EL VESTIDO, SU TIPOLOGÍAY SU SIGNIFICACIÓN
SOCIAL Y EcoNÓMICA. EL CASO DE TENERIFE TRAS
SU INCORPORACIÓN A LA CORONA DE CASTILLA
El papel del vestido como expresión estética, económica, social,
racial y religiosa de los hombres a lo largo de la Historia es indiscu-tible.
Para la Edad Media y el Renacimiento, su estudio ha sido abor-dado
desde algunos de estos puntos de vista, aunque hasta no hace
demasiado tiempo primaron los análisis de índole estético '.
fcefitec g[i]izi&r hiz 12s nhrzs & te 11 12 !iteratu.ra I
oficial, basada fundamentalmente en las crónicas, o bien en inventarios
y cuentas reales, de forma que sólo quedaba reflejada la indumenta-ria
de los sectores privilegiados de la sociedad medieval, perdiéndose
de vista la gran masa de población que engrosaba los sectores menos
favorecidos de la pirámide social.
Sin embargo, la ampliación del concepto de fuente histórica, con
las aportaciones de la arqueología y la reivindicación de otros tipos
de fuentes escritas, como la Literatura o la documentación notarial,
han permitido al investigador dedicado a los estudios de la realidad
material solventar los problemas de parcialidad que provocaba la uti-lización
de fuentes emanadas de los grupos más favorecidos.
Los análisis limitados a la descripción de las formas, tejidos y
calidades de los trajes o al devenir de la moda se han ido superando,
ampliándose los objetivos, sobre todo en lo referido a desentrañar toda
la carga de significación social, económica, racial y religiosa que en-vuelve
a un elemento tan indispensable y básico como es el vestido
y que el hombre no utiliza sólo por cuestiones de pl~dcir o para prote-gerse
del clima, sino también, y es así de claro en la Edad Media y
el Renacimiento, como una forma de reafirmarse en su escalafón so-cial
y de distinguirse del resto 2. Este tipo de estudios han permitido
comprobar que la carga social acompaña al vestido en todos los pro-
294 María del Cristo González Marrero
cesos de su elaboración, desde la transformación de la materia prima
y elección del color, hasta que pasa por las manos del sastre, pues
no podemos olvidar, como ha señalado Paulino IRADIEL, «que tanto
el vestido como el color del vestido es durante toda la Edad Media
un signo de distinción social» 3.
Nuestro estudio se ha basado, fundamentalmente, en los datos
emanados de la documentación notarial de varios escribanos de la
isla, publicados en las Fontes Rerum Canariarum 4, más otros consul-tados
directamente en el Archivo Histórico Provincial de Santa Cruz
de Tenerife, todos ellos centrados cronológicamente entre 1505 y
1527 '.
No todos los tipos documentales que engrosan los abultados pro-tocolos
notariales aportan una información relevante para el objetivo
que nos ocupa. Además, en muchos de ellos faltan las referencias a
la gran variedad de accesorios que configuran el vestido en su totali-dad.
Y, sin embargo, cada pieza del mismo, cada prenda por insigni-ficante
que parezca, tiene un valor importante y definitivo, como
marcadores de estados socio-económicos. «Las prendas de vestir, en
palabras de María Martínez, el calzado, el tocado, los accesorios y
complementos del traje delimitaron y clarificaron cada uno de los
departamentos-estancos de la sociedad medieval» 6.
De forma general, los inventarios «post mortem» son los documen-tos
más significativos, ya que ofrecen una visión muy completa del
traje al enumerarse detalladamente todas las piezas de ropa. Los tes-tamentos,
aunque menos rigurosos en este sentido, también son im-portantes,
sobre todo cuando los otorgantes pertenecen a los sectores
menos favorecidos, en cuyas relaciones de bienes se incluyen hasta
las prendas viejas o rotas que ellos denominan «demediadas» y «raí-das
». Las cartas de dote aportan algunos datos para conocer el vesti-do
femenino. A pesar de que una parte de ésta se pagaba en espe-cies,
tanto en ajuar doméstico como personal, las referencias a este
uitirno sueien iimitarse ai compromiso paterno de dar a ia hija «ves-tida
honradamente según su calidad* 7.
Por último, las cartas de aprendizaje y de soldada merecen una
atención especial, sobre todo en lo que al vestido masculino se refie-re.
En muchas de ellas se habla del «vestido de ropas honestas, se-gun
suelen dar los maestros a los obreros cuando salen de sus tien-das
» En otras se especifican una a una las piezas que debían
configurar el vestido, como es el caso de los portugueses Roque
Martínez y Francisco Rodríguez, estantes en la isla, que reciben de
su maestro Juan González, pescador «dos pares de vestidos cada uno,
El vestido, su tipología y su sign$icación social y económica ... 295
que tengan las cosas siguientes: una capa, un sayo de paño, a dobla
la vara, calzas de cordellate, un jubón de fustán, dos camisas de tra-bajo
y una de fiesta, un bonete, zapatos, cinto»9. Con estos datos
puede. reconstruirse casi fielmente la composición de la indumentaria
de gran parte de la población tinerfeña, aquella que pertenecía al co-mún
o pueblo llano. Las diferencias de calidad en las prendas, más
que de cantidad, y la presencia de determinados accesorios, o de jo-yas,
son los aspectos de la indumentaria que actuarán como
indicadores de un status económico y social más elevado.
