ELEMENTOS DECORATIVOS INDIANOS EN EL RETARLO
CANARIO
La conquista de las Canarias supone un prólogo del descubrimiento
y colonización de América, y las carabelas expedicionarias se abaste-cían
aquí no solamente de «aguada» y víveres sino también del ele-mento
humano imprescindible para la empresa. Desde las Antillas se
solicitaban a Canarias obreros del azúcar, planta cuya caña se embarcó
aquí ya en el segundo viaje l, y posteriormente asimismo la vid, el pl6-
tan= y =tr=s pr&ctcs. Pare& !Sgic9 qUe les cuilr,riQs fuesen les co-lonos
más soIicitados, porque se adaptaban mejor a la tierra y al clima
y porque llevaban consigo el conocimiento de los productos tropicales.
Tal emigración ha dado lugar históricamente a una fuerte repercusión
en la economía y en la demografía de las Islas, y, por lo tanto, tam-bién
en el arte '. En este sentido es indudable un doble movimiento
de valores: de Canarias a América, y de América hacia Canaria:. Se ha
puntualizado la similitud de trazados, volumetría y elementos conctruc-tivos
entre las ciudades canarias (Barrio de Vegueta. La Laguna. etc.),
y, pongamos por caso, cualquier ciudad peruana 3: casas de iin solo niso
o dos. de azotea o tejado, patios interiores bordeados de galerías. bs!-
1. Cfr. FRAXCISCMO OR~LEPSA DR~NSe: villa, Canarias y América, Ediciones del Exce-lentísimo
Cabildo Insular de Gran Canaria, Las Palmas, 1970, cap. 111, pp. 43-44.
Las vicisitudes, y sus frutos, de esta aportación humana de Canarias a América pue-den
seguirse, entre una numerosa bibliografía, en las siguientes obras: VIERA Y CI.AVIJO:
Noticias de la Historia General de Ias IsIas Canarias (véase en concreto, por ejemplo,
e1 t. 111, pp. 234-236, en la edición de la imprenta La Provincia, de Las Palmas). Catá-logo
de Pasajeros a Indias, durante los siglos XVI, XVII y xvm, redactado por el per-s-
o-n al facultativo de1 Archivo General de Indias, bajo la dirección del director del mis- A-.. P..:-+LL..t D "--. '.A-- D T - & - -.-? TT / < C 2 C < C 2 0 , C~..:77- ?"A* D---=-A- -- D....:-,-
"L", U"" U"aL<'"a' " ~ A I I I " U C L A I a C a , Y"'. I I , IJJ.?IJJ", , U C v l l l a , ll-<i.I \ C J C L L C I U " Ci ' ' \ T V ' . > L U
de Historia, núm. 64, octubre-diciembre, 1943, p. 345, en la que se ofrece un ejemplo
de lista de individuos que residían en Canarias. FRANCISCMO ORALEPS ADR~N«C: olonos
canarios en Indias,,, Aitnario de Estudios Americanos, VIII, 1951, pp. 399-441. Del mismo:
El comercio canario-americano, C.S.I.C., Sevilla, 1955. BUENAVENTUBROAN NETY REVER~EÍ:
América, espacio vital de nuestro Archipiélago, Real Sociedad Econ6mica de Amigos del
País, de Tenerife, La Laguna, 1943. (Aquí llega a calcularse en mas de 250.000 canarios
los que fueron a poblar América.) MANUEML . MARREROC: anarios en América, recopila-ci6n
histórica, Caracas, 1897, publicado en Santa Cruz de Tenerife, 1940.
2. Cfr. JESTIS H E R V ~ NP~BRFE~R A:O lfehrerífl de C?anavinc, C. IC, M-drid, 1955, a-pituio
1x1, p. 21.
3. FRANCISCMO OR~LEPSA DR~NS:e villa, Canarias y América, cap. XVI, p. 226.
conadas exteriores ... El Maraués de Lozova presta atención es~ecial e A
al ajimez, al que en el siglo XVI ahuyentó de la Península la moda rena-centista,
mientras que Canarias lo conservó y transmitió a América en
torno al 1600 4.
Pero también es fácil comprobar una corriente de valores cultura-les
a la inversa. Ya en el siglo x v ~m uchos «indianos» regresaron a las
Islas permitiéndose incluso el lujo de traer como esclavos a indígenas
americanos Pero más intensamente a lo largo del XVII y del XVIII,
retornaban con objetos de plata labrada que donaban a sus iglesias. o
los enviaban desde allá como exvotos a sus santos patronos. De ahí que
la Influencia de motivor decorativos indianos, principaImente tomados
de Ia botánica y androcéfalos, aparezcan frecuentemente en la orfebre-ría
isleña 6, y puedan rastrearse en alguna ocasión en otros elementos
constructivos, como por ejemplo en las portadas, v de forma más
constante en nuestros retablos. Se ha destacado el aspecto azteca de la
sorprendente fachada de la i$esia parroquia1 de Pájara, en Fuerteven-tura
7, de fines del XVII o principios del xvrr~, con sus soles, serpientes
que se rruerden la cola, emphmadas cabezas de indios, etc., la cual se
considera construida como donación de un canario que en México ha-
Lía sido Contador de las Rentas del Tabaco *. Otros elementos decora-'
tivss indianos pueden observarse en las fachadas de muchísimas igle-rias
canarias: rosetas cuadrifoliadas. hojas de palmera diminutas v geo-metrizadas
en capiteles, enjutas, etc.
En cuanto a escultura son abundantísimas las obras llegadas de :a
otra orilla del océano: piénsese en el interesante «Cristo» de Telde,
imagen del sinlo XVI. debida a los indios taraxos de Michoacán v reali-mda
con la médula de la caria del maíz '; o el «San losé», de San Tiian
en La Orotara. traído en 1773 dede La Habana lo. o las jmigen-s
de «San Sartolomé~ y el «Cristo» de! altar mavor de la iglesia de San
Bartolnmé, en Lanzarote, traídos tamb;én de Cuba a mediado? del si-
?!o xrx ". por solo citar algunos ejemplos.
4. iMnRor-fs DE Lozo~n: SE! arte peruano p sus posibles relaciones con Canarias,),
Tasoro. Anuario del Instituto de Estudios Canarios. La Laguna. 1944. p?. 190-195.
3. F. MOR~LEPSA DRÓX: Op. cit.. p. 272.
6. Cfr. ~ r i i i s . í ~ uF~F.zR IIKA:O jcórería ..., capi. hii p S, .
7. En el tirante de la capilla mayor puede leerse la inscripción nAfio de 1687>,, y la
iglesia fue erigida en parroquia en 1791.
8. F. MORALESP ADR~XO:p . cit., p. 273.
9. Ibidem, p. 274. PEDRO HERXÁNDES BEXITEZ, en Telde, obra publicada en 1958, es-pecifica
*de Michoaciin~, citando a Marin y Cubas, y que el Cristo debió de llegar
a aui entre 1352 v 1555. Como dato curioso. anota su tamaño. 1.85 metros. v. su u.e so.
siete kilogramos. -
10. Arch. Parr. de San Juan Bautista, La Orotava. Protocolos, lib. 1, fol. 647. En
7"n, K ,*.,, n n..z-r ..--: TZXCKA. Vl,COlC<'a ..., ¿ap. X:'V', p. 1%.
11. Documentado en el *Archivo Miguel Tarquisn, Departamento de Arte de la Uni-vcrsidad
de La Laguna.
