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LA PERSONALIDAD DEL CANARIO ANTONIO PERAZA E
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AYALA, CONDE DE LA GOMERA, PRESIDENTE - m
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DE GUATEMALA E
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CARMELOS ÁENZ DE SANTA MARÍA
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El título de esta comunicación queda un poco corto reypecto a su
contenido; a lo largo del siglo XVII se establece en Guatemala una es-pecie
de dinastía canaria que no se basa en la sucesión familiar entre ellos,
sino en una especie de conexión interna entre personajes canarios que
en sus re:pectivos campos dejaron en Guatemala noble recuerdo. Tales
el conde de la Gomera, que encabeza la comunicación; su «exsecreta-rio
», fray Luis de Melián y Bentancurt, y el venerable hermano Pedro
de San José Betancurt.
Canarias y Guatemala presentan algunos rasgos comunes en rela-kión
con la corriente del tráfico marítimo entre Sevilla y las Indias:
dentro de diferencias fundamentales, que militan en favor de las Ca-narias,
ambas regiones quedaron con frecuencia privadas de las ventajas
comerciales a que parecían destinadas por su situación geográfica, pró-xima
en las Canarias a los puntos de salida y llegada, y en Guatemala
en equidistancia de los tres vértices del triángulo Portobelo, Veracruz,
La Habana, puertos fundamentales de arribada o de partida.
Consecuencia natural: la escasez de relaciones entre Guatemala y
Canarias; escasez que no impidió el que de vez en cuando aparecieran
en Guatemala personajes canarios que dejaron profunda huella de su
paso. Tal el caso de los tres personajes a quienes dedicamos esta co-municación
y que tienen extraños y profundos enlaces entre sí: la
serie comienza por el conde de la Gomera, don Antonio Peraza Ayala
Castilla y Rojas, primer presidente -de capa y espada- que rigió
los destinos de Guatemala durante un largo período: 1611-1627; se
prolonga por su «secretario de cartas», don Luis de Melián Bentacurt,
más tarde franciscano: ejemplar, modelo -y tal vez consejeri- de!
héroe «a lo divino», el venerable Pedro de San José Betancurt, quieii
dejó sellada definitivamente la unión y comunidad espiritual entre Gud-temala
y Canarias.
No voy a fijarme ahora en el hermano Pedro, como cariñosamente
le llaman los guatemaltecos, cuya imagen histórica está siendo anali-zada
-a nivel de tesis doctoral- por mi discípula la señorita Ana Ruiz
de Villarías; voy a estudiar más detenidamente las dos personalidades
que caracterizan en dos campos diferentes la Guatemala de comienzos
del siglo XVII: el cuarto conde de la Gomera y el franciscano fray Luis
de San José Betancurt: 1611-1642.
Poseo muy pocos; si le suponemos hijo del tercer conde de la Go-mera,
habrían sido sus padres don Gaspar de Castilla y Guzmán y doña
Inés de la Peña Saavedra, y sería hermano o tío de don Diego de Aya-la,
Guzmán y Castilla, quinto conde de la Gomera: de acuerdo con lo
cnpuestíj p r lern&de& j+thzan cGurt en su hly"Y&?.ic y _RlG3SM IJe
Canarias, quien se salta al cuarto conde, a quien no identifica l.
Según Schafer, el conde de la Gomera había sido designado -pre-viamente
a su llegada a Guatemala- gobernador (el primero, según el
mismo autor) del rico distrito de Chucuito, en los lindes del Alto y
Bajo Perú, donde permaneció desde 1599 a 1609 '. El 14 de agosto
de 1609 fue nombrado capitán general de Guatemala, a cuyo puerto de
Acajutla llegaría dos años más tarde, a 26 de agosto de 1611, haciendo
su entrada en Santiago de Guatemala el 19 de septiembre del mis-mo
año s.
Peraza Ayala venía a sustituir a don AIonso Criado de Castilla,
quien falleció en Guatemala; mientras se procedía a su juicio de resi-dencia,
previo a su regreso a España, nombrado -según Schafer-oidor
del Consejo de Indias 4.
e 1, Fco. FERNANDEZDE BETHENCOURTN:o biliario y Blasón de Canarias, vol. VII,
Madrid, 1886, en la página 192, pasa del tercer conde de la Gomera y señor de la isla
del Hierro, don Gaspar de Castilla y Guzmán, al quinto conde de la Gomera, don Diego
de Ayala Guzmán y Castilla. La dificultad estriba en que nuestro don Antonio apa-rece
como conde en la cYocumentación previa a su nombramiento para Guatemala,
que tuvo lugar en 1609, y dos Gaspar de Castilla y Guzmán se supone fallecido
en 1618.
2. ERNESTO SCHAFERE: l Consejo real y supretno de ias indias, ii, Seviiia, í94i.
El nombramiento de Peraza para la gobernación de Chucuito en Ja página 532: nú-mero
6.-Don Antonio Peraza de Ayala y Rojas, conde de la Gomera, 6-1-1599 a 1609,
14-VI11 gobernador y presidente de Guatemala. Y en la página 473 el nombramiento
de Guatemala: núm. 13.-Don Antonio de Ayala y Rojas, conde de la Gomera (capa y
espada). 14-VIII-1609. Dede entonces -añade- los presidentes son casi todos de capa
y espada, con tiempo fijo de ocho años de oficio.
3. Fechas &e iiegada a Guatemala en J. J. PARDOE: femérides para escribrr la histo-ria
de la M. N. y M. L. ciudad de Santiago de Ios Caballeros del reino de Guatemala.
Guatemala, 1944, p. 40. Una de las primeras gestiones del cabildo guatemalteco fue
recordar al presidente que estaba prohibicio que nombrase corregidor a sus propios
parientes o a parientes de los oidores (14 oct. 1611).
4. E. SCHAEFERE: l Consejo, p. 473, núm. 12, Dr. Alonso Criado de Castilla, antes
Nuestro personaje -re nos dice- no era letrado: inauguraba en
Guatemala el tipo de presidentes «de capa y espada» que no tenían
entrada en las sesiones de la audiencia en que se ventilaban cuestiones
«de justicia», quedando reducidos a las «de gobernación»; en cambio,
se esperaba de ellos eficacia en el mando militar. Eran más «capitanes,
generales y gobernadores» que presidentes del tribunal de la Audiencia;
tal vez ahí se esconde el motivo para una curiosa peripecia de la vida
colonial en Guatemala que ha desaparecido de la documentación exis-tente,
por prudente -y eficaz- decisión del supremo Consejo de
Indias.
lomo ia paiabra poiítico en su sentido mas antiguo y tradicionai,
relacionado con el gobierno y régimen de la ciudad en todos sus as-pectos.
En fecha que desconozco se produjo en Guatemala una verdadera
conmoción en la que se vieron envueltas autoridades civiles y eclesiás-ticas;
no se sabe cuándo comenzó con exactitud, ni cuándo terminó;
ni se sabe qué personalidades envolvió. Se sabe de un entredicho esta-blecido
por el obispo, de la venida de un visitador, el licenciado Juan
de Ibarra, y finalmente de la suspensión temporal en sus funciones
gubernativas de nuestro Peraza y Ayala.
Fue testigo presencial -y en parte víctima- de los acontecimien-tos
el conocido historiador gallego fray Antonio Remesal; pero el
tema quedó fuera del período relatado por él; quiso adentrarse en
aquel barullo el historiador -también dominico como Remesal- fray
Francisco Ximénez. El nos cuenta que el Conzejo de Indias ordenó
recoger todos los papeles que se relacionaban con aquella «quimera»
-se nos dice- y encerrarlos en un arca provista de las tres llaves
tradicionales, que quedó depositada en el convento de Santo Do-mingo
5.
Lo cierto es que en aquella segunda decena del ~iglo coincidieron
en Guatemala algunos personajes que eran todo menos pacíficos. Em-pecemos
por el obispo: llegó procedente de La Habana aquel mismo
año de 1611. Fray Juan Cabezas Altamirano había nacido en Zamora
oidor de lima, 20-VI-1598 a 1608 IFTX, designado x consejero de Tndias pero muerto
en Guatemala. En las Efemérides, l. c., p. 40, se data este fallecimiento a 21 de
noviembre de 1611.
5. Fco. XIMÉNEZ: Historia de la provtncia de San Vicente de Ckiapa y Guatemala,
volumen 11, Guatemala, 1930. Habla del asunto en la plgina 146, que corresponde al
libro IV, cap. XLV.
y había ingresado en la orden dominicana en el convento de San Es-teban
de Salamanca; doctor en ambos derechos -se nos dice-, ocupó
el cargo de provincial de la orden en Santo Domingo, y en ocarión
de pasar a España a negocios de su orden, recibió el nombramiento de
obispo para la diócesis de Cuba, en la que ejercitó su ministerio pas-toral
con aplauso de todos.
No era tampoco una malva.. . el deán del cabildo eclesiástico y
comisario del tribunal de la Inquisición, don Felipe Ruiz del Corral,
cuyos informes llenan los anaqueles del archivo general de la nación
en México (sección Inquisición). Ni era fácilmente domeñable el oidor
y doctor Pedro Sánchez Araque, que se consideraba superior en sabi-duría
legal al presidente Gomera.
Entran finalmente en la serie el «despistado» cronista fray Antonio
de Remesal, que siempre acertaba a meter la mano en los «avisperos»,
y ei poeta y articta, fiscal y oidor, sucesivamente, Juan Maidonado de
Paz, que se ponía a menudo en la línea de tiro de Ruiz del Corral.
Ni olvidemos que en los últimos años del período presidencial de
Gomera se iniciaron los pleitos académicos entre jesuítas y dominicos
en torno a la facultad de graduar, y que por el mismo tiempo se asoma
el curioso perronaje -apóstata más tarde, entonces dominico- Tomás
Gage, quien serviría de portavoz con todo el público de habla in-glesa
para exaltar las riquezas de Guatemala y de sus moradores, y, no
en última línea, de su presidente, don Antonio Peraza Ayala Castilla
y Rojas 6.
El obispo Cabezas Altamirano no estaba en su mejor momento cuan-do
llegó a Guatemala en agosto de 161 1, un me: más tarde que nues-tro
presidente.
No dejaría de parecer un poco extraño en la limitada sociedad gua-temalteca
verle aparecer escoltado por una verdadera tropa de esclavos,
entre los que destacaban los orquestantes de una «música de negros»,
como dice Remesai, a quien -dice- le pareció iiiiuy bien 7. Nuestro
obispo había pasado por una dura experiencia al :er capturado por un
pirata francés en el curso de una visita pastoral ', y el nombramiento
6. Cito a THOMASG AGE por la primera edición inglesa de su libro: The 'English
American, his travail by sea and land, or A Nau Survey of the West India's, Lon-don,
1648.
7. ANTONIODE REMESAL:H istoria General de las Indias Occidentales, publicada en
Madrici en ibi9; io cito por mi eaición en BAC, CLXXV, Madrid, i964, 11, libi-o VI,
c. 23, pp. 480-481 .
8. La peripecia sufrida por el obispo, y su rescate, fue narrada en forma de epo
para la sede de Guatemala le pareció una liberación; sus diocesanos
-sin embargo-, y el primero de todos el deán Ruiz del Corral, se
dieron cuenta de que el prelado no regía bien, no sabía lo que hacía;
firmaba lo que le ponían delante; estaba dominado por sur familiares
y hasta se decía que había sido «hechizado» en Cuba por una escla-va
negra '.
En cualquier momento podían aflorar a la superficie estas limi-taciones;
la ocasión se la dieron los jesuítas nuevos «en la plaza», pues
llevaban :ólo cuatro años de estancia real y dos de constitución canó-nica;
el nuevo obispo encontró pronto la ocasión para manifestarles su
desagrado. Los jesuítas se habían establecido algo precariamente en
una casa que les había donado el chantre Lucas Hurtado de Mendoza;
la casa estaba alejada del centro ciudadano, y los jecuítas deseaban acer-cUrsr
2 61. Unu &S:, LeezGr de C&&, viu& del qde fClCrU
escribano del cabildo, Juan de Guevara, les ofreció su casa, situada en
la mejor zona de la ciudad y enclavada en la manzana que había per-tenecido
a Berna1 Díaz del Castillo.
Los jesuítas iniciaron una maniobra de traslado sin renunciar a la
casa del chantre, que previroramente alquilaron a un sobrino del pre-sidente,
gobernador de Honduras, don Juan Guerra de Ayala. Como
era de suponer, no fue este traslado del agrado del chantre, que espe-raba
ver en su casa el futuro colegio de los jesuítas; pero don Lucas
no manifestó su desacuerdo hasta que pudo percibir en el nuevo obi:-
po cierta beligerancia antijesuítica.
De esta manera se formó el primer tramo de aquella tempestad
que se iría encrespando en la habitualmente pacífica ciudad de Santia-go.
Sucedió a fines de enero de 1611; en torno a la antigua morada
de los jesuítas se arremolinaron los partidarios del obispo, que entre
clérigos y negros armados llegaban a la treintena, y el grupo de amigos
de los jesuítas, que estaba encabezado por el oidor Diego Gómrz Cor-nejo
y el alcalde ordinario Pedro de Aguilar y Laso.
La audiencia en pleno era partidaria de los jesuítas; nueEtro pre-
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ILU SUIU apuyaua CI uaxauu, XILU ~ U Cl l a u l a LLILCLVCLLIUU pala
favorecerlo y había sugerido a los padres la compra de un obraje de
tinta añil que les proporcionara los bienes suficientes para el manteni-miento
de la comunidad.
peya por el -también canario- Silvestre de Balboa, Troya y Quesacia, constituyendo
el «primer poema épico-heroico escrito en la isla de Cuba ... n que ha sido incluido
recientemente en la obra Datos para la historia de la iglesia de Guatemala; vol. 1,
Guatemala, 1972, de AGUST~ENS TRADMAO NROYp,p . 225-254, transcrita -a juzgar por su
nota 1- de la edición de La Habana, 1817.
9. Datos sobre el obispo en informes de Ruiz del Corral a la inquisición mexica-na
ANM, Inquisición, vol. 308, fol. 230; en AGI, Guatemala, 156.
Obraje que -según decían las malas lenguas- había sido deseado
por el obispo para colocar y dar trabajo a su nutrida escolta de escla-vos
negros; pero que en carta al Consejo es calificado por él como
actividad poco digna para ser emprendida o dirigida por una comuni-dad
religiosa lo.
En 1613, dos años después de la toma de poserión de nuestro pre-sidente,
llegó a Guatemala el que habría de ser célebre cronista frar
Antonio de Remesal. Venía acompañando al obispo preconizado de
Honduras, fray Alonso Galdo, que fue el primer obispo consagrado
en Guatemala, en solemnidades que pusieron en movimiento todas las
jerarquías eclesiásticas, civiles y militares. Remesa1 se quedó en Gua-temala,
&n&nm~o a su prp!ado &!do e jncC)rnn+6nAnw yVL-A.UVV~ a !U ~ ~ 1 7 " -
nidad dominicana del solemne convento de Santo Domingo. No todos
aprobaron esta resolución, motivada aparentemente en razones de sa-lud,
pero que en el fondo ocultaba su absoluta incapacidad para adap.
tarse a la vida de un prelado misionero, ya que su decidida vocación
eran las letras.
