652
VIAJERAS E INDÍGENAS: APUNTES SOBRE LA
IMAGEN DE LA MUJER CANARIA EN LOS TEXTOS
DE ALGUNAS DE LAS PRIMERAS
VIAJERAS INGLESAS
Vanesa Rodríguez Pérez
La literatura de viajes ha sido, y continúa siendo, un tema de gran importancia dentro
de la historiografía canaria, como lo demuestra el ingente número de obras que ha
suscitado. Contamos con monografías, como las dedicadas a Elizabeth Murray1 o
Marianne North,2 pero también con estudios más generales como los referidos a los
viajeros ingleses, realizados por José Luis García Pérez3 o Víctor Morales Lezcano,4 o
con el de Alfredo Herrera Piqué5 sobre la importancia del Archipiélago como lugar de
estudio para científicos de todo el mundo. Sin embargo, y dada la amplitud del
fenómeno, aún existen numerosos puntos en los que cabe ahondar, e incluso algunos
otros que podrían considerarse vírgenes, debido a la ausencia de bibliografía.
En este caso, hemos decidido acercarnos a uno de esos aspectos en los que, creemos,
sería interesante profundizar. Se trata de analizar las publicaciones que dentro del
ámbito de la literatura de viajes, han generado las mujeres viajeras; y, más
concretamente, de estudiar la imagen que, de nuestras mujeres, se concretó en dichos
textos.
Como señala Nicolás González Lemus,6 las mujeres, liberadas de los tradicionales
prejuicios a este respecto, comienzan a viajar a partir del último cuarto del siglo XIX. No
es que no viajaran con anterioridad a esta fecha puesto que, de hecho, desde 1850, llega
las islas Elizabeth Murray y, tan sólo seis años después, lo hacía Jessie Piazzi Smyth.
Sin embargo, los motivos por los que estas inglesas llegan Canarias no son los mismos
que moverán a las que lleguen en la década siguiente. Ambas, se desplazan al
Archipiélago acompañando a sus maridos, que por motivos de trabajo debían trasladarse
a él.7 Éste continuará siendo el caso de muchas mujeres8 y, no obstante, a partir de 1875,
el viaje adquiere para otras tantas una nueva dimensión. Ahora serán sus propios
intereses los que se conviertan en el motor y verdadera finalidad del periplo. En el
citado año, Marianne North viaja a Canarias, aconsejada por Charles Darwin, y sin más
compañía que sus lienzos y pinceles. En 1887, era John Harris Stone, en calidad de
fotógrafo, quien acompañaba a su esposa Olivia M. Stone a las islas, para la realización
de un libro de viajes sobre las mismas. Y, en 1907, con similar propósito, lo hace
Margaret D’Este, junto a su amiga R. M. King.
A pesar de que los asuntos que estas mujeres abordaron en sus trabajos no se
diferencian en gran medida de los del resto de viajeros, sí existen ciertos matices
distintivos, como la mayor atención y profundización en determinadas cuestiones.
Como señala Nicolás González Lemus, el tema de la mujer fue uno de los más
recurrentes en los textos de todos aquellos que nos visitaron y dejaron constancia de
ello:9 George Glas,10 William Robert Wilde11 o Jules Leclercq,12 son sólo algunos
© Del documento, de los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2009
Viajeras e indígenas: apuntes sobre la imagen de…
653
ejemplos del gran número de viajeros que hablaron de nuestras mujeres y dejaron, en las
páginas de sus textos, referencias de gran valor sobre ellas.
