PALMAS DE GRAN CANARIA VISTA POR LOS VIAJEROS
EXTRANJEROS
Las descripciones viajeras sobre la ciudad de Las Palmas tienen
un interés muy restringido. Las más antiguas, que son relativamente
escasas y de muy corta extensión, sólo pudieron referirse a una pe-queña
villa cuyo casco urbano se mantuvo casi inmutable durante
tres centurias: la ciudad de la catedral gótica, el edificio municipal ,, -
de Zurbarán, los tres conventos de los siglos XV y XVI y los otros E
tres del XVII, las ermitas, el puente sobre el Guiniguada y la arqui- O
tectura colonial. La ciudad de la Real Audiencia de Canarias, del n -
=
Obispado y de la Inquisición. Las descripciones viajeras más cerca- m
O
E
nas, que situamos fundamentalmente en la segunda mitad del siglo E
2 pasado, corresponden todavía a una pequeña urbe que comenzaba
=E a desperezarse de su secular letargo y que tras su primera expansión
moderna representada en el barrio de Arenales centralizó sus ener- 3
gías urbanísticas, demográficas y mercantiles en el distrito del Puer- - - 0
to de La Luz, a raíz de la construcción del Puerto de Refugio y del m
E
desenvolvimiento marítimo, comercial, turístico y económico en ge- O
neral que aquél propició. n
Entre las primeras referencias descriptivas de esta ciudad se -E
halla la que el factor inglés Thomas Nichols -quien operaba en a
Canarias en la segunda mitad del siglo XVI- incluyó en A pleasant 2
n
description of the Fortunate Ilandes called the Ilands of Canaria: 0
«La ciudad no sólo es hermosa, sino que sus habitantes son cuidados
O3 y bien vestidos. Y después de la lluvia o del mal tiempo puede uno
caminar llanamente en zapatos de terciopelo, porque el suelo es are-noso,
el aire muy templado, sin calor o frío excesivo)). Estas calles
eran, con pocas modificaciones, las mismas que existían a mitad del
siglo pasado; estrechas vías que se enarenaban en ocasión de los
escasos acontecimientos, generalmente los cortejos procesionales, que
aquí se vivían, hasta que fueron modestamente empedradas a finales
del siglo XVIII durante la gestión del corregidor Cano.
Correspondiente al último año del siglo XVI es la breve referen-cia
que, en ocasión de circunstancias dramáticas para la ciudad -el
ataque de la gran armada holandesa mandada por el general Van
der Does-, incluye Jan Orlers en Nassausckzes Laurec~ans, crónica
que relata aquel acontecimiento. Se afirma en esta relación que Las
Palmas tenía cuatrocientas casas y que «es la ciudad capital de todas
las Islas de Canaria y la Corte de sus Jueces, tanto eclesiásticos co-mo
políticos, en la cual tiene su sede el Inquisidor de España y el
Gobernador del Rey en dichas Islas)). Lógicamente esta crónica ha-bría
de referirse a las fortificaciones de la villa y al respecto se indi-ca
que ésta estaba ((fortificada por un pequeño castillo situado en el
litoral y por una muralla del lado del puerto hacia el Norte-Noroes-te,
estando del otro lado bastante guarnecida y protegida de las
arenas del mar y de altas montañas. A través de la ciudad corre un
riachuelo, que desciende de las montañas cercanas, no siendo pro-fundo
y por consiguiente inutilizable para las naves)). Termina esta
referencia con una alusión a la bahía de La Luz, atribuyendo al
«puerto de Gran Canarian mediana amplitud y profundidad y men-cionando
la existencia de un castillo al que se le da la denominación
de Graciosa, en realidad el castillo de las Isletas o de La Luz.
En los siglos XVI y XVII las referencias impresas sobre Canarias
y, en el caso que nos ocupa, sobre la ciudad de Las Palmas -1lama-da
igualmente Canaria- aparecen recogidas en las obras geográfi-cas
de la época, singularmente en las descripciones del continente
africano y sus islas adyacentes. Tal en las obras de Davity o Dam-pier,
al tiempo que la imagen de la villa aparece junto a otras ciu-dades
africanas en el mapa del continente (año 1635) del geógrafo
holandés Wilhelm Blaeuw.
Una de estas referencias la expone el libro quinto -De PAfri-que-
de la Desscription de PUnivers contenant les differents siste-mes
du Monde, compuesta por Allain Manaisson Mallet y publicada
en 1685. Se menciona en este libro a Las Palmas como capital del
Archipiélago (((La grande Canarie a une Ville du mesme nom qui
est la Capitale des autres Isles)) y urbe populosa frecuentada por los
viajeros que se dirigían a las Indias, así como honrada por la Sede
Ypisc@ y por !a -,reser,& de ~ ; ~ ~cio=niser ,tes de religios~s.
También del siglo XVII es la descripción de la ciudad ofrecida
por Dancourt en un libro que entra plenamente dentro de la lite-ratura
viajera: Les voyages de sieur Le Maire aux Iles Canaries,
Cap-Ved, Senegal et Garnbie. Se señala aquí que un castillo situado
sobre una montaña -el castillo del Rey, edificado en la mencionada
crntcriz- &fi~n& 2 12 villaj a la que el observador atribuye un
perímetro de la medida aproximada de una legua. Entre otros deta-lles,
se dice también de la ciudad que da mayor parte de sus casas
están bastante bien construidas, aunque son bajas, no teniendo más
que dos pisos. Todas tienen azotea, de forma que el techo es plano,
se diría que son casas incendiadasn. El visitante -que debió cono-cer
la ciudad antes de 1664, ya que en su descripción enumera cua-tro
conventos, sin mencionar los de San Agustín y Santa Clara, fun-dados
en el citado año- ponía así de relieve el contraste entre la
llamada construcción colonial canaria, con matices específicos en
Las Palmas, y el género de edificación acostumbrado en Francia y
en general en Europa. Este contraste estará presente en varias de
las futuras descripciones escritas sobre Las Palmas de Gran Canaria.
En la descripción de Le Maire se refería que durante el día no
se veía a casi nadie en las calles de esta ciudad. Lo mismo dirá el
P. Loyer en su Voyczge a le Royaume de I'lssigny (1714), pero apli-cando
tal apreciación a Santa Cruz de Tenerife, puerto que él había
visitado en 1706 *.
Se inspiran enteramente en la descripción de Dancourt, en cuan-to
se refiere a la villa de Canaria, los emigrados franceses que a par-tir
del 14 de julio de 1789 hasta el año VI1 de la República francesa
desarrollan un periplo universal: Siberia, el país de los samoyedos,
Kamtchatka, Baleares, Canadá y también, según refieren sus auto-res
en un libro que se publicó en París a fines del siglo XVIII, las
Islas Canarias. En esta publicación se describe a Las Palmas con las
mismas palabras escritas en Les voyages de sieur Le Maz're.
A mitad de ese siglo XVIII un célebre promotor de las pesque-rías
canario-saharianas, George Glas, habia visto así a Las Palmas:
U. ..e s grande y posee varios edificios hermosos, particularmente la
catedral de Santa Ana, con muchas iglesias, conventos de frailes de
distintas órdenes y de monjas. Las casas particulares son buenas
en general, construidas todas de piedra. La ciudad está dividida en
dos partes que se comunican por un puente, sobre un arroyuelo)).
En su interesante descripción de las Islas Canarias, Glas incluyó una
referencia de la arquitectura urbana de la época de valor para com-pletar
la imagen histórica de las ciudades isleñas.
Por entonces, y desde bastantes años atrás, era muy famoso el
Teide -el pico de Tmerife-, principal atractivo para los viajeros
que recalaban por el Archipiélago, especialmente cuando en esa mis-ma
centuria comenzó a manifestarse el interés científicos por estas
Islas. André-Pierre Ledru, naturalista de la expedición dirigida por
* Cfr. JUANM ÉNDEZ CASTROE: scala del Sr. Le Maire en las Islas Canarias en 1682,
Rev. "El Museo Canario", 1975-76, Las Palmas de Gran Canaria, pp. 75-82, y PAUL
ROUSSIER: L'Etablissement dJIssiny, Paris, 1935, p. 131.
151
el capitán Baudin que vino a Canarias a finales del XVIII, reseñaba
en su relación del Vozjage aux ZEes de Ténériffe, La Trinité, Saint-
Thomas, Sainte-Croix et Porto-Ricco que de los cincuenta mil habi-tantes
que tenía Gran Canaria en 1790 se contaban 9.440 en la capi-tal,
Palmas, sede del obispo, de la Audiencia, de un gran alcalde y
del tribunal de la Inquisición. Sobre su puerto natural repetía tam-bién
las respectivas apreciaciones contenidas en el relato de Dan-court.
Se había iniciado la fase de los viajeros científicos, gentes como
Bory de Saint-Vincent que en el año XI de la República publicó su
Essais sur les Zsles Fortunées et Pantique Atlantide ou précis de
PHistoire générale de PArchipel des Canaries. Escribió Bory que «la
ciudad de Las Palmas puede tener nueve mil cuatrocientos treinta
y siete habitantes; está &-?idida ei, dos partes pcr un ria&;e!~ SO- 2
bre el que había un puente de madera; es bastante bonita pero llena N
de conventosn. En la época en la que visitó Bory la ciudad el puente O
de madera que por entonces unía a los dos barrios históricos había n -
=m quedado prácticamente destruido por las crecidas aguas del barran- O
E
co Guiniguada. SE
El más famoso de estos viajeros, AIejandro de Humboldt, no E
visitó Las Palmas, pero sí lo haría después su compatriota Leopoldo
3 de Buch que nos dejó la siguiente impresión de las dos partes de la
villa: «La menor llamada la Vegueta posee la grande y hermosa -
0m
catedral gótica, la audiencia, el palacio episcopal y todas las casas E
de los canónigos, de los capitulares y de los grandes propietarios de O
la isla. No es sorprendente pues que haya muchos más trajes talares n
y sombreros de teja, llevados por sacerdotes, que en la otra parte aE de la ciudad, la Triana. En ésta se hallan reunidos los comerciantes,
los artesanos y todos los que tienen que trabajar para ganarse la n
vida)). Destacaba Von Buch la diferente personalidad de los dos
viejos barrios, tal como hiciera mucho tiempo atrás Pedro Agustín 3
O
del Castillo.