Desde el primer momento el conde de la Gomera se constituye en
patrono y protector de Remesal, a quien a temporadas hospedó en su
palacio. Remesal, al dedicar años adelante su Histovia General de las
Indias Occidentales a don Antonio, declara que «de justicia se debe
dedicar a V. S.»; «lo uno -escribe- porque cuya es la heredad, es
el fruto que en ella nace, y siendo yo todo de V. S., es forzoso que lo
sea este libro, que en mí se dió los años pasados...». Puesta esta pri-mera
afirmación de claro hiperbolismo, sigue con otra que puede ajus-tarse
más a la realidad: «lo otro, porque ha sido tanto el cuidado
que V. S. ha puesto en darme libros, buscar papeles, y enviar por los
archivos de su gobernación, y hacer otras diligencias para que esta
obra pasase adelante que más se puede llamar autor suyo, que no yo
que la ordené y compuse.. . » ".
E,.,- -l,,-i, 2, D ,,,,- .,+1-, ,,,,,,, .... -,..Ae A- 1" fl,'-""+- ,...*L.- L ~ L Cj lai lnlv uc I \ C I I I C ~ ~ II I V ~ ~ I G ~ C I IuL1 1~ L UIIUG uc la v t l u l u a a u L u i -
10. Informes del obispo y de la Audiencia, en AGI. Guatemala, 156 y 175, intormes
domésticos de los jesuitas, en AICG, mexicana, 17, fols. 69-71. ANTONIOV .~ZQUEZDE
ESPINOSAe, n su Compendio y Descripcián, cap XXIX, n. 742, p. 175, ed. BAE, volu-men
CCXXXI, Madrid, 1969, menciona al gobernador de Honduras Juan Guerra de
Ayala y sus diferencias con ei obispo de Honduras, fray Luis de Andrada: dice que.
tras sentencia condenatoria cie la audiencia, se le otorgó otra favorable por haber
entrado en la presidencia el conde de la Gomera: atribuye . a esta falta tanto la muerte ,
1.. A-- T..-- c..,,,, -, l.,, ~ : f i ~ . . l +-~,. r l ~n~3.rn n*r,nrr de ~ n n A . , r = ~n rre r l a c A ~
Ur; U",, *uair uurr,- ruiiiv .u., uuiruiruurr rii .u iirrrgrriuii .."..u......2 y..r --u--
esa fecha (1610) se experimentan.
11. Véase nota 7.
tic0 protector de las letras y lleno del deseo de cooperar en la elabo-ración
de una obra que en muchos aspectos ha superado el estrecho
provincialismo de su concepción para ser aún ahora obra de consulta
imprescindible para la historia primitiva de Guatemala, y para uno de
sus personajes más conocidos, el obispo de Chiapas, don fray Barto-lomé
de las Casas. Pero esta protección y mecenazgo no pudo ejerci-tarse
sin que el presidente se viera envuelto en otro conflicto de ma-yores
proporciones que el anterior.
Fray Antonio de Remezal -lo hicimos ver en nuestro estudio pre-liminar
a sus obras- carecía de la suficiente sensibilidacl para caer
en la cuenta de lo que podía escribirse sin grave ofensa de los ciuda-danos
de Guatemala, y en torno suyo y de la historia que preparaba
creció un ambiente de manifiesta hostilidad. Cabeza de este movimien-to,
el deán y comisario de la Inquisición, don Felipe Ruiz del Corral.
Aunque hijo del oidor de la audiencia, don Felipe quedó constituido
en cabeza visible del poderoso grupo de los criollos, ya en Iuclia abier-tta
contra los recién llegados 12.
Un sermón de Remesal, plagado de citas hebraicas -por algo ha-bía
sido profesor de hebreo en Alcalá- sonó a desafío al teólogo
'Ruiz del Corral, cuyos conocimientos bíblicos no pasaban de la Vul-p
t a ; mientras redactaba su informe, que abrió el gran expediente
contra Remesal, que no se cerraría en veinte aííos, se produjo un en-frentamiento
público entre uno de los oidores de la audiencia y un
trensajero del obispo Cabezas, quien portaba la orden de cambiar el
itinerario de una procesión de semana santa. El oidor, que formaba er,
el desfile -penitencial, por más señas-, detuvo al mensajero y la
procesión hizo «estación» en la nueva iglesia de los jesuítas, contra
la voluntad del obispo y sus instigadores. El incidente se enconó hasta
Iíinites de centredicho general», en que naturalmente la audiencia, je-suitas
y Remesal iban por un lado, y obispo, cabildo eclesiástico y su
deán Ruiz del Corral iba por otro 13.
Este primer enfrentamiento se resolvió poco después con el falle-cimiento
del prelado, pero adquirió nueva virulencia con el nuevo con-flicto,
que llena los restantes años
mera
del gobierno del conde de la Go-
12.Fuera de los datos consignados en nuestra edición de la BAE, CLXXVo Madrid.
1964, p. 21, puede consultarse Fco. FERNANDR DEL CASTILLOF, ray Antonio de Remesal,
México, 1920, y quedan muchos más detalles en la abundante correspondencia de Ruiz
del Corral con la Inquisición mexicana, vease nota 9.
13. El incidente -considerado por Ximénez- como origen de los demás, está ec
X IM~ ~ ~ F2. ZC.:, vol. 11, p. 146.
Y llegamos al conflicto más sonado de aquel período presidencial.
No sabemos exactamente cuándo comenzó, ni cuándo concluyó, ni cuá-les
fueron sus motivaciones; hemos dicho al principio que el Consejo
de Indias resolvió archivar todas las actuaciones y ordenó la recogida
de toda la documentación que hubiera en Guatemala y su depósito en
un arca de tres llaves en la que pereció sin dejar rastro.
En cualquier caso, hay que situar el acontecimiento algo más tarde
de lo insinuado por Ximénez, que lo fecha en el año 1614: «en este
año -dice- se dió principio a la gran dixordia y pleito que hubo
en esta ciudad de Guatemala y duró hasta el año de 20, en que vien-do
S. M. tanto enredo y quimera como en semejantes ocasiones se
suele levantar, y más cuando el ministro no es como se requiere para
la averiguación de tales cosas, ,xandó todos los mtos se recogieseil
y se metiesen en una arca y se cerrase con tres llaves y se depositase
en nuestro convento de Guatemala, y que a todo se echase tierra; que
suele :er el medio más conveniente que se suele tomar en tales casos,
porque no hay otro que cortar de aqueste modo el nudo tan ciego y
enredado que se hace en aquestas pesquisas, las más veces por ambi-ción
y codicia de los jueces que envían para ello, y las menos por falta
de pericia.. . » 14.
Sabemos que el iniciador -o denunciador- fue el oidor Sánchez
Araque, y el visitador enviado para tal fin el licenciado Juan de Ibarra.
Del doctor Pedro Sánchez Araque sólo conozco la fecha de su nom-bramiento,
que fue el 13 de mayo de 1609, y me consta que había
fallecido en 1623, pues así lo afirma el obispo Zapata y Sandoval en
14. XIMÉNEZ: l. C., consicfera que el presidente era inocente de las culpas que se
le atribuían. <Todo -escribe- parece que tuvo principio en alguna codicia que mostró
el conde de la Gomera. por lo cual no debía administrar justicia -recordemos que no
le tocaba administrarla como presidente de capa y espada- con la rectitud que S. M.
quiere, de que tomaron ocasión para sindicarlo el doctor Araque, oidor que era de
la real audiencia; y, sin ducYa, más fue llevado de su cólera por lo que debía ir a la
mazo en sus desafueros q~ue coz !a mano de ministro de S. M. los hizo terribles, des-valijando
correos y oprimiendo a todos hasta llegar a forzar a una señora principal vio-lentamente
que no quería condescender con su torpeza. Este y otros tales concitaron
a muchos, que sirvieron de testigos, calumniándole muchas cosas de que se descargó
muy bien, como he visto en papeles de aquel tiempo; antes sí, puso notables tachas
a los testigos, como fue a uno que siendo mulato y herrero quería una encomienda de
inCios, y porque no se la dio era su enemigo; y otro que no nombró, por el crédito
de sus descendientes, que era tan caviloso y amigo de pleitos que los compraba para
tener que pleitear ... Amplio y decidido testimonio que representa la tradición domini-cana
al siglo de pasados los hechos.
En el ANM, Inquisici6n, ve!. 308, fd. 233, se recoge e! testimonio del preshifero
Bernardo Díaz del Castillo, que se había visto envuelto en los primeros turbiones de
aquella tempestad.
carta al Consejo 15. Y del licenciado Juan de Ibarra sabemos por Schafer
que fue alcalde supernumerario del crimen en México desde 1617
a 1621, y oidor también supernumerario desde esta fecha (confundida
en Schafer, que pone 1629 en lugar de 1621) hasta que pasados algu-nos
años de numerario -no especificados- murió en su oficio. Su-pongo
que habrá que situar :u venida a Guatemala entre 1617 y 1621,
y entre estas fechas habrá que situar la «discordia y pleito» de que
se nos habla 16.
ZCUÁL FUE LA CAUSA?S OCIOECONOMÍGAU ATEMALTECA EN EL SI-GLO
XVII
Es probable que se tratara de una exigencia especial en el cobro de
las alcabalas y la muy comprensible resi~tenci-! p r pme de !os in-terezados.
Y esto nos da ocasión para revisar algunos datos socio-económicos
de la Guatemala de comienzos del XVII.
Publicó algunos de ellos -a mediados del siglo pasado- el arzobis-po,
historiador y economista Francixo de Paula García Peláez, y desde
entonces se han repetido sin especiales análisis (GP, 1, págs.. 202-204;
JM, 11, págs. 225-241).
Nos interesa apuntar que en 1604, siete afios antes de la llegada
del conde de la Gomera, se contaban en Santiago de Guatemala 890
cabezas de familia, de las que 479 eran contribuyentes (54 por 100
del total).
Podían considerarse como mayores contribuyentes los mercaderes y
tratantes -era de esperar tratándose de la alcabala-, que no pasando
del 27 por 100 entre los sujetos al impuesto, contribuían con un 54
por 100 del total; también satisfacían un impuesto mperior a la me-dia
los obrajeros y trapicheros (7 por 100 y 9 por 100); estaban cer-canos
a la media en sus contribuciones los encomenderos, agricultores
y ganaderos (40 por 100 y 30 por 100); en tanto que el grupo restante,
formado por pequeños inductriaies, comerciantes y artesanos, contri-buía
en cantidades francamente inferiores (25 por 100 y 8 por 100).
En 1626, al concluir el período del conde de la Gomera, ha dismi-nuido
el número de los contribuyentes: son 319, según las cuentas
de García Peláez, que representarían una disminución de 160, o sea,
15. AGI, G-Ua:ema!a, 155; carta síf de: obispo Zapata y Sandüvai.
En los informes de la audiencia de 1612 no aparece la firma de Araque.
16. SCHAEFER:C onsejo, 11, pp. 454-460. Fuera de las historias guatemaltecas, no
se menciona esta visita.
del 33 por 100; no parece que esta disminucidn corresponda a la rea-lidad;
hubiera sido una verdadera catástrofe, de la que no quedan se-ñales
en otras fuentes históricas; habría que pensar más bien en una
reducción en el número de contribuyentes, que entonces -como aho-ra-
han buscado por todos los medios ocultar su verdadera situación
para evitar los impuestos correspondientes; a una posible complicidad
por parte del presidente, conde de la Gomera, pudo referirse la denun-cia
de Sánchez Araque y la correspondiente visita de Ibarra.
De los impuestos que en este primer cuarto del siglo estaban vigen-tes
en Guatemala nos informa el mismo García Peláez; parece deducirse
de sus palabras que la ciudad ofreció en 1614 un tanto alzado de 16.000
tostones anuales, que resultarían de los impuestos de importación y
exportación (5 y 2,5 por 100 respectivamente), llamados «del viento»,
y el impuesto recaudado en los corregirnientos de la provincia 17.
¿a iiegada de] conde corresponde a un aumento generai de ia re-caudación,
que pasa de los 1.262 tostones en 1609 (compárense con
los 4.500 de 1604) a 5.195 en 1613, que pasan a 7.180 en 1614 y
llegan a un primer máximo de 11.655 en 1616; llega otro máximo de
17.009 en 1622 ({fecha de la reposición del presidente en su cargo?),
que supera Ia cota admitida de 16.000 para el conjunto de los im-puertos
y que nos hace pensar que en este año fue nula la participa-ción
de los otros impuestos en el pago alzado a que se había compro-metido
la ciudad le.
En 1618 Remesa1 regresa a Guatemala tras un viaje que le ha lle-vado
hasta la capital mexicana, donde ha presentado su manuscrito al
patriarca de los historiadores de entonces, fray Juan de Torquemada;
en Guatemala encuentra de nuevo a sus buenos amigos, el conde de la
Gomera y el oidor Juan Maldonado de Paz; ambos le proporcionan
sendas cartas de recomendación que, dirigidas al provincia1 de Oaxaca,
fray Antonio extractará en el último capítulo de su obra (XXIV del
iibro Xij.
La del conde de la Gomera estaba fechada a 12 de febrero de 1618
y dice así: «Sin noticia mía, gente poco segura en sus conciencias in-
17. Fco. Gx~cín PELAEZ: Memorias para la historia del reino de Guatemala, 3, vol. 1,
Guatemala, 1968,, pp. 201-204, y J. MILLA: Historia de la América Central, Guatemala,
1963, vol. 11, pp. 225-233; los comentarios de Milla no son excesivamente acertados;
sobre lo aportado por Garcia Peláez trae una lista detallada de <oficiales», p. 229. He
puesto dos tantos por ciento, ei primero se refiere al numero total de contriouyenies,
el segundo al impuesto pagado en su totalidad.
18. GARC~PAE LLEZ: Memorias, l. c., pp. 202-204.
qbietó esta ciudad contra el padre presentado fray Antonio de Reme-sd,
por causa de su libro, y pienso que, muy contra el natural de
V. P. M. R., le desasosegaron. Fue muy necesaria su venida para desen-gañarlos
a todos; y para que se satisfagan más personas de lo qJe son
ius escritos lleva orden de ir a imprimir el libro a España. Y no
tiene V. P. poca parte en él, pues además de haberle aumentado con
relaciones, ha dado a su autor lugar y tiempo para ponerle en la per-fección
en que está.. . » ".
La presencia en Guatemala del presidente Gomera y del oidor Mal-donado
denotan que o no había llegado todavía el visitador Ibarra o no
había procedido al destierro de ambos, dato que confirma nuestra cro-nología
de visita y destierro.
Remesa1 pasó a España; llevaba en su equipaje algunos cajones de
afiil que le servirían para pagar la edición de su obra; cajones que
-muy probablemente- procedían de la liberalidad de Gomera. Esta
liberalidad se ve recompensada con la estampación de su escudo con-dal
en el frontón partido que, colocado sobre dos pares de columnas,
enmarca el título de la obra, la dedicatoria al conde de la Gomera y el
nombre y calificaciones del autor. El blasón del conde lleva en el cuar-tel
correspondiente al primer apellido el escudo de Ayala, aunque siem-pre
le antepuso el nombre familiar de Peraza, que lo unía más direc-tamente
al tronco canario
En los dolorosos meses que pasó Remesal en Guatemala, cuando
el comisario Ruiz del Corral consiguió detenerlo en una celda de su
convento y finalmente expulsarlo de Guatemala, no aparece para nada
el presidente Gomera: 2corre:ponderá a ese momento su destierro en
el pueblo de Patulul? Este quedaría fechado entonces entre 1621
y 1622.
