UN CANARIO EN ESMERALDAS
(SIGLO XVI)
El 19 de febrero de 1566 tomó posesión de su plaza de Oidor de
la Real Audiencia de Panamá el Dr. Gabriel de Loarte. Un año des-pués,
el Consejo de Indias le destinó a Quito para residenciar al pri-mer
Presidente de esa Audiencia, el licenciado Hernando de Santillán,
sevillano de nacimiento. El 3 de diciembre de 1567 se embarcó Loarte ,,
en Taboga en el navío de Jácome Ginovés. Llegaría a Guayaquil hacia E
fines del año. Se detuvo en la ciudad portuaria algún tiempo, antes O
de emprender el penoso ascenso hacia Quito, ciudad en que fue reci- =
bido, en la Real Audiencia, el día 21 de enero l.
m
O
Formaban parte de la casa del Dr. Loarte varios criados. Entre E
2
ellos, un negro esclavo, el cual tuvo la ocurrencia de agredir al Obispo E
de Quito, fray Pedro de la Peña. Sólo la intercesión de Su Ilustrísima
le salvó del último suplicio. Otro criado del Doctor, que vino con él 3
de Panamá, era un mozo oriundo de Canarias, llamado Gonzalo de -
0m
Ávila. Sus antecedentes se conocen someramente, gracias a Miguel E
Cabello Balboa, natural de Archidona, nieto de Gonzalo Fernández O
Balboa, Capitán del Rey en Motril y hermano del descubridor del
Pacífico. E
a
Ordenado sacerdote en Quito en 1571, el clérigo Cabello es nues-tra
fuente principal acerca de Gonzalo de Ávila, en su Verdadera des- -
cripción y relación lmga de la provincia y tierra de las Esmerddas =.
3
O
1. El Dr. Gabriel de Loarte a Don Juan de Ovando, Quito, 17.XI.1569: AC-1,
Escribanía de Cámara, 912 A.
Fray JosÉ Ma ~ í aV ARGASD: on Hernando de Santrlldn y la funáaci6n de la Real
Azldiencia de Ouito. Ouito. 1969.
Oficios o c & a s ' a ~ ~ a b ~ l &de Quito por el Rey, Quito, 1954, pp. 384-385.
2. Relación de Miguel Cabello Valvoa a Su Bfagestad sobre las Esmeraldas.
Quito, 1.0 de febrero de 1578: AGI, Quito, 22. (Publicado por JosÉ Ru~nzo GonzÁz~z
en Documentos para la historia de la Audiencia de Quito, tomo 111, Madrid, 1949,
doc. 281, pp. 389-396.
MIGUELC ABELLOBA LBOAV: erdadera descrificidn y relación larga de la provincia
y tierra de las Esmeraldas, en "Obras", publicado por JACINTO JIJÓN Y CAAMAÑO,
Quito, 1945, pp. v-xii, 7.
Cabello pasó a la Corte, en Valladolid, en 1555. Con el capitán Rodngo de Bacán,
natural de Toro, pas6 a Flandes. Volvió a su tierra en la época en que Felipe 11
regresó a España. Gastó el paco patrirnouia que le quedaba en estudios. Pas6 en-
La dedicó en 1583 -dicho sea de paso- al licenciado Juan López de
Cepeda, cuando este letrado iba a ocupar su silla de Presidente de
la Real Audiencia de La Plata. El largo historial del licenciado Ce-peda
como funcionario Real había comenzado precisamente en Cana-rias,
poco después de 1550. Como él mismo escribirá en 1585: «Ha
más de treinta años que sirvo a Su Magestad, habiendo sido Goberna-dor
en las Islas de Canaria, donde en rencuentros que tuve en mar y
tierra, tomé dos navíos y dos carabelas y un patax. Y a los corsarios
que en ellos venían, rendí, llevé a esos Reynos de Castilla, y los en-tregué
en la cárcel pública de Sevilla, sin gastar Su Magestad en
todo ello tan sólo un rreal)) 3.
Refiere, pues, Cabello de Gonzalo de Ávila: ((Dice él de sí mismo,
haber nacido en la Isla de Tenerife, y que -siendo muchacho de
doce n trece años- un tío suyo le metió consigo en un navío que
traía al trato de Magrabomba; y que se entretuvo en aquella ocu- D
E pación algunos años^ 4. O
En los protocolos de Las Palmas hay una referencia al trato de
«Guinea y Magarabomban, correspondiente a aquella época j.
m
O
([Después- prosigue Cabello- gustando del infame vicio y liber- SE
tad de la tierra de Guinea, se quedó en ella con un tal Gornes, en
tonces a Indias, y en 1571 fue ordenado sacerdote en Quito. Ya sacerdote, acompañó
al capitán Bartolome Marín, también natural de Archidona, en su intento de coloni-zaci6n
de la zona costeera de la Gobernación de Popayán. (Marin había asistido en
la conquista de Quijos, en la Amazonia, al Teniente de Gobernador Andrés Contero,
siendo el fundador de la ciudad de Archidona).
La Verdadera descripción es un documento de enorme valor histórico y etnográfico.
Fue descubierta en el Archivo General de Indias, entre papeles de Tucumán, por el
esclarecido investigador argentino Roberto Leviilier, el cual puso una copia a dispo-sición
del no menos ilustre historiador quiteño Jacinto Jijón y Caamaño, quien la dio
a la imprenta en 1545.
3. El licenciado Juan López de Cepeda al Consejo de Indias, La Plata, 10.11.1585,
en ROBERTOL EVILLIER:L a Audiencia de Charcas, tomo 11, Madrid, 1922, p. 132.
De Canarias pasó Cepeda a la Audiencia de Santo Domingo, donde -señala- "fui su
presidente y capitán general".
4. CABELLOp,. 25.
5. Escritura, Las Palmas, 20.11.1561: "Francisco de Farios, de color loro, marinero,
estante, wnúesa qür. ha recibido de Catalha Lcarda, vecina, ?5 piezas de est~fio,
4 paños de la India de Portugal, 2 cintos grandes de corales, m camisón de lienzo
blanco, una bota de aceite, medio quintal de bizcocho -todo lo cual fue apreciado
en 20 doblas de oro- para llevarlo a resgatar a las partes de Guinea y Magarabomba,
donde al presente va en el navío de Alvaro Diaz, vecino de 'Telde, por dos piezas
de esclavos de . . . años arriba, y traerlos a esta isla. Venido que sea, han de repartir
de esta manera: una pieza para cada uno; y si una valiera más que la otra, que
la demasia se parta de por medio". Extracto dado a conocer por MANUELL OBOC A-BRERA:
Relaciones entre Gran Canaria, Af~ica y América a través de la trata de
negros, en "11 Coloquio de Historia Canaco-Americana (1977)", Ediciones del Exce-ieniísimo
Cabildo Insular de Crz:: Canarik, % v i l , 1979, tomo 1, p. 94.
En la pAgina 81, nota 21, apunta Lobo Cabrera acerca de Magarabomba, que
"a pesar de nuestras indagaciones, topónimo sin identificar". Da la impresión que
se trata de un topónimo adbico.
cuyo servicio se ocupó diez años 6. Y que, pasados éstos, se vino a
Cabo Verde, y de allí a la Isla Española, y de ésta a Panamá. Y, no
hallando mejor entretenimiento, sirvió cierto tiempo al Doctor Loarte,
y con él pasó al Pirú». Y habla el clérigo de «la práctica que tenia de
Cabo Verde, y ser aficionado a Guinea)) 7. Con lo último concuerda
la voz vicio que empleó más arriba -«infame vicio y libertad»-
pues significa, entre otras cosas, ((licencia o libertad excesiva en la
crianzas, o ((gusto especial o demasiado apetito de una cosa,
Por otra parte, lo natural es suponer que Gonzalo de Avila hiciera
la travesía del Atlántico en uno de esos barcos negreros que afloran
en la documentación canaria estudiada por Manuela Marrero y Ma-nuel
Lobo Cabrera 9.
Ahora bien, tomando en cuenta, que Cabello trató de cerca a
Gonzalo, y que conversó largamente con él -además de que éste no
parece haber sabido sacar provecho del refrán de que «en boca cerra-da
no entran moscas»- no hay por qué poner en duda su naturaleza
tinerfeña. No obstante, varias fuentes contemporáneas se refieren a
él como portugués. Esto se debería a los largos años que había vivido
en las factorías lusitanas de Guinea,' habiendo salido de su isla a la
temprana edad de doce años. Lo más sorprendente es que el mismo
Cabello le llame portugués en su carta al Rey. Pero esto tampoco
carece de explicación, pues lo diría con mala uva. Los escritos del
clérigo son suficiente prueba de la poca voluntad que le guardaba a
Gonzalo, y que no desaprovechaba ocasión para disponer contra él a
las autoridades. El l." de febrero de 1578, fecha de su carta, Felipe 11
aún no era Rey de Portugal, y tildar al canario de extranjero servía
los fines poco caritativos del sacerdote. En cambio, cinco años des-pués
-fecha de la Desmmpci&- esa artimaña no tenía ya la misma
eficacia.
Cabello describe a Gonzalo como <<hombreb ajo en estatutraa, y
añade que también de condición. En otro lugar le tilda despectiva-mente
de «no blanco)). Nos enteramos de que tenía las pantorrillas
((muy gordas respecto a la estatura,. Además, «era gran trabajador
y extremado arcabucero, y tan buen nadador como Julio César: que
si a él no se le mojaran una vez, nadando, sus Comentarios, a éste
6. El texto publicado por Jijón dice: "se quedó en eila con un tango mas en
cuyo servicio se ocupó.. .", lectura que me parece carente de sentido, y que tampoco
es el único error de transcnpcih. Otra alternativa podría ser: "un Tome Gomes".
7. CABELLOp., 25.
S. Diccionario de la Real Academia.
9. MANUELMA ARREROA: lgunos viajes atldnticos de los vecinos de TenerZfe en el
@rimer tercio del siglo XVI, en 'TI Coloquio de Historia Canario-Americana", 1, 61-73.
Véase también el trabajo de Lobo Cabrera.
otro tampoco los frascos, arcabuz, mecha ni bolsa, aunque muchas
veces nadaba una legua y más» lo.
Coincidió la llegada del canario al Ecuador -parte del Distrito
de la Real Audiencia de Quito -con la creación de la Gobernación
de Esmeraldas por el Presidente-Gobernador de Lima, licenciado Lope
García de Castro -marzo de 1568- en favor del Capitán Andrés
Contero, oriundo de Alcalá del Río 'l. Y dice Cabello que Gonzalo
«entró a esta jornada con Andrés Contero, por su criado, 12.
Hay tres alternativas para fijar la fecha en que dio este paso.
