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128 LAS MUCHAS VISIONES DE UNA GUERRA José Miguel Abreu Cardet El centenario del 98 ha atraído a numerosos estudiosos a indagar en archivos y bibliotecas sobre no pocas interrogantes que todavía no tienen respuestas y a plantearse nuevas preguntas. Sin pretender llegar a aportar elementos ni criterios nuevos sobre el tema, hemos tratado de acercarnos a aspectos que pueden ayudar a comprender aquellos acontecimientos que crearon una huella profunda en varios pueblos. En nuestro análisis nos referiremos principalmente al desarrollo de las acciones militares, pero intentando valorarlo desde diferentes ángulos. Por tradición existen dos campos bien definidos en los estudios de la guerra, los que investigan lo que se conoce propiamente como historia militar y los que se refieren fundamentalmente a las cuestiones socioeconómicas. Algo así como los que indagan cómo se dispara y los que buscan el porqué se dispara el fusil. Hemos intentado encontrar una conexión entre ambos análisis para llegar a una mejor comprensión de aquel complejo y traumático proceso que fueron las guerras de Cuba. La soledad de los antillanos Desde finales del siglo XVIII hasta las postrimerías del XIX, en las Antillas se efectuaron cinco guerras de independencia que, aunque tienen características muy dife-rentes, hay aspectos comunes. Analicemos brevemente en el campo militar esas similitu-des. Nos referimos a la revolución de Haití, la guerra de Restauración de Santo Domingo y las guerras de independencia de Cuba de 1868-1878, la Guerra Chiquita [1879-1880] y la de 1895-1898. Hay un primer asunto geográfico, y es que estamos ante islas con unas dimensio-nes bien precisas. Espacios reducidos. No podremos contemplar las vastedades sudameri-canas que veía a diario Simón Bolívar en sus muchos avatares ni la humanamente infinita Norteamérica de Jorge Washington. Por lo menos, en un sentido teórico, estas ínsulas son controlables militarmente. Una buena marina puede establecer estrecha vigilancia de sus costas. Sus territorios ofrecen posibilidades de ser ocupados potencialmente con destaca-mentos, poblados fortificados, dividirlos y aislarlos con trochas y líneas militares. Las dimensiones no son muy grandes, Haití tiene unos 28.000 kilómetros cuadra-dos, Santo Domingo alrededor de 48.000. Cuba poco más de 110.000 kilómetros cuadra-dos. En el caso de Cuba, de las tres guerras dos se desarrollan en la parte oriental y central. Solo la última se extiende por todo el país. Aunque las dimensiones geográficas hay que verlas también en el aspecto práctico. Es interesante que, durante la guerra de Restaura-ción, ambos bandos afirmaban que combatían en un escenario de dimensiones bastas. En primer lugar, estamos ante una realidad técnica de las posibilidades de despla-zamientos de las fuerzas de la época. Podemos caer en la tentación de ver el asunto con 9 129 ojos de hoy. Algo así como situarnos en la torreta de un tanque y no en la grupa de un caballo. Pero es que además este tipo de guerra irregular se deciden más a nivel de pelotón que de regimiento. El asunto no es tener un amplio espacio para los movimientos de ejér-citos y divisiones, sino cómo las medias compañías o el tercio de una compañía pueden ocupar y operar sobre una sabana o un valle. La población también es escasa: Haití medio millón de habitantes, Santo Domin-go unos 150.000 y Cuba no más de millón y medio. Además, las potencias coloniales encontrarán apoyo importante en parte de la población nativa. En Haití hay tropas de negros combatiendo junto a los franceses, en Santo Domingo las Reservas Dominicanas y en Cuba las guerrillas y los voluntarios se baten con valor bajo las órdenes de los hispanos. Por otro lado, el esfuerzo de las potencias coloniales es gigantesco para tratar de dominar sus colonias. Los franceses, olvidando sus muchas guerras del continente, man-dan una flota con decenas de miles de hombres, los españoles también hacen un esfuerzo considerable en Santo Domingo y en especial en Cuba, donde diferentes fuentes dan cifras que varían pero que en total parecen que se acercan al medio millón de hombres destaca-dos en las tres guerras, quizás más para los menos conservadores. El esfuerzo del transpor-te