LOS PAPELES DE COLON EN LA CASA DE ALBA
JESUS AGUIRRE ORTIZ DE ZARATE
DUQUE DE ALBA Y CONDE DE GELVES
Vuestra tan generosa como amable invitación, de la cual no me siento
indigno, sino por ella dignificado, me pone en un trance similar al que hizo
decir a Goethe, cuya vida discurrió de cumbre en cumbre: «filósofo a mi de-recha,
filósofo a mi izquierda, y yo hombre de mundo». En tanto que no soy
especialista sino únicamente apasionado por todo lo que las ciencias, las le-tras
y las artes nos procuran, endoso ante ustedes no el papel de Don Tan-credo,
puesto que estoy hablando, pero si el del pagano en el doble sentido
de este término, sobre todo en el que menos sólito resulta y según el cual
tendré yo que pagar tributo a los expertos en Historia de América, sin que
encuentre en mi bolsillo otras monedas que las de la admiración y el respeto
por ustedes, a más de ciertos singulares documentos colombinos que obran
en el Archivo de mi Casa.
¿os fuegos que alimentan la dedicación al estudio son, como los que
Empédocles aseguraba que ardian bajo el agua, muchos y muy diversos. Asi
los que alientan vuestras ciencias americanas. Pero entre ellos hay algunos
que solicitan mi curiosidad especialmente. Como el verdadero saber no con-siste
sólo en aprender lo ya sabido, sino principalmente en impulsar a la rea-lidad
mds alid de los límites descubiertos, en descubrir por tanto, son uste-
&S, 10s ameri~a_nic;tnis,i e s r ipd~r e sre duplicativos ya que desmhren sobre
un descubrimiento, que es el de las Américas. Si el de Colón resultó, en bue-na
medida, de una búsqueda mitica encbnada a través de un error lógico,
vuestras inquisiciones beneficiarán, en cambio, del punto lógico de partida,
desde el cual el hombre de nuestro tiempo se aproxima a la recuperación del
mito. En ninguna otra historia como en la de nuestras relaciones con Améri-ca
j h de !es mxziczms cm cesetres, cemierie tmte !a d z h a d t i c ~ .
Puesto que mucho se ha prevaricado en ella al calor fatuo e insalobre de am-biciones
políticas y económicas que, ademas de trastocar los hechos, han
Los papeles de Colón en la Casa de Alba 4
dado, durante siglos, las ideas ejemplares al olvido, y no precisamente a
aquél que Nietzsche consideraba como uno de los manantiales del recuerdo.
La ciencia no es una magnitud que se oponga tajantemente al mito; antes
bien, entre una y otro puede cohpletar la triada dialéctica la asunción del
mito por parte de la ciencia. La desmitologización, método racionalista tar-dío,
pesto en boga a principios de nuestro siglo por una ciencia vespertina
como la teología (y en este caso, la protestante) no es hoy un requisito que el
rigor histórico exija. Los actuales historiadores no tienen por qué ejercer de
apomiteutas. Por el contrario, muchos de los mejores aplican su expertisimo
oído a los ecos que renueva la concha innumerable del mito
?No es una corriente también emocional la que transporta las investiga-ciones
americanas de un Menéndez Pelayo y las reflexiones de Unamuno y
las figuraciones del Valle Inclán de «Tirano Banderas»? Madrugadores son
estos tres españoles, como lo fue Blanco White, en nuestra ocupación espiri-tual
contemporánea de asuntos americanos. Por cierto, que al primero, al gi-gantesco
Don Marcelino, se lleva ahora preterirle, ya que su obra le viene
grande al desvencijado marco de intenciones poiíticas dentro del cual se des-gañita,
a sueldo, la clase cultural predominante. mientras que entre los pre-cursores
de nuestras preocupaciones americanas oímos, con asombro inven-ciblemente
ignorante, citar nombres que ni siquiera propulsaría el fraudulen-to
procedimiento genealógico del sifonazo.