En cuanto a nuestro tema hay que destacar el hecho de que desde
allá incluso nos llegaron retablos completos, como es el caso del de la
Virgen de la Soledad en la iglesia del Cristo de Tacoronte, y el pe-queño
Retablo de Montemayor conservado en la racristía de la iglesia
de la Peña de Francia en el Puerto de la Cruz.
Más importante en el retablo barroco canario es la constante de
frutas del trópico como elementos decorativos en arbotantes, orlas y
cartelas. De América el canario se trajo infinidad de especies botáni-cas
perfectamente aclimatadas en Jas Islas: chirimoya, mango, mamey,
papaya, chapote -o zapote-, aguacate, guayaba, piña tropical, ma-guey
-pita o pitera-, el nopal -o un era-, etc. 12. Estos frutos Fe
dan con tal profusión e intensidad que determinan un repertorio deco-rativo
tan específico llenando toda la segunda mitad del siglo xvn.
con insisteme pervivencia en el siguiente, que dan lugar a Ia justifica-ción,
en parte, del que hemos de denominar «barroco de retorno». Son
los motivos que junto a identificables cabezas indianas, van a dar esos
ejemplos de «belleza y concepción encantadores*, para los que Her-nández
Perera reclamaba un «estudio con atención y cariño» 13, que es
como hemos intentado realizarlo. Sin olvidar que, por encima de exal-taciones
folkloristas, los canarios, por raigambres familiares fruto de
la emigración, seguimos sintiendo que, de la una a la otra orilla del
Atlántico, e . . . el mar, gota a gota, no desune,lsino que junta vibrado-ramente~
14.
El americanismo, o al menos la presencia de soluciones paralelas
con Amdrica, en el retablo barroco canario, no es exclusivamente de-corativo.
Encontramos aquí otros elementos que admiten la compara-ción
a veces como precedentes, ~7 otras como consecuentes, respecto a
esta manifestación artística. Tal es el caso de los elementos sustentan-tes,
trátese de columnas, estípites o pilares.
1 . 1 . Columnas
En el barroco isleño o barroco canario propio, encontramos en las
columnas de nuestros retablos, y muy particularmente en los de L:a
Palma y Fuerteventura, columnas que decoran :u tercio inferior de
manera entorchada o melcochada. El caso prototípico pueden serlo
12 F Morzur~ Pmndv. 9~villri , cap XVT
13 HERVAVDEZP ERERA:o p. cit., cap. XII, p
14 LEOPOLDOP ANERO:C anto personal Carta
p 271
181.
abierta a Pablo Neruda, 1953.
las del segundo cuerpo del retablo de San Nicolds de Bavi, que ocupa
la segunda capilla colatera! del lado del Evangelio en la iglesia de San
Francisco de la capital palmera. Tal particularidad en Canarias resulta
no ya un caso curioso, sino, por lo que hemos podido apreciar. ver-daderamente
h i c o , y ante su contemplación nudiera pensane compa-rativamente
en soluciones similares en los retablos del Perú 15.
Sin embargo, lo que más nos interesa en este mismo retablo, es el
primer tercio de las columnas del primer cuerpo. Se decora con am-plísimas
hojas de acanto, de tendencia bulbosa. Ciertamente hav en :a
arquitectura de las Islas un caso excepcional con Fuerteventura, donde
encontramos columnas con bulbo perfectamente definido tanto en la
fachada de la iglesia de Nuestra Señora de la Peña en Río de Palmas,
que data de la segunda mitad del siglo XVIT 16, como en el interior de la
iglesia de San Diego en Betancuria ' l . Tal vez la form de las columnas
palmeras en -etablos pudiera guardar una cierta relación con las majo-reras.
Pero lo más interesante es que un aspecto mu" similar se da
también en Hispanoamérica, concretamente en algunos retablos coloni-bianos
'*,E sta solución de decorar el primer tercio del fucte con hojas
de acanto de configuración bulbosa, la encontramos igualmente en e1
retahlo de la cabecera de la nave del Evangelio de la iglesia de Nuestra
Señora de la Luz en Garafía, de hacia 1673 19. En el del Nazareno, de
1703, que ocupa Ia cabecera de la nave de la Epísto!a de la iglesia de
Los Remedios en Los Llanos de Aridane, la talla de los acantos es más
claramente amacollada y carnosa. Tal tipologia persevera en La Palma
hasta casi finales del xvm, como ts el caso de1 retablo Tayor de la
15. DIECO AXCVLO ISIGOEZ: Hisroria del Arte Hicpanoatnericano, Barcelona. t. 111.
1956, cap. XII, p. 542. Para el estudio que intentamos, véase igualmente ENRIQUME> IRCO
DoRT.~: La arqilitectura barroca en el Perd. C.S.I.C., Sevilla-Madrid, 1957.
16. En las Ctas. de F. de 1677. que comienzan al fol. 78, se contabilizan los gastos
por <<cantosp ara el sardinel>, y consta, entre otras, la cantidad de ~ 9 0rl s. que par6
a Baltasar Peres por ... labrar los cantos de los dos sardineles>>. Pudiera ser este Bai-tasar
Pérez el autor de la portada, o al menos entra dentro de lo lógico pensar que
ésta se ejecutase por el tiempo en que tal maestro trabaja en Río de Palmas, si es
que 'a cita se refiere directamente a esta portada.
17. Viera (IV, p. 211), cita al Obispo Murga, cuando llamaba a! Con\-ento de San
Francisco de Betancuria conventico, con razonable iglesia y triste casan. Y respecto
a la iglesia dc San Diego hace suyo el juicio del señor Dávila al calificarla de <<muy
devota capiiia o ermita-.
18. ANGCI .~H: i~tor i ad el Arte Hispanoainerica~70, t. 111, cap. V. p. 265, f i ~ .28 5, y
texto en la p. 267. En la arquitectura civil venezolana se dio también en el sviir un
tipo de coliimna xpanzudan (ibídem, p. 201, Fi;. 222. texto en p. 201). Hay asimismo
un ejemplo cordobés de 1775.
19. Por el Arch. M. T. de nuestro Departamento, con datos tomados, en parte, de
J. B. Lorenzo, fol. 146, según se cita, consta que la segunda nave, la del Evangelio,
se hizo en tiempos del Beneficiado Luis Rodríguez, el cual era de la propia Garafía,
reformó la parroquia, hizo la capilla del Buen Jesús, el retablo del altar mayor, el de
San Hnionio ... Falleció el 3í3 de noviembre de ió73. La otra capiiia - e n ei iado de la
Epístola- se hizo cuando se fabricó de nuevo la parroquia -la nueva nave del Evan-gelio
en 1763, y la central en 1783-, y se puso en ella el retablo antiguo del altar mayor.
iglesia parroquial de San Andrés, que no parece haber sido terminado
hasta 1790, según consta en la inscripción pintada al frente del pedes-tal
extremo del banco al lado de la Epístola. En las columnas de su
segundo cuerpo, ~areadas,e n los tercios inferiores persevera la decora-ción
bulboide de las hojas de acanto envolventes, aunque el resto de
la caña se resuelve de forma melcochada. Otro tanto cabe observar
respecto al retablo mavor de la iglesia parroquia1 de Barlovento, de
1767.