Del resto de las escrituras notariales, como las cartas de compra-venta
y obligación se extraen datos interesantes como los precios de
los distintos tipos de tejido, cuando éstos -los tejidos- no se inclu-yen
bajo el término genérico de «ropa», que alude a todo tipo de
mercaderías.
Para terminar con este breve análisis de la documentación, hemos
de señalar que, en ocasiones, se nos plantean problemas a la hora de
identificar los términos con los que se designa a determinadas pren-das,
con la forma, más o menos, correcta, de las mismas. Algo simi-lar
sucede a la hora de identificar algunos tejidos. Es el caso, por
ejemplo, del vocablo grana, que a veces hace referencia al color y
otras a un determinado tipo de paño que podía ser de lana o seda,
aunque según Herrero, a partir del s. xv el término hace referencia al
tejido de lana, salvo uno de seda que se fabricaba en Valencia lo.
Como ya hemos señalado, la indumentaria bajomedieval está com-puesta
por un número muy variado de piezas que Carmen Bernis dis-tribuyó,
tanto para el traje femenino como masculino, en varias cate-gorías
".
La camisa es la primera prenda que vestían los hombres y las
mujeres, formando parte de categoría que Bernis denomina prendas
interiores. A pesar de que quedaba cubierta con otras ropas, esta pie-za
solía adornarse profusamente, sobre todo en las mangas, escotes o
pecheras, cuellos y puños. Sirva de ejemplo, la «camisa de pecho de
grana» de Marina Alvarez 12; o las «siete camisas de lienzo nuevas,
con una vestida que son ocho f...) y una camisa de seda negra, muy
labrada» que perteneció a Juan Alonso 13. Según Bernis, ello respon-de
a una moda de! s. XTII que se recuperó en la segiinda mitad del s.
xv y que se caracterizó por lucir ostentosamente la elegancia y riqueza
de los bordados. Aunque se bordan y adornan tanto las camisas fe-meninas
como las masculinas, lo cierto es que son más abundantes
los ejemplos en el caso de las mujeres, ya que la composición de su
indumentaria les permitía mostrarlos más holgadamente. Los adornos
296 María del Cristo González Marrero
más frecuentes en nuestros inventanos son las tiras, las listas, las gayas
y los caireles. Las tiras eran franjas bordadas directamente sobre la
tela mientras que las listas eran cintas que se cosían sobre la prenda;
las gayas, a su vez, se diferenciaban de las cintas en que eran muy
cortas, se utilizaba una mayor cantidad, uniéndose más unas a otras
y se colocaban preferentemente en el escote, hombros, y en las bocas
de las mangas 14; los caireles eran adornos a modo de flecos.
Existían camisas de trabajo y camisas de fiesta, aunque sólo en
el guardarropa de los hombres, a juzgar por la documentación con-sultada
15. El aprendiz Juan Alonso recibe de su maestro Pero Fernán-dez,
«dos camisas de huelgas 16.
El tejido utilizado con más frecuencia en la confección de esta ,,
prenda fue el lienzo: delgado, de Holanda, de Bretaña, de Ruán, etc., D
su caraLierisiica comijn fue el blanco. lieiiZo de &,idii& E
se utilizó preferentemente para las camisas de lujo. La dote de Fran- O
n -
cisca de Boca, hija del Lcdo. Boca, y mujer de Juan de Fiesta, de =m
O
5500 doblas, incluía «tres camisas de Holanda labradas», valoradas E
E
en 18 ducados, mientras que otras tres de Ruán, también dentro de 2
E
su dote, se valoraron en nueve doblas 17.
=
Las fuentes hablan también de camisetas, camisotas y camisones 3
tratándose, quizá, y este es un ejemplo de los problemas a los que - e- hacíamos referencia más arriba, de la misma prenda, sólo que de m
E
mayor tamaño o elaboradas con telas de inferior calidad e, incluso, O
utilizadas para dormir, con la misma acepción que en la actualidad.
Lo cierto es que se cotizan a un precio inferior que las camisas n
E propiamente dichas. De esta manera, se remató en Fernando de Trigue- -
a
ros «un camisón de los delgados en cuatro reales y medio»I8 mien- 2
n
tras que Diego de Villena pagó cinco reales y medio por una camisa n
0
-ambas prendas habían pertenecido a Martín Yanes 19-; o la media 3 dobla que le costó otra a la mujer de Alonso de Lugo 20. O
La segunda categoría, que corresponde a las prendas semiinterio-res,
incluye las faldetas o faldillas, el cos y las calzas para el ves-tuario
femenino, y el jubón y las calzas para el traje de los hombres.
Las faldetas cubrían el cuerpo femenino de la cintura a los pies.
Las que pertenecían a mujeres de elevada condición social estaban
muy adornadas, dejándose entrever las tiras o las listas -adornos más
frecuentes- bajo la vestimenta exterior, al igual que en las camisas.
Estas mujeres solían donar sus faldetas a distintas iglesias, como
Marina Alvarez, que deja a Nuestra Señora de Candelaria «una faldilla
azul que tiene, guarnecida con dos vivos de terciopelo negro, una
camisa de pecho de grana y una toca nueva de seda»2'. La riqueza
El vestido, su tipología y su significación social y económica ... 297
de casos como éste contrasta con otros, como el de la horra Francis-ca,
de color prieto, que tenía «unas faldillas de Perpiñán traídas»".