Pudo haberse separado del servicio del Dr. Loarte al llegar al Ecua-dor.
Se quedaría en Guayaquil o Puerto Viejo, para alistarse en la
jornada de Contero, a fines de 1568 en el primer caso, o a mediados
de 1569 en el segundo. Otra alternativa es, que al viajar Loarte a
Lima a principios de 1570, para ocupar su nueva plaza de Alcalde del 2
Crimen en aquella Audiencia, Gonzalo hubiera optado por no seguir-le,
atraído por la entrada a Esmeraldas. Por fin, como a principios de
O
1569 la Real Audiencia de Quito envió un mandamiento para que n
=
Contero despoblara la ciudad de Castro -que acababa de fundar al m
O
E pie de los Andes, al norte de Guayaquil- es posible que el criado E
2 del Oidor Loarte hubiera formado parte de la comitiva, despachada E
para notificar la orden y asegurar su cumplimiento. Contero la obe-deció
y regresó a Guayaquil con su gente, bajando en balsas por el 3
río Baba. Ávila los acompañaría, y al cabo del viaje optaria por en- - - 0
gancharse. m
E
En vista de la oposición de la Audiencia -debida a intrigas de O
ciertos encomenderos quiteños- Contero decidió trasladar sus acti-vidades
al litoral mismo, en la zona comprendida entre el Cabo de n
E
Pasao y la Punta de Manglares; o, expresado en términos de la geo- a
grafía política moderna, la parte norte de la Provincia ecuatoriana n
de Manabí y la zona costera, occidental, de la de Esmeraldas 13.
Esta región había sido la primera que reconocieron, exploraron y 30
IC!. CAEELLO, pp. E, 42. El texto impreso lee "no se le mojaron n-ves, nadando sus
comentarios", lo que carece de sentido. Alternativa a "una vez" podría ser "nones".
11. AGI, Escribanía de Cámara, 922 B. Expresa la Provisi6n que "parece que los
indios de guerra de la dicha entrada vienen hasta los pueblos y estancias de la dicha
ciudad de Puerto Viejo, y han muerto y robado muchos indios y algunos españoles,
trayendo consigo negros y mulatos que andan hechos cimarrones, salteando por aquella
costa".
12. CABELLOp,. 25.
13. Relación de Martín de Carranza al Virrey Toledo, en Relaciones geográficas
de Indias, 111 (Biblioteca de Autores Españoles, tomo CLXXXV), Bladrid, 1965,
pp. S?-90.
Sobre Loarte, vhs e a ERNESTOS CHAFER:E l Consejo Real y Supremo de las Indias,
tomo Ii, Sevilla, 1947, pp. 115, 357, 466, 467 y 486. Idem: ROBERTOLE VILLIER: Gobe'i-nantes
del Peru, tomo IV, Madrid, 1924.
conquistaron Francisco Pizarro y los suyos, dentro de la Goberna-ción
de la Nueva Castilla, entre mediados de 1526 y mediados de
1531. Tras la captura y muerte de Atahualpa y la ocupación del Cuz-co
y de Quito, Pizarro envió capitanes suyos a todas partes de la Go-bernación,
con el fin de fundar ciudades, repartir a los indios en enco-miendas
y organizar la nueva sociedad. El sector de que tratamos fue
asignado al Capitán Carcilaso de la Vega, a principios de 1536. No
obstante, el padre del historiador nacido en el Cuzco fracasó en su
cometido, en parte porque la población indígena había mermado con-siderablemente
-sin duda debido a las enfermedades originarias del
Viejo Mundo- y en parte porque optaron por retirarse hacia el inte-rior
selvático, dejando abandonado el litoral. En talas condiciones no
se podía asentar una ciudad. El alzamiento de Manco en el Cuzco ,,
(mayo de 1536) obligó a Pizarro a llamar en su auxilio a sus Capita- D
nes, lo que significó el punto final de los proyectos de Garcilaso ". E
En los treinta años siguientes muchos capitanes efectuaron entra- O
n das a ese territorio, en particular en busca de las minas de esmeral- -
m
O
das, que es a esto que se debe el nombre de la provincia. Ninguna E
E
de esas expediciones llevaba intento o comisión de poblar, por lo que SE
su efecto acumulativo resultó ser la destrucción y despoblamiento de -
la zona. Fue esto de consecuencias nocivas para el tránsito de viaje- =
ros desde Panamá y Nicaragua hacia el Perú, no sólo porque no es- --
caseaban los naufragios, sino más, incluso, debido a que los vientos 0
m
E
y corrientes contrarios obligaban a menudo a los pasajeros a desem- O
barcar en la costa de Esmeraldas, con el fin de proseguir por tierra
hasta la primera población española, que era la ciudad de Puerto n
E Viejo. -
a
Esto le cupo en suerte, precisamente en 1571, a Lorenzo un mu- nl
chacho portugués, natural de la Laguna de Navarro, junto al Cabo n
n
de San Vicente. Por un caso de justicia había enmbarcado en el 3
puerto de Vilanova, en un navío que partía «con intento de ir a car- o
gar en la Isla Española de corambre. Dioles un fuerte temporal, y tras
éste, otro que los llevó a Fuerteventura, isla de las Canarias; y más
adelante, otro más reció que dio con ellos en una isla despoblada y
de peligrosos bajíos ... que se llamaba de los Carneroso. Esta isla no
tenía agua dulce, «aunque tenía gran cantidad de ganado de cabras
y ovejas)). (No obstante, no habrían podido subsistir esos animales
sin agua). Prosiguieron su viaje, «y con buen tiempo surgieron en Ca-
14. RAÚLP ORRABS ARRENECHECAar: tas del Pevri (1524-1543), Lima, 1959, doc. 134,
p. 191 Jfray Tomás de Berlanga al Rey, 3.11.1536); doc. 138, p. 201 (Licdo. Gaspar
de Espinosa al Rey, 1.IV.1536). GARCILASDOE LA VEGA:C omentarios Reales, libro 11,
cap. XXXII (BAE, tomo CXXXIV), Madrid, 1960, 111, 143-1443,
bo Verde, donde habían de comprar cantidad de negros para la Espa-ñola,
para trocarlos por cueros» 15.
Cruzaron el Atlántico, y fondearon frente a Montecristi en la Isla
Española, con tan mala suerte, que los apresó un navío de hugonotes,
que estaba allí a la espera de otro pirata francés que llegaba del Bra-sil.
Al final, los franceses los liberaron echándolos al mar. Tras un ro-sario
de otras desgracias y naufragios, pasando por la Española, Ja-maica,
Panamá y Nicaragua, llegó Lorenzo a la costa ecuatoriana,
malherido, en compañía de otros siete igualmente carentes de licencia
para pasar al Perú.
«Como iban pocos y enfermos, y muy faltos de comida, el tiempo
les era contrario y las aguas corrían hacia abajo -es decir, hacia el
norte-, no podían ganar viaje por la bolina, ni con los aguaceros
2 marear las velas. Y así descaecieron al Cabo de Manglares; donde, N
viéndose navegar con tanto trabajo y peligro, resolvieron dar con el E
barco al través y meterse ellos la tierra adentron. O
n -
Lorenzo argumentó contra esto con éxito. Y así, ((volvieron a na- =m
O
E vegar. Y sucedióles algo mejor; porque, aunque con trabajo, pudie- E
ron doblar la punta. Y llegaron a una tierra donde vieron indios po- 2
E
blados, aunque no conocidos. Y allí, cansados de navegar y faltos =
de matalotaje, acordaron varar el barco en un arenal. Y ellos subie- 3
ron al pueblo de los indios, una gran ladera arriba.. . Llegados al pue- - - 0
blo, no hallaron indio ninguno, que todos se huyeron en viendo es- m
E
pañoles. Pero hallaron mucho maíz y comida. Estando suspensos y O
temerosos que los indios no diesen repentinamente en ellos -como
lo suelen hacer- estuvieron allí cuatro días. Y supieron que aque- n
-E 110s indios se habían alzado, creyendo que eran sus amos que venían a
en demanda de ellos. Y de temor no volvieron más al pueblon. 2
n
Por lo menos, así lo interpretó Lorenzo. Creo que esto ocurría en 0
el área de Punta Galera y Cabo San Francisco. «De aquí -prosigue
30
el relato- tomaron su derrota por tierra, siguiendo la costa de la
mar, porque Lorenzo, que estaba herido, ya podía andar un poco,
aunque con harto trabajo. En ,este camino los padecieron excesivos,
porque casi siempre les faltó la comida, y muchos días no hallaron
agua qué beber, y pasaban lamiendo la humedad y rocío de las pie-dras.
Los ríos eran a veces muchos y caudalosos; los pantanos en que
se atollaban, terribles. Y sobre todo, sentían la persecución de los
15. P. JosÉ DE Acosr~: Pevegiinación de Bartolomé Lorenzo, en "Obras" (BAE,
t. LXXIII), Madrid, 1954, pp. 304305. Y prosigue: "En el Cabo Verde, como la
tierra es calurosa y enferma, aunque el Obispo regaló a Bartolomé Lorenzo, enferm6
,gavemente de calenturas y cámaras.
mosquitos que llaman zancudos, que ponen a un hombre como he-rido
del mal de San Lázaro.
«En esta peregrinación llegaron a un grande río, que tenía de an-cho
más de legua y media...)). Al parecer, se trata del estuario de Co-jimíes.
((Aquí se vieron perdidos, porque para pasarle a nado, como
habían hecho con otros, no había fuerzas humanas que lo consiguie-sen.
Vado ni barco no le había. Y así estuvieron un tiempo, sin saber
qué hacer. Y, yendo dos de ellos el río abajo, vieron atravesar dos
indios en una balsa, como ellos usan. Y, en llegando a la ribera, me-tiéronse
en la balsa, y hicieron a los indios que los pasasen a la otra
parte. Cuando Lorenzo y los otros llegaron, ya éstos iban a la otra
banda, de suerte que no les quedó esperanza de pasar, porque los
indios no quisieron volver por ellos. Hicieron Lorenzo y los que con
Ci quedaron otra baisa de aqueiios áfloies ciei monte, atáncioios con - ,,
bejucos, de que había gran cantidad. Mas, como no eran diestros en E
balsear, unas veces se les entraba la mareta, otras la corriente del O
río les llevaba a la mar, sin adelantarse nada, y con peligro de ane- n -
=m
garse. Y así les fue forzoso dejar aquel oficio, y ponerse a esperar la O E
misericordia de Dios. Que no les faltó: porque, otro día, vieron otros SE dos indios con otra balsa. Que ,hicieron lo propio que los dos prime- =e
ros habían hecho, que fue -en pasándolos el río- dejar la balsa y
echar a huir la montaña arriba. 3
-
((Prosiguieron estotros su camino con harto trabajo, y toparon em-otros
tres indios más humanos que bajaban de una sierra. Y, aunque E
no se entendieron palabra los unos a los otros, el uno de aquellos in- O
dios les hizo señas.' Y, siguiéndole, les llevó a un pueblo de indios ng
de paz ... En este pueblo les dieron noticia de Puerto Viejo; y, aun- -£
que estaba de allí buenas jornadas, todavía se alegraron mucho por la a
2
esperanza de verse entre cristianos.. .n 16. n
Me detuve en este relato, pues se trata del marco geográfico en 0
que le tocaba actuar a Gonzalo de Ávila. Cuando Bartolomé Lorenzo O3
recorría esa costa, el tinerfeño llevaba un año viviendo entre aquellos
indios.