Más interesante resulta, bajo el punto de vista de nuestro epígrafe,
el empIeo de colurnnas dotadas de acanaladuras helicoidales decoradas
con lengiietas imbricadas. Su paralelo en la arquitectura lo encontra-mos,
por ejemplo, en las columnas de la Capilla de San Jod en In
iglesia de Santo Domingo de La Orotava, los planos de cuya construc-ción
fueron realizados por Antonio de Orbarán, hacia 1633 o en los
años siguientes, según declaración testamentaria de 1670 'O. Este «maes-tro
de todas las artes» 21 aparece en La Palma en 1625, a60 en que
contrajo matrimonio con Ana de Asuilar. y parece ser que Dor enton-ces
rus padres residfan en Puebla de los Angeles. Hay también imbri-caciones
en forma ondulante como pueden observarse en Buenavista
del Norte (Tenerife). Lo más interesante de estas soluciones, confor-me
ha observado Enrique Marco Dorta, es que no parecen tener pre-cedentes
en el arte español, y guardan un singular paralelismo con for-mas
de la lejana capital de los incas, pudiendo, no obstante, conqide-rarse
en Canarias anteriores a las de allá 22. La incorporación de sil em-pIeo
a los retablos se halla unida al nombre de un «maestro de car-pintero
y ensamblador~, Antonio Alvarez, que aparece hacia 1666. y
de cuya actividad tenemos noticias hasta el 1681. Escasamente. pues
quince años de labor conocida y exclucivamente en la zona Laguna-
Tacoronte. No firma ningún documento por no saber hacerlo. pero
dio al retablo isleño elementos sumamente individualizadores. De en-tre
los retablos que realizó, al menos en dos podemos observar el em-pleo
de tales columnas de acanaladuras con imbricaciones. En enero de
1670 otorgaba carta de papo de lo recibjdo a cuenta del retuhlo de Id
20. Cfr. P. Tn~~vrsb:A n?cnic de (?!barbi,, imaginero de! X'L'IIU, diario E: Eia, su-plemento
núm. 20, 4-VII-1954. Del mismo: .Antonio de Olbarán. alarife del siglo XVII.
Santo Domingo de La Orotava*, diario La Tarde, 22-X-1957.
21. Ibídem. Véase del mismo autor: *Diccionaiio de Arquitectos, Alarifes y Cantrn~s
que han trabajado en las Islas Canarias, siglo XVII., Anuario de Estudios Atlánticos,
tomo XI. 1965, pp. 320 v SS. La grafia de su patronímico ha aparecido en los documento?
de diversas formas, tal vez por lo insólito de su fonética para los arnanuenses, o quizá
por no estar fijada la ortografía, y así ha sido transcrito como «Orbara», ~Olbaranx,
~Orbalánn, e incluso ~Gorvarax. La forma correcta debe ser la de uorbaránn.
22. ENRKWE MARCO DORTA: Las Canarias ji el Arte Hispanoome~icnno, conferencia
pronunciada en la Mancomunidad Provincial de Cabildos el 10-XII-1960. resefiada y re-sumida
en El Día, el 11-XII-1960.
Concepción en Santa Catalina de Tacoronte 23, que no había terminado
de ejecutar en septiembre de 1675. Las columnas a que nos referimos
aparecen en el segundo cuerpo. Pero no siempre actúa Antonio Alva-re2
de forma tan morosa a como hemos visto aquí. En escritura del
31 de mayo de 1673, al otorgar carta de pago por lo recibido en con-cepto
de su trabajo en el retablo que realizó para la ermita de San
Amaro, del Rosario 24, se le otorgan 230 reales más porque lo ejecutó
«con nucha mexoría y bentaxa de lo que fue su obligazión». Es de un
solo cuerpo con tres nichos, y ático, y en él las columnas son de fuste
con decoración en espiral con lengijetas jmbricadas. El maestro Antonio
Alvarez dejó una amplia estela, y por lo que se refiere a este tipo de
columnas, contamos en Tenerife con un nutrido grupo de retablos.
Tales como el delicioso retablo de la Adoració~z de los Pastores en la
iglesia del Hospital de Dolores de La Laguna, obra del maestro 1,ázaro
González, de fines del xvrr o principios de! XVIII 25. De 1752 se con-sidera
el retablo de Animas de la iglesia de Santa Catalina en Taco-ronteZ6,
aunque el lienzo, obra de Domingo Hernández de Quintana,
hijo del gran maestro de la pintura barroca canaria. data de 1729. En
cuanto a las columnas, pudieron muy bien haber sido aprovechadas de
algún retablo anterior, ya que consideramos la fecha de 1752 excesiva-mente
tardía, máxime si tenemos en cuenta que el resto del retablo
ofrece una especie de pilar abalaustrado l7 cierto? motivos pictóricos
que están dando la mano al rococó. En el vetílblo de la Inmacakada de
San Marcos en Icod de los Vinos! de finales del WII 27, las columnas
son pareadas, mostrando en consecuencia. la característica disposición a
harpón en el sentido helicoidal de las acanaladuras. Finalmente. tene-mos
dos intereyantes retablos que dentro de esta tipología suponen un
acercamiento a la propia columna salomónica por la amplitud dada al
motivo que nos ocupa. Así, en el rctablo de los Remedios, en la ca-becera
de la nave de1 Evangelio en la iglesia del Realejo Alto, datable
de entre 1680 y 1684 28. y en el que, si las lengüetas perseveran en las
23. Cfr. SERCIO F. BOKNETS LAREX: <<Tacoronte y sus t emplos~~E,i Museo Canario.
niimero 11, julio-septiembre, 1944.
24. Ei concraco en que se obiisaba a rcaiirailo data U d 3 de üctübre dc !672 {Ar-chivo
M. T.).
25. P. T4Rau1s: «Lázaro González, cscultor dc rctablos. Mis investigacmn-s sobre
este imaginero., 1. El Día, 11-11-1954. J. HERNAN~EPZE RERA:« Lázaro Gonzále? Y su re-tablo
de la Concepción en La Orotavan, El Día, 29-XII-1945.
26. Libro del Cuadrante ... comenzado en 1666, fol. 527,,. En S. F. BOKNET 3.: Taco-ronte
..., p. 19.
27. Cfr. J v . 2 ~M ARGARX.TL:e cciones de la Iglesia-Museo de Icodn, El Día, 2.5-IX-1955.
28. GUII.I.ERMOC AMACHOY PÉREZ-GALD~S:. La iglesia de Santiago de Realejo Alto.,
~i ,$ííiiwc aiiai.io, cnero-:iciembre, 1950, i;í;. L7T8L7-A 71J ." ' EL-.>+",L ;.-.Pr~"-~C.Q..L4IL .~.e; , ,w~ c + ; " ~A~ , . en
aquella localidad da la referencia del Libro de la Cofradía de Los Remedios, fol. 44.
La Cofradía había pasado a esta capilla en 1678.
acanaladuras, los encintados lomos se decoran también imbricadamente,
aunque en ellos el motivo es de hojas o diminutas cardinas. El mismo
tipo de columnas lo encontramos asimismo en el retablo de Santa Te-resa,
en la iglesia del asilo de San Sebastián de La Laguna, de época
similar.
1.2. En cuanto al estipite, contamos al menos con la conserva-ción,
aunque sólo sea coma disiecta membra», de los que integraron
el desmontado y repartido retablo de San Bartoloíné que exirtió en la
iglesia lagunera de la Concepción, y que debió haberse construido en-tre
el 1728 y 1733 2Y. SUS estípites, repartidos en los años del 1904
al 1912 entre la puerta del baptisterio y el retablo de la Piedad de la
misma iglesia, no han tenido parangón con ningún otro ejemplo en ~1
Archipiélago, y opinamos que, de querer hallarles un punto de referen-cia,
tal vez habría que poner los ojos más en el barroco mexicano del
XVIII que en ningún otro, por el colosalismo de su canon y por la
exuberancia de :u decoración, como los que introdujo Jerónimo Bal-bás
entre iiiY y 1737 en ei retabio de ia capiiia de ios Reyes de ia
Catedral de México 'O.