marítimo de esas tropas todavía asombra pese a que hemos conocido Normandía y la guerra del Golfo. En general los antillanos se baten solos. Los haitianos reciben en determinado período la interesada intervención inglesa, pero son ellos los que deciden su suerte. Los dominicanos son apoyados por los haitianos y los cubanos del 68 por algunos estados latinoamericanos que incluso le hacen envíos de armas. Pero aunque son acciones merito-rias, no deciden en lo militar ni en lo diplomático. El hecho excepcional será la interven-ción de Estados Unidos en 1898. Las guerras para los antillanos fraguarán nacionalidades nuevas. En Haití hicie-ron de la masa dispersa de esclavos de diversas procedencias africanas y de negros y mulatos libres una nueva nacionalidad. En Dominicana las guerras contra Haití y la de Restauración acabarán trazando definitivamente la frontera del dominicano moderno. Cuba será el ejemplo más elocuente de esa definición. Sobre el tema se ha escrito bastante por los estudiosos del pasado cubano. Aunque todos encaminan sus pasos a la guerra de 1868 y dan por sentada la nueva nacionalidad luego de esos 10 años de guerra. El poder intelectual de la élite del 68 fue tan aplastante que dejaron establecidos criterios que los estudiosos que le precedimos hemos considerados como tesis teóricas, cuando en realidad parecen tener más dimensiones de propaganda política. Tanto durante la guerra de 1868 como posteriormente, esta élite o sus sobrevivientes repitieron con fre-cuencia el criterio de que representaban a una nación muy bien definida. Luego los orga-nizadores de la última contienda se apropiaron de este criterio y fueron al 24 de febrero en nombre de la nación cubana. En el presente damos por sentado que la nacionalidad cubana existía para todos los vecinos de la isla en 1895. Por lo tanto, el problema de la definición de la nacionalidad no va mas allá de la contienda de los 10 años. La guerra de 1895 no ha sido abordada hasta 130 el presente en sus aristas de catalizador de la nacionalidad, en especial para el occidente del país. Podríamos preguntarnos los efectos de esa contienda para los cientos de miles de esclavos que obtuvieron la libertad en 1886 o los hijos de los emigrantes españoles asen-tados en La Habana o Matanzas. Una duda nos aborda en ese sentido. Se consideraban éstos cubanos en febrero de 1895. Más bien el trazado definitivo de la frontera para los vecinos del occidente parece que se inició con la llegada de la invasión y la guerra Los motivos para ir a una guerra ...En Yara 100 hombres mal avenidos han apelado a la sedición...l Esto lo escribió el 11 de octubre de 1868 el gobernador de Puerto Príncipe. Tal parece que éste es el primer acercamiento numérico a las guerras de independencia de Cuba. A partir de esta apreciación, son muchas las cifras que se han ofrecido tanto por participantes como por estudiosos sobre el número de alzados durante las tres contiendas. Es indiscutible que hay exageraciones por ambos bandos. Los cubanos tratando de demos-trar que recibían un apoyo mayoritario, los españoles intentando justificar sus derrotas. Pero mentiras aparte no hay duda de que un segmento importante de la población de la isla participó de una u otra forma en las tres contiendas. Estamos en el deber de preguntarnos qué llevó a estos hombres y mujeres a sentar plaza en las filas de la insurrección. La respuesta es muy compleja si tenemos en cuenta que en ellas participaron desde José Martí, uno de los hombres más geniales de América, o Francisco Alcántara, arriero de Palo Picado en la jurisdicción de Santiago de Cuba.2 Para el grupo intelectual abierto a las muchas corrientes de la época, nos es más comprensible la decisión del alzamiento, pero que pudo llevar a la gran masa de campesinos y terrate-nientes, analfabetos la mayoría de ellos, a levantarse en armas contra España. Lógicamen-te que en un sentido muy general podemos considerar que eran las contradicciones insolu-bles de la nueva nacionalidad con el vetusto sistema colonial español. Pero el asunto más difícil es cómo se concretaron estas ideas que llevaron a Francisco Alcántara a abandonar sus mulas cargadas de café por el campamento mambí. Casi siempre los hilos de esa trama se buscan en las logias masónicas