Me imagino que sucedió cuando al levantársele el destierro em-pren&
u viaje & rcgpso a Güatem&. Hali& pudi&
que en los poblados de la extensa costa del Pacífico no se cumplían
las prescripciones que prohibían el asentamiento de las distintas «cas-tas
» en los pueblos de indígenas: la excesiva agresividad de mestizos
y mulatos frente a la -por lo menos aparente- pasividad del indí-gena
convertía a éste en objeto de sus abusos; Gomera tomó la reso-
19. REMESAL: Historia, ed. BAE, 11, vol. CLXXXIX, pp. 488-489; 1. XI, c. XXIV.
20. Vkase nota 12; el blasón del cond'e de la Gomera en la ed. del 1619 de la
Historia de REMESAL.
lución de establecer una villa con pobladores mestizos y mulatos que
hubiera habido que expulsar de los municipios indígenas. Con ellos
estableció la villa de la Gomera; villa que no ha hecho poco en man-tener
su nombre y su personalidad a lo largo de los ziglos, pero que
no ha pasado nunca de la condición de pequeño poblado; ni siquiera
ha sido en los largos años de su existencia cabeza de curato, pero con-serva
en el mapa de Guatemala el recuerdo de quien hace dos siglos
y medio fuera su presidente, el conde de la Gomera. Los historiadores
patemaltecos creyeron que el título había sido concedido a nuestro
personaje como consecuencia de esta fundación; aIgo raro y despro-porcionado
les parecía, pero lo aceptaban y así lo han ido trasmitiendo
en sus obras históricas 'l.
Procedente de Tenerife, había topado con el conde en su primera
gobernación de Chucuito, y con é1 vino a la presidencia de Guatemala,
donde quedó encargado de la «secretaría de cartas». Aunque en el
curso de esta misma ponencia vamos a dedicar más espacio a este in-teresante
personaje, lazo de unión entre el presidente Gomera y e1
venerable hermano Pedro, tercero de los grandes personajes canarios
que se señalaron en la Guatemala del XVII, voy a situarle en este mo-momento
en el curso de una expedición que el presidente organizó
hacia las costas hondureñas.
Sucedió en 1616; había llegado a conocimiento de la audiencia, por
testimonio de un inglés llamado Zacarías, que uno de los navíos de
aquella nacionalidad, dedicado a la piratería, había ocultado un «te-soro
» en lugar que é1 se comprometía a identificar. El oidor -ya men-cionado-
Maldonado de Paz dirigió la expedición; é1 iba -se nos
dice- en carruaje (dato importante para aquellos tiempos); con él
-y a pie- iban unos franciscanos que pretendían aprovechar el via-je
para reorganizar las misiones que habían acabado con el sacrificio
de los primeros misioneros en 1612. En esta misión franciscana inter-venía
el antiguo secretario «de cartas» Luis de Melián, quien ya se
denominaba fray Luis de San José Betancurt. Una serie de tempes-tades
que azotaron el mar Caribe frustraron la búsqueda del supuesto
tesoro, y la vocación misionera de fray Luis ".
21. El primero que establece relación entre la fundación de la Gomera y el titulo
& Conde es G~ñc:n P Ee, s ~ s?,l a,xorias, 1, p. 214.
22. VA~QUEZC: rónica d e la provincia del sanzisimo nombra de les¿s , 2, vol. 111,
páginas 138 SS., Guatemala, 1940.
En 1622 hacía su entrada en Guatemala el nuevo obispo don fray
Juan Zapata y Sandoval, tras larga «sede vacante* en la que --de una
manera u otra- había dominado el mundo eclesiástico, el deán y comi-sario
de la Inquisición, don Felipe Ruiz del Corral.
El nuevo obispo tuvo un pontificado pacífico y fructuoso, seña-lado
especialmente por la inauguración de los cursos universitarios en
el antiguo colegio de Santo Tomás -fundación del obispo Marro-quín-,
la presentación de las bulas que concedían la misma facultad
al colegio de los jesuítas y la renovación de las peticiones -por parte
de las autoridades y del vecindario guatemalteco- dirigidas a obtener
una universidad de pleno derecho.
No nes consta de acdvi&&s e3peciales -UUrante este p f o d u -
del presidente Gomera; puso su autoridad al servicio de la causa uni-versitaria,
aunque manifestó cierta inclinación hacia el colegio de los
jesuítas.
Se nos cuenta que al procederse a la inauguración de su templo en
su nueva cituación -la que ahora ocupa- ofició el obispo Zapata y
predicó un hijo -franciscano- del conde de la Gomera; esto sucedió
en 1626.
No todo lo que afirma Gage en su A New Survey puede tomarse
en su valor literal; escribía en Inglaterra, a cierta distancia de los he-chos,
en el tiempo y en el espacio; había pasado por Guatemala en los
años 1624-1637 y ponía por escrito sus experiencias en 1648. Por otra
parte, sus observaciones están viciadas por su doble intento: autojus-tificación
por haber abandonado el catolicismo y exhortación a sus
compatriotas, y correligionarios de última hora, a emprender la conquis-ta
de aquellos grandes países. Hay, por lo tanto, obviamente exagera-
. , en peca re!igi3sidad de les ixdiGs, er, la co&da de los c-Srigos;
pero también puede haberla en la riqueza de los pueblos que debieran
ser «liberados» por los ingleses y, sobre todo, por el «Parliament's
Army». Finalmente, muchos de los datos proceden de conversaciones
de «convento» con sus compañeros de hábito, que no siempre reflejan
exactamente la realidad.
En relacicín con Gn.arem&, Ga g CQT?S~&_P~f !~recienr~ no-mía;
habla de los productos principales: cueros, azúcar y añil, y de
su próspero comercio.
Calcula el valor de los principales capitales y da nombres de capi-talistas
que corresponden a personajes fácilmente identificables: «There
were in my time -escribe- five (besides many other merchants who
where judged worth twenty thousand duckats, thirty thousand, fifty
thousand, some few a hundred thousandj who were judged of equall
wealth, and generally reported to bee worth each of them five hundred
thousand duckats.. .». Se trata -por lo tanto- de la opinión genera-lizada
en Guatemala, que coincide con lo que hemos visto señalado en-tre
los contribuyentes principales de la alcabala; es decir, el gremio
de los mercaderes.
Calcula a continuación la riqueza del presidente conde de la Go-mera:
cwho departed in old age from Guatemala to Canaria (where
was his house and place of birth worth millions of duckats ... ». Gage
conoció a Gomera en sus dos últimos años de residencia, cuando re-cién
llegado no podía proceder a tales apreciaciones ".
E
Los historiadores -apoyados en la documentación de la época- S£
coinciden en designar este período de tiempo como muy poco favo- E
rable para la economía guatemalteca. Aumentaron los impuestos y dis-minuyeron
las fuentes de ingreso. Aunque el peligro de los piratas 3
holandeses remitió a lo largo de la tregua de los doce años, que ocupa Om-la
mayor parte del gobierno de Peraza Ayala, hay un progresivo dete- E
rioro en las relaciones comerciales. Por el Caribe, y a consecuencia O
del naufragio de 1616, en que perecieron las naves almiranta y capi- n
tana -tradicionalmente encargadas del comercio de Honduras-, dis- E
minuyó el ritmo y frecuencia de las naves que de Castilla aportaban a
a los puertos del Norte, con lo que hubo de intensificarse el tráfico n
en pequeñas fragatas a y desde La Habana. El gran comercio procedió n
a escoger entre Veracruz y Portobelo, que a pesar del encarecimiento 3
O
producido por el largo camino terrestre favoreció la cría de mulas, que
se convirtió ea prSspero negocie, de! que nc estuyviercn zjencs 10s in-dígenas.
El comercio del Perú tuvo tal cantidad de limitaciones que si to-mamos
los documentos en su valor nominal llegaríamos a deducir una
total suspensión. No parece que esa fuera la realidad; aunque pudié-
23. Ibidem.
ramos suponer que tales prohibiciones eran muy difíciles de imponer,
contamos con un precioso testimonio, el del marqués de Montesclaror,
virrey entonces de Lima y antes de México, quien escribía al rey que
aquellas providencias recaían sólo sobre la agente miserable y desasida
de favor, y que los que lo tienen y se valen de otras inteligencias, sa-len
libres del riesgo y engruesan sus caudales ... por lo tanto -con-cluye-
he venido a juzgar que mis diligencias sirven de poco*; si, en
cambio, se cerrara el tráfico entre Perú y Nueva España, «era preciso
quedase la de los puertos de Guatemala, a donde se vendría a intro-ducir
el comercio de ambas provincias, con los mismos inconvenientes
y aun mayores; y quitarlo de una y otra parte sería comer la mar del
Sur ... >> ".
Entre las comunicaciones del cabildo de Guatemala de estos años
no soio aparecen ias concabidas protestas contra las limitaciones del co-mercio
con el Perú, sino también -y más inesperadamente- la airada
reacción contra la noticia de acercarse a las costas del Norte navíos car-gados
de negros esclavos que se consideran innecesarios y peligrosos;
estaría en relación con el escaso volumen que en aquellos años tenían
los obrajes y trapiches, que por lo visto se hallaban bastante provistos,
sin necesidad de esclavos negros, que habían demostrado cierto grado
de peligrosidad al escapar a las montañas y hacerse cimarrones 2'.
Pardo, en sus conocidas Efemérides, no consigna dato alguno en
torno a la despedida del presidente Antonio Peraza Ayala, que tendría
lugar a finales del año 1626; en tanto que su sucesor, Diego de Acuña
(no Juan de Guzmán, como dice insistentemente Gage en su obra),
es recibido solemnemente a 10 de marzo de 1627 ".
Queda mucho por aclarar en la presidencia -larga y accidentada-
24. Los testimonios en R o o ~ i ~ uCaR ESPO (u),m ás abajo: Aspectos del comercio
Perú-Méjico en la administracidn del virrey, marqués de Montesclaros. Guadernos
del Sem. Hist. Insto. Riva Agüero, Lima, 1965-1967, n. 8, pp. 28-29. Valiosos datos sobre
el mismo tema en MANUERLU BIOS ANCHEZC: omercio terrestre de y entre las provincias
de Centroamérica, vol. 1, pp. 172-192, Guatemaal, 1973.
25. Datos en Efemérides, vCase nota 3. ENRIQUETVA ILA VILARe xtracta en su artícu-lo
.;La sublevación de Portugal y la trata de negros* Ibero-Amerikanisches Archiv, N. F.,
Jg. 2, H. 3, 1976, el memorial de Fernando de Silva Solís en que se atribuyen 10.000
negros a Guatemala y sus provincias, con una reposición anual de 350. En Efeméri-des,
l. c., se habla de <dos naves cargadas de negros, con procedencia de Veracruzx,
7 Su!. E!2, y e! pr6ximo deremhzrri de 1% en 'Triji!!~. 12 set. 1612. Mc se. ccxret~r!
números en 29 abril 1617, 4 oct. 1620. Vkanse Efemérides, pp. 41, 43 y 45.
de Peraza: no llevó a cabo obras públicas de la categoría del puerto de
Santo Tomás -obra de su antecesor-; ni abrió camino:, aunque en
su tiempo circularon recuas a todo lo largo del istmo centroamericano.
Tomó partido -o se lo hicieron tomar- en las distintas conmociones
ciudadanas, fue buen amigo de los jesuítas y de los franciscanos; no
hizo buenas migas con el obispo Cabezas, ni con el deán Ruiz del Co-rral;
en cambio, se arregló bien con el obispo de sus últimos años,
Juan Zapata y Sandoval. Hizo buena amistad con el ficcal -después
oidor- Juan Maldonado de Paz y a través de él, con la poetisa guate-malteca
Juana Maldonado, monja concepcionista a quien hizo famosa la
pluma -siempre algo maldiciente- de Gage. Aunque no se inclinó
especialmente hacia el deán Ruiz del Corral, no fue señalado por éste
en sus abundantes comunicaciones al tribunal de la Inquisición de Mé-xico.
Fundó una villa, a la que impuso el nombre de su tierra original,
La Gomera; viiia que sigue ostentando su nombre en el mapa de Gua-temala,
y sobre todo protegió y favoreció al primer cronista religioso
de GuatemaIa, fray Antonio de Remesal, cuya Historia -por su par-te-
llevó por todo el mundo cultural su nombre y su blasón familiar.
Dice Gage que -rico de muchos millones- se retiró a su tierra,
Canarias; tal vez aparezca por algún lado alguna pista que nos permita
confirmar la veracidad o exageración de aquel aserto ".
FRAY LUIS DE SAN JOSE BETANCURT
Lo hemos mencionado ya, pero el personaje merece más especial aten-ción;
primero, porque es otro canario que mantuvo la tradición isleña
en Guatemala, y segundo, porque representa un lazo de unión entre el
conde de la Gomera y el gran hermano Pedro, que cierra este ciclo de
personalidades canarias en la Guatemala del siglo XVII.
El cronista franciscano Vázquez dedica a nuestro personaje los ca-pítulos
XXIX a XXII de su Crónica, encabezados con el título general:
De la vocación, vida y virtudes del muy ejemplar y observante padre
fray Luis de San José Betancurt, hijo de este convento de Guatemda,
natural de las Canarias. La Cróizica de la provincia del santisirno nom-bre
de leszis de Guatemala es suficientemente rara para que merezca
27. GAGE: A nav Survey, pp. 126-128. En torno a la monja Maldonado teje una his-toria
fantastica; la documentación existente nos dice que su padre pedía desde México
al Consejo alguna .ayuda de costa* porque no habia podido pagarle ni siquiera la dote
de entrada a! csnvento. AGI, Guatemak, 1. Maldonado pide, en 1635. un censo
de 500 tostones para hacer frente a la dote que habia pedido prestada y a los intereses
caídos del préstamo.
la pena añadir a esta comunicación los capítulos que he mencionado
y que pueden servir para completar la idea que de este religioso -hijo
ilustre de Tenerife- puedan tener en su patria.
Luis Melián de Bentacurt había nacido en Tenerife hacia 1577;
eran sus padres el capitán Antonio Lorenzo de Acosta, regidor de San-ta
Cruz, y doña Isabel de Trujillo Betancurt. En sus primeros años ti-tubeó
entre la carrera eclesiistica, la mercantil o la militar. Se nos dice
que intervino en alguna de las heroicas defensas de la isla (¿participa-ría
en el ataque de 1599?); su padre le envió al Perú para que mirara
por algunas propiedades que allí tenia; a lo largo del viaje encontró
en la gobernación de Chucuito a don Antonio Peraza Ayala, en cuyo
séquito entró; con él pasó a Guatemala con un cargo de «secretario
de cartas», que le hizo adentrarce en su intimidad. El gobernador le
encargó misiones importantes en los tres años en que se mantuvo en
su servicio (1611-1614); entre otras misiones, se le confió la «visita
general de obrajes*, que, aunque -lo hemos visto- no eran dema-siados
en Guatemala, solían ser siempre fuente de molestias e injus-ticias.
Con esta visita general estaría relacionada la decisión del pre-sidente
de ayudar a los jesuítas a comprar uno que sirviera de base
económica al colegio que se establecía.
