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EL IDEARIO LEGITIMISTA DEL CANARIO LUIS GONZAGA 3
DE LA ENCINA, OBISPO DE AREQUIPA (1810-1816)
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0m
GUILLERMLOO HMANVNI LLENA E
O
n
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a
n
3
O
Al revisar la torrencial bibliografía concerniente a la pugna ideo-lógica,
política y bélica que al término del primer cuarto del siglo
pasado culminó en la segregación de los dominios americanos de
su Metrópoli, es casi axiomático deducir que la Historia la escriben
los que se alzan con ei triunfo. testimonio de ios vencidos o es m
D
acallado inexorablemente, o si se le dispensa algún crédito, es a la E
sordina y para descalificarlo de antemano con la soberbia que in- O
funde sentirse dueño absoluto del campo, pues no hay peor sambe- n -
=m
nito que haber resultado perdedor. Cuando esta toma de posiciones O
E
se plantea en una dialéctica tan encendida como la que impera to- E
2
davía al cabo de siglo y medio en punto a la evaluación del carácter =E
de la lucha separatista, entonces la exclusión de la voz del bando
derrotado es terminante y absoluta; en el mejor de los casos, servirá 3
de fácil blanco para vilipendiarla y convertir los cruzados de la
- -
0m
causa en objetos de mofa. E
A este ostracismo fueron injustamente condenados los escritores O
que haciendo frente a la marea revolucionaria con la pluma en la n
mano como única arma se arrojaron a la candente arena polémica -E
para derrochar saber, ingenio y entereza en la defensa de las insti- a
2
tuciones políticas consagradas por la tradición y no flaquearon en n
su adhesión al antiguo régimen. Para estos apologistas los historia- 0
dores progresistas y liberales decimonónicos reservaron los más O3
acerbos dicterios. En razón de su lealtad al sistema político del cual
se engLZli en y&dines, se graiijeaiÜÍi ariatema de cürifecis de la
opresión, de apóstoles del despotismo, de enemigos jurados de la Ii-bertad,
impermeables a las doctrinas igualitarias, de recalcitrantes sus-tentadores
de la postergación de los criollos. En aquella barricada de
los espíritus reaccionarios la Iglesia, y en particular la Jerarquía,
significada por un alto contingente de peninsulares, ocupaba con
arreglo a la estimativa de los historiógrafos librepensadores de la
centuria pasada una posición poco envidiable de núcleo dirigente.
Y en esta cita con la verdad, tan esquiva, tan estrecha, de resultas
de un proceso pendular se ha pasado al extremo contrario, con áni-
mo de desvanecer esa imagen supuestamente negativa, haciendo aho-ra
partícipe por igual a todo el elemento eclesiástico de las ideas
revolucionarias, abrazadas con un fervor no menos encendido que
el de los que combatían en los campos de batalla l.
Tiempo es ya de superar concepción tan cerrada y unilateral de
actitudes ideológicas asumidas con honestidad en aquellas azarosas
circunstancias, y de rehabilitar a quienes -como el Obispo de Are-quipa,
Luis Gonzaga de la Encina- se erigieron en adalides declara-damente
consecuentes del legitimismo. Ese canario, ejemplar en vir-tudes
y temple en el convulso período que corre desde 1810 hasta
1816, sólo admite parangón en otra latitud con un prohombre que
también supo arrostrar sin desmayo el turbión revolucionario: el
Obispo de Michoacán, Abad y Queipo? E1 Prelado arequipeño, im-buido
de un riguroso sentido del deber y de la lealtad al juramento 2
prestado, ante el peligro de la heterodoxia ideológica y política se N
E
transforma en un luchador denodado que sin desmayo reaviva en O
el ánimo de sus ovejas el sentimiento de adhesión a la Metrópoli, de
n-= fidelidad al monarca cautivo y de respeto al sistema político que du- m
O
E rante casi trescientos años había administrado el Perú. E
2 La Encina, hombre de letras y de universidad, es por todos es- E
tos títulos uno de los más conspicuos representativos del fidelismo =
en el Perú, línea ideológica que implicaba no sólo el rechazo de la 3
dominación napoleónica, sino la voluntad expresa de mantener los - - 0
viejos lazos de unión entre España y sus dominios. Este designio de m
E
integridad afirmó, por encima de todo, la obediencia a Fernando VII, O
al Consejo de Regencia que dice gobernar en su nombre, por último
a las Cortes, para soldar finalmente el vínculo directo con el monar- n
-E
ca liberado. a
2
n
0
ESQUEMABI OGRÁFICO
3
O
Luis Gonzaga de la Encina vino al mundo en Las Palmas el 24
& ubri! & 1754, y bzgtiza& en e! SagrariG pa!rr,ense c ~ a t r ~
días más tarde. S e g i su confesor y biógrafo, el franciscano Cam-plá,
cuando el neófito volvía del bateo, el diocesano Morán le puso
1. Sobre esta corriente vindicativa, cfr. VARGAU~G .ART&L: a acción de la Iglesia
en la o b ~ a de la Enwncipacidn, en De la Conquista a la República (Lima, 1942),
pp. 260-273, y El Episcopado en los tiempos de la Enuzncipacidn sudamericana (Lima,
31962), p. 8, y TIBESAR: The Peiuvian Churck at the time of Independence in the
light of Vatican IZ, en "The Amenas" (Washington, 1970), =VI, pp. 349-3'75.
2. MEWCOSG UAJARDO-FAJAKDCOar: tas del Obispo Abad y Qlceipo sobre la inde-pendencia
mexicana, en "Anuario de Estudios Americanos" (Sevilla, 1946), 111, pp. 1096-
1138.
al cuello un pectoral de oro cuajado de esmeraldas, recomendando
a sus padres lo conservasen para cuando el niño obispase. El vati-cinio
se cumplió, y nuestro personaje lució hasta su muerte la in-signia
pontifical. Sus progenitores fueron don Simón de la Encina y
Portu, oriundo de Arceniega (Vizcaya), que pasó a la isla como fa-miliar
del mencionado Obispo, y posteriormente asumió el cargo de
Administrador del Estanco del Tabaco, y doña Agueda María Díaz
y Perla, con la que había tomado estado, también en el Sagrario, el
21 de julio del año anterior. En el convento dominico de San Pedro
Mártir cursó dos años de Filosofía y cuatro de Teología. El 24 de
mayo de 1777 recibió Ordenes mayores. Familiar desde 1771 del
Obispo Servera, cuando éste fue trasladado a la sede gaditana, con-tinuó
a su lado. Catedrático de Latinidad y Retórica en el Seminario
de Cádiz. El 31 de mayo de 1779, en la Universidad de Osuna, se m
D
le impuso Ia borla de doctor en Teología. En 1780 retorna a su tierra E
natal, donde fue sucesivamente Racionero (1780), Canónigo Magis- O n tral (1781), Rector del Seminario (1782), Maestrescuela (1791) y Ar- -
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cediano (1803); Socio Numerario de la Real Sociedad Económica de O
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Amigos del País de Las Palmas y su Director en 1785. Por el ele- E
2
gante giro de su elocución sacra, se le aclamó como el predicador E
=
de mayor fuste en aquel entonces, y se granjeó merecida fama por 3
las oraciones fúnebres que pronunció en memoria de Carlos 111 y -
del Cardenal Delgado, así como por el sermón que recitó el Jueves -
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Santo de 1782, que hubo de repetir en 1785 y en 1788 3.
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Sobre Consulta del Consejo de Cámara de las Indias de 5 de O
septiembre de 1804 se le presentó para cubrir la sede de Arequipa, n
vacante por renuncia de Monseñor Pedro José Chaves de la Rosa, a-E
que se retiró a España. Preconizado por Bula de 9 de septiembre l
de 1805, se le expidieron las Ejecutoriales el 16 de noviembre si- n
0
guiente. En medio de significativas muestras de cariño popular, le
impuso las manos el Obispo de Canarias, Verdugo, el 18 de octubre 3
O
de 1806. En un pedestre soneto publicado en aquellos días se con-sagra
este apiauso general, recogido por un anónimo (M. V. C.):
Tu talento tan rico y tan fecundo,
En Canaria no cabe, i O Grande ENCINA!
Y por inspiración toda Divina,
Fue preciso buscarte un nuevo mundo.
3. En la antigua Biblioteca Nacional del Perú se conservaba una copia, en siete
folios, de esta última pieza. Cfr. VARGASU GARTEM:a nuscritos peruanos de la Bi-blioteca
Nacional de Lima (Lima, MCMXL), 111, p. 164. Desapareci6 en el incendio
de 1943.
El Cielo con misterio mui profundo
A una vasta región hoi te destina,
Donde por tu bondad y tu doctrina,
Admiren un Obispo sin segundo.
La Indiana Mitra, sin apetecerla,
Ciñe tus sienes para hallarse honrada;
Y la Canaria Catedral al verla,
Llama a la de Arequipa AFORTUNADA
Ella qual concha le va a dar su PERLA,
Y la ENCINA ya1 palma es exaltada.
