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LAS ISLAS CANARIAS, MARCO INSPIRADOR DE LA
NOVELÍSTICA BRITÁNICA (SIGLOS XVI-XX)
José Luis García Pérez
El archipiélago canario, y en especial Tenerife, atrajo desde un principio la atención de
aventureros, exploradores y comerciantes desde el siglo XVI. Se sabe del interés de éstos por
el vino y por el azúcar siendo precisamente en este siglo cuando la palabra canary se
introduce en la lengua inglesa con dos diferentes significados: por un lado, como el animado
baile español inspirado en danzas autóctonas canarias, que ya se recoge en el autor William
Shakespeare en su obra All´s well that´s end well (Bien está lo que bien acaba) y por otro lado,
es la correspondiente al vino dulce de las islas, que también el autor inglés introduce en su
obra Henry IV and Twelfth Night (Víspera de reyes).1
En un principio, después de estas líneas, parece como si en las islas quedara muy arraigada
la idea de que el archipiélago aparece en la literatura inglesa en relación con el vino, sin
embargo, esto no es así, a lo largo de los siglos, en especial Tenerife ha sido objeto de un uso
literario muy distinto al expresado anteriormente.2
Sin lugar a dudas, los relatos de estos navegantes del seiscientos hicieron famosa a la isla
de Tenerife en la Inglaterra renacentista por dos importantes razones; aparte del comercio
–como escala o puerto de avituallamiento–, también por la extraordinaria altitud del famoso
pico Teide.
De esta forma se conocen dos dimensiones: puerto y montaña, pero con una significación
poética que dista mucho de las hermosas descripciones de otros viajeros en otros siglos.
Empieza Tenerife a servir de inspiración a afamados escritores, que en muchos casos lo
utilizan metafóricamente, en ocasiones con significado de peligro y en otras de misterio.
La isla con el significado de “Puerto” parece ser la última escala antes de entrar
definitivamente en el ámbito de lo desconocido, lo inquietante, lo incontrolado, es la primera
gran prueba antes de entrar al gran Sur, pensemos en los sentimientos de Cristóbal Colón en
La Gomera. Se presenta en el siglo XVII como una entrada al misterio, al peligro (pensar en
África y el Nuevo Mundo) escenario del mal. Es Tenerife con significado de montaña el
término que más se ajusta a las cualidades de Satanás que Milton (1608-1658) quiere destacar
en su obra El Paraíso Perdido.
El Pico, mencionado por otros escritores europeos como Dante Alighieri, representa la
imperfección y el desorden, la desproporción y la prepotencia. En otras palabras el Teide es la
soberbia, la preponderancia y la corrupción.
El uso de Tenerife en la literatura, tanto de viajes como de novelas, demuestra que el
lenguaje artístico supone un nivel de significación distinto del real. Así las connotaciones
negativas de estos siglos van a contrastar con las descripciones de los siguientes viajeros y
autores. Con este sentimiento del siglo XVII y parte del siglo XVIII van a surgir dos
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extraordinarias obras inglesas que todos hemos leído en nuestra infancia pero que nunca
hubiésemos pensado que tuviese algo que ver con la isla. Nos estamos refiriendo a las
afamadas obras de Robinson Crusoe y los Viajes de Gulliver, de Daniel Defoe y Jonathan
Swift respectivamente. Al estar el nombre de Tenerife en estas dos magnas obras literarias, el
nombre de nuestra isla volvió a brillar en el ambiente cultural europeo. Daniel Defoe, que ya
se había acercado a la isla y conocía su costa y en especial el Teide,3 va a hacer que, durante
la travesía de Robinson Crusoe, éste se acerque a la costa y desde el mar aprecie para el
mundo entero la belleza singular del Pico. Por otro lado, el otro gran literato Jonathan Swift
no se va a contentar con que su Gulliver vea el Teide, sino que lo hace desembarcar en la isla
para buscar a otro de sus personajes.4
Sin embargo, antes de mencionar a estos dos autores, sería conveniente saber que un siglo
antes, un pirata culto, de esos que se enrolaban en los barcos por el simple hecho de aprender
más de las costumbres del mundo entero, va a describir a las islas Canarias como nadie lo
hubiera hecho antes. Es un nuevo nombre que se une a esta literatura de viajes que se llama
William Dampier (1652-1715). Escribe un maravilloso libro titulado Un nuevo viaje
alrededor del mundo, que va a ser leído e imitado por muchos británicos, en especial por
Horacio Nelson, que lo llevaba siempre en su mesa de noche y del que se valió para ejecutar
su frustrado intento a las islas. El mismo Daniel Defoe va a leerlo con mucha pasión ya que
William Dampier habla en su obra de un personaje llamado Alexander Selkirk que luego lo
utilizaría Defoe para narrarnos, contando su biografía, a Robinson Crusoe. Hay estudios
profundos sobre este tema, en los que se piensa que lo que hizo Daniel Defoe no fue inventar
sino copiar paso a paso la odisea de Alexander Selkirk, que al parecer estuvo en Tenerife a
bordo del barco donde venía trabajando William Dampier. Hoy cuando ya han pasado tantos
años de nuestros estudios sobre la literatura inglesa, nos acordamos de aquellos profesores
que explicándonos una y otra vez las odiseas de estos célebres personajes, Crusoe y Gulliver,
nunca hubieran hecho mención a su estancia en Tenerife, lo que nos demuestra que muy rara
vez se leen los libros en su versión original.