No obstante van a ser las viajeras las que realmente profundicen en todo lo referente
a la mujer canaria y su entorno, legándonos de este modo, tal y como ha afirmado José
Luis García Pérez, “los mejores relatos (...) porque supieron poner sus ojos en todo ese
mundo cotidiano, llegando a cada una de las habitaciones donde sus habitantes
moraban. Sus curiosos ojos fisgoneaban hasta el último rincón, de modo que aportaron
aspectos hasta entonces inéditos sobre interioridades y sentimientos femeninos”.13
Su misma condición genérica las unió empáticamente, hizo que el proceso de
observación fuera especialmente agudo, a la vez que les permitió un mayor y más fácil
acercamiento. Desde la forma de vestirse hasta los trabajos que realizaban, pasando por
las costumbres en los diferentes ámbitos de su vida, nada escapó a sus plumas y, por
tanto, tampoco a sus lecturas, sesgadas en muchas ocasiones por un cierto paternalismo,
relacionado con el, casi siempre ubicuo, sentimiento de superioridad de lo británico.
Las viajeras traen sus hábitos y experiencias desde su lugar de procedencia, algo que
evidentemente va a determinar su, digámoslo así, complacencia o desencanto con todo
aquello que viven y ven. Su mirada, por tanto, podrá ser más o menos veraz, pero nunca
será del todo objetiva. Pero es que, además, dichos hábitos y experiencias, generalmente
van a diferenciarse en gran medida, de aquellos que encuentran en el Archipiélago. De
esta forma, de entre los numerosos asuntos que van a interesar a estas autoras, es un
hecho que sus ojos se posaron, por encima de todos, en aquellos que no les eran
familiares. No debemos olvidar que se trataba de un choque de culturas y, que es
precisamente gracias a dicha confrontación, que estas obras tienen razón de ser.
Interesaba lo similar pero, sobre todo, interesaba la diferencia.14 Y, a través de la
diferencia se dibuja la imagen de nuestras antepasadas.
En este sentido, resulta interesante recordar el concepto de lo pintoresco que, como
veremos, se relaciona con el anterior. Se trata de un término que aunque nace en el siglo
XVII, adquiere todo su significado y valor a finales del XVIII, en Inglaterra. Algo
pintoresco, no sólo es algo que merece la pena ser pintado o fotografiado sino que es,
además, algo relacionado con la nueva sensibilidad que propone el romanticismo. Se
trataría de un elemento que se aparta de la belleza clásica y que, alejándose de todas las
categorías estéticas que ésta representa –lo suave, lo liso, lo llano, etc.–, toma las
contrapuestas –lo áspero, lo rugoso, lo irregular, etc.–. De alguna manera, lo pintoresco
es lo distinto, lo diferente. Aquello a lo que no se había prestado atención hasta
entonces, pero que también merece la pena ser contemplado.
Aclarado este punto, podemos adentrarnos en algunos de los temas que trataron las
viajeras que escribieron sobre el Archipiélago. Sin embargo, y como dijimos
anteriormente, lo haremos desde el punto de vista de la imagen. La imagen entendida en
sentido amplio, y no sólo como representación propiamente dicha. Para ello, nos
centraremos básicamente en las detalladas descripciones que estas autoras nos
proporcionaron sobre ciertos temas. Y, de entre las muchas viajeras, tomaremos como
ejemplo las que nos han parecido más representativas por la amplitud, calidad y difusión
de su obra. Así, las autoras y las obras que constituyen la fuente principal de este trabajo
son: Elizabeth Murray (Recuerdos de Gran Canaria y Tenerife, 1859), Olivia M. Stone
© Del documento, de los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2009
XV Coloquio de Historia Canario-Americana
654
(Tenerife y sus seis satélites, 1887), Margaret D’Este (In the Canaries with a Camera,
1909) y Florence Du Cane (The Canary Islands, 1911).
Nicolás González Lemus ya analizó, en su obra Viajeros victorianos en Canarias,15
algunos aspectos de la situación de la mujer canaria durante el siglo XIX, a través de las
voces de varios de los extranjeros que nos visitaron. Sin embargo, no es esto lo que aquí
nos interesa. Nosotros intentaremos abordar, no lo que estos extranjeros escribieron
sobre las costumbres y estilo de vida de nuestras mujeres, sino la apariencia, la figura,
los rasgos y el prototipo que de éstas se llevaron a su país de origen. En este sentido,
cuatro van a ser los asuntos más recurridos: la belleza, la mirada oculta tras los postigos,
la indumentaria y el transporte de objetos sobre la cabeza.