1.3. Finalmente, un caso interesantísimo, a la hora de establecer
similitudes con soluciones indianas, lo constituye en el retablo barroco
canario el empleo de pilares abalaustrados y almohadillados, que en
ocasiones se han denominado aquí «balaustres a contrasierra». Crono-lógicamente
se imponen en el Archipiélago a partir del segundo tercio
del Setecientos, teniendo su momento de mayor proliferación media-da
la centuria, y prolongándose en su segunda mitad, por ser la fór-mula
-junto con el estípite- más empleada en el retablo rococó
aquí. Sin duda alguna, el punto de partida tanto del pilar abalaustra-do
como del almohadillado hay que buscarlo en el plateresco, pero, no
obstante, y por lo que a nuestro estudio se refiere, una vez más tales
configuraciones miran más hacia la otra orilla del Atlántico que al
mundo artístico peninsular. Es indudable la clara similitud de estos
pilares canarios con los que aparecen, concretamente, en la arquitec-tura
guatemalteca, reflejándose asimismo en su orfebrería y con eco
también en algún que otro retablo del Ecuador 31. Incluso tratándore
de aquellas columnas caprichosas de secciones a manera de farolillos,
llega a darse en el Archipiélago un ejemplo tan claro como el que ob-
29. FRANCISCOF ERNÁNID)E~ BETHENCOURTN:o biliario de Canarias, La Laguna, 1952,
páginzc 702 y 704.
30. ANGULOH: istoria del Arte Hispanoameuicano, t. 11, pp. 878 y 880.
31. Ibidem, t. 111, cap. 11, p. 93.
servamos en el retablito que hubo en la ermita del Siervo de Dios en
el ex-convento lagunero de San Diego del Monte.
Respecto al pilar abalaustrado, son tantos los ejemplos que podría-mos
aducir, que su sola enumeración pudiera hacerse interminable. Se
hace imprescindible, no obstante, fijar la atención en algunos casos
concretos. Como ejemplo en que las secciones adquieren un enorme
desarrollo, tenemos el vetablo del Culvurio, de mediados del XVIII, en
la Parroquia de San Juan Bautista de La Orotava. Más interesante son
los pilares que constituyen el retablo de Animas de la iglesia parro-quial
de Los Silos, en el norte de Tenerife. El lienzo está fechado en
el año 1732, aunque se lo restauró en 1872. La traza del retablo está
perfectamente ajustada a las dimensiones del cuadro, por lo que cabe
aceptar la misma fecha -la de 1732- para su hechura, o al rxenos,
la de algunos años más tarde. Hay en estos pilares dos cuerpos iguales
simétricamente dispuestos, arriba y abajo, respecto a una sección cen-trai
provista de un tallado a manera de puntas de diamante, pero con
una cierta semejanza a la superficie exterior bracteada de una piña
de América, en tanto que cada uno de dichos cuerpos se determina
por tres segmentaciones, dos prismáticamente bulbosas con hojas bien
desarrolladas, simétricamente afrontadas por medio de una especie de
caja o achatado capullo. El resto de la decoración lleva asimismo, por
composición y técnica, un apreciable sello americanista. El caso mis
exótico -respecto a fórmulas peninsulares, claro está- lo constitu-ye
sin duda el retablo mayor de la iglesia de San Juan Bautista en la
Villa de Arico, localidad sureña de Tenerife. En 1755 el maestro Juan
Perera, carpintero, construía el artesonado de la capilla correspondien-te.
Tal vez este mismo maestro tuviese algo que ver con la realización
del retablo. Lo que gana la atención, desde el primer momento, al
detener la mirada en él, es el gran desarrollo con que se ejecutaron las
bulbosidades del abalaustramiento de los enormes pilares. Es uno de
los ejemplos más claros coincidentes con fórmulas centroamericanas ".
Van bellamente decorados con gallones, festones y conchas, siendo
precisamente los motivos ornamentales a los que se limita la labor
del dorado.
En cuanto ai pilar almohadiiiado abundan iguaimente en ias islas,
excepción hecha de Gran Canaria. De entre todos los ejemplos, posi-blemente
los que más se acercan a aquellos tipos guatemaltecos, muy
en especial a los empleados en la arquitectura de Antigua, lo sean los
que estructuran la traza del retablo mayor de la iglesia de Santa Ur-sula
en Adeje. Por otro lado, en este retablo se combina el dorado con
32. Ibidem, t. 111, caps. 1 y 11. Sobre todo en la arquitectura de Antigua.
462
una decoración esencialmente pictórica que no carece de interés, sobre
todo por lo que al ático se refiere, con sendas águilas a uno y otro
lado en los arbotantes.
En los elementos sustentantes a que hemos hecho referencia hasta
aquí, la relación de influencias parece ser paritaria de uno al otro lado
entre Canarias y América, o quizá más intensa en el sentido del Archi-piélago
hacia el otro lado del Atlántico. Es en los elementos decorati
vos en donde más podemos apreciar la presencia de elementos india.
nos incorporados al arte de nuestros retablos. Bien es verdad que en
ocasiones un desmedido afán de hallar similitudes puede exagerar apre-ciaciones,
por lo que a tal respecto conviene situarse en un plano lo
más objetivo posible a la hora de los enjuiciamientos.
Los elementos decorativos que, por la influencia ejercida aquí por
la llegada de piezas de orfebrería principalmente, aparecen en esta ma-nifestación
del arte canario, son preferentemente del reino vegetal:
trifolias, hojas de palma, frutas del trópico, etc., y a su lado ciertas
formas de la ornitología -aguiluchos, guacamayos, cartelas «plumea-das
», etc.-, y en algún que otro caso no sería difícil rastrear algún
rostro de expresión o aditamentos ornamentales indianos.
Las trifolias se muestran en abundantes casos en las enjutas. Es
la hoja ancha y plana de tres folíolos unidos por un botón central. Aun-que
llega a darse en México, es más frecuente, como bien ha observado
Enrique Marco D ~ r t a e~n ~e,l barroco peruano de la. región andina,
apareciendo en Potosí a mediados del XVII. Un claro ejemplo de este
motivo decorativo puede observarse en el pequeño retablo que se de-nominó
«Nicho del Santo Nombre de Jesús», en la iglesia veguetiana
de Santo Domingo, actualmente con la advocación de Santo Tomás
de Aquino. Fue realizado en 1656 por el «maestro de albañilería Die-go
Hernándem 34, y es una de las más claras muestras del manierismo
en nuestras Islas. Dentro del barroco isleño quizá fuese el maestro
Antonio Alvarez quien más sistemáticamente hizo uso de este ele-iiimiío
de or~~arneriíacióric,o nforme podemos observarlo en ei retabio
de la Concepción en Santa Catalina de Tacoronte, tallado entre 1670
y 1675 ". En ocasiones otras formas cuadrifoliadas ocuparán preferen-temente
los frisos, y a veces los remates, como es el caso del retablo
--
33. Ibidem, t. 11, cap. VI, p. 184.
34. Arch. M. T. Cfr. ALFONSOT R ~ I L LROO UR~GUEZE1: Retablo Barroco eii Canarias,
Las Palmas, 1977, t. 11, Ap. Doc. núm. 12.1.
de San Cayetano de la iglesia de San Agustín en Icod de los Vinos,
datable de 1687 36.