Tras estas colosales obras aparece en Londres una oda titulada Oda a las Pulgas de
Tenerife5 escrita por un afamado satírico que se llamaba Dr. John Wolcott, pero que era más
conocido por Peter Pindar (1738-1819). Su obra fue comentada en los círculos literarios
londinenses que se mofaban de esas dichosas pulgas que, según la oda, eran muy listas porque
además de saber picar en buena carne, sabían viajar gratis desde Tenerife a Londres.
Hace unos años, descubrimos una novela, titulada Rockingham o un hombre de honor,
editada en 1851 en Londres, que hablaba de Tenerife, en especial de Santa Cruz y de La
Orotava.
Cuando quisimos investigar sobre su autor, nos quedamos enormemente sorprendidos en
un principio porque podía tratarse de las hermanas Brontë, y así es como lo hemos seguido
viendo en las distintas bibliotecas británicas a las que nos hemos acercado, aunque en algunas
se lee simplemente atribuido.
Las hermanas Brontë, Emily, Charlotte y Anne, escribieron desde muy jóvenes y en
ocasiones vendían sus producciones para poder sobrevivir, redactando sus escritos bajo
nombres masculinos pues les estaba prohibido a la mujer todo tipo de escritos, recurriendo
ellas a las abreviaturas de sus propios nombres bajo los pseudónimos de Ellis Bell (E. B.),
Anne Bell (A. B.) o Currier Bell (C. B).6
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Tras esta atribución, intentamos indagar más sobre su posible autor y nos encontramos a
otro autor llamado Phillip Ferdinand de Rohan-Chabot, conde de Jarnac (1815-1875). Sin
embargo, en el mismísimo museo de las Brontë, en el norte de Inglaterra, sus autoridades
dicen que sólo está atribuido.
¿Qué pudo ocurrir? Ese es nuestro dilema, aunque pensamos lo ya expuesto: que las
hermanas Brontë, que pasaron auténticas calamidades de salud y dinero, escribirían esta obra
en sus primeros años para poder pagar sus gastos, pero posiblemente pudo caer en manos de
otro autor y éste copiar la historia quizás con algunos añadidos, pero ahí queda toda esa
investigación que aún continuamos, aunque lo que sí es cierto es que fue una novela muy
leída y comentada en todo el siglo XIX, llegando a su tercera edición, y que además interesa a
Tenerife porque varios de sus capítulos se desarrollan en el bello marco de La Orotava y
Santa Cruz.
La trama es la de un joven que viene junto a Nelson para atacar las islas en 1797 y al
quedar herido y abandonado en Santa cruz, es recogido por una dama de La Orotava que lo
cuidará hasta su definitiva marcha. Todos estos capítulos están llenos de romanticismo
mezclados con el costumbrismo propio de las islas, donde se vuelve a ensalzar el ambiente
bucólico e idílico de Canarias.7
En la novela, entre otras cosas, se palpa el modus vivendi del canario que convive con el
inglés (existen páginas donde nos habla del comercio de la cochinilla, de la amabilidad del
canario, la tranquilidad de las islas, etc.) y a su vez está lleno de expresiones canarias que el
inglés va captando de los isleños, como “mi niño, Jesús y María”, etc.