Párece que los compañeros de armas habían estado fastídiando
al canario: «Conociendo los demás soldados su poca suerte, comen-zaron
a darle cordelejo, llamándole, en menosprecio, Pclntorrilla~,
comenta Cabello. «Y, hallándose muchas veces atajado y corrido de
esto, vino a desabrirse y apurarse)) l'. No obstante, la fuga de Gonzalo
se debió más directamente a que conoció al negro Alonso de Illescas.
Por 1541, al desembarcar en Bahía de San Mateo los pasajeros de
un navío salido de Nicaragua, un negro llamado Andrés -conocido
luego con el apellido de Mangache- se fugó en compañía de una
india de Nicaragua 18. Aceptado por los aborígenes, éstos le recono-cieron
con el paso del tiempo -y después, a sus hijos- como jefe
principal, acatado por los caciques de las márgenes del río Esme-raldas.
Aportaron luego a esas tierras otros negros. El contingente más
importante llega a 1553, o quizás ya en 1550. Según Cabello: «por
el mes de octubre (1553) partió del puerto de Panamá un barco. Una
parte dél, cual alguna mercadería y negros que en él venían, era y
pertenecía a un Alonso de Illescas, vecino de la ciudad de Sevillan 19. 2
Los Illescas eran una familia importante de mercaderes dedicados N
E
a la contratación con Indias. Alonso y Rodrigo eran socios de la O
banca de Pearo de Morga. Del primero se sabe que hizo un viaje al n-- m Perú en 1536, con un cargamento de telas; en 1538 se le encuentra O
E
en Cuba; y posteriormente consta que firma contratos de flete para E
2
cargar mercaderías para Nombre de Dios 20. -E
Pues, arribó el mencionado navío al Portete, al sur del Cabo de
San Francisco. Todo el mundo desembarcó, incluso marineros, pasa- 3
-
jeros y los 17 negros y 6 negras que traía. En esto, se levantó un -
0
m
viento que echó el navío en los arrecifes, y se hizo pedazos. Y, mien- E
tras los blancos emprendían la penosa marcha por la playa hacia la O
ciudad de Puerto Viejo, a 160 kilómetros de distancia -en que pe- n
reció la mayor parte de ellos- los negros se pusieron a cobro en el -E
monte, tierra adentro. a
2
Uno de éstos era Alonso de Iilescas, homónimo del que habría n
n
sido su amo. No se trataba de un esclavo cualquiera. Es hasta posible
que hubiera sido manumitido ; y, en el caso contrario, no por ello de- 3
O
jaba de ser hombre de confianza en casa de los Illescas. Lo que no se
,,l., naur;, si -v:":"L. vlajaua eii calidad de ci.iad~ de ÜEG de e!!us, O si, en cierto
17. CBELLO, p. 25.
18. CBELLO, pp. 21-22.
19. CABELLO(p . 18). pone la fecha de llegada en 1553; pero comenta que tras
zozobrar el navío, los náufragos "sólo pudieron salvar una rica y costosa custodia de
plata que traían de España para el monasterio de Santo Domingo de la ciudad de
Los Reyes". Pues bien, el 28 de enero de 1550 Diego de Ribera había presentado en la
Caca de la Contratación de Sevilla una Real Cédula que le autorizaba a pasar al
D . 1 a 1 a n r ,..7r+na:e.r 2-1 -.cm?. mnC-1 /rnin'7nnn A" hnrnrm,nr s slu uii -"AL U- ,+o.- y U"= L.UiL"UIo.i ULI LY.0.L." IYILLI. ("YIIUIVó" ",Y yCY..W,"r"Y M.
Indias, vol. 111, Sevilla, 1946, núm. 1778, p. 112).
20. GUILLERNOL om~ h n -V ILLENA:L es Espinosa, une famille d ' h m m e s d'ajfaires
en Espagne et aux Zndes, París, 1968, p. 242.
modo, se le había embarcado a manera de sobrecargo de la mercan-cía
consignada al factor de la Casa en Lima.
El negro Illescas había nacido por 1525, en Cabo Verde. «Y, sien-do
de edad de ocho o diez años -refiere Cabello- lo llevaron a Se-villa,
donde se crió en casa del ya nombrado Alonso de Illescas, ve-cino
de aquella ciudad. Llarnóse, siendo muchacho, Enrique. Y des-pués,
confirmándose en Sevilla, se llamó Alonsou 21.
Por consiguiente, hay que descartar la idea de un negro bozal, que
por sus orígenes hubiera estado especialmente adaptado para sobrevi-vir
en las selvas de Esmeraldas. Sin duda, era esclavo de ((puertas
adentroa, y como comenta Cabello: «Tan ladino, como se puede
creer del que nació en casa de españoles -esto en el siglo XVI abar-ca
también a lo-, porti~gi~eses- en C a b ~V erde, y se cric5 en SeviIIí~
entre ellos hasta la edad de veinticinco años)). Al clérigo le impre-sionaban
la conversación, los razonamientos del negro Illescas: «Por-que
está tan pronto en lo que en Sevilla aprendió, como si ayer sa-liera
della. Y vídose por el tañer y cantar en una vigüela, jugar la
espada y broquel, y otras experiencias que allí hizo de su buena me-moria.
Trata y cuenta acaecimientos de su tiempo, con certeza que
es de admiración)) 22.
21. CABELLOP,. 20. Hay algunos datos acerca de los Illescas en los documentos
notariales de Lima. Constan los siguientes en el catálogo impreso de los protocolos
indebidamente sustraídos, actualmente en poder de la Biblioteca del Congreso de
Estados TJnidos. (The Harkness Collection in the Library of Congress. A calendar
of SpanZsh manuscripts concevning Peru, 1531-1651, Washington D.C., 1932, pp 132-133,
170, 173, 182, 189, 193. 196). Así, una escritura que otorga en Los Reyes el 4 de abril
de 1543 el vecino limeño Francisco Hurtado, a favor de Pedro de Villarreal, Rodrigo
de Yllescas y Alonso de Yllescas, vecinos de Sevilla, para que cobraren de la Casa
de la Contratación e invirtieren el oro y la plata que había remitido, etc. Además,
vivía en Lima entre 1544 y 1554 un mercader llamado Alvaro de Iiiescas, que pudo
haber sido miembro de la familia sevillana y factor de la Casa en el Perú.
22. CABELLOp, p. 43-44. FRANCISCOM ORALESP ADR~eNsc ribe en La czudad del
quinientos (Historia de Sevilla, tomo 111, publ. de la Universidad de Sevilla), Sevilla,
1977, pp. 102.105: "Sevilla, con Lisboa, fueron las dos Ciudades de Occidente dueñas
de las mayores colonias de esclavos.. . Los negros procedían de Africa desde el siglo
XV, de Portugal vía el Algarbe, y algunos de América en la segunda mitad del
siglo XVI.. . Se calcula que por cada diecisiete sevillanos había.. . un esclavo. ya q u ~
el censo de 1565, que arroja unos 109.015 habitantes, señala la presencia de 6.327 es-clavos,
es decir, el 6 por 100 de la población. Esclavos negros, mulatos, blancos y de
color "loro", que andaban por calles, plazas, mercados, fuentes, puertas y lugares
neurálgicos wmo las Gradas -donde se subastaban- el Arenal o el Altozano, incor-porando
un colorido ex6tico a la población hispalense. (En el barrio de Atambor, los
negros tocaban el tambor los domingos [p. 281). No era difícil distinguirlos; primero,
por su color y atuendo, luego, porque solían llevar tatuadas en las mejillas una S
y un clavo (esclavo), una flor de lis, una estrella, las aspas de San Andrés o el
nombre de su amo. Al deambular por la ciudad lo hacían acompañando a sus dueños
o atentos a una serie de tareas que se les encomendaban. Fueron, sobre todo, criados
domésticos, cocineros (hábiles reposteros), porteros, amas de cría, fundidores, curti;;
dores, esparteros, olleros, albañiles, recaderos, prostitutas, o como criada de monjas.. .
Sus afos "acostumbraban a ponerlos a trabajar en el puerto, como vendedores callejeros,
a cantar en las fiestas (Corpus), como agentes comerciales, o los arrendaban, pudiendo
entonces aprender un oficio.. . Muchos de ellos gozaron de la confianza de sus pro-
Difícil era la lucha por la supervivencia, frente a una hostil y des-conocida
naturaleza, con sangrientos enfrentamientos a grupos de
aborígenes, y diezmados además los negros por sus propias desave-nencias.
Paulatinamente se destacó entre ellos Alonso, africano sólo
por nacimiento, de hecho un ((sevillano de color moreno)).
A éste, pues -acota Cabello- comenzaron los indios a tener
amor, sin doblez ninguno. Y le dieron por mujer una india hermosa,
hija de un principal, y muy emparentada; con cuyo favor de parien-tes
... vino a tener mando y señorío entre los negros e indios)) 23. Al
parecer, su área de influencia -o cacicazgo- cubría el hinterland
del Portete, entre Cabo San Francisco y Cojimíes.