En este mismo retablo pueden apreciarse en las pilastras que ~us-tentan
el arco de la hornacina, decorando sus frentes, cuádruples hojos
más de palma que de acanto, si bien esta transformación ocurre más
a menudo en los capiteles, incluso tratándose de nuestra arquitectura
en piedra, conforme :e da en la fachada de la iglesia de San Agustín
de La Orotava del último tercio del siglo XVII.
Lugar preferente por su insistencia y repetida abundancia ocupan,
dentro de Ia ornamentación de origen vegetal, Ias frutas del trópzco.
Tienen su punto de partida indudablemente en las clásicas cornucopias
y festones de frutas, símbolo primigenio de la diosa de la riqueza y ci
bienestar, que, como elemento decorativo, ya figuraron incluso en
joyas etruscas. A unas y a otros el Renacimiento los incorporó a su
repertorio, y el Barroco los utilizó con verdadera profusión. Es de
destacar el hecho de que esta decoración con frutos del trópico se ge-neralizó
en el Darroco Iiispanoamericaiiu, muy especia!i?irntr en la re-gión
andina de Bolivia y del Perú 3', en donde siempre se rehuye toda
representación abstracta o arquetípica de frutas universalistas, para con-cretarse
en las que la botánica autóctona ofrecía al artista indígena,
centrándose precisamente su tallado en áticos y cartelas orlantes. Así
ocurre también en nuestro Archipiélago, como eco indubitable del otro
lado del Atlántico, debido -otra vez- al eterno retorno del «indiano».
Conviene tener en cuenta que no siempre la factura de tales motivos
frutales corresponde a la pericia de maestros consumados. A meniido
aparecen realizados con toda la sincera y espléndida torquedad del
«carpintero de pueblo», como en los dos paneles que escoltando el
nicho debieron de añadirse al pequeño retablo de Saíz Lorenzo en la
iglesia de la localidad majorera de Río de Palmas. La desproporción
es bien notoria, entre el racimo de uvas y las granadas, y las peras o
aguacates o mangos, y a la izquierda de la hornacina una posible psi-paya,
y la aceptable presencia de una voluminosa y bracteada piña de
América. Todo e110 vestido de rica policromía, roja, verde y azulada.
Un ejempío temprano pudiera ser el que nos ofrece ei ático y las acar-teladas
orlas laterales del retablo de la capilla de Montiel en la iglesia
del ex-convento de San Agustín de Icod de los Vinos, datable de ha-
35. Ibídem, Ap. Doc. núms. 26.1 y 26.2.
36. Exactamente, del 8 de febrero de 1687. Cfr. Dodfrxco MART~XE DE LA PENA: *El
Convento de los Agustinos en Icodn, El Día, 31-VIII-1954 y 2-IX-1954.
37. Clr. ASGL-LO: Historia ..., t. 11, cap. VI. p. 174, fig. 142, y t. 111, cap. XII, p&i-nas
548, 549, 360. VCase igualmente, ESRMUEM ARCOD ORTA:La Arquitectura Barroca
en el Perú, pp. 31, 34, 35, 36.
L b . J.-Estipite', dc aprrcinlilr rc.rci.iwci,i ii~xic;iii;i cti cl retablo de
San Bartoloiiif, i~lcsiac lc Nucstra Sc1i013 de la (:«ticepci6n. La Lagu-na
('Tenerife), 1728-1733. (Desaparecido como conjanto, algunos de
sus elementos pasaron en 1904-1912 como disiecta me!n!xa» a otros
retablos de la misma iglesia.) (Foto Guerra.)
~ i im4.. -Pilarcs abalaustrados v decoración ornitoniorfa cn cl retablo
de An i n a ~ ,ig lesia de Guestra Señora de Id Luz, Los Silo5 (Tenerife).
Hacia 1532.
L h . 7.-Glrgola antropomórtica con cahcza emplumada en la fachada de la iglesia de Nuesm
Señora de la Conce~ción. La Orotava (Teneiife). 1768-1788.
L:íi:i. ').-A:iionio EstCvez: Retabl;> mayor de I;i iglr.\ia clc: hiospiial
dc Dolores, La Laguna (Tenerife). Hacia 1703. Ejctiiplo dc tknica <le
dccoración plana !- a bisel.
L:ím. 10.-Rc~ablo de !,i Soldid rri cl Siiiituario del CI-isto. '1':ic.o-ronre
ITcnerife). 1í:icia 17b1. Importado de C u l ~ .
cia 1660 38, si bien este tipo de decoración aparece ya insinuado en
retablos anteriores. No obstante, creo que al menos, como punto cro-nológico
clave para la aparición de tal motivo decorativo en nuestras
Islas, debemos aceptar el de mediados del siglo XVII. A partir de en-tonces,
tal repertorio habrá de ser constante compromiso en la mayor
parte de los maestros retablistas. Conviene puntualizar que incluso
tratándose de frutos identificables como más o menos mediterráneos,
siempre aparecerán realizados - e n talla- con una perspectiva atlántica
de cara al trópico. En el ático de este retablo de Icod, al iguaI que en
sus orlas, distinguimos perfectamente dos espléndidos racimos de uvas,
de acuerdo con la tradicional simbología eucarística. A su lado desta-can
las que, en apariencia, pudieran tomarse por manzanas -en oca-siones
lo serán-, pero que aquí -y en la mayor parte de los casos-son
granadas, como puede colegirse po; la corona de sépalos que abo-tonan
su polo superior. La fruta más llamativa, por el enorme desarro-llo
de su tallado y su continua presencia, es la que muestra configu-ración
como de gigantesco melón, aunque en ocasiones hemos de iden-tificarla
con la papaya. A tal respecto hago la observación de que, dis-cutiendo
este problema con ei doctor Wolfredo Wildpret, catedrático
de Botánica en la Facultad de Biológicas de nuestra Universidad, se in-clinaba
a interpretar estas frutas como melones, habida cuenta - o p i -
naba- de su configuración en gajos -fruto policarpelar-, y ciertos
cortes dados en su corteza, recurso que aún se practica en las zonas en
que se cultiva para determinar su grado de sazón.
Ponernos a citar ejemplos se haría interminable. Abundan en cual-quiera
de nuestras iglesias, pero de una manera especial en los reta-blos
de Tenerife, Fuerteventura, y en menor cantidad en Lanzarote
y La Palma. Obsérvese uno de los ejemplos más típicos, que es el que
nos ofrece el retablo mayor de la iglesia de la Concepción de Betan-curia,
en Fuerteventura, realizado en torno al 1684, si bien el dorado
no se documenta hasta el 1718 39. En el ático los aletones pueblan
su espacio interior con verdadera catarata de arracimadas frutas en las
que volvemos a distinguir el racimo de uvas, la granada, el melón -in-sisto,
más bien papaya-, la pera, manzana, y algún posible mango y
otras fmcas truíjica!es. El misrlü se repite eli las ollas late-rales.
Y todo ello, espléndidamente dorado y policromado.
