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LA VISIÓN DE CANARIAS EN TALES OF THE
FORTUNATE ISLES (1959) DE PAUL ELDRIDGE
María Isabel González Cruz
INTRODUCCIÓN
En 1959, Paul Eldridge, un prolífico escritor norteamericano, publicaba en Nueva York y
Londres una colección de 25 cuentos inspirados y ambientados en Canarias, bajo el título de
Tales of the Fortunate Isles. 1 Estos cuentos, que están precedidos por un prólogo con el
nombre de “Obertura”, aparecen ilustrados con una especie de caricaturas (una por historia)
realizadas por Arthur Zaidenberg, profesor de dibujo de la Universidad de Nueva York (cf.
http://www.drleslie.com/Contributors/contributorslist.shtml).
Como bien se señala en la contraportada de la obra original en lengua inglesa, son muchos
los libros que se han escrito sobre las islas, su historia, su flora y fauna, guías de viaje, etc.
Pero la cuestión que se plantea el autor es ¿qué hay de su gente, que hasta ahora ha sido
completamente olvidada? Para escribir estos 25 cuentos, Eldridge, sin duda un maestro en
contar historias, tuvo que vivir bastante tiempo entre los canarios y compartir experiencias
con ellos, sus alegrías y tristezas, diversiones y sufrimientos, y poder así presentarlos tal y
como son en realidad, con todas sus contradicciones, es decir, y usando sus propias palabras,
“sabios e ingenuos, amables y crueles, encantadores e irritantes, divertidos y extravagantes,
auténticos hijos e hijas del magnífico hidalgo Don Quijote y su incomparable escudero,
Sancho Panza”. Con todo este material, Eldridge crea unas historias extraordinarias, dentro de
la tradición de los grandes maestros raconteurs, los habilidosos contadores de anécdotas. Son
cuentos en los que efectivamente hay tragedia pero también humor, drama, pasión y nobleza
de espíritu, y que constituyen un valioso retrato de un pueblo especial y de un territorio único.
SOBRE EL AUTOR: PAUL ELDRIDGE
No ha sido fácil encontrar datos de este escritor. En la introducción a su versión española
de los Cuentos, Riesco Riquelme (2004, p. 9) señala que “nació en 1888 y murió en 1982.
Americano. Escritor, educador, poeta y viajero. Ya está. Eso es casi todo cuanto se puede
averiguar de la vida, obras y milagros de Mr. Eldridge”. No obstante, nosotros hemos tenido
más suerte; por un lado, contábamos con la contraportada de la versión original del libro que
hemos manejado, donde sí se da cierta información; y, por otro, con algunos contactos en
universidades norteamericanas, 2 además de Internet y el acceso a otras obras suyas que
pudimos localizar en varias bibliotecas españolas. Con todas estas fuentes hemos podido
averiguar algunos datos de la vida académica y personal de Paul Eldridge; así, sabemos que
estudió en varias universidades, que se licenció en la Universidad de Pensilvania, y que
obtuvo el grado de doctor en La Sorbona en 1913, donde fue profesor de Literatura
norteamericana. Trabajó como profesor de lenguas romances en un instituto de Secundaria de
Nueva York desde 1914 hasta 1945, año en el que se jubiló. Entre 1910 y 1912 dio clases de
Literatura inglesa en el St. John’s College de Filadelfia. También fue profesor de Literatura
norteamericana en la Universidad de Florencia en 1923. De hecho, Eldridge viajaba
intensamente y vivió en numerosos países por lo que se consideraba a sí mismo un ciudadano
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del mundo, aunque Nueva York siempre constituyó un importante punto de referencia en su
vida. Sabemos, además, que al comienzo de su carrera literaria, tomó como guía al filósofo
Spinoza, “con el objetivo de mantener su alma intacta y su pluma libre, comprometida con la
noble profesión de la enseñanza”. Entre sus publicaciones figuran novelas, historias o cuentos,
poesía, obras de teatro, ensayo y máximas, que contaron con el beneplácito de la crítica, que
le otorgó por ellas el calificativo de “Rochefoucauld 3 americano”. De hecho, al teclear el
nombre de Paul Eldridge en el conocido buscador de Internet Google, este nos informa de que
existe un total de 1.910.000 direcciones, la mayoría relacionadas con estas máximas o quotes,
quotations, o sea, citas. Otros datos de tipo personal que hemos obtenido son que nació en
Filadelfia (Pensilvania) el 5 de mayo de 1888, y que se casó con la también escritora Sylvette
de Lamar, su compañera de viajes a la que dedicó todos sus trabajos.