A través de una ruta que ie recordaba Africa y el gente, Von
Buch entró en Las Palmas bajando la colina de San Antonio, donde
observó las viviendas excavadas en la toba. ((En Las Palmas se cree
ver en las primeras casas y en las primeras calles una ciudad como
Túnez o Argel». Estas casas de los suburbios escalonadas en las
laderas, el género de edificación y la estampa de las palmeras cana-r
i a ~~ 1m~ z 4 airnn pcrpnarin nrientnl ((Fn T ñq Palmas nada rompe las rluv uubrsa-r n r ""-rii-iii-. -.----e-- --
líneas horizontales de las construcciones que parecen como unidas
a las blancas y áridas colinas en las que están adosadas y de las
cuales no se sabría distinguirlas. Las palmeras se elevan por todos
lados, así como otros muchos árboles que no recuerdan nada las
formas europeas; el tamarindo crece allí abundantemente, así como
la Carita Papaya; pero son siempre españoles, y no orientales, quie-nes
circulan en las calles)).
Mucho más romántica es la visión recogida en las Miscdáneas
Canarz'as (Histoire Natuvelle des Zles Canaries, tomo 1, 2." parte),
de Philip Barker Webb y Sabino Berthelot. Los viajeros desembar-caron
en las playas de la Isleta, procedentes de Gran Tarajal (Fuer-teventura).
((Acabamos de cruzar la puerta de Santa Ana -escribía
el narrador en torno al momento de su llegada a la ciudad- y pe-netramos
en una villa populosa, bien construida, ornamentada de
casas elegantes y edificios suntuosos~. ((El cielo brillaba de un vivo ,,
azul -prosigue más adelante- y nosotros atravesamos la ville des D
Palmiers que resplandecía bajo un sol radiante)). E
O
P. B. Webb vino a Canarias a finales de la tercera década del
siglo XIX. Uno de los más destacados botánicos de su tiempo, Webb
proyectaba seguir hacia el Brasil para acometer una expedición cien-tífica.
En el verano de 1828 trabó relación con su futuro colaborador,
Sabino Berthelot, quien residía en Tenerife desde 1820. Atraído por
la naturaleza del Archipiélago Canario y por el entusiasmo que le
mostrara Berthelot, Webb abandonó su idea de viajar a Brasil, que
fue ocupada por el proyecto de preparar una gran historia natural
de las Islas Canarias. En los dos años siguientes ambos se entrega-ron
con empeño a la observación de la naturaleza de las Islas y a
colectar materiales con el objeto de elaborar aquella obra fundamen-tal.
Posiblemente, la referida visita a Las Palmas tuvo lugar durante
1829 ó 1830. Como en el resto de las Islas, la visita a Gran Canaria
tenía por finalidad cumplir aquellos objetivos, pero los naturalistas
consideraron de interés permanecer un tiempo en la capital: ((Nues-tros
proyectos de excursiones al interior de la isla quedaron pos-puestos
hasta nueva orden: la ciudad de Las Palmas, como capital
de la Gran Canaria, merecía ser visitada en detalle; su población
se eleva a casi doce mil almas. Un hermoso puente de piedra, que
se ha construido sobre el barranco Guiniguada, une los dos barrios;
de una parte, Triana, que el comercio vivifica; de la otra, la Vegue-ta,
donde predominan el alto clero, la magistratura y la autoridad
militar. Entre los edificios que decoran esta parte de la ciudad se
distingue uno de un aspecto triste y severo: las lavas negras que
fueron empleadas en su construcción dan a sus paredes un tono 1ú-gubre.
Es la que fue en otro tiempo sede de la inquisición. El temi-
ble tribunal se había alojado junto al colegio, sin duda para super-visar
la enseñanza y dirigirla a su capricho. En 1820, cuando e1 sis-tema
constitucional derribó las viejas instituciones, a la primera no-ticia
del acontecimiento, los estudiantes subieron al campanario de
la iglesia que domina la casa del Santo Oficio y doblaron a muertos.
Era la medianoche: los habitantes del barrio de Vegueta, sobresal-tados
por los siniestros redobles, creen que un incendio los amenaza
y acuden al sitio que da la alarma. No es nada -les gritan desde las
ventanas del campanario los traviesos jóvenes-, calmad vuestro es-panto
y regocijaros; ila vecina ha muerto! Doblamos para su entierro.
;Viva la ConstituciÓn!n.
Este significativo episodio, ocurrido pocos años antes, sería luego
recogido también por autores como Millares Torres en su Historia
de la Inyzlisi:ci& m Cur,mius. Y! cdegie q w menci~na el narradni.
era realmente el Seminario de Canarias, que ocupaba el edificio que
hasta el segundo cuarto del siglo anterior había pertenecido al cole-gio
de los Jesuitas.
Como tantos otros viajeros que dejaron escritas sus impresiones
de la villa, el autor de las Misceláneas Canarias subraya como edifi-cio
relevante a la catedral de Santa Ana, que por entonces aún man-tenía
en pie su primitiva fachada gótica al tiempo que veía levantar
lentamente su nueva fachada neoclásica: «La catedral es un monu-mento
digno de su renombre: la arquitectura exterior semeja mu-cho
a la de la iglesia de San Sulpicio de París; su aspecto no es me-nos
imponente. Se ha sustituido la antigua fachada por otra de nue-va
construcción, a partir de los diseños de don Diego Eduardo, ar-quitecto
canario de gran mérito; tiene casi ciento ochenta pies de
altura. El cuerpo del edificio data de 1500; el interior, de un hermo-so
gótico, ofrece tres grandes naves a lo largo y cuatro transversales,
con once capillas laterales. Grupos de columnas del más bello efecto
sostienen la bóveda: el coro, la cúpula, el altar mayor, el púlpito,
todo es magnífico y grandioso en esta catedral)).
«Me agrada recorrer de nuevo esta vasia catedral que yo había
visitado cinco años antes en una primera excursión a Canaria -con-tinúa
escribiendo Sabino Berthelot-. La ceremonia de la bendición
de las palmas que yo había visto celebrar no se había borrado de mi
recuerdo. El interior del templo presentaba el más pintoresco aspec-to:
el piso estaba alfombrado de verdor; ramas de laureles de In-y
& retamas, jiinto a otras plantai aromáticas. exhalaban los
más suaves perfumes. Los canarios mostraban ese día sus mejores
vestidos. iQué dulces miradas se percibían bajo sus elegantes man-
tillas! Los abanicos de doradas lentejuelas vibraban en sus manos
con una rapidez maravillosa; este juego variado y sostenido era
siempre acompañado de graciosas sonrisas: se diría que un enjam-bre
de aves del paraíso, con sus alas desplegadas, revolotean bajo
un cielo de fuego. Era un encantador cuadro de hermosas mujeres
y de bellas flores, en medio de una iluminación deslumbrante y de
un ambiente aromatizado. Las palmas, que se agitaban por todas
partes, producían movimiento armonioso: portadas con gran pompa
a los acordes de la música y de los cantos sacros, estas soberbias
ramas proporcionaban a la fiesta la apariencia de un triunfo)).
El tono ardiente de un enamorado de las Islas como lo fue Sabi-no
Berthelot penetra en todos los aspectos g detalles de sus impre-siones
y Uesci-ipciüiies. Pero tdn roiir&nti~dco rno id descripción iite-m
raria es la descripción gráfica de Las Palmas que a través de los mag- -
níficos grabados de Williams se inserta en la monumental Histoire E
Nccturelle. O
n -
También en la primera mitad del siglo pasado visitó la ciudad =m
O
el marino francés Charles Ph. de Kerhallet, quien en su obra sobre EE
las islas Canarias, Madeira y Cabo Verde -que tuvo sucesivas ree- S
E
diciones y fue traducida al castellano por el capitán M. Lobo- se =
ocupaba ampliamente de la bahía de la Luz y ofrecía un cuadro des- =
criptivo de la villa: «La ciudad de Las Palmas que comprende 14.360 --
habitantes está construida junto a las orillas de un delicioso barran- 0m
E
co, que vierte en la bahía las aguas de las tierras altas; simple ria- O
chuelo en la buena estación, se transforma a veces en temible torren-te
en la de las lluvias ... ». «Se reconoce de lejos Las Palmas -indi- n
E caba igualmente- por sus blancas murallas, así como por la forta- -
a
leza llamada Plataforma situadu en la parte norte sobre la colina 2
n
de San Francisco)). O'oservaba también este viajero que la ciudad n
0
«está rodeada de fértiles campos, que dan tres cosechas por año y 3
de un valle plantado de palmeras y árboles frutales)). O
Apenas sobrepasada la mitad de ese siglo XIX Las Palmas inició
su primera expansión moderna. La villa rompió aquellas blancas mu-rallas
para extenderse hacia el norte (barrio de Arenales). Simultá-neamente
se formularon los proyectos de construcción de un muelle
en el Puerto de la Luz y de una carretera que uniría el antiguo casco
con los futuros barrios de la zona porteiía. Esta carretera sería des-pués
el eje de la ciud~dlz neal en que devino la casi improvisada tex-tura
urbanística de Las Palmas a fines del expresado siglo y a prin-cipios
del actual.