En cuanto al primero de ellos, el de la belleza, es casi un tópico. Las referencias a
esta cualidad de las indígenas canarias, se encuentran en prácticamente todas las obras
de estas viajeras. Y, si hacemos caso a los comentarios sobre este asunto, concluiremos
que las isleñas eran, en geneneral, hermosas, con esbeltas figuras y atractivos rasgos.
Hablando del paseo de la tarde, acontecimiento al que se refirieron otros viajeros que
destacaron también las hermosas jóvenes que allí podían encontrarse,16 Elizabeth
Murray comenta:
La gente duerme en sus casas durante el calor del día, pues en verdad hay poco
movimiento en la calle hasta que se siente la fresca brisa de la tarde, y es
entonces cuando las señoritas comienzan a salir, arregladas con un ligero
retoque, luciendo toda su lozanía y belleza en la Alameda.17
Ann Brassey, por su parte, lamentándose de no haber podido asistir a un baile en la
Orotava declara:
Especialmente, esto fue un gran pesar para nosotros, ya que aquí las señoras
creo que son, con razón, famosas por sus atractivos.18
Este comentario, a su vez, es interesante porque sugiere la proyección de esta
afirmación, la de la belleza de las mujeres canarias, de modo que, dicha cualidad
femenina, podría llegar a considerarse un aspecto más de todo lo que el viajero quiere
ver cuando visita el Archipiélago.
También Olivia M. Stone, alude, en numerosísimas ocasiones a lo largo de su libro,
al atractivo de las isleñas. Así, visitando un molino de gofio en la isla de La Palma
comenta:
Un par de bonitas muchachas, luciendo la típica gorra azul y roja que, colocada
sobre un lado de la cabeza, imparte un aspecto tan garboso, están esperando a
que terminen de moler su maíz para llevárselo.19
Más adelante, en la Isla de Tenerife:
Varias muchachas atractivas, risueñas y descalzas, regresan a casa.20
O, refiriéndose a las mujeres de Gran Canaria:
© Del documento, de los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2009
Viajeras e indígenas: apuntes sobre la imagen de…
655
Las mujeres, en general, son atractivas y llevan faldas rojas, prefiriendo los
colores vivos para sus pañuelos de cabeza y envolviéndose los hombros con
pañoletas amarillas, verdes y azules.21
Florence Du Cane también describe como hermosas a las jóvenes trabajadoras que se
encuentra en unas plantaciones, descalzas, cantando y llevando plátanos sobre sus
cabezas.22 Y Margaret D’Este se atreve a adivinar la belleza pasada en el rostro de la
esposa de su anfitrión en la Isla de La Palma:
La señora había sido una belleza en su día –probablemente ya pasaba de los
cuarenta– y no había olvidado como usar sus magníficos ojos (...).23
Y esta última cita nos interesa porque introduce algo que, generalmente, se añadirá a
estos comentarios sobre el atractivo de las isleñas. Se trata de la definición de aquellas
características que contribuyen a constituir dicho atractivo. En ese sentido, la mayor
parte de las viajeras hacen referencia a la tonalidad de la piel, los ojos o el cabello, que,
por ser oscuros, contrastan con los de las mujeres del lugar del que ellas proceden. Así,
Elizabeth Murray comenta:
Al atardecer, se puede contemplar a esa dama, porque a esa hora ya está
arreglada y dispuesta para ser admirada. Con toda probabilidad es una joven de
atractivos rasgos, de tez morena, con vivos ojos, y una hermosa cabellera,
donde una ramita de jazmín o de flor de naranjo ha sido prendida.24
También lo hace Olivia M. Stone, describiendo a las mujeres gomeras, sus
preferidas:
Además de un paisaje bello, el ‘valle hermoso’ posee unas mujeres preciosas.