La contienda con la Gran Bretaña, cuyas naves de guerra asola-ban
las costas del Archipiélago obligó al Prelado electo a diferir
dos s.d :ras!ado a la peiljrll-ü:a, erl OPuTt-üiliddd fue irlves- 2
N
tido como Comisionado interino del Cabildo General Permanente EE
de Canarias cerca de la Suprema Junta Central Gubernativa. Al $
caer la capital de España en poder de los ejércitos de Napoleón, - -
=m
La Encina tuvo que ocultarse, y únicamente disfrazado de arriero y
de carbonero logró evadirse en diciembre de 1808, por cierto no i
sin que un soldado francés calara la bayoneta para traspasarlo y otro 1
le apuntara resueltamente con una boca de fuego. Tras indecibles E
peripecias alcanzó a refugiarse en Sevilla, donde el 13 de octubre
del año siguiente la Suprema Junta le extendió pasaporte para em- -
0m
barcarse. Al cabo de cinco meses de navegación en el «San Pedro E
de Alcántara)) arribó al Callao el 7 de marzo de 1810. Al verificar Z
que la opinión general en el país era de indeclinable lealtad hacia s
el soberano cautivo, le embargó «un singular regocijos 4. -E
a
La entrada oficial en la sede de su diócesis se realizó con el ce- l
remonial de estilo, el 10 de julio siguiente. Le aguardaban horas di- - 0
fíciles a lo largo de los cinco años y medio de su pontificado, pues E
pronto estallaría la crisis en la cual todos aquellos valores que una
tradición secular había venerado como inmutables pasarían por mo-mnn+
nc A ~ n ; r ; ~ ,5 n ~ IIIbII LV.3 UbULi31 Y Vi3 .
4. Carta del Obispo La Encina, desde Lima, el 29 de abril de 1810, al Secretario
de Estado en el Despacho Universal de Gracia y Justicia. Archivo General de Indias
[en adelante: A.G.I.], Lima, 1572. En este mismo legajo se guardan otros escritos de
La Encina, la mayor parte de ellos concerniente al recibo de disposiciones emanadas
de las Cortes.
5. La precedente semblanza se ha trazado a la vista de las recopilaciones inti-tuladas
"Papeles curiosos relativos al Iltmo. Señor Luis de la Encina.. ." y "Carrera
literaria, méritos y ascensos del Obispo.. .", con documentos originales de los princi-pales
pasos de su vida hasta 1806, incluyendo una certiñcaci6n de su escudo episcopal,
con las armas del linaje: en campo de plata, encina de sinople, frutada de oro; un
le6n pasante al tronco, y bordura de gules, con ocho aspas de oro (Ver LLmina 1).
La Arequipa de los albores del siglo XIX, cabeza de obispado
y sede de Intendencia, era una ciudad conservadora, profunda-mente
religiosa, que encerraba unos 40.000 habitantes (63 % de es-pañoles,
14 % de mestizos; otro tanto de indios; 6 % de negros li-bres,
y 3 % de esclavos) 6, en su mayor parte cristianos viejos, con
familias de exiguo solar y parva hacienda, pero de genio emprende-dor
y activo, que medraban del comercio y de la agricultura de me-diana
escala en un valle fértil, aunque de reducida área cultivable.
Cuando en julio de 1810 nuestro tonsurado empuña el cayado
pastoral la marea revolucionaria irrumpía en magnitud arrolladora.
En 1809, el 25 de mayo Chuquisaca, el 16 de julio La Paz y el 10 de
agosto Quito habían dado los primeros pasos por la senda del se-paratismo,
bien que bajo la ficción de preservar la fidelidad a Fer-nando
VII. Ese mismo 1810 vería en mayo a Buenos Aires y en sep-tiembre
a Santiago de Chile adherir al movimiento insurgente, apar-te
de la invasión del Alto Perú por el ejército platense a órdenes
de Castelli. En aquellos días de incertidumbre y zozobra, cuando
-como dijo alguna vez Erasmo- no se puede ni hablar ni callar
sin peligro, La Encina obró en conciencia y procedió con arreglo a
lo que sus convicciones le dictaban, aunque hubiese de violentar
su carácter seráfico.
Verdad es que la diócesis que regentaba no estuvo en el ojo de
Biblioteca Nacional del Perú. Departamento de Investigaciones Bibliográficas. Manus-critos
C 1311 (con 84 fols.) y D 8162 (con 147 fols.), respectivamente.
Valiosos datos biográficos, con aire de intimidad, y cuya procedencia no es difícil
rastrear en la primera de las recopilaciones wlacionadas, en la Oración filnebre dicha
en esta Santa Iglesia Catedral de Arequipa el 1.0 de Febrero, Año de 1816, en las
honras . . . a su difunto Obispo el Señov Don Luis Gonzaga de la Encina . . . que
murid el 19 de Enero del mismo año . . . Por el Padre Fray Mateo Camplá, Misionero
Apostdlico de San Francisco, confesor del venevable dificnto (Madrid, Imprenta de
Núñez, M DCCC XVII) . 30 pp.
De la labor desarrollada al frente de la diócesis dan cuenta ZAMÁCOLyA J AUREGUI:
"Cm.&" r"v. nwn7Ao. i rn &o ^bisp'>s qw~ e gyuyvi,&= h Sazte ygieSiW C&hedYal de l."l""O"'"
Arequipa.. ., fols. 112117 (Biblioteca Nacional del Perú. Departamento de Investiga-ciones
Bibliográficas. Manuscrito D 8150; al folio 111 hay un dibujo a pluma, que sc
reproduce como Lámina III) ; POLO: APuntes sobre la historia eclesíást~ad e Arequipa,
en ODRIOZOLAD: ocumentos Literavios del Pevd (Lima, 1877), X I , pp. 336-337 y 355;
CATERIANOM: emorias de los Obispos de Arequipa (Arequipa, 1908), pp. 228-231, y
MART~NELZa: diócesis de AvequiPa y sus Obispos (Arequipa, MCMXXXIII), pp. 223-228.
A estos autores es indispensable añadir los nombres de PEREIRPAAC HECO(c fr. la
monografía de MARREROR ODRÍGUE-Z G ONZ~EYZA NE:S El Prebendado Don Antonio
Pereiva Pacheco (La Laguna, 1963). pp. 12371, DORESTZy: MILLARETSO RRESq, ue junto
con 1- hiblingnfia de La registra p~~ntiia!rne~tMe ~ o a r cC ~ L eOn SE E n s a ? ~ ~
de una bw-bibliografia de escritores naturales de las Islas Cazarias.. . (Madrid, 1932).
pp. 200-205 y 671.
6. Cfr. MÁLAGAM EDWA:A requipa y la rebelión de 1780, y QUIR~PSA ZS OLDÁN:
Aspectos sociales de Avequipa en el siglo XVIII, en "Quinto Congreso Internacional
de Historia de América" (Lima, 1972), 11, p. 129, y 111, p. 249, respectivamente.
la tormenta, pero las salpicaduras de la agitación reinante en los
territorios contiguos se dejaron sentir a porfía. Tampoco cabe des-deñar
ni los conatos abortados en junio de 1811 y octubre de 1813
en Tacna y Tarapacá, combinados con las incursiones de los bonae-renses
encabezados por Castelli y Belgrano en el Alto Perú, ni los
conciliábulos sediciosos que en la propia Arequipa urdían los infi-dentes
Manuel Ribero y Araníbar y José María Corbacho (septiem-bre
de 1813), ni la caída de la ciudad en poder de las huestes in-surrectas
comandadas por Pumacahua y Angulo, en noviembre de
1814, en cuya oportunidad el clérigo Mariano José de Arce, adepto
incondicional de los rebeldes porteños, al extremo de lucir como un
airón en el sombrero la divisa azul, distintivo de los rioplatenses, se
desbordó en su radicalismo agitador ', ni la inquietud que cundía
hasta en lar aulas del Seminario de San JerSnimq refleje del ecpí- 2
ritu levantisco que anidaba en un número significativo de miembros N
E
del clero, tanto secular como regular, resultado de las doctrinas re- o
novadoras teñidas de enciclopedismo que había sembrado años atrás n -
=m
el inmediato predecesor de La Encina en la mitra arequipeña, Chaves O
E
de la Rosa E
En acto de estricta justicia, el más documentado historiador de
la Iglesia en el Perú, el jesuita P. Vargas Ugarte, reconoce que entre
los Prelados que extremaron su celo para atajar la propagación del
fermento revolucionario y volcaron lo mejor de su empeño en la
sujeción del país, ninguno rayó a mayor altura que nuestro perso-najeg.
En efecto. Cuando en todo el Sur del Perú resuena el clarín
incitando a desconocer las autoridades legítimas, La Encina cierra
filas a la sombra del sistema monárquico y su actitud brilla por su
entereza y arrestos en sostener la adhesión a la Metrópoli, línea
de conducta tanto más meritoria cuanto que los pastores de las dió-cesis
vecinas no se muestran muy firmes en su postura frente al alud
revolucionario.
Hecha abstracción del Obispo de La Paz, Remigio de la Santa y
ortegl, & eriiin&7 n~eunAin-c.ir~lg~ru u ~ u ~ , que &~,itiS a! ?g@ !ev
movimientos sediciosos iniciales, el proceder del Prelado cuzqueño,
Pérez de Armendáriz se significó de un modo nítido en el compor-tamiento
abiertamente contrapuesto al de su colega arequipeño. Sea
7. PORRASB ARRENECHE.WAa: ~iano José de Arce (Lima, 1927), pp. 27-42.
S. Un minucioso y dociimentado panorama del ambiente ideológico que hubo
de afrontar La Encina puede leerse en el estudio de CARRI ~ONX DÓ~EZti,t ulado:
Pereira [Le. Antonio Pereira y Ruiz] y el Pev& en "Boletín del Instituto Riva-Agüero"
(Lima, 1969-1971). núm. S, pp. 33-36 y 4676.