Luis Melián -se nos dice- se aficionó a «una señora noble, her-mosa
y discreta. ..» de quien no se nos dan otros detalles; se nos
dice que empleaba más tiempo, del que hubiera deseado su patrono el
conde, en sus amores y que éste decidió distraerle encargándole misio-nes
más honrosas pero alejadas de la ciudad. No aceptó el programa
nuestro don Luis, quien tomó la resolución -se nos antoja algo pre-cipitada-
de abandonar el servicio del conde y buscar un asilo reli-gioso
en el convento de San Francisco; aconsejado por los franciscanos,
marchó en busca del provincial, que se hallaba en Itzapa, quien le
autorizó para ingresar en la orden a 2 de julio de 1614. Con ella en
la mano se presentó al presidente, quien no opuso objeción alguna,
con lo que en pocos días -hecha la distribución de los bienes que
poseía- recibió el hábito en el convento de San Francisco a 13 de
julio de 1614. A su profesión -se nos dice- asistió el conde y mu-chos
caballeros, entre los que no faltaron algunos que le imitaron en
fechas posteriores.
Recibió algún tiempo después las órdenes de manos del obispo de
Chiapas -futuro de Guatemala-, fray Juan Zapata y Sandoval, y se
estableció en Guatemala, donde recibió el encargo de la portería del .
convento grande: cargo que le ponía en relación con los pobres y me-nesterosos
de la ciudad, que le tenían por su especial protector. Se
puede decir que en este empleo y cargo pasó el resto de su vida, con
un par de pequeñas interrupciones: la una -lo hemos visto- en com-pañía
del padre Cristóbal Martínez y del licenciado Maldonado, en
frustrada misión a los indios de la Taguzgalpa; la otra, en rápido via-je
a Roma como procurador de la provincia, que se verificó en 1636,
en el cual, naturalmente, pudo pasar por Tenerife y aun visitar a1 joven
Pedro, quien situaría entonces en Guatemala sus ideales axéticos ".
Conforme a la descripción hecha por el padre Vázquez, comenzamos
por su espectacular caridad con los menesterosos; facilitaba su propó-sito
el puesto de portero del convento que le había sido a~ignado.
Desde allí se ingeniaba por ayudar con limosnas a los que las necesi
taban, pero llamaba más la atención cuando recorría las calles cargado
«de Ieña y otras cosas onerosas e indecentes ... » para socorrer con ellas
a los que no se atrevían a salir de casa para conseguirlas.
Dentro del convento tenía una devoción algo ruidosa que consistía
en arrastrar por los claustros una pesada cruz que él se había armado;
un superior le obligó a presentarse con su cruz en el refectorio en pe-nitencia
por sus faltas contra el silencio religioso que producía con
el traqueteo de su cruz.
En la misma línea ascética de su Vía-Crucis, pero de manera más
silenciosa, pasaba largas horas colgado de tres escarpias que había fi.
jado en una de las paredes de la iglesia, la que estaba frontera a una
imagen de Cristo crucificado.
Su capacidad de percepción, aguzada por sus penitencias, le hicie-ron
especialmente sensible a impresiones que primero se centraron en
torno a las ánimas del purgatorio y después se hincaron en su propia
carne, presentando los signos externos de la llamada «posesión dia-bólica
».
La devoción a las ánimas no se detuvo en las prácticas usuales de
la piedad cristiana, sino que pasó al diálogo abierto con los difuntos;
contaba él -no se hubiera zabido de otra manera- que venían «a
deshora de la noches a su celda y se daban a conocer por un golpe
«sobre la mesa que tenía en la celda». Establecido el diálogo, le expli-
28. Fco. VAzau~z: Vida y virludes del venerable hermano Pedro de San José de
Betancur, Guatemala, 1962, p. 7.
caban su situación y los sufragios que necesitaban, que él trataba pron-tamente
de procurar. Comentó especialmente la visita que recibió de
dos ajusticiados que, habiendo sido perseguidos por la justicia, se ha-bían
acogido «al sagrado* del convento, sin que les valiera, pues hubie-ron
de ser entregados por orden del prelado de la diócesis; pasada la
ejecución, recibió una noche la visita de uno de ellos, quien le pidió
se dijera una misa a su intención en el altar que señaló; a la noche
siguiente -seguía explicando fray Luis-, volvió a su celda para darle
las gracias.. .
No es extraño que en las horas que pasaba colgado de sus tres es-carpia~
en el templo creyese recibir visitas semejantes, «sin que jamás
le causasen pavor -se nos dice- las apariciones de difuntos, por
horrendas que fuesen, ya de cadenas y fuego, ya de otros tormentos
que indicaban las gravísimas penas que padecían.. . » ".
La «posesión diabólica» se manifestó «llegado el tiempo, y asaltado
de la última enfermedad, puesto en la enfermería*, fueron inútiles los
esfuerzos de los médicos y «curanderos» llamados a consulta para dar
con el origen de zus males, que entraban en la sintomatología típica de
la «posesión». «Era cosa de ver.. . que como frenético hacía visajes y
gestos abominables.. . echando espumarajos por la boca.. . ; era levan-tado
de la cama.. . y arrojado al suelo.. . se mordía y laceraba acerbí-simamente
... sin que le pudiesen sujetar cuatro religioso: de mucha
fuerza.. . »
Al diagnóstico de «posesión diabólica» llegaron el guardián y otros
religiosos graves, quienes procedieron a exorcizarle, sin que el conjuro
-se nos dice- tuviera efecto. Es que -decían- había :ido una es-pecie
de «purgatorio en vida» que Dios le había concedido para que
purgase de esa manera por las ánimas a quienes tanto deseaba servir. ..
Esta situación cesó repentinamente la víspera de navidad de 1642;
pudo recibir los sacramento., todos, y falleció poco después, en plena
tranquilidad espiritual.
Fray Luis ha pasado a ser figura clásica de la literatura guatemal-teca;
Vázquez conserva un poemita que, sin llegar a cumbres estéticas,
pasa ampliamente los límites de la vulgaridad.
Se s q m e mr n p e s t ~c uando h ~ b ode renünciar a l c ammes de
una dama «noble, hermosa y discreta* por mandato del presidente Go-
29. Fco. Vbac~z: Crónica (véase nota 22), vol. 111, pp. 115-116.
mera. Sobre la frase de Jeremías (17,5) Maledictus horno qui confidlit
in homine elabora una glosa en cuatro estrofas de versos endecasílabos
y una final de octosílabos; dice así:
«Maldito el hombre que en el hombre fía
sólo fiar en Dios es lo seguro;
descargar la conciencia cada día,
es contra todo mal un fuerte muro.
Dios los trabajos por la culpa envía
forzoso es el morir, mas trance duro.
Hombres vivid, como si siempre fuera
cada hora del tiempo la postrera.
Sólo el amigo es Dios, que es sobre todo:
que la amistad del mundo sólo es sombra.
.~nu- q-c..uL c L c c--mu- 3 u uLc--L1u c C c -,,3,.c, L ; c L L i l y !DUO:
pues no mereces menos, por ser hombre!
Todo tiene su fin y cierto modo.
Sigue el bien, huye el mal; y no te asombre
si no el ver que ere- hoy tierra liviana,
y que no sabes quién serás mañana.
¡Mundo quien te conociere,
cierto estoy que no te alabe;
quiérete quien no te sabe,
sábete quien no te quiere!»
El drama de sus amores concluyó de manera brusca con su entr-?-
da en la orden franciscana y el prematuro fallecimiento de quien fuera
su amada. Y aquí se inrerta una leyenda que ha adornado el hecho
narrado por Vázquez y que no deja de chocar nuestra sensibilidad:
«Pasados algunos años -escribe Vázquez- de corrupto el cadáver
de aquella buena señora, hizo sacar de la sepultura su calavera, para
que si su ornato viviendo había sido acombro de la hermosura, e1
horrible aspecto de su descarnado semblante fuese despertador a la
tibieza y engaño de los hombres; y para esto la coloc6 en un hueco
con esta inscripción: En esta calavera descarnada / toda tu vanidad
verás pintada» 30.
La novelktica guatemalteca ha añadido pinceladas rnacabras a esta
relación bajo el título de El secieto de una celda, insertada en el más
puro y tradicional romanticismo.
30. Fco. VLZQ~EZC: rónica, vol. 111, pp. 107-108.
Conservemos de todo ello que fray Luis tenía buena pluma al ser-vicio
unas veces de menesteres de secretario del provincial o de cro-nista
doméstico, y otras en lenguaje más poético al servicio de una
imaginación algo desbocada.
Es posible un encuentro en Tenerife de fray Luis, de regreso de
Roma, con el joven Pedro Betancurt, posible pariente suyo; encuentro
que sería uno de los determinantes de la misteriosa vocación guate-malteca
de nuestro venerable; pero e: indiscutible el parentesco espi-ritual
que les unió.
Pedro, al llegar a Guatemala, hubo de responder más de una vez
a la pregunta que se le haría sobre un posible parentesco; no podría me-nos
de escuchar repetidas narraciones sobre la vida y las virtudes de
su presunto pariente; lo cierto es que tracladó a su vida tanto los es-quemas
de caridad con el prójimo como los del «bárbaro» ascetismo,
como su devoción a las ánimas; y aun sus aficiones literarias, que se
doblaban en fiestas ezpeciales con danzas frente al Santísimo o a otras
imágenes devotas.
No encontramos en fray Luis especial devoción al nacimiento de
Cristo, fundamental en la ascética del venerable; tampoco encontramos
en el hermano Pedro la alucinante vida que concluyó en aquel estado
de supuesta «posesión diabólica». Mucho mejor para nuestro hermano,
que -dentro de las excentricidades de la época- tuvo los pies en el
suelo y fue lo bastante pragmático para organizar y poner en marcha
una obra de caridad que le sobrevivió y le sobrevive a lo largo de los
siglos.
Descendiente -sin duda- de nuestro fray Luis, fray Pedro Me-lián
es lector jubilado, cualificador del santo oficio, examinador sino-da1
del obispado y definidor actual de la provincia franciscana del San-tísimo
Nombre de Jesús de Guatemala en el año de 1722; en este
año, el día de los Santos Inocentes, patronos del hospital de Belén,
pronunció un panegírico que envolvía en alabanza única al hermano
Pedro y a la congregación belemítica, que fue impreso en Guatemala
en 1723 con este título: «Mística escala de Jacob / la religión bele-mitica;
y en el patriarca / su fundador el hermano Pedro de San Joseph
Vetancurt (sic) / figurado /. Panegírico / predicado en Belén, de
el / nacimiento de el Hijo de Dios, día de los SS. Inocentes // Pa-tente
/ nuestro gran Dios / y Señor sacramentado. / Por el R. P.
Fr. Pedro Melián J de Bentacurt. .. / / En Guatemala con
licencia de los superiores, por el bachiller / Antonio Velasco. Anno
de 1 7 2 33~1.
A pesar de la extrema dificultad de comunicación entre Guatemala
y Canarias, se han presentado con frecuencia en Guatemala persona-jes
canarios que han suplido con su calidad lo que les faltaba de
número.
Concretándonos al ziglo XVII, damos en su segunda y tercera dece-na
con el presidente don Antonio Peraza Ayala Castilla y Rojas, conde
de la Gomerc, que deja cnmn hue!!a de SI paro en la a~ngrafia g~ate-malteca
la villa de la Gomera, que todavía ostenta su nombre, y en
la historiografía americana, con base en Guatemala, la Historia Ge-neral
de las Indias Occidelztales de fray Antonio de Remesal, a cuya
elaboración concurrió y a cuya edición cooperó, quedando estampado
su nombre y ?u blasón nobiliario en la portada monumental que orna-menta
su primera edición, aparecida en Madrid en 1619.
Poco sabemos sobre las actividades concretas de nuestro presiden-te,
que abrió el camino a los presidentes «de capa y espada» que le
habían de seguir, y que sufrió las con~ecuencias del desdoblamiento
de funciones, que ello representaba, con la enemiga del oidor doctor
Pedro Sánchez de Araque y la visita del licenciado Juan de Ibarra.
Desaparecida la documentación -por orden excepcionalmente eficaz
del Consejo de Indias-, queda por hacer el balance histórico de su
actuación 32.
Pasa en Guatemala un período de excepcional tranquilidad, efecto
de la tregua de doce anos con los holandeses; la tregua no se traduce
en un sensible mejoramiento de la situación económica del país, por-que
se multiplican las órdenes que limitan su comercio -principal
L --A- J-:
IUCIIL~. "t. lllgltl>">- y decaen z!gunos de !OS articulas de exportaciSn,
como el cacao. Entre tanto, toca al presidente exigir el pago de la al-
31. MEDINAI: mprenta en Guatemala, vol. 1, ed. Guatemala, 1960, p. 60.
32. G ~ R C ~PAmh EZ, en sus Memorias, vol. 1, p. 214, aporta algún dato sobre la
gran conmoción ciudadana. La causa fueron las alcabalas; el 10 de julio de 1521 llegó
el visitador; fueron confinadas las autoridades, no a Patulul, sino a Jocotenango; la
visita se concluyó a los tres meses; el visitador se apoderó de 3.000 ducados y mult6
a! fisca! ?or protestar en 2.000. Entretanto murió asesinado el mercader Francisco
Manuel que estaba envuelto en aquellas diferencias ... Datos que no he visto apoyados
en suficiente documentación.
cabala, impuesto aborrecido por todos, y mucho más por los comer-ciantes.
Sin embargo, y contra la opinión de los primeros hiztorie-dores
de la economía guatemalteca, la situación económica podía ser
considerada como próspera, de acuerdo con el testimonio del viajero
y cronista Gage, que -en este y otros datos- puede ser considerado
veraz.
Gomera asiste a la primera f a ~ eu niversitaria en que miden sus
armas por primera vez jesuítas y dominicos, y se agrega -y enca-beza-
a la petición del vecindario, que anhela por una universidad
oficial y de pleno derecho.
Se nos dice -pero no queda demostrado- que atesoró «millones
de ducados» y que con ellos marchó rico a Canarias; no he encontrado
rastro ninguno de tan colosal enriquecimiento, que pudo cer comen-tario
o «hablilla» de convento.
La presencia cualificada de personajes canarios en Guatemala con-tinúa
con el franciscano fray Luis de San José Betancurt, antiguo se-cretario
«de cartas» del conde y alabado y admirado «portero» del
convento grande de San Francisco.
Su fama de santidad perduró a lo largo de los años con acentos
especiales de caridad, mortificación y puntas de literato, que sirvie-ron
de pauta al tercer canario de la serie, el hermano Pedro de San
José Betancurt, que cerrarla' la presencia canaria a lo largo del XVII,
dejando implantado en el solar guatemalteco el personaje más conocido
y más querido de su pueblo: el venerable Pedro de San José Betan-curt,
constituido desde hace tres siglos en el hermano Pedro de todos
los guatemaltecor, y que logró perpetuar su acción caritativa a través
de su congregación hospitalaria masculina desaparecida en América a
embates de la revolución independentista, y de su congregación feme-nina,
que mantiene vivaz su testamento de caridad, amor y servicio
al prójimo.
ANEJO tomado de la Crónica de1 Padre Vázquez, ed. y notas del Padre Lá-zaro
de Lamadrid, vol. 111, Guatemala, 1940, pp. 117-121.