Las muchachas son verdaderos cuadros que uno nunca se cansa de mirar. Sus
rostros perfectamente ovalados, ojos generalmente oscuros y una rica cabellera
oscura, piel fresca y delicada, cabezas pequeñas y altas con cuellos bien
formados, con cuerpos bien moldeados, llevados con una prestancia natural,
elegante pero sin forzar, casi conforman la perfección de la belleza femenina.25
En cuanto al segundo de los temas, existe un elemento que va a estar presente en
múltiples ocasiones cuando las viajeras se refieren a nuestras mujeres. Hablamos del
postigo. Las isleñas, y así lo testimonian muchas de estas autoras,26 salían muy poco a la
calle. De este modo, ciertos lugares se convertirán en claves en el encuentro de la
viajera y la indígena y, uno de ellos, quizá el más importante, lo constituye el postigo.
Algunas de las descripciones que antes hemos referido se realizaron después de
observar a una joven a través de un postigo, elemento que llamó la atención de las
viajeras, dejándonos muchas de ellas, comentarios que certifican su interés por los
mismos. Así lo hizo Olivia M. Stone:
Uno de los elementos más característicos de las casas son los ‘postigos’ (...)
Cuando uno pasa a lo largo de lo que aparentemente es una calle silenciosa y
desierta, estas trampillas, o ‘postigos’, se van abriendo lentamente una tras otra
hacia afuera y un rostro lleno de curiosidad, a veces atractivo y con cabellos y
tez oscuros, se asoma por él.27
© Del documento, de los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2009
XV Coloquio de Historia Canario-Americana
656
Y, más adelante, cuenta como, paseando por Garachico, a pesar de encontrarse, de
nuevo, la calle vacía y en silencio, su recorrido era observado desde las ventanas gracias
a este curioso elemento:
Como a los habitantes no les han prohibido mirar, los postigos se alzan a
izquierda y derecha y varias señoritas atractivas y morenas observan
desenfadadamente a los que perturban su siesta de mediodía.28
Un comentario similar lo encontramos en Margaret D’Este, quien explica cómo su
llegada a Icod y, concretamente el recorrido hasta el hotel en que iba a hospedarse, fue
acompañado del sonoro abrir de los postigos de la calle.29 En la obra de esta inglesa, por
otra parte, casi un tercio de las ilustraciones está protagonizado por mujeres, pero quizá
la más interesante de todas las fotografías sea aquella en la que R. M. King representa
uno de estos postigos, entreabierto, con una señora cuya mirada se pierde en la calle.
El referido al atuendo fue otro de los temas predilectos. Con los datos que estas
autoras aportan sobre la indumentaria de la mujer, podría reconstruirse con relativa
facilidad y corrección, el modo de vestir, con sus diferentes complementos, de nuestras
antepasadas. Las menciones al atuendo son tan frecuentes que, básicamente todos los
comentarios sobre mujeres en estas obras, van acompañadas de una breve descripción
sobre el ropaje de las mismas.