9. El Episco@ado en los tiempos de la Ewza?tci$acidn strdanzericana, cit., p. 126.
en razón de la cuna, pues había nacido en el pueblo de Paucartambo,
en la misma diócesis que mitraba desde 1806, sea por su senectud, to-da
vez que contaba más de ochenta años, sea en fin por hallarse inca-paz
de resistir 12 presión moral de quienes podían influir sobre su vo-luntad,
lo cierto y efectivo es que lejos de demostrar repulsa a los pla-nes
de los insurrectos en 1814, dispensó a las mesnadas revoltosas
el aliento de su auspicio moral y hasta la pasividad ante los desma-nes
cometidos por las turbas, al extremo de ser considerado como
cómplice de los rebeldes. Informantes dignos de absoluto crédito
nos revelan que el provecto pastor no hacía un misterio de su con-descendencia
hacia el movimiento subversivo y afirmaba en público
que si Dios sobre las cosas que protegía ponía su poderosa mano,
sobre el alzamiento del Cuzco había puesto las dos lo. El Virrey Abas-mi,
una vez extinguida la hoguera revolucionaria, interesó del metro- ,,
D
politano que Pérez de Armendáriz resignara sus funciones en un E
tonsurado imbuido de un modo de pensar más acorde con el respeto O
a las instituciones tradicionales ll.
n -
=m
El Arzobispo de Lima, Bartolomé María de las Heras, natural O
E
de Carmona, aunque también realista decidido, pues no en balde E
2
residía en la capital del Virreinato, convertida por Abascal en el =E
foco de la resistencia, observó en todo tiempo un temperamento
conciliador y aun cabría decir hasta neutral. Si en 1809 había dado 3
-
a las prensas una Exhovt~ción en la que estimulaba a contribuir con -
0m
donativos en auxilio de la Metrópoli invadida por las fuerzas france- E
sas, cuando el levantamiento del Cuzco se limitó a dirigir una Curta O
a la grey de aquella diócesis (que había regido desde 1790 hasta 1806), n
instándola a volver sobre sus pasos y admitir de nuevo las autori- -E
dades destituidas por el vendaval revolucionario. a
2
n -
A l A.y"A+~ a,. L-l.,... +,.-,.J. :A- J- -ZA-J.*- nI LL~GJ GnaLru UG iiauci wiiiauu pusrsiuii ur su GaLCurd, I I U C ~ L ~ U
personaje se apresura a cursar una comunicación al Consejo de Re-gencia,
protestándole respeto y obediencia, y llevando a su conoci-miento
que desde que pusiera pie en Arequipa, no había cesado de
10. ,Despacho del Virrey Abascal, de 24 de octubre de 1815. A.G.I. L i a , 749.
Memoria del Regente de la Audiencia del Cuzco, Manuel Pardo, sobre la revoluci6n
de iaí4, en "Edezin ciei iviuseo Eoiivariang (Lima, i%Üj, núm. i6, p. m-a.
11. PAREJAE:l Obispo Pdrez de Annencidriz y la revolución del Cuzco de 1814,
en "Revista del Archivo Nacional" (Lima, 1921), 11, pp. 347-358.
Ver tambi6n el expediente "sobre la reprensible conducta" del Obispo seguido
en 1816. A.G.I. Cuzco, 64.
557
predicar amor a la Corona y a la Metrópoli '2, dos conceptos que bien
pronto iban a ponerse en tela de juicio.
No le fue difícil a La Encina hacerse cargo de que los amagos
de insurrección ocurridos en distintos puntos del Virreinato hundían
sus raíces en un activo fermento de rebeldía, resultado de una labor
de zapa ideológica que había captado un número considerable de
prosélitos en todas las capas sociales. Son los hombres de pensa-miento
y los escritores los que agitan y remueven la conciencia polí-tica
de los pueblos, encauzan las corrientes de opinión, socavan las
instituciones de corte tradicional y lanzan ideas de utópica realiza-ción.
La corrosiva prédica de los dogmas separatistas y del despres-tigio
del régimen monárquico planteaba la urgencia de una táctica
defensiva entablada también en el campo intelectual, de suerte que
una campaña ideológica fuese neutralizada valiéndose de los mismos 2
recursos, aunque a decir verdad no fue ni fácil ni cómoda la tarea N
E
de dar la cara por la causa tradicional en momentos en que las ve- o
leidades liberales de las Cortes de Cádiz sembraban el desconcierto
n-=
entre las autoridades civiles y eclesiásticas americanas, que no al- m
O
E
canzaban a conjugar las innovaciones revolucionarias con los prin- E
2
cipios políticos que habían sido hasta entonces el pedestal de la Mo- E
= narquía.
Nuestro personaje, bIandiendo en una mano la espada flamígera 3
-
de la excomunión, y con la pluma batalladora en la otra, asume con -
0m
arrestos ejemplares la defensa de los ideales que eran consubstan- E
ciales con su credo fidelista, aunque en su honor es de justicia pro- o
clamar que en ningún instante adopta el aire del fanático excluyente n
de las opiniones ajenas: en medio del alud revolucionario conserva -E
el humor jovial y se dirige a uno de sus sufragáneos para transmi- a
2
tirle la consigna del momento: ((constancia, fidelidad y reírse de n
todo» 13. Por eso en sus escritos alternarán la persuasión y el con- o
sejo, la dialéctica serena y dogmática y el tono de amenaza colmada O3
de indignación paternal.
Identificaba el servicio al rey ron el servicio a Dios. Cuando en
diciembre de 1812 los arequipeños le votan como su Procurador en
Cortes, renuncia de inmediato invocando como causa justificante
«no sernos lícito a los ojos de Dios abandonar nuestra grey en las
circunstancias de hallarse convulsos estos Reinos y estar despojados
de obispos consagrados la diócesis circunvecinas)). Idéntico compor-
12. Carta de 10 de agosto de 1810. A.G.I. Lima, 1014. Duplicado en Lima, 1572.
13. Carta de 26 de enero de 1815. Libro Copiador 4.1 - 3.V.1815. Biblioteca Na-cional
del Perú. Departamento de Investigaciones Bibliográficas. iihnuscrito D 11885.
tamiento observa en abril de 1814, cuando en ocasión de haberse
celebrado nuevamente comicios para Diputados a la legislatura or-dinaria
de 1815-1816, resultara elegido Primer Diputado, con el su-fragio
de cuatro de los siete compromisarios. Tan pronto se llevó a
su conocimiento la designación --«que ni la quería, ni la quiero, ni
puedo admitirla»-, declinó irrevocablemente la investidura.
Sofísticamente se exculpaba alegando que al desempeñar el que-hacer
episcopal integraba de un modo indirecto el aparato estatal, y
en consecuencia se hallaba incurso en la prohibición de atribuir se-mejantes
delegaciones a los empleados públicos. Por otra parte, aun
no había enterado en Arequipa los siete años de vecindad exigidos
por las normas que regulaban el procedimiento electoral. A fin de
atajar de antemano toda redargución, añadió que la elección en su
favor debía reputarse por nula, si ya no conforme a las leyes huma- mD
N
nas, con arreglo a las divinas. Al efecto, hacía notar que si asumía E
el cargo parlamentario, debería desplazarse a la Metrópoli, y conse- O n
cuentemente, una ausencia de dos o tres años de su sede, sin haber -- m
en el entre tanto quién consagrase ni quién pudiese lícitamente ad- O
E
ministrar los Sacramentos de Confirmación y de Orden, significaría E
2
E un grave trastorno para la buena marcha de la diócesis, del cual -
desde luego no deseaba hacerse responsable ni menos incurrir en 3
las penas canónicas. - -
Al tiempo de solicitar que se le exonerara de tal representación, 0
m
E
tuvo buen cuidado de informar que no había cesado de predicar en O
favor del sistema legítimamente establecido, aunque algunos allega-dos
le aconsejaron ((que no hablase con tanta claridad y fuerza, por n
E querer conservar mi vida, que consideraban expuesta al furor de los -
a
ocultos insurgentes» 14. nl
n
Salta a la vista que le acosaba el temor de que la grey fiada a n
su cuidado pastoral sucumbiese al error y por tanto estima que su 3
presencia personal es indispensable para atajar cualquier desviación O
de la lealtad al monarca y de la línea de pensamiento tradicional.
Los documentos suscritos por el enterizo Prelado, aparte de sus
méritos literarios, reflejan a todas luces la profundidad que habían
calado las doctrinas contra las cuales asestó el fuego de su artillería
legitimista, sin rendirse a la coacción moral de los grupos rebeldes.
La amplia difusión que habían alcanzado las máximas disidentes
debió efectivamente de poner en peligro el sistema político estable-
14. Escrito de La Encina, de 24 de abril de 1814, al Secretario de Estado en el
Despacho Universal de Gracia y Justicia. A.G.I. Lima, 1572.
559
cido. En un varón de tan acrisolada prudencia y de tan equilibrado
criterio, no se explica que lanzara recriminaciones tan acerbas con-tra
una grey apacible y sumisa, si no hubiese advertido en algunos
de sus fieles una auténtica quiebra en los sentimientos de adhesión
a la Corona y a las instituciones de cuño tradicional. La vehemencia
desplegada en el celo con que amonesta a sus feligreses, el calor con
que explica la sana doctrina y las reiteradas admoniciones a su pro-pio
clero, revelan que el Prelado no desconocía la propagación de
las máximas subversivas, profesadas aun por miembros de ese mis-mo
clero, y con dolor recoge la noticia de que hasta entre los semi-naristas
existían a principios de 1815 ((adictos a la causa de los
insurgentesn.
Tres fueron las pastorales emitidas por La Encina, en otras tan-tas
oportunidades críticas, y en todas reluce el ademán firme del que 2
prefiere persuadir y reconciliar, antes que alzar el tono con aire in-transigente.
El primero de la tríada de documentos pastorales tiene
como finalidad desenmascarar las eventuales maquinaciones de los
agentes napoleónicos en América; el segundo se propone imbuir en
la mentalidad de los fieles los motivos que justificaban la abroga- E
ción de la Constitución doceañista y el restablecimiento del absolu-tismo,
y el último, dotado de mayor carga beligerante, impone a los
feligreses, bajo pena de excomunión, denunciar a los confesores que $
en el tribunal de la penitencia incitaran a adherir al partido de %
la revolución. Complementan estos escritos mayores otros de impor-tancia
más restringida, pero que coadyuvan a perfilar los rasgos dis-tintivos
de la ideología de La Encina.