Al final de su estancia en la isla, el personaje principal llega a decir: “Me invitó a aprender
también estas canciones y para demostrar mi gratitud no pude encontrar otro medio que imitar
la infinita y tierna pasión con que ella interpretaba sus canciones. La música, el paisaje, la
lengua y hasta la belleza de la cantante de ojos negros, parecían confundirse en una única
armonía celestial y no tiene nada de extraño que aquí, junto a ella, olvidara en breve mis
penas y mi profesión, mi patria y mi hogar”.8
Así como sabemos que las hermanas Brontë, siempre enfermas y recluidas, no viajaron a
las islas Canarias, recogidas en ese frío norte, otra gran poetisa americana, Emily Dickinson
(1830-1886), coetánea de ellas, desde su soledad, desde la lejanía y con su sempiterna
soltería, escribió, sin pisar también suelo canario, los mejores versos que se puedan conocer
sobre la belleza del pico Teide, captándolo a través de los grabados del siglo XIX y de las
lecturas de los libros de literatura de viajes que llegaban a ella. O lo mismo le pudo haber
ocurrido a Julio Verne (1880-1949), amigo de Víctor Hugo, que escribe su obra Thompson
and Company y realiza toda su obra en las misteriosos parajes de las islas, y a pesar de que
fue un gran viajero, no hay constancia de su estancia en ellas, aunque sí algunos apuntes
nuestros que hacen posible su estadía. Así por ejemplo sabemos que con su propio barco
surcó los mares cercanos a África y que en una ocasión apareció un artículo suyo en la
Ilustración Canaria sobre la figura de Juan de Bethencourt.9
O bien surgen por esta época libros novelados que ponen en su argumento la historia de un
drago y la vida en torno a él, como esa historia que hemos encontrado recientemente en una
revista inglesa de principios del siglo XIX, que nos narra una historia de amor entre dos
jóvenes amantes bajo la sombra de un drago que existió en la ciudad de Telde, en Gran
Canaria.
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En estas revistas hemos encontrado auténticas joyas de principios del siglo XIX que poco a
poco iremos sacando a luz y que tienen que ver con la historiografía canaria.
Otro de los autores extranjeros, esta vez americano, que puso sus ojos en Canarias,
colocando en su famosa obra a un personaje de Tenerife, fue Herman Melville (1819-1851),
con su obra Mobby Dick, de tan alto significado para la literatura mundial. Melville estuvo en
el archipiélago en 1841,10 en un barco arponero, trabajo que le daría la base para la realización
de su mejor obra. Es posible que en sus viajes haya conocido a personajes canarios, no sólo en
el propio archipiélago sino alrededor del mundo en los centros arponeros donde los canarios,
expertos en la mar, buscaban afanosos sus trabajos. Es curiosamente anecdótico que la obra
llevada al cine en 1956 haya sido rodada en aguas canarias, en Las Palmas de Gran Canaria
con un auténtico plantel de figuras entre los que se encontraban John Houston como director y
los afamados actores Gregory Peck y Orson Welles.
Llegando ya al siglo XX, nos encontramos que en 1927 nos visita la simpar autora de
novelas de misterio e intriga, Agatha Christie (1890-1976), residiendo primero por un tiempo
en Tenerife y luego en Gran Canaria. De su estancia existe en su producción dos relatos
magníficos que hicieron que la autora británica volviera a la vida ya que había llegado a la
isla en unas condiciones mínimas al estar bajo una fuerte depresión, debida a problemas
matrimoniales que le hicieron perder la ilusión por la lectura y la escritura.11
También por estas fechas, otros afamados novelistas se sienten atraidos por las islas,
intentando, como los ya mencionados, introducir en sus capítulos temas canarios como
ocurrió con Graham Greene (1904-1991), que en su paso por el muelle de Santa Cruz se
entretiene en su obra El viaje sin mapas, mientras acude a una sala cinematográfica para ver la
versión de una de sus novelas.
Avanzado el siglo, hacia 1935, llegó a Tenerife un individuo apellidado Yin, de madre
inglesa y padre chino, que se llama Leslie Charteris. Instalado en el hotel Orotava de la Plaza
de Candelaria en Santa Cruz y sin moverse de dicho lugar, participa en las tertulias de un
afamado café santacrucero al tiempo que va escribiendo una obra que se desarrolla totalmente
en Santa Cruz, exactamente en los alrededores de la mencionada plaza. Este novelista no es
otro que el autor de las obras que llevan como personaje principal a “El Santo” y que tanta
fama alcanzó en los sesenta en una serie televisiva. Charteris echa a andar a su personaje que
se encuentra en medio de las calles santacruceras topándose con taxistas, mujeres y bandidos.