C R O N I C A
DE LA PROVINCIA DEL SANTISIMO
NOMBRE DE JESUS DE GUATEMALA
de la Orden de N. Seráfico Padre San
Francisco en el Reino de la Nueva España
Compuesta por el
R. P. FR. FRANCISCO VÁZQUEZ
Lector Jubilado, Calificador del Santo Oficio, Examinador Sinodal de este
Obispado, Padie de la Provincia de San Jorge de Nicaragua, Notario Apos-tólico,
Custodio y Croni.ta de esta misma Santa Provincia de Guatemala
CAPITULO VIGESIMONOVENO
De la vocación, vida y virtudes del muy ejemplar y observante Padre Fr. Luis
de San José Betancurt, hijo de este convento de Guatemala, natural de Las
Canarias *
Merece muy buen lugar en esta crónica el ejemplarísimo P. Fr. Luis Melián
de Retancurt, que en la profesión, dejando con el mundo sus nobles apellidos,
se llamó Fr. Luis de San José, aunque no se pudo borrar de la memoria de
todos el apellido de Betancurt con que vino a la Orden, y por donde era conocido
en ésta y otras ciudades populosas. Fue natural de la isla de Tenerife en las
Canarias, hijo legítimo del capitán Antonio Laurencio de Acosta, regidor de aque-lla
ciudad, y de doña Isabel de Trujillo Betancurt, su mujer, uno y otro con-sorte
de la gente más calificada y noble de aquella tierra. Estudió en su niñez
los rudimentos de la lengua latina con intento de ser eclesiástico, mas halagado
del manejo de la hacienda, inteligencia en cuentas y papeles, le trajo de manera
que se halló en las escuelas de Marte, el que intentaba alistarse en la esclarecida
milicia de Mercurio, y a pocos lances empuñó el venablo en lugar de la borla
k!!isi~a aw.rda &! Vi&=dern, de! eximio escritor giiatemalteco José Milla.
indiscutible gloria de las letras hispanoamericanas, recoge esta biografía, que le sirve
para crear uno de los principales y mejor desarrollados personajes de ella.
que le pudiera negociar el saber. Como era capitán de infantería su honrado pa-dre,
buscando los adelantamientos de su hijo, juzgó por medio eficaz el aficio-narle
a la milicia. Era el natural del mancebo, apto para todo, la capacidad
grande, el aspecto y presencia agradable, la cortesanía y buena crianza mucha Y
todo lo personal un atractivo de cariños y rémora de estimaciones. Sirvió con
valor en las ocaciones que hubo de defender del enemigo la isla, experimentando
muchos peligros, especialmente el de una bala de cadena de que por permisión
divina escapó. Desde entonces, teniendo por aviso del cielo el eminente peligro
en que se vio, recogió ya las velas a los pasatiempos, procurando vivir con la
consideración de la inevitable muerte, que le avivaba los deseos de vivir bien.
Aunque esta continua considersición y frecuente recuerdo Ic mortificaba los
ardores de su lozana edad, y le hacía vivir moderado en los placeres, no le
desarraigaba del todo de las vanidades del mundo, sino que alternando en la vic-toria
el espíritu y la carne, bambaneaba a veces su constancia, ya dejándose llevar
de la corriente del siglo, admitiendo honras y dando treguas a los impulsos di-vinos;
ya reci.b i.e ndo éstos, y dando de mano a aquéllas, motivos de varios dis-
CÜ~ SGS en casi iilcvadibles peligios, de riüs y fieras en que i~io~inadarncnrsee
hallaba. Hacía propósitos, volvía en sí, tiranizábale la pasión sus afectos, tiraba
la rienda a los gustos; pero como flaco y miserable volvía al laberinto de mun-danas
apariencia?, y se hallaba implicado en la resolución, sin acertar a despren-derse
de lo temporal ni a perseverar en buscar lo eterno. Eran las perplejidades
dilatado martirio para su alma, la ineficacia de los medios que ponía para em-prender
el camino de la verdad, era tósigo que le acibaraba los gustos, porque
como Dios le tenía para los durables, cercaba de espinas y piedras cuadradas sus
pasos, estorbándole los malos, aunque le suspendía la licencia de seguir del todo
los buenos, por experimentar su constancia y hacerle merecer su asistencia. Bien
pudiera Dios hacerlo todo, y que fuésemos santos, y pudo crear impecables (por
gracia suya) a los hombres; mas, no quiso su liberalidad y misericordia infinita,
privarnos de la corona del merecer, porque pareciese darnos de justicia lo que
con su gracia adquirimos. Quería Dios que este escogido suyo pelease y trabajase
cayendo, para que con experiencias y escarmientos en propia cabeza, saliese vale-roso
soldado de su milicia, y diese con resolución de pie a las vanidades que le
arrastraban.
Con todo eso, como el mundo le brindaba, y él era bisoño en la milicia espi-ritual
hacia la presunción y estimación propia, no sólo batería grande a su no-bleza
y prendas, sino contrastes conocidos a la quietud que deseaba. Poco más
de treinta años contaba, y ya había obtenido 10s más honoríficos oficios de la
ciudad, porque los respetos de su padre, y el no sabérselos él desmerecer, por
su honrado y generoyo trato, hacían que ellos le siguiesen, sin poner mucha dili-gencia
en pretederleu, runqAc ahtenidas, era exacta, cGmo i~uble, en el ejercicio
de ellos. Y conociendo su padre como prudente, cuanto adelantan saliendo de su
patria personas de tales prendas, que como dijo Filón (lib. de Abraham) que ha-cen
tanta ventaja los que han peregrinado, a los que no han perdido de vista su
patria; cuando hace el que tiene la vista sana, a el que no la tiene; determinado
su padre a enviar a cobranzas y dependencias de hacienda a su hijo al Perú, para
que a vuelta de estas negociaciones, consiguiese la prudencia y experiencias que
gozan los que con ánimo varonil ven y tienen contrastes y favores de fortuna.
Túvola en sus despachos ei honrado cabaiiero D. Luis y para mayor señuelo de
las prosperidades, que la esperanza le coloreaba, le deparó la dicha en Chucuyto
al Conde de la Gomera, D. Antonio Peraza de Ayala y Rojas, que de aquella
gobernación era promovido a la Presidencia de la Real Audiencia de Guatemala.
Quien por deudo o amigo del padre de D. Luis, le abrigó, honró y favoreció
en aquel gobierno, y prometió acomodar y favorecer en el de Guatemala, si qui-siese
venir en su compañía, más por familiar amigo, que por criado suyo.
HízoIo así D. Luis, escribiendo a su padre su determinación, y entró en com-pañía
del Conde con título de secretario de cartas un lunes 19 del mes de sep.
tiembre del año de 1611. Vivió con toda estimación en el palacio, gozando de las
conveniencias y comisiones que se ofrecieron hasta la de la visita general de 10s
obrajes, vacando poco a1 ocio, y estando siempre entendiendo en negocios que
aun yendo la balanza tan crecida, carecía de emulaciones que suele excitar la
bien nacida queja de los beneméritos, por más callos que haga en eilos la tole-rancia,
y por más cándidos que le; ponga la imposibilidad del recurso. Mas,
como no hay señal más cierta de la caída que los mismos vuelos del valimiento,
ni más seguro precipicio que el que labra en la prosperidad la fortuna, o ya qui-tando
el clavo a la rueda, o ya acortando la escala que sirvió al ascenso, para
que el descenso sea caída; o lo más cierto, como Dios tenía pue-tos los términos
a los halagos del mundo y señalado el tiempo en que había de resolverse, cons-tante
a seguir sus banderas este soldado suyo, en la previsión, aunque por en-tonces
tan del mundo en sus divertimientos permitió su conversión por este ex-traño
medio.
Vivió aficionado y prendado para celebrar bodas D. Luis con una señora no-ble,
hermosa y discreta de esta ciudad, tan en ello, que no vivía, sino el tiempo
que gastaba en comunicación de su pasión, o ya en versos, a que era como fino
amante aficionado, o ya en compañía de anigos que le lisonjeaban el gusto, o
en pasear la calle, con tan total empleo de sus sentidos y potencias, como quien
con la fuerza del amor había hecho trasmigrar su alma al dueño de su voluntad,
y que sólo era animado por la buena correspondencia de la que era centro de sus
amores. Hizo una y otras veces falta en palacio, notó10 el Conde, y llegó a ser
sabedor de sus divertimientos, hasta entonces con fines honestos, que pusiera
luego en ejecución a no ser torcedor de su esperanza algunas demoras que nece-sariamente
había de tener el ajuste. El Conde, o por estorbarle sus desvelos, o
porque (según se dijo), tenía empeño para dar estado a un hijo suyo con la
señora, arbitró por medio para quitar a D. Luis, el enviarle honrado lejos de la
ciudad de Guatemala. Llamóle una mañana y le dio firmado un decreto para
que se le hiciese título de Justicia Mayor de Amatique. Agradeció el favor
D. Luis, y suplicó del despacho, dando por excusa lo malsano de la tierra para
donde le hacía merced. Replicó el Conde que le daría el corregimiento de Quet-zaloaque.
en la provincia de Nicaragua. Reclamó D. Luis que le atrasaba lo lejos
para sus pretensione-, e instando el Conde, se encadenaron las palabras, hasta
decir D. Luis que más parecía destierro que favor. Declaró el Presidente, con
palabras cie superior, el motivo, que era, porque no gustaba de que tomase estado
con aquella señora, ocultándole el misterio que le motivaba al impedirlo, pdian-do
con celo de la honra de su familia su intento, y viendo constante roca en
sus amores al D. Luis, volviéndole las espaldas le dijo, que no quisiera tener
en casa persona que no hiciese su voluntad.
A estas razones correspondió D. Luis, con significar lo que sentía serle mo-tivo
de enfado y que le prometía no tomar más en boca el casamiento, conclu-yendo
con hacer al Conde una gran cortesía, y despidiéndose de él, decir: YO
me iié, ceño?, a casa doízde no embarace, ni me echen de ella. Bajóse a su cuarto,
y pensando en lo que sucedía confirió10 con su amor, con sus buenos servicios,
con su pundonor y estado, rayó la luz del cielo, a la de la calavera que tenía
pintada, y juntando acuerdo a sus sentidos y potencias, representándosele toda
su vida, hasta la edad presente, que era de treinta y siete años, los peligros de
que Dios le había librado, los auxilios divinos a que había resistido, los medios que
Dios había puesto para buscarle, ya enviándole aflicciones, ya recuerdos, ya per-mitiéndole
aplausos y estimaciones, cogió la pluma, y como era tan aficionado a
de ahogar en versos su pecho, escribió así:
Maldito el hombre, que en el hombre /fa,
sólo fiar en Dios es lo seguro,
descargar la conciencia cada día,
es contra todo mal un fuerte muro.
Dios los trabajos por la culpa envía,
forzoso es el morir: mas trance duro,
hombres vivid, como si siempre fuera,
cada hora del tiempo la postrera.
Sólo e1 amigo es Dios, que es sobre t ~ & ,
que la amistad del mundo sólo es sombra.
(De qué te ensoberbeces tierra y lodo?
pues no mereces menos, por ser hombre.
Todo tiene su fin, y cierto modo;
sigue el bien, huye el mal, y no te asombre,
sino el ver, que eres hoy tierra liviana,
y que no sabes quién serás mañana.
Mundo quien te conociere,
cierto estoy que no te alabe:
quiérete quien no te sabe,
sábete quien no te quiere.
Habiendo solazado con esto su pecho, cogió su capa y espada, y dejando a
buen recaudo su menaje, se vino a este convento de N. P. S. Francisco de Gua-temala
y comunicando con el muy religioso padre Fr. Alonso de Padilla, que era
Guardián de este convento, sus designios, que eran de ser religioso del N. P. S.
Francisco, para a:egurar su alma y ordenar a Dios sus pasos, habiéndole hecho
sosegar, y dado celda el Guardián; y examinado y probado su espíritu y vocación
por algunos días, viendo que era su resolución de varón esforzado, y mero ilama-miento
de Dios, le remitió con carta al M. R. P. Provincial que lo era N. V. P.
Fr. Pedro de Sotomayor, que se hallaba a la sazón en Itzapa, tres leguas de Gua-temala.
El convertido caballero, para probarse él también, y hacer méritos para
conseguir su pretensión, fue a e:ta jornada a pie, a la cual salió de noche por
huir de que el Conde tuviese noticia, porque sabía andaba a buscarlo. Detúvose
el devoto, prudente y docto Provincial los días que fueron suficientes para expe-rimentarle
convertido, que ya en los tiempos antecedentes le había comunicado
devoto, y en estimaciones. Dióle la licencia cuya fecha es de 2 de julio de 1614,
mandándole fuese a ver con ella al señor Conde, y le manifestase su vocación,
para que su señoría conociese su buena amistad, y que dándole gusto en desistir
del casamiento, hacía lo que Dios le había inspirado para salvarse. Y con esta
ú!timíi, ac&E asesr2ba e! p r oVi nC~C, G pr~i;dei ,te y eqertu, m &j d qie
se hicie-e a gusto de Conde su recepción, sino que por última experiencia vería
si los halagos del palacio vivían todavía en D. Luis, o si su resolución y espíritu
perseveraba.
Ya había el Conde venido al convento una y otra vez, y se le había dado
noticia de la determinación de su secretario; de que como prudente y cristiano
se había alegrado, protestando el favorecerle? y diciendo a los religiosos que nun-ca
esperó meno; de su cordura. Luego que D. Luis obtuvo la licencia del Pro-vincial,
se vino de Itzapa a palacio, como le era mandado, y manifestando al
Conde sus designios, y con beneplácito suyo, trató de expender sus bienes, re-partiendo
a pobres cuanto tenía, según el consejo del Evangelio, que manifestó
Dios a Fr. Bernardo de Quintaval: si quieres ser perfecto anda y vende lo que
tienes, y dalo a lo; pobres. En tres o cuatro días concluyó con el desprendi-miento
del mundo el desengañado hidalgo, y desembarazado ya de los cuidados
del siglo, se vino al convento, donde el día 8 de julio en el cual entregándose
en manos del Guardián, hizo el juramento que se acostumbraba antes de recibir
el hábito. Dióle el guardián el término que juzgó conveniente, para que hiciese
confesión general de toda su vida, la cual efectuó con muchas lágrimas y demos-traciones
de fervoroso e píritu, y recibió el hábito para el coro en 13 de julio
del año de 1614 siendo de edad de treintisiete años. Al año hizo profesión el
mismo día del seráfico Doctor S. Buenaventura, trocando el nombre de Luis de
Melián Betancurt, en Fr. Luis de S. José. Fue su vocación y recepción de mucha
edificación en esta ciudad, y de tanta conmoción entre la gente de la república,
que demás de asistir a su recepción y profesión el Conde de la Gomera y mu-chos
caballeros, tuvo el buen ejemplo que dio, tanta eficacia, que dentro de poco
más de un año le siguieron Fr. Juan de Vaena, y Fr. Benito de S. Francisco, y
otros muchos que con fervoroso espíritu y ejemplo de virtudes ilustraron esta
santa Provincia.