El primer toque de atención data del 22 de febrero de 1811. En
razón del mérito de este documento, mereció de inmediato los hono-res
de una reedición 'j. Su objetivo principal es prevenir sobre la posi-n
n
15. PastoraC . . . con motivo de la instncccidn dada por Napoleón, Empeuadoí. de 5
los franceses, a sus Emisarzos para las Amé~icas . . . (Lima, M DCCC XI), 59 pp.
La primera edici6n vio la luz a instancia del Cura del Sagrario de Arequipa, don
Fran* Pantaleón de ,U?t?riz~l~a segunda, 7del año, ostenta en la portada
ei escuao a e armas ponuncio. u r . M E U ~ X~.a I ~ ~ T L ~ TGY~L LLUW U (CaüL&gü, i%7j,
IV, pp. 26-27, papeletas 2675 y 2676. y VARGAUS GARTE(c on la colación duplicada),
en Im@esos Pemanos (1800-1817). p. 178, papeletas 3650 y 3651.
Uztariz, en su solicitud de licencia para dar a las prensas la admonición de su
Ordinario, expone que el objeto de la misma "es persuadir la buena causa, y que las
infernales máximas del pé15do Bonaparte no se difundan.. .", y añade : ".. . en ella
resplandecen el clamor al Soberano en el deseo de que se conserven intactos sus
Dominios, la adhesión a la Madre Patria [subrayado nuestro] y todo aquello que
puede f o m r un verdadero Español respetador de nuestras leyes fundamentales...".
Esta pieza ha sido reproducida por BEF~EJOe,n "El ntmo. Señor Lujs Gonzaga de
la En-, X\~I=Q cb;spo do y d 6e] rlxo c x ~ l p e ~ n , " , La
causa de h Emancipación del Perzi (Lima, 1960), pp. 362380.
Comp. también el Manifiesto contra las hstmcciones ccmunic&,s pov el Empera-doy
de los franceses a sus emisarios destinados a intentar la subvwsidn de las Américas
bilidad de una infiltración en el país del comisionado bonapartista pa-ra
el Perú, el vizcaíno Luis Azcárraga 16, que ciertamente nunca llegó
a poner pie en el proyectado teatro de sus actividades. Desde las pri-meras
páginas de este instrumento destaca la elegancia espiritual
que adornaba al Prelado, pues no echa mano de los epítetos deni-grante~
e n uso entonces para calificar a los propagandistas de Napo-león.
Antes que cerril y patriotero reluce su espíritu de buen gusto y
sana doctrina, empeñado en poner de manifiesto la solidaridad del
Imperio en las horas denodadas de la resistencia contra los france-ses.
La Encina secunda así con la pluma el empeño del Perú en de-mostrar
sus sentimientos de lealtad, aportando la ayuda económica
indispensable para mitigar los padecimientos de los combatientes1'.
Y! Ir&& arequi.; ?elie cemienza sc! escrite razvriande !u urgeri-cia
de ponerse en contacto con su grey en vista de haberle cursado
el Virrey Abascal, el 23 de diciembre de 1810, una circular impresa,
en que le daba cuenta de la designación de varios agentes napoleó-nicos
cuya misión sería atizar el movimiento separatista, de tal suer-te
que la Metrópoli, desprovista del apoyo moral y de los auxilios
materiales que suministraba América, cayese más fácilmente en po-der
del invasor francésLSL. a Encina juzga que debe coadyuvar con
la movilización de todos los elementos fidelistas emprendida por el
Virrey Abascal, para que el problema de la adhesión al régimen de
Fernando VI1 no se convirtiese en una cuestión de orden político
con derivaciones que concluyeran en tentativas separatistas. Pnspi-rado
en tal designio expone que «Nos ha parecido muy de nuestra
obligación no sólo el circular para inteligencia de todos nuestros
Eclesiásticos este útil escrito por toda nuestra Diócesis, .. . sino tam-bién
levantar nuestra débil voz por medio de esta Pastoral para ha-blar
a todos nuestros Fieles, añadiendo a las profundas reflexiones
que allí se sostienen, las sencillas máximas del Evangelio, de que
somos Ministros, aunque indignos, con el fin de asegurar más el que
las ovejas que el Pastor eterno ha puesto a nuestro cuidado, no sean
contagiadas del cáncer que ya han introducido con mano oculta di-chos
Emisarios, sin duda disfrazados e incógnitos no atreviéndose a
descubrir sus nombres...». Condena la invasión francesa y las ideas
(Lima, MDCCCX), opúsculo de 22 páginas, atribuido al médico italiano F&x Devoti,
luego tránsfuga y activo revolucionario a partir de 1815.
16. ~ T I U N T T V ~ : .Napnkón y ln inde+end~ncicz do -4wd~ica (París, 10!1), p. B0.
17. NIETO VÉLEZ: Contribución a la historia del fidelismo en el Perzl, en "Ebletín
del Instituto Riva-Agüero" (Lima, 1958-1960), núm. 4, capítulo VI, pp. 70-84.
18. El Decreto de las Cortes, de 1.0 de diciembre de 1810, por el que se excitaba
el celo de los Prelados a fin de salir al paso de los intentos de sedudón de los agentes
napoleónims, se hizo público en Lima pm medio de las prensas.
de la Revolución, que significan «la impureza, la disolución, el liber-tinaje,
el sacrilegio, lo irreli,~' IOSO».
Puntualiza en seguida que Napoleón, cuyos propósitos habían
sufrido un serio revés al chocar con la resistencia de los españoles,
optaba ahora por derivar su acción sobre América, en donde re-curriendo
a la intriga intentaba sustraer a la Metrópoli dos de sus
apoyos principales: la alianza con Inglaterra y los socorros prove-nientes
de los dominios ultramarinos. Con esta última finalidad pro-curaba
halagar a los criollos «... con la idea falsa y perniciosa pero
agradable al primer aspecto, de la independencia.. . D, incitando a
sacudir el yugo de España. Acongojado, La Encina apostilla retóri-camente,
sin duda aludiendo a los recentísimos acontecimientos de
Quito, Buenos Aires y Santiago de Chile: «Qué dolor es ver que
estas tramas y estos ardides irauduientüs, yue iio haíi poclid~ sepu- 2
N rar a Inglaterra de la España y sus aliados, hayan podido separar E
a los españoles de los españoles, a los españoles americanos de los
españoles europeos.. . B hasta llevarlos al desconocimiento de su legí- n-- m timo monarca. O
E
Se duele de que algunos americanos se hubiesen dejado deslum- E
2
brar por la inexacta noticia de la rendición total de la Metrópoli, -E
hasta el extremo de caer en la trampa de admitir «la especiosa pro- 3
mesa de la independencia, de una independencia imaginaria y perju- -
dicial, y lo que es más: afrentosa y criminal en las circunstancias -
0
m
presentes)). Como reconoce que «en orden a estas materias políticas E
son escasos nuestros conocimientos...)), estima que su papel es el de U
complementar los argumentos enumerados por Abascal, haciendo
ver a sus ovejas « .. . que esta independencia, mayormente entablada
en las actuales circunstancias, no es conforme a los Mandamientos; l
que es por consiguiente criminal delante de Dios...)). n
n
En este orden fundamenta su argumentación en que con arreglo $
a los preceptos del Evangelio los súbditos deben ((amor, obediencia, O
respeto y auxilio)) a su rey, y que en tal virtud ((10s vasallos de un
mismo soberano deben con más estrechez que los demás hombres
amarse, favorecerse, y auxiliarse mutuamente, como son hijos de un
mismo Padre político y hermanos los unos de los otros...)). Deduce
como corolario : u . . . bajo estos principios, ¿cómo podremos dejar de
conocer que no nos es lícito, conforme a la Ley del Señor ... el sepa-rarnos
de nuestro rey y Señor Fernando VII, tanto más digno de
ser ama& de n~soirusc ~ a n t gm ás desgrzciude, en ningrrna drclini-tancia,
pero mucho menos en las presentes? ¿Quién dejará de per-suadirse
que el abandonar la causa de su defensa en el tiempo do-
loroso y crítico en que se halla oprimido y cautivo, es todavía más
criminal que lo sería en otro tiempo, y que pensar ahora en inde-pendencia
no sólo nos hace reos delante del Señor, sino que también
nos hace poco honor, nos degrada, nos envilece delante del mundo
imparcial y justo estimador del mérito y de la virtud verdadera?,.
Como no desconocía el inteligente Prelado que ya en varias lo-calidades
se habían roto los lazos de dependencia con la Metrópoli
recurriendo al argumento de que se trataba de mantener los domi-nios
americanos libres del vasallaje a un monarca intruso mientras
el legítimo, desterrado, no estuviese en condiciones de regirlos, y
que muchos agitadores políticos distinguían entre la obediencia ju-rada
a Fernando VI1 que n. o. los vinculaba con España, presa de in- a;fl..nn:A- .-l.,+- +-l,.- ,.-.-.---,. -A- --*- ----..-.-- a~-l---&--:- - ui5iiaLiuii i cuaic Laico uyiiiivii~s LULL G3LG al1 aiiquc U'GLlciiiid Lullu.