Es curioso como en las descripciones de las faldetas más lujosas sólo
se menciona con exactitud el tipo de tejido con el que se confeccio-naban
los adornos, que solía ser, fundamentalmente, el terciopelo. Por
lo que respecta a las telas empleadas en el cuerpo de las faldillas
destacan el chamelote, la palmilla, el fustán, etc.
Las otras piezas del vestuario femenino incluidas en esta segunda
categoría, como el cos -equivalente del jubón masculino- y las
calzas, no figuran en la documentación manejada como prendas habi-tuales
del mismo, a pesar de que su uso en otros lugares de la Penín-sula
está ampliamente constatado. Sólo en la dote de ciertas mujeres
del sector privilegiado aparecen, junto a otras piezas de vestir feme-ninas,
referencias a algún jubón y no al cos. Es el caso de Ana Ma-ría
Bo ~ a ,e n cuya dote se menciona un «jubón de telilla, apreciado
en 4 ducados)) 23.
Los hombres que habitaron la isla en la época en la que se circuns-cribe
nuestro estudio si vistieron sobre la camisa el jubón y las cal-zas,
y su uso por los miembros de todas las categorías sociales queda
bien reflejado en los textos. Ambas prendas son complementarias, pues
la primera se ceñía al cuerpo hasta la cintura quedando oculta por otras
prendas, mientras que las calzas tapaban la pierna y el muslo. Los
jubones solían confeccionarse con fustán, lo cual podría explicar un
término ambiguo que aparece con frecuencia, tanto en los inventarios
masculinos como femeninos, y que es la voz fustán. Este término, que
al parecer alude a una prenda, podría estar haciendo referencia al ju-bón
o a su equivalente femenino el cos que, como tal, no constata-mos
en los ajuares personales de las mujeres '4. También había jubo-nes
de sarga, estameña y chamelote y, raramente de damasco y
carmesí. Solían adornarse las partes más visibles y combinarse en su
hechura varios tipos de tela, sobre todo sedas. Juan Yanes, por ejem-plo,
tenía «un jubón de fustán traído con una guarnición de tercio-pelo
negro por el cuello»25. Además se forraban y rellenaban de al-godón
o lienzo 26, como podría estar «un jubón viejo colchonado» que
compró un tal Fernando de Lorca por dos reales y medio 27. En cuan-to
a los colores, predominaban los rojos, negros y amarillos.
No conocemos los precios de los jubones más ricos, y el resto se
vende a precios muy variados, como los dos reales y medio del que
compró Fernando de Lorca, cuyas características desconocemos, o los
tres que pagó Rodrigo Alonso por uno que perteneció a Martín Yanes
del que sólo se nos dice que estaba «viejo»'*.
298 María del Cristo González Marrero
La otra mitad del cuerpo que no cubría el jubón, la cubrían las
calzas hasta los pies. Pero los hombres también usaron las medias
calzas, los zaragüelles y los calzones. Las primeras sólo cubrían des-de
la cintura hasta la rodilla. Los zaragüelles, a su vez, eran calzones
holgados y afollados en pliegues, de tradición musulmana. De los
calzones sólo sabemos que eran más baratos que las calzas, quizá
porque eran de hechura más sencilla al no amoldarse a la pierna 29.
Bernis señala que con el tiempo ambos términos terminaron confun-diéndose
30. Los tejidos empleados en la confección de estas prendas
fueron, fundamentalmente, la estameña y el cordellate, así como el
lienzo en caso de forrarse. Los colores predominantes: el azul, el verde
y el colorado. En Castilla, las calzas coloradas eran las más caras y
las de mayor prestigio 3 1 .
Las sayas, sayos, saitos y sayuelos configuran el grupo de las
prendas de vestir a cuerpo. Existen otras piezas, como el brial o el
gonete, dentro de la indumentaria femenina, o la jaqueta y la ropeta
en el caso masculino, pero los inventarios consultados no figuran, o
son anecdóticos y poco f~ecuente3s2 .
Hasta mediados del siglo xv la saya era una prenda común a hom-bres
y mujeres. pasando a ser exclusivamente femenina a partir de esa
fecha 33. A pesar de todo, su presencia en nuestros inventarios es es-casa,
lo cual nos lleva a pensar que la población femenina de Tenerife
prefirió combinar otros vestidos como la faldilla y el sayo, saíto o
sayuelo, más cortos que la saya talar. Otras veces, en las donaciones
a familiares o servidoras que disponen algunas mujeres en sus man-das
testamentarias, se combinan la saya con el sayo, prescindiendo de
las faldetas. Es el caso de Catalina Alonso que deja a su sobrina Leo-nor
«su saya presada, el saíto nuevo azul y una camisa» y a otra
sobrina, llamada Catalina «una saya leonada raída, un saíto negro
raído, dos camisas y una faja verde frisada»34.
El sayo masculino, más frecuente que el femenino, se colocaba
directamente sobre ei jubón. Los textos nos habian también cie una
prenda denominada sayón y, por las noticias que poseemos, éstos se
adornaban más ricamente que los sayos propiamente dichos. Así, el
sastre Juan de Cuenca, hipotecó «un sayón negro guarnecido con dos
ribetes de terciopelo» y Juan Alonso tiene, entre su ajuar de ropa, «un
sayón de Londres guarnecido de terciopelo negro con un forro colo-rado
» 35. No obstante, la diferencia fundamental debió estribar en el
tamaño, mayor en los sayones.