Gracias a todas nuestras fuentes hemos conseguido elaborar un listado bastante amplio,
aunque seguramente incompleto, de sus obras más importantes, lo que demuestra que fue
bastante prolífico. Además de las Tales of the Fortunate Isles, su producción incluye una
relación de más de 45 títulos que aportamos en la segunda sección del Apéndice.
Varias obras suyas salieron en colaboración con otros autores, como es el caso de Prince
Pax. Pero quizá la más importante de este tipo de trabajos es la trilogía que publicó con el
alemán George Sylvester Viereck, autor muy criticado por ser simpatizante y propagandista
nazi durante las dos contiendas mundiales, y que fue condenado a prisión en 1942 por sus
escritos progermanos
y por no acatar la Foreign Agent Act. 4 Precisamente el asociarse con
Viereck repercutió negativamente en la carrera de Eldridge, a pesar de que este no compartía
las ideas del alemán. Las tres novelas fantásticas que escribió junto a él fueron best sellers en
su momento y se titularon My first two thousand years. The autobiography of the wandering
Jew (Macaulay, 1928), cuya última reedición salió en la Sheridan House en 2001; Salome, the
wandering Jewess (Liveright, 1930), y The invincible Adam (Liveright, 1932). Sin embargo,
el precio que tuvo que pagar por el éxito de estos trabajos conjuntos fue que pocos quisieron
luego darle crédito a sus publicaciones posteriores, que solo consiguieron ser distribuidas por
editoriales de menor prestigio.
Como indica Salmonson (2000), Eldridge escribió también historias cortas, incluyendo
algunos cuentos que ella califica de “un tanto extraños”. Al parecer, los mejores pueden
encontrarse en el libro Irony & Pity: a book of tales, publicado en 1926 por Joseph Lawrence,
entre los que destaca el titulado “Emperor of Micamaca”. Otro cuento interesante e
igualmente extraño, en su opinión, es el ya mencionado “And the Sphinx Spoke”.
En cuanto a la estancia de Eldridge en nuestro archipiélago, apenas hemos podido recabar
información, pero hay varios detalles insertados en estos relatos sobre Canarias que nos llevan
a posibles datos autobiográficos. Así, está claro que Eldridge viajó por todas las islas y
conoció profundamente al menos cuatro de ellas en las que ambientó diversos cuentos; son
Tenerife (15 historias), Gran Canaria (7), La Palma (2) y Lanzarote (1). Ya en el segundo
cuento, titulado “La ramera de Tenerife”, el narrador, que podemos identificar como al propio
Eldridge, habla de su llegada a esta isla (50); más adelante, deducimos que Tenerife fue la
primera isla a la que llegó y en la que, probablemente, centró su estancia, puesto que en el
cuento “La estrategia de Cristóbal”, el mismo narrador nos cuenta: “Hice el tour del
Archipiélago, las siete islas de las Afortunadas, lo que me llevó más de dos meses. Cuando
volví a mi hotel del Puerto de la Cruz me encontré con Cristóbal que me esperaba…” (28687).
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Por otro lado, son muchas las referencias a lugares y a calles en diversas localidades
insulares, la mayoría reales (aunque otras no tanto) tales
como la calle del Pintor 5 en el
Puerto de la Cruz (67); la supuesta calle de los Profetas 6 en Santa Cruz de La Palma (345); la
calle de Triana en Las Palmas de Gran Canaria (316), que describe como “la calle menos
española de Canarias” (408)e
incluso encontramos referencias a fiestas populares isleñas
como el Corpus Christi con sus alfombras florales y las procesiones en el Puerto de la Cruz
(273); o bien la fiesta lustral de la Virgen de las Nieves en Santa Cruz de La Palma (338). Se
nombran también algunos establecimientos como el Gran Hotel Atlántico del Puerto de la
Cruz (106), o el entonces Albergue, hoy conocido como el Parador de la Cruz de Tejeda
(381). Igualmente, llama la atención el hecho de que los personajes aparecen con nombres y
apellidos muy canarios, y están insertados en contextos profesionales locales muy específicos,
como Gabriel Ramos, profesor de filosofía de la Universidad de La Laguna, o el profesor
Tomás Pérez y Pérez, decano del departamento de Matemáticas y Adela de la Torre,
secretaria de esa universidad (243); o el escritor Luis Pinto y Leal, que “había publicado
varios volúmenes de cuentos sobre los tinerfeños y se le consideraba […] como el más fiel
experto en la psique de los habitantes de la Isla” (203). Todo esto parece demostrar que, en
efecto, la visita del escritor fue real y lo suficientemente larga como para permitirle conocer
profundamente los entresijos del mundo isleño.