((¿Yno es esto, hijos míos, una ilusión y un efugio especioso y frí- m
D
volo para cohonestar esta separación, que nunca podrá justificarse a E
los ojos de los hombres sanos...?)), y remacha el alegato con esta O n
exclamación: «¿Podemos nosotros dejar de separarnos de nuestro -
=m
Fernando Séptimo, nuestro Rey, nuestro Padre, y de la defensa de O
E
su causa, cuando nos separamos de aquellos hijos suyos, y herma- E
2
nos nuestros, que están con el heroísmo más glorioso derramando =E
su sangre por defendernos, y por oprimir, destruir y deshacer al ene- 3
migo que lo tiene oprimido y que usurpa sus derechos?,. - -
Con espíritu seráfico, ofrece un generoso olvido para los des- e m
E
carriados : «Mas nosotros sabemos hacer honor a aquellos hermanos O
nuestros, que se han separado de nuestro modo de pensar y de la
justa adhesión a nuestra Madre Patria, y a nuestros hermanos los n
E convasallos e hijos, como nosotros, de nuestro Fernando Séptimo, -
a
que están dando su vida por él, no atribuyendo a maldad su intento, nl
perjudicial verdaderamente a la defensa de la buena causa de nues- n
0
tro Rey, sino a una ilusión, y a un engaño, de que es susceptible 3
cualquier hombre de bien, y que así que sea retractado, debe ser O
perdonadou. En un rapto de varonil elocuencia, proclama: «La Es-paña
existe todavía, y nunca más española,.
Animado del deseo de c.. . preservar los ánimos de nuestros hi-jos
... del contagio que semejantes ideas han prendido en algunos de
estos países, y para enfriarlo y cortarlo en donde está ya prendido,
desarraigando las expresadas ideas, falsas y quiméricas ... n, pasa a
bosquejar una etopeya execrable de Napoleón, usurpador del trono
de España, sanguinario, bígamo, opresor del Vicario de Cristo y
engañador de Fernando VII, a quien había coaccionado a su renun-cia,
siendo por tanto inválida la delegación de poderes.
Con ecuanimidad que revela los quilates del alma de La Encina,
deja entreabierta la posibilidad de recurrir al consenso popular:
«¿Puede dudarse que esta Nación española contenida en uno y otro
Hemisferio, en el caso de extinguirse las dinastías a quienes según
las Leyes pertenece su gobierno, queda en libertad para elegir con
buen acuerdo, con paz, y con tranquilidad, el gobierno que más le
convenga.. .? P.
Juzga oportuno consolidar asimismo el crédito del Supremo Con-sejo
de Regencia, cuya legalidad e idoneidad se cuestionaban, y
proclama que « .. .después de nuestra desgraciada orfandad no he-mos
tenido otro ni más legítimo ni más apto para dirigir las opera-ciones
de los Ejércitos ... No otro más legítimo ya por ser esta la
forma de gobierno que para casos semejantes está sabiamente esta-
Ll--:rl- -. .-.d +,-, ,,,, ,,,+,,,..,, , 1 , nn,i:,,,ln". -.- ,,*^.,, ulcuuu luuy uc auLc;lliauu GIL ilucariaa u c y ~ aii aLluualC;a, ya pu~yuc m
sus establecedores tenían toda la autoridad necesaria para estable- -
cerlo, puesto que a este fin, y no para que precisamente gobernasen E
por sí mismos, les nombraron y diputaron las Provincias que les O
n habían enviado con sus poderes, ... y ya finalmente porque este de- -
m
O
fecto causado por la necesidad, y no por la malicia, ni desprecio, E
E
queda bien salvado con la convocatoria general que se ha hecho a 2
E
todas las ciudades de estos Reynos para que como partes integran- -
tes de la Monarquía concurran a las Cortes con sus votos, o para 3
afirmar, o para mandar, o para modificar el dicho Gobierno, en el --
cual se halla sentado sobre el Trono un natural de nuestras Amé- 0
m
E
ricas [alude al neogranadino Agar], para que represente a estos Rey- O
nos, en nombre de ellos, a su Rey...)).
La Carta termina con una invocación al celo de los miembros n
E del clero secular y regular: ctvosotros, a quienes Dios ha puesto -
a
para que nos ayuden a instruir y dirigir en lo espiritual a sus pue- 2
n
blos, lejos de emplear vuestra autoridad y vuestras luces, abusando n
n
de ellas sacrílegamente, comprados con la plata y con el oro con la 3
más horrenda simonía que se nos ha descubierto que se ha propues- O
to e inrenrado corromperos el opresor de nuestrv Soberano y de sus
derechos, en el Santo Tribunal de la penitencia, y en la Cátedra del
Espíritu Santo en cooperar en nuestros consejos a que tengan cabi-da
y fomento sus ideas execrables, sediciosas y opuestas a toda jus-ticia,
debéis por el contrario emplearlas con el mayor esmero en
ap. artarlas de los corazones de los fieles entregados a vuestra direc- , clcn, ei, hxe r ~ ~ m i 2n exst os pnr !as sendas seguras ... advirtl'k-doles
cada vez más firmemente el amor a nuestro Padre y Soberano
Fernando Séptimo . . . y a la unión con sus hijos y hermanos nues-tros...)).
Impulsado por el mismo deseo de atajar la circulación de rumo-res
tendenciosos, se suscribió a doce ejemplares del periódico oficial,
la Gaceta del Gobierno de Lima, a fin de distribuirlos entre los párro-cos
sufragáneos, quienes a su vez cuidarían de difundir su conte-nido
a la feligresía.
Testimonio inobjetable de la altura de miras y de la flexibilidad
ideológica de La Encina constituye la Circular que giró a sus Vica-rios,
el 9 de mayo de 1811. En ella les trasladaba la noticia de ha-ber
llegado «. . .el día verdaderamente plausible.. .n en que el Consejo
de Regencia cediera la plenitud de sus atribuciones a las Cortes ge-nerales,
«...en quien como naturalmente reside el sumo imperio du-rante
el cautiverio y ausencia de nuestro legítimo soberano...>, y al
tiempo de exteriorizar a sus subordinados la complacencia por ha-llarse
instalado el organismo que asumía la representación auténtica
de la Nación, les encargaba celebrar rogativas para el feliz éxito de
las deliberaciones del cuerpo legislativo lg.
Como probablemente a sus oídos debieron de llegar rumores de
que algunos miembros del clero, extremando sus entusiasmos pro-gresistas
al amparo de la existencia de las Cortes, no se recataban
de hacer pública su adhesión a principios que la Jerarquía estimaba
imprudentes, el 15 de mayo de 1812 exhortó a sus párrocos a abste-nerse
de emitir opiniones de sesgo político, y sobre todo, de in-citar
a la rebelión o a la desobediencia*.
El 23 de diciembre del mismo año se dirige al Ministro de U1-
tramar, informándole de haber cumplido con jurar la Constitución
gaditana y desde luego no tiene reparo en admitir su loable conte-nido
filantrópico, al puntualizar que «di privadamente muchas gra-cias
a Nuestro Dios que tan copiosamente ha derramado sus luces
sobre el Congreso Nacional dictándole una Constitución capaz de
formar nuestra felicidad sobre la tierra por la justicia, equidad, y
arreglo que contienen sus disposiciones.. . n. La ceremonia pública
del juramento se cumplió en medio del mayor alarde, superando
aun al que se había observado en la capital del Virreinato, ya que él
mismo, ((considerando que este apreciable código no debía ser re-cibido
con menos respeto que la Bula de la Santa Cruzada, ni que
el propio Monarca si entrase solemnemente por primera vez en el
templo.. B salió a m r w n t r ~a la puerta de 1a C_lat&& revestido
de pontifical. En el sermón pronunciado en esta oportunidad habló
19. Cfr. d trabajo de BERMEJcOita,d o, en La causa de la Emancipacidn del Pera
(Lima, 1960), pp. 382-383.
U). VIIRGAUS GARTEE:l Episcopado en los tiempos de la Emancipación sudameri-cana,
cit., p. 128.
La Encina a su pueblo ((con sencillez y claridad para hacerle conce-bir
los sentimientos de regocijo, de reconocimiento a Nuestro Dios
y de confianza en su Divina Misericordia, de que debíamos estar
penetrados a vista del precioso y prodigioso Don con que nos aca-baba
de favorecer la Divina Providencia...)). Pero en medio de estas
exultantes afirmaciones aprovecha la coyuntura para Ianzar un lla-mado
a ((nuestros hermanos engañados, para que conociendo la Jus-ticia
de nuestro Gobierno, se aparten del sistema de desunión y de
guerra, y se unan voluntariamente con nosotros mismos)) 'l.
A decir verdad, no parece que todo este aparato fuese comparti-do
sin reservas por nuestro personaje en lo íntimo de su conciencia.
Rotas las pautas del régimen autoritario, exaltada la soberanía popu-lar,
proclamado el sufragio universal y declarada la libertad de ex-presión,
a ojos vistas ia situación se deterioraba en forma inconieni-ble.
Su perspicacia política y su capacidad de observación, aguzadas
al compás de la marcha de los sucesos, le llevaron al convencimiento
de que la promulgación de la carta constitucional había sido la se-ñal
para el desborde de los sentimientos revolucionarios, cuando no
ocasión propicia para lanzarse abiertamente a la revuelta separatista,
como en efecto lo iba a ser en el Cuzco, donde la demora en la pu-blicación
de la Ley fundamental brindó el pretexto necesario para
que los hermanos Angulo promovieran la gran insurrección que en-sangrentó
el Sur del Perú desde agosto de 1814 hasta marzo de 1815.
El otorgamiento de los derechos ciudadanos y el ejercicio del dere-cho
de sufragio produjeron en los pueblos transportes de entusias-mo
rayanos en la embriaguez revolucionaria. Las garantías demo-cráticas
enunciadas en la Constitución amparaban la impunidad de
los propagandistas de las doctrinas contrarias al régimen monárqui-co,
y envalentonados por la incapacidad legal de las autoridades pa-ra
proceder contra ellos, no tardaron en descargar sobre el sistema
establecido las más violentas críticas y censuras.