Elizabeth Murray, en una ocasión comenta:
Señoras completamente vestidas de negro, con la atractiva ‘mantilla’ y abanico,
se deslizan por el lado sombreado de la calle.30
Y, observando a los ciudadanos asistir a un importante oficio religioso, se encuentra
con:
hombres, mujeres y niños que se apiñan a millares, todos con sus vistosos
trajes de fiesta –la mujer lleva un sombrero de paja (no una toca, sino el mismo
tipo que usan los hombres) atado con unos anchos y vistosos lazos. En
ocasiones llevan sus cabezas cubiertas con unos pañuelos de un rojo o amarillo
bien chillón (...).31
Normalmente, en sus textos especificaban los cambios que podían apreciarse en el
atuendo femenino, cuando se trasladaban de una isla a otra e, incluso, de una parte a
otra de la misma isla. De este modo, en Olivia Stone, nos encontramos con comentarios
de este tipo:
Las mujeres y muchachas de esta zona [La Matanza] sienten predilección por
el amarillo para sus trajes y lo lucen en los pañuelos que llevan atados a sus
cabezas.32
Al acercarnos al Sauzal (...) el vestido de las mujeres cambia, ya que ahora
lucen chaquetillas estampadas.33
[En Valverde] las mujeres lucen faldellines rojos sobre faldas estampadas,
curiosamente recogidas.34
© Del documento, de los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2009
Viajeras e indígenas: apuntes sobre la imagen de…
657
De entre todas las prendas del atuendo habitual de las isleñas, el que más gustó a
estas inglesas fue la mantilla. En general, consideraban como Leclercq,35 que este
complemento realzaba la belleza de las canarias, y así lo reconocieron en varias
ocasiones. Por ejemplo, Olivia M. Stone, en Firgas, escribe:
Hoy ambos sexos lucen sus mejores galas. Todas las mujeres, sin excepción,
lucen la atractiva mantilla blanca.36
Y, en otra ocasión, después de describirla, se queja de la posible desaparición de la
mantilla blanca:
Algunas mujeres lucían mantillas blancas de franela pero la mayoría iba de
negro. Algunas de las mantillas blancas habían sido dobladas, formando
caperuzas, forradas de satén blanco, es decir, parte de la cubierta de la cabeza
había sido reforzada con un cartón dándole forma de caperuza (...) Esta moda
está desapareciendo y la triste mantilla negra la está reemplazando.37
Otro elemento referente a la indumentaria femenina que llamó la atención de las
viajeras, aunque esta vez despertando un sentimiento adverso, fue determinado
sombrero típico de la isla de La Palma. Florence Du Cane fue muy clara a este respecto
al afirmar:
Las gorras de mujer no tienen alas (solapas) y son muy feos.38
Olivia M. Stone, se burla en varias ocasiones tanto de su tamaño como de su falta de
funcionalidad:
Hay varias mujeres por allí y todas llevan sombreros de paja redondos,
absurdamente pequeños, en la cabeza y sobre el pañuelo, una moda posterior y
muy poco atractiva que se estila cerca de la capital.39
Y, más adelante:
El vestido de las mujeres de la ciudad y sus alrededores es poco atractivo.
Sobre el habitual pañuelo con que se cubren la cabeza (...) se colocan un
pequeño sombrero redondo de paja de aspecto marinero, tan pequeño que no
sirve para dar sombra, y que parece ridículo y no hace juego con el resto del
vestido.40
Como señala Carmelo Vega, para llevarse algo más que una descripción de la
indumentaria femenina típica de las islas, las inglesas se enfrentaron a un grave
problema.41 Aún no estaban familiarizadas con su funcionamiento y tampoco con su
significado por lo que, para nuestras mujeres, la fotografía era un acontecimiento
especial. Tal consideración les exigía sus mejores vestidos y no el atuendo que
realmente interesaba a las viajeras. Margaret D’Este relata las dificultades que tuvo su
amiga, la fotógrafa R. M. King para poder obtener alguna foto del traje típico:42
Nos encontramos con una mujer (...) ataviada con todo el traje típico.