Los sayos se confeccionaban con tejidos muy diversos, bien de
importación como los de Londres y Contray, bien de cordellate o burel.
El vestido, su tipologia y su significación social y económica ... 299
Podían forrarse, tener mangas o no y enriquecerse con bordados y
apliques, como se puede comprobar a través de los ejemplos citados.
Los colores más usuales son los negros, azules, morados y las distin-tas
tonalidades de verde: aceitunados, pardillos, etc. El término par-dillo
es otro de los que se presta a confusión, ya que a veces hace
referencia al color y otras a un tipo de tejido basto, de color pardo,
sin teñir, característico de la indumentaria de los más humildes.
Sobre estos vestidos se colocaban los trajes de encima o sobreto-dos
que englobaban una gran variedad de piezas, no todas constata-das
en el caso que nos ocupa. Las mujeres de Castilla usaron como
sobretodos mongiles, hábitos, mantos, mantillos y mantillas. En Tene-rife,
a la luz de la información que manejamos, las mujeres utiliza-ron,
sobre todo, mantos y mantillos que, en su mayoría, estaban ador-nados
36 y eran de color negro. Los mantillos eran más cortos y es
probable que los más pequeños se utilizaran a modo de tocas. La
documentación diferencia entre mantillos y mantillas, pero es dificil
establecer cuáles son las peculiaridades de cada una de estas piezas.
Francisca del Castillo tenía «una mantilla colorada guarnecida)) 37.
Las capas no son frecuentes en el ajuar personal femenino, salvo
algún caso excepcional de mujeres de baja condición social. Es el caso
de Francisca Fernández que tenía una de paño negro 38.
Los mongiles y los hábitos se utilizaban como prendas de luto, y
como tales aparecen en nuestra documentación 39. Las dos eran am-plias
y despegadas del cuerpo, siendo tradicionalmente más corto el
mongil, aunque al parecer ya en el s. XVI ambas voces hacían alusión
indistintamente a lo que en principio se correspondía a un hábito, es
decir, a un traje largo y amplio 40.
El apartado del ajuar masculino correspondiente a los sobretodos
está protagonizado por las capas, utilizadas por los hombres de cual-quier
condición social, de forma que hasta los más humildes podían
tener sólo una capa y un sayo. Existían muchas variedades de ellas,
como las capas lombardas, abiertas por uno de los lados, como una
que tenia Juan Per&mn, & !a q ~ dpir e e! texto estaha medi di^&,,^';
las capas castellanas, con abertura delantera y capilla o capucha; las
capas gallegas; capas pieles, etc., pero nosotros no hemos podido
constatar el uso de estas últimas por los habitantes de la isla 42. LOS
tejidos más comunes fueron el Perpiñán, el paño de Ypre y el paño
de ferrete, término ambiguo que unas veces puede hacer referencia al
d o r q ue dqu e! su!fuk de c ~ h r e= p!eud~ er! tint~reriuy =tras, reme
señala Paulino Iradiel, a,un paño de una calidad similar a la palmilla,
paño inglés o papa1 mayor 43.
300 María del Cristo González Marrero
El capuz tenía una forma claramente definida, pues se trataba de
una especie de manto con capucha que podía ser abierto o cerrado.
Se fabricaban preferentemente con paño de Londres, de Ypre, y tam-bién
de burel, y los colores más usuales eran el negro, los azules y
pardillos.
El capote, a su vez, era la capa de los más pobres, tenía mangas
y en su confección se empleaba mucha menos tela. Francisco de Lugo
ordenó en su testamento que se vistiera a seis pobres, a cada uno con
«un capote, bonete, camisa de presilla y zapatos de vaca»44.
Estas prendas son, además, las que generan un mayor número de
obligaciones, lo cual permite conocer la evolución de los precios y
sus diferencias, en función de la calidad y del modelo, según se trate
de capa, capuz o capote. Los precios de las capas varían mucho. En
1508, Gonzalo de Aroche se obliga a pagar ~1.800m rs. por una capa
morada»45. Tres años más tarde otra capa, aunque no sabemos con
qué características, cuesta 950 mrs." y en 1520 Juan Gutiérrez debe
por otra seis doblas de oro 47.
Los capotes se cotizan menos que las otras prendas de esta fami-lia,
pues, como sabemos, se fabrican con menos tela y de inferior
calidad. Antón Sánchez, guanche, compró uno a Francisco Ramírez
por 357 m r ~ . N~o~ c.o nocemos datos sobre el precio de los capotes.
Otro tipo de sobretodos, de moda en otros lugares del reino, como
los gabanes -piezas holgadas, con mangas y capuchón-49, los
tabardos -de tamaño variable, con o sin mangas, normalmente hol-gados
y con aberturas laterales para sacar los brazos y con capucha
si era de hombre- 50, y la loba -sin capucha-, son prácticamente
inexistentes en los inventarios tinerfeños.
La última categoría corresponde a los tocados, piezas sin las que
un hombre o una mujer en la Edad media no estaba completamente
vestido.
Las mujeres tinerfeñas, preferentemente del sector privilegiado, se
cubrían la cabeza con las tocas y las cofias, la mayor parte confec-cionadas
con tejidos de primera calidad, como sedas finas, o también
de lienzo delgado. Marina Alvarez deja a Nuestra Señora de Gracia
«una toca de seda con una pera de plata»5'. Asimismo, entre los bie-nes
de Francisca del Castillo había «una cofia labrada de oro» y en-tre
los de Isabel Castellanos «una cofia de hombre de seda con un
manojo de cabellos dentro, la cual cofia era rosa» y «una albanega
-modalidad o variedad de cofia- con un trenzado, con una ,franja
de dos colores y una cinta de estambre cosida a ella»52.
El tocado masculino por excelencia fue el bonete y también el
El vestido, su tipología y su significación social y económica ... 30 1
sombrero, éste último dotado de ala. Sobre los bonetes de lana, de
los que había una gran variedad 53, solían colocarse otros tocados. Rara
vez aparecen en los inventarios masculinos las cofias 54.
Los hombres también se cubrieron la cabeza con tocas y paños
de cabeza. Juan Alonso tenía nada menos que «tres paños de cabeza
nuevos con uno que tiene en la cabeza (...), dos gorras negras, raí-das
(...) y un sombrero negro»55
El apartado de complementos está representado por un número de
piezas muy diversas. Los guantes, de hombre y de mujer, fabricados
frecuentemente con piel de cabra, como las doce docenas que el mer-cader
Pedro de Armenta pagó al guantero Telmo Valiano las fajas
y los cintos, como uno de lobo marino, propiedad de Baltasar Afonso,
«natural de Madera en el Reino de Portugala5'; y las gorgueras 58,
son sólo algunos ejemplos ilustrativos.
Las joyas sólo figuran en los ajuares personales de los miembros
priviiegiacios ae ia sociedad y, aún así, su presencia es escasa. Las
piezas de joyería más usuales son los anillos, los collares y garganti-llas
y las sartas de corales. Muy pocas veces se trata de piezas que
combinen el oro o la plata con algún tipo de piedras preciosas, mien-tras
que por el contrario, se documentan distintos tipos de cuentas,
tales como el coral y el aljófar -perlas de pequeño tamaño y figura
irregular-. Por una esclava negra Pedro Báez, mercader portugués,
paga a Diego de Andrada «30 doblas de oro y una gargantilla de oro
y aljófar, el oro de la gargantilla lo da por oro de 22 quilates»59.
También era característico de los sectores más encumbrados la utili-zación
de metales preciosos en complementos de la indumentaria,
como los botones o las hebillas. En el testamento de Diego González
se menciona un «tejillo -especie de ceñidor- de seda, muy viejo,
con una hebilla, un cabo de plata y una luna de plata con un cabo
de cinta esmaltado* ('O.
Por último, sólo nos queda hablar del calzado, elemento que sue-le
omitirse en los inventarios «post mortem* y en los testamentos
debido a su carácter perecedero, de forma que la mayor parte de los
datos los obtenemos de las ordenanzas de zapateros y de algunos con-tratos
de compra, poco numerosos en todo caso (''.
El calzado femenino es muy variado: botines, chapines y xewillas.
Los zapatos más usados por las mujeres en Tenerife fueron los cha-pines,
chanclos de corcho, forrados de cordobán u otro cuero.
El calzado masculino también presenta una gran di~erridac!, em-pezando
por los borceguíes, que cubrían hasta el tobillo, a modo de
guantes, sobre los que se colocaba un calzado complementario, como
302 María del Cristo Gonzalez Marrero
las xervillas, que era un calzado ligero, de suela delgada. Ello expli-ca
expresiones como «un par de borzeguíes con sus xervillas, buenos
de cordobán)). El cuero preferido para su fabricación era precisamen-te
el cordobán, de mayor grosor que otras pieles curtidas, garantizán-dose
así una mayor duración. Es curioso como en muchos testamen-tos
el otorgante ordena que se de a los albaceas, en agradecimiento a
sus servicios, «un par de borceguíes de cordobán». En segundo lu-gar
figuran los qapatos, término genérico en el que se engloban va-rios
modelos, que también eran de suela de cuero. Es ilustrativa, para
conocerlos, la deuda en capatos que el zapatero Alvaro Díaz había
contraído con Bartolomé de Fuentes, de los que enumeramos algunos:
~2.5 pares de zapatos de orejeta angosta enforrados, 25 pares de
zapatos de tres golpes enforrados, 25 pares de zapatos de correas
travesadas, erlforrados, 25 pares de zapatos abrochados de brazue-los,
enforrados (...) otros 10 pares de zapatos llanos, redondos, viz-caínos
... )) 62.
También existían zapatos de suela de corcho, como los pantufos
y los altorques.
En cuanto a los precios, en principio no parece existir una gran
diferencia entre los zapatos de suela de corcho y los de suela de cue-ro,
pues por 100 mrs. podían comprarse en 1526 unos pantufos o unos
capatos 63. Hay que tener en cuenta, además, que el valor final está
también en función del tamaño del calzado. Los más caros de todos,
según esa misma tasa, son las botas que, en la misma fecha, costa-ban
250 mrs., aunque su uso debió ser muy restringido 64. Le siguen
los borceguíes a cinco reales en 1507 y entre 120 y 21 0 mrs. en 1526.
A la luz de la información que nos ofrece la documentación nota-rial
y que hemos presentado a grandes rasgos, podemos establecer unas
primeras conclusiones a cerca del valor de esta fuente para el estudio
de la indumentaria, de la significación social del vestido y de las va-riables
de la indumentaria que actúan como verdaderos marcadores de
diferencias socio-económicas.