Otro tanto puede observarse en el ático del retablo mayor de la
iglesia de Santiago del Realejo Alto, en Tenerife, ejecutado en torno
a 1680, siendo obra de los ema'estros de Carpintería» Francisco Acos-
38. D. MART~NEDZE LA PERA: =t. cit.
39. A. TRUJILLOR .: o p . cit., t. 11, Ap. DOC.n úms. 32.1 y 32.2.
ta Granadilla y Diego Díaz Armas 43, en tanto que su dorado y rica
policromía no se registra hasta 1684, hablándosenos en 1687 de su
acabado41. Fueron los pintores doradores que intervinieron en este
trabajo, Andrés Gómez, María Puga y Fray Miguel, religioso agus-tino
42. La traza de este retablo y la del de Betancuria son gemelas,
por lo que puede deducirse que, o son obras de lo: mismos maestros,
o se calcaron de un mismo modelo.
heresante es asimismo, por su bella factura y delicada policm-mía,
el repertorio que nos ofrece el retablo de la Concepción en la
parroquia homónima de La Grotava, tallado a partir de 1689 43, obra
igualmente su estructura de Francisco de Acosta Granadilla, maestro
carpintero y ensamblador, en tanto que los relieves escultóricos fueron
realizados, los del primer cuerpo por Lázaro González de Ocampo,
y los del segundo y ático por Gabriel de la Mata. El dorado y la poli-cromía
se realizó en 17 17 @.
Clara corroboración del «tropicalismo» de estos motivos, por $i
todavía los ejemplos aducidos no fuesen lo bastante convincentes, nos
Ia ofrece el retablo mayor de la iglesia de Santo Domingo, en Tetir,
Fuerteventura, que debe de datarse de hacia la mitad del siglo XVIII.
Los arbotantes del ático se cuajan de gruecas formaciones vegetales
curvadas, llamando la atención, una vez más, un melón -o papaya-,
y una gigantesca sandía en que termina la infrutescencia, todo ello
dorado y policromado rústicamente en rojo, verde y azul.
En este repertorio frutal no es raro encontrar algunas otras espe-cies
sorprendentes, como es el caso del retablo de San Antonio, en
la cabecera de la nave de la Epístola de la iglesia del ex-convento
franciscano de Miraflores, en Teguise, Lanzarote, y que hemos de
considerar posterior al incendio que, provocado por piratas argelinos,
hizo pasto en él en 16804'. Hay que situarlo en los primeros afios
del XVIII -excepción del frontal, más avanzado, ya rococó, por la pre-sencia
de una espléndida rocalla en «trompe-l'oeil»-. El remate de
este retablo está constituido por un medallón pintado enmarcado por
poderosa decoración de nuestras frutas del trópico, y en la que el que
10. Ibídem, Ap. Doc. núm. 33.1.
41. Ibidem, Ap. Doc. núm. 33.2.
42. Cfr. G. CAMACHYO P. G.: La Iglesia de Sanriago ..., pp. 127-161.
43. Cfr. J. HERNANOEZP BRERAL: ázaro González ..., que, con la monografía que de-dicó
este mismo autor a .La Parroquia de la Concepción de La Orotava~, en R. H.,
número 61, 1943. son esenciales para el estudio de este retablo. La fuente de su in-vestigación
se basa principalmente en el L. 11 F. del Archivo Parroquial.
44. Ibídem.
45. LOREXZOB BTANCOR<T<: Dem i cartera. El Convento de la Madre de Dios de Mi-raflores,
de Teguise>,, R. H., julio-septiembre, 1924, pp. 83 a 86.
aparenta ser racimo de uvas, bien pudiera interpretarse, por su oblonga
configuración, mazorca o «piña de millo».
En el retablo de Animas de la lagunera parroquia de la Concepción,
que enmarca el gran lienzo de Cristóbal Hernández de Quintana, de
hacia finales del Seiscientos, resulta curioso observar sobre el cornisa-miento
superior, y a plomo con las pilastras, las que en apariencia pu-dieran
ser dos gigantescas bolas de superficie decorada con cabezas de
clavos o diamantes, pero que no dejan de hacer referencia, al mismo
tiempo, y sin distorsionar excesivamente la figuración, a sendas piñas
de América, como igualmente pudieran interpretarse los tres esplén-didos
perillones que cuelgan del artesonado de la capilla mayor de la
iglesia de San Juan Bautista de Puntallana, La Palma. A tal respecto,
la identificación puede resultar indubitable respecto a los motivos que
nos muestra el ático del retablo de la Virgen de Regla, en la parro-quia
de Los Remedios en Los Llanos de Aridane, realizado en los
años próximos anteriores a 1784, obra probable del escultor Marce-lo
Gómez 4f Es un claro ejemplo rococó. En la primera franja del
ático las frutas llenan, espléndidamente policromadas y doradas, una
gran fuente o bandeja: racimos, la calabaza de agua, la papaya, la gra-nada,
posibles guayabas, y una bien definida piña de América.
De 1689 es el retablo inaj)or de la iglesia del Hospital de la capital
palmera. Es curiosa y muy privativa de La Palma la decoración del
frontal: formaciones florales dobles e invertidas unidas por corto pe-dúnculo
común, muy geometrizadas y simétricas. Son, hasta cierto
punto, derivaciones de temas del plateresco, resueltas con técnica bd-rroca,
pero a la imaginación no le cuesta mucho esfuerzo, al contem-plar
las curvas y contracurvas de sus prolongaciones, reproducir la imd-gen
de aqueilas estilizaciones que llega a alcanzar la representación de
la serpiente en el arte maya 47. Una decoración similar es la que nos
muestra la sección esférica con que remata el retablo mayor del Santua-rio
de la Virgen de las Nieves a unos kilómetros de la misma Ciudad,
de hacia 1712, cuya traza la realiza Bernardo Martín y la ejecuta el
maestro carpintero Marcos Hernández, habiendo sido dorado hacia
1718 por Bernardo Manuel de Silva. Otro tanto cabe decir del frontd
del retablo mayor de lo iglesia de Santo Domzngo en la misma loca-lidad,
de 1751, decorado con similares motivos fitomorfos.
Además de esta decoración vegetal, hallamos en los retablos del
barroco canario ciertas especies de la ornitología de tentadora referen-
46. Cfr n~cioV . D&P.I.\s Y P~opns : <<E!I S C U ! ~ ~F~& irce!s G(;rncz;i, LU TaiUe, ':1 y
22-IV-1944.
47. ANGULO: Historia ..., t. 1, cap. 1, p. 25, fig. 28, y p. 26, figs. 29 y 30 b.
cia a América. Es el caso de las cartelas «plumeadas» que orlan mu-chísin~
os ejemplares de Tenerife y La Palma, y en algún que otro caso
de Lanzarote y La Gomera. Así puede observarse en el retablo del
Señor de la Humildad y Paciencia que se halla en la iglesia parroquia1
de Los Silos, del segundo cuarto del XVIII. Lo interesante de este
motivo es que ya aparece en los retablos manieristas de Ia primera rxi-tad
del XVII. Se trata sin duda de plumas de aves de referencia igual-mente
indiana. Aves a veces aquiliformes, y otras veces de parentesco
tropical y fácil identificación -la comparación al menos es tentado-ra-
con guacamayos y similares, aparecen también con cierta fre-cuencia
en orlas y en áticos. El propio maestro Antonio Alvarez gus-taba
de incorporarlas como motivos decorativos, sujetando con su pico
una rama o pedúnculo del que penden las cornucopias, tal como obser-vamos
en el que fue retablo mayor de la iglesia parroquia1 de Tejina,
hoy situado entre la p r i ~ e r ay segunda crujía de la nave del Evangelio,
o en el del convento lagunero de Santa Catalina, en el que interviene
en 1676 para enmendar la obra anterior de Antonio de Orbarán 48.