[Quisimos fotografiarla], pero se retiró dentro de su casa, que estaba cerca y no
pudimos convencerla para que saliese.43
© Del documento, de los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2009
XV Coloquio de Historia Canario-Americana
658
Por último, otra de las imágenes que estas viajeras recrearon con relación a las
isleñas, fue la de éstas transportando todo tipo de objetos sobre sus cabezas. Se trata,
quizá, de una de las postales más pintorescas de todas las que se llevan. También son
múltiples las ocasiones en que se habla de este tema. Era muy común verlas por las
calles de las ciudades, y por los caminos en los pueblos, cargando con vasijas de agua,
con cestas de fruta o con cualquier otra cosa. Las autoras se sorprenden del peso que
nuestras mujeres pueden soportar sobre sus cabezas:
Nos llamaban la atención las mujeres con que nos cruzábamos por la cantidad,
tanto de peso como de volumen, que llevaban sobre sus cabezas. En una
ocasión posterior en nuestro viaje, vimos a una mujer, en un día bastante
ventoso, con un sombrero grande, ¡ponerse tranquilamente una enorme piedra
sobre la parte alta de la cabeza para que no se le volase el sombrero, sin que el
peso innecesario le causara aparentemente ningún problema o inconveniente ya
que sonreía al caminar!44
Igualmente se asombran de lo insólitos que son, en ocasiones, los objetos que
transportan:
Es increíble las cosas tan curiosas que llevan las mujeres en la cabeza. Nos
cruzamos con una que llevaba un hacha por el mango, balanceando la cuchilla
sobre su cabeza.45
Este hecho sorprendía y gustaba mucho a estas viajeras de modo que, en algunos
casos, decidieron llevarse algo más que las puras descripciones. R. M. King fotografía a
una mujer junto a dos pequeños, que sostiene sobre su cabeza un enorme cesto que casi
representa la mitad de la altura de dicha mujer.46 Ella Du Cane también ilustra este
peculiar modo de transportar cargas en dos de sus acuarelas, una de una calle en el
Puerto de la Orotava y otra en la que representa el trabajo con el plátano.47
Y Olivia M. Stone, por otra parte, volverá a hacer referencia a la dificultad para
fotografiar tales cosas cuando en Guía, en casa de un alcalde, ve como se esfuma su
deseo de obtener una imagen fresca y representativa de la vida cotidiana. No obstante,
Tras mucho insistir, logramos que la sirvienta del alcalde posara con un barril
de agua en la cabeza; creía que nos estábamos riendo de ella, mientras que
nosotros la veíamos como lo único que daba algún valor al grupo.48
Es un hecho, que podrían encontrarse otras imágenes interesantes de las isleñas de la
época, pero quizá sean las que hemos analizado las más interesantes desde el punto de
vista del concepto de la diferencia que, como señalamos, se constituye como el motor
fundamental del encuentro y relación entre viajeras e indígenas.
Finalmente, y a modo de conclusión y justificación de este trabajo, hemos de señalar
la importancia de todo este tipo de descripciones a que nos hemos referido, dada su
capacidad de recrear y llevar hasta los hogares de los lectores, verdaderas imágenes de
lugares y situaciones lejanos que, seguramente, nunca llegarían a visitar in situ. De este
modo, y en este caso concreto, muchos individuos pudieron hacerse una idea más o
menos aproximada de nuestras mujeres, conformándose una imagen de las mismas, a
pesar de no haberlas visto nunca. En este estudio no he entrado a valorar la fiabilidad de
© Del documento, de los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2009
Viajeras e indígenas: apuntes sobre la imagen de…
659
estas fuentes, puesto que de lo único que he tratado es de llamar la atención sobre la
importancia de estas mujeres en la fabricación de un modelo de imagen femenina
canaria, tal y como se llegó a crear, por ejemplo, un modelo de imagen de paisaje.
© Del documento, de los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2009
XV Coloquio de Historia Canario-Americana
660
NOTAS
1 GARCÍA PÉREZ, José Luis: Elizabeth Murray. Un nombre en el siglo XIX. Santa Cruz de Tenerife,
Aula de Cultura de Tenerife, 1982.
2 GARCÍA PÉREZ, José Luis: Marianne North. Tenerife en un Rincón londinense. Santa Cruz de
Tenerife: Servicio de Publicaciones de la Caja General de Ahorros de Canarias, Cabildo Insular de
Tenerife, 1994, o GONZÁLEZ LEMUS, Nicolás: Marianne North y su viaje a Canarias. Puerto de
la Cruz, Sitio Litre, 2000.