Notes of a resideme in the Canary Zslands, the South of Spdn,
and Algiers, illustrative of the state of religion in those countries
se publicó en Londres en 1851. Escrito por el reverendo Thomas
Debary, fue éste uno de los relativamente numerosos libros que se
ocuparon del Archipiélago Canario en la segunda parte del siglo X K
y en los primeros decenios del XX.
Casi todas estas publicaciones viajeras dedican un espacio de
mayor o de menor extensión a describir la ciudad de Las Palmas,
como también las otras urbes más importantes de estas Islas. En
estas descripciones los visitantes centran, naturalmente, su interés
en diversos aspectos :
a) La impresión general que les depara la ciudad.
b) La arquitectura, en la que lógicamente encuentran un marca-do
contraste con el género de edificación de sus respectivos países.
2
c) Los edificios relevantes y los rincones pintorescos, singular- N
E
mente la catedral de Santa Ana, el puente de Verdugo y el panorama O
que se divisaba desde su emplazamiento; las Casas Consistoriales, n--
las iglesias, la alameda del XK, el mercado, los pilares de abasteci- m
O
E miento de agua, las calles, etc. E
2
e) La propia personalidad de la ciudad, en la que varios de los -e
visitantes, teniendo especialmente en cuenta las características de
su edificación, observan un carácter oriental y africano. 3
-
Las páginas que Thomas Debary destinó a Las Palmas son más -
0
m
que suficientes para insertar en su obra un amplio y variado cuadro E
de lo que era la ciudad a mitad de la pasada centuria. El reverendo O
g
desembarcó en la bahía de la Luz, junto a las costas de la Isleta: n
«se llama así no porque sea una isla sino porque parece que lo fuera. -E
a
Está unida a tierra por un banco de arena)). A lo largo de éste «tu- l
vimos que hacer el camino hasta la ciudad principal de la isla, Las n
n
Palmas D.
Con pocas palabras supo expresar Debary la impresión, acertada, 3
O
que le produjo la visita: «El aspecto de la ciudad es peculiar; las
casas süii bajas, &atas y ton tan enorries gárgolas para 21 desagüe
de la lluvia, que la calle tiene m& la apariencia de un fuerte, erizado
de cañones, que de otra cosa. El sector pobre de la población vive
en casas excavadas en las colinas de tierra y piedra que cuelgan so-bre
la ciudad)).
«La ciudad de Las Palmas -prosigue la descripción- tiene una
población de aproximadamente diez mil habitantes; está edificada
a ambos lados de un barranco que la divide, por cuyo cauce discurre
un arroyuelo cruzado por un elegante puente, construido por un an-
tiguo obispo de la localidad. Contemplando el barranco desde el
puente se ven muchas palmeras y todo el panorama está coronado
por el azul pálido de los Pechos, cresta montañosa de 6.500 pies de
altitud.
«La ciudad está bien construida, y permanecen muchas de las
casas originales levantadas por los primeros conquistadores y colo-nos
de la isla. El edificio principal es la catedral de Santa Ana. Es
lo suficientemente importante como para haber llamado la atención
en un país europeo)). Al referirse a este templo, Debary recoge una
anécdota relacionada con Diego Nicolás Eduardo, racionero de San-ta
Ana y arquitecto que dirigió las obras de la fase moderna del
edificio catedralicio a partir de 1781. Según este relato, Eduardo ha-
, / ola elegido una determinada clase de piedrd vwlcáriicd pard id cüris- m -
trucción de la bóveda, pero los trabajadores que la realizaban exte- E
riorizaron su escasa confianza en la seguridad de esta parte de la O
obra dejando sus herramientas y abandonando el trabajo; entonces n-- m el canónigo y arquitecto tomó una silla y se sentó debajo de donde O E
aquéllos trabajaban, de tal manera que su propia cabeza habría sido SE
víctima de que las columnas no hubiesen sido aptas para sostener -E
la bóveda.
3
En otro pasaje Debary se refiere al Patio de los Naranjos, claus- -
tro anejo a la catedral construido en el siglo XVII, al que recuerda
-
0
m
E con estas palabras: «Nada podría ser más agradable que aquellos
claustros. La deliciosa atmósfera, el rumor del agua de la fuente y el O
conjunto de agradables asociaciones provocadas en mi mente por el n
E carácter de este edificio: pero mi felicidad no duró mucho; el sa- -
a
cristán hizo acto de presencia y pidió mi salida; algo contrariado, nl
regresé a la Fonda a leer los oficios)). n
n
El visitante hizo, igualmente, mención de otros edificios rele- 3
O
vantes de la ciudad: ((Después de la catedral el edificio más impor-
+anta h v a nnncitrir;rln a- a1 l - ~ r r n rm ~ n ~n x al n ~ ) h aa 1 n ~ \ nwa n t nr ln Crin+-
L a i r L c . ruL ~ v i ~ ~ n u rLLuL vL I r u p r yub vbuyava bi b v i i r b i r L v ub u t r i i ~ r r
Clara y comprende una sala de lectura, una sala de café, una sala de
baile y un teatrou -se refería Debary al Teatro Cairasco y Gabinete
Literario; «en este club me introdujo nuestro cónsul y encontré mu-chos
periódicos franceses y españoles, pero muy pocos libros. Pen-saría
que una biblioteca de libros modernos es una cosa enteramen-te
desconocida en Españau. Esta apreciación no resulta totalmente
sorprendente. Sin embargo hay que tener presente para su correcta
valoración en este caso que la sociedad El Gabinete Litera~o se
había fundado pocos años antes y que, por consiguiente, pocos li-
bros podrían albergar las estanterías de su más adelante mejor nu-trida
biblioteca.
((Al lado norte de este edificio -prosigue- está la Alameda, he-cha
con algunas pretensiones, y frecuentada cada tarde por las se-ñoritas
del lugar y los caballeros presumidos de las dos islas)).
También describió el reverendo los alrededores de la villa: «Al
sur de la ciudad entre las colinas y el mar se extiende un trozo de
fértil y bien regada tierra de alrededor de una milla de amplitud».
Al respecto hizo referencia al método utilizado en su irrigación, in-dicando
su posible origen morisco. «Los surcos están arados en se-micírculo,
de modo que uno comunica con el otro. Al surco de arri-ba
se le llama madre y el agua que se le echa corre por los otros en
la parte de terreno cultivada)).
2
Dada su condición de religioso, Debary prestó atención -corres- N
pondiendo, por lo demás, al enunciado de su libro- al estado de la E
religión en la ciudad. Pero, también, a una afición tradicional en O
n -
Las Palmas: las peleas de gallos. «Era la cuaresma durante mi es- =m
O
tancia en Las Palmas. La ciudad vivía entonces con gran entusiasmo E
E
los asuntos de interés eclesiástico, tanto como por las próximas pe- SE
leas de gallos ingleses de las dos islas de Tenerife y Gran Canaria. =
El obispo había sido designado recientemente para la sede y aca- 3
baba de llegar de la península, evidentemente con un juicio no muy -- 0 elevado del estado de su diócesis, o de los conocimientos de la gente m
E
entre la que él había venido a vivir. Sin embargo, los canarios tienen O
varios colegios aceptables y son gente inteligente y alegre; y él solía
dirigirse a éllos, según se quejaban, en términos demasiado pueri- n
E les; por el contrario, éllos se reían de él por su pronunciación por- -
a
que era catalán)) -se trataba del obispo Codina, cuyo nombre sería 2
n
después recordado en una calle del casco antiguo de Las Palmas. n
0
Esto era -añadía Debary- ((como si un irlandés se riese de un 3
escocés por su pronunciación del inglés; pero es también una lec- O
ción para aquellos predicadores que les gusta ser condescendientes
con ei nivei de entendimiento de sus congregaciones, y para hacerio
así frecuentemente dicen cosas vulgares; sin embargo, el celo del
prelado era digno de alabanza y estos isleños lo necesitaban muchou.
Siguiendo el relato leemos que «el obispo con alguna justicia
predicaba contra las peleas de gallos en los domingos de cuaresma)).
Veamos a continuación el encuentro del reverendo anglosajón con
e! espec:ácU!o & la <tc=&-fightingj;: <;Decid; hacer Una visita a!
suprimido convento de los agustinos, en el que estas exhibiciones te-nían
lugar, y ver la clase de gente que las frecuentaba. No soy uno
de esos protestantes que se alegraría de ver un convento pervertido
para estos usos, y no fue sin repugnancia por estas causas y por
otras como dirigí mis pasos al lugar. Cuando entré en los antiguos
claustros el silencio era tan profundo como en aquellos días en los
que el edificio estaba ocupado por religiosos; no es que estuviera
vacío, sino, por el contrario, muy lleno. En el patio se colocaron
filas de asientos alrededor de una amplia jaula, y los asientos esta-ban
repletos de atentos espectadores; en los claustros superiores
observé algunos de los clérigos y principales civiles y oficiales mili-tares
de la localidad. Llegué justamente a tiempo de ver la conclu-sión
de una de las peleas; los dos desgraciados gallos eran apenas
capaces de picarse el uno al otro por más tiempo; uno obligó al
otro a dar unos pasos y entonces los dos permanecieron quietos,
tan inanimados como si estuvieran rellenos, salvo que debajo de
cada gallo comenzaron a formarse charcos de sangre. Esta era la
señal para que los cuidadores entraran en la jaula a por ellos, les
ahuecaran las plumas y trataran de estimular sus tendencias agresi-vas.
Las agotadas criaturas hicieron uno o dos esfuerzos inútiles de
contender, y cayeron sin vida. Cuando observé sus plumas estreme-ciéndose
me sentí disgustado, pero inmediatamente un nuevo par
muy vivo fue lanzado a la jaula, y comenzaron a saltar y a cantar
para el combate, el interés resurgió, así pues era hora de dejar esta
desmoralizante exhibición)).