que sirvie-ron de pretexto para los trajines de los conspiradores del 68, el Comité Revolucionario Cubano de 1879 o el Partido Revolucionario Cubano y la labor gigantesca de Martí en la década de los 90. Esto explica una buena parte del asunto. Nos lleva al impulso organiza-dor y unificador sin el que nada hubiera sido posible. Pero cómo penetrar en el bohío del guajiro desconfiado o en la casa del habilidoso terrateniente. Quién los convence para que dejen el sitio de labranza o la hacienda de crianza con la mujer noble en la que germina ya el próximo hijo. Tienen que existir elementos muy cercanos a su sensibilidad para llevar-los a dar un paso tan trascendental. El caudillo del barrio y el regionalismo nos pueden dar muchas respuestas sobre las motivaciones para el alzamiento. Los alzamientos y el desarrollo de las guerras de Cuba no se pueden explicar sin tener en cuenta el caudillo de barrio y el regionalismo. La historiografía tradicional cuba-na ha considerado a ambos fenómenos como el causante del fracaso de la guerra de 1868 y que puso en peligro en más de una ocasión la de 1895. Siguiendo estos criterios se han 131 estudiado los muchos estallidos regionalistas y las indisciplinas de los caudillos. Es inte-resante que al mismo tiempo los alzamientos en el 68, la Guerra Chiquita y el 95 han seguido una geografía de regionalismo y caudillos. Los levantamientos se producen y consolidan casi siempre donde ambos fenómenos crecen con fuerzas. Donde no existen éstos muchas veces era necesario imponer la guerra a sangre y fuego Regionalismo y caudillismo responden a determinados desarrollos socioeconómicos. Están casi ausentes de las zonas de la isla de gran auge de la economía de plantación, donde predominan los terratenientes absentistas, hay grandes masas de es-clavos y la emigración hispana es numerosa. Sin embargo, en la zona donde existen toda-vía determinadas relaciones patriarcales y hay un predominio de terratenientes medios y campesinos crece con fuerza. El regionalismo en Cuba y en especial en el Oriente del país conforman toda una serie de lazos que unen muy estrechamente a los vecinos de la comarca. La familia criolla tiene un peso en esas relaciones. Hasta ahora poco estudiada, la familia no se ha analizado en todas sus dimensiones y mucho menos sus influencias reales. Estudios parciales nos muestran un extraño predominio entre los integrantes de compañías insurrectas, la mayo-ría vecinos de unos barrios diminutos, de uno o dos apellidos, lo que nos alerta ante la posibilidad, casi cierta, del parentesco que tiende a marcar definiciones políticas. De todas formas, hemos trabajado fundamentalmente con el primero y segundo apellido, olvidando el tercero y cuarto, es decir, el segundo apellido de los padres que en un medio campesino del siglo XIX cubano parecen decir algo relativamente importante. No podemos tampoco engañarnos con la influencia real que tuvieron en las sitierías, por lo menos en los momentos iniciales de la guerra de 1868, esos grandes caudi-llos de las guerras de independencia cuyas figuras se levantan en blanco mármol en los principales parques de las ciudades cubanas y sus nombres aparecen en los libros de tex-tos. Casi siempre la mayoría de los estudios realizados hasta el presente se detienen en el umbral de la mansión de esos personajes. Sin embargo, leyendo con cuidado las declara-ciones de los detenidos por las autoridades militares en los primeros meses de la guerra de 1868, nos encontramos que una buena parte de ellos tan solo conocen al caudillo del barrio y no al de la jurisdicción. Tampoco deja de ser significativo que en varias jurisdic-ciones orientales durante largos períodos fueron dirigidas por generales extranjeros que estaban al servicio de la independencia. El mando de éstos transcurrió sin grandes proble-mas. De los estudios realizados con las compañías y batallones insurrectos, una buena parte de sus integrantes son vecinos de un barrio o de barrios cercanos de donde residen los oficiales y clases. Todo esto nos está revelando una extraña conexión de los insurrectos con su caudillo local. Lo que en ocasiones nos acerca al criterio que lo que le interesa a este hombre es lo que acontecía en su barrio más que en la jurisdicción. El jefe de la división podía ser cubano o extranjero, eso en ocasiones parecía secundario. Lo más im-portante era respetar determinadas normas de conductas de los soldados de filas. El barrio crea una protección común. Fue una forma de defensa contra piratas, corsarios, cobradores de impuestos y desgracias naturales y familiares. Huérfanos y viu-das, arruinados y enfermos encontraron siempre alguna solidaridad en los vecinos. 