LA OBRA Y SUS TEMAS MÁS RECURRENTES
Uno de los aspectos que más cabe destacar de esta colección de cuentos es la forma en la
que el autor nos va dibujando a los canarios, en una suma de detalles que van configurando
todas las peculiaridades del carácter isleño y sus conflictos, tanto personales como sociales.
Cada cuento nos presenta una historia aparentemente real, no porque tengamos la certeza de
que los hechos narrados sean verídicos, que bien podrían serlo, sino porque lo que el lector
encuentra en ellos es un auténtico pedazo de vida, un espejo en el que podemos mirarnos y
ver imágenes de lo que fuimos, o de lo que todavía somos y quizá siempre seremos, y que sin
duda nos va dejando un cierto sabor agridulce.
Uno de los primeros rasgos que Eldridge aporta en su caracterización de los canarios es el
de su forma de hablar y, así, en la primera historia contrasta el castellano pundonoroso del
cura don Pablo (26) con “el español corrupto de la Isla” (27). También en el siguiente relato
apunta que don Casiano “hablaba un castellano selecto, que rara vez se oía entre los canarios”
(51). Los comentarios sobre las maneras de hablar se aplican incluso a extranjeros como los
británicos, poseedores de un acento “que a los canarios nos gusta al mismo tiempo que nos
burlamos de él”; y de un angloparlante en concreto añade: “Pero su español era excelente,
más que el que hablan la mayoría de los canarios” (120). De hecho, la presencia de la colonia
británica en las islas en aquella época es recogida por el autor, que incluye en su narración la
típica escena de los niños que se avalanchan sobre el turista gritando “Caballero, un penny,
uan penny…” (100). Además, en su relación con los canarios, Eldridge se preocupa de señalar
que él es americano, “aunque sólo fuera para dejarle claro que no era inglés”. Y añade:
Los ingleses de las Islas eran el cuerpo moribundo de lo que una vez fuera una
próspera y respetada colonia, anticuados en modales e ideas, y a punto de entregar el
alma, ya que el más joven entre ellos era un antiguo militar, de setenta años, y las
nuevas generaciones de Albión no tenían ni el dinero ni la necesidad de venir aquí a
vegetar e intercambiar chismorreos (51).
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Sobre la especial situación sociopolítica del archipiélago en el momento de su visita,
Eldridge nos dice: “En aquella época, las Canarias eran consideradas por sus gobernantes de
la Península como colonias para ser explotadas hasta el límite, tal y como sus ancestros
habían considerado a los estados suramericanos” (134). A veces, el autor aprovecha los
pensamientos de los personajes para explicar ese especial contexto, como cuando leemos:
¿Pero a dónde ir? Cualquier otra de las Islas Canarias no sería mejor que La Palma.
Y la Península en aquel tiempo era un país más extranjero que Australia o Sudáfrica.
De hecho, la odiábamos. Teníamos la sensación de que se aprovechaba de nosotros y
que nos consideraba nada más que una colonia que exprimir. Todos los despachos
importantes del gobierno de las Islas estaban ocupados por gente que enviaban de
Madrid y que llamamos “Godos”, Vándalos, saqueadores. Por supuesto las cosas
ahora han cambiado y los isleños se consideran a sí mismos como españoles de los
españoles. (346)
Quizá por esa sensación de estar en lo que él considera una colonia explotada, Eldridge
desarrolla una llamativa aversión hacia las plataneras, un sentimiento que también hace
compartir a algún personaje, como cuando hace confesar a Cristóbal: “Odiaba la mera visión
de las plataneras y sólo esperaba el momento oportuno de irme a París o […] a Madrid a
continuar mis estudios” (285). La explicación a este odio visceral nos la ofrece desde las
primeras páginas del libro, y la repite en varias ocasiones, como cuando escribe:
… la exuberante vegetación había sido extirpada sin piedad para hacer sitio a las
omnipresentes plataneras, que no deleitan ni el ojo ni el olfato y que los canoros de
garganta dorada, tocayos de las islas, despreciaban como lugares de anidamiento e
incluso de descanso temporal. En verdad, la mayor parte de las aves habían
abandonado la Isla hacia otros sitios donde la codicia de los hombres no hubiera
sacrificado aún rama, tallo, hoja y flor, que son los hospitalarios refugios de las
criaturas aladas (51).