También motivó su entrada en la religión, el que la señora con quien trataba
de casar, dejase las vanidades del siglo, y tratase de buscar a Dios, viviendo sólo
para su esposo Jesús, detestando los aliños y atavíos de la hermosura, trocando
la discreción y donaires en mortificaciones y ejercicios espirituales, haciendo de
su casa un yermo, donde en oración casi continua, y frecuencia de sacramentos,
acabó dentro de pocos años su vida. Y alcanzándola en días el P. Fr. Luis, siendo
portero de este convento, para tener el espejo de su desengaño a la vista, pasa-dos
algunos años de corrupto el cadáver de aquella buena señora, hizo sacar de la
sepultura su calavera, para que si su ornato viviendo, había sido asombro de
la hermosura, el horrible aspecto de su descarnado semblante fuese despertador
a la tibieza, y engaño de lo; hombres, y para esto la colocó en un hueco con
esta inscripción:
En esta calavera descarnada
toda tu vanidad verás pintada.
CAPITULO TRIGESIMO
En que se prosigue La vida y virtudes del P. Fu. Luis de Bet~ncurt,
y de los ejercicios que tuvo en la Religión
A poco tiempo de profeso el P. Fr. Luis, estando muy aprovechado en las
observaciones del noviciado y vida religiosa, trataron los prelados de promoverle
a las Ordenes, para lo cual el muy religioso Padre Provincial Fr. Juan de Cas-tilnovo,
en cuyas manos había hecho profesión, disponiendo el ir a visitar los -, conventos de la provincia de Chiapa, le llev6 en su conipzixa por sü seüetario,
no sólo por la mucha curialidad que tenía en materias tocantes al gobierno de la
Provincia, sino porque recibiese las Ordenes en aquella ciudad, donde era Obispo
el ilustrísimo Sr. D. Fr. Juan Zapata y Sandoval, por estar en aquella ocasión
vaca la sede de Guatemala. Recibió las Ordenes, dispensados los intersticios por-que
no se perdie-e tiempo en el aprovechamiento que habían de tener las almas
con el sacerdocio del P. Fr. Luis. No una, sino muchas veces dijo, como con
espíritu profético el Sr. Obispo, que sería gran sacerdote aquel religioso, porque
su modestia y compostura manifestaban la mucha virtud de que su alma se ador-naba.
En los días que estuvo en el convento de N. P. S. Antonio de la Ciudad
de Chiapa, se le aficionaron los religiosos de él, que hizo mucha instancia al
V. P. F. Diego del Saz que era Guardián, en que le dejase allí por morador
el Provincial. Mas su paternidad lo excusó, diciendo de cuánto alivio le era para la
expedición de su oficio, y cuán útil para este convento de Guatemala. Luego que
ilegó a él fue puesto en la portería, porque su ardiente caridad tuviese en qué
ejercitarse. Acudía a este ministerio con tanta edificación de todos, que era pa-dre
de los necesitados, y socorro de los menesterosos, procurando para los pobres
no sólo el sustento corporal, sino también el espiritual, ocupándose en enseñar
a ios niños ias oraciones y el que supiesen ayudar a misa, sin omitir diligencia
en orden a ejercitar la caridad siendo tanta la fuerza, que esta virtud tenía en
su corazón, muchas veces le sucedió llevar la leña en hombros a las casas nece-sitadas,
porque parece que con luz del cielo, conocía las que más lo estaban de
estos y otros socorros.
Tan corriente fue entre los religiosos, y entre las personas del siglo, que el
P. Fr. Luis era ilustrado de Dios y avisado de las necesidades, que padecían los
pobres, que sucedió muchas veces el socorrer a personas que sólo a Dios habían
manifestado sus eabajos. Una mujer llamada Catarina de Zamora, vecina que fue
de esta ciudad de Guatemala, afirmó con juramento, después de fallecido este
religioso, que siendo portero le sucedió entre otras veces, haberse hallado un
viernes a la mañana tan pobre y falta de alimento, que sólo tenía en su casa
una pequeña zemita, teniendo tres criaturas pequeñas que sustentar, y hallándose
ella viuda, y sin tener a quién recurrir. Repartida entre los tres niños la zemita,
quedándose ella en ayunas, con esperanza de reparar por algún camino la ham-bre.
Pasóse el día sin saber discurrir ni buscar modo de remediar su necesidad,
ni poder salir de su casa, por ser la una criatura de pecho, y no tener a quién
encomendar el que cuidase de ella y de las otras. Lloraban muertas de hambre
la; criaturas, la madre se afligía lo bastante, y casi desmayada de no haber co-mido
todo el día, siendo ya las cinco de la tarde, por no ver morir de hambre
a sus hijos, hizo lo que Agar, dejando a Ismael por no verle agonizar. Salióse
de su casa contristada y afligida, y sin determinar lo que haría en tanto conflicto,
pidiendo a Dios la encaminase a donde su necesidad socorriesen. Acaso como ha-bía
de ir por otra parte atravesó por el compás de este convento en ocasión
que el Padre Fr. Luis estaba barriendo (como acostumbraba todas las tardes) !a
puerta de la iglesia y portería.
Así que la vio la llamó el religioso con la mano, y volviendo eila la cara
volvió él las espaldas, sin hablar palabra, y continuamente se fue hacia la por-tería.
Ella dudosa de si la había llamado o no, batallando con perplejidades entre
sí, viendo dos acciones en el P. Fray Luis al parecer encontradas, pues al lla-marla
volvió las espaldas como quc la burlaba, comenzó ella a hacer juicios de lo
que sería. Por una parte la acreditada virtud del buen religioso, y opinión grande
de su muy ardiente caridad, la persuadían a que ya Dios por aquel medio quería
socorrerla; por otra, viendo que el religioso la llamaba y se iba, sin decirle si-
quiera que esperase, se resolvió a proseguir su viaje atravesando el cementerio.
A este tiempo salió el Padre Fray Luis con un sombrero en la mano, la copa
hacia abajo y la tornó a !Jamar. Llegando alargó el sombrero, que estaba llena
la copa de cacao, y sacando de la manga algunos panes, le dijo, que tomase aquello
y que perdonase, que fuese y remediase su necesidad y tuviese mucha confianza
en Dios nuestro Señor, que jamás falta a quien le busca confiado; que tratase
de recogerse, porque iba entrando la noche, y que se asegurase que no le faltaría
socorro a sus necesidades, si tuviese cuidado con su alma, y no la arriesgase por
bienes temporales. VoIvióse la mujer a su casa bañada en lágrimas, dando gracias
a Dios, y haciendo muchos propósitos de ser más confiada en sus misericordias,
y vivir más atenta a sus divinos mandatos, pues veía en lo que le sucedía, cuán
a la clara Dios la favorecía, y que por permisión de su divina majestad le había
penetrado el P. Fr. Luis el corazón.
Una vez hurtó algunos panes del refectorio para los pobres, y enojándose el
refitolero, excusándose e1 piadoso padre con decir que las oraciones de los pobres
multiplicarían el pan; y diciéndole el refitolero, que eso no veía él, sucedió que
como saliendo al desempeño la Providencia divina, tocaron la campanilla de la
nn- -r -t -~- -r -í, a y -w --l -i -m-- d -n - -F r- . T- l -l-i q- a ver quien era; se encontró con una canasta de pan
que enviaba un bienhechor. Ese es Dios (dijo Fr. Luis) y volviendo con ella car-gado
al refectorio, entró cantando, Oculi omnium, etc., caco con que se confun-dió
la desconfianza, y se alentó la piedad.
En estas ocupaciones entendía este buen religioso, encendido tan intensamente
en obras de caridad y amor de Dios y del prójimo que considerando la multitud
de almas que en la provincia de la Taguzgalpa se perdían por falta de doctrina,
e inopia de ministros, se determinó a pedir licencia para ir a predicar a aquellos
infieles en compañía del apostólico varón Fr. Cristóbal Martínez; alentados estos
dos valerosos campeones del Evangelio, como misteriosos elefantes, de quienes se
escribe, que viendo la sangre de los hombres vertida cobran nuevo esfuerzo y
aliento para las batallas. Valor bien de ponderar el de los dos, por estar tan
reciente la noticia de la cruelísima muerte que habían dado aquellos infieles a
los VV. PP. Fr. Esteban Verdelete, y Fr. Juan de Monteagudo *. Conseguidas
las licencias, salieron los dos para su jornada, a los fines del año de 1616, en la
cual experimentaron grandes trabajos, no sólo por la mortificación que llevaban
en la vida apo,tólica que seguían, sino por los contrastes de los malos temporales
y descomodidades del camino. Fueron en esta ocasión el P. Fr. Cristóbal Martí-nez,
y el P. Fr. Luis de Betancurt en compañía de un Sr. Oidor llamado Juan
Maldonado de Paz, que iba a diligencias del servicio del rey a la provincia de
Honduras; mas no llevaban los religiosos onerosidad ninguna de carruaje, sino
que caminaban a pie y descalzos con mucho ejemplo de todos y grande penalidad
en los ejercicios de mortificación. Llegado; allá se embarcaron el P. Fr. Cristóbal
&unes ~oldados, y gente en una frag~ta, y en la otra, e1 P. Fr. L'iis mis-tiendo
al Sr. Oidor; tuvieron naufragio, en que se hubieron de apartar con fuerza
de temporal las dos embarcaciones, y la en que iba el P. Fr. Luis hubo de varar
por singular dicha, y no con poco trabajo, en tierra. Tanto fue el rigor de la bo-rrasca,
que cada cual en las dos fragatas tuvo por perdida la compañera, hasta
* Verdelete y Monteagudo no fueron martirizados en la Taguzgalpa, sino en Costa
Rica.
Sobre el martirio que padeció, m& tarde, el P. Cristóbal Martínez tenemos rela-ción
inédita de testigos, la cual publicamos en la introaucción a este tomo.
que la mano de Dios 105 volvió a juntar en Trujillo con grandes júbilos de sus
almas.
De allí, por haberse ya celebrado capítulo en la Provincia, confiriendo las
circunstancias que ocurrían y la imposibilidad que tenía la entrada a los infie-les,
se determinaron volver a este convento a dar cuenta al Provincial de lo que
pasaba. Llegados acá, y siendo bien recibidos del Provincial, con la caridad que
merecían sus fervorosos deseo.;, ocupó el Provincial al P. Fr. Luis en que le
asistiese para los despachos del oficio, y así no tuvo cabimiento el que hiciese
segundo viaje a la Taguzgalpa con el P. Fr. Cristóbal.
En el ministerio de la secretaría, demás de ser tan a propósito para su expe-dición,
procuraba hacer bien a todos, no como el mayordomo, mundanamente pru-dente
del Evangelio, para tener lugar con los hombres en acabando el oficio; sino
como verdadero humilde y caritativo, sirviendo de internuncio para el consuelo
de los religiosos, procurando ser a todos propicio. No por esto le faltaron emula-ciones,
que fuera rara avis in terra, estando al lado del prelado, y procuraron
alguno; Zoilos desgraciarle con él, levantándole algunos testimonios y calumnias
que llegaron a excitar la severidad del Provincial, para que le sacase en culpas,
y le reprendiese con palabras ásperas en capítulo de ellas, lo que sin duda jamás
él pudo perpetrar. Y porque no es bien queden en el silencio las imposturas, que
hicieron a este buen religioso afinar su virtud en el crisol de la tolerancia al
rigor del fuego de las persecuciones, es de advertir, que lo que le imputaban
era, que él se hacía dueño del gobierno, y que el Provincial obraba por su con-sejo,
siendo así que la severa religiosidad del muy observante padre Fr. Antonio
Tineo que era Provincial, no necesitaba de quien le advirtiese en cosas de su
ministerio; y más esta vez que era ya la tercera que había gobernado como Pro-vincial
esta Provincia. El motivo que tuvieron, los que como instrumentos de que
Dio; se valía para ejercitar el sufrimiento de el varón religioso, fue el ser tan
piadoso, y que por hacer bien a sus hermanos solía no reparar en algunas depen-dencias.
Y como su ardiente caridad y encendido amor a sus prójimos no discurría
en otra cosa que en hacerles bien, pudo ser que cometiese algunos inculpables
defectos que le acriminaron hasta ponerle en estado de ser ásperamente repren-dido
del Provincial y aún afrentado a vista de los mismos que le procuraban
ver des favorecido.
Y aun fuera tolerable si se le hubiera levantado la persecución por parte de
algunos, a quienes él hubiese agraviado, porque como dice David: Si mi enemigo
me maldijese, tendría yo por ventura tolerancia, y si aquel que me aborrecia ha-blase
mal de mis operaciones, tendría yo el consu+elo de esconderme de cus ojos
para no irritar sus iras; pero que aquellos mismos que se valían de él para sus
negociaciones, compañeros y compatriotas magnificasen contra el P. Fr. Luis sus
calumnias, esto era lo doloroso del sentimiento. Mas, no lo fue en el prudente,
humilde y ejemplar religioso, pues aun llegando algunos amigos (que nunca faltan
aun a los más desvalidos) a consolarle entendiendo, que afligido su ánimo nece-sitaría
de estos confortes, y que quizá pudiera desfallecer su tolerancia al oír la
aspereza de las palabras del prelado: bien como los amigos de Job, pues procu-raban
en sus adversidades consolarle, respondió con sereno semblante y apacible
rostro el P. Fr. Luis, que tan lejos estaba de desconsolarse por la áspera repren-sión
del prelado, y tan ajeno de sentir sus razones, como quien conocía que la
tenía muy grande, porque eran sus culpas muy enormes y que daba gracias a Dios,
porque las había ocultado de los ojos de los hombres, que si la supieran le repu-taran
por indigno no sólo del hábito religioso que tenía, sino de aun ser el más
despreciado sirviendo en la casa de Dios. Y que había andado el Provincial be-nigní-
imo, como piadoso padre con él a que debía ser agradecido, y tenerle por
verdadero amigo, pues con su corrección tenía él el logro del aprovechamiento
en la humiidad, la utilidad del conocimiento de su bajeza, y la oportunidad no
sólo de enmendarse en los defectos que ya eran notorios a todos, sino de preve-nirse
advertido, para no caer en los que él confesaba, tenía ni en otros a que
pudiera su miseria derribarle.
Mostró con éstas y semejantes respuestas el varón religioso el mucho fondo
de su virtud a los que lo eran, y a los que paliadamente lo consolaban los con-fundió
practicando la doctrina del experimentado rey penitente, que decía: Los
que me atribulan o procuran inquietarme, se holgarán si yo me diere por enten-dido
de sus agravios, y de que s i e ~ t olo que padezco.
Y con éstas, y otras espirituale, consideraciones consiguió que las saetas de
Ios pequeñuelos (que siempre lo son los que hace asestadores la envidia) se vol-viesen
contra ellos mismos para herirles sobre la misma llaga de no :entir, o no
manifestar el sentimiento el perseguido, y sus lenguas contra ellos mismos enfer-maron.
. E.l , prudente religioso Provincial no sólo le recuperó después a su gracia .
y estiiiiacioii, sino que avFq6 mis !as acciones ~ani fes tandoe! concep:= qüe habfa
añadido al mucho aprecio, que del P. Fr. Lais hacía en este último combate de la
adversidad, y de allí para adelante conociendo lo ardiente de su caridad, con más
facilidad obraba lo que él pedía, porque todo su conato era el hacer bien a
todos.