No cometeré la ingenuidad que, por cometerla ante ustedes constituiría
por añadidura un craso error, casi una afrenta, de adentrarme en la valora-ción,
en la contextualización histórica, en el análisis comparativo de los do-cumentos
colombinos de nuestro Archivo. Se me antoja, en cambio, que
puede mantener su interés la repetición, en el sentido pálidamente heidegge-riano
del término, de cómo y por qué y cuándo llegaron todos ellos a la Casa
del Alba. Desde sus orfgenes medievales castellanfsimos, se enriquece este li-naje
con entronques que le allegan, siglo a siglo y hasta la fecha, cuarenta y
odio títulos de nobleza. A través de aigunos de eilos -bascaría con aducir ios
Condados de Gelves y de Monterrey- acopian los Alba papeles americanos
de diversas épocas y procedencias, que no únicamente de las colombinas.
Los colombinos fueron editados, como más adelante reconsideraremos, a fi-nales
del siglo XM, los posteriormente averiguados, que son abundantfsi-mos
y actual objeto de una catalogación, adecuada a los más exigentes crite-rios,
que Sirige ei Profesor Francisco de Soiano y que auspicia una distingui-da
Institución centroamericana.
5 Jesis Aguirre Ortiz de Zárate
Entre las relaciones de nuestra Casa con América, quiero destacar las
que promovió en el siglo XVIII el Conde de Aranda, cuyo título llevo, junto
a otros, con un orgullo tan singular como, creo, legítimo. En 1781, 1783,
1792, 1793 y 1794, redacta el ilustre e ilustrado estadista sendos informes
sobre cuestiones americanas. Incluso en 1756, afio de su Embajada en Polo-nia,
apuntaban ya sus considerandos sobre los destinos de estas tierras que
serían siempre menos sin nosotros, como nosotros seríamos siempre menos
sin ellas. En todos ellos acredita una sagacidad histórica sin par, rayana casi
en lo profética, y una honestidad implacable en la denuncia de los desmanes
que algunos de los espfioles de la Metrópoli, Matriz se decía entonces, per-petraban
en tierras de Ultramar. Habla Aranda de «las vejaciones de algunos
go'bernantes para con sus desgraciados habitantes)) y de das venganzas a que
permanecen expuestos)) durante los anos que transcurren sin que se dé res-puesta
alguna a sus reclamaciones. «Es escandaloso)), dice, «cómo las Indias
han sido el destino de los inútiles, el receptáculo del desecho de Espana.
Para un hombre bueno han ido cien malos)). El poderoso politico conoce
bien las artimañas de la adulación, que censura asi: esos cien malos destaca-dos
a las Américas eran, entre los militares, los que «más diligencia habfan
puesto en cortejar al Ministro de Indias, quien, sobre estar expuesto al so-borno
de sus alrededores, los graduaba de oficialazos, según la mayor chá-chara
que habfan tenido para embaucarlo)).
Se habían entonces levantado contra Inglaterra las colonias americanas
del Norte. Aranda trata de impedir la guerra con la Francia revolucionaria,
no por su supuesta impiedad, como sentencia y yerra -aliquando bonus dor-mitat
Homerus- Menéndez Pelayo, sino por su convicción de la oportunidad,
de una polftica marftima antibritánica. En Parfs, cuya Embajada, como es el
caso de tantas otras grandes personalidades que ocupan estos destinos, ape-nas
si disimula el destierro, coincide con Benjamfn Franklin, Arthur Lee y
Silas Deane. Advertirá, con adelanto que diríamos casándrico, que «esta Re-pública
Federal -los Estados Unidos- nació pigmea por decirlo asf, y ha nece-sitado
el apoyo y fuerzas de dos Estados tan poderosos como España y Fran-cia
para conseguir la independencia. Llegará un día en que crezca y se torne
gigante y aun coloso temible en aquellas regiones. Entonces olvidará los be-neficios
que ha recibido de las dos potencias, y sólo pensará en su engrande-cimiento.