En el retablo mayor de la iglesia de Santo Domingo en Tetir, Fuerte-ventura,
los arbotantes se definen a partir de una cabeza de ave de esta
especie que mantiene en su pico un fruto, y se prolonga, como si de
media figura se tratase, en gruesas formaciones vegetales curvadas, en
tanto que en el de Animas de la parroquia de Los Silos, arriba, en el
remate, sobresalen, de entre una bella maraña de tallos y de hojas,, en-marcando
un espejo central, dos cabezas aquilinas que sustentan una
corona, mientras otras dos, prendiendo una granada en su pico, deter-minan
el arranque superior de las orlas laterales.
Finalmente, en todo este repertorio de obvio parentesco indiano,
conviene que prestemos atención a ciertas formas antropocefálicas que,
aun cuando - o t r a vez- tengan su punto de partida en los mascaro-nes
bajorrenacentistas, muestran unas facciones y aditamentos orna-mentales
de clara referencia a la otra orilla del Atlántico. Su correlato
en la arquitectura en piedra lo tenemos, por ejemplo, en algunas de
las gárgolas de la fachada de la iglesia orotavense de la Concepción
(1768-1788)) una de las cuales llega incluso a tocarse con plumas. Hay
constancia de cómo en su construcción colaboró el dinero de los india-nos,
y en los frisos de las pilastras que escoItan Ia portada queda testi-monio
de ello con sendos relieves que representan, el uno, la Perla de
las Antillas, y el otro, el Archipiélago Canario. De todos los ejemplos
que pudieran aducirse de la presencia de estos motivos en nuestras
48. Cfr. A. TRUJILLO R.: EI Retablo ..., t. 11, Ap. Doc. núm. 28.1.
retablos, los de más clara filiación indiana son los que aparecen, en la
zona de predela cabe las hornacinas laterales, así como en el espacio
superior a los arcos, en e1 retablo mayor de la iglesia de Santiago del
Realejo Alto. Quedaría más que justificada tal filiación, con sólo pres-tar
atención a sus rasgos étnicos bien característicos, que no creo pue-dan
rechazarse aduciendo la razón de una factura propia del arte po-pular
sobre un tema plateresco, y además, por la perfecta definición
del triple collar de plumaje que ciñe sus cuellos. Pudieran emparen-tarse
con similares motivos de la arquitectura del Cuzco 40.
Por si todo ello fuese poco, la misma técnica con que se realiza
frecuentemente el tallado de los motivos decorativos de nuestros reta-blos,
sigue guardando parentesco con formas americanizantes. Podemos
encontra un similar «horror vacui» en la profusión con que se multi-plican,
y en ocasiones una paralela técnica de tallado a bisel, amén
de la planitud de los resultados. Cualquiera de los ejemplos anterior-mente
aducidos puede servirnos al caso, pero, de una manera especial,
en el retablo de la cabecera de la iglesia del Hospital de Dolores, obra
en su mayor parte de Antonio Estévez y realizada a finales del XVII
o primeros años del XVIII ". Toda su decoración, incluidas las bífidas
palmetas que sustituyen el acanto de los capiteles, está haciendo fácil-mente
referencia a la otra orilla del Atlántico.
Aludíamos en nuestra introducción a las imágenes que llegaron de
las Indias a nuestro Archipiélago. Se ha señalado cómo, a lo largo del
XVIII, «en Guayaquil embarcaban centenares de cajones con la obra
de escultores quiteños, que se difundían por toda América, por Cana-rias
y aún por España» ''. Pero también tenemos documentadas algu-nas
obras procedentes de Cuba. Y no deja de ser sorprendente encon-contrarnos
con datos que nos documentan la arribada aquí de retablos
completos. Dos, al menos, son los que quedan perfectamente respal-dados
a tal respecto.
En primer lugar, e1 retablo de la Soledad en el Santuario del Cris-to
de Tacoronte. Consta que en 1744 don niego Antonio Marrern so-licitaba
del Prior, Fray Nicolás Peraza, la concesión de esta capilla ~7
altar para construir este retablo, y que en abril de 1761 ya se rea-lizaba.
Este patrono fue vecino de San Cristóbal de La Habana, y re
49. ANGULOH: istoria. .., t. 11, cap. VI (fig. 155).
50. Cfr. ALPJANDCRIOO NARESCULa: Laguna. Guía Histdrica y Monumental, p. 170.
Véase A. TRUJILLOR .: OP. cit., 11, AP. de Maestros, Estévez. A.
51. MARQ* DE Lozoun: =El Arte Peruano y sus posibles relaciones con Canarias>,
Tagoro, La Laguna, 1944, pp. 190-195.
469
afirma que de allá lo hizo venir, aunque no su imagen5'. NO cabe duda
que su «gusto barroco tan indiano» nos habla claramente de formas
de ultramar, pero no deja de ser interesante la coincidencia de traza
con. los ejemplos del Archipiélago, y sobre todo la extraordinaria igual-dad
con que se realiza en él, el pabe!lón-baldaquino. La misma mesa
del altar sigue siendo paralela, con sus avecillas, y la espléndida cornu-copia
enguirnaldada en la que claramente se aprecian frutos del trópico.
Como quiera que su procedencia de la Perla de las Antillas parece no
poder ponerse en duda, hé aquí un argumento más que corrobora el
aserto tantas veces repetido a lo largo de nuestro estudio respecto a la
parte de americanismo que se da en los retablos de nuestro barroco.
Se estructura con dos bellos estípites-hermes o telamones, pletóricos
de ornamentación en sus tres frentes. La hornacina, bajo el pabellón,
es de impecable realización y fina exactitud en 10s motivos decorativos
de su interior. Angelitos en vuelo sostienen las ondulaciones de la
cortina y sus cordones. Otros asientan sus pies sobre el copete, o se
sitúan sedentes entre la poderosa hojarasca del remate, mientras que
en las orlas laterales. dos aves de posible especificación tropical ten-san
con sus picos un festón rico de frutas. A pesar de la simetría que
observamos en sus motivos decorativos, por la minuciosidad y delica-
2eza de la talla está tendiendo ya la mano al rococó.
Claramente dentro de este estilo sí que cae la segunda obra que
nos llega de la otra crilla del Atlántico. Trítase del bello retablito
conocido con la denominación de «Retablo de Montemayor», verda-dera
jova de importación que se conserva, protegido con vitrina hemi-cilíndrica.
en la sacristía de la iglesia parroquia1 de Nuestra Señora de
la Peña de Francia. en el Puerto de la Cruz. Sil altura apenas sobre-pasa
el metro -103 cms. icluida la esculturilla del remate-. con un
ancho de 40 cm.: y una profundidad -consecuencia del retranquea-miento
producido por su movida planta- que llega a los 16 cms. to-mando
como tope el banco bajo la calle central. En cuanto a las escul-turillas
que lo pueblan, en número de 18, tienen una media de unos
16 cms. de altura las del primer cuerpo, y algo menor en las restantes.
A pesar de su ciirioso t a l l~d od e verdadera miniatura. es tal la pro-porción
y armonía de su traza, y tan beiia la reaiización v escda del
conjunto v cada una de sus partes, que nos vemos obligados a no con-siderarlo
«maqueta de retablo*, ni «retablo en miniatura» o «reta-blito
», sino a darle abierta y justamente la categoría de un verdadero
retablo.
-
:9 PC" 7 -.L.T....f.... -D:......-"..t--<,-."..