También insinúa Cabello -«quieren decir y ansí es la faman, es-cribe-
que Illescas matara a Andrés Mangache, sin indicar fecha
na v a ~ l l nS pgúfi mismo A~QESQer,a n &m& negros del Portete y---
que le dieron muerte. Aunque se entiende, que Illescas prefiriera no
inculparse, su versión parece respaldada por el hecho de que los hijos
y seguidores de Andrés, si bien se aislaban del sevillano, no por ello
dejaban de cooperar con él en ocasiones: ((Aunque -concede el clé-rigo-
en las más de las guerras que van a hacer siempre se hallan
juntos, especial en las que son en defensa de sus tierras, vida y
ZibertcrcEesn
Virreyes y Gobernadores habían expresado su interés y tomado
medidas, con el envío de capitanes, para ((pacificar)) la costa al norte
de Cabo de Pasao. En parte se debía esto a que no acababa de desva-necer
el señuelo de las apetecidas minas de esmeraldas. Pero cada vez
más se invoca la necesidad de ((castigar))a los negros, a quienes se les
achacan una serie de atrocidades. Es verdad, que más de una vez ca-yeron
sobre pueblos de indios limítrofes, sometidos a los españoles,
para procurarse cualquier cosa que necesitasen. Hasta capturaron a
algunos de esos indios. Pero no iban en plan de matar. En cambio,
los que se ofrecían a ir a sojuzgar a los negros contaban con poder
venderlos como esclavos.
pietarios.. . Más que el morisco, el negro liegó hasta la intimidad de los señores O
señoras -a veces como confidente- por su docilidad, alegría. donaire, gracia y fácil
asimilación. Los amo? procuraron siempre adoctrinarlos y manumitirlos a w muerte,
o antes. Este esclavo libre prosiguió actuando y viviendo como cuando estaba bajo
Ia condición serviI. Aigunos, induso, procuran pasar al Nuevo Mundo, solos, con sus
familias o con sus amos.. . Hubo.. . medidas municipales para controlarlos, sin mucho
éxito, dado su número y dispersión. Dispersión en el sentido de que, como criados,
podían vivir en casa de sus amos; aunque hubo también zonas o coliaciones donde
se aprecia su concentración (San Bernardo, San ildefonso) y hasta su agremiación eu
torno a una hermandad de matriz reiigioso (San Koquej". (Existe todavía ia cofradía
de Los Ne,&os, cuya procesión sale en la madrugada del Jueves Santo).
23. CABELLOp., 20.
24. CABELLOp,p . 21-22.
Es así que en 1567 entró por el Portete Diego kópez de Zúñiga,
enviado por su padre Alvaro de Figueroa, vecino de Guayaquil, pa-riente
del Duque de Béjar y de la Marquesa del Valle, y tio de Juan
de Vargas, cura beneficiado de la iglesia de Santa Ana de Triana. El
Presidente Santilián le había confiado la entrada a Esmeraldas. Pues
bien, adentrándose por las márgenes del río Portete, «la primera gua-cábara
que tuvieron con los indios infieles de guerra fue en un galpón
grande, a manera de casa paxiza, donde estaban recogidos y fuertes
los dichos indios de guerra, donde tomaron a mano dos indios ca-ciques
e un negro y negra, y algunos mulatos y mulatillas que allí
estaban retirados)). Según uno de los soldados, López de Zúñiga
((prendió allí una mulata y un negrillo muchacho, y uno o dos indios
caciques)). Con sus cautivos regresó ,el Capitán al Portete: «Y la di-cha
mulata que así han tomado, el dicho Gobernador la depositó en m
D
el maestre o capitán del dicho navío, que se llamaba fulano de Mata- E
moros -que era muchacha- para que la hiziese bautizar, dotrinar y O
n
enseñar en las cossas de nuestra sancta fe católica; con tal que no -- m
O se sirviese della por esclava, ni adquiriese en ella al su servidumbre, E
sino que sólo industriándola en las cossas de nuestra sancta fe, se sir- E
2
E viese della como de persona libre. Y esto lo hizo el dicho Gobernador -
(López de Zúñiga) por la buena obra que le había hecho al dicho 3
Gobernador y a los dichos sus soldados, en haberle aguardado allí en -
el dicho puerto y playa con su navío todo el tiempo que se ocuparon
-
0
m
E en el dicho descubrimiento y presa»
O
De los demás cautivos nada más se dice. En cambio, frente a este
hostigamiento y amenaza constante de los españoles, los negros a n
E menudo socorrían a los náufragos que trataban de ganar la ciudad -
a
de Puerto Viejo marchando por las playas, sin saber cómo procurarse nl
las indispensables raciones de agua y alimentos 26.
n
n
Uno de los que debían la vida a Illescas era un novicio del con- =
vento de la Merced de Panamá, llamado Escobar, el cual se embarcó, O
25. Alvaro de Figueroa al Dr. Francisco de Ribas y el licenciada Juan de Sala7ar
de Villasante, Guayaquil 17.1V.1566: AGI, Justicia, 680.
Probanza de Diego López de Cúñiga, Quito 30.V.1586, pregunta 2, testigos Francisco
de Oliva y Juan Alvarez Moreno: AGI, Escribanía de Cámara, 922 B, fols. 565-676.
26. CABELLOp,. 28. Con el veneno que nunca deja de mezclar en lo que escribe,
afirma: "Para soldar las pasadas quiebras y arraigarse en buena opinión con las
gentes, Alonso de Iliescas -y para que cesase la fama que tenia de tirano cruel-tomó
y eligió un remedio no menos artificioso que los demás de que había usado:
v éste fue. estar siempre a la mira para ver. si algún barco daba al través por aquella
playa y que llevase gente a quien poder socorrer, o si pasaban españoles perdidos
-cosas, la una y la otra, que muy de ordinario subceden en aquelia costa- para que,
en viendo que hay necesidad de su ayuda, ofrecerla y darla con muy buena voluntad,
mostrándose ... muy caritativo y amigable. Porque realmente muchas personas se
hubieran perecido, si su favor y ayuda no los hubiera puesto en salvamento".
al parecer sin licencia de su superior. Llegados a Bahía de San Mateo,
todos los pasajeros saltaron en tierra para emprender la caminata.
Por ir enfermo, Escobar no pudo mantener el paso de sus compañe-ros.
((Y habiéndolo hallado el negro Alonso de Illescas -a tiempo
que no tenía esperanza de la vida- lo llevó a su casa, y lo curó y
puso en disposición de seguir su camino)). Y añade Cabello: ((Duran-te
el tiempo que con el negro estuvo, le bautizó los hijos que tenía, y
le enseñó e instruyó en la forma del santo bautismo)).
Cuando por fin -aviado por Illescas- llegó Escobar a Puerto
Viejo, halló allí a Contero, que estaba dando los últimos toques a
su proyectada entrada por el litoral. El Padre Cabello -y ¿cuándo
no?- atribuye alevosía a Escobar, mas realmente no aporta ningún
elemento de juicio que favoreciera su punto de vista. Más bien, al
decir 51~' Escobar fue quien dio las trazas de que el negro viniese
a ponerse en plática con los españoles)), hace ver, que el ex-novicio
intentaba lograr lo que años después pretendía Cabello: lograr para
Illescas y los suyos el perdon, es decir, la garantía de vivir tranquilos.
Llegado Contero al Portete, envió a su yerno Martín de Carranza
con un grupo de soldados tierra adentro. Durante su ausencia, ((pudo
el Gobernador haber a las manos al negro Alonso de Illescas y a su
familia ... pudo darle alcance por la mala tercería de» Escobar, dice
CabelloB. Quizás el hecho de que Contero era sevillano inclinara
a Illescas a desear y confiar en una entrevista con él. Pero se vio bajo
arresto, con toda su familia. Lo menos que podía esperar era la es-clavitud,
y eso en condiciones no tan ventajosas como las que había
conocido en los primeros veinticinco años de su vida. De hecho, los
soldados le decían a cada rato, que «llegado que fuere Martín de
Carranza, le había de ahorcar de un árbol y tomarle por esclavos sus
hijos e hijas))
Y no andaban demasiado lejos de la verdad, al parecer, porque
una de las hijas de Illescas, llamada iusta -por si acaso hubiera al-guna
duda en cuanto a la identificación del padre con Sevilla- que-
27. CABELLOp., 24.
25. CABELLOp., 25. Martín de Carranza murió en una emboscada tendida por los
indios en 1571. Su hija, nieta de Contero, Catalina de Carranza, iba a ser la esposa
del Depositario General de la ciudad de Guayaquil, Martin de Porres, tío del santo
mulato fray Martín de Porres. Contero debe ser el Andrés de Alcalá, hijo de Andrés
de Alcalá y de Juana Femández, que pasa a México en 1536: Gatálogo de pasajeros,
11, 2685, citado bajo el núm. 8696 por PETERB OYD-ROWMAINn:d ice geobiográfico de
cuarenta mil pobladores españoles de América en el siglo XVI, tomo 11, México, 1968,
p. 269. Se sabe que Contero ilegó al Ecuador desde Nueva España por 1547, y que
fundó en Quijos la ciudad de A h l á del Río. Dos homónimos aparecen en el tomo 111
del Catálogo. Ambos pasan a Nueva España en 1557, uno como factor de Andrés
Pérez, siendo hijo de Diego de Espinosa y de Beatriz Sánchez (núm. 3631, p. 276);
el otro hijo de Pedro de Villarreal y de Juana Diaz de Alcalá (núm. 3838, p. 292).
dó en poder de Contero, el cual «la casó con un esclavo suyo)). Como
hija de india, no podía ser declarada esclava; pero al casarla con uno
de sus esclavos, Contero la retuvo, en la práctica, como que si la
fuera.
Otra hija de Illescas, María, también fue apresada junto al padre.
De ésta se enamoró Gonzalo de Ávila. Se comprende, que debido a
sus antecedentes, el tinerfeño se entendía mucho- mejor con Illescas
que los demás soldados. No le escaparía tampoco la injusticia come-tida
con el negro y toda su familia, reducidos a la servidumbre me-diante
la traición. Escobar, a su vez, se sentía culpable por lo ocurri-do.
Se pusieron de acuerdo. ((Siendo una noche de guardia el nuevo
yerno y el viejo compadre -escribe con sorna el Padre Cabello- le
dieron paso seguro a él y a roda su familia. Y se fueron con él, a lo
menos e¡ Ávila; porque el Escobar se quedó atascado en una ciénega,
que no los pudo seguir)). El antiguo novicio se justificó ante Conte-ro,
pretendiendo que había salido en biisca de los fugitivos para ha-cerles
regresar. Pero nadie le creía realmente 29.
Así quedó el canario Gonzalo de Ávila convertido en yerno del
negro Alonso de Illescas. En sus nuevas circunstancias sería acree-dor,
sin duda, a una posición de privilegio. En un principio, el nuevo
miembro de la familia significaba para Illescas un importante refuer-zo
en su función de cacique principal. Al mismo tiempo, con el fin
de protegerse contra Contero y los españoles en general, se retiró de
la zona del Portete a un lugar mucho menos accesible, aunque -para
los que conocían el terreno y sabían andarlo- muy bien comunicado.
Su nueva residencia estaba ubicada en las cabeceras del pequeño río
Atacámez, lugar caliente y plagado de mosquitos.
En esos años, entre 1570 y 1577, ocurre la muerte del influyente
cacique de Dobe, Chilindauli. Otra vez, el Padre Cabello atribuye a
Illescas -con su acostumbrada y penetrante caridad cristiana- el
haber llevado a cabo un plan diabólico para asesinar a Chilindauli,
con el fin de suplantarle 30. Según el clérigo, Illescas le mató en un con-vite,
con 500 de sus súbditos. Cuando menos, parece exageración.
Pero tampoco concuerda esto con la situación general, en que la su-pervivencia
de los negros dependía de las buenas relaciones que lo-graban
mantener con los aborígenes. Quizás muriera Chilindauli de
consecuencia de una riña, en medio de una de las borracheras ritua-les.
En cualquier caso, uno de los dos hijos mayores de Illescas -En-
29. CABELLOp,p . 25-26.
30. CABEILOp, . 41.
rique y Sebastián- tomó por mujer a una hija de Chilindauli 31. De
esta manera Alonso extendió su influencia sobre toda la costa, desde
Cojimíes hasta Bahía de San Mateo.
Desde el principio, el castellano, habría constituido una lengua
hierática, reservada en medio de los indios a la casta dominante de
los negros. Gonzalo de Ávila tenía esta ventaja inicial, aun cuando
Illescas de preferencia empleaba la lengua de los sajchila, que era la
materna de sus hijos. Como dice Cabello: ((Estos mulatos (los hijos
de Andrés Mangache) entendían y hablaban un poco la lengua espa-ñola.
Los dos hijos del negro (Illescas) no la entendían ni la hablaban,
y menos los indios, a causa que el negro y su yerno siempre hablaban
en la lengua de los naturales, en que son muy expeditosn 32. Se evi-taban
así suspicacias.
Junto al aprendizaje lingüístico, Gonzalo tendría que sumar a sus
cualidades físicas y habilidades otras adquiridas de los indios que
probablemente no había tenido oportunidad siquiera de practicar
en Guinea.
«Es cosa maravillosa el ejercicio de las armas en que esta gente
entretiene y ocupa a sus hijos -observa Cabello- porque ansí se
ejercitan y gastan el tiempo en tirar dardos a un terrero, como los
bien nacidos en escuelas y letras. Una o dos horas por la mañana es-tán
tirando a un tronco que tienen hincado en una placeta; y otras
tantas por la tarde se tiran los unos a los otros, para enseñarse a
barajustar y obviar el golpe y dardo del contrario, con aquellas ro-delejas
... hechas de cuero de venado» 33.
Esto, además de la cacería. ((Hay mucha caza, ansí venados como
puercos monteses, dantas, conejos, y aun puercos de Castilla, proce-didos
de los que han quedado perdidos.. . Hay muchos géneros de
aves, como son pavas, paujíes, perdices, gallinas de Guinea, palo-mas..
.n.
También señala Cabello que «son tan expertos en el monte los
indios ... y tan diestros en el huir y seguir por rastro que por él ob-servan,
sacando a su contrario. Y huyen por Ia montaña sin hacer
ni dejar rastro, aunque vayan muchos. Miran mucho en las hojas de
los árboles, y por ellas conocen, si han pasado sus enemigos por allí.
Otros hay, que mirando en el agua conocen, si hay rastron 34.
Concuerda con esto el testimonio de Gaspar de Santillán, un es-pañol
baquiano -por ser oriundo de la provincia de Quijos, en la
Amazonía- el cual entró en Esmeraldas algunos años después, con
el ya mencionado Diego López de Zúñiga:
«Allí -precisamente junto a la casa de Gonzalo, en 1583- saltó
este testigo en tierra para tomar los rastros de los indios, porque este
testigo lo sabe y entiende, como hombre que se ha criado ... en las
montañas. Y que en el rastro que este testigo rastreó y miró, enten-dió
... que los indios que se habían huido por los dichos rastros eran
obra de quince indio s...^. Por «ser rastrero)), Santillán iba a todas las
salidas, a veces rastreando en los esteros. Una mañana encontraron
treinta indios al otro lado de un río, pero huyeron. «Y por mucho
que este testigo los rastreó, no les pudieron dar alcance, por respec-to
de que no tenían caminos por tierra, sino que se metían en una
balsi!la, y SP entrahan en m estem, cm dos palm de S U C U ~ I~lrnbre, ,,
y sus comidas de raíces e una olla, que este es su hato de los dichos D
E indios. E ques por no haber caminos de indios por tierra, sino por
O agua.. . ». Lo peor de todo era lo anegadizo del terreno, el paludismo, n -
las víboras y culebras venenosas, así como niguas, pulgas y otras sa- =m
O
bandijas. E
E
Vivían los indios en bohíos -los de los caciques eran más gran- 2
E
des- y a veces en galpones comunitarios. Dormían encima de bar- =
bmoas, y además de los fogones, no había mobiliario. Pero sí se al- =
macenaba mucha comida: «maíz, yucas, camotes y otras muchas - - 0
legumbres e frutas de la tierra» 35.
m
E
En este marco se iba a desarrollar la vida de nuestro canario. Pe- O
ro de criado pasó a señor, vivía en medio de gentes con quienes se
entendía y que le respetaban. Gozaba de libertad, a cambio de haber n
-E
renunciado -a riquezas ciertamente que no- a algunas comodida- a
des, que también habrían sido contadas. 2
n
Llevaba Gonzalo de Avila siete años de esta vida, cuando zozobró 0
en Bahía de San Mateo un barco, en la primera mitad de 1577. Nueve 3
de los náufragos se pusieron en camino hacia Puerto Viejo. En el O
trayecto murieron siete, a rama del hambre, sed y ag~tamientc.I Ia-bían
dejado atrás a dos matrimonios, debido a que una de las mujeres
se hallaba enferma, y la otra estaba criando una niña. Y, según el
relato de Cabello:
((Bien se deja a entender la aflicción y angustia en que estarían
puestos ... sin más refrigerio que una poco de agua que escasamente
desti!dx lim barranca, y u!& marisc~ qüe !=S af,igidos maridos
35. Informau6n a pedimento de Rodrigo de Ribadeneyra, Quito, 19.X.1587.
fols. 502506: AGI, Escribanía de CAmara, 922 B, núm. 1.
buscaban para sus llorosas mujeres ... Subcedió que -yendo acaso
un día a buscar marisco, como lo tenían de costumbre- vieron venir
al negro Alonso de Illescas y a su yerno Gonzalo de Ávila hacia ellos.
Y, creyendo fuese gente que en su socorro venían de Puerto Viejo,
con mucha alegría se fueron a ellos, reagradeciéndoles y dándoles
gracias por el trabajo que por ellos tomaban, y encareciéndoles el
grande en que ellos y sus mujeres estaban. Y entendiendo el negro,
cómo estaban engañados en pensar, fuese gente de Puerto Viejo, di-jéronles
quien era (sic), la vida que traían, y donde era su habitación.
De que no poco turbados fueron nuestros españoles, temiendo que
por quitarles las mujeres los matarían, por ser, como eran, de buen pa-recer.
Y, entendiendo el negro este temor en ellos, los aseguró con
palabras amorosas, y les prometió ayuda y favor ... Y en esta coyun-tura
llegaron algunos indios con comidas de la tierra...^. Ávila les
dijo, que los indios venían por orden del negro, ((porque ya ellos
sabían que estaban en aquella playa, y sólo a socorrerlos salió el
negro a la costa)) 36.
Illescas y Ávila atendieron con sus indios a los náufragos, hasta
que parecían estar ya en condiciones para partir. Con tal fin adere-zaron
una buena canoa, aviada con agua y vituallas, para llevarlos
hasta la costa de Puerto Viejo. Pero precisamente entonces llegó un
barco enviado del puerto de Manta para recogerlos.
Es también al Padre Cabello que se debe el siguiente dato: «Pa-rece
ser, que Gonzalo d'Ávila, durante el tiempo que estos casados
conversaron con él, por tener que hablar, les dijo que su suegro y él
se estaban entretenidos en aquella manera de vida, por el temor que
tenían al castigo.. . y que si hubiera alguna persona que.. . les alcan-zase
perdón ... reducirían a su servicio aquellas provincias; y que el
que tal perdón les llevase, sería de ellos bastantísimamente gratifica-do
de su solicitud y trabajo. Esto dijo el Gonzalo de Ávila ... aunque
después ... con juramento negó el haber tratado tal cosar 37.
Uno de los matrimonios -Juan de Reina y María Becerro- ter-minaron
sil 0ls-a en Quito, donde interesaron en -1 caso de Illescas
y Gonzalo al chantre Diego de Salas, al Obispo Peña, y al Presidente
de la Audiencia, licenciado García de Valverde. Resolvieron enviar
al clérigo Miguel Cabello Balboa, con una Reales Provisiones y con
comisión de su Ilustrísima. Se concedía perdón general para Illescas,
36. CABELLOp,. 29.
37- CAEELLOp,. m. Cm&,-<]A -- -..- -.Al- Cn-,.-ln L - k l A A* -O+- n.,ae ---;ha el W L L l c.la'"> yur; nu1u ""UL'LLU L i - u L u ur LaL", p u w r i w - " U
clérigo que las autoridades de Quito consideraban "que el haberlo tratado como decían
que lo trató s61o el Gonzalo de Avila había sido con parecer y maduro acuerdo de
su negro suegro y de los demás mulatos allí residenks.. ." (p. 31).
Gonzalo de Ávila, así como a Juan y Francisco Mangache «y sus de-más
secuaces)). Además, al primero se le nombraba Gobernador de
los naturales (28 de julio de 1577).
El martes 17 de septiembre de ese año el Vicario Cabello desem-barcó
en la playa de Atacámez, en compañía de Juan de Reina, el
diácono Juan de Cáceres Patiño, natural de Jerez de la Frontera,
Juan de Santa Cruz, natural de Aguilar de Campó, además de Diego
de Mendoza, ((mancebo de la tierra)), y unos indios de Manta. Allí
no había oblación alguna, a pesar de que en 1526y 1527 los descu-bridores
habían comprobado la existencia de un pueblo grande.
El clérigo y sus compañeros trataron en vano penetrar hacia el
interior en busca de Illescas. Tuvieron que limitarse a intentar Ila-mar
la atención, en particular con tañer la campana de su improvisa-da
capilla. En vista de la situación tan poco prometedora, Cabello ,, -
envió a Puerto Viejo a Diego de Mendoza con algunos de los indios E
manteños O
Así estuvieron hasta el jueves 26 de septiembre. Ese día descu- n -
=m
brieron en la playa las huellas de tres indios. «Y después de vísperas, O E
estando el diácono pescando sobre la barranca del río, de súpito, por SE
lo alto dél, apareció una gran canoa)). =E
Por un rato se perdió de vista, detrás de una punta. Cabello y
todos los suyos permanecieron con la vista fijada en esa dirección. 3
«Y poco a poco comenzó a descubrirse la proa de una canoa. Y des-
- -
0m
pués se mostró toda, tal y tan cumplida, que ... la hallamos más de E
seis brazas en largo, y de un anchor capaz de poder estar una espada O
atravesada. Al amor del agua, que ya bajaba, se dejó venir hasta po- n
nerse un tiro de piedra ... y allí comenzaron a hacer a boga, entrete- -E
niéndose sin pasar adelante. Y el negro Alonso -que venía en la a
2
punta de popa- dijo con voz que todo oímos: ¿Qué gente?^. n
Primero le contestó Reina, asegurándole. Luego le habló el Vica- 0
rio : « i Llegue, señor Don Alonso Illescas ! goce del bien y merced O3
que Dios Nuestro Señor y Su Magestad le hacen en este día».