La libertad de conciencia, la facilidad de establecer una población
nueva en terrenos inmensos, asf como las ventajas de un Gobierno naciente,
le atraerá agricultores y artesanos de todas las naciones; y dentro de pocos
Los papeles de Colón en la Casa de Alba 6
años veremos con verdadero dolor la existencia tiránica de este coloso de
que voy hablando. El primer paso de esta potencia, cuando haya logrado su
engrandecimiento, será el apoderarse de las Floridas, a fin de dominar el gol-fo
de Méjico. Después de molestarnos así y nuestras relaciones con la Nueva
España, aspirará a la conquista de este vasto Imperio, que no podremos de-fender
contra una potencia formidable establecida en el mismo continente y
vecina suya».
En vista de estas y otras bien atisbadas razones, aconseja el Conde al
Rey: «Debe Vuestra Majestad deshacerse de todas sus posesiones en el conti-nente
de ambas Américas, conservando tan sólo las Islas de Cuba y Puerto
Rico, y alguna otra que pueda convenir en la parte meridional, con el objeto
de cpe nos sirvíin C I ~ I esta!- o dep6sito para e! comercio españo!. A fin de
realizar este pensamiento de un modo que convenga a España, deben esta-blecerse
tres Infantes en América: uno, como rey de Méjico; otro, como rey
del Perú, y otro, como rey de Costafirme, tomando Vuestra Majestad el títu-lo
de Emperadon). La clarividencia de Aranda fue desatendida por completo;
este antepasado «americanistm de la actual Casa de Alba fue profeta, precisa-mente
por no serlo en su Patria. Los Profesores Olaechea y Ferrer Benimeli,
estudiosos del Conde, si los hay, entre los que corroboran sus conclusiones
con s6lidos apoyos documentales, afirman que «si hay algo en Aranda que
sirva de denominador común a su pensamiento y actuaciones polfticas y di-plomáticas,
ese algo es precisamente América.))
El siglo XVIII es fecundo en vinculaciones con América para nnestra
Casa. Es opinión corriente, aunque equivocada, que la documentación co-lombina
llega hasta nuestros Archivos desde la boda del hijo del Almirante,
Diego, primer Duque de Veragua y primer Marqués de la Jamaica, con Doña
María de Toledo y Rojas, sobrina-dsl Gran Duque de Alba. Es cierto que la
dama, a la que se llamaba «la virreinm, no practicó ni por asomo el clásico
((domi seda» y, sin desmerecer de la sangre ardiente de los Alvarez de Tole-do,
trajino io suyo con ia memoria de su suegro, consiguiendo añadir ai vo-luntario
enredo, que tejió éste en torno al lugar en que naciera, otro casi
igual de intrincado sobre el de su enterramiento.
En cierta ocasión dijo Don Eugenio D'Ors, en conferencia pública, que
el siglo XVIII lo inventó todo, incluida la Salve. Algunos amigos entre los
oyentes de tamaño disparate, le argumentaron al maestro el origen medieval,
de sobra conocido, del himno mariano. D'Ors les contestó galanamente: «ya
lo sé, pero me convenían. A la Casa de Alba también le convino, en cuanto a
su actual raigambre colombina, un lance amoroso ocurrido en el Madrid de
Felipe V. Poseemos en nuestro Archivo unas memorias inéditas hasta hoy,
pero en curso de edición a mi cuidado, de Jacobo Fitz James Stuart y Bourke,
segundo Duque de Benvick y segundo también de Liria y Xerica. Primogé-nito
del Mariscal de Benvick, vencedor, entre muchas otras, de la Batalla de
Almansa, decisiva para el asentamiento de los Borbones en el Trono espa-ñol;
nieto del último Estuardo reinante en Inglaterra, había nacido en 1696
en St. Germain en Laye, a cuatro leguas de Paris. El manuscrito es muy rico
en peripecias: las de los años finales de la Corte del Rey Sol; las diplomáticas
y guerreras, románticas éstas casi al estilo de las novelas de Walter Scott, de
la familia Estuardo por recuperar la Corona; las de la guerra española de Su-cesión,
con descripciones deraiiaaisimas de aigunos de sus más cruciales b-tos,
tal el sitio de Barcelona. Nuestro personaje disponfa, que asf lo acreditan
sus memorias, un imperturbable don de observación y un finisirno sentido
del humor. Dieciochesco hasta tal punto que mucho le hubiera gustado al hi-perbólico
Eugenio D'Ors, ya que como botón de muestra, escribió también,
cuando desempdó en Moscú la Embajada de España, una agitadsima «Rela-ción
de Moscovim y hasta un itinerario breve y comercial entre Moscú y Pe-kín.