Eldridge insiste en esta crítica cuando describe el Puerto de la Cruz como “una de las
ciudades principales de Tenerife, que una vez fue una gran huerta con una infinita variedad de
árboles frutales, y que ahora estaba completamente tomada por las plataneras, que
enriquecieron a una docena y matan de hambre al resto de los quince mil habitantes” (100). O
cuando señala que unas casas habían sido “demolidas para plantar más y más plataneras y
llenar más y más bolsillos de especuladores” (206). La imagen negativa del nuevo rico que
surge del cultivo y exportación del plátano es representada por personajes como don Casiano,
que “había sido el abogado más prominente de Tenerife, pero astutas inversiones en las
plantaciones de plátanos le habían procurado una sólida fortuna” (50); o como don Carlos,
“dueño de varias fincas de plataneras en Gran Canaria, […] [que] carecía enteramente de
soberbia , la arrogancia desdeñosa que aflige a tantos canarios ricos. Había algo de americano
en su trato fácil con los camareros y las doncellas y su despreocupación por las formalidades”
(382). Este último comentario nos lleva a otra crítica de Eldridge acerca de la forma de ser de
los isleños que, en su opinión, tienden a ser muy malos con los otros canarios, especialmente
con los que son pobres pero, eso sí, son muy buenos con los emigrantes que vuelven ricos y
con los extranjeros. Así lo vemos en varios cuentos, como en el titulado “Velas para San
Antonio”, donde Antonio Jesús, el tendero del Puerto de la Cruz, se queja de que sus vecinos
prefieren “caminar kilómetros para comprar las mismas cosas y por el mismo precio”
simplemente “porque somos malosmalosmalos.
Pero sólo los unos con los otros. Con los
extranjeros somos todo miel y mantequilla. Sonreímos, hacemos reverencias, y nos
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humillamos, y ellos dicen ‘los canarios son ángeles’, pero con los nuestros somos…– se llevó
un dedo a la sien” (74). Y más adelante reconoce que “él también rechazaba a los pobres y era
servil con los ricos”. Y se pregunta: “¿Es esta una enfermedad endémica de los canarios,
como creían los canarios que se despreciaban entre sí, o una epidemia universal?” (93). En
“El tíovivo
de Virgilio” oímos la voz del propio Eldridge ante esta crítica que pone en boca
de varios personajes en distintos cuentos. Así, cuando Virgilio se lamenta de la maldad de sus
paisanos, diciendo “– Porque son malos,…malos”, el narrador apunta:
Había oído ese comentario en todas y cada una de las Islas y nunca lo acepté como
verdadero, ya que rara vez había encontrado gente de mejor trato y aparentemente
más amable. Sólo hacía falta una sonrisa o un “adiós” para que estuvieran dispuestos
a entregarte sus corazones.
– Sí, señor – repitió, me echaron a base de burlas de la Isla (343344).
En “El millonario”, otro de los cuentos en el que podemos identificar al propio Eldridge en
el narrador y protagonista, Andrew King, un maestro de Tejas y escritor frustrado, también
encontramos críticas hacia los canarios, como cuando leemos:
Oh, cómo amaba este oasis en el vasto desierto del Atlántico, todo en él, su belleza,
su clima, sus leyendas. Leyendas. ¿Qué país podía jactarse de igualarlas? ¿No eran
las Islas Afortunadas, los Campos Elíseos de los griegos, el Paraíso de los Fenicios,
el lugar de descanso eterno de santos cristianos e incluso, sí, el agujero del Diablo?