CAPITULO TRIGESIMOPRIMERO
E
Prosigue la materia del capítulo precede~zte, y de la ardentísima caridad, que más
y má, fue encendjendo Dtos en el corazón de su siervo Fr. Luis de Betancurt, 3
y de sus efectos maravillosos -
0m
Cuestión es controvertida entre gravísimos teólogos y doctores a quien debe E
la caridad acorrer primero, si al pecador que sumergido en la culpa arriesga la 0
salvación eterna o a las ánimas de los fieles, que en los tormento; del fuego del
purgatorio están clamando y solicitando de los fieles las piedades. Favorece la n
E primera parte del problema buen número de doctos fundados en el mayor peli- -
a
gro y menor seguridad, mayor daño y menos disposición para evadirle que tiene l
el pecador; por cuya causa debe ser más aina socorrido, para ser de tan gran mal n
como la condenación librado, de la cual están aseguradas las almas por más penas 0
que en el purgatorio padezcan. De la otra parte opinan graves Maestros, que 3
deben ser más aina favorecidas las almas, por no estar en estado de poder por sí O
mi mas (aunque quieren) librarse y necesitar de ayuda de los fieles, lo cual no
acontece en el pecador, pmque cünio 61 qüiera puede salir de las cdpas y pa-nerse
en estado de salvación, y de ambas partes hay tantas razones y ejemplos,
y en la práctica de una y de otra opinión tantas maravillas, que distraídos en sus
opiniones los doctos, comprueban unos con lo acontecido a Sta. Catarina de Sena,
procuradora de los pecadores, su sentir, y otros con lo acaecido a S. Cristina,
solicita de las almas su pensar. Una y otra parte siguió en la práctica con tanta
aplicación el P. Fr. Luis, como si sola una de las dos opiniones abrazase. A las
almas del Purgatorio hizo universales herederas de todas sus obras meritorias,
hasta las muchas que ejercitaba en orden a sacar de culpas a sus prójimos. Y para
conciliar éstas con aquéllas, pedía a Dios continuamente le diese a padecer a él
Las penas que unos y otros merecían. Y con efecto parece fue oída su piadosa
petición, por lo que en su última enfermedad se vio, y diremos en su ocasión.
Afligíase notablemente su espíritu en sabiendo que alguno perseveraba en
ofensas de Dios, y usaba de todos los medios posibles para estorbarlo, unas veces
haciendo muy rigurosas penitencias por ellos, y pidiendo a Dios de continuo en
sus oraciones, y sacrificios los redujese a estado de gracia; otras amonestando con
todo amor, prudencia y discreción a los tales, representándoles los castigos a que
provocan la ira de Dios los pecadores, y cuán grande mal es el pecado, que es
mayor mal que el infierno. Y finalmente, tales cosas y con tanta ternura y caridad
y discreción las decía, y eran tan encendidas sus palabras, tan eficaces sus lágri-mas,
y tan bien propuestas las sentencias de Santos y lugares de Escritura, que
en argumento de su persuasión traía, que los más tercos, rebeldes, y obstinados
pecadores, se reducían a enmendar su vida y mudar de rumbo, buscando el de
su salvación. Hacía vario; conciertos con los que se convertían, ya de aplicar por
ellos en satisfacción de sus culpas, tales, o tales penitencias, ya asegurándoles el
sustento, y aun el vestido, para que si la necesidad era causa en algunas mujeres
de vivir en ofensas de Dios, el socorro de ellas les fuese estímulo para salir de
las culpas. A tales personas llevaba él a sus casas, y lugares de recogimiento, don-de
procuraba se albergasen; la leña, el agua, el pan, la carne y todo lo necesario
que podía haber (pidiéndolo a los bienhechores) para que con moderada sufi-ciencia
y natural cristiano trato, pudiesen pasar la vida sin estar atenidas a la
culpa, que es muerte del alma, para mantener la vida del cuerpo.
Viéndole ir por las calles cargado a veces de leña, y otras cosas onerosas e
indecentes, a unos edificaba, a otros causaba algún género de menosprecio del
sujeto, y era lo que él quería, como verdadero despreciador de las estimaciones
del mundo y como quien ardía en los incendios de caridad que le transformaba
(según lo que S. Juan dice) en un divino ser, y le hacían habitar en Dios, y que
Dios viviese en él. ¿Quién podrá decir suficientemente el gran servicio a Dios
que en estas cosas hacía su siervo Fr. Luis? A sí mismo se ejercitaba en virtu-des,
se habituaba en la humildad; a los pecadores, con estas diligencias, sacaba
del abismo en que vivían sumergidos, y aun muchos de ellos obstinados, sirvién-doles
de cordel ingenioso para poder salir del laberinto de la ocasión. Y también
a los ricos era de grande utilidad, y a los que tenían con qué pasar, pues puso
Dios en este mundo pobres y ricos, como dice S. Juan Crisóstomo, para que aqué.
110s ejercitasen a éstos en la virtud de la caridad, y los ricos fuesen despenseros
destinados por la mano de Dios para el socorro de los menesterosos; no para ate-sorar
avaros (como muchos ricos del mundo a quienes Dios pedirá estrechísima
cuenta de las riquezas que les dio), sino como verdaderos hermanos en Cristo
(que esto quiere decir cristianos) con los pobres, para que atesorando en el so-corro
de ellos y trasladando al cielo sus riquezas (como dice San Pedro Crisó-logo)
las aseguren y las libren de la polilla de la caduquez temporal, y haciendo
amigos de mammona iniquitatis? tengan seguro hospicio con el misericordioso pa-dre
Abraham en los tabernáculos de la eterna bienaventuranza.
Cuanto ocurrió y llegó a su noticia en que pudiese él con su ardiente celo y
fervorosísima caridad, remediar necesidades y estorbar ofensas a Dios, fue tan
vigilante, que no omitió diligencia alguna, así en exonerar a muchos de los pe-nit-
ntes, que le bu-caban para confesarse, como a los pecadores que él buscaba
para sacarlos de culpas, cargando sobre sí muchas obras satisfactorias, y obligán.
dose a procurar a todos sus enmendados el sustento del alma y del cuerpo. Para
poderse aplicar sin embarszo alguno a estos santos ejercicios, pedía a los prelados
con instantísimas súplicas no le ocupasen en oficios de la Orden, y le permitiesen
el ministerio de la portería para hallarse más pronto y andar a caza de almas.
Por esta razón no tuvo los oficios que merecía en la Provincia y una vez que
por la obediencia hubo de hacer viaje a España a negocios que ocurrieron, volvió
con tanta presteza, que pareció milagrosa su jornada. Sólo le ocupaban los pre-lados
en la secretaría, siempre que era menester, por su buena inteligencia y ex-pedición,
y así se hallan muchas cosas en los libros antiguos del convento de
Guatemala y de la provincia, escritas de su letra, que es conocida por buena, y la
información que se hizo de religioso; ejemplares de esta provincia el año de 1630
Cn que hizo oficio de notario.
En el socorro de las Benditas Animas del Purgatorio fue tan excelentemente
ejercitado, que no sólo pedía a Dios le diese a padecer en esta vida las penas
de algunas almas encomendadas, sino que haciendo a todas universales herederas
de ius mortificaciones, ayunos, cilicios y obras meritorias, mereció le concediese
Dios nuestro Señor valor para comunicar con los difuntos, como con los vivos.
Venían a él las ánimas (o sus ángeles custodios en forma de sus cliéntulas) a
pedirle socorros, y tenía tanta facilidad en oírlas y despacharlas, que en dando a
deshora de la noche üri golpe sobre la mesa que ieriía en la celda, en oyéridolo 2
N
preguntaba con exhortación de parte de Dios quién era, y qué pedía. Allí le E
manifestaban los difuntos sus necesidades, y él era tan puntual en el socorro, que O conforme lo que le era pedido, no sólo por sí y por otros sacerdotes que le co- n municaban el espíritu, sino por otros bienhechores seculares, ponía cuanto más -
m
O
aína en ejecución lo que convenía. Como le sucedió en ocasión que habiéndose E
retraído a este convento ciertos homicidas y abrigándolos caritativamente el Pa- E
2
dre Fr. Luis, siendo sacados por mandato del Ordinario intimado por censuras, E
y no sin mucho escándalo de los piadosos, y gravísimo dolor de los religiosos,
-
que hubieron de salir por mandatos superiores, rígidos y criminosos, dejando el 3
convento libre para que le trajinase la justicia. -
Habiendo ajusticiado a los retraídos, pasados días de este suplicio, oyó la seña
-
0
m
de difunto Fray Luis, y preguntando, como acostumbraba, le fue respondido quién E
era el sujeto de la acción, y que necesitaba !e dijese una misa en el altar de O
Nuestra Señora de las Angustias. Hízolo al amanecer, y no contento con decir
misa él, con cuanta devoción le fue posible, solicitó que dos religiosos hiciesen n
E lo mismo en el dicho altar excitándolos con la cautela piadosa, que su discre- -
a
ción le dicta. La siguiente noche, como a las once, oyó en la misma parte la
señal, y diciendo el P. Fr. Luis al que la hacía, que bien podía decir lo que n
quisiese, vio una claridad como que pasaba, y oyó una voz que le dijo: Dios te n
lo pague, que mediante lo que poi mí has hecho se abrevia el tiempo que había 3
de estar en el Pu~gatorio. O
Otras muchas veces le sucedió lo mismo estand.o .r ecogido en su celda. Las
yuc en la iglesia le acoiitecieron semejantes apareciiiiientüs fueron casi inri-üiie-rables,
porque como lo más de la noche pasaba en la iglesia colgado de tres
escarpias, que tenía clavadas enfrente del altar de la Vera-Cruz, para estar aIgm-nas
horas con grande tormento en ellas, contemplando las tres, que N. Redentor
estuvo pendiente de la cruz, a vista de su sacratísima imagen; y como en aca-bando
su oración cogía una caldereta, que para esto tenía, con agua bendita,
y se iba por todas las sepulturas asperjándolas, y gastando una hora en decir
responsos, dando vuelta a toda la iglesia, sucedió muchas veces salir de las sepul-turas
(a lo que le parecía) algunos difuntos, y le pedían lo que habían menester
Era él tan fiel ejecutor de lo que se le pedía, que las más veces le buscaban
para darle las gracias las ánimas sin que jamás le causasen pavor las apariciones
de difuntos, por horrendas que fuesen, ya de cadenas y fuego, ya de otros tor
mentos que indicaban las gravísimas penas que padecían.
Solamente en una ocasión manifestó el V. P. a su confesor que tuvo tan
extraño miedo y horror, que le faltó el ánimo para hablar o preguntar qué quería
un difunto, que le apareció en forma de religioso en la iglesia, a cosa de media
noche, al tiempo que iba él en su ejercicio de asperjar las sepulturas. Vio en el
escaño que está cercano al púlpito sentado un religioso puesta la capilla, y la
mano en la mejilla, en ademán de que estaba oyendo de confesión. Asombróse
tanto el P. Fr. Luis, que apenas tuvo valor para volver atrás, y llegar casi sin
aliento vital al seguro de su celda. Allí se recobró, y reprendiéndose a sí mismo
de la extraña cobardía que había tenido, y que era falta de caridad, el no haber
socorrido a aquel pobre religioso, estando con impulsos de volver a buscarle, se
puso de rodillas pidiendo a Dios le asistiese y valorizarse su ánimo. Fuéle dado
a entender por modo que él no acertó a explicar, aunque lo sabía bien sentir,
qu.e . aún no era tiempo, ni había llegado la hora determinada para que tuviese ahv:u asUel!a a!,?ia las pnai que p&ccia por ,&unos leves &fectos o riegE-gencias,
que había tenido en el ejercicio en que se le había representado, pur-gando
allí con perseverante asistencia al confesonario las veces que dejó de acudir
en él a las necesidades de los menesterosos, pudiendo y debiendo hacerlo.
Con esta luz que tuvo de lo que le acaecia, no dejó de continuar su piadoso
ejercicio en la iglesia, sabiendo que de parte de Dios se le afianzaba el valor que
en otras ocasiones le había sobrado, cuando era voluntad de Dios que le tuviese,
y se llegaba el plazo de que consiguiesen efecto las apariciones lastimosas de
difuntos. - '6,
Y por concluir en esta materia clausurando este capítulo con el argumento
de él; bien verá el lector cuán discretamente hermnó el Y. P. Fr. Luis las dos
opuestas partes del problema, ingeniando su ardiente caridad modos para aten-der,
como empleado del todo a las peligrosísimas necesidades de los pecadores que
arriesgada su salvación, vivían en peligro del eterno daño, y para aplicarse como
único destino de su abrasado pecho en el socorro de las benditas almas, que im-posibilitadas
de operaciones meritorias propias, esperan ansiosas las piedades aje-nas;
no contentándose este siervo de Dios con lo que él hacía por ellas, sino
recabando de sus familiares y bienhechores, con sentidas, eficaces y tiernas ra-zones,
que :es proponía, representando las penas y necesidades de ellas; el que
todos fuesen devotos de las ánimas de1 Purgatorio.
CAPITULO TRIGESIMOSEGUNDO
De ctmf devoctonex, jaiito~ ejercicio^, ji uii.tüdej del V. P. Fr. Lilis Betancu~t,
y de su prodigiosa muerte y solemnisimo entierro y aclamación
Trato de recoger las velas ya en el mar de las virtudes de este gran siervo
de Dios, compendiando las que, más sobresalientes, fueron notorias a todos. No
le embarazaban las ocupaciones que se han dicho de la vida activa, ni le impedía
la asistencia a la portería y socorro de los pobres, para emplearse en el santo
ocio de la oración, ni para usar de rigidísimas penitencias con que araba su cuer-po.
Tenía por despertador obre ia puerta un ietrero que decía: ¿uzdado con los
pobres, cuenta con Dzos, que a él le movía a grandes cosas. Casi lo más de la
noche pasaba en la iglesia en la oración de la cruz, que como dijimos era en esta
S ; $ %'q
181
disposición. Tenía clavadas en la pared que está frontero del Altar de la Vera-
Cruz, tres alcayatas gruesas, en tal proporción que de las dos superiores se asía
por las manos, y se crucificaba; la inferior estaba cercana al suelo, de manera
que si soltaba de ella los pies, escasamente llegaba con los extremos de los de-dos
a tocar la tierra, quedando todo el cuerpo atormentado, por cargar ranto peso
cua-i en el aire, pendiente solamente de los brazos, si fijaba los pies en el clavo
o alzaba, se los martirizaba, cargando un pie sobre todo, y los dos todo el peso
del cuerpo, conque era de cualquier modo mortificación grande y penosa. Perse-veraba
en ella hasta tres horas 10s viernes, y los otros días algo menos en pro-funda
contemplación de las tres horas de la cruz de Cristo S. N. haciéndole ora-ciones
tan agradables, bien al modo de la que hacía la V. Madre y esclarecida
virgen D. María de Escobar, a quien manifestó Dios serle de tanto agrado tal
modo de oración.
i.' porque de paso demos esta noticia tan útil y eficaz para pedir a Dios todo
el bien espiritual que se desea alcanzar, es de saber que en el Capítulo 26 de la
segunda parte de la vida de esta V. Madre, refiere ella misma que se deshacía
en ardentísimos afectos, causados de un conocimiento de su propia vileza, el cual
e; uG-...uGA A+ ,+.A+d.,- a -.. LAL -,. "l.-- y C G ~61 miicetifa !a sierva de Eios muchos males de 2
N sí misma, y le decía al Señor: Dios mio: ves aqui una alma pecadora, perdida. E
zngrata, llena do todas las faltas y miseria-; indigna de parecer ante tu divino aca-
O tamiento; suplicote por aquella hora en la cual colgado en la Cruz entregaste tu n -
espiritu en las manos de t u eterno padre, que ... Entonces el Señor con un ade- =m
O mán de suma majestad y amor la atajó diciendo: calla, alma, calla, eso guárdalo E
para ti so!a, que te digo de verdad que por alli alcanzarás cuanto quisieyes, pues E
2
no hay cosa que no se consiga por medio de esa petición tan eficaz, y agradable E
a mis oidos. Indicio, o por mejor decir evidente señal es esta morosísima res-
=
puesta de nuestro piadosísimo Redentor, de cuán agradable le sea este modo de 3
oración, y el motivo de la súplica, para que no afloje, aun la mayor tibieza, pues -
tiene a tan breves cláusula; de oración tan eficaz promesa, e impetración.