A la edad de veinte años vino a Madrid, siendo ya Caballero del Toisón
de Oro, para ser recibido como Grande de España por haberle el Mariscal,
su padre, cedido el ducado de Liria y Xerica. El Embajador francés había
preparado una colección de retratos de damas de alta alcurnia y casaderas
entre las que eligiese digna esposa el heredero de Berwick. Se enamoró éste,
per imaginem interpositarn, de Doha Catalina Ventura Colón de Portugal y
Ayala, a la sadn Condesa de Villada, que se convertiría en 1733, por legiti-ma
herencia de su heAano, muerto sin sucesión, en Duquesa de Veragua,
Marquesa de la Jamaica, Duquesa de la Vega de Santo Domingo y Adelanta-da
Mayor de las Indias. La boda se celebró en 1716, no sin las «muchas
pruebas y repruebas que son menestem, según Ce~antes ,« para sacar una
verdad en limpio)).
Hizo la dama los mohines de rigor a los requiebros del jovencísimo Du-que,
quién, por cierto, por no saber todavía el castellano, necesitaba, para
transmitirlos, de los oficios como intérprete del Embajador de Francia.
Hubo además un contrincante inesperado. «Vivía en Madrid», nos cuenta el
novio, «un Teniente General catalán, llamado Fons, que estaba loco de atar
y encima era Caballero de Malta. Este individuo se habia metido en la cabeza
Los papelez de Colón en la Casa de Alba 8
que la Condesa de Villada estaba enamorada de él y, al saber que iba yo a
desposarla, se imaginó que su hermano la forzaba a su pesar. Por lo cual soli-citó
audiencia al Rey y ¡e habló contra mi matrimonio. Al salir de la Corte
resolvió matarme. Yo nada sabia de todo ello, pero por fortuna la Condesa
estaba informada y lo hizo ran bien que logró que, al día siguiente, fuese
arrestado mi loco y conducido al Castillo de Segovia, donde pasó un año y
medio, esto es, hasta que se le quitó la locura».
Unidas están por tanto las Casas de Benvick y Liria y la de Veragua. El
tercer Duque de Liria, constructor de nuestro Palacio madrileño, lo es tam-bién
de Veragua y se llama Jacobo Francisco Eduardo Fitz-James Stuart y
Colón de Portugal, Bourke y Ayala, Toledo, Fonseca, Ulloa, Valcárcel, Fa-jardo
de Mendoza y Dávalos. Casó con Doña Maria Teresa Silva y Alvai-ez
de Toledo, hija de los undécimos Duques de Alba. Su hijo es e! último Du-que
de Veragua de este linaje de mayorazgo. En 1796 se dirime un pleito,
que otorga el ducado de Veragua a un representante de otra rama, Don Ma-riano
Colón de Larreátegu y Jiménez de Embun. La Reina Maria Luisa in-fluye
en el proceso a favor de la rama citada por los celos, del todo justifica-dos,
que la mordian ante Cayetana, decimotercera Duquesa de Alba. En
1796 tenia ya dos aíios Carlos Miguel Stuart y Silva, destinado a ostentar,
como lo hizo, los títulos de Benvick, Liria y Alba en los respectivos grados
de séptimo, séptimo y decimocuarto, al que hubiese añadido el de Veragua,
de no haber sido obstáculo para ello la belleza, el talento y el españoiismo,
bien pintados por Goya, de Cayetana, su inmediata antecesora en el Ducado
de Alba. Natura non facit saltus; mas sí los hace 12 historia.