El hecho de que las escrituras notariales contemplen muchos as-pectos
de la vida cotidiana, protagonizados por un abanico muy am-plio
de la población, nos permite completar la visión que han ofreci-do
los estudios de la indumentaria medieval y bajomedieval, hasta hace
poco tiempo centrados en los grupos más favorecidos de la sociedad.
Por las páginas de los textos notariales'hemos visto desfilar merca-deres,
sastres, carpinteros, mujeres de toda condición, esclavos y es-clavas,
cuyos vestidos se llaman igual que los de los privilegiados,
tienen las mismas formas, pero se confeccionan con tejidos de infe-
El vestido, su tipología y su significación social y económica ... 303
rior calidad, se tiñen de colores concretos y, a medida que descende-mos
de escalafón social, van prescindiendo de los adornos, de los que
los trajes de la oligarquía estaban repletos.
La sociedad canaria a fines de la Edad Media e inicios del Rena-cimiento
cuenta también con un grupo de individuos que con capaci-dad
económica pero sin el rango social que transmite la posesión de
un cargo público o la propiedad de tierras, intentan emular los mo-dos
de vida de aquéllos que se sitúan en los márgenes superiores de
la estructura social. Y este hecho ha quedado muy claro cuando he-mos
repasado los inventarios, sobre todo de la incipiente burguesía
local, para quienes el vestido se convierte en la expresión más apro-piada
de su capacidad económica y de su deseo de alcanzar un ma-yor
prestigio social. En definitiva, el vestido, o más concretamente,
la calidad del mismo, se convierte en un recurso válido para mani-festar
un esriio de vida, no siempre real, que ies per~~iitcdo locarse
en un lugar distinguido del panorama social. Y esto fue así durante
toda la Edad Media, como lo demuestran las múltiples ordenaciones
suntuarias dadas por los reyes que pretenden, además de frenar los
gastos excesivos, mantener bien marcadas las distancias entre esta-mentos,
a través de un signo tan externo y visible como el vestido.
Puede afirmarse que en la sociedad tinerfeña tras la conquista,
durante los primeros momentos de su configuración, la calidad de los
tejidos con los que se confeccionan los trajes más que la forma de
los mismos, la generosidad de los adornos, y las joyas, son las varia-bles
más importantes que ponen de manifiesto las diferencias socia-les
y económicas.
Además de estas diferencias, la indumentaria también refleja la
heterogeneidad religiosa, étnica, cultural y laboral que un estudio más
profundo de este tema podría sacar a la luz, teniendo en cuenta
que en los últimos años del s. xv y principios del s. XVI, Canarias
acoge en su seno individuos de procedencia.s m. u.y diversas, que junto * 14 iibüiígeii, ~uiifiguiaiáii la "vase de esa iiicipieiik sociedad.
María del Cristo González Marrero
1. Destacan, en este sentido, para la Edad Media española e inicios de la Edad
Moderna, las obras de carácter general de BERNISM ADRAZOC,a rmen: Indumentaria
medieval española. Madrid, Ins. Diego Velázquez, 1956; Trajes y modas en la Espa-ña
de los Reyes Católicos. Madrid, Ins. Diego Velázquez, 1979, 2 tomos; y otros de
temzs cencretei come <E!t ~ d ?nI?IC CL'!~E~ e~ Casti!!u durante e! ú!:im~ rüu::o de!
siglo XV». Archivo Español de Arte, 21, 1948, pp. 111-135; «El traje masculino en
Castilla durante el último cuarto del siglo XV». Boletin de la Sociedad Española de
Excursiones, t. LIV, 1950, pp. 191-236; «Indumentaria femenina española del siglo
XV: la camisa de mujer». Archivo Español de Arte, t. XXX, núm. 119, 1957; «Mo-das
moriscas en la sociedad cristiana española del siglo XV y principios del XVI».
Boletín de la Real Academia de la Historia, CXLIV, 1959, pp. 199-228. En ellos
predomina el estudio de la moda y de su evolución a lo largo de la Baja Edad Media
y del Renacimiento, desde un punto de vista fundamentalmente estético.
2. Es muy interesante en este sentido la aportación que hace María MART~NEZ
en su tesis La industria del vestido en Murcia (SS. XIII-XV), Murcia, 1988, en el ca-pítulo
'que titula Valor social del Vestido, pp. 353-452. También el artículo de LÓPEZ
DAPENAA,s unción: «El vestido femenino, distintivo de clase social en la Edad Me-dian,
en Arabes, judías y cristianas. Mujeres en la Europa Medieval. Seminario de
Estudios de ia iiiüjx. üiiiversidad de Granaaa, i993, pp. 123-i3ó (Seiia dei ivíorai,
ed.). También Carmen BERNISa bordó este aspecto en su libro Indumentaria española
en tiempos de Carlos V. Instituto Diego de Velázquez. Madrid, 1962. Alguna conclu-sión
de este tipo puede verse en los trabajos de ARIE,R achel: ~Quelquesre marques
sur le costume des musulmans d'Espagne au temps des nasridew, en Arabica, XII
(1965), pp. 244-261; «Acerca del traje musulmán en España», en Revista del Institu-to
de Estudios Islámicos. Vol. XIII. Madrid, 1965-66, pp. 103-117; y «Le costume
des musuimans de Casriiie au Xííi sikcie a'apres ies miniatures du Libro dei Aje-drez
». Melanges de la Casa de Velázquez, Tomo 11 (1966), pp. 59-66.