Panorama tan turbio en lo ideológico y en lo político no podía
menos que llenar de congoja el ánimo del Prelado arequipeño. Por
eso, no oculta su alborozo cuando se impone de la victoria alcanzada
por Pezuela sobre Belgrano en Vilcapugio (l." de octubre de 1813),
y no pierde un instante en comunicarla a todo el clero, en Circular
de 20 del mismo mes. No pueden ser más explícitos los términos
con que se abre el documento: «Es visto que el brazo del Omnipo-tente
&clarado a proteger la & Ia jiisyicia: dcfeíide-
21. Cfr. el trabajo de BERXEJOc,i tado, en La causa de la Entancipaci6n del P e d
(Lima, 1960), pp. 385-387.
mos contra la injusticia, la insurrección y la irreligión ... u. Presa de
júbilo, en el acto litúrgico celebrado en la Catedral pronunció un
sermón que consumió nada menos que una hora, y sin tardanza ofre-ció
mil pesos de las rentas episcopales como ayuda económica al ejér-cito
realista, C... aun con detrimento de las limosnas que doy a los
pobres.. . u, arguyendo que mayores sufrimientos habrían de padecer
éstos si los bonaerenses se hubiesen alzado con el triunfoB.
Tócanos ahora encarar la Carta pastoral suscrita el 28 de enero
de 1815, que es sin duda el documento más sustancioso para trazar
con precisión las líneas maestras del pensamiento de La Encina. En
estas páginas se eleva el vuelo dialéctico desde la paternal admoni-ción
hasta el planteamiento a fondo de un problema de la magnitud
de la autenticidad representativa de las Cortes doceañistas y la lici-tud
del ejercicio de su mandato. Es obvio que en el escrito que nos
ocupa se refleja el ambiente de tensión bélica e ideológica imperante
en el Sur del Perú en aquellas fechas, sin olvidar que a la distancia
también la Metrópoli atravesaba una delicada coyuntura política.
Por eso, para calibrar el sentido y trascendencia de la exhortación
pastoral que pasamos a glosar, es indispensable hacerse cargo pre-viamente
de la situación que padecía la región sureña del país, así
como de la incidencia de la restauración de Fernando VI1 al trono
de sus mayores, después de seis años de exilio.
En agosto de 1814 había estallado en el Cuzco un arrollador al-zamiento
sedicioso, encabezado por los hermanos Angulo y a cuyo
frente aparecía como dirigente nominal el caduco Brigadier Mateo
García Pumacahua, figura puramente decorativa para atraerse la
adhesión de la plebe autóctona. Los insurrectos destacaron sobre
Arequipa una columna integrada por cerca de cinco millares de vo-luntarios,
que tras una breve refriega se adueñaron de la ciudad, re-teniéndola
en su poder cerca de un mes, cometiendo en ese lapso
todo género de desmanes, hasta que la evacuaron sobrecogidos de
temor ante la presencia de fuerzas regulares realistas.
Estos sucesos sorprendieron a La Encina hallándose en visita
pastoral, en el curso de la cual recorrió el valle de Tambo, Moque-gua,
Tacna y Arica. Encontrándose en la tercera de las localidades
mencionadas, se impuso tanto de la caída de Arequipa en manos de
los insurgentes, como de que en Moquegua, un grupo de facciosos,
haciéndose eco de la prédica revolucionaria, exigía que se jurase la
Patria y se bendijesen Ü ~ Q Sb ai&rd~ re&l&s. lquestro j+&& no
Z. Biblioteca Nacional del Perú. Departamento de Investigaciones Bibliográficas.
Manuscrito D 10634.
567
cedió a las amenazas con que pretendieron intimidarle los revolto-sos,
ya que como escribiera en carta privada de aquellas fechas
«...primero derramaba la sangre de mis venas, que entrar en nin-guna
iniquidad.. . » 23.
Desde Moquegua, el 18 de noviembre, se dirigió a Pumacahua,
que se titulaba General en Jefe de las tropas del Cuzco. En la carta
comienza exponiéndole que ((según la carne» le ha entristecido la
noticia de la infausta suerte de Arequipa, dominada por los faccio-sos,
aunque en compensación experimentaba algún alivio de que hu-biese
caído en manos de un sujeto benigno y despojado de crueldad,
como suponía serlo Pumacahua, en cuya consideración alentaba
el consuelo de que sus hijos espirituales serían tratados con lenidad.
Le añade, sin ambages, que «he bebido el cáliz de la amarguran
junto con los derrotados, y le asegura que ha optado por sellar sus E
labios, para no predicar ni a favor ni adversamente al movimiento
subversivo: «no en pro, porque me parece que perjudicaría a mi
conciencia, por cuya limpieza estoy pronto a dar mi vida, ni tampoco -
en contra, porque considero ser de mi obligación no revolver los E Pueblos, ni dar un paso que sea perturbador del orden y de la paz ; públicas. Tras de esta efusión que pone de relieve la entereza del
espíritu del Prelado, La Encina pasa a suplicar que se dispensase un %
trato generoso al Gobernador-Intendente Moscoso, al General Picoa- 3
ga, al Brigadier Mateo Cossío, al Intendente de La Paz José Antonio
del Valle, al Coronel José Menaut y al Capitán Manuel Arredondo, m
E
así como a cuantos se hallasen cautivos de los rebeldes. Con delica- O
deza recuerda a Pumacahua su conducta siete lustros atrás, cuando
la rebelión de Túpac Amaru: «Ellos han hecho lo mismo que hizo
Usía cuando estuvo en el Desaguadero y La Paz». Rendidamente in- a
tercede por los mencionados, aunque la trágica suerte que corrie- 2
n
ron demuestra que estas exhortaciones no merecieron la considera-ción
de quienes debieran de haberlas escuchado 3
Tan pronto se restableció el orden alterado, La Encina retornó a O
su sede episcopal, desde donde interpuso su paternal influencia para
impedir represalias a los levantiscos de Moquegua y gestionó em-peñosamente
que se dispensara un trato compasivo a los fugitivos
de los insurgentes que sufrían prisión en Arequipa2j.
23. Carta al Magistral de Arequipa, Errazquin, de 9 de Enero de 1815. Biblioteca
Nacional del Perú. Departamento de Investigaciones Bibliográficas. Libro Copiador
4.1 - 3.V.1815. Manuscrito D 11885.
24. Biblioteca Nacional del Perú. Departamento de Investigaciones Bibliográficas.
Manuscrito C 1311, fol. SS.
25. CORNEJOB OURONCLXP:u macahua e s Arequifia, en "Revista del Archivo His-t6nco
del Cuzco" (Cuzco, 1957), núm. 8, pp. 10-49.
En tan aflictivas circunstancias todos aguardaban la voz de su
pastor, y La Encina entendió también que era preciso hacer partí-cipes
a sus ovejas de las reflexiones que le sugerían los trascenden-tales
sucesos que tan profundamente habían conmovido el orden
público, que todavía tardaría algún tiempo en recobrar del todo la
quietud, pues sólo en marzo de 1815 las turbas en armas sufrieron
el escarmiento en Umachiri (Puno).
Lo ocurrido en la Península puede leerse hasta en los manuales
escolares. Fernando VI1 ocupaba nuevamente el trono, y en Valencia,
el 4 de mayo de 1814 había suscrito el Real Decreto por el que se
derogaba la Constitución, se declaraba nula la obra legislativa de
las Cortes constituyentes y ordinarias, ((como si no hubiesen pasado
jamás tales actos y se quitasen de en medio del tiempo)), y daba co-mienzo
a la etapa absolutista que se extendió hasta 1820. m
D
En este clima de crispación vuelve La Encina a la palestra, con E
una dramática llamada a la lealtad y a la concordia. La epístola, la O
n -
más extensa dirigida a sus feligreses, patentiza limpieza de estilo, cla- c m
O
ro y fluido, erudición religiosa, humildad para razonar - K. .. Preveo EE
que el edicto y su autor vamos a ser la mofa y la burla de los pre- S
E sumidos falsos sabios y de sus seguidores.. . » -, tolerancia y fervor =
verdaderamente apostólico. En suma, la finalidad del documento 3
consistía en justificar la revocación de la Carta doceañista, viciada --
desde su origen, toda vez que las Cortes habían adolecido del defec- 0m
E to de su formación irregular (como es sabido, de los 104 diputados O que asistieron a la sesión inaugural, 48 eran suplentes, hecha abstrac-ción
del procedimiento anómalo de elección de los restantes) 26. n
E La Carta se abre con una confesión que pregona la buena fe y la -
a
modestia del Prelado que la suscribe. La Encina puntualiza de en- l -
trada que había aceptado la Constitución «con todo el acatamiento n
0
que exigían las pasadas circunstancias)) y que lealmente había ins- 3
tado de continuo, desde el púlpito y en conversaciones públicas y O
privadas, al reconocimiento y respeto hacia ella y hacia el Cuerpo
legislativo que la elaborara, aunque no dejaba de advertir en la mis-ma
defectos e inconvenientes, mas sin llegar a penetrarlos del todo,
«...quizá por nuestra ignorancia en el Derecho, cuyo estudio no
26. Edicto pastoral . . . formado CON el objeto de procurar la pacificación y bien
espiritual y tempoval de su didcesis, de todo el Perú, de toda la Amtfrica, y de toda
la Molzarquia española. . . (Lima, 1815), 67 PP. Cfr. MEDINA: ob. cit., P. 178, pape-leta
3170, y VARGAUS GARTE:o b. cit., p. 339, papeleta 4213.
Copias, autenticadas con la firma de La Encina, en Biblioteca Nacional del Perú.
Departamento de Investigaciones Bibliográficas. Manuscritos D 10629, D 10743, D 11625
v D 11887.