132 El caudillo del barrio tiene características muy interesantes, pero además va a sufrir una evolución durante el desarrollo de la contienda. Si analizamos el caudillo que se alzó en octubre de 1868, nos encontramos que lejos de lo planteado en algunos textos tradicionales no tiene que ser natural del lugar ni miembro de una familia de rancia estir-pe. Lo importante no es la naturaleza sino más bien la vecindad. En ocasiones puede ser extranjero, principalmente español. No siempre es una persona vinculada a ideas revolu-cionarias contra el régimen y que la rebeldía le ha ganado prestigio. No pocas veces forma parte del aparato estatal: Capitán o teniente pedáneo, juez de paz, oficial de voluntarios, miembro del cabildo. Algunos profesionales podemos considerarlo como caudillos de barrios como maestros, farmacéuticos, abogados... Aunque una buena parte son terrate-nientes y campesinos. Si embargo, existen figuras que tienen unas dimensiones que pueden abarcar la jurisdicción e incluso más allá. Por ejemplo como Carlos Manuel de Céspedes o Francisco Vicente Aguilera. En este caso el origen parece importar más. No podemos olvidar que estamos en sociedades donde las comunicaciones son en extremo lentas. En el barrio exis-ten hilos conductores muchos más rápidos que ponen a la vista de todos las cualidades y defectos del recién llegado o del vecino de arraigo antiguo. Para crear esta imagen a nivel de jurisdicción se necesita más tiempo, y la garantía de esto puede estar dada por la familia más que por la persona. El miembro de una antigua familia puede llegar al vecino recón-dito más que por su imagen por las relaciones de sus antepasados con esa comarca. Pero de todas formas hay más preguntas que respuestas sobre el caudillismo. En la guerra del 95 se va a agregar a este caudillo el prestigio militar ganado en la guerra de 1868 o en la Guerra Chiquita. Esto va hacer determinante en muchos casos. Tal hecho permite que gente de procedencia muy humilde y no pocos negros y mulatos se encuentren entre los caudillos. Existe una memoria de luchas militares. Gente de la más diversa procedencia puede estar vinculada a él y haberse ganado un prestigio. Lógicamente que nada de lo que ocurría en estas zonas podía escapar al regiona-lismo y al caudillismo. Desde la decisión de alzarse contra España hasta la sedición para destituir un jefe militar o un presidente de la República de Cuba en Armas. Sin embargo, el caudillismo y el regionalismo han sido considerados por la historiografía tradicional como desmoralizante, y responsables de muchos reveses. Se ha puesto como ejemplo por la historiografía cubana de los nefastos resultados del caudillismo y el regionalismo el año 1877. Según esa visión, producto de las numerosas indisciplinas y la desmoralización por el regionalismo y el caudillismo, la moral combativa se desplomó en casi todas las regio-nes. Sin embargo no deja de ser significativo que de 12.329 bajas causadas en combate a las fuerzas españolas por los mambises entre el 1 de noviembre de 1868 el 1 de enero de 1878, un total de 7.396 murieron entre marzo y diciembre de 1877. Es decir, el 59.9%. El caudillismo y el regionalismo más que desmoralizar al soldado, para el que tales fenómenos eran comunes, tendían a perder las dimensiones de la guerra y lo limita-ban a la comarca con todo lo nefasto que podía resultar esto. En este sentido sí podía afectar el desarrollo de la guerra. Pero no en el sentido en que tradicionalmente se ha tratado, considerándolo de que por sí es desmoralizador. 