-aAlonso me llamo yo, y no tengo don)), replicó con dignidad el
antiguo esclavo del mercader sevillano. «El Rey, que puede, da y
pone el don)) ripostó el clérigo.
También venían en la canoa Gonzalo de Avila y algunos mulatos.
((Hablaron los dos -suegro y yerno- entre sí. Y pareció haber acor-dado
llegarse más y reconocernos mejors.
Juan de Reina logró convencerles, y ((mandaron a los bogadores ...
a dar con la canoa en la playa. .. y el Alonso, con humildad e, al pare-
38. CABELLOp,p . 30-33.
cer, cerimonia, y tomando la mano (del sacerdote) casi por fuerza,
la besó. Y lo mismo, a imitación suya, hizo el Gonzalo de Ávila. Y
después nos fueron abrazando uno por uno...». Detrás de ellos desem-barcaron
tres balsadas de indios armados.
Lo primero fue llevarles a la capilla, donde, delante de las imá-genes,
Illescas «hizo oración, con devoción y lágrimas tales, que a
todos ... provocó a ellass. Pasaron luego a la choza donde se alber-gaban.
Allí, Cabello les endilgó un larguísimo sermón, al final del cual
exhibió las Reales Provisiones: «Me fueron dadas estas Provisiones
Reales que aquí veis. En la primera se contiene un general indulto
de todos vuestros descuidos pasados, y como tales, la Real Audien-cia,
en nombre de nuestro piadodísimo Rey, se lo remite y perdona;
no sólo a vos, mas a toda vuestra casa y familia, especialmente a
+,",,..,, ,a, cnnVnAir- \ Ár r ; l". nnfra +nm+r\ r i r ror r+n rnonr.0 *,"An v UGDLIU y ~ l l l uu u u l r a z w UG r x v I L ~ . GIILIL LRULU LU~LILU IUGIIUO ~afiuu m
tuvo de rebelarse, tanto era más digno de mayor castigo y pugnición. D
El cual de todo punto se pone y pondrá en olvido...)). El perdón se E
extendía a los hermanos Mangache, «a quien juntamente con vos y O
n vuestro yerno, la Real Audiencia promete muchas y muy ordinarias -
m
O
mercedes. Y... a vos, señor Don Alonso de Illescas, por virtud de E
E
esta otra Provisión, os nombra Gobernador de estas provincias y na- S
E
turales dellas, para que, como tal, mantengais en justicia a todas las -
personas que en ella residen y residirán en lo por venir. Y por retri- 3
bución y correspondencia debida a merced tan grandiosa, no pre- --
tende ni quiere de vos la Real Audiencia y el Reverendísimo más de 0
m
E
que las queráis recibir y conocer: porque el conocimiento dellas os O
hará acudir a lo que sois obligado a leal y buen vasallo de tan justo
Reyu. n
E Tras esto, el diácono leyó en voz alta las Reales Provisiones. -
a
Illescas las tomó en sus manos. Mirando el sello, dijo: «Estas son nl
las armas del Rey mi señor, que bien las conozco)). Besó las Provi- n
n
siones y las puso sobre su cabeza. Y en nombre propio y de todos $
los suyos dio la obediencia 39.
O
Conversando, ya de noche, iiiescas le diju a Labeiiu, que se enteró
de su presencia en la playa de Atacámez, porque tres días antes, al
venir las canoa con indios desde Bahía de San Mateo, oyeron cantar
un gallo. Al amanecer averiguaron el número de españoles y de in-dios
manteños. La presencia de estos últimos indicaba que no eran
náufragos salidos de Panamá, sino gente que procedía del sur, segu-r-
rnnnia P ~ C S V G ~AP~ ~almC r na r n r n i c i h T n p p & yi&6 g ] ~ c ~ ay r 'U",,"C,, -",,YLDUUVY U" -lb-.--. y----------- --
a su yerno a venir y averiguar, lo que era.
39. CABELLO, pp. 34-37. Cabeiio al Rey, Quito, 1.11.1578
Al día siguiente, Cabello les ofreció los obsequios traídos: «Para
que en lo exterior mejorasen el traje, como en lo interior deseamos. ..
les henchimos las manos de camisas, jubones, zaragüelles, medias,
calzas y zapatos y sombreros. Y por el consiguiente, a los indios
dimos mantas y camisetas. Y los unos y los otros se peltrecharon de
hachas y machetes y cuchillos, a su voluntadu.
Inmediatamente después se celebró la santa misa, de que, al pare-cer,
((mostraron gran contentamiento, especial el Alonso de Illescas~.
Porque «el Gonzalo de Ávila es tan ccbilado y vil -se permite el
juego de palabras el Padre- que no hay para qué hacer dé1 minción
ni caudal, y cúmplese con decir, que era como anona en el que el
suegro hacía, y como eco en lo que decía, pronunciando las postreras
sílabas de lo que el negro suegro platicaba)).
Durante la misa, los indios de Illescas aderezaron la choza del
clérigo y prepararon un almuerzo de pescado fresco. Durante la co-mida
se discutieron las instruciones de la Real Audiencia. Prometió
Illescas consultar a los Mangaches y regresar con ellos. Luego se des-pidieron
(27 de septiembre).
«Y martes, 8 de octubre -relata Cabello- vimos aparecer por
lo alto del río una flota de balsas que, como a capitana, venían si-guiendo
a la corpulenta canoa del negro.. . E al amor de la marea que
ya bajaba se llegó a tierra la rústica flota, y desembarcaron como
cincuenta indios: tan apuestos y compuestos de oro, que bastaran
hacer ricos a mis compañeros ... Desembarcaron tras éstos indios los
dos mulatos Juan y Francisco, con sus nzd bbidc~s mujeres», dice
Cabello, por no estar casados los hijos de Andrés Mangache in ffacie
ecclesZw. «Luego los dos mulatos, hijos de Alonso, que son Enrique
y Sebastián, ansí mismo con sus mujeres, que la una dellas era hija
del cacique Chilindauli, señor de Dobe)), dato que el buen sacerdote
sazona con un comentario insidioso. «Tras toda esta candla (palabras
son del pastor de almas), saltaron en tierra los dos regentes: el ne-gro
suegro y el no blanco yerno (sic), y juntamente sus mujeresu.
Y añade con mala uva: ((aunque por el bien parecer no traían más
de, cada uno, unan ". Entre las mujeres se contaba la suegra del ti-nerfeño.
María, la mujer de Gonzalo, traía al parecer en los brazos a
una niña de dos años, hija de ambos, llamada Magdalenau.
C.~f iza!&~ -4vila y s~ suegro Iu&n Iris nstidos que Cahp]!~
había regalado. «Y fue cosa de ver el oro que sobre sí traían, ansí
varones como hembras. Excepto el negro que, por gravedad, o por
40. Ibid. CABELLOp, p. 37-42.
41. C h m , p. 26.
hacerse pobre (no puede faltar el malinter,cionado comentario del rc-verendo),
no trujo sobre sí ninguno. Y el tránsfugo Gonzalo de Ávila
traía las orejas cercadas de zarcillos, todas en torno)).
Efectivamente, se trata del típico adorno de orejeras múltiples,
empleado por los sajchila y otros pueblos prehispánicos de la Costa
ecuatoriana. Del resto, Cabello no logró evitar la tentación de hacer
un estimado del valor de las joyas que traían entre todos: 1500 pe-sos,
es decir, 15 libras del metal 42.
Era luego todo abrazos, confraternización, y un buen sermón que
el Vicario les endilgó a los hermanos Mangache. No faltó la oración
en la capilla, y como ofrenda, 100 pesos de oro de 21 quilates que
Illescas, en nombre de todos, dejó encima del altar 43.
Y cuenta el Padre Cabello: «Fue cosa de ver la presteza con que
se hiixhS de rancherias a q ~ d l api l?ta de arena p c a!$ sule a !a mar,
e la presteza que tuvieron.. . los indios que con el negro vinieron:
se hinchó de rancherías aquella punta de arena que allí sale a la mar,
el poner del sol y de las mesas fue todo a un tiempo. Y sentados en
ellas por su oráen el negro e hijos, mulatos y Ávila, y algunos in-dios
principales, se dio principio a nuestra cena, con sainetes de di-chos
entre el negro y mulatos, y aun el torpe (sic) Gonzalo de Ávilan.
El comisionado de su Ilustrísima y de la Real Audiencia no pudo
haberle tenido voluntad más escasa al tinerfeño. No se sabe exacta-mente,
por qué motivo. Quizás le estorbaba la presencia de un hom-bre
blanco junto a Illescas, a quien habría pretendido, en un prin-cipio,
manipular a su antojo. Naturalmente, pronto tuvo que desen-gañarse
en cuanto al negro sevillano, a quien había subestimado.
Como reacción, Cabello tilda a Gonzalo de mera sombra de su sue-gro,
y sin duda, éste le tenía dominado. Lo más probable es que el
clérigo le tuviera inquina al canario, por achacarle el origen de la
comisión que se le diera en Quito. Mas el viaje a Esmeraldas resultó
ser un mal negocio, pues ningún beneficio obtuvo por sus trabajos,
y además, su misión fracasó rotundamente. Como Gonzalo negó ha-b
d s siigeri'do nada a jüan de Reina, Cabe!!o :e achacaria e! ha-
42. Cabello al Rey, I.II.7.S.
43. En su carta al Rey Cabello dice que eran 91 pesos de oro. En cambio, en !a
Verdadeia descripción (p. 42) declara: 'Y después que lo pesamos, hallamos cien
pesos, dos más o menos, de un oro de veinte y un quilates, que tal ley tiene el de
aquella tierra, aunque tambikn lo hay bajo".
Illescas olfate6 la codicia de Cabello desde el primer día, cuando le dijo en un
aparte: "Paréceme, señor Vicario, que no puede ser menos, sino que haveis gastado
mucha hacienda en adquirirme y traerme tan ,mn beneficio. Y aun sospecho, que
por esta causa habéis venido, como venís, sin servicio de esclavos. Sed servido y
tened por bien que yo os junte entre estos mis hel-manos siquiera mil pesos de oro,
para que os proveáis de un par de negros que tengan cuenta de mirar por vuestra
persona". (p. 38).
berle sacado de su cómoda existencia en Quito, mediante el espejis-mo
de beneficios materiales.
Volviendo, pues, al convite de Atacámez, refiere el Vicario un
incidente bastante revelador. Les endilgaba otro sermón sobre la
vida que llevaban allí, digna sólo de .«demonios o bestias)). Gonzalo,
sincronizando en la misma frecuencia, asintió: ((Tiene vuestra mer-ced
razón, señor Vicario, que andamos por estas montañas hechos
unos bellacos, borrachos, ladrones, herejes y salteadores! 1). Mas Illes-cas,
con la conciencia más clara, y que tampoco le escaparían las
posibles consecuencias de autoconfesiones gratuitas, le cortó : « i Qué
bien que nos honráis, señor yerno! i Callá, por vida vuestra, si no
pensáis hablar mejor! ».
Dnr 1 - c<~ihr;ni.;antno nnrro+-rn&Xn rinn Tllocn~ct i i ~ r nn i in rlarco nnr
-C V I ILL c,U"i>lbUlrliib ~VIIV~IUUCIVI-IV I1 l l l U Y I U Y C U . " y-.- U Y I Y I y-- m
convencido el clérigo archidonés de que no se trataba simplemente D
E de un «negro ladino)). El antiguo esclavo sevillano no hablaba, sin
ponderar bien de antemano lo que iba a decir. En una sociedad libre O
n y sin desigualdades debidas al nacimiento, pudo haber ocupado cual-
-
m
O
E quier cargo, pudo haberle correspondido cualquier rango. Si el Vica- E
rio no lograba sonsacarle los secretos de la tierra, él, en cambio, com- 2
E
prenderá perfectamente, que no se podía confiar en ese sacerdote -
que ni queriendo podía esconder su interés por el oro, y por ende, 3
tampoco en los que le enviaban. --
0
Sin embargo, Gonzalo soltó la lengua en compañía de Reina, Cá- m
E
ceres y Santa Cruz, después de la famosa cena: «Y supieron, sin O
preguntarle, muchas particularidades de la tierra, riquezas della, y la
mucha que el negro tiene de oro labrado: en tanta cantidad, que n
-E
seis hombres no pueden alzarlo de tierra. También les dijo, que po- a
cas jornadas de allí sabían ellos un río, donde eran tantas y tales 2
n
las puntas de oro, que se podían coger una a una; mas que había n
en ello mucha guarda de indios que comían gente, y por esto era 3
muy dificultoso el haberse tratos. También, que el año pasado O
( ~ l 5 7 6 ? )h ahian cxhid~p r i in rio arriba, y !!egadn a tal maner2 de
gente, que tenían por muy cierto ser de Quito: porque, demás del
traje que manifestaban, hallaron topos (tupus) de pIata y taleguillas
de coca, y que una dellas habían traído y la tenían en su casa. Y
que demás desto trujeron una cochinilla que estaba a cebo en un
chiquero; y que los indios de aquella tierra les habían muerto un
perron.
Sus compañeros informaron de todo esto a Cabello esa misma
noche; por lo que, a la mañana siguiente, el Padre se apresuró a to-mar
aparte a Gonzalo y a los Mangaches, para oír de ellos directa-
mente la confirmación de todas esas noticias. Y efectivamente, «sin
discrepar punto, el mulato Juan y el Gonzalo de Avila me lo volvie-ron
a referir ... Y aun añadieron diciendo, que, puesto que la mina
de las esmeraldas puntualmente no sabían, tenían un mozo amigo en
los confines de Campaz que lo sabía)) 4S.
Illescas a su vez le confirmó aquella tarde lo del río del oro -se
trataba del yacimiento arqueológico de la Tolita- pero también le
hizo saber que sin más demora se regresaban a su aldea. No se ofre-cía
a llevar consigo a los españoles, pretextando lo malsano del lugar.
Esto le pesó mucho a Cabello, quien logró al final que se llevaran
consigo al diácono Cáceres. Obtuvo igualmente la promesa de que
regresaría Illescas pronto, con todos los suyos, para mudar su vivien-da
de forma permanente a Bahía de San Mateo. Con esto se despi-dieron,
en la tarde del 10 de octubre. 2
Para llegar al pueblo de Illescas había que remontar el río Atacá- N
E
mez, cuya entrada en la ensenada se confundía entre numerosos es- o
teros, en medio de un espeso monte. Cáceres tomó buena nota de n -
=
cuál era la verdadera boca, y del curso que había que seguir. En m
O
E
la ranchería de nlescas «le hicieron amigable hospedaje, y le mostra- E
2
ron la bolsa de coca y los topos de plata, y otras cosas que habían E
traído de la correría que dijeron haber hecho hacia la sierra)). Igual-
=
mente se entretenía el diácono en «ir a cazar por aquellas montañas ... 3
Y esto fue a fin de considerar y saber la tierra, y tenerla -para lo
de adelante- reconocida. Y, habiendo estado allí cinco días ... tra- E
taron de su vuelta a el lugar donde habíamos quedado, sin haberse o
hecho por entonces más efecto que haber marcado los cerros y reco-nocido
las entradas para la casa déstos, por aquel estero arriba. Que n
-E
no es negocio de poca dificultad: porque, si no es por esteros, no se a
puede ir allá. Toda esta costa, en más de cincuencia leguas della, 2
n
está cerrada con una espesa y espinosa breña, que la defiende para 0
poderla entrar, casi como muralla. Tiene de enchor más de dos le- =
guas ... y son dudosas sus entradas) 45.
O
En otras palabras, el diácono se dedicó a una labor de espionaje,
«para lo de adelante)), que estas palabras son de Cabello. Sin duda,
no pasó esto completamente desapercibido de Illescas y los suyos.
El sexto día, martes 15 de octubre de 1577, regresaron a Atacá-mez
Gonzalo de Ávila, Juan Mangache y Enrique y Sebastián de
nlescas, con Cáceres Patiño 46. Precisamente el día antes había ama-
44. CABELLOp, . 44.
45. CABELLO, pp. 44-46.
46. CABELLOp, . 47. En su carta al Rey dice que vinieron con Cáceres "Gonzalo
de Avila y Sebactián, hijo del Illescas, y otros 14 6 15 indios".
necido surto frente a ese puerto un navío que hacía viaje de Pana-má
a Guayaquil, su maestre fulano Martínez, natural de Antequera.
Ni los de a bordo se atrevían a saltar en tierra, ni Cabello se decidió
a hacerles señas, por temor a que los indios de Illescas llegaran a
advertirlo, haciéndoles sospechar trato doble. Tuvo que ser Gonzalo
de Ávila quien, al ver el navío, con una sábana atada a un palo les
llamó la atención y logró que el maestre enviase el batel a la playa.
Al día siguiente todos de a bordo desembarcaron, ((oyeron misa y
comieron)). Luego se pusieron a rescatar con los indios y mulatos,
por valor de 760 de oro, a lo cual se sumaban los 100 pesos
dejados por Illescas sobre el altar, con que el Reverendo compró
«vino y cosas para nuestros usos necesariasn 47.
Gonzalo deseaba subir a bordo con sus cuñados y con los indios.
Dice Cabeiio que éi se opuso, por ((virtud y ieaitacb; y porque tenía ,,
«más respecto a lo honesto que no a lo útiln, no se aprovechó de la E
ocasión para llevarles a todos presos. Me parece, no obstante, sinto- O
mático el hecho de que el buen Padre hubiera contemplado siquiera n - m tal posibilidad. Y en este caso lo honesto no conflgía con lo Útil, O E
porque el hombre clave en todo esto era Alonso de Illescas, sin el 2E cual no se podía dominar la región ni lograr los provechos en oro E
y esmeraldas que se prometía Cabello. Pero Illescas se había quedado
en su pueblo, pretextando haberse lastimado un pie. 3
Aunque defraudado en cuanto a la visita al navío, Gonzalo tuvo Om-una
compensación. Si el clérigo pudo saludar en la persona del maes- E
tre Martínez a un casi paisano, el antiguo residente de Magrabomba O
y Guinea se hizo rápidamente amigo de un marinero portugués, con n
el cual, naturalmente, podía conversar en lengua lusitana. Escribe E
Cabello con su acostumbrada caridad cristiana: La sangre del mari- a
nero portugués «en muy breve espacio se encontró con la vil de Gon-zalo
de Ávila. Y entre los dos fabricaron grandes quimeras y torres
de viento, por ser el uno con el otro iguales. A éste dio el Ávila una
carta escrita por uno de los que allí estaban -es decir, Gonzalo y el
marimrc, amb~s, eran ona!fabrtos- poro v e se diese en P ~ e r t c
Viejo a un Mateo de Párraga, que allí era casado; el cual y el dicho
se trataban por parientes. Y, en suma, le decía por su carta, que en
el primer navío que por Manta pasase, que viniese para que él y su
47. CABELLOpp, . 47-48. Y añade, que compraron "tanta cantidad cuanto cupo en
el valor del oro que el negro puso en el altar en su segunda venida". No obstante, en
su reh~i611d. Fdipe 11 no Tuvo el buen Padre inconveniente en mentirle a Su Magestad,
al escribir: "Y compramos algunas cosas a nosotros necesarias y repartimos entre los
naturales todo lo que compramos, porque no entendiesen de nosotros que guardábamos
y atesorábamos el oro, ni que la codicia nos llevaba a buscarlo". El problema al final
fue, pienso, que Illescas y los suyos lo entendieron, precisamente.
mujer fuesen compadres en las bodas y bautismo que se esperaban~48 .
Es porque el Padre Cabello había insistido en bautizar y casar a
todo el mundo.
Eventualmente surgió el navío de Martínez en el puerto de Manta,
y el portugués entregó a los Párraga la carta de Gonzalo. Zpso fcrctu
se prepararon para el viaje a Atacámez, y se embarcaron en una
balsa. La Párraga iba encinta de seis meses, y llevaban consigo un
hijito de dos a.ños de edad. Viajaban en la balsa, además, dos espa-ñoles
así como el mozo Diego de Mendoza. Iban a topar con el clé-rigo
y su grupo cuando ya habían partido de Atacámez, de regreso
hacia el sur, por Cabo San Francisco. Intentarían utilizar la balsa de
Párraga para volver a Manta, pero al no lograr vencer los vientos
y corrientes contrarios, habrían de marchar a lo largo de la playa
hasta los términos de Puerto Viejo 49.
Cabello tuvo que salir de Atacámez, debido a la ruptura de rela-ciones
de parte de Illescas. Esta decisión fue tomada por el negro
después del regreso de Gonzalo de la costa, pues se ve que el cana-rio
había actuado de modo muy natural e incluso demasiado con-fiado
durante su permanencia en Atacámez.
Gonzalo y Juan Mangache volvieron allí una vez más, al cabo de
tres días, con el mensaje de parte de Illescas, de que estaba juntando
gente y balsas, para mudarse todos, con el Vicario, a Bahía de San
Mateo. Habiendo comunicado esto a Cabello, ambos subieron de
nuevo río arriba 50.
La espera se hizo larga, hasta que apareció un grupo de unos 50
indios que acamparon en la boca de uno de los esteros ados tiros
de arcabuces)) del rancho de los cristianos. Pero no se acercaron, y
alguna razón habría tenido Cabello para no intentar ponerse al habla
con ellos. «Allí se estuvieron todo aquel día y noche siguiente, con
muchas lumbres y bárbaras cantinelas)). El día siguiente entró al puer-to
una balsa que había enviado de Manta -antes de la llegada del
navío de Martínez- Diego Mendoza, a cargo de un Benito Martín,
con seis indios balseros y muchas provisiones. Al ver la balsa, los
indios de Illescas abandonaron su campamento a pie, dejando aban-donada
en la playa, partida a lo largo, la canoa en que habían llegado.
Con los balseros manteños pretendió remontar Cabello el río Ata-
48. CABELLOpp, . 47-48.
49. CABELLOpp, . 48-49, 52-53. La noche que siguió a la reunión con los Párraga,
vieron pasar un cometa. s. C n E ~ i ~PoP,. 48-49. En m caka a! &y dicr. Mbellv, q ~ Ae-p i!a y &,i,ga&l,c
regresaron al cabo de cinco días, y que fue "un sábado a mediodía" que llegaron a
Atacámez. Le dijeron al Vicario que Illescas llegaría con su flotilla de balsas el martes
o miércoles siguiente.
cámez, siguiendo las indicaciones del diácono. Escribe: «El viernes
siguiente, dándome pena su tardanza, tomé una balsilla y subí río
arriba, por donde solían bajar. Y después de dos leguas aguas arriba,
hallé represadas en los mangles más de cien balsas, hechas pedazos,
donde conocí habérseles mudado el primer propósito y estar rebe-lados.
«Con esta mala sospecha volví a mis compañeros ... Y el sábado
siguiente mi compañero el diácono, tomando otra balsa, subió mucho
más arriba que yo, e vido el mismo destrozo y muchos árboles fru-tales
cortados)) ".
Como resultado, el día de Todos los Santos, Cabello y los suyos
emprendieron la larga caminata hacia Puerto Viejo. Él mismo se pre-guntaba,
a qué se debía el brusco cambio de actitud de Illescas. Con-jeturaba
que habrían sido los caciques indios que argumentaron con m
D
el negro contra su ((reducción)) 52. ES posible. También pudieron ha- E
ber sido los Mangaches. Cabe pensar que la añoranza de sus días se- villanos inclinaba a Alonso a aceptar las propuestas del Vicario. o--- m
Luego, empezo a vacilar -de ahí el pretexto del pie- continuó O
E
dándole largas al asunto cuando Gonzalo hizo su última aparición E
2
en Atacámez- y tomaría la decisión final como resultado del arribo -E
de la balsa de Benito Martín. Además, qué motivo hay para pensar 3
que Cabello iba a recontar incidentes, detalles de su modo de pro- -
ceder que a él no le favorecerían, pero que bien pudieron haber cons- -
0
m
tituido el factor decisivo en la decisión tomada por Illescas y los E
suyos. Mas, en cualquier caso, es obvio que el más confiado, el más o
inclinado a aceptar las propuestas del Vicario, era Gonzalo de Ávila. n
E El año siguiente, 1578, Cabello Balboa se empeñó en abrir el ca- a-mino
directo desde Quito hasta el pueblo de Illescas. Habiendo ba- l
jado hasta la confluencia que constituye el río Esmeraldas, Cáceres n
n
reconoció das espaldas de las lomas que está sobre la casa del negro,
por donde él antes había andado a caza con sus indios)) 53. Pero no 3
O
se atrevieron a acercarse más. No obstante, los conocimientos ad-quiridos
le iban a servir a Andrés Contero a intentar una nueva pe-netración,
para la cual ya tenía todos los elementos necesarios reuni-
51. CABELLOpp, . 50-51, escribe: "Y habiendo caminado más de dos leguas por él,
hallamos represados más de doscientos palos de balsa, nuevos y cortados por medio,
de forma que para nada ya podían aprovechar. Y saltando a tierra, haliamos muchos
árboles frutales, cortados por el pie, señal lo uno y lo otro de gente alterada". Parece
más fiel la versión dada al Rey en su carta del 1.11.78, citada en el texto. En cambio,
dice allí que esperaron otros 25 días antes de partir de Atacámez. Pero al parecer
s610 fueron 10, pues la Última aparición de Gonzalo habría tenido lugar el 21 de
octubre.
52. CABELLOp,p . 51-54.
53. CAEIELLOp., 60.
dos. Pero el estallido de la sublevación de los indios de Quijos, y
luego la incursión pirática de Drake, desviaron esa fuerza a atender
el peligro más inmediato 54.
Dicho sea de paso, el enorme botín que obtuvo Drake, en particu-lar
con la presa del navío mercanfe, desarmado, Nuestra Señora de
la Concepción, en Cabo San Francisco, a poca distancia de Atacámez,
se debió a la falta de unidades navales para combatirle. Sólo había
una galera, prácticamente acabada, en el astillero de Guayaquil. Su
fábrica había sido ordenada por el Virrey don Francisco de Toledo,
con la idea de utilizarla contra los negros de Esmeraldasj5.
Por fin, cinco años después (1583) bajó a Esmeraldas desde Qui-to,
por el camino de Cabello, Diego López de Zúñiga, con gente ar-mada
y título de Gobernador. Su actuación confirmó de hecho todos
los temores y suspicacias de los negros e indios. Le hicieron el va- 2
cío, lo que aseguró el fracaso de la pretendida ((pacificación)) 5G.
N
E Es en ocasión de 12 entrada de López de Zúñiga que encontramos
el último rostro de Gonzalo de Ávila. El ya mencionado baquiano O
n Gaspar de Santillán declara, que ((yendo de aquella población -de
-
m
O
E los Mangaches- a descubrir la mar -bajando por el Río Esmeral- E
2 das-, para saber en qu6 parte estaban ... antes de allegar a la Ba- E
hía de San Mateo, una vuelta del río no más, vio este testigo qu'es- -
taban cinco casas de indios, donde decían que estaba un portugués. 3
Allí saltó este testigo en tierra para tomar los rastros de los in- - -
0
dios...)) ". Santillán calculó que el rastro dejado por los que habían m
E
huido era ((obra de quince indios)). ¿Iría entre ellos Gonzalo? O
La impresión que se saca es que Ávila se había distanciado de su
suegro, no sólo en lo geográfico, sino también en las relaciones per- n
E
sonales. Tal vez se debía esto precisamente al hecho de que el tiner- -
a
feño se empecinaría en ir a vivir a Bahía de San Mateo, según 10 2
n
había propuesto Cabello. En cualquier caso, cuando a raíz de la fra- n
n
casada entrada de López de Zúñiga inicia su labor apostólica en 3
Esmeraldas el trinitario fray Alonso de Espinosa, en la documenta- O
54. CABELLOp,p . 60-75.
55. Toledo al Rey, 1S.IV.1578: "Pienso que con la fusta rreforcada que se hizo
y la vamos rrehinchendo de gente condenada al rremo. y con algunas fragatas, bengan
a la buelta corriendo la tierra desde la Gorgona hasta Puerto Viejo, de los cimarrones
que ay en aquella buelta confederados con yndios, y donde también es la noticia de
las esmeraldas, que tantas vezes se a entrado a ellas. Y agora el negro capitán me
a embiado a pedir, que si le perdono y le dejo poblar allí, saldrán de paz y dará
iiano lo d e los yndios de guerra". (LEVILLIEGRo:b er~m?ztesd el Perú, VI, 65). Se sabe
por el mismo Cabeiio que le lybía escrito al Virrey, antes de su partida de Quito,
--e 1- -..- Y"' d.&:1-:l.-.- d.. ---A-- 2- --4- A- Tll-o--e A- k - 7of7aA 2- - 3 4 3 'Y YUC 'a .,""C'CUU U C YGIUVY UL y L L I L C U Y AYCaCC.-- ,.YUY -ir. I I I I Y J V U1 IY -A*-.
56. Relación de fray Alonso de Espinosa al Rey, Quito, Z.V.1585: AGI, Quito, 22.
(Publicado por RUNAZO: Documentos, núms. 282, 283, pp. 7-13).
57. T O Gaspar de Santillán, 19.X.1587: AGI, Escr. CAm., 922 B 1.0
ción relacionada con sus gestiones (1585-1587) entre la Real Audien-cia
por un lado, y los Mangaches e Illescas por otro, nunca se men-ciona
a Gonzalo de Ávila. Es decir, había sido marginado por su
suegro y cuñados, o que incluso, habría muerto por entonces.
La vida en las selvas esmeraldeñas iba cobrando sus víctimas. No
sólo se desvanece nuestro canario, sin rastro. Víctimas de su apos-tolado
será muy pronto fray Alonso. De Enrique de Illescas no se
sabe nada más después de 1577. En los últimos años del siglo ya no
vive Alonso, y tampoco se habe ya de Juan Mangache. Quedaron de
jefes principales el hermano de éste, Francisco, y Sebastián de
Si no hubiera sido por el naufragio de Juan de Reina, y princi-palmente
por la misión confiada a Miguel Cabello Balboa, así como
por sus inclinaciones literarias y ambiciones mundanas, el tinerfeño
Gonzalo de Ávila hubiera pasado desapercibido por la historia, ex-cepción
hecha de un par de alusiones a cierto portugués metido entre
negros e indios en Esmeraldas. Había sido Gonzalo un hombre sen-cillo,
sin pretensiones ni complicaciones. Fue el primer hombre blan-co
en radicarse en esas tierras, y es muy posible que sus descendien-tes
sigan viviendo en esa provincia ecuatoriana. Su origen canario
y el haber vivido en la costa africana le habilitaron de modo especial
para que representara su raza en ese crisol étnico, surgido en un
gégimen de libertad, donde se mezclaba la sangre y la cultura de los
aborígenes sajchila con las de negros bozales, de negros ladinos, y
hasta de una india de Nicaragua: donde -según las citas que hace
Cabello de las palabras de Iliescas- todos se trataban de hermanos.
El caso de Gonzalo constituye una prueba luminosa de que no es
imposible la hermandad entre pueblos y razas.