-
0m
A este modo, y con el mismo espíritu de desprecio de sí mismo, que ponía E
Dios en su corazón, oraba el P. Fr. Luis, envileciendo su pequeñez, llamándose O
ingrato, ruín, y pecador tan indigno de parecer delante de la grandeza de su se-ñor
que aun no se reputaba merecedor de ser un inútil mendiguillo que esperaba n
E sólo por el amor de Dios una limosna. Al modo que N. P. S. Francisco admiraba -
a
la inmensa majestad de Dios, y la suma bajeza suya sacando de este asunto del l
conocimiento propio y conocimiento de Dios tanta utilidad que le era escala para n
repetir con intentísimo dolor: vos Señor mio, infinito, inmenso, y tan digno de 0
ser uenerado de injinitas criaturas en esta cruz por mi, ¿y yo tan vil, tan ruin, tan 3
ingrato, ofendiéndote, y pecando desenfrenadamente? ¿Qué e . esto? Consumidme O
Señor y aniquiladme si he de vivir para ofender. En esta oración fue corriente
tra&ciSn qce tu~.ro celectinles 3.ux.r frecuentes consi?e!os, y que hnbo ieces que 11i
habló el Santo Cristo, y le manifestó con señas y con palabras lo que le convenía
vara salvarse, y para encaminar a otros a la perfección, aficionándolo y fervori-zando
más sus afectos a la devoción y ejercicio de la Cruz.
Tenía una muy pesada, labrada toscamente de dos gruesos maderos traídos
iei monte, con la cual a los hombros andaba las estaciones de los claustros, a
imitación de aquellos apostólicos padres antiguos, que hicieron poner los siete
cuadros de las estaciones de Roma en el claustro, y frecuentaron tanto este ejer-cicio
rezando ios saimos penitenciales. Como era pesado ei madero, ie rendIa de
manera que solía dar muchas caídas, y se quebrantaba con él. Sucedióle una vez.
que como le viese el Guardián una noche andando visitando el convento, y al
ruido de la caída allegándose al lugar donde sucedía, cogido en el hurto el
P. Fr. Luis, y descubierto, hallándose como avergonzado de que se llegase a
saber aquella mortificación que él procuraba ocultar haciéndola a deshora de la
noche, y como el Guardián con interior gozo y exterior severidad le reprendiese
por el ruido, que a hora de silencio había escuchado aquella vez, y otras, le dijo
(en su sentir en chanza): Llevará la cruz al rejectorio; y entendiéndolo a la letra
el siervo de Dios, entró otro día con ella a vista de toda la comunidad, dando
tantas caídas con el peco de ella, que edificó, enterneció y lastimó los piadosos
ánimos de los religiosos. El Guardián porque no peligrase en la vanagloria su es-píritu,
le reprendió por el quebrantamiento del silencio, con palabras tan nacidas
de compasión y caridad, que en sí y en toda la comunidad hizo brotar a los
ojos abundancia de lágrimas, y concluir su exhortación con permitirle, y aun man-darle
por obediencia para mayor mérito que continuase aquel ejercicio, discurrien-do
(sin manifestarlo a Fray Luis, sino después a los religiosos) que quien con
tanta prontitud se había mostrado obediente a la leve insinuación de que llevase
la cruz, e hiciese la penitencia, adelantaría mucho con el mérito de obedecer en
aquel santo ejercicio, para que junta esta porción con la de lo penal de la morti-ficación
y agregación de las muchas indulgencias concedidas a las estaciones, ate-sorase
más y tuviese más caudal para hacer bien a las ánimas de los difuntos
y a los pecadores.
No fue menos excelente este virtuosísimo religioso en la virtud de la pobreza,
que en la de la obediencia pronta, humildad profunda, y caridad bien ordenada;
pues, para ser perfecto pobre, y no s610 en el parcísimo uso de las cosas muy
necesarias, sino también en el nombre imitando a Cristo Redentor nuestro, que
dijo por David de sí mismo: Paupr sum ego; se puso por nombre F. Luis el
Pobre, dándose a conocer a codos por el ilustre apellido de la pobreza evangé-lica
que profesó observándola tan a la mente de N. P. S. Francisco, que aunque
era rico, despreciador y gastador de las limosnas que allegaba para el socorro de
sus pobres, y encomendados, era para sí tan escaso, que ni aun la ración que le
cabía poseía como dueño, sino que teniendo por propio de ella al primer necesi-tado
que veía (según 10 que tenía pactado con Dios) le decía: Tome, Hermano,
lo que le toca. Las cosas de su uso no fueron otras, que las precisas, y permitidas
por la Regla de N. P. S. Francisco al moderadísimo socorro de lo inexcusable a
pobres religiosos.
En la limpieza y honestidad fue un ángel y espejo, donde se veían los más
claros candores de la castidad. Pues desde que se convirtió a Dios, y dejó el
mundo, jamás contaminó en cosa grave, ni tuvo impuridad su conciencia, que Ile-gase
a pecado mortal. Que fue cosa maravillosa, y en que manifestó Dios su po-der,
y haber sido la mutación de su vida hecha por la diestra de su majestad ex-celsa.
Y aun más digna de elogio debe ser en esta virtud, siendo hombre, y de
la pasta corrupta de Adán, y contaminado, antes que si fuera ángel por natura-leza;
porque vivir en carne sin resabio de carne, y en carne contagiada, sin con-tagio,
es un linaje de angelical pureza, que manifiesta la valerosa eficacia de la
divina gracia.
Estas y las demás virtudes que diestramente con perseverante espíritu, pro-curó
adquirir en veintiocho años que fue reiigioso, a que anadió Dios un iustre
de santidad, una especial gracia y condecoración, que le negociaba estimaciones
de todos, y un favorecerle a lo descubierto en cosas públicas, pues le sucedió
muchas veces ante el Santísimo Sacramento los domingos de la cuerda al tiempo
de la profesión, salir de sí embriagado de los divinos amores inventando cantares
y danzas a vista de todos, y otras, quedarse inmóvil como descansando en Dios
en pie O de rodillas, o postrado en el mismo suelo, con admiración y grande edi-ficación
de todos; le hicieron ser tan acepto generalmente dentro y fuera de la
Religión, que todos le tenían por siervo de Dios, y amigo suyo, y le buscaban
como a maestro, y le veneraban como a sujeto en quien Dios atesoraba muchos
bienes espirituales y consuelos del cielo.
Llegóse el tiempo en que Dios premiase sus buenas obras, que quedan escri-tas,
y otras muchas que por la prolijidad :e dejan, así de la secuela de coro y
comunidad, como del ardiente celo con que solicitaba adornos para los altares,
lámparas que alumbrasen, y otra multitud de excelentes obras de religión, caridad
y perfección. Llegado el tiempo, y asaltado de la última enfermedad puesto en la
enfermería, comenzó a regalarle Dios con repetidos asaltos de diversos acciden-tes
que caucaban en él bien extraños efectos. No eran originados de su mucha
edad, pues no pasaba de sesenta y cinco años, sino que le eran enviados de Dios
para ejercitar su virtud, y manifestar cuán aceptas le habían sido sus oraciones,
y que condescendía a lo que tan perseverantemente le había pedido su siervo, de
que le die e a sentir los dolores, penas y tormentos que habian de padecer ias
ánimas, y personas que tenía en su clientela. No atinaban los médicos con sus
achaques, ni servían los medicamentos de aliviarle en algo sus dolores, disparando
éstos de suerte, que el juicio que se procuraba hacer de su enfermedad un día,
se hallaba falsificado el siguiente, y motivos de tanta contrariedad en lo que
padecía, que las reglas de medicina faltaban, los aforismos no valían, las expe-riencias
no tenían lugar, ni había cosa que diese el menor alivio a sus males, o
treguas a sus dolores, ni que a los médicos y enfermeros aquietase en sus discur-sos,
viendo fallida su ciencia en la curación de un sujeto de tanta suposición, y
que su vida era el juicio de todos tan esencial para muchos. Afligíanse los reli-giosos,
y el guardián, que lo era el muy grave y prudente Padre Fr. Pedro de la
Tobilla, deseando con afectuosísima voluntad el que tuviese modo la curación
del V. Religioso, hizo llamar cuantos médicos y curanderos se pudieron descubrir,
y cada uno de por sí, y todos juntos jamás resolvieron cosa que fuese a propó-sito
para mitigar las penas que padecía el doliente, o coger corriente a medi-cinarle.
Era cosa de ver, y que causaba notable compasión y dolor a los que lo experi-mentaban,
ver a un apostólico varón, y de tan ejemplar vida, y opinión de vir-tudes,
que como frenético, haciendo visajes, y gestos abominables, o ya quedando
sin sentido y echando espumarajos por la boca, horrorizaba a los que lo veían.
Otras veces era visiblemente levantado de la cama, sin que se vicse quién le im-pelía,
y arrojado al suelo, donde se daba cruelísimos golpes en su persona con
las manos. se mordía, v laceraba acerbísimamente, y volteándose a una y otra
parte después de muchos golpes, sin que le pudiesen sujetar cuatro religiosos
de mucha fuerza, quedar como in ensible tronco, casi sin vida dos y tres horas,
al cabo de las cuales volvía en sí con tan dolorosos gemidos y quejas nacidas
de los gravísimos dolores del mucho quebrantamiento, que hacía llorar a los que
lo asistían. Y preguntándole en el breve espacio que le solían permitir alguna quie-tud
aquellos impulsos, qué era lo que sentía o lo que causaba aquella furia, no
respondía más, que ser la voluntad de Dios. Y volviendo otra y otra vez a diia-niarse,
prorrumpía en delirios, visajes, y acciones desacocddas, cüiiio antes. Mas,
lo que advirtieron los que le asistieron, fue que ni de obra ni de palabra se vio
en él cosa, ni acción deshonesta, ni palabra que dañase a persona alguna, ni en
toda la furia, operación que pareciese pecaminosa.
Entrando en juicio el Guardián con religiosos graves determinaron hacerle exor-cismo~,
y conjurarle, porque según las demostraciones, parecía estar poseso del
demonio, ya mudando voces, y hablando misterios, ya cantando, sacando la len-gua,
torciendo los ojos, encorvando las manos, y dedos, y otras cosas, que era
imposible ser hechas por el mismo individuo, y así se persuadieron a que invisi-blemente
espíritus obsidentes (que sería lo más cierto) o que interiormente demo-nios
posidentes (como por entonces :e presumió) causaban aquellas extrañezas y
horrores. No tuvo efecto el conjuro; ni dio muestras de espíritu posidente, aun-que
bien manifestaba que lo que interiormente estaba padeciendo excedía a todo
lo natural. Los que conocían su espíritu y conciencia y sabían lo repetido de la
petición que había hecho a Dios de que se sirviese de darle a padecer las penas
de sus alumnos; tuvieron por cierto era cumplimiento de su petición y condescen-dencia
a los instantes ruegos con que la representaba a Dios.
No era el menor dolor para los piadosos el ver que en aquellos últimos días
de su vida, en que era tan enormemente martirizado, jamás hubo coyuntura de
que pudiese recibir los sacramentos, porque la quietud, que tal vez se le permitía
era por tan breve espacio, que pudiera correr mucho riesgo de alguna indecencia,
si le comulgasen, como le sucedía con los mantenimientos que le daban, que los
volvía y mezclaba con inmundicias, sin que pudiese estorbárselo el cuidado de los
que le asistían, hasta obligar a la piedad religiosa a que le pusiese prisiones en
las manos, y pies, y una gruesa cadena, que de parte a parte atravesaba la cuja
en que estaba, cogiendo el cuerpo en cintura. Mas, era tanta la furia, que rompía
las esposas, y era más cruel la carnicería que hacía de sí mismo.
Quiso Dios apiadarse ya de lo que su siervo padecía, y habiendo admitido
en satisfacción sus tormentos, le permitió una tranquilidad como de quien estaba
en el Paraíso, O volvía de u11 sueño con tan expedita razón, acuerdo y compos-tura,
que bien se conocía haberse agradado tu divina majestad de las fatigas del
P. Fr. Luis, y que le concedía en las alegres vísperas de la Natividad del Señor
por aguinaldo " el que pudiese recibirle sacramentado, tomando en descargo el
ayuno que de este pan celestial tantos días había tenido, como le tienen carecien-do
de sus dulzuras las ánimas del Purgatorio. Reconcilióse con grande edificación
de todos, recibió los sacramentos, y concluyendo en el intervalo de tres a cuatro
horas con todas las funciones cristianas, y religiosas de aquellas últimas, sosegado
de todo en todo, el semblante hermoso, como de quien caminaba al cielo, fijos
los ojos en él con una serenidad apacible sin movimiento, ni acción, cantándole
el credo, partió a gozar del Señor a los sesenta y cinco años de su edad, y veinte
y ocho de Religión, que empleó perseverantemente en obras meritorias, servicio de
Dios, y bien de los prójimos. Fue su dichosa muerte el año del Señor de 1642
en este convento de N. P. S. Francisco de Guatemala.
Luego que se supo en la ciudad su muerte, como se había divulgado entre to-dos
el lastimoso espectáculo de :u formidable achaque, se convocó todo el pueblo,
y en vez de Pascuas alegres ocurrieron las principales personas, y mucho vulgo a
besar los pies al cadáver del siervo de Dios, continuando el asistirle con mucha
devoción todos los fiele:, haciendo Dios constante a todos los regalos, con que le
había asistido, cargando ia mano en darle en qué merecer, cuando se le iba acer-cando
el plazo de la vida, y que con la muerte venía la noche en que ninguno
* Aquilando dice la edición de 1716.
puede obrar según que el mismo Cristo dijo en el Evangelio. Al día siguiente,
que fue el primero de Pascua de Navidad, a la misa mayor con el Oficio de1 día
se le dio sepultura, significando misteriosamente nuestra madre la Iglesia en el
introito de la misa, el haber nacido para Dios aquella alma, cantándole nuevos
cánticos por las maravillas que en él había obrado, haciendo notorio a todos cuán
de su agrado habían sido las operaciones de aquel hijo de S. Francisco, y tan bene-mérito
de la Iglesia. Fue menester todo cuidado, para que le dejasen de cortar
pedazos del hábito con que estaba amortajado, y fue sepultado en el común en-tierro
de los religiosos, que hasta entonces era el presbiterio del altar mayor de
este convento