,L. b I I . IITim.,.+~,UcI_ , TsLm.l. =, p. 196, nota 3. Auíique S&!= hubiese
llegado de Cuba la traza de este retablo. sigue siendo igualmente válido cuanto decimos
de su 4mportación..
El primero que habla de esta joya de importación es Alvarez Rixo,
que en su obra manuscrita «Anales del Puerto de la Cruz de La Oro-tava
» (1701-1850) dice: «Hay en este Monasterio (refiriéndose al de
Religiosas Catalinas, que estuvo situado frente por frente a la parro-quia)
dos cosas que pueden atraer la atención del curioso lector; la
primera es un retablito de maderas de cosa de vara y tercio, represen-tando
diversos pasajes de la vida de Cristo, y lleno de varias otras
esculturillas delicadas, que dicen es obra americana, aunque no la ten-go
por tal a pesar de que de Amévica hubiese venido, y está bajo un
cristal en el centro del altar perteneciente a la familia de Montema-yor
... ».
Este retablo pudo ser salvado del incendio que destruyó dicho
convento en 1925 53. En 1964 fue restaurado por el escultor orota-vense
Ezequiel León Domínguez.
Sabemos que su donante, don Juan de Montemayor, natural de Se-villa,
vino a Tenerife como «Capitán de Cavallos Corazas», y que des-empeñaba
en el Puerto de la Cruz el cargo de Almojarife de la Real
Aduana, cuando casó en dicha ciudad en 1725 con doña Mariana An-tonia
de Vera y Cisneros, de cierto parentesco con los Iriarte ". Don
Juan fallece en 1743 55. Por lo tanto, la llegada de este retablo a aque-
!la localidad debió de haber ocurrido en fecha ligeramente anterior a
ese año, o en el mismo, a no ser que, hecho el encargo antes de fa-llecer,
quien lo recibiese y donase al Convento fuese su viuda, la cual
le sobrevivió hasta 1770.
Bien dice Alvarez Rixo que «es obra americana, aunque no la
tengo por tal a pesar de que de América hubiese venido». En efecto
la traza y técnica de esta linda joya parece estar más de acuerdo con ~l
gusto francés que privó en los primeros momentos del rococó en la
zona de Quito y Lima. Su americanismo, pues, se fundamenta sólo en
el lugar en que fue realizado. Eso sí, las maderas en que está tal!ado,
aunque no perfectamente identificadas, se consideran propias de los
bosques sudamericanos.
De planta muy quebrada, su traza se desarrolla en tres cuerpos,
con abundantes motivos de diminutas rocallas e infrutescencias. El pri-mer
cuerpo es exástiio, con ia consiguiente división en cinco caiies. Las
columnillas surgen de bellos jarroncillos configurados como si se tra-tase
de un bello ramo de carnosas hojas de acanto, equivalentes a su
primer tercio inferior. Los fustes se ornamentan con rama de rosal
53. Cfr. DIECO M. GUIGOU Y COSTA: El Puerto
de Tenerife, 1945, p. 40.
54. Ibídem.
55. Ibídem, p. 263, nota 16 a la fig. 15 de la
de la Cruz y los Iriarte, Santa Cruz
p. 39.
47 1
helicoidalmente dispuesta, mientras que los capiteles, de similitud jó-nica,
se decoran con cabezas angelicales aladas. El segundo cuerpo sim-plifica
la composición y reduce la escala, haciéndose tetrástilo, con tres
calles, aunque no disminuye el número de las escuIturillas. En él los
capiteles son del orden compuesto, y el tema ornamental de los fustes
es ahora la rama de olivo. Finalmente, el ático se remata como si de
un verdadero tercer cuerpo se tratase, aunque se configura con sólo
dos columnillas en función de machones, cuyo tercio inferior vuelve a
mostrarnos la macolla bulbosa, que encontrábamos en los retablos pal-meros,
en tanto que el tema ornamental es aquí la vid. Se corona la
traza con un corni5amiento trilobulado, y sobre él, cuatro figurillas
sedentes, y un ángel en pie como remate. Vista así su novedosa y mo-vida
traza, se comprenderá que su ejecución está al servicio de las 18
figurillas que lo ocupan: cinco en el primer cuerpo, cinco en el segun-do,
tres en el tercero o ático, >7 otras cinco sobre el cornisamiento. El
primer cuerpo queda centrado por el «Ecce Horno», escoltado a uno y
otro lado por los Evangelistas con sus símbolos, a la derecha, San
Maeo y San Marcos. y a la izquierda San Lucas y San Juan. E1 centro
del secundo cuerpo queda ocunado por el Bautista, m tanto Que en
las calles laterales se sitúan dos santas mártires con sus palmas, y a
los extremos, a la izquierda Elías, y a la derecha Moisés. En el ático
Cristo Resucitado, teniendo a sus lados las figuras alegóricas de la
Caridad y de la Fe. Sobre él, la paloma del Espíritu Santo. Sedentes
en el cornisamiento, Dios Padre a un extremo, Cristo Glorioso al otro,
y hacia e1 centro dos ánpe!es con trompetas, rematando el conjunto COR
un tercero en pie.
Tres leyendas ocupan 10s banquillos en orden ascendente: «Ecce
Horno», «Soli Deo Gloria», y «Surrexit». La distribución, pues, es
evangélica y soterioIógica: la Pasión. e1 Testimonio, la Resurrección y
la Gloria, gradual y verticalmente orientada al misterio trinitario, yen-do
todo ello acompañado del preciso simbolismo de los motivos orna-mentales
correspondientes: primero rocas v espina., luego el olivo, y
arriba la vid.
Todo en -<te «retablo» -verdadero <+girete» versallesco- es mo-vimiento,
dulzura y grata variedad dentro de su misma concepción
unitaria, pero, por encima de todo, sobresalen en mérito las escultu-rillas,
de exacta proporción y de minuciosa precisión en Ia anatomía,
gravitando su encanto, mucho más tratándose de verdaderas miniatu-ras,
en sus curvilíneas siluetas y actitudes dulcemente oscilantes, e in-
&so daii~arilias,c omo en e1 <<CristoR esücitadü» del dticu, yUe coi1 COZ
cepción praxiteliana y con paco de ballet entrecruza ascensionalmente
las piernas y está presto a elevarse. A ello se une la gracia ondeante
de los paños y la blandura de los escorzos, más patentes éstos en las
figurillas de la cornisa.
Esta es, pues, la visión de conjunto que nos ofrecen las interrelacio-nes
entre Canarias y América por lo que al arte del retablo se refiere.
Espero que, tras esta exposición, no parecerá tan gratuito hablar de
las mismas, y se acepte como un hecho toda la parte de americanismo
que hay en nuestro retablo cariario. El movimiento demográfico, con
la emigración, que históricamente ha afectado siempre a nuestras Ir-las,
ha repercutido en nuestra economía y en la misma sociología que
nos caracteriza. Es decir, ha marcado a nuestro hombre, y con é1, 1ó-gicamente
también a nuestro arte, porque, en definitiva, remedando a
René Huyghe, el arte es el hombre. En consecuencia, no es de extrañar
que el propio Eugenio D'Ors invitara, a quien quisiera conocer Amiri-ca
y &spüskia de poco íi~íiipü,a darse u m vuelta por «Canarias, esta
pequeña América»
56. Cfr. MARQU~DSE LOZOYA.L:a huella portuguesa en el Arte de las Islas Canarias*,
Revista Coldquw, Lisboa, fevereiro, 1970, núm. 57, p. 3.
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