133 El combate Con las víctimas de estas guerras, tanto civiles como militares, se podría hacer un puente entre América y Europa, sin embargo, es interesante que, pese al gigantesco esfuer-zo militar, el combate, la batalla poco o nada decide. No hay un Ayacucho. El papel de la batalla como elemento resolutivo de una contienda se pone en duda, si estudiamos con cuidado estas guerras. La acción militar lo que hace es prolongar la contienda. Incluso en ocasiones ni siquiera eso pues no pocas veces durante largos períodos se mantienen los ejércitos operando sin combatir siquiera. Otro aspecto interesante es el papel de las enfermedades. No es nada nuevo que una buena parte de los fallecidos en las contiendas es producto de bacterias y no de balas o sablazos. Incluso pese a los adelantos de la asistencia médica en la primera y la segunda guerra mundial, el por ciento de fallecidos por enfermedades es alto. Pero en las guerras antillanas ese por ciento de fallecidos por enfermedades es resolutivo. En ocasiones parece que los ejércitos luchan contra microbios y toxinas más que contra hombres. De un total de 145.884 fallecidos en la guerra de Cuba entre el 1 de noviembre de 1868 y el 1 de enero de 1878, unos 12.329 lo fueron en combate, el resto 133.555, de enfermedades. Pero realmente las enfermedades son un simple producto de la resistencia. Éste es el factor determinante en estas contiendas. Al prolongarse la resisten-cia y con ello el tiempo de guerra, las enfermedades, asunto individual, deviene en proble-ma colectivo e imposible de poner remedio, si no es con el fin de la guerra. Todo esto nos sitúa ante una nueva valoración del combate. A qué podríamos llamar acción militar en cualquiera de estas guerras. Al ataque y toma del poblado de Tunas en el Oriente de Cuba por las tropas de Calixto García en agosto de 1897 o a la acción librada por un destacamento del tercio de voluntarios vascongados en el Jíbaro en Santi Espíritu, Las Villas, en enero de 1870. Los vascos encontraron al borde de un cami-no a un grupo de insurrectos quienes le hicieron un disparo y emprendieron la huida rápi-damente bajo el fuego peninsular. Sobre el campo de combate los exploradores hispanos encontraron el cadáver de un insurrecto, dos caballos y una carabina. El enemigo fue desesperadamente perseguido por el monte hasta que la vegetación hizo humanamente imposible continuar avanzando. Se pudo comprobar que los mambises se dispersaron com-pletamente. Cada uno escapó por su rumbo. Tanto el general cubano Calixto García como el oficial hispano jefe de las fuer-zas del Jíbaro escribieron sendos partes militares describiendo sus victorias. En ambos casos estamos ante dos victorias indiscutibles. Calixto capturó una de las plazas más im-portantes del oriente del país. Mientras, aquel desconocido oficial del tercio de volunta-rios vascongados dispersó a una fuerza enemiga a los primeros disparos. Lo que no se podía imaginar Calixto García es que con su brillante victoria humi-llaba al orgulloso León hispano, pero libraba al estado peninsular de mantener una guarni-ción en el centro del oriente, abastecido por convoyes de carretas, que debían de ser prote-gidas por columnas que bajo el ardiente sol o la lluvia avanzaban lentamente por las saba- 134 nas tuneras dejando a su paso una larga aritmética de tumbas de soldados que morían de diarreas, vómitos o fiebres. Mientras, el valiente teniente vasco tampoco podía imaginarse que la dispersa tropa insurrecta, no muy lejos de donde él y sus hombres levantaron un improvisado vivac para el rancho del medio día, se volvía a reunir siguiendo intransitables trillos, extrañas contraseñas tan solo alcanzable a los iniciados en los misterios mambises y continuaba su marcha por las selvas villareñas obligando al estado español a mantener sobre las armas cientos de destacamento, como aquél que había obtenido tan brillante victoria, sustituyen-do a los muchos enfermos con gente nueva que también irían enfermando para prolongar-se en inalcanzable círculo de muerte. Todo esto provocado por media docena de partidas que en esos días de enero de 1870, más que combatir huían por la jurisdicción de Sancti Spíritu. Gente que vivían de derrota en derrota, de dispersión en dispersión. Que eran derrotas muy reales y militares y que en nada disminuyen los méritos y valores de nuestro teniente vasco; pero victorias españolas que prolongaban la guerra de día en día, de año en año La formación de las fuerzas libertadoras En la guerra de los 10 años las fuerzas revolucionarias alcanzaron entre octubre de 