¿No eran la Atlántida, el Continente Perdido, más magníficas que el continente que
había escapado a las mareas devoradoras de las aguas enfurecidas? Incluso amaba
sus inconvenientes, su insularidad, su atraso. Y a sus gentes, también, las amaba,
pese a que eran dignos de poca confianza, pese a que mentían patológicamente, pese
a su carácter infantil (110).
Por su parte, Pedro, el emigrante que regresa pobre a su Tenerife natal, estuvo
reflexionando y “Se dio cuenta […] de que era un extranjero en la Isla, más extranjero que los
turistas que venían de visita: esos eran bienvenidos; él era rechazado, excepto como un
espejismo creado a imagen de sus esperanzas y su avaricia” (93). De hecho, el problema de la
emigración aparece reflejado en varios cuentos, como cuando Virgilio explica lo que él llama
el “drama canario” a un visitante americano que bien podría ser el propio Eldridge:
Señor , no tiene ni idea de lo común que es la tragedia de nuestra gente que se marcha
en busca de fortuna y con sólo algo de dinero y vuelven más miserables que cuando
se fueron, vuelven con sus parientes y amigos que se burlan de ellos y los desprecian.
La verdad es que el regreso de los “indianos” pobres, como los llaman, es el
elemento recurrente del drama canario (348).
Y es en el cuento titulado “Los muertos no lloran” donde el autor denuncia, además,
abiertamente el consiguiente abandono irresponsable en el que muchos canarios dejaban a sus
familias. Así, en un diálogo que se desarrolla en el muelle, poco antes de la salida del
hidroavión que unía Las Palmas de Gran Canaria con Inglaterra, un hombre intenta consolar a
su esposa diciéndole:
– No llores, Isabel. Te juro que te escribiré regularmente, y no pasará mucho tiempo
antes de que mande a buscarte. No llores – pero continuó sollozando, la cabeza
escondida entre los brazos.
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– Sabe que nunca mandará a buscarla, – dijo una inglesa –. Nunca lo hacen.
– Dejan a sus mujeres e hijos y luego se olvidan de ellos, – añadió otra.
– El gobierno español intenta hacer algo al respecto, pero ya se sabe cómo son estas
cosas: ojos que no ven, corazón que no siente. (191)
Otro rasgo del carácter isleño que Eldridge resalta en varias ocasiones es el de la morriña,
la necesidad de volver a la tierra natal (367). Así, leemos afirmaciones como las siguientes:
… empecé a sentir morriña. Nosotros los canarios no podemos desgajarnos del lugar
donde nacimos, no importa lo desgraciados que fuéramos en él. […] tenía que besar
a mi madre y respirar un poco del aire canario (123).
Un canario es siempre un canario. Nuestras raíces tiran de nosotros (142).
Atado, como todos los canarios, al lugar de su nacimiento y donde creció, decidió
construir otra casa en los terrenos de la antigua (312).
No sé, señor, si los americanos sufren de añoranza, pero a nosotros los canarios nos
tortura. Nos morimos por irnos de las Islas y luego nos morimos por volver a ellas.
Es casi una maldición. Ya no podía soportar más el dolor y decidí volver a mi lugar
de nacimiento (348).
Según comenta el turista y narrador de “El profesor cornudo”, que no parece ser otro que el
propio Eldridge, “los canarios tienen que estar seguros de que el interés de uno no es simple
curiosidad, sino ‘simpatía’, no en el sentido de piedad, sino en el de acompañar en el
sentimiento” (240). Hay, sin embargo, otras características bastante negativas que el autor va
señalando, casi siempre por boca de los personajes, como cuando leemos: “… es usted un
adulador, como todos los canarios (329)”. O bien apunta, “nosotros los canarios no tenemos
ninguna iniciativa […] Nos cargamos con lo que nos mandan cargar como las mulas y los
bueyes y vamos a donde nos llevan (74)”. Y así, otras muchas críticas de variada índole, como
las que recogemos aquí:
Nuestros tinerfeños estarán contentos de servirle. Como son provincianos, les
encanta darse baños de orgullo castellano (143).
Aquí en las Islas Canarias no nos preocupamos por el arte ni por los artistas (277).
A todos nosotros, los canarios, nos aflige el quijotismo, como bien sabe, señor. Es
nuestro fallo, un fallo grave, quizás, y mucha de la miseria de España tiene sus raíces
ahí. Pero también mucha de la gloria de España. Qué seríamos sin ellos: mezquinos
comerciantes, fanfarrones intolerantes e intolerables, tediosos formalistas (383).