Los sentimientos del reverendo habían sido heridos por este es-pectáculo
tradicional que aún mantiene su afición en Las Palmas.
Pero ahí no había quedado la cosa: «El convento de los agustinos
-añade Debary- estaba predestinado a una doble profanación;
porque, una semana después, un toldo fue desplegado sobre el patio
y fueron exhibidos caballos americanos».
Por aquellos años recorrió el Archipiélago Mrs. Elizabeth Murray,
quien nos dejó su visión de las Islas en una extensa obra titulada
Sizteen years üj ún ür~riisi's iife in Mo~ucca, Spain and &e Sananj
Zslands. En el capítulo VI del segundo volumen de este libro la se-ñora
Murray dedicó varias páginas a Las Palmas. Fue muy pobre la
impresión que la artista recibió de esta villa: «La Real Ciudad de
Las Palmas, la capital de Gran Canaria, es más bien una sombría e
insípida ciudad», afirmación que E. Murray completa señalando que
((posee una pobre apariencia» y que la pesada atmósfera de sus
estrechas y apretadas calles provoca sentimientos de melancolía en
el visitante. «La ciudad -prosigue- es bastante extensa, pero muy
silenciosa, con poca animación en sus casi desiertas calles. Las casas
son de techo liso, semejando como si su ático hubiese caído. La apa-riencia
de la mayoría es mediocre, pero aquí y allá se levantan en
solitario algunas casas distinguidas, con cierta cursilería en su deco-ración
arquitectónica)). Su impresión general de la villa finaliza con
una referencia a las vías urbanas de la época, las cuales describe sal-picadas
de casas ruinosas y de montones de escombros, tal como si
hubiesen sufrido recientemente un terremoto. Estas frases no deben
sorprendernos. Los propios ciudadanos de Las Palmas tenían un
sentido crítico más acusado aún que aquel que demostraba la in-quieta
viajera. Para comprobarlo basta con leer la prensa local de
la época.
No obstante la señora Murray no olvidó consignar un merecido
piropo para la villa, escribiendo: «Una cosa, sin embargo, puede
hoixadaiiieiite decirse en favor de esid viejzi ciudad. Sus habitantes N2
son en exceso amables y agradables para los extranjeros -al me- E
nos- tal fue nuestra experiencia)). La visitante encontró muy cor- o
teses y hospitalarios a todos los isleños que tuvo oportunidad de g
tratar. «Como la etiqueta sería un inconveniente en estos cli- O
E
mas tan bochornosos, siempre nos agradaba encontrar a gente que i
podía recibirnos sin formalidades, y cuya libre y sencilla amabilidad 1
nos hizo muy pronto sentirnos tan cómodos como en nuestra propia j
casau. - -
Aquí ponía, también, el acento en el clima -tan diferente del e
E de su país- y en las consecuencias que en la conducta de nuestros
habitantes generaba, según lo que élla observaba. «Otro placer tro-pica1
es el de estar totalmente ocioso. Cuando el sol quema la tierra ; con un calor del que los ingleses que no han viajado, afortunada- E a-mente,
no tienen conocimiento, a uno le gusta holgazanear a su mo- l
do, estar de pie, sentarse, dormir, despertarse como a uno le place. n
n
Durante estos días bochornosos, incluso los mismos camellos, con E
ese extraño zig-zag que les es peculiar, se mueven inadvertidamente, 3
O
caminando deprisa o despacio, o permaneciendo quietos, según les
".--+A - &UBLGIl.
Hay que representarse la plácida escena de las primeras horas
de la tarde de cualquier día del mes de agosto en la tranquila ciu-dad
de mitad del siglo XIX. ((La gente duerme en sus casas durante
el calor del día, pues hay poco movimiento hasta que se siente la
fresca brisa de la tarde, cuando las señoritas comienzan a salir y
U~I'rCbr'UnUnUYl ~ aUrnV~InZr i UA.i-,.nI... licrorVn YrnL Ua yil!zj~ apzTPCP2 CeE SE lezafi& T I
belleza en la Alamedan. Allí también hacían acto de presencia los
caballeros que, por lo que nos dice E. Murray, tenían un principal
tema de conversación en las peleas de gallos. «Las corridas de toros
en España -escribe- nunca han sido tan populares como las peleas
de gallos en Gran Canaria».
La descripción prosigue situando la atención en la bonita vista
de Las Palmas que se contemplaba desde el puente de Verdugo:
«Hay algo particularmente exótico en el aspecto de la ciudad, vista
desde esta posición. En invierno, una corriente de agua procedente
de las montañas fluye por el barranco, que está cruzado por un ele-gante
puente construido por uno de los obispos anteriores. Las ca-sas,
que en esta dirección son de las mejores de la ciudad, están
hermosamente salpicadas de naranjos y palmeras. Muchas mujeres
van a lavar a este arroyo que corre por el barranco. En un lado del
barranco se levanta la Catedral de Sta. Ana. Aunque sin terminar,
es un edificio marcadamente elegante y de aspecto noble. Al otro
lado se puede observar un anfiteatro de cuevas, algunas de las cuales,
probablemente, sirvieron antiguamente de refugio a los aborígenes,
mientras que otras son más recientes. Los habitantes más pobres,
quienes, igual que sus antecesores guanches son todavía semitroglo-ditas,
habitan estas no muy agradables moradas. A lo lejos puede
verse la cordillera azul de los Pechos coronando el paisaje. En con-junto,
la vista es desde luego única y encantadora,.
Los párrafos siguientes de la descripción de Elizabeth Murray
están dedicados a la catedral de Santa Ana en cuanto construcción
más relevante de la ciudad, templo ((del que sus habitantes pueden
sentirse muy orgullosos». «En los gloriosos días de Isabel la Cató-lica
-recuerda-, cuando el genio español llegaba a su más alto
grado, el arquitecto español don Diego Montaude puso los cimientos
de esta magnífica iglesia)). Al referirse a las columnas realiza unas
digresiones a las que prestamos atención: «Las columnas son muy
elevadas y elegantes, participando en cierto modo de la forma de la
palmera. Son así muy características de la ciudad en que está cons-truida
la catedral. Este hecho sugiere una pregunta que bien merece
ser considerada. ¿Por qué no se adapta la flora autóctona de éste, o
de cualquier otro país, a la arquitectura de sus edificios? Los egipcios
sacaron provecho de su peculiar loto. Los griegos aprendieron una
lección de su nativo acanto. Los naturales de Palestina obtuvieron
sugerencias de la granada y del lirio. Y en el caso de estas islas ¿qué
podría ser más apropiado para la ornamentación de sus casas que
sus imponentes y macizos plátanos y su vigoroso áloe, para los que
un contraste, a la vez sorprendente y bello, podría obtenerse en el
elegante helecho o en la euforbia? ¿No podría la introducción de
formas sugeridas por estos árboles, plantas y flores, que aportan
algo original con una mayor variedad, ser al mismo tiempo más
consistente que e1 uso perpetuo del Griego almibarado o de otras
decoraciones clásicas, que no atienden al carácter y tradiciones del
pueblo o a las características naturales del lugar?)).
E. Murray refiere seguidamente una anécdota que tuvo oportuni-dad
de presenciar durante su visita a la catedral. Cuenta que el piso
de piedra de la sacristía era mostrado a los visitantes como una
auténtica maravilla y que el cura que lo mostraba manifestaba su
perplejidad al no encontrar explicación al sostenimiento de aquél,
que era al propio tiempo el techo del panteón. Entre el grupo de vi-sitantes
se hallaba el señor Stephenson, un famoso arquitecto inglés
según nos dice la viajera, el cual sorprendió al sacerdote explicán-dele
s d x e U: papel el principio confcxme 21 cxil se hahia ~ea!izad~ 2
tal construcción: al tener forma de arco sólo precisaba el apoyo de N
E
las paredes laterales, que eran muy gruesas, para mantenerse. O
También prestó atención a un objeto igualmente destacado en n-- m
otras crónicas viajeras: «En la capilla mayor cuelga una maciza O
E
lámpara de plata. Está hecha de plata afiligranada, trabajo de ar- SE
tistas genoveses, y se dice que fue donada a la iglesia por el carde- -E
nal Ximenes en 1690. El altar y su mesa -añade- son magníficos,
están labrados en plata martillada,. 3
-
((Además de la catedral -podemos leer más adelante-, hay -
0
m
otros edificios hermosos en la ciudad de Las Palmas. Inmediata- E
mente enfrente está el Ayuntamiento, que constituye un bello orna- O
mento para la plaza)). Menciona también E. Murray al colegio de n
San Agustín -<(excelente colegio para la educación de los jóve- a-E
nes»-, cuyo plan de enseñanza aparece aquí calificado como muy l
liberal, aunque también se destaca el gran orden y la estricta disci- n
n
plina del centro. ((Muchos alumnos, en su vida posterior, han pro-porcionado
buena evidencia del excelente sistema de educación al 3
O
que estuvieron sujetos en los tempranos años de su vida».
Finaiiza su visión de la ciudad cuníernpiando ias peispectivas
que la rodean, con numerosos jardines repletos de exuberantes flores
de todos los colores, viñedos, huertas y tierras cuidadosamente cul-tivadas.
Otro reverendo, Chas. W. Thomas -capellán del African Squa-dron
norteamericano que recorrió la costa occidental africana en los
g f i ~ s1 855, 1856 y 157- dedicó a las Islas Canarias una parte de
las aventuras y observaciones recogidas en libro publicado pocos
años después de su viaje. A su entrada en la bahía este visitante
recibió una buena impresión de la villa: ((Desde el fondeadero, la
ciudad presenta una bonita, una más que considerable, apariencia^.
El reverendo se hospedó en el English Hotel -((así llamado, quizás,
porque los sirvientes no entienden una palabra de este idioma»-,
instalado en una casa de ((puro estilo morisco, o español, si se quie-res.
Durante su paseo por Las Palmas hubo de cruzar el viejo puen-te
de Verdugo, fijando su atención en las estatuas que lo ornamen-taban,
en las que creyó ver representaciones de varias deidades pa-ganas
cuando en realidad figuran las Cuatro Estaciones. ((Próximo
al barranco está el mercado de frutas; y aquí hacemos tiempo por
un instante, poniendo nuestros ojos en la más grande variedad de
frutas y vegetales que nosotros jamás contemplamos en una plaza
de mercado)). Las calabazas, los melones y otras frutas de este gé-nero
((sobrepasaban cualquier idea que hubiéramos podido tener de
la exuberancia tropical. Hablamos como de un clima tropical, pues
aunque no está incluido en esa zona que los geógrafos llaman tropi-cal,
su clima y producciones animales y vegetales permiten esta cla-sificación)).
El visitante realiza poco menos que un inventario de los
frutos que se ofrecían en la plaza del mercado: calabazas, cebollas
rosadas, racimos de plátanos color miel de cincuenta libras de peso,
cestos de manzanas, granadas, peras, limones, melocotones, albari-coques,
limas, naranjas, ciruelas, dátiles, moras, higos, melones y,
entre ellos, frutos comunes en América, así como almendras, caca-huete~,
todo ello alternado con ramos de flores, lo que proporciona
una idea del mercado de Las Palmas en verano.
Por supuesto, Chas. W. Thomas no deja de dedicar varios párra-fos
de su descripción a la catedral. ((Aunque poco se puede esperar
en cuanto a arquitectura en el oeste de Africa y sus islas; sin em-bargo,
la catedral de Santa Ana, todavía inacabada después de cien
años de construcción, es un edificio grande y hermoso)). Natural-mente
el período de construcción que indica no se correspondía con
la realidad: en aquellas fechas habían pasado trescientos cincuenta
años, aproximadamente, desde que se comenzó a edificar el templo
o, cuando menos, setenta y cinco de su segunda fase de construcción.
Y tampoco olvidó el reverendo Thomas una referencia al obispo
local, cuya vestimenta nos describe en la forma siguiente: «Al pasar
por la plaza pública nos cruzamos con el venerable obispo de estas
islas, vestido con capa roja, pantalones negros hasta la rodilla, cal-zas
de color escarlata y zapatos con hebilla plateada)).
A continuación recoge el reverendo sus impresiones sobre la
comida que le fue servida ese día. «En el hotel nos esperaba una
bien presentada y bien servida comida, pero seguramente más apro-piada
para el estómago de un Don Quijote que para el de un ameri-cano.
El olor a ajo apareció ya en la puerta para contrarrestar el in-tenso
apetito. Ajo en la sopa, ajo en la salsa de pescado, ajo en la
salsa, fricassée al ajo, el pan, e incluso el postre, sabía a ajo...)).
Después le visitaron dos caballeros que le ofrecieron, al igual que a
los oficiales del barco, el libre uso del club de la ciudad -el Gabi-nete
Literario-, así como acompañarles a cada uno de los lu,a ares
que desearan visitar. «Nos pusimos a su disposición, paseamos por
los lugares más agradables de la ciudad y visitamos el hospicio y
el colegio femenino B.
«En el hospicio hay sobre cien niños de edades comprendidas en-tre
unos pocos días y catorce años, la mayoría hembras. Se les ense-ña
a coser, a leer, a tejer, se les da comida y ropa hasta que ellos
son capaces de ganarse la vida)). En sus referencias a la vida en el
hospicio se expresan lógicos sentimientos de tristeza. En cambio la
impresión recibida en el colegio femenino fue muy favorable: en g
las salas, dormitorios y demás dependencias el «orden y el buen
gusto eran manifiestos)), E
2
E En la noche se reunieron en el Gabinete, en donde el presidente ;
de esta sociedad ofreció un brindis ccpor las amistosas relaciones $
existentes entre Canarias y los Estados Unidos)), el cual fue respon- - -
dido por el primer lugarteniente W. A. Barlett en perfecto español. e
E Un segundo brindis fue ofrecido «a la Jamestown y sus oficiales)) y
contestado por el lugarteniente comandante F. A. Armstrong.
((Habiendo contribuido al estrechamiento de los lazos de paz
existentes entre nuestras naciones -decimos esto con bastante sa- -
a
tisfacción, lector- fuimos a una muy iluminada plaza cercana, don- 2
n
de una banda militar interpretaba música selecta y donde paseaban j
las damas de la ciudadx, a las que el visitante califica de muy be- $
llas y de andares exquisitos. No obstante añade a continuación que
aunque su caminar es admirable y sus negros ojos son suaves y be-llos,
éstos son muy lánguidos y carentes de vivacidad.
Finaliza sus observaciones el reverendo Thomas con unas con-sideraciones
sobre las costumbres sociales existentes en la locali-dad,
que compara con las de ciertos círculos de la sociedad norte-americana.
((Aquí, igual que en España y en La Habana, los jóvenes
de sexos opuestos no pasean juntos eñ púbiicü, a íIieriüS que estdii
prometidos y entonces son acompañados por la madre de la mu-chacha
o por un pariente. La razón que se da a esta costumbre es
que los sexos se tienen más respeto si se mantienen separados; pero
la verdadera razón es la sospecha de los padres, que son conscientes
a menudo de que no han sido un buen ejemplo ante sus hijos)).
((Estamos satisfechos -puntualiza- de que el grado de intimi-dad
permitido en los buenos círculos de la sociedad americana -ex-cluimos
a los advenedizos y a los imitadores de los defectos de la
sociedad extranjera ahora tan numerosos en nuestras ciudades-contribuye
a la autodependencia y a la felicidad de ambos sexosu.
En apoyo de sus consideraciones esgrimía el reverendo una frase
del vicario de Wakefield: «una virtud que requiere ser siempre vi-gilada,
no tiene mérito».
((Al día siguiente a nuestra excursión permanecimos a bordo y
el miércoles visitamos el nuevo pero prometedor colegio masculino^.
También recorrieron los cultivos de cochinilla de los alrededores de
la ciudad. «El jueves, nuestros oficiales estaban comprometidos a m
D
cenar con la señora Mendoza Tate, de Carolina del Sur, quien está E
casada con un rico caballero de esta isla; pero se levantó al me- O - diodía una violenta tormenta que nos hizo salir al mar y no regre- -
=m
sarnos más a Gran Canaria)). O
E
E
2
Una de las más pintorescas descripciones de Las Palmas de Gran =E
Canaria en el último tercio del siglo XIX es la que ofrece Jules
Leclerq en Voyage aux Zles Fmtunées. Como otros viajeros, comien- 3
-
za este visitante escribiendo su primera impresión desde el mismo -
0m
barco: ((Subiendo al puente, he divisado el aspecto pintoresco que E
presenta Las Palmas, vista en longitud: está construida en anfiteatro O
sobre una colina y recuerda a Lisboa. Una franja de nubes cubría n
el paisaje, pero en segundo plano las cimas lejanas de la isla se -E
destacan sobre el cielo azul, iluminadas por los primeros rayos del a
2
sol. La ciudad de Las Palmas se presenta de lejos mucho mejor que n
0 Santa Cruz)).
La falta de un puerto para atracar y desembarcar era constatada O3
por todos los viajeros que arribaban a Las Palmas. Al respecto
ieclerq escribía: «Es raro que e1 mar no esté agitado ante Las Pai-mas,
cuya rada está absolutamente descubierta; así los barcos de
Europa prefieren hacer escala en Santa Cruz, que ofrece un atraque
más seguror>.
Coincidiendo con la estimación de otros visitantes, Leclerq ob-servó
un marcado aire oriental en la ciudad. ((Estoy sorprendido del
carácter oriental de Las Palmas: uno se creería más bien en una
villa árabe que en una villa española: el aspecto de las viviendas,
las callejuelas irregulares y montuosas, el tipo mismo de los habi-tantes,
todo recuerda la vecindad de Marruecos. Aquí, como entre
los moros, las casas generalmente no tienen tejado ; terminan en azo-teas
y son blancas como la nieve. Sólo la calle principal tiene un
carácter europeo: es la calle de los negocios; es más animada y más
hermosa que la calle principal de Santa Cruz, y se percibe inme-diatamente
que es en Las Palmas en donde se concentra la activi-dad
industrial y comercial de Canariasx.
«Un barranco divide la ciudad en dos barrios, que une un her-moso
puente de piedra decorado con estatuas. Este puente cruza un
río sin agua, lleno de piedras, y en mitad del cauce he visto campos
de maíz. iHe aquí un río que se respeta aún menos que el Manza-nares!
Desde el puente, la vista se extiende sobre Iujuriantes jardi-nes
plantados de palmeras y sobre las casas de los suburbios que se
superponen las unas sobre las otras, suspendidas en los flancos de
1"- mn-+rrr;~i.-..
LLLD IIIVII ,.alla,,,>.
«Acudí enseguida al mercado, donde pasé revista a 10s frutos
del país, uvas, sandías, racimos de plátanos, tunos indios, etc. La
pescadería, situada a su lado, es una encantadora creación que uno
no encontraría en villa alguna de Francia. He podido observar allí
el vestido de las mujeres del pueblo: se cubren de un velo de tela
blanca que no es menos gracioso que la mantilla. Su tipo es más
francamente moresco que el de las tinerfeñas: hay algo de africano
en los destellos de sus miradas; tienen un bonito andar, gracias a
su costumbre de portar vasijas sobre la cabeza, al modo árabe. En
cada una de las islas del archipiélago se encuentran tipos diferentes
y una manera diferente de vestir)).
Uno de los rincones descritos por Leclerq es la romántica ala-meda
de la ciudad del siglo pasado. «La ciudad de Las Palmas tiene
una encantadora alameda: está sombreada de laureles de India, de
palmeras de Cuba y de otros árboles que se cultivan en nuestras
sierras de Europa. No he visto nada más bonito que este paseo pú-blico.
En una placita próxima se levanta una agradable fuente coro-nada
por el busto del poeta Cairasco)).
«Dejando la alameda, he subido las tortuosas calles dei barrio,
donde bulle una población semidesnuda y he llegado a la fortaleza,
desde donde se domina toda la villa. De no ser la catedral, cuyas
torres recuerdan a las de Zurich, se creería ver una blanca ciudad
morisca, con sus casas cúbicas de una deslumbrante blancura, sus
azoteas, sus patios. Las palmeras que surgen de todos lados com-plet2E
iluSiSn a ellas &be 12 ciudad nc?r,bye.
«La metrópoli canaria ocupa una vasta extensión: las casas es-tán
diseminadas aquí y allá sin cohesión, y los campos de cochinilla
han invadido hasta la proximidad de las viviendas. Nada es más
pintoresco que el panorama de esta ciudad edificada entre el mar
y las montañas, en un valle delicioso; el resplandeciente sol de los
trópicos proporciona a sus blancas casas un fulgor deslumbrante
que contrasta con el azul profundo del Océano. Al noreste surge el
islote volcánico de la Isleta, que un estrecho istmo de arena une a
la isla madre. Al otro lado se abre una graciosa perspectiva sobre
un valle interior, donde una multitud de palmeras despliegan su
aéreo follaje. Al oeste, la villa está dominada por altos acantilados
acribillados de una infinidad de cavernas que habita toda una po-blación
de trogloditas. Estas excavaciones datan de los Guanches,
que habían elegido allí su vivienda,.
No- r&tñ, 10' filtim~,p j l e ~L e~!eq 12 e x~l i r~i&oyl- ivo, en CCX- m
pañía de un comerciante marsellés establecido en Las Palmas, hizo D
E al puerto de la Luz. ((Seguimos el camino trazado a través de la
arena del istmo que une la Isleta a Gran Canaria. El pico de Tene- o
n -
rife, que no se puede ver de Las Palmas, a causa de las montañas =m
O
intermedias, es perfectamente visible desde el istmo. Gracias a la EE
extrema transparencia del aire, el Pico parece encontrarse al alcance S
E
de un fusil, aunque esté en realidad a más de quince leguas de dis- =
tancia ... n. Durante este recorrido llegaron a las fuentes de aguas 3
minerales de Santa Catalina, «en donde se ha establecido reciente- e-- mente una casa de baños,. Sus aguas habían sido analizadas por m
E
médicos parisinos, los doctores Mehu y Laségue. ((Situada a un cen- o
tenar de metros del mar, Santa Catalina es la única fuente mineral
conocida en donde se puede combinar el tratamiento interno con n
E los baños de mar,. -
a
2 También el germano H. Christ percibió, tal como expone en su n
Viaje primaveral a las Islas Canarias, un tono oriental en Las Pal- o
mas por su cielo, sus palmeras, su tipo de construcción y sus habi- O3
tantes. Vio en las gentes un aspecto morisco y también mulato por
sus IaUics grursns, fijmdc! igua!?r.e~te SU atencih e: !as ma::ti!!as
blancas o de color crema que llevaban las mujeres, lo que también
interpretó como oriental.
Este visitante recuerda, asimismo, las dificultades que tuvo para
desembarcar, mientras la ciudad se le aparecía como Afrodita entre
la espuma marina. Cuando aún se hallaba en el barco se había ex-tasiado
en las innumerables aguavivas que se veían en el agua: ((su
color es tan bonito como el vidrio de Venecia, son joyas del mar».
Consiguió llegar a tierra en una barca. Allí le esperaba un coche tira-do
por tres mulos, que le trasladó a la ciudad a través de las cálidas
arenas de las dunas cuya única vegetación estaba constituida por
los arbustos costeros. A su paso contempló que el mar alcanzaba
hasta la carretera del Puerto.
Muchos de los detalles descritos por viajeros anteriores aparecen
recogidos en las impresiones de Christ: el tipo de edificación, el
puente y el barranco, la alameda, la pescadería - e n donde se exhi-bían
a la venta atunes, bonitos, doradas, salmones, peces voladores
y tortugas-, la catedral y la plaza de Santa Ana, el valle del Guini-guada,
etc. Llamaron su atención las muchas palmeras, que no había
visto tan hermosas en ninguna otra parte del Archipiélago.
Christ residió durante su estancia en Las Palmas en el Hotel
Europa, del que menciona sus amplias habitaciones y un curioso
detalle: las camas tenían mosquiteros. Conoció al doctor Gregorio
2 Chii, a quien presenta como antropólogo y coleccionista de antigüeda- N
des canarias, y vio su biblioteca en la que, dice, tenía todo lo que E
se había publicado sobre Canarias. El doctor Chil le mostró el Mu- O n - seo Canario, que estaba instalado «en un bonito edificio público)) y - m
O así tuvo oportunidad de ver muchos esqueletos, momias y utensilios E
E de los antiguos habitantes. S
El Hotel Europa era por entonces el más adecuado lugar de hos-pedaje
para los visitantes de la ciudad. Allí se alojó también durante
su paso por Las Palmas una conocida visitante del Archipiélago
en aquellos años, la señora Olivia Stone. El haber sido más difun-dida
su extensa obra sobre nuestras Islas nos exime de ofrecer aquí
una más amplia referencia de sus impresiones. No obstante, aludire-mos
a algunos de los aspectos que la viajera inglesa recogió sobre
esta ciudad, que élla percibió a su llegada en la siguiente forma:
((Desde la Luz Las Palmas aparece grande y de aspecto importante,
como acostada sobre el litoral, ocupando en su mayor parte un
terreno llano, ascendiendo gradualmente para terminar en una ro-cosa
pendiente)). Desde la bahía se dirigió hacia la villa a través del
istmo que, a escala más reducida, comparó con el istmo de Auckland
(Nueva Zelanda). «En cuanto cruzamos la parte más estrecha del
istmo, pasamos a la izquierda los baños minerales, y a la derecha
la tierra comienza a mostrar señales de cultivo; aparece un bosque-cillo
de palmeras, con una grande y bien construida casa en medio.
Enseguida a cada lado de la vía se alinean las casas, que actualmente
forman una prolongada calle, de este modo entramos en la ciudad.
A 1, 1,,*, A, ,,cm ,11, ,..e niiu;nrn nhr,,rrer lnr hrq",,n" w n ,.nrr<.rn n IU iaif;v us ~ 3 L~a u Ga = L a LUIIWJU VUJC. IYCLI IUJ UL~DLLIIUV JIJ,U IYUL
sean una novedad, sino porque su ambiente está cambiado. En lugar
de viejas casas y pavimentos rotos tenemos aquí una cadena de nue-
vas casas, un regular pavimento y una excelente vía. Parece raro
tener un pequeño brasero negro en el borde de la calle y una mujer
en cuclillas aireándolo con un abanico de palma,.
«La Fonda Europa es una amplia casa, que un comerciante inglés
habitó en otro tiempo -escribe O. Stone sobre su lugar de residen-cia.
Es alta como la mayoría de las casas de Las Palmas)). La refe-rencia
sobre el hotel le sirvió para considerar una mayor semejanza
de Gran Canaria con Africa y de Tenerife con Europa, por la dife-rente
apariencia de las edificaciones de ambas islas; por lo que se
refiere a Gran Canaria, en particular de Las Palmas: «No podría
verse un solo pico en toda la ciudad, y el aspecto morisco es com-pletado
por las torres de la catedral, que son decididamente moru-nas.
Las Palmas es un:, vill:, más hermosa que Santa Cruz. Las m- ,,
lles son más anchas, las casas más modernas y generalmente más D
E amplias, pero carece del pintoresquismo que las sinuosas y estrechas
calles, con aleros salientes, dan a su rival, y debido a la distancia O
n -
de la perspectiva de montañas no tiene en su proximidad el gallardo =m
O
y majestuoso escenario que da un encanto a Santa Cruz)). E
E
2 En su paseo por las calles del viejo casco de Las Palmas se de- E
tiene Olivia Stone en la Plaza del Pilar Nuevo y contempla la fuente =
que allí se había instalado a mitad del siglo XVIII: N ... caminamos 3
al final de la calle de los Balcones, en donde hay una pintoresca y - - 0
antigua fuente, en la que los habitantes obtienen agua. Algunas mu- m
E
chachas tienen largas cañas que colocan en la salida del grifo, varios O
pies por encima de sus cabezas, y a través de aquéllos canalizan el
atenuado chorro hacia sus recipientesx. n
-E
Además de para el cónsul, Mr. James Miller, la visitante traía a
2
cartas de presentación para los historiadores locales Gregorio Chil n
y Agustín Millares Torres. Retrata al doctor Chil como a «un refi- 0
nado y robusto hombre de cierta edad, derecho como un soldado)). O3
Y añade que «es uno de los historiadores de la isla, más dedicado a
la !iteratUra a profesióil. EstU&ié uledicina en pdiiS, peí-o lid
ejercido poco, aunque es un concienzudo investigador)). Tras señalar
que es el fundador y cuidadoso conservador del Museo Canario hace
alusión a la anécdota de la excomunión del Dr. Chil por su fran-queza
en expresar y defender sus opiniones darwinianas.
Agustín Millares Torres es presentado por 0. Stone como ((otro
historiador, que es también novelista»- De éste cita su Historia Ge-neral
de Canarias, próxima a entrar en prensa, y su «Historia de la
Inquisición en Canarias)), obra esta última por la que, igualmente,
había sido excomulgado.
También Olivia Stone visitó dicho Museo, guiada por el Dr. Chil.
Allí pudo contemplar la primera imprenta que se utilizó en Gran
Canaria, pero sobre todo se sintió atraída por los vestigios de la
población aborigen, especialmente por la cerámica, las pintaderas y
las momias de los antiguos canarios.
Evidentemente, los viajeros anglosajones que venían a conocer
las Islas Canarias eran mayoría en esta segunda mitad del siglo pa-sado.
Charles Edwardes fue uno más entre ellos. Su libro Rides and
estudies in the Canary lslands nos proporciona cuadros descriptivos
de paisajes y de localidades del interior de Gran Canaria, pero ape-nas
se ocupa de Las Palmas. El siguiente es uno de los escasos
párrafos dedicados a la ciudad: «La primavera cedía paso al verano
y la visión resplandeciente de las blancas casas de Las Palmas me
hicieron soñar con un barco de camino hacia casa». Luego nos cuen- 2
N
ta las peripecias de su estancia en un hotel de la ciudad, en el que
tuvo como compañero de habitación a un escocés que era maquinista
de un vapor de la línea Cádiz-Buenos Aires, cuyos ronquidos impe-dían
conciliar el sueño al señor Edwardes. Sin posibilidad de dor- E E
mir por tal causa, éste se vio deambulando por las calles de la ciu- S
dad a las cuatro y media de la mañana. Involuntariamente había
madrugado mucho para tomar un guía que resultó ser un extraño $
personaje llamado Pancho que había vivido muchos años en La Ha- -
bana y que, sirviéndose de un escuálido pero resistente caballo, llevó B
E a nuestro viajero por varios de los lugares más pintorescos de la isla.
Estamos ya en los años -los últimos lustros del XIX- en los
que la mayor facilidad y comodidad en las comunicaciones maríti- n
E
mas permitieran una más frecuente y más numerosa arribada de
viajeros. Se comenzó a construir en esa época el Puerto de la Luz, 1 n que inmediatamente proporcionó a la urbe un carácter cosmopolita $
que hasta entonces nunca había tenido. Inmediatamente inició su 5
desarrollo una incipiente industria turística y la afluencia de un O
primer turismo que pasaba temporadas invernales en Las Palmas.
El antropólogo R. Verneau -que en cierto modo culminó la fase
de los viajeros científicos a Canarias- recordaba así los principios
de esta importante fase de cambio en Las Palmas de Gran Canaria:
((Antes de la creación del Puerto de la Luz no era fácil desembarcar
en Las Palmas; allí el mar está agitado frecuentemente y existe una
especie de barra en la punta del muelle. En 1877, vi zozobrar ante
-: ,.L-l..-- "--A.>":a- ?:S "..-.h*..rnA -?..A.? ..- --*;..*o ,-.,,o f,.9'.-
u11 uila Lllaiupa GuiiuuLiua JUL culuai~u pui UVJ I U ~ ~ L U V D YUL ~ L L I I I -
queaban a diario este paso peligroso. Pero hoy se puede desembar-car
perfectamente en el nuevo puerto y en unos instantes un coche
os conduce a la ciudadr. En relación con el Puerto de la Luz y su
futuro escribía también que aunque no se encuentra más que «en
estado de simple proyecto, puede ya acoger los barcos de alto tone-laje,
que encuentran todas las facilidades para su avituallamiento. Si-tuado
en una posición excepcional, a cinco kilómetros de la capital de
la isla, con la que está comunicado por una carretera llana, incesan-temente
surcada por los coches, este puerto está llamado a tener un
gran futuro. Es además el único punto de Canarias en donde, en
caso de mal tiempo, los barcos pueden encontrar un abrigo seguro)).
«Vista desde el mar la ciudad de Las Palmas ofrece una impre-sión
de las más pintorescas. A lo largo de la playa se extiende la
parte principal de la ciudad, que está bordeada al norte y al sur por
bonitas propiedades, bien cuidadas y plantadas de hermosos árboies; ,,
desde lejos se distinguen innumerables palmeras que muestran, por D
encima de las casas, sus penachos de hojas. Detrás, los diversos E
barrios se escalonan en anfiteatro sobre las montañas que terminan O
n en pendientes bastante pronunciadas a una cierta distancia del mar. -
m
O
Al norte, el Castillo del Rey domina toda la ciudad, encaramado E
E
como un nido de águilas sobre una abrupta roca)). 2
E
Dentro ya de la descripción de Las Palmas, el Dr. Verneau men-
-
ciona monumentos y edificios más relevantes, comenzando por la 3
catedral «que presenta un aspecto imponente)), así como las otras - -
0
iglesias, el hospital, el seminario, la pescadería y el teatro en cons- m
E
trucción -el futuro Pérez Galdbs- que una vez terminado ((podrá O
competir con nuestros mejores teatros de provincia)). Y cita también
los hoteles, que son ((numerosos y ofrecen una cierta comodidad: n
E
unos son dirigidos por españoles, otros por italianos, otros por in-
-
a
gleses. En uno, la Fonda de Europa, he podido tener una cocina 2
n
francesa)). n
El movimiento comercial que se generaba con la construcción del O3
Puerto de Refugio de la Luz y el régimen de puertos francos se de-jaba
ya notar en los tiempos de esta estancia de Verneau. «No es
raro comprar allí artículos europeos a mejor precio que en Francia.
No existe la aduana; los ingleses, y sobre todo los alemanes, ex-portan
allá un conjunto de productos que ofrecen en condiciones
que hacen muy difícil la concurrencia francesa)).
sim-ltáneamente a este progreso mercantil comenzaba a desarro-llarse
un cambio en la zona del Puerto. «En 1878 no existían en el
puerto de la Luz más que tres o cuatro casas)), escribe. Y más ade-lante
señala que sobre el emplazamiento de los antiguos túmulos
aborígenes -cuyos restos óseos él estudió- se levanta «toda una
pequeña villa. Grandes depósitos de carbón, almacenes, un hotel,
restaurantes, ocultan ahora a las miradas de los viajeros una parte
de la vieja ciudad de los muertos)).
Nos detendremos finalmente, por lo que respecta a la descripción
de R. Verneau, en unas consideraciones del antropólogo sobre el
carácter africano o europeo de la ciudad y de sus habitantes. «He
leído en la relación de viaje de un turista que ha pasado unas horas
en Las Palmas -se refiere Verneau a J. Leclerq-, que el tipo de los
habitantes recuerda a los de Marruecos, que uno se creería más bien
en una ciudad árabe que en una ciudad española. Las mujeres, se-gún
él, parecen moriscas, y ellas tienen algo de c2ftt;cano en b s des-'
tellos de sus miradas. Yo no sé dónde ha podido encontrar estas
semejanzas el autor al que hago alusión. Conozco Marruecos, he
ciüzado varias VcCeS toda España y tengo !a petensiSn & cofiacer
un poco las Canarias. Puedo añadir que, en mi calidad de antropó-logo,
he estudiado de una manera especial los tipos de poblaciones
de estos diversos países, y declaro bien fuerte que me ha sido im-posible
constatar esta semejanza. Los habitantes de Las Palmas
son muy españoles y yo diría igualmente que la mayor parte no pre-sentan
el tipo de los españoles del sur; el tipo árabe es también ex-cepcional
en esta ciudad y en el resto del archipiélago.
«Por las costumbres, las gentes de Las Palmas son también ver-daderos
europeos. Las mujeres del pueblo tienen el hábito de llevar
sobre la cabeza no solamente ánforas, sino también paneras y los
más diversos objetos; éllas no son árabes por ello».
Parece decir aquí Verneau la última y definitiva palabra sobre
la etnia y la personalidad racial y cultura1 de los modernos habi-tantes
de Canarias. Hay que tener presente que él consideró en prin-cipio
que durante la prehistoria estas Islas fueron punto de arribo
y reserva de antiguas razas europeas (Cro-Magnon). Posteriores es-tudios
establecieron relaciones de la antigua población canaria con
poblaciones prehistóricas del noroeste africano.
También el Dr. Stassano registra el cambio determinado en Las
Palmas por la construcción del Puerto de la Luz con motivo de
sendas visitas reseñadas en la Zllustrazione Ztaliana con el significa-tivo
titular de Las Palmas nel 1885 e oggi, que fueron acompaña-das
de bellas ilustraciones del fotógrafo canario Luis Ojeda. Stassa-no
subraya la gran diferencia entre el somnoliento aspecto que pre-seiitzba
la bahia Ze la LUZ cfi 1885 y e! F e =frecía er, srgLfidu
visita, con la presencia de grandes vapores y de otras numerosas
embarcaciones, así como el movimiento de los almacenes portuarios,
el surgimiento de un barrio en el sector portuario y el tranvía que
se instalaba por entonces.