1868 y febrero de 1869 el máximo esplendor numérico. Miles de hombres se incorpo-raron a sus filas en Oriente, Camagüey y Las Villas. A partir de allí su número irá disminu-yendo. En ocasiones bruscamente como ocurrió durante la gran ofensiva española en Oriente y Camagüey hasta 1870. En Las Villas los reveses desde los primeros momentos comien-zan rápidamente la disminución de esas tropas. Las bajas en combate son en parte respon-sable de ese decrecimiento brusco, pero en especial son las deserciones. Una parte de los insurrectos apostaron a un corto tiempo de guerra. Para muchos el... lechón... de la noche buena de 1868 se asaría en una tierra libre. Pero la obstinación hispana puso fin a esas aspiraciones. La contienda se extendía de día en día, mes en mes, año en año. Ese grupo, que aspira a una solución rápida, comenzó a rendirse. Se les cono-ció como los presentados. Pero un núcleo aceptó el reto de una guerra prolongada. No será hasta 1873 que se inicia un lento proceso de recuperación de las fuerzas independentistas que no dura más allá de 1875. En este período los insurrectos obtienen una serie de victo-rias importantes y realizan la invasión a Las Villas de donde habían sido desalojado el grueso de sus tropas. En los asaltos a poblados y ciudad se producen incorporaciones. Pero siempre la tendencia será de un mayor número de bajas que altas. Esto puso al independentista ante la posibilidad de que sus tropas desaparecieran con el trascurrir de los años por la elemental suma de bajas y altas. Sin embargo, hay un elemento importante para comprender esa realidad y era el papel del combate del que ya hemos hecho referencia. Combatir era asunto secundario. Mientras existiera la pequeña partida por los bosques, España debía de mantener toda su estructura militar como si tuviera que hacer frente a todo un ejército. Incluso la simple amenaza de esa posibilidad, sin la existencia de partidas insurrectas, crea una obligación gigantesca del mando hispano. 135 Baracoa es un ejemplo elocuente de ello. Situada en el extremo oriental de la isla no es hasta finales de 1876 que llegan allí los insurrectos de una forma permanente. Pero varios batallones españoles desparecen en estas montañas y costas donde se mantienen en perenne vigilia desde el estallido de octubre de 1868. Estamos ante lo que hemos llamado la ausencia-presente del mambí y un colega hispano llama la acción-inacción. Esto es un aspecto esencial para poder analizar la cantidad de hombres que integraron las fuerzas libertadoras y sus posibilidades militares. Incluso la relación numérica entre el ejército regular y el irregular es relativa. Poco importa que haya una relación de 1 a 10 o de 1 a 20 a favor del ejército regular si no se pueden tomar todas las medidas, no solo militares sino también políticas, económicas, etc., para que los guerrilleros pierdan su base de apoyo materiales y espirituales. Durante la Guerra Chiquita no se llegó a constituir una estructura central. Ni siquiera regimientos ni divisiones. En cierta forma no existe un ejército como tal. Pero no por eso se ha dejado de combatir. Las pequeñas partidas dispersas en los bosques se en-frentan a las fuerzas coloniales. Esta contienda demostró las virtudes y defectos de las partidas mambisas. La partida independiente podía iniciar una guerra y mantenerla duran-te algún tiempo. Pero si no respondía o no estaba enlazada con una determinada estructura central, en especial en lo político, podía irse disolviendo y perdiendo perspectiva de la victoria como ocurrió durante la Guerra Chiquita. Las fuerzas libertadoras en 1895 tienen otras características en su formación. Un diarista mambí del 95 comparaba la formación del ejército independentista con una gigan-tesca ola de mar que avanza lentamente y todo lo inunda a su paso. En la parte oriental de la isla las tropas revolucionarias se irán incrementando paulatinamente a todo lo largo de la guerra luego del gran salto espectacular de los primeros dos meses de la contienda. Mes por mes se producen incorporaciones. En el departamento Oriental, donde los insurrectos dominan el campo, se producen periódicos reclutamientos según las necesidades. Durante la guerra de 1895 el Ejército Libertador Cubano se irá incrementando, en especial