Otros comentarios revelan la afición de los isleños por los cotilleos, como las siguientes:
… porque las Islas eran como barriles destapados en lo que se refiere a rumores. Un
poeta local satírico las llamó las Islas de los Ecos Perpetuos (74).
… sólo hacía falta el más mínimo cotilleo para crear el más intrincado laberinto de
misterios en el Puerto de la Cruz (302).
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En Santa Cruz las lenguas cortaban las reputaciones de las muchachas como los
cuchillos cortan la mantequilla (370).
De los bagañetes, o sea, de los palmeros de Tazacorte, dice el narrador que son “reputados
en toda la isla de La Palma por su zafiedad” (44) y destaca su amor por el juego, que “era
conocido en toda la isla de La Palma” (27), así como el hecho de que “más de la mitad de la
población de Tazacorte era analfabeta” (29).
Tampoco falta en los cuentos la crítica social, incluyéndose aquí especialmente el lamento
por la Guerra Civil, una tragedia de la que algunos “se habían beneficiado inmensamente […]
y se negaban a reconocerlo” (260), así como la denuncia del machismo y de la infidelidad
generalizada, por culpa de la inexistencia del divorcio, en un momento que Eldridge define
como la era de “la Decadencia y caída de la Virginidad” (242). Así, leemos:
… con las pérdidas de hombres durante la Guerra Civil y la emigración, mi amigo
pudo escoger para su mesa y cama casi cualquier señorita que le gustara […]. Poseía
una reputación envidiable, era presentable e incluso tenía unos ingresos saneados
aparte de su sueldo, que, por supuesto, era menor que el de un conductor de guagua.
Sobre la justicia económica, ahora y entonces, en las Canarias, cuanto menos se diga,
mejor. Ni tampoco sirve para nada preguntar para qué libramos esa terrible guerra,
matando a nuestros compatriotas y destruyendo nuestro país. ¡Así es la vida! (242).
En otra ocasión, Eldridge hace que uno de sus personajes le confiese:
Entre nosotros, los canarios, se pueden contar con los dedos las cabezas de hombres
que están libres de cuernos […]. Ustedes en América, tienen el divorcio, de forma
que un hombre puede tener varias esposas sin ponerle los cuernos a ninguna, pero
¿qué podemos hacer nosotros, señor? – preguntó afligido. Por eso nos metemos en un
montón de líos de cuernos y hacemos creer que estamos ciegos y sordos. Y en cuanto
a las mujeres, le aseguro, señor, que no hay cabeza alguna de esposa que no esté…
coronada (250).
Por otra parte, hay algunas cuestiones socioculturales que al escritor le sorprenden
enormemente, como son la existencia de un “código de honor que España no sólo permitía,
sino aplaudía” (211) mediante el que se justificaba el asesinato “para proteger el honor” de
una mujer, como ocurre en el relato titulado “El vínculo”; o bien, la costumbre de desenterrar
a los muertos cuando sus familiares dejaban de pagar el alquiler de los nichos (219, 164), algo
que ya había escandalizado mucho a otros visitantes de origen anglosajón a finales del siglo
XIX (cf. Latimer 1888:18284;
Stone 1887: 228; Whitford, 1890:2223)
y que ya abordamos
en un trabajo anterior (González Cruz, 1995: 101102).
Un último aspecto de interés que queremos destacar es que los textos originales en inglés
aparecen salpicados de palabras y frases en español, lo que demuestra no solo que Eldridge
conocía nuestra lengua. Se trata de un fenómeno del que ya hemos hablado en ocasiones
anteriores (cf. González CruzGonzález
de la Rosa, 2006), y para el que caben varias
explicaciones: así, el autor puede estar intentando darle más realismo o color local al relato, o
indicarnos que las conversaciones con los isleños se realizan siempre en español. No obstante,
como ya señalamos en otro lugar (González CruzGonzález
de la Rosa, en prensa) pensamos
que, si bien esta tendencia resulta a veces inevitable por su referencia a los elementos
culturales propios de la comunidad visitada, muchas otras veces se perfila como una
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herramienta para expresar una actitud de aceptación, acercamiento o de simpatía por la lengua
y la cultura del otro, lo que se conoce como convergencia lingüística (cf. López Morales,
1989), algo que, en nuestra opinión, entronca con la actitud positiva general hacia el
archipiélago que, a pesar de las críticas, se desprende de la lectura de los Cuentos.
CONCLUSIÓN
Los relatos de Eldridge presentan una visión totalmente desmitificada de la vida en las
islas. El realismo, el dramatismo y las descripciones costumbristas que impregnan los textos
no están reñidos con la crítica y el humor que subyacen a las situaciones planteadas y a los
personajes descritos. Si bien es cierto que algunos de los comentarios que hemos recopilado,
al estar sacados fuera de su contexto, podrían herir algunas susceptibilidades, hay que dejar
claro que la intención y la actitud del autor no son en absoluto negativas hacia Canarias. El
objetivo de Eldridge es más bien el de demostrar que el archipiélago distaba mucho de ser un
paraíso para sus habitantes, ya que las presiones con las que habían de enfrentarse y las
peculiaridades del marco isleño tenían entonces poco en común con las del Edén. Como
leemos en el prólogo, hasta antes de la Conquista, “las Islas fueron […] en verdad
afortunadas” pero con ella puede decirse que “la suerte de las Islas se había acabado al fin.
[…] Hacia finales del siglo XIV, Sus Muy Cristianas Majestades, Fernando e Isabel de Castilla
y Aragón, establecieron su soberanía permanente sobre todas las Canarias, y las Islas
Afortunadas se encontraron con su nombre convertido en burla y chanza” (20). Según
explicaba el propio Eldridge en 1959:
Una y otra vez, los canarios intentaron romper el pesado yugo de la dominación de
España y ser autónomos, pero nunca tuvieron éxito. Desde comienzos del presente
siglo, sin embargo, la relación entre las Islas y la Península es más y más amistosa y
la actual generación está completamente ‘españolizada’. Excepto por su condición de
Isleños, que los hace de natural más conservadores y así retienen muchos de los
Dones que ya se han perdido en el Continente.
Es problemático adivinar durante cuánto tiempo resistirá el peculiar encanto de las
Islas Canarias el vertiginoso impulso universal hacia la uniformidad, y aquellos que
deseen capturar esa fragancia deben aspirarla ahora… (21).
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ANEXO FOTOGRÁFICO
Figura I. Portada.
Figura II. Dibujo.
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Figura III. Dibujo.
Figura IV. Dibujo.
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BIBLIOGRAFÍA
ELDRIDGE, Paul. Tales of the fortunate isles. Nueva York / Londres, Thomas Yoseloff, 1959.
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Las Palmas de G.C., Ediciones del Exmo. Cabildo Insular de Gran Canaria, 1995.
GONZÁLEZ CRUZ, M. I. y GONZÁLEZ DE LA ROSA, M. P. “Language and travel. Spanish vocabulary in
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APÉNDICE
(A) RELACIÓN DE TÍTULOS DE LOS 25 CUENTOS DE TALES OF THE FORTUNATE ISLES
1. Un halo para Pedro
2. La ramera de Tenerife
3. Velas para San Antonio
4. El millonario
5. La ingratitud comienza en el propio hogar
6. Las hermanitas
7. La última broma del tío Juan
8. La anilla en la nariz
9. La señora Barba Azul
10. Los muertos no lloran
11. El vínculo
12. Santita
13. El profesor carnudo
14. Famoso en el comedero
15. La estrategia de Cristóbal
16. La ventana rota
17. El Don Quijote definitivo
18. La pequeña resurrección
19. El tío vivo de Virgilio
20. La costumbre familiar
21. Dos burros y un haz de paja
22. Muerte en el albergue
23. De la misma condición
24. Todo menos adulterio
25. El regreso del héroe
(B) LAS OBRAS DE PAUL ELDRIDGE
Life Throbs, Poet Lore, 1911.
Vanitas (en verso), Stratford, 1920.
Our Dead Selves, Anthology of the Lowly (en verso), Stratford, 1923.
The Intruder (obra de teatro), Sheridan, 1928.
Cobwebs and Cosmos (en verso), Liveright, 1930.
Horns of Glass (máximas), Yoseloff, 1943.
I Bring a Sword (en verso), Fine Editions, 1945.
Leaves From the Devil's Tree, 1946.
The Bed Remains (obra de teatro), HaldemanJulius,
1948.
Moon Nets of the Master Spider (en verso), HaldemanJulius,
1948.
Maxims are Gadflies, HaldemanJulius,
1950.
Anatole France, Erasmus, Montaigne, Schopenhauer (ensayo), 1950.
The Kingdom Without God (poema en prosa), 1954.
Crown of Empire: The Story of New York, Yoseloff, 1957.
Seven Against the Night (ensayos), Yoseloff, 1960.
Maxims for A Modern Man, Yoseloff, 1965.
Parables of Old Cathay (en verso), A.S. Barnes, 1969.
Francois Rabelais, the Great Storyteller, A.S. Barnes, 1971.
© Del documento, de los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2009
La visión de Canarias en Tales of the Fortunate Isles...
1507
Novelas:
(Con George Sylvester Viereck) My First Two Thousand Years, Sheridan, 1928.
(Con G. S. Viereck) Salome, Liveright, 1930.
(Con Viereck) The Invincible Adam, Liveright, 1932.
Prince Pax, Duckworth, 1933.
If After Every Tempest, Yoseloff, 1941.
Madonna with the Cat, Yoseloff, 1942.
Two Lessons in Love (dos novelas cortas; incluyen Master of Hearts y Mr. Lowell and the
Goddess), Yoseloff, 1946.
And Thou Shalt Teach Them, Sheridan, 1947.
The Second Life of John Stevens, Yoseloff, 1960.
The Tree of Ignorance, Yoseloff, 1962.
The Homecoming: A Chronicle of a Refugee Family, Yoseloff, 1966.
Relatos cortos:
And the Sphinx Spoke, Stratford, 1921.
Irony and Pity: A Book of Tales, Liveright, 1926.
One Man Show, Liveright, 1933.
Men and Women, Yoseloff, 1946.
Tales of the Fortunate Isles, Yoseloff, 1959.
OTROS TÍTULOS ENCONTRADOS:
Virtue beware! And other stories
Gamblers in love and other stories
Misadventure in chastity
One night
The story of a simple man
He who loved his neighbors and other stories
Virgins and other stories
The last supper of Marianne and other stories
Women ain’t no fools and other stories
Lovers’ gifts and other stories
The truth about Phyllis Warren and other stories
Cuenta con múltiples colaboraciones en revistas.
Fue también autor de otros libros de poemas, novelas, relatos cortos y obras de teatro,
todas ellas publicadas por la editorial HaldemanJulius.
© Del documento, de los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2009
XVII Coloquio de Historia CanarioAmericana
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NOTAS
1 Recientemente, la editorial Idea ha publicado una traducción al español de estos textos, que es la que
utilizaremos aquí para la transcripción de nuestras citas.
2 Queremos agradecer aquí la colaboración de la catedrática norteamericana Prof. Margie Berns (Purdue
University) por la valiosa información que nos facilitó en su día.
3 Francois de La Rochefoucauld (16131680).
Filósofo y moralista francés. Tal como él mismo relató en sus
Memorias (1662), los primeros años de su vida adulta los pasó entre el ejército y la corte francesa,
involucrado en hechos de armas y aventuras amorosas. Sin embargo, en 1652, debido a una herida que
sufrió en la batalla de Faubourg SaintAntoine
que lo obligó a guardar reposo por un tiempo, volvió a París
y entró en contacto con los círculos literarios. Concibió entonces su obra más conocida, las Máximas
(16581663),
colección de 700 epigramas que constituyen un hito del clasicismo francés. Tomando el
egoísmo natural como la esencia de toda acción, La Rochefoucauld atacó el autoengaño y descubrió con
hondura e ingenio las contradicciones de la psicología humana
(Cf. http://www.frasedehoy.com/call.php?file=autor_mostrar&autor_id=100).
4 Información tomada de la contraportada de la última edición del libro My first two thousand years. The
autobiography of the wandering Jew (2001).
5 Existe actualmente en una zona limítrofe con el Puerto de la Cruz, en el barrio de El Toscal, la calle de La
Pintora.
6 Tras nuestras pertinentes consultas, tanto el Ayuntamiento de Santa Cruz de La Palma como el prestigioso
investigador de esa isla, don Jaime Pérez García, nos han negado la posible existencia de esta calle.
© Del documento, de los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2009