3 GARCÍA PÉREZ, José Luis: Viajeros ingleses en las Islas Canarias durante el siglo XIX. Santa
Cruz de Tenerife, Caja General de Ahorros, 1988.
4 MORALES LEZCANO, Víctor: Los ingleses en Canarias (libro de viajes e historias de vida). Las
Palmas de Gran Canaria, Edirca, 1986.
5 HERRERA PIQUÉ, Alfredo: Las Islas Canarias, escala científica en el Atlántico: viajeros y
naturalistas en el siglo XVIII. Madrid, Rueda, Gran Canaria, Cabildo Insular [etc], 1987.
6 GONZÁLEZ LEMUS, Nicolás: Viajeros victorianos en Canarias. Las Palmas de Gran Canaria,
Cabildo Insular de Gran Canaria, 1998.
7 El marido de Elizabeth Murray, Henry John Murray es nombrado, en 1850, cónsul británico en las
islas por lo que ambos se establecen en Santa Cruz de Tenerife desde esa fecha. Jessie Piazzi Smyth,
de igual manera, viene a Tenerife porque su esposo debe realizar en la isla ciertos experimentos
científicos.
8 Isabelle Burton, Anne Brassey o Frances Latimer.
9 GONZÁLEZ LEMUS, Nicolás: Viajeros victorianos en Canarias. Las Palmas de Gran Canaria,
Cabildo Insular de Gran Canaria, 1998, p.108.
10 GLAS, George: [Trad. Cast.] Descripción de las Islas Canarias 1764 (incluida la historia moderna
de sus habitantes y una relación de sus usos y costumbres). La Laguna, Instituto de Estudios
Canarios, 1976.
11 WILDE, William R.:[Trad. Cast.] “Narración de un viaje a Tenerife (Capítulo IV)”, en WILDE,
William R.: Narración de un viaje a Tenerife (Capítulo IV) y otros. La Orotava, Jose A. Delgado
Luis, 1994.
12 LECLERCQ, Jules: [Trad. Cast.] Viaje a las Islas Afortunadas. Cartas desde las Canarias en 1879.
Madrid, Viceconsejería de Cultura y Deportes, 1990.
13 GARCÍA Pérez, Jose Luis: Op. cit., 1994, p. 21.
14 Algunas veces, incluso, hacen hincapié en dichas diferencias como Olivia Stone cuando,
refiriéndose al tiempo en Santa Cruz dice: “Me levanté sobre las 7 p.m. y el termómetro marcaba
76º F (24,5 º C) a la sombra. Parece que no apetece dormir hasta tarde cuando todos, y
especialmente el sol, está tan despierto. En nuestro clima del norte sí hay alguna excusa para la
© Del documento, de los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2009
Viajeras e indígenas: apuntes sobre la imagen de…
661
pereza cuando, al subir las persianas, encontramos cielos grises, calles sucias y la lluvia cayendo a
torrentes. Aquí eso pasa tan pocas veces que, cuando ocurre, la gente se levanta a verlo. La lluvia es
lo inusual para ellos, el sol es para nosotros”, en Olivia M. Stone: [Trad. Cast.] Tenerife y sus seis
satélites. Tomo I. Las Palmas de Gran Canaria, Ed. del Cabildo Insular de Gran Canaria, 1995,
p. 28. En otra ocasión quejándose de la reclusión que sufren las jóvenes de clase media en las islas,
compara la situación con su contrapuesta, que es la que existe en países como el suyo propio:
“Piensen en Inglaterra, por ejemplo, o mejor aún, en Irlanda, cuyas mujeres son famosas, e incluso
acusadas a veces, por la libertad de sus costumbres y de su forma de actuar y, no obstante, el pueblo
irlandés, el verdadero pueblo celta, es uno de los más virtuosos de toda la tierra –por no decir el
más–, un hecho demostrado por las estadísticas” (Ídem, p. 455)