en la parte oriental durante toda la guerra. Pero en el occidente ocurre un fenómeno contrario. De las incorporaciones iniciales al paso de la invasión se produce una disminución en varias de sus unidades durante el mando de Valeriano Weyler. El espíritu del Imperio Una vez producido el alzamiento de 1895 y el desembarco de los principales líderes: la labor primordial de las fuerzas revolucionarias fue extender la guerra por toda la provincia de Oriente y al mismo tiempo organizar éstas. Antonio Maceo realizó rápidas incursiones por territorios donde la revolución había estallado con timidez como Sagua de Tánamo, Mayarí, Tunas y Holguín entre otros. En general hubo una respuesta positiva de los cubanos al llamado insurrecto. Los emigrantes hispanos no ofrecieron la enconada resistencia del 68. Antonio Maceo expresaba en una carta en agosto de 1895. 136 ....Hace tres días estoy recorriendo las inmediaciones de Santiago de Cuba y toda su jurisdicción, visitando a los vecinos y poblados que nos reciben con marcadas demostraciones de contento sin que se noten las señales de traición de cubanos y españoles como acontecía en otros tiempos... Lo que más me llama la atención es ver cómo el elemento español nos ayuda eficazmente con sus confidencias y recursos...3 El capitán general Arsenio Martínez Campos se refería el 25 de julio de 1895 a que ...ya son pocos en el interior los que quieren ser Voluntarios.4 Esto representa una diferencia sustancial entre la guerra de 1868 y la de 1895. En la anterior la inmensa mayoría de los emigrados españoles actuaron como si la insurrec-ción hubiera sido una ofensa personal. Esto era producto de las excepcionales circunstan-cias en que se produjo la guerra de 1868. Eran años de la culminación de un renacer del espíritu del imperio. Se habían producido las expediciones de Indochina, México, la gue-rra de Restauración y la del Pacífico. Este espíritu de renacer del imperio había calado en parte de la sociedad. En cierta forma era popular como diríamos hoy. Ese espíritu del imperio se reflejó en Cuba en una enconada lucha a muerte con-tra la insurrección. El ejemplo más elocuente fue la ejecución de 8 estudiantes de medici-na en La Habana en 1871. El hecho siempre ha sido visto desde el ángulo de los inocentes jóvenes inmolados. Es difícil situarse junto al pelotón de fusilamiento. Pero si logramos acercarnos a la turba cruel nos encontraremos aquel espíritu de un patriotismo fanático, tan fanático como las ideas que movían a la insurrección. En cierta forma no sería desacer-tado considerar que en Cuba se produjeron simultáneamente dos revoluciones, la independentista y la de los emigrados españoles durante la guerra de 1868. La primera acabó fundando una nación, la segunda cárceles y patíbulos. Pero no por ello deja de ser comprensible el sentir de aquellos emigrados. La guerra de los 10 años con sus cientos de miles de muertos, la destrucción de riquezas y su larga duración aniquiló por siempre aquel espíritu. En 1873, cuando Calixto García con sus tropas invade la comarca de Gibara donde había una poderosa emigración hispana, se encuentra una resistencia feroz simbolizada en un grupo de comerciante que se encierran en su casatienda y prefieren morir quemados antes que rendirse. En agosto de 1896 Calixto García de nuevo invade a Gibara. Los soldados españoles se baten con valor. Una docena de ellos durante dos horas se enfrentan a casi un millar de insurrectos armados con artillería. Pero ya no hay ese espíritu de inmolarse. Esos mismos soldados, cuando ven que no tienen posibilidades de resistir, abandonan tranquilamente sus posiciones y esca-pan a otro fuerte. Los vecinos, terribles voluntarios y guerrilleros del 68, huyen ante la avalancha insurrecta. Si en el 68 la ejecución de un patriota estaba rodeada de una sangrienta fiesta, en el 95 tan solo la rodea la curiosidad morbosa que conlleva ese tipo de acto. Esto obliga a las autoridades a prohibir la entrada de personas ajenas al reo hasta la galera de los conde-nados a la última pena en la fortaleza de la Cabaña, en La Habana, por un decreto publica- 137 do en el diario del ejército. Los curiosos quieren ver a los desgraciados reos aunque en ningún caso tratan de burlarse o de expresarles su odio. La