Ver también RE&-MORENOB: iblioteca Peruana (Santiago, 1896), p. 113, núm. 2324.
hemos profesadon; empero ((ahora que a ha vuelto a salir el soln
y que Fernando VI1 regía nuevamente los destinos de la Monarquía,
se creía en conciencia obligado a explicar a sus sufragáneos las justas
causas que fundamentaban la decisión del Soberano en orden a
proscribir la vigencia de la repetida Ley fundamental.
En su apología interpretativa del acto fernandino La Encina traía
a colación, por una parte, argumentos de Derecho Constitucional, y
por otro lado, motivos trascendentes y eternos. Entre los primeros
precisaba que todo cuanto habían legislado las Cortes era írrito desde
el momento en que no habían sido presididas por el rey o en su
defecto y por delegación suya, por el Consejo de Regencia; tampo-co
los diputados habían sido investidos de poderes para reformar el
régimen de la Monarquía, y finalmente, porque de por sí habían
L---uC-u..-u-A&- ulauu -U.II- L U G I ~ UU A-$,G.-+ KLLUUa-S1l U , l.-:- -1 ,.-A ---- A- ,.-1,.":A"+: CACIUII a1 ca L ~ ~ C ~ I cLu cUu l a U L 1 - 2
N
co y al estamento nobiliario, cuya presencia era preceptiva con E
arreglo a las normas consuetudinarias. Y por si todo esto no fuese O
bastante, las Cortes adolecían de nulidad plena por haberse excedido n-- m
de sus facultades, al mermar las atribuciones del rey sin anuencia O
E
de éste. E
2
E A continuación se enfrasca en el análisis de la medida en que las -
Cortes habían desconocido las fuentes primarias de la soberanía. 3
Aduciendo al efecto pasajes de las Sagradas Escrituras, para La En- --
tina era axiomático que «...es Dios el que inviste al rey de sus fa- 0
m
E
cultades reales...», de donde infiere que el monarca es la ((imagen O
sobre la tierra del mismo dios^. El rey, una vez investido como tal,
«es superior a la Nación que domina)). Esta jerarquía no puede ser n
E trastrocada arbitrariamente y las Cortes, aunque representen a la -
a
Nación entera -supuesto que no se daba en el caso presente pues
nl
no habían incorporado en su seno ni a la representación del estado n
n
eclesiástico ni a la del brazo de la Nobleza-, carecen de compe-tencia
para recortar los derechos regios, toda vez que la soberanía 3
O
reside en el monarca, ni tampoco les asiste facultad alguna para res-tringirle
sus prerrogativas sin contar con su aquiescencia, y menos io-davía
una asamblea congregada fuera del orden normal de la tradi-ción.
Recuerda las decisiones de los Concilios toledanos sobre la irre-gularidad
en que se incurre al negar la obediencia al príncipe y más
aún al tomar las armas contra él, por mucho que no gobierne con
arreglo al bien común y las normas del Derecho Natural. Un jura-mento
ante Dios, y un mandato divino ligan eternamente a los va-sallos
con su señor, y el único recurso que les asiste si éste se des-vía
del recto camino, es la advertencia, el consejo y la súplica, nunca
1. Escudo del Obispo La Encina
3. El Obisp~ La Encina
(Dibujo a pluma en Zamácola y Jáuregui: Serie
cronulógica dr los Obispos.. . dr. Awquipa)
apelar a la fuerza ni menos romper el vínculo contraído solernne-mente.
Con ánimo paternal inculca estas obligaciones y dirigiéndose
a su grey exclama: ((Tened esto presente, amados hijos nuestros, y
considerad si deberemos adherir más a los falsos raciocinios de un
Voltaire o un Rouseau (sic), que si Dios no ha hecho con ellos en el
último instante de su vida uno de los más grandes prodigios de su
misericordia, estarán ahora ardiendo en el infierno, ...q ue a las sen-tencias
de tantos Padres respetables, congregados en el Espíritu San-to
... D.
Ahora bien. Estas disquisiciones teoréticas no le hacen perder
de vista el agitado contorno que le rodea. Se duele de que en Amé-
-r- -i-?c a J~7 93 e! i ~ m e & act ~~ y r ,h~ub,i ese pren&& e! f ~ e g =ze !a &sc=r= m
dia, y que tan perversas doctrinas se difundieran por medio de acti- D
E vos propagandistas, que habían pretendido «infestar del corrompido
O modo de pensarn algunas mentes incautas de la diócesis arequipeña.
n-= Para escarmiento de las presuntas víctimas de este proselitismo re- m
O
E volucionario, trae a la memoria la desastrada historia reciente de E
Francia, en donde se evidenciaban los males que había acarreado 2
E
la deposición de Luis XVI: la anarquía, el terror, el autoritarismo =
napoleónico, para terminar entronizando a la postre a Luis XVIII. 3
Análogo porvenir vaticinaba para América si prevalecía el partido - - 0
separatista, pues pronto reinarían el desorden y la guerra empeñada m
E
contra la Metrópoli, que contaría con la ayuda de las restantes mo- O
narquías europeas. La Encina predecía en buena cuenta la creación
de la Santa Alianza. n
-E
Por esto, largos párrafos consagra el Prelado a consolidar el a
2 amor a España, a la España tradicional, guerrera, monárquica y ba- n
harte de la fe. Incita a su grey a permanecer adicta a la Metrópoli, 0
sin considerar si el gobierno de esta era acertado o no, y si sus ins- O3
tituciones gubernativas se acompasaban a los requerimientos de la
-América de principios de! sig!~p asade. Yru ur, t i ~ h r ede i ,~n=rp er-tenecer
a un Imperio como el que habían integrado los dominios ul-tramarinos
y la Península durante siglos, y como cuatro años atrás,
se llena la boca en una verdadera apología del solar patrio: «La
España existe todavía, y nunca más española. Existe, y existe glo-riosa,
tanto más gloriosa cuanto más afligida y tanto más acreedora
a que la socorran en cuanto puedan todos los buenos, todos aque-llos
en quienes haya honor, caridad y religión.. . D.
Concluye el texto del edicto con la consigna de que debía leerse
el primer Domingo de cada mes, a lo largo de un año, explicándose
en seguida en castellano y en quechua, «para que todos amen a su
rey)) y se eliminen las «falsas doctrinas diseminadas por los insur-gentes)).
En carta al Cura de Arica, La Encina le informaba que el
intento de la Carta pastoral se orientaba a ((desengañar a tantos alu-cinado.~..
y abrir los ojos a los que dormían en el letargo del liber-tinage..
. » ''.
Aunque ya el 12 de Enero de 1815 se había dirigido a Fernan-do
VI1 para ofrecerle sus parabienes por haberse restituido al
trono, el 18 de mayo vuelve a escribirle, recapitulando las campa-ñas
de adhesión a la Corona promovidas desde que asumiera la
diócesis. Melancólico admite que no ha visto coronados por el éxito
sus esfuerzos por atajar el espíritu de insurrección, y añade con sen-tido
pragmático: a .. . Conozco, Señor, que las armas y auxilios que
2 mande Vuestra Magestad son los únicos capaces de calmar del
todo esta tormenta, porque ya las razones pueden poco sobre los
que están alucinados y obstinados, pero como -acota metafórica- O
n -
mente- no puedo manejar otro cañón que el de la pluma, y creo
que algo podrá esta hacer para desengañar a muchos ..., he hecho E
el segundo Edicto pastoral ... a que añado el Juramento que he
hecho prestar ... son las llaves en lo espiritual que tengo para cerrar
la puerta a la revolución ... » B. 3
En efecto: para revivificar el espíritu de adhesión a la Corona,
el 7 de febrero del mismo año recabó del clero secular y regular
de la diócesis un testimonio de fidelidad al rey emitido con arreglo
al siguiente tenor: «Juro a Dios Nuestro Señor por estos Santos
Evangelios, ser fiel a nuestro Soberano el Señor Don Fernando VIL
y sus legítimos sucesores, según la Dinastía Española, defender sus
derechos, procurar en quanto esté de mi parte que todos los defien-dan,
y le guarden aquella fidelidad, amor y respeto que le son de-bidos.
Juro asimismo preguntar a los penitentes en el Santo Tribu-nal
de la Penitencia el Partido que siguen, y si es el de los infieles a
1- Pnrnn- ;nr i i i * r<nn+oo ~ o w n l ~ ~ A n o~~ ~~o&m nnn ~A n v l a1c3 3hcnl1>&ch
IU UVIVIIU, 111i3U15L11LLi3, O IZ.YVIUbIVIICIIIVi3, i3Ui3ybllUbllb~3 IU U V U V I L + C . I V A I
hasta que detesten su sistema, error u opinión)) *. Predicando con
el ejemplo, él mismo formuló solemnemente la promesa el 16 del
mismo mes, en la Catedral y en presencia del cabildo de los párrocos
27. Epístola de 27 de Febrero de 1815. Biblioteca Nacional del Perú. Departamento
de Investigaciones Bibliográficas. Manuscrito D 11885. Libro ,Cop.iador 4.1 - 3.V.1815.
28. Biblioteca Nacional del Perú. Departamento de Investigaciones Bibiiográficas.
Manuccrito D 11883. Libro Copiador 31.V - 31.XTI.lS15.
29. Biblioteca Nacional del Perú. Departamento de Investigaciones Bibliográficas.
Manuscrito D 11816.
de la ciudad, del clero secular en pleno, y de las comunidades reli-giosas
30.