15 GONZÁLEZ LEMUS, Nicolás: Op. cit., 1998.
16 Jules Leclercq en su obra Viaje a las Islas Afortunadas reconoce: “Pero aún más encantador que el
paseo son las paseantes que vienen a lucirse aquí cada tarde; costumbre, por no decir pasión, que se
encuentra en todos los rincones de España. ¡Qué prestancia, qué cimbreantes talles, qué espléndidas
cabelleras criollas! Bajo este bendito cielo se pasean escotadas, con los brazos desnudos como en
traje de baile. En su coqueta manera de llevar la mantilla sobre la peineta de carey y, sobre todo, en
el complicado arte del manejo del abanico, hay todo un arsenal de seducciones capaces de fundir las
nieves del Pico de Tenerife (...)” (LECLERCQ, Jules: Op. cit., 1998, pp. 56-57)
17 MURRAY, Elizabeth: [Trad. Cast.] Recuerdos de Gran Canaria y Tenerife. Santa Cruz de Tenerife,
Pedro Duque Canarias, 1988, p. 21.
18 BRASSEY, Ann: [Trad. Cast.] “Un viaje en el Sunbeam”, pp. 60-61, en William R. Wilde:
Narración de un viaje a Tenerife (Capítulo IV) y otros. La Orotava, Jose A. Delgado Luis, 1994.
19 STONE, Olivia M.: Tenerife y sus seis satélites. Vol. 1. Las Palmas de Gran Canaria: Ed. del
Cabildo Insular de Gran Canaria, 1995, p. 372.
20 Ídem, p. 481.
21 STONE, Olivia M.: Op. cit., 1995, vol. 2, p. 96.
22 DU CANE, Florence: The Canary Islands. London, A. & C. BLACK LTD, 1911, p. 58.
23 D’ESTE, Margaret: In the Canaries with a camera. Londres, Methuen and Co., 1909, p. 160.
24 MURRAY, Elizabeth: Op. cit., 1988, p. 21.
25 STONE, Olivia M.: Op. cit, 1995, vol. 2, p.310.
26 Ídem, pp. 453-455 y D’Este, Margaret: Op. cit., 1909, p.79.
27 Ídem, vol. 1, p. 38.
28 Ibídem, p. 113.
© Del documento, de los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2009
XV Coloquio de Historia Canario-Americana
662
29 D’Este, Margaret: Op.Cit, 1909, p. 68.
30 STONE, Olivia M.: Op. cit., vol. I, p. 29.
31 MURRAY, Elizabeth: Op. cit., 1988, p. 166.
32 STONE, Olivia M.: Op. cit., vol. I, 1995, p. 67.
33 Ídem: p. 68.
34 Ibídem: p. 272.
35 LECLERCQ, Jules: Op.Cit., 1990, pp. 56-57.
36 STONE, Olivia M.: Op. cit., vol. II, 1995, p. 247.
37 Ídem, vol. I, pp. 57.
38 DU CANE, Florence: Op. cit., 1911, p. 145.
39 STONE, Olivia M.: Op. cit., 1995, vol I, p. 341.
40 Ídem, vol I, p. 386.
41 VEGA DE LA ROSA, Carmelo: La Isla Mirada. Tenerife y la Fotografía (1839-1939). Tomo II.
Santa Cruz de Tenerife: Centro de Fotografía ‘Isla de Tenerife’, 1995.
42 D’ESTE, Margaret: Op. cit., 1909, pp. 167-168.
43 STONE, Olivia M.: Op. cit., 1995, vol. I, p. 380.
44 Ídem, vol. I, p. 48.
45 Ibídem, vol. II, p. 104.
46 D’ESTE, Margaret: Op. cit, 1909.
47 DU CANE, Florence: Op. cit., 1911.
48 STONE, Olivia M.: Op. cit, vol. I, p. 205.
© Del documento, de los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2009