3. IRADIEML URUGARREPNau, lino: Evolución de la industria textil castellana de
los siglos XfII al XVf, Factores de desarrollo, organización y costes de la produc-ción
manufacturera en Cuenca. Universidad de Salamanca, 1974, p. 119.
El vestido, su tipología y su significación social y económica ... 305
4. GONZÁLEYZ ANESE, . y MARRERROO DR~GUEMZ.:, Extractos de los protoco-los
del Escribano Hernán Guerra. La Laguna, 1508-1510. Fontes Rerum Canariarurn
(F.R.C.) VII, Instituto de Estudios Canarios (I.E.C.), La Laguna, 1958; MARRERO
RODR~UEMZ.:, protocolo^ del Escribano Juan Ruiz de Berlanga. La Laguna, 1507-
1508. F.R.C. XVIII, I.E.C., La Laguna, 1974; LOBOC ABRERAM,. : Protocolos de
Alonso Gutiérrez, 1520-1521. F.R.C. XXII. I.E.C., La Laguna, 1979; CLAVIJOH ERNÁN-DEZ,
F.: Protocolos de Hernán Guerra, 1510-1511. F.R.C. XXIII. I.E.C., Cabildo In-sular
de Tenerife, SIC de Tfe., 1980; COELLOG ~ME ZM,." I., RODR~CUGEZO NZÁLEZ,
M, y PARR~LLA~ P E ZA,, : Protocolos de Alonso Gutiérrez, 1522-1525. F.R.C. XXIV.
I.E.C., Cabildo Insular de Tenerife, SIC de Tfe., 1980; MARTLNEGZ ALINDOP.,: Pro-tocolos
de Rodrigo Fernández, 1520-1526. F.R.C. XXVII. I.E.C., La Laguna, 1988;
GALVÁNA LONSOD, .: Protocolos de Bernardino Justiniano, 1526-1527. F.R.C. XXIX.
I.E.C., La Laguna, 1990. MARRERORO DR~GUMEZ.:, Extractos de los protocolos de
Los Reaiejos, 1521-1524 y 1529-1561. F.R.C., XXXIV. I.E.C.. La Laguna, 1992.
5. Sección 1, Protocolos Notariales, leg. 177 (1505-1506). leg. 189 (1513-1514),
leg. 190 (1515-1517), leg. 191 (1518-1519), leg. 193 (1521-1523), leg. 194 (1523-
1524), leg. 195 (1524-1525). leg. 196 (1525-1526), leg. 377 (1512).
6. MART~NEMZ ART~NEMZ.,: La industria del vestido ..., op. cit., p. 354.
7. Cuando en las dotes se enumeran las piezas del ajuar, éstos documentos se
convierten en un instrumento muy eficaz para evaluar, no sólo la procedencia socio-económica
de la novia, que ya la da el valor de la dote en dinero, sino la calidad y
el número de piezas del ajuar que las familias, según su extracción social, considera-r$&,
cto~ p r z Cghrir !lsn e~esidzdes& ~ ~ & t&i gCc ~fic~pv e ~ f i c f!im~.i!~iir ,
8. 1508, febrero, 22: «Alonso Rodríguez, hijo de Diego Rodríguez, vo de la villa
de Niebla, difunto, estante, entra a soldada y como aprendiz con Juan López, cerra-jero,
vo y estante, para aprender el oficio durante dos años y medio f...). Le dará
vestido, calzado, comida y bebida honestamente, según se suele dar a los aprendices
y al término del contrato una dobla de oro (...)», en MARRERROO DR~CUEMZ.:, Pro-tocolos
del Escribano Juan Ruiz de Berlanga ..., op. cit., núm. 230.
9. COELLOG ~MEZM,. a 1. et alii.: Protocolos de Alonso Gutiérrez. .., op. cit., núm.
1902 (1524, diciembre, 17. La Orotava).
10. HERREROM, .: «Para la historia de la indumentaria española. Noticias de al-gunas
telas: la grana». Hispania, 5, 1941, pág. 106.
11. BERNISM ADRAZOC,. : Indumentaria medieval ..., op. cit.
12. COELLOG ~MEzM, ." 1. et alii.: Protocolos de Alonso Gutiérrez ..., op. cit.,
núm. 316 (1522, junio, 14).
13. MART~NEGZA LINDOP,.: Protocolos de Rodrigo Fernández ..., op. cit.,
núm. 754 (1522, mayo, 21. Caleta de Garachico).
14. BERNIMS ADRAZOC,. : «Indumentaria femenina española del siglo XV ...» , art.
cit., p. 193.
15. La soldada de los portugueses Roque Martínez y Francisco Rodríguez incluía
dos camisas de trabajo y una de fiesta (Vid nota núm. 9).
16. GONZALEZY ANFS,F . y MARERO R O ~ ~ U EM.Z: ,F' .rntoco!nr de Horndn
Guerra ..., op. cit., núm. 1139 (s.a., noviembre, 12).
17. MORENOFU ENTESF,c a.: Las datas de Tenerife (Libro V de datas origina-les).
F.R.C., XXVIII. I.E.C., La Laguna, 1988, núm. 148.