Antes de finalizar el siglo otro reverendo inglés Charles F. Bar-ker
viaja a Canarias con el objeto de difundir las Escrituras en len-gua
española. Fruto de su estancia fue un pequeño libro titulado
Two years in the Canmks. Durante su visita a Las Palmas ofició en
la iglesia anglicana, levantada en la zona de Ciudad Jardín al co-menzar
la última década de dicha centuria. Charles F. Barker nos
dejó alguna observación interesante, aunque no desconocida, por
supuesto, para nosotros: «Aquí la mayoría de la gente parece pobre,
sin gusto alguno de las comodidades del hogar de los ingleses. Se
ven muchas mujeres andando por las calles sin zapatos, niñas y
niños saliendo de las rasasu. «En las caras más pobre$ las mujeres m
están sentadas en el suelo generalmente)). D
E Como hemos indicado, muchos de los viajeros que vinieron a
O Gran Canaria en la última parte del siglo XM y en los primeros n años del XX eran ingleses. El importante establecimiento mercantil
-
m
O
E británico en Las Palmas desarrollado a partir de la construcción del E
Puerto de Refugio atrajo la presencia de muchos viajeros y turistas 2
E
de su país, algunos de los cuales dejaron escritas las impresiones de -
su viaje. Las Palmas conocía entonces la profunda transformación 3
apuntada. Se edificaban nuevos barrios, se sostenía un intenso mo- - -
0
vimiento comercial en el que jugaban importante papel los produc- m
E
tos agrícolas de exportación -tomates y plátanos- que eran trans- O
portados hasta el puerto en grandes carros tirados por mulas, el
puerto conocía un incesante y creciente tráfico de buques y un n
E tranvía a vapor cruzaba la ciudad entre el casco antiguo y el sector -
a
portuario en un recorrido de aproximadamente seis kilómetros. 2
n
Esta es la ciudad que en los albores de nuestro siglo le tocó n
conocer a Margaret d'Este. Zn the Canuries with u camera contiene O3
curiosos registros sobre la ciudad de aq.u e.l los años que, para termi- n o t . nnn nritri rn1rin;Xn rln r l n r i ~ 4 ~ n ; n n a rri. o.nrori rla T iiri Dr i lmi i r r&+n
U U A cvu ~ O C L LIL XZLIWLI UC- U L D ~ I I ~ ~ I W I I ~vO~ a j b ~ auba YUO A auuao, OXZILL-tizaremos
seguidamente. Si las primeras impresiones son las verda-deras
-comienza escribiendo Margaret d'Este-, entonces se puede
decir con toda seguridad que Las Palmas es una ciudad bonita.
((Todavía recuerdo -con sorpresa- lo atractivo que parecía el
lugar cuando nos deslizábamos tranquilamente dentro del puerto a
nuestra llegada; el casi increíble azul del agua: salteado con matices
de verde transparente y púrpura -la larga línea de dunas color
naranja que se extienden entre el puerto y la ciudad- el delicado
violeta de las colinas bajas que están detrás, las palmeras a la orilla
del mar, y la ciudad misma, las torres de su catedral semiveladas
por la neblina, con su caserío sobre la costa a tres millas)).
«La ilusión no se rompió cuando subimos a una tartana y con
el frescor de la mañana transitamos por una carretera casi desierta
en la dirección de la ciudad hasta que entramos en los jardines del
Hotel Santa Catalina)).
Y, escribiendo sus impresiones y sensaciones, indica Margaret
d'Este que no es hasta después de un día o dos cuando la auténtica
fealdad de lo que a uno le rodea empieza a ser apreciado, fealdad
que para ella estaba asociada con el polvo, el calor, con el horroroso
tranvía de vapor que pasaba rechinando y lanzando humo de un
lado a otro de la costa y con el sufrimiento diario e interminable
de los carros de mulas excesivamente cargadas que pasaban por la
-u:"-o ~ ~ c~..,,.,.ot*,~-o u a h .,r.;e 1-0 -..-ll-- L~IIZ.LLICI u a ~ l aIV D 1uucuca. 2
N
En otro párrafo insiste en el hecho de que de la mañana a la noche E
los carros de papas y plátanos procedentes de Telde y de Teror O
n pasan haciendo ruido en su camino al puerto y señala que las mu- -
=m
las, que pertenecen a las compañías empaquetadoras inglesas -una O
E
de las cuales posee doscientas cincuenta mulas- eran robustas y E
2
bien alimentadas para su trabajo. Al respecto incluye ciertas consi- =E
deraciones sobre la protección de los animales y la presunta influen-
3 cia que indirectamente había tenido la colonia inglesa en Las Palmas -
en la disminución de la crueldad contra aquéllos. -
0m
El Hotel Santa Catalina, en donde residía la visitante, se empla- E
zaba en lugar próximo a la carretera del Puerto por la que transi- O
taban tranvías y carros tirados por mulas. Había sido abierto hacia n
1890 y era el más importante de la ciudad. El hotel aparece descrito E a-con
sus amplios balcones y sus lujosos sillones de mimbre, como l
un auténtico oasis en una tierra aburrida. «Las enredaderas tropica- n
0
les en el exterior, la hierba blanquecina, los espacios polvorientos
alrededor de las palmeras y las abubillas que se escuchaban en los 3
O
alrededores, recordaban un jardín egipcio)).
También ofrece una reiaciGn de su visita al Museo Canario que
le proporcionó ((algunas de las más agradables horas)) que pasó en
la ciudad. La impresión de su estancia podría resumirse en esta
frase suya: ((Las Palmas debe agradecer a su clima y no a sus atrac-tivos
naturales el hecho de que es el centro de vacaciones de in-vierno
más antiguo y mejor conocido de Canarias)).
A--l gunos de relatos viajeros, de los qile q u i hemor ~Ytrrai-do
las referencias concernientes a la ciudad de Las Palmas sin aludir
para nada a las referentes a la isla de Gran Canaria y al resto del
Archipiélago, entran de lleno en la literatura turística. Era el tiempo
en el que ya se publicaban numerosas guías turísticas de Canarias
que comprendían los diversos aspectos que el visitante debería co-nocer.
Sin embargo, ya no volveremos a leer las románticas descrip-ciones
del siglo XIX, ni tendremos ocasión de rescatar una rara
noticia sobre la antigua villa, aunque escritores posteriores no olvi-daron
en sus obras a la ciudad de nuestro siglo: el inglés A. J.
Cronin escenificará una de sus novelas en Las Palmas y uno de los
últimos cronistas viajeros, el italiano Attilio Gaudio, también des-cribirá
a la ciudad de Las Palmas en la serie de artículos publicados
en la revista española Mundo y agrupados posteriormente en su
libro Epicas y dulces Canarias.
Aunque en relación con la arquitectura y la urbanización antigua ,,
y moderna de Las Palmas, y en general sobre la iconografía de la -
ciudad, muy poco nos pueden enseñar estas crónicas viajeras escri- E
tas a lo largo de siglos, sí nos ilustran, sin embargo, sobre algunos O
n -
usos y costumbres lógicamente desaparecidos de sus habitantes. Y O=m
sobre todo manifiestan la impresión que en distintas épocas reci- E
E
bieron los europeos que visitaron esta ciudad. En tal sentido son S
E como un espejo o, mejor, una pantalla que proyecta la imagen re- =
trospectiva de la ciudad de Las Palmas tal como la veían los visi- 3
tantes de otras tierras. Y desde este punto de vista encierran hoy --
un mayor interés para los propios isleños que para los lectores de 0m
E los diversos idiomas en que fueron escritas.
O
ALGUNAS REFERENCIAS .IMPRESAS
SOBRE LAS PALMAS DE GRAN CANARIA
THOMASN ICHOLS:A plemant description of the Fortunate llandes
called the Zlands of Canaria. Londres, 1583.
Traducción española en Thomas Nichols, mercader de azúcar, his-panista
y hereje, por Alejandro Cioranescu. La Laguna, 1963.
Página 108.
"To this citie from al1 the other ilands come al such by appeale, as have
sustained any wrong, and these good judges doo remedie the same. The citie
is called Civitas Palmarum. It hath a beautifull cathedrall church, with al1
dignities thereunto pertaining. For the publike weale of the iland there are
sundrie Aldermen of great authoritie, who have a counsell house by themsel-ves.
The citie is not onely beautifull, but the citizens curious and gallant in
apparell. And after anie raine or foule weather, a man maye goe cleane in
velvet slippers, because the ground is sandie, the aire verie temperate, without
extreame heat or colde".
Texto francés
gráfica de
Nassausches
y traducción
Laurecrans. Leiden, 1610.
española en Descripción histórica y geo-las
Islm Canarias, por Pedro Agustín del Castillo;
edición crítica, estudio bio-bibliográfico y notas de Miguel Santia-go.
Ediciones de «El Gabinete Literario)) de Las Palmas de Gran
Canaria. Madrid, 1948-1960. Tomo 111, pág. 1065.
"Sur les costes orientales de ceste Isle, il y a une petite Vale, appellée
Allegom, en laquelle il y a plus de 400 maisons. Cest la Ville Capitale de
toutes les Isles de Canan'e, & la Cour de leurs Juges, tant Ecclesiastiques que
Politiques, en laquelle se tient l'Inquisiteur d'Espaigne & du Gouverneur du
Roy sur les dites Isles. Allegona est pourveu & fortifik d'un petit chasteau du
cosd de i'eau, & U'une muraiile UU ~ ü s t éd u pürt veis !e Xuit-Nurt =Uest,
estant de l'autre costé assez garny & muni des sables de la mer & hautes
montagnes. Au travers de la Ville court une petite eau, laquelle descend des
montaignes prochaines & se va rendre en la mer, n'estant point profondre,
& partant aussi nullement commode pour les navires.
Le havre de la Grande Canarie est situé environ 4001 pas vers le Nort
Nort-Est de la Ville d'Allegona, de moyenne largeur & profondeur. Pour la
deffence de ce havre le Roy d'Espaigne y avoit fait dresser un assez fort
Chasteau, appellé Cratiosa.
Toutes les forteresses de la Grande Canan'e estoyent pourveues de fortes
garnisons, d'amunition, & autres choses necessaires".
NOTES OF A RESIDENCE
IN TIlE
CANARY ISLANDS,
THE SOlJTH OF SYAIN, AND ALGIERS ;
ILLFSTRATIVB Ob
THE STATE OF RELIGIOS
IN TIIOSE COPSTRIEB.
BY THE
REV. THOMAS DEBAILY, M.A.
LONDON:
FRANCIS R- JOHN RIVINGTON.
ST. PAUL'S CI<UBCIC YAUD. AXD WATERLOO I LACE.
1851.