En 1802 tenemos ya documentos colombinos afectados a la Casa de
Alba. ?Cuál va a ser su aventura? Los Alba no los enajenarán, ni tampoco
los dejarán dormir sueños apergaminados. La decimosexta Duquesa, Rosario
Falcó y Ossorio, Condesa de Siruela, publica en 1892, como contribución de
nuestra Casa a las actividades del IV Centenario del Descubrimiento, dutó-
@os de Colón y Papdede üitrirrirn. Cuatro documentos de puño y letra
del Almirante, a más de su firma en los libramientos, contiene este volumen,
todos ellos anteriores a 1501. Uno tiene por encabezamiento el lema Jesus
cum Maria sit nobis in via: el logotipo del papel representa la paloma asenta-da,
propia del escudo de los Colón. En el otro, repasa el descubridor, por lo
menudo, las mercedes y privilegios que le otorgaran Sus Altezas. A la vuelta,
se consigna una reiación del oro vendido en Burgos por Carvajai y otros ofi-ciales,
y se menciona ¡a famosa cadena «que pesarfa hasta veinte marcos» y
9 Jehs A g h e Or& de Zárate
de cuya pérdida acusa Colón a Bobadilla. El logotipo es, esta vez, un mundo
coronado por una cm. La mano del Almirante anota en otro que el des-cuento
de un préstamo, que se le hace para trasladarse de Granada a Sevilla,
debe cargarse contra los maravedises que le dieron los Reyes en Sevilla en
enero de 1501. Unanse a estas joyas históricas, de las que la Duquesa aporta
reproducción facsfmil y transcripción cuidadisima, una carta autógrafa de
Miguel de Muliart; la primera página de la copia, que Colón tuvo consigo,
según su anotación manuscrita, de la bula de Alejandro VI, parte de un im-preso
gótico que refiere la confirmación del Privilegio concedido en Santa
Fe en abril de 1492; y documentos de Fernando Colón, del Almirante Don
Diego, de Diego Tristán y Diego Méndez, de los Reyes, del Duque de Alba,
de Rodrigo Niño, del Obispo de Santo Domingo a la Emperatriz, cie Doña
Marcelina Colón de Toledo, de Alonso Rodriguez de Guzmán. Unos son
cartas, otros libramientos, ejecutorias, memoriales, peticiones, informes, en
los que, además de los citados ocurren los nombres de Pizarro, de Hernán
Cortés, de Sebastián Caboto, de Juan de Rojas, de Jorge Robledo, de Diego
de Nicuesa y de Diego Velázquez.
En su prólogo realza la Duquesa Rosario el valor de una Pesquisa con-tra
Alonso de Ojeda; por referirse a Canarias, transcribo sus frases in situ.
«Tengo por uno de los papeles más interesantes del libro)), dice, «la Pesquisa
contra Alonso de Ojeda. En las obras que refieren su primer viaje no he en-contrado
los detalles que da este documento acerca de su conducta en las Ca-narias
y de los medios que empleaba para procurarse embarcaciones, -tan
distintos de los que indica su panegirista Pizarro-Orellana cuando dice que
fletaba a su costa, según su costumbre, los buques en que iba. Fija, además,
este documento la fecha de la saiida de la expedición, y no cita entre la lista
de los tripulantes a Américo Vespucio; circunstancia de algún valor, pues
sólo consta por una declaración de Ojeda en el pleito con las hijas de Colón,
que fuera con aquél en su primer viaje, y además las contradicciones en que
incurrió Vespucio al referirle, le han hecho muy sospechoso a la criticm.
Son muchas las cartas que la Duquesa, infatigable viajera, casi nómada
como todos los Alba, cruza con su fiel y distinguido Archivero Paz y Meliá
sobre la suerte del volumen americanista. Discuten en ellas los tipos de letra
para la imprenta, buscan capitulares, traen y llevan nombres de literatos
como Echearay y Valera, de eruditos como More1 Fatio, Harrise, Rodripez
Marfn, de personajes influyentes como las Infantas Eulalia y Paz, el Prfncipe
Pio de Saboya, el Papa León XIII, el Cardenal Rampolla, todos ellos intere-
Los papeles de Colón en la Cara de Alba 1 0
sados en el libro. En una cuenta Rosario Alba que, en Farnborough, su tia,
la Emperatriz Eugenia, «no suelta su ejemplan). Se ocupan del eco de la pu-blicación
en prensa y revistas como La Ilustración, La Crónica, la Frankfur-ter
Zeitung, la Saturday Review. No se olvidan de los libreros, y no conce-den
importancia a las envidias de la que satirizaría Benavente como «gente
conocida».
Los afanes americanistas de nuestra Duquesa no quedan satisfechos con
esta publicación excepcional. En 1894 adquirió, por compra, la joya colom-bina
de nuestro Archivo y una, sin duda, de las más preciosas que se han
conservado hasta el presente. Se trata de un pergamino con las siglas de ri-gor
y fecha de 1492, en el que el Almirante, tras unas frases jubiiosas ante el
Descubrimiento, traza, con mano muy certera al parecer de los actuales to-
D
pógrafos, la iínea costera de la Isla La Española. Años más tarde el decimo-séptimo
Duque de Alba, fiel a la tradición de nuestra Casa, adquiriría el be- E
llfsimo Portulano de Juan Martinez de 1577. n -
=m
El facsímil del mapa colombino, junto con otros papeles ad hoc, los pu-blica
Rosario Alba en 1902 con el título &uevos Autógrafos de Cristóbal
Colón y Relaciones de Ultramm. Entre ellos cuentan, como sefíales insignes
de la Historia de América, la relación de la gente que navegó en el primer $
viaje, una carta de Colón a su hijo Don Diego, varias del mismo a Fray Gas- %-
par Gorricio, una de Don Diego a Su Majestad y dos memoriales de agravio
dtl Almirante, uno autógrafo y ambos sin fecha. Añade un índice y extracto E
de papeles varios referentes a las Indias entre 1514 y 1638, y entre ellos ins-n
trucciones de gobierno y beneficencia de los Reyes Católicos, una reclama- -$
ción del Almirante Don Luis Colón al Emperador, el titulo de Adelantado $ 2
para Diego de Almagro, mercedes en favor del hoy tan novelado Lope de
Aguirre, una Real Cédula contra el Adelantado de Canarias, Pedro Femán- 1
dez de Lugo, la legitimación de Pedro, Francisca y Francisco Pizarro, una 2
carta de Felipe 11 al Duque de Alba sobre el gobierno de La Florida, docu-imfitus
eil yrcu y e= ccuiitra de jUzi Porice Troche de Le6i1, 12 r e l ~ c i 6d~e
una fiesta de mejicanos ante los Reyes en enero de 1572, la sentencia de un
pleito de Don Pedro de Motezurna, una carta del Draque de 1593, la rela-ción
del levantamiento mejicano de 1626 contra el Virrey, y así hasta un to-tal
de setenta y ocho documentos.
Publica también, en el mismo volumen cuarenta y tres textos y extrac-tos
reia~ivosa ias indias Oriemaies, siendo un facsímii dei Arias de aqueiios
parajes, confeccionado por Vaz Dourado en 1568, la pieza más suntuosa. El
Atlas fue también comprado por la Duquesa.
Cierra el libro un catálogo de los papeles sobre Yucatán hallados en el
archivo de la Casa de los Duques de Fernán Núñez, cuya hija era la decimo-sexta
Duquesa de Alba.
Habfa ésta editado en 1891 su primera aportación a la ciencia histórica,
«Documentos escogidos del Archivo de la Casa de Alba, y en 1898 el «Catá-logo
de las colecciones expuestas en las vitrinas del Palacio de Lirim. Sobre
los dos volúmenes americanos de que hemos hablado, fue entusiasta la críti-ca
más autorizada de aquel tiempo, especialmente la de uno de sus temidos
representantes, Henri Harrise. A la muerte de la Duquesa, que aconteció en
París en 1904, escribe Menéndez Pelayo en la Revista de Archivos, Bibliote-cas
y Museos que en ia ceiebración, en 1892, corf carácter internacional del
Descubrimiento «imprimiéronse muchos' trabajos atropellados, efímeros y
baladies, y salo algunos especialistas que venfan madurando de tiempo atrás
sus obras lograron salvarse del común naufragio. Pocos aportaron datos
nuevos, y si la erudición española no quedó enteramente deslucida en aquella
conmemoración, sobre la cual pesaba una nube de tristeza, anunciadora de
proximas desgracias, debióse en no pequeña parte a la Duquesa de Alba ...