Queda por reseñar, finalmente, el documento de tono más radi-cal
y beligerante, dentro de la línea doctrinaria que propugnaba
La Encina, emanado de su pluma. Por curiosa coincidencia de fe-chas,
fue promulgado el 11 de marzo del repetido año de 1815, el
mismo día en que a dos centenares de kilómetros de Arequipa el
General Ramírez batía en Umachiri a las mesnadas facciosas acau-dilladas
por Pumacahua, los hermanos Angulo y Béjar. El edicto
conminaba a los fieles a denunciar a los sacerdotes que prevalién-dose
del sigilo sacramental indujesen a sus confesandosa abrazar las
ideas subversivas. He aquí los considerandos y la parte dispositiva del
decreto pastoral: «Por cuanto aunque hemos llegado a concebir que
el clero de nuestra diócesis es el más morigerado de estos Payses,
y por consiguiente en el que dominan más los sentimientos de fide-lidad
así a nuestro amado Rey y la detestación del sistema revolu-cionario
... hemos llegado a entender, sin embargo, que no falta al-guno
o algunos que están o bien desviados de esta regla, lo que no
es extraño cuando en el mismo Colegio de los Apóstoles, no siendo
más de doce, hubo un Judas perverso ... y que estos extraviados se
atreven a profanar el Santo Sacramento de la Penitencia ... y que
conduci,dos por el espíritu de Satanás ... se atreven a manifestar a sus
penitentes, ya que les es lícito seguir el partido de la insurrección y
ser rebeldes.. . y adherirse al inicuo partido de los revolucionarios.. .
ya intimándoles, lo que es todavía más horroroso, que no solamente
les es lícito esto, sino también que están en conciencia obligados a
seguir el partido de los insurgentes ... Por tanto, deseando ocurrir a
mal tan grave, y según lo dispuesto para los solicitantes en confe-sión,
del mismo modo mandamos a los cristianos de nuestra dióce-sis,
de ambos sexos, que bajo pena de excomunión mayor, que si
alguno se atreviese a aconsejar a sus penitentes, en la confesión, o
antes o después de ella, que les es lícito seguir el partido de los in-surgentes,
o que deben seguir su partido, sean obligados a denun-ciarlos
dentro de seis días, y la absolución esté reservada a Nos ...
30. Como el Cura de Pica, don Migue! Jerónimo García -de .Paredes, rehusara
prestar ei juramento: a la par que presumiese de aanesión a 10s insurgentes, siendu
notorias sus "juntas nocturnas", el Obispo, por Auto de 16 de junio de 1815 ordenó
abrir una sumaria información para esclarecer tales extremos, mientras que a otros
tonsurados que se significaron por su abierta disidencia, les suspendió las licencias
y los enclaustró. Biblioteca Nacional del Perú. Manuscrito D 11716.
El auto apertorio de instrucción al Cura de Pica, en Coleccidn Documental de la
Independencia del Ped (Lima, 1974), tomo III, volumen 8.0, pp. 1-2.
Por eso hemos fulminado la más terrible de las penas de la Igle-sia...))
".
No fue desde luego La Encina el único Prelado que en aquellas
azarosas circunstancias hubo de valerse de sanciones tan drásticas :
el Arzobispo de La Plata, Moxó y Francolí, en 1812 también había
tenido que acudir a este recurso 13.
La cabeza de proceso del expediente abierto dos días más tarde
contra el clérigo Mariano José de Arce, sobre quien pesaban graves
cargos por su figuración entre los más exaltados en las trágicas jor-nadas
de la Arequipa ocupada por la turba revolucionaria de Puma-cahua
y Angulo, permite esbozar las coordenadas esenciales del pen-samiento
político de La Encina. Reducido a esquema, su credo
ideológico se cimentaba sobre estos cuatro postulados: gratitud a
España que «ha traído a estos payses, no sólo la Religión de Tesu 2
Christo, ... sino también la industria, las artes, la civilidad y una li- N
E
bertad racional que no llevaban sobre sí estos naturales bajo sus O
Incas)); hermandad, confraternidad y unión entre los españoles de n--
ambos Hemisferios, elementos indispensables para gozar de una paz m
O
E sólida, de tranquilidad y de orden; obediencia a Fernando VII, sin E
2 poner cortapisas a «los sagrados derechos de un monarca)), y por E
último, detestación, por los recalcitrantes, del ((partido de los insur-
-
gentes.. . y sus despiadadas intenciones)) ". 3
Al llegar a este punto, y en obsequio de esa misma exigencia de - -
0
objetividad y de comprensión hacia el modo de pensar del adversa- m
E
rio que al comenzar el presente trabajo echábamos de menos en los O
historiadores liberales decimonónicos, se impone desvanecer la ima-gen
de un mitrado impermeable a su entorno, refractario a toda n
-E
renovación, venga de donde viniere, dogmático en sus convicciones, a
como lo fueron otros Obispos (por ejemplo el de Maynas, Sánchez 2
n
Rangel, el de Trujillo, Carrión y Marfil, o el de Huamanga, Gu- n
tiérrez Cos, empecinados monárquicos -aun siendo el último crio- 3
110 del Perú-, que optaron por renunciar a sus cátedras antes de O
reconocer los principios republicanos). Es de justicia estricta pro-clamar
que en La Encina campaba una mentalidad abierta, perfec-tamente
conciliable con su credo absolutista. Lo demostró fehacien-temente
cuando se interesó su firma en apoyo de un memorial que
31. Biblioteca Nacional del Perú. Departamento de Investigaciones Bibliográficas.
Manuscrito D 11636, 4 fols.
32. Comp. CAÑETE Y DOMÍNGUU: Carta Consultiva sobre la obligacidn que tienen
los eclesiásticos de denunciav a los traidores y exhovtar en el confesionario y púlpito
su descubrimiento y cafitura, sin temor de incurrir en irregularidad ... (Lima, 1812), - -
91 PP.
33. PORRABS ARRENECHEMAar: iano José de Arce (Lima, 1927), pp. 40-41.
se elevaría a Fernando VI1 para que proscribiera definitivamente los
espectáculos teatrales de todos sus dominios, haciendo extensiva a
ellos una prohibición vigente desde tiempo atrás para la diócesis
de Córdoba 34.
En una Representación muy convincente, nuestro personaje im-pugnaba
la iniciativa, y aunque acepta que la idea de suyo es loable,
con ilustrado y benévolo criterio aboga por la subsistencia de las
actividades dramáticas, primero para evitar males mayores de ín-dole
moral y material, y segundo, porque con las debidas precau-ciones,
las funciones escénicas, lejos de ser focos de vicio, podían
configurar una eficiente escuela de virtudes. Absuelve al teatro de
su carácter pecaminoso intrínsecamente y con perspicacia hace hin-capié
en que el hecho de acudir a él constituía un honesto entrete-nimiento
para íos ratos de ocio, que de otra suerte se destinarían al
juego, a la murmuración, a la sensualidad o a otras peores causas
de perdición. En esta inteligencia propone que más bien se emprenda
una campaña de reforma, con la mira de convertir al arte escénico
en un factor ventajoso para la vida civil y política, y añade que a su
entender no escaseaban autores de sólidos principios éticos, de cuya
minerva cabía esperar la composición de obras edificantes y prove-chosas
para Ia sensibilidad de los espectadores. Como una muestra
ratificatoria de su talante liberal, La Encina admite hasta que sobre
las tablas se ofrezcan bailes, siempre que no constituyesen piedra de
escándalo 35.
En la madrugada del 19 de enero de 1816, y tras una prolongada
enfermedad que abatió su organismo extenuado, La Encina entre-gaba
su alma, invocando el nombre de Jesús. Legó su nutrida bi-blioteca
al Cabildo eclesiástico, y se Ie inhumó conforme a sus de-seos
sin mayor pompa 3G. El 30 de ese mismo mes, Pío VI1 promul-
34. Cfr. el opúsculo que recoge COTARELYO M ORI en su Biblwgrafia de las con-troversias
sob~e la licitud del teatro en España (Madrid, 1904), pp. 209-210 y 715.
El patrocinador de la idea fue don Pedro María Heredia y Rio, que al intento
escribió a La Encina en 27 de julio de 1814, acompañándole para mayor ilustración
el maniñesto impreso, de 17 de mayo anterior. Se conserva una réplica de Heredia
y Río, desde Córdoba, el 8 de marzo de 1816 -ya fallecido La Encina- en que se
duele que el Prelado arequipeño, lejos de acceder a su súplica, recomendara al
monarca todo lo contrario (Biblioteca Nacional del Perú. Departamento de Investi-gaciones
BibliogrAficas. Manuscrito C 1311, fol. 81).
35. Representación de 27 de julio de 1815. Biblioteca, Nacional del Perú. Depar-tamento
de Investigaciones Bibliográficas. Libro Copiador 31.V - 31.XII.1815. Manus-crito
D 11885. Vnginai en A.¿.i. Lima, 1572.
36. Se conserva una ''Razbn de los gastos hechos en el embalsamamiento del cadáver
dd ntmo. Señor Obispo Doctor Luis Gonzaga de la Encina" (Arequipa, 26.1.1816).
Biblioteca Nacional del Perú. Departamento de Investigaciones Bibliográficas. Manus-crito
D 6325, 26 fols.
gaba la Encíclica Etsi longíssimo sobre la revolución hispanoameri-cana
37 y el 31 el Virrey Abascal le cursaba una comunicación en la
que hacía alto aprecio de su ((fidelidad y pastoral celo» ". ¡Cuánto
hubiera dado nuestro personaje por saber que sus convicciones coin-cidían
con las de la Cátedra de San Pedro en aquellas circunstan-cias,
y que el primer mandatario del Virreinato respaldaba su modo
de proceder! Con razón dijo el poeta que las satisfacciones de esta
vida o nunca llegan, o llegan tarde ...
37. Cfr. LETURIIR: elaciones entre la Santa Sede e Hispanoanzérica (Roma-Caracas,
1959). 11, pp. 95-116.
38. Despacho de Abascal al Obispo La Encina. de 31-1-1816.