de Cristo y el de intenso odio que refleja el de
sus verdugos ...
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Jesús despojado de sus vestiduras es el tema del lienzo que esce-nifica
la décima estación. Bajo un fondo de celaje osucuro que se
confunde con los matorrales del monte, dos sayones, uno de ellos
con verde túnica corta, y un soldado, con manto azul festoneado de
rojo, proceden a quitar a Jesús su violácea túnica cuyos pliegues han
servido al artista para dar un curioso juego de líneas curvas y de efec-tos
lumínicos. Al lado derecho, un soldado con túnica roja, apoyado
en su lanza, contempla la escena mientras que, en primer plano, un
sayón, vestido de blanco, aparece arrodillado sobre una tela azul. Al
izquierdo, otro, ataviado con corta túnica blanca, prepara la cruz ta-ladrando
con un birbiquí los huecos de los clavos y tiene tras si a dos
soldados, vestidos con túnica parda y verde respectivamente, en acti-tud
de contemplar la faena.
La composición, dispuesta en grupos tripartitos, bien entrelaza-dos,
es correcta aunque algo fría y un tanto convencional.
Ei iienzo siguiente escenifica ia escena de Cristo ciavacio en ia
cruz. Rodríguez Losada ha representado la cima del Gólgota como
un paraje yermo en el que ha situado la cruz en la que Cristo, tendi-do,
va a ser clavado. A su derecha y arrodillado, un sayón, vestido de
azul, color que contrasta con el intenso blanco del paño de pureza
que se riza en variados pliegues, procede a tensarle las piernas mien-tras
que, tras él y vestido con túnica rojiza, otro hace lo mismo con
el brazo derecho así como, cerrando el grupo por esta parte, un ter-cero
conversa con otro, que vestido de rojo y con gorro blanco, se
dispone, en hábil escorzo, a clavar la sentencia en el lugar más alto
del patíbulo. Por último y a la izquierda, otro sayón, arrodillado en
el centro, clava el correspondiente brazo mientras que, al fondo y
abocetado, aparece un grupo con La Virgen y sus acompañantes
Bajo un cielo prácticamente cubierto de negros nubarrones.
Un tanto teatral, la escena carece de esa emoción propia del mo-mento
por lo que resulta algo fría y excesivamente correcta.
La muerte de Cristo en la cruz es el asunto de la duodécima es-
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tanto infantilmente, se dibuja un rayo y tiene como centro la cruz,
en la que ha muerto Cristo, a cuya derecha sitúa a la Virgen, vestida
con túnica violácea, manto azul y toca blanca, cuyas manos se ex-tienden
en actitud suplicante y a la que acompañan un María, dis-puesta
tras ella y ataviada con alba toca, San Juan arrodillado y los
Santos Varones uno de ios cuaies, e¡ más viejo, se presenta, arrociiiia-do,
cerrando el grupo. Al lado ouesto, casi tendida en el suelo y
El via crucis del pintor Rodríguez Losada ... 455
apoyada en la cruz, la Magdelena vistiendo túnica violácea y suelta
su larga cabellera.
Muy teatral, también, acusa un afán plástico en el modelado del
cuerpo de Cristo así como un interés por reflejar los efectos de la te-nebrosa
luz sobre los personajes.
El descenso de la Cruz y la colocación del cadáver de Cristo so-bre
los brazos de su madre, es el tema de este lienzo que corresponde
a la decimotercera estación del Via Crucis. La escena se desarrolla
bajo un cielo de negras nubes que dejan ver algunos espacios despe-jados
y tiene como fondo el larguero del santo madero, en el que se
apoya una escalera y a cuya derecha aparecen José de Arimatea y
Nicodemus, delante del cual está la Virgen, vestida con túnica violá-cea,
manto azul y toca blanca, teniendo el cadáver de Cristo, que
aparecer envuelto en un albo sudario, y a su derecha unas Marias,
ataviadas con negros mantos, y al Evangelista. Al lado opuesto, la
Magdalena airci&~~ri& j~ mirah&acia el Cielo en a c : i ~ dsU i;!i-cante.
Por ultimo y en primer término, un curioso bodegón formado
por los clavos, la corona de espinas, un blanco lienzo y la sentencia.
Correcto en su expresión, resulta uno de los más atrayentes de la
serie aun cuando no está exento de los convencionalismos habituales
en la misma.
La última -Jesús puesto en el sepulcro- se desarrolla en el in-terior
de la cueva aunque, por el lado derecho, se ve un fondo de pai-saje
bajo un cielo azulado. En el centro y envuelto en blanca sábana,
que levanta en forzado pico un ángel situado al fondo del lado iz-quierdo,
el cadáver de Cristo sobre la sepultura. Al lado derecho y
un tanto escorzados, dos ángeles mancebos le miran aun cuando el
más lejano intenta cubrir su rostros con las manos para así expresar
su dolor.
Está muy logrado el intenso claroscuro que poetiza la escena,
que se ilumina por la luz que emana el cuerpo del Redentor, así como
los ángeles evocan el recuerdo de los tipos murillescos.
Tu! es !2 descripciSn de este interes~nfec onjunt~,i nfrecuente
por su tamaño y énfasis en la pintura española de su tiempo y que,
por esta circunstancia, merece una inmediata restauración que de-vuelva
el vigor a sus deteriorados lienzos que, una vez limpios y
arreglados, podrán ser estudiados más detenidamente tanto en su as-pecto
iconográfico como en el puramente pictórico.