18. LOBOC ABRERAM, .: protocolo^ de Alonso Gutiérrez ..., op. cit., núm. 238
(1520, junio, 26).
19. Ibídem.
El vestido, su tipología y su significación social y económica ... 307
42. Acerca de las capas puede verse MART~NMEZA RT~NEMZ.,? L a industria del
vestido ..., op. cit., p. 373.
43. IRADIEMLU RUCARRPE.N: ,E volución de la industria textil. .., op. cit., p. 185.
44. MART~NGEZA LINDOP.,: Protocolos de Rodrigo Fernández ..., op.,cit., núm.
68 (1520, mayo, 6. Icod).
45. GONZÁLEZY ANESE, . y MARRERROO DR~GUMEZ.: , Protocolos de Hernán
Guerra ..., op. cit., núm. 812 (1508, octubre, 10).
46. CLAV~HJOE RNÁNDEFZ.:, Protocolos de Hernán Guerra. .., op. cit., núm. 877
(151 1, febrero, 20).
47. LOBOC ABRERMA.. : Protocolos de Alonso Gutiérrez. .., op. cit., núm. 426
(1520, septiembre, 3).
48. A(RCHIVOH)( IST~RIC~O(R) OVINCITA(ELN) ERIFEP)r.o tocolos, leg. 177 (1505,
diciembre, 22).
49. MART~NMEZA RT~NEMZ.," : La industria del vestido. .., op. cit., p. 372.
50. Ibídem, p. 376. No obstante, su rasgo distintivo fue la colocación de las man-gas
a modo de dos tiras pendientes de los hombros (BERNIMS ADRAZCO.,: Indumen-raria
medievai ..., op. cit., p. 43.1
51. COELLOG ~ME ZM,. ' 1. et alii.: Protocolos de Alonso Gutiérrez. .., op. cit.,
núm. 316 (1522, junio, 14).
52. Loeo CABRERAM,. : Protocolos de Alonso Gutiérrez. .., op. cit., núm. 109
(1520, abril, 18) y MART~NGEAZL INDOP.,: Protocolos de Rodrigo Fernández ..., op.
cit., núm. 581 (1521, noviembre, 21).
53. Pedro Yanes, mercader portugués, tiene «un bonete redondo y otro de dos
vueltas», en GALVÁNA LONSOD, .: Protocolos de Bernardino Justiniano ..., op. ctt., núm.
1828 (1527, septiembre, 1); Alejos Velázquez tiene «un bonete de Toledo» , Ibídem,
núm. 1472,( 1527, junio, 26).
54. Vid. nota núm. 52.
55. MART~NGEAZL INDOP.,: Protocolos de Rodrigo Fernánde z..., op. cit., núm.
754 (1522, mayo, 21. Caleta de Garachico.
56. GALVÁNA LONSOD, .: Protocolos de Alonso Gutiérrez. ... op. cit., núm. 2056
(1527, octubre, 2). El mismo Telmo Valiano debía al mercader genovés Gregorio
Marengo cierta cantidad de dinero por unas mercaderías que le compró y que iba a
pagar en «guantes de hombre y mujer a su contento, estimados cada docena a 10
reales viejos», ibídem, núm. 715 (1526, noviembre, 6).
57. COELLOG ÓMEZ,M .". et alii.: Protocolos de Alonso Gutiérrez. .., op. cit.,
núm. 1407 (1524, febrero, 22).
58. Francisca del Castillo tenía «dos gorgueras, una labrada de negro y otra de
amarillo, un cenidero de seda y dos pares de guantes», en LOBOC ABRERMA,.: Pro-tocolos
de Alonso Gutiérrez ..., op. cit., núm. 109 (1520, abril, 18).
59. GALVÁNA LONSOD, .: Protocolos de Bernardino Justiniano ..., op. cit., núm.
1424 (1527, junio, 13).
60. COELLOG ~ME ZM,. a 1. et alii.: Protocolos de Alonso Gutiérrez. .., op. cit.,
núm. 508 (1522, septiembre, 24).
61. Para hacernos una idea de su asombrosa fragilidad, recogemos aquí una alu-sión
a las Ordenanzas de Béjar que cita Ricardo C~RDOBDEA L A LLAVE(L a industria
medieval de Córdoba. Córdoba, 1990, pp. 198-99) que dice que los zapateros deben
comprometerse a hacer zapatos que duraran como mínimo quince días.
62. COELLOG ~ME ZM,." . et alii.: Protocolos de Alonso Gutiérrez. .., op. cit..
núm. 1953 (s.a., s.m., s.d.).
308 María del Cristo González Marrero
63. 1526, julio, 30: «Vn par de capatos altos, sobresolados, enforrados, las piecas
e talones de buen cordován, sien mrs» y «Vn par de pantifos de corcho de nueve
puntos hasta catorze, cuadrados o redondos, de buen cordován, codo palmilla e cerco
e rostro, cien mrs.», en ROSAO LIVERAL,. DE LA y MARRERROO DR~GUEMZ.:, Acuer-dos
del Cabildo de Tenerife (1525-1533), vol. V. F.R.C. XXVI. I.E.C. La Laguna,
1986, núm. 117.
64. La tasa de precios de 1507 ni siquiera los menciona, en SERRAR AFOLSE, .:
Acuerdos del Cabildo de Tenerife (1497-1507), vol. 1. F.R.C. IV. I.E.C. La Laguna,
1948, núm. 681 (1507, enero, 8).