Su obra se titula El Picnic de los ladrones12 y nos vuelve a desvelar nuevamente el interés que
los novelistas extranjeros han sentido por el paisaje y el tipismo de las islas Canarias.
Hacia 1933 aparece una novela de acción de un autor británico que centra toda su acción
en Gran Canaria titulando su novela con el nombre de la isla.13 Nos referimos a A. J. Cronin,
un afamado médico nacido en Cardross, Dumbartonshire, en 1896. Al volver de la 1ª Guerra
Mundial se graduó en la facultad de medicina de la Universidad de Glasgow, para trasladarse
a ejecutar su profesión en Londres, hasta que por problemas de salud se dedicó a escribir y a
viajar, teniendo en su poder un buen número de obras entre las que sobresale juntamente a
Gran Canaria, la The Spanish Gardener, obras que han sido llevadas al cine en su mayoría, y
especialmente a series de televisión británica. Hasta su muerte, ocurrida en 1981, a los 85
años de edad, se retiró a Suiza.
En los albores del siglo XXI, un nuevo autor y una nueva novela que se centra en Tenerife
de la mano del autor inglés David Lodge se introduce en los estereotipos del turismo canario
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radicado especialmente en el Sur de Tenerife, dando con sus obra Terapia14 los más sabios
consejos para no seguir estropeando un paisaje singular. Su trabajo, editado y traducido en
todo el mundo, contiene una enorme crítica hacia el modo de hacer el turismo que tienen los
canarios, especialmente con los hoteles y sus malas condiciones, donde lo que menos aparece
es el tipismo y la singularidad del paisaje canario y de su gente.
En definitiva, ahí quedan unos claros ejemplos de la sempiterna importancia que el
archipiélago canario ha ofrecido al mundo entero, confiando que en sucesivos congresos
podríamos tratar individualmente cada uno de estos casos.
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NOTAS
1 SHAKESPEARE, William: The Complete Works. Vol. I y II. Ed. W.G. Clark & W. Aldis Wright; Nelson
Doubleday, Nueva York.
2 MONTERREY, Tomás: “La frontera norte-sur: el significado poético de “Tenerife” en la literatura
inglesa”. El Diseño artístico Norte-Sur: eurocentrismo y transculturalismo. Edit. J.L. Caramel Lage,
Escobedo de Tapia, J. L. Bueno Alonso. Vol. III. Servicio de Publicaciones de la Universidad de Oviedo,
1999, pp. 19-34.
3 DEFOE, Daniel: Robinson Crusoe. Planeta Ed.; Madrid, 1983, p. 31.
4 SWIFT, Jonathan: Los viajes de Gulliver. Planeta Ed.; Madrid, 1984. Parte IV cap. I, p. 200.
5 PINDAR, Peter: Ode to the fleas of Tenerife.
6 GASKELL, Elizabeth: Vida de Charlotte Brontë. Alba Editorial; Barcelona, 2000.
7 ROHAN-CHABOT, Phillip Ferdinand de: Rockingham; or the younger brother. George Routledge and
Co.; Londres, 1854.
8 ROHAN-CHABOT, Phillip Ferdinand de: Op. cit., p. 105.
9 VERNE, Jules: “Juan de Bethencourt”. Ilustración de Canarias. Santa Cruz de Tenerife, 31 de agosto de
1882 / 15 de noviembre de 1882. nº 4, 5, 6, 8 y 9.
10 HERRERA PIQUÉ, Alfredo: Las Islas Canarias, escala científica en el Atlántico. Viajeros y naturalistas
en el siglo XVIII. Ed. Rueda: Excmo. Cabildo Insular de Gran Canaria, y Caja Insular de Ahorros de
Canarias; Madrid, 1987, p. 101.
11 CHRISTIE, Agatha: El enigmático Mr. Quin y Miss Marple. The Complete Short Stories. Harper Collins
Publishers; Gran Bretaña, 1997.
12 CHARTERIS, Leslie: Thieves´ Picnic. Hodder & Stoughton; Londres, 1937.
13 CRONIN, A.J.: Grand Canary. Victor Gollancz Lted.: Gran Bretaña, 1933.
14 LODGE, David: Terapia. Col. Panorama de Narrativas; Edit. Anagrama, Barcelona, 1996.
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