que a los prestigios de su cuna, de su jerarquía social y de su belleza, supo
añadir el lauro de la erudicion histórica cultivada por ella en modo y forma
tales, que los estudiosos de profesión pudieron tenerla no sólo por aficionada
y protectora, sino por colega».
La mayor parte de los documentos que publica, la encuentra la Duquesa
embdlada con cuentas y memoriales de pleitos en los legajos del mayoraz-go
del Condado de Belves. Insiste en la conveniencia de investigar en Con-sejos
y Cancillerías, en los que los antepasados de nuestra Casa por el título
de Gelves hubiesen suscitado pleitos con las debidas aportaciones documen-tales.
No pocos de los papeles publicados estaban marcados con tftulos que,
o bien proceden de un magfn ignorante, o del que, con ellos, querfa disimu-lar
su importancia ante malsanas curiosidades: «buenos para el carnero, inú-tiles.
Sólo sirven para antigualla». Felizmente, su propietaria nada tenfa que
ver con aquel Warburton al que le habían sido encomendados cerca de cua-renta
manuscritos de teatro isabelino, entre ellos doce obras de Massinger,
cuatro de Ford y una de Webster, con los cuales su cocinero envolvió los
manjares que eng.iiUia su amo.
En Casas como la nuestra, no se debe vivir sólo en ellas, ni mucho me-nos
de eiias, siiio para ellas. Nosotros intentamos cumplir, a veces con un
Los papeles de Colón en la Casa de Alba 12
esfuerzo que es un reto tanto a nuestras propias capacidades como a las de la
receptividad de nuestros coetáneos, la exhortación ciceroniana que nuestro
inmediato antecesor en el titulo Jacobo Fitz James Stuart y Fdc6 quiso figu-rase
en la cúpula de la escalera principal del Palacio de Liria, tras su recons-trucción,
costeada, por cierto, a las solas expensas de la Casa de Alba desde
las ruinas en que se encontraba a causa de los desastres de nuestra última
Guerra Civil: (Diis inmortalibus, qui me non accipere modo haec a maiori-bus
voluemt, sed etiam posteris prodesse)). «A los dioses inmortales, que no
han querido unicamente que recibiCsemos todo esto de nuestros mayores,
sino que además sirva de provecho a los que nos suceden)). Hoy, ante uste-des,
me he propuesto cubrir &tramo más en la ya dilatada carrera de nues-tra
Casa en dicho cumplimiento. Si el tramo es largo, se deberá, sin duda, al
alcance de la generosidad y la paciencia con las que se han dignado escuchar- ? E
me. O
La asamblea científica, que hoy inauguramos, se inscribe, por fortuna,
m
en las vísperas de la conmemoración del V Centenario del Descubrimiento.
El año pasado pronunció S.M. El Rey, el 12 de octubre en Palos de la Fron-tera,
un discurso qJe adelanta el «camino real» -la ((basilike odew de nuestro 1
memorial regreso a una hazaña histórica que a todos enriquece con tantas di- $
versidades. A los españoles y americanos exhorta Don Juan Carlos para que
-
pongamos en pie «proyectos sugestivos que hagan posible que la fecha del 12
E
de octubre de 1992 se celebre en la certidumbre de todos nosotros de en-frentar
el futuro con la seguridad de nuestra identidad histórica». «El viejo
tronco europeo de la civilización occidental)), prosigue S.M., mecesita de las
-
reservas incalculables de Iberoaméricm. Que nuestra actitud estudiosa, seño- $
ras y señores, no pierda de vista la del Rey, que es el primer español con tan
generosa como sagaz vocación americana. n
3
O