represión existe tanto en el 68 como en el 95; incluso es más despiadada y generalizada en esta última guerra, recordemos la reconcentración de Weyler. Pero en el 95 es más técnica, es más cuestión del estado que asunto personal de cada emigrante. El historiador cubano Jorge Ibarra expresa un criterio interesante sobre la actitud de una parte de la emigración durante la guerra de 1895: ...A diferencia de la burguesía comercial e industrial española, la clase media de esa procedencia no había formado parte de las élites coloniales, ni se había iden-tificado de una manera fervorosa e incondicional, con el poder colonial durante la última gesta independentista cubana.5 Claro que esto no significa que el español de Cuba no defienda a la metrópoli, que se produzcan manifestaciones de extremistas como las de 1898 en La Habana o defen-sas desesperadas como la de la Palma en Pinar del Río, pequeño poblado defendido heroicamente donde los emigrantes desempeñaron un papel fundamental. Pero en esencia la situación ha variado. Ya no existe como asunto generalizado aquel espíritu del 68 entre los emigrantes. Éste es un factor que favorece el desarrollo del movimiento revolucionario. La invasión al occidente de la isla Las fuerzas revolucionarias de nuevo en febrero de 1895 han sorprendido a los españoles que no cuentan con suficientes hombres para reprimirlas con toda la efectividad que requiere un movimiento popular. Esto es completamente lógico y no es tanto resulta-do de la indolencia de la metrópoli que realmente existió. Una colonia es ante todo un gran negocio en el que se invierten determinados recursos para obtener ganancias. Las fuerzas represivas forman parte de esos recursos y bajo ningún concepto, a menos que existan otros tipos de motivaciones o causas, pueden provocar gastos muy por encima de las ganancias. Es lógico que se mantenga grupos reducidos de tropas. La fuerza militar de la metrópoli radica en su capacidad de responder a un movimiento sedicioso de sus colonias con el traslado de tropas y medios bélicos lo más rápido posible. En este sentido el estado español en las tres guerras actúo con la misma rapidez con que lo hicieron los ingleses contra la sublevación de los cipayos o los franceses contra la indochina de Ho Chi Min. Los insurrectos hasta principios de abril en general no toman medidas ofensivas, sino que se dedican a fortalecer la sublevación en sus comarcas. Fue un alzamiento de jefes regionales. Hay muy poca relación entre los sublevados en el sur de oriente y en el norte. La unidad llegará desde el exterior con Máximo Gómez, Antonio Maceo y José Martí. Esta situación varió completamente con la llegada de estos líderes. Máximo Gómez invade Camagüey donde prácticamente no se han producido alzamientos. Mientras Anto-nio Maceo realiza una rápida incursión por los territorios orientales donde la sublevación no se ha producido o se realizó de una forma tenue. 138 En poco tiempo el naciente Ejército Libertador se incrementa considerablemen-te. Miles de hombres lo integran. Pero no todo es unidad y subordinación. En el sur, San-tiago de Cuba y Guantánamo y en el norte Holguín, Tunas, Gibara, Mayarí, Sagua de Tánamo; Antonio Maceo no tiene serias dificultades en la subordinación de las fuerzas insurrectas. Desde la guerra anterior el general Antonio había dirigido a las tropas de Santiago de Cuba, Guantánamo y Mayarí y tenía influencia en Holguín. Pese a que era negro y aquella una zona principalmente de blancos. Quizás en esto influyera que por las estructuras militares de la primera guerra había combatido con frecuencia en Holguín con bastante éxito. Además los grandes líderes de esa región bien habían muerto en la guerra de 1868 o estaban en el exilio y no habían podido llegar todavía. Pero en Manzanillo, Bayamo y Jiguaní el asunto era muy diferente. En esta re-gión Maceo no tenía influencia importante. La mayoría de los jefes locales seguían a un veterano de la guerra de 1868, Bartolomé Masó. Mientras el asunto fue de combatir en su región, cerca del sitio de labranza y del barrio, no existieron problemas mayores. Pero lo más difícil vino cuando se planteó la necesidad urgente de llevar las fuerzas libertadoras al occidente. A Antonio Maceo no le fue muy difícil convencer a los soