HISTORIA SOCIAL
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INFAMIA Y DESCRÉDITO EN EL SIGLO XVI
Emilio Alfaro Hardisson
Lourdes Fernández Rodríguez
OBJETIVOS Y FUENTES
Con este trabajo pretendemos analizar, desde un enfoque cualitativo, diversas
caracterizaciones de la deshonra a fines del siglo XVI observadas en una fuente primaria de
naturaleza judicial. Se trata de una “tacha de testigos” fechada en 1587 en Los Silos, lugar del
noroeste de la isla de Tenerife, perteneciente a la comarca de Daute. Fue promovida
a instancias de Melchor Díaz de Ferrera, para contrarrestar una información testifical
presentada por Francisca Manzana en relación a un litigio sobre la posesión de unas viñas.
Este documento pertenece al fondo de Protocolos Notariales del Archivo Histórico
Provincial de Santa Cruz de Tenerife, en el cual se conserva una agrupación facticia, conocida
hasta ahora como “Sueltos de Garachico”, que incorpora sobre todo documentación judicial
relacionada con los llamados “alcaldes mayores de Daute”, los alcaldes de las pedanías e
incluso con procesos eclesiásticos llevados ante el vicario de Daute. Toda esta documentación
fue custodiada y conservada en su momento por los escribanos de la comarca, en su faceta de
actuarios judiciales. Este conjunto, muy deteriorado, desordenado y desmembrado, pasó al
Archivo Histórico Provincial donde hoy es objeto de un proyecto de recomposición de los
expedientes, de descripción minuciosa y de acuerdo a la norma ISADG
con vistas a su
informatización, con el que se pretende rescatarlo y ponerlo en valor.
La documentación judicial ofrece grandes posibilidades para los estudios de Historia
Social porque refleja los conflictos y tensiones sociales y permite analizar los
comportamientos que se ajustan o se salen de las normas imperantes y los modelos
socialmente compartidos o rechazados. Dentro de la documentación judicial, las declaraciones
testificales, uno de los medios más importantes de prueba procesal en el Antiguo Régimen,
añaden además una particular riqueza informativa, referida tanto a los testigos –edad,
condición social, ocupación– como al contenido de sus declaraciones, en las que se deslizan
muchos aspectos colaterales o accesorios al propio contenido del litigio, así como juicios de
valor que son un reflejo de las mentalidades. Además, al recoger de manera más o menos
literal el contenido de las declaraciones, nos permite analizar su particular forma de expresión
y estudiar de forma especial aspectos lingüísticos y léxicos.
Por otro lado, este tipo de fuentes resulta de especial interés para acercarnos a aquellos
grupos sociales, los populares, que, siendo los más amplios, son normalmente los menos
representados en la documentación. Es en las fuentes judiciales “donde se ha conservado ‘la
voz’ de los pobres marginales, aunque mediatizada por los interrogatorios procesales”. 1
EL PROCESO JUDICIAL EN LA EDAD MODERNA: DECLARACIONES Y TACHAS DE TESTIGOS
En el Antiguo Régimen, el juicio civil ordinario se caracterizaba por su carácter escrito y
por desarrollarse en tres fases consecutivas: iniciación, prueba y sentencia. En este tipo de
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procesos, los medios de prueba más comunes eran las declaraciones de testigos y las pruebas
documentales, por encima de las cuales sólo podía estar la confesión del demandado,
otorgándose un uso más limitado a la inspección ocular. 2 El predominio de este tipo de
pruebas personales y subjetivas dio lugar a su vez a las recusaciones o “tachas de testigos”
con los que la parte demandada trataba de anular el efecto probatorio de sus declaraciones. 3
De entre las escasas muestras de este tipo documental que hemos podido encontrar en
este fondo, la presente muestra un carácter singular derivado del hecho de que las
argumentaciones no se basan, como es usual, en cuestiones procedimentales o encaminadas a
probar el parentesco o la especial relación del testigo con una de las partes. En nuestro caso
los motivos alegados para invalidar los testimonios, en su mayor parte tienen están
relacionados con la caracterización social de los declarantes, ligada al crédito que se le debía
dar a sus palabras, lo que nos permite acercarnos a aquellos caracteres y valores comúnmente
rechazados en la sociedad de finales del Quinientos.
LOS TESTIGOS
Si vamos a tratar de reconstruir la imagen social de la infamia y la deshonra a partir de la
declaración de una serie de testigos, bueno será que primero nos refiramos a las características
de aquéllos cuyas voces vamos a “oír”. Se trata de 10 testigos, con edades comprendidas entre
los 28 y 48 años, vecinos de diversos lugares de la comarca de Daute –Los Silos, Buenavista,
Taco o el Palmar– en un contexto netamente rural. Todos ellos son labradores, salvo un
tratante, es decir, son campesinos con algún tipo de derecho sobre la tierra, ya sea de
propiedad o de usufructo. Sólo cinco de ellos saben firmar según consta en sus declaraciones,
pero cuatro lo hacen con dificultad a juzgar por el trazo. Estos datos –nombre, edad,
ocupación, vecindad y firma– son los únicos que nos proporciona el documento y que hemos
recogido en el siguiente cuadro
NOMBRE EDAD OCUPACIÓN VECINDAD FIRMA
Manuel Juan 28 años labrador Los Silos sí
Miguel Alonso 36 años labrador Los Silos no
Salvador López 39 años labrador Taco no
Juan Báez 40 años labrador Buenavista con dificultad
Manuel Pérez 36 años labrador Los Silos no
Gaspar Hernández 32 años labrador El Palmar con dificultad
Francisco Martín 35 años labrador de viña Los Silos no
Pedro Álvarez 46 años labrador Taco no
Pedro González Bruno 48 años tratante Buenavista con dificultad
Felipe Martín 33 años labrador Buenavista con dificultad
LAS IMÁGENES DE LA INFAMIA
Hablamos en plural de imágenes porque eran diversos los elementos que podían provocar
la infamia y la deshonra de un individuo en el siglo XVI. Pero quizás haya llegado el momento
de explicar el por qué de un estudio acerca de lo infamante en este periodo. Como bien es
sabido, el honor funcionó como un factor de integración en el sistema social del Antiguo
Régimen lo que llevó a declarar a un pensador como Montesquieu que la monarquía era el
régimen del honor. 4 De ahí que la deshonra fuera un elemento clave de exclusión social y que
estudiar sus causas equivalga al fin y al cabo a analizar algunos de los principales motivos de
dicha exclusión.
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Como ya hemos señalado, nuestro estudio se basa en las declaraciones realizadas por una
serie de testigos que nos revelan un conjunto de actitudes y conductas, pero también de
términos con significados socialmente compartidos que se encuentran relacionados con la
infamia. Reconstruir dicho mundo de significados es, por lo tanto, una parte fundamental en
un trabajo de este tipo.
Lo primero que conviene aclarar es qué es la infamia para los individuos de finales del
siglo XVI. Según el Tesoro de la Lengua Castellana o Española de Cobarruvias es “la mácula,
la nota torpe y ruin, la mala fama y reputación” y añade “infamar, afrentar con oprobio en la
manera dicha [...] infamado, el que tiene mal nombre en el pueblo”. Sobre la voz “infame” se
nos dice: “el que es notado de ruin fama, y particularmente son infames aquellos a los quales
el derecho señala por tales”. Que nuestro documento ligue la infamia a la falta de crédito no
es cosa extraña, pues en el mismo diccionario encontramos como una de las acepciones de
“crédito” la “buena fama y reputación”.
La infamia, por lo tanto, se nos muestra siempre como el resultado de una valoración
colectiva, lo que en todo momento se hace patente en las declaraciones realizadas por los
testigos que participan en la “tacha”. Lo que éstos declaran constantemente se apoya en una
suerte de sujeto colectivo e impreciso que tratan de aparecer como el verdadero responsable
de lo declarado. Aquello que nos dicen de los testigos recusados no sólo lo vieron ellos, sino
que oyeron decir que lo habían visto en el lugar de Buenavista o en las bandas de Daute, y la
mala opinión que nos dan de los mismos no es exclusiva de ellos, sino que “en esa opinión
son habidos y tenidos en dichos lugares”, según la fórmula que se repite en sus declaraciones.
De ese modo “la responsabilidad personal de la declaración se diluía y el testigo se convertía
en un irresponsable de lo que afirmaba porque no era él quien afirmaba, sino que era
afirmado”. 5
Veamos, pues, las distintas imágenes que de lo infame nos dan nuestros testigos.
La pobreza
Es éste el elemento que destaca por encima de los demás para justificar el descrédito que
merece una persona, o al menos es en el que más se insiste en nuestro documento. De los
catorce testigos que se intenta recusar, de nueve de ellos se alega como motivo el ser pobre o
muy pobre. La pobreza era por lo tanto un elemento básico que colocaba o podía colocar a un
individuo al otro lado de la línea divisoria que separaba, según la mentalidad dominante, a los
socialmente aceptados de los excluidos y rechazados. Y sin embargo no siempre fue así.
En la Edad Media predominó una visión positiva de la pobreza por dos motivos: el pobre
era considerado ejemplo de virtudes, de acuerdo con la doctrina cristiana, y ofrecía además la
ocasión para que los pudientes practicasen la virtud de la limosna. De ese modo, el pobre
permanecía integrado en la sociedad medieval. 6
La situación fue cambiando en los últimos siglos del medievo, abriéndose paso una visión
más negativa del pobre. Así, para Santo Tomás, carecer de un mínimo bienestar temporal no
permite la práctica de la virtud, pues los pobres tienen tendencia al pecado. 7
Ambas concepciones, positiva y negativa, llegan hasta el siglo XVI y su choque da lugar a la
interesante polémica sostenida en Salamanca por el dominico fray Domingo de Soto
–defendiendo la licitud y la libertad de la mendicidad– y el benedictino fray Juan de Robles
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–según el cual la pobreza propugnada por el Evangelio no es la pobreza de bienes
económicos, de modo que sería lícito para un monarca esforzarse en eliminarla–. Esta
discusión muestra el triunfo de una mentalidad que cada vez más considera la pobreza como
elemento antisocial, reprobable e incluso peligroso, ya que el pobre, por su propia necesidad,
está inclinado a malvivir. 8 Tal visión queda claramente retratada en la literatura de la época.
Así en El Quijote, cuando nos es presentado el personaje de Sancho, se señala: “En este
tiempo solicitó don Quijote a un labrador vecino suyo, hombre de bien –si es que este título se
puede dar al que es pobre– pero de muy poca sal en la mollera”. 9 “La pobreza es deshonra”,
dice un verso de Gaspar de Aguilar que tiene su contrapunto en la obra de Lope “Pobreza no
es vileza”, título que sólo se justifica en una sociedad donde ambos términos han sido
identificados y han quedado indefectiblemente unidos. 10
Contra esa visión, el ingenio popular trata de defenderse con máximas que han quedado en
el refranero: “Aquel es pobre, el que por pobre se tiene” o similar a éste “Ruin sea quien por
ruin se tiene”.
Todo lo dicho explica que el calificativo de “pobre” pueda ser utilizado como elemento
acusatorio para recusar a un testigo y en definitiva para invalidar su testimonio, como ocurre
en la presente “tacha”. La propia ley así lo recoge: “El edicto de testigos es prohibitorio; por
ende todo hombre que no fuere prohibido y fuere de buena fama puede ser testigo en juicio y
fuera dél; empero no puede ser testigo ningún infame ni el que hoviesse dicho falso
testimonio [...] no lo puede se [sic] el que hoviesse perdido el seso mientra [sic] durare la
locura, ni el ladrón ni el tahúr, ni otro de mala vida [...] ni hombre muy pobre y vil que
frequente con malas compañas...”. 11
Y sin embargo, aunque la simple pobreza pueda ser utilizada para invalidar el testimonio
de alguien y, por tanto, para desacreditarlo e infamarlo, no suele aparecer como tal calificativo
aisladamente, sino que a su vez es calificada y matizada por términos que la acompañan y
devalúan aún más si cabe. Así, Miguel Alonso dice acerca de Juan Pérez, que llaman Burel el
Mozo, que “es persona muy bil y baxa e de ningún crédito e muy apocado e muy pobre”. De
Diego Rodríguez Nieto dice Juan Báez, que es “persona bil e baxa e soes, trabaxador
jornalero, muy pobre y neçesitado”. Similares calificativos merece Antonio Hernández que,
según Felipe Martín, “es pobre e trabajador jornalero, persona bil e baxa e de ningund crédito
en sus palabras”. 12 Es importante que reparemos en el significado que estos términos podían
tener a finales del siglo XVI.
La propia definición de pobre parece que fue cambiando durante el Antiguo Régimen. Si
bien durante los siglos XV y XVI puede referirse a aquél que algo tiene pero poco a poco, a
finales del XVI y principios del XVII se fue imponiendo la idea del pobre indigente, carente total
de bienes. 13 Acerca de este término y de los demás que aparecen relacionados con él,
encontramos en el Tesoro de la Lengua de Cobarruvias lo siguiente:
“Pobre. Del nombre latino «pauper», el menesteroso y necesitado…”
“Vil. Del nombre latino «vilis», vale hombre baxo, de ruin casta y de poca estima”
“Baxo...Hombre baxo, el mal nacido, ignoble…”
“Sohez. Palabra antigua, vale baxo, infame, de poco valor, y la hez de la república...”
“Apocar… en persona apocado, vale hombre de poco, miserable, corto, avariento y
apocamiento valdrá baxeza, hecho vil y soez”
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Como puede apreciarse, “apocado”, “vil”, “bajo” y “soez” funcionan casi como
equivalentes y ligados a calificativos muy negativos: “de ruin casta”, “de poca estima”, “mal
nacido”, “innoble”, “infame”, “de poco valor”, “la hez de la república”, “miserable”, “corto”
y “avariento”. Estos adjetivos, casi sinónimos, aunque en sí no encierran significados que
hagan alusión directa al grado de riqueza o pobreza, sólo aparecen ligados a aquellos testigos
que son declarados como pobres. En su conjunto conforman un “léxico de la pobreza” o “de
la marginación” que supone una muestra de la creciente hostilidad hacia el pobre durante la
época moderna. 14
En el caso de uno de los testigos recusados, se añade una explicación a esa falta de crédito
del pobre: su mayor facilidad para ser sobornado. Según declara Manuel Juan “a trueque de
qualquiera cossa que se le diese al dicho Diego Rodrígues para que dixese a la contra de la
berdad lo haría y ansí este testigo ha oydo dezir públicamente en estas bandas de Daute a
persona de que no tiene memoria que el dicho Diego Rodrígues Nieto tiene por costunbre que
pagándole qualquiera persona el jornal de aquel día y presentándole por testigo dize todo lo
que la parte quiere que diga y en esta opinión save que es havido e tenido”.
Oficios viles
De once de los catorce testigos recusados se menciona el oficio, resultando la siguiente
relación:
tabernero……………………………..1
tabernerojornalero………………......
1
cabrero …………………………..…..1
trabajadorganadero………………….
1
carpintero…………………………….1
pescador de cañajornalero…………..
1
jornaleros…………………………….5
Como algunos de ellos aparecen doblemente caracterizados como “jornaleros” o
“trabajadores” y otra ocupación, podríamos decir que ocho de estos testigos pertenecen a esta
categoría que encuadra a aquéllos que no poseen sino su capacidad para trabajar. Pues bien, si
bien de las declaraciones que sobre ellos se hacen no se desprende que dicha categoría
suponga en sí misma una causa de infamia o de descrédito, hay que decir que en todos los
casos estos jornaleros son calificados como “pobres” con todas las caracterizaciones negativas
que, como ya dijimos, la pobreza lleva aparejada. Y es que jornaleros y trabajadores,
categorías que llegan a ser equivalentes, van a acabar convirtiéndose en el grueso fundamental
de los considerados “pobres” en el periodo moderno. 15
En cuanto a los demás oficios, las declaraciones no parecen indicar que se derive
directamente de ellos el descrédito, sino más bien del escaso conocimiento que pueden aportar
a un litigio sobre unas viñas aquellos cuya ocupación no está relacionada con ellas. Así por
ejemplo, Salvador López dice de Gaspar Rodríguez que “no tiene noticia ni conocimiento del
balor ni presçio de viñas ni heredades porque no se a criado en ellas ni las a tratado porque su
ofiçio e trato save este testigo que sienpre a sido y es criar e guardar ganado e haser alguna
sementera”. Igualmente Juan Báez declara que Leonardo Martín “no save ni entiende del
balor ni presçio de heredades ni viñas porque su ofiçio sienpre a sido y es trabajador ganadero
e que sienbra algunas sementeras”. En el mismo sentido Pedro Álvarez dice acerca de Juan
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Díaz, llamado “Pereñene” que es “trabajador jornalero e la mayor parte del año gana su vida a
pescar de caña de tierra y así no tiene nothisçia ni ciencia del valor de heredades ni viñas”.
Sólo dos de las ocupaciones que hemos encontrado se mencionan como si fueran claras
causas de infamia: la de tabernero y carpintero. La primera de ellas aparece recogida en la
relación de oficios considerados viles según las reglas de la Orden de Santiago de 1560 y que
lógicamente imposibilitaban para su ingreso en la misma. 16 Su rechazo es lógico pues las
tabernas eran lugares donde se producían conductas como los excesos en la bebida o el juego,
moralmente reprobables, y a las que más tarde nos referiremos. En cuanto al oficio de
carpintero, no dejaba de ser una ocupación de carácter manual y, por lo tanto no apreciada en
una época en la que triunfaba la mentalidad nobiliaria que consideraba cosa vil el ganarse la
vida con el trabajo de las manos. 17
La incapacidad mental y física. La vejez
En varios de los testimonios aparecen descalificaciones de los testigos recusados acerca de
su falta de juicio y entendimiento. Si bien en algunos casos parecen referirse con ello a la
simple falta de inteligencia, en otros está claro que se habla de algún grado de demencia. Así
ocurre con Antón Díaz del que Miguel Alonso dice que además de ser “muy biejo”, “es falto
de juicio porque muchas noches a unas hijas que tiene las hecha de noche a la calle e hase
otros desatinos”. Sobre Juan López señala Pedro Gonzáles Bruno que “hablando con él
muchas veses responde diferentemente de lo que se le trata como persona sin sentido” y aún
peor se habla de Leonardo Martín que según el citado Miguel Alonso es “de poco
entendimiento e tonto, que hablando con él no da razón de lo que se le dize” y según declara
Pedro Bruno es hombre “casi sin sentido porque estando hablando con él no da razón ni
responde a lo que se le pregunta y es muy corto de razones e así lo llaman ‘el Mudo’”. Por
otro lado, ya vimos que la locura estaba contemplada por el ordenamiento legal como causa
clara para recusar a un testigo.
En algunas declaraciones la demencia aparece unida a la vejez que también puede ser
usada para desacreditar a alguien, como ocurre con el citado Juan López del que se dice que
es “viejo”, “sin juicio” y “casi sordo”. Seguramente no es la edad avanzada lo que desacredita
a alguien, sino la pérdida de facultades que puede traer aparejada: sordera, como en el caso
que acabamos de citar, o falta de memoria, como se dice de otros dos “viejos”: Antón Díaz y
Juan Bravo, sin que tengamos ningún dato relativo a la edad real de estas personas.
Conductas desviadas y descrédito
En algunos de los casos, la deshonra se relaciona con la aparición de algún tipo de
conducta moralmente condenable. Es el caso de Juan Pérez que según dice la mayoría de los
testigos, “de maravilla va a misa”, lo mismo que Juan López que “antes tiene por costunbre
andar y estar en tabernas”, de ahí que esté “infamado de que se emborracha y enbriaga con
vino”. Los excesos en la bebida también se utilizan para descalificar al mulato Antonio
Hernández del que Pedro González Bruno señala que es “persona bil e baxa e soes, borracho,
que se inbriaga de vino y en esta opinión e fama de tal borracho es avido e este testigo lo tiene
y declara este testigo que muchas veces lo ha visto al dicho Antonio Hernandes borracho e sin
sentido cayéndose por los caminos”.
La falta de mesura en la comida es otra de las conductas reprobadas, en este caso por
Salvador López, cuando habla de Baltasar Asensio al que califica como “comedor”. 18 Pero los
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principales defectos de este personaje parecen estar en su afición al juego y su carácter
manirroto que lo han llevado a gastar más de 6.000 ducados en poco tiempo, fortuna que al
parecer obtuvo de su mujer pues, según declaran los testigos, “el susodicho cassó con una
muger prinçipal que tenía mucha hasienda de tierras e tributos y otra hasienda que obo de
Benito de Jorba, su cuñado, que todo ello balía más de seis o siete mil ducados, todo lo cual
save este testigo que el suso dicho Baltasar Açençio lo ha bendido, gastado e malbaratado sin
horden y ansí está pobre, por cuyas causas como tiene dicho es avido e tenido en mala
opinión”. 19
Esta crítica al juego surgió desde su aparición y fue adquiriendo mayor importancia en el
siglo XVI, con el auge del comercio, y más aún en el XVII. 20 Pedro de Guzmán, a principios de
este siglo denuncia que esta práctica lleva a la ociosidad, y, como ocurrió a Baltasar Asensio,
a la posible pérdida “no sólo de la hacienda, sino del alma, tiempo, salud y trabajo”. 21 Según
Quevedo, el juego gobierna todos los vicios “en el cual se atropella toda hacienda y toda
honra, sin distinción de buenos y malos sujetos, pues ninguno usa más de sus sentidos que lo
que da de sí el lugar, la buena o mala fortuna de naipe”. 22 Por otro lado, hemos de recordar
que el tahúr era también rechazado como testigo por las leyes.
En otros casos se critica la holgazanería. Si bien el trabajo en sí no era considerado una
virtud, parece que la ociosidad en el pobre, el jornalero, en aquel definido precisamente por la
ausencia de otro bien que su fuerza de trabajo, se convierte en pereza. Según nos dice Enrique
de Villena en Los doce trabajos de Hércules (1417) al hablar de los labradores “non se deven
dar a delicadamente bevir ni estar en oçiosidat o en vano […] E si non fuese por el trabajo e
aspereza de vida caerían de la ociosidad en pereza e de la pereza prestamente en lujuria”. 23
La pereza es criticada en el ya varias veces citado Juan Pérez, llamado Burel el Mozo, que
“anda valdío sin trabaxar” así como en Diego Rodríguez Nieto, calificado de “haragán”. Es
curioso que el último de los testigos que declaran en la “tacha” añada sobre Rodríguez Nieto
que anda “vagamundo”, pues es la única referencia que tenemos de ese tipo y porque además
se dice de él que es vecino de Buenavista, lo que en principio es incompatible con tal
calificativo. Sobre esta cuestión Domingo de Soto nos aclara que “vagar no sólo quiere decir
no tener casa, empero no tener oficio ni legítima causa o necesidad de discurrir. Que de otra
manera no sería este nombre infame como lo es ni sonaría mal como suena, porque significa
ociosidad”. 24 De ahí que el vagabundo sea excluido y rechazado en una sociedad en la que
pertenenecer a algún tipo de corporación es lo que define la identidad social, pues supone la
carencia de lazos sociales. 25
Una última conducta es criticada en el documento: el hablar en demasía. De “muy
hablador” y de “parlero” califican diferentes testigos a Hernando Yanes, como si el hablar en
exceso provocara una pérdida del valor de lo dicho. El mismo refranero recoge esa condena
cuando dice que “El poco hablar es oro y el mucho es lodo” o también “Mucho hablar, mucho
errar”.
LA INFAMIA APAREJADA A ASPECTOS RACIALES Y ÉTNICOS
Desde finales del siglo XV y durante el siglo XVI, la doctrina de la pureza de sangre se fue
imponiendo y convirtiéndose en elemento básico para definir la honra y la fama. Su
demostración fue elemento requerido para todo aquél que quisiera entrar en cualquier
corporación eclesiástica o seglar en España. Es natural, por tanto, que la ausencia de tal
“limpieza” pudiera ser utilizada como elemento difamatorio. En nuestro documento aparece
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un caso de este tipo: Jerónimo Delgado, uno de los taberneros a los que antes nos referimos,
que según dicen los testigos de la “tacha” “es de casta de moriscos”. Esta minoría étnica de
difícil asimilación dentro de la sociedad castellana del Quinientos fue víctima de un claro
rechazo a lo largo del siglo XVI. Aunque en Canarias a finales de esa centuria parece que se
había avanzado de forma clara hacia su integración, puede verse que todavía era un elemento
claro de exclusión. 26
De otro de los testigos se señala como algo deshonroso el ser mulato. Se trata de Antonio
Hernández, vecino de Taco y, por lo tanto, individuo libre en el momento de la tacha pero no
con anterioridad, ya que, según dicen de él, fue esclavo cautivo en la isla portuguesa de
Puerto Santo. Ese pasado de esclavitud deja por tanto marcado a aquél que lo ha padecido,
como un elemento más de deshonra. 27
EL ASPECTO EXTERIOR DE LA INFAMIA
La imagen exterior –el ir bien o mal vestido, el estado de la ropa o incluso la montura–
aparece en las declaraciones testificales como elemento difamatorio. Este tipo de crítica
parece cebarse en dos de los testigos recusados. Uno de ellos es Diego Rodríguez Nieto que,
además de ser “muy pobre, jornalero e muy menesteroso y persona de poco crédito”, “a la
continua trae la ropa remendada” o como se dice en otra declaración es “tenido en mala
reputasçión e no en buena opinión e como tal sienpre anda roto e despedaçado de sus
bestidos”. De este modo, el aspecto exterior, cifrado en este caso en el vestido, vemos que
reviste consecuencias que pueden ser llevadas al plano moral: una persona andrajosa es de
poca confianza y no puede sino tener mala fama.
El segundo de los personajes afectados por este tipo de crítica, Antón Díaz, no está sin
embargo encuadrado dentro de ese grupo predominante de los catalogados como pobres. En
su caso lo que señalan todos los testigos que sobre él declaran es “que anda caballero en un
asno de albarda por las calles e ba a moler al molino”. Seguramente lo deshonroso en este
caso es relativo a la categoría social del recusado, de modo que ir montado en un asno o ir en
persona a moler al molino –en vez de que algún empleado o criado vaya en su lugar– son
consideradas conductas impropias de su condición.
CONCLUSIÓN
La infamia en el siglo XVI reúne una serie de características y conductas que provocan el
rechazo social de aquéllos de quienes se predican y que aquí hemos visto relacionadas con el
descrédito que traen aparejadas. Nuestro trabajo no ha pretendido ser un estudio exhaustivo
sino una aproximación a algunos de esos caracteres y conductas.
De entre todos ellos la pobreza es el más destacado, según una mentalidad que se ha ido
extendiendo por la sociedad del quinientos y que ve en el pobre a un ser despreciable e
incluso peligroso. De ahí que los pobres sean siempre calificados con adjetivos de carácter
negativo: “vil”, “bajo”, “soez” o “apocado”. Algunos oficios (tabernero), defectos físicos
(sordera) o psíquicos (demencia), la propia vejez que suele acompañarlos, algunas etnias
(morisca), razas (mulata) o la vestimenta (rota o remendada), son otros de los elementos que
provocan el descrédito de las personas.
También son rechazadas aquellas conductas que se desvían de lo moralmente establecido:
no ir a misa, andar en tabernas, la bebida y la comida en exceso, el juego, la mala
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administración, la holgazanería y el habla desmedida. En algún caso hemos visto incluso el
rechazo a conductas consideradas impropias para determinada condición social (ir a moler al
molino o montar en asno).
De este modo, la “tacha de testigos” que hemos tenido la ocasión de analizar nos ofrece
una especie de fotografía en negativo de la sociedad del siglo XVI, confeccionada a base de
esas distintas imágenes de la infamia que aquí hemos tratado de esbozar.
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NOTAS
1 Juan Antonio Gracia Cárcamo, “Reflexiones sobre las fuentes y los métodos utilizados en el estudio de la
pobreza y la marginación social durante la crisis del Antiguo Régimen”, en Actas del I Congreso de la
Asociación de Historia Social, Zaragoza, septiembre, 1990 (Madrid, 1991), p. 320.
2 Benjamín González Alonso, “La justicia”, en Enciclopedia de Historia de España , Director: Miguel
Artola, Madrid, 1988, vol.II, p. 396.
3 Salbador Aritzondo Akarregi y Eva Martín López, “Análisis documental de la serie Registros de
Probanzas del Archivo de la Real Chancillería de Granada” en La Administración de Justicia en la
Historia de España: Actas de las III Jornadas de CastillaLa
Mancha sobre Investigación en Archivos,
Guadalajara, 1999, p. 355.
4 José Antonio Maravall, Poder, honor y elites en el siglo XVII, Madrid, 1989, pp. 61 y 62.
5 José Antonio Ollero Pina, “Discriminación y lenguaje en el Colegio de Santa María de Jesús de Sevilla:
la inversión de la voluntad de Rodrigo de Santaella” en Actas del II Congreso de Historia de Andalucía ,
vol. III, Córdoba, 1991, (Córdoba, 1995), p. 295. Aunque este autor habla de las declaraciones de los
testigos en las pruebas para el ingreso en los colegios mayores, esa observación creemos que vale
también para este otro tipo de prueba testifical que aquí analizamos.
6 José Antonio Maravall, La literatura picaresca desde la Historia social , Madrid, 1986, p. 23.
7 José Rodríguez Molina, “La pobreza como marginación y delito” en Los marginados en el Mundo
Medieval y Moderno, Almería, 2000, p. 177.
8 José Antonio Maravall, La literatura picaresca..., pp. 27 y 28.
9 Citado por José Rodríguez Molina, op. cit. , p. 178.
10 Tomado de José Antonio Maravall, Poder, honor..., p. 106.
11 Hugo de Celso, Reportorio Universal de todas las Leyes destos Reynos de Castilla , [Medina del Campo,
1553], Madrid, 2000; voz Testigos, 2ª acepción.
12 Archivo Histórico Provincial de Santa Cruz de Tenerife, Sueltos de Garachico, 1982. Como la serie está
aún sin catalogar, los expedientes no llevan numeración. Tampoco las hojas están foliadas pero en todas
las referencias al texto se cita el testigo a cuya declaración corresponde. A partir de aquí omitimos toda
referencia a la localización del documento.
13 José Antonio Maravall, La literatura picaresca…, pp. 3744.
14 Mónica Bolufer, “Entre historia social e historia cultural: La historiografía sobre pobreza y caridad en la
época moderna”, en Historia Social, nº 43, Valencia, 2002, p. 109.
15 José Antonio Maravall, La literatura picaresca…, p. 40.
16 José Antonio Maravall, Poder, honor …,p. 108.
17 Manuel Fernández Álvarez, Felipe II y su tiempo, Madrid, 1998.
18 “El que come más, come menos”, dirá también Gracián en El Criticón, lo que da a entender que el comer
en exceso acorta la vida.
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XVI Coloquio de Historia CanarioAmericana
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19 Testimonio de Manuel Juan.
20 José Antonio Maravall, La literatura picaresca , p. 506.
21 Citado por José Antonio Maravall, La literatura picaresca , p. 511.
22 Vida de Corte y oficios entretenidos de ella , citado por José Antonio Maravall, La literatura picaresca…,
p. 518.
23 Enrique de Villena, Los doce trabajos de Hércules, Madrid, 1958, p. 71.
24 Citado por Mónica Bolufer, op. cit., p. 124.
25 Ibídem.
26 Manuel Lobo Cabrera, La esclavitud en las Canarias Orientales en el siglo XVI (negros, moros y
moriscos), Las Palmas, 1982; José Peraza de Ayala, “ Los moriscos de Tenerife y acuerdos sobre su
expulsión”, en Homenaje a Serra Rafols, La Laguna, 1970.
27 Sobre los libertos en Canarias véase Manuel Lobo Cabrera, Los libertos en la sociedad canaria del siglo
XVI, MadridTenerife,
1983. Limitaciones étnicas y religiosas había por ejemplo para entrar en los
gremios, y así lo han estudiado Antonio Miguel Bernal y otros en “Sevilla: de los gremios a la
industrialización” en Estudios de Historia Social, números 56,
Madrid, 1978, pp. 136137.
En estas
corporaciones se impuso como motivo de exclusión, durante el siglo XVI, la pertenencia a “una mala
raza” (negra, judía, morisca, mulata, etc.). Esta exclusión llegaba a los trabajos más ínfimos y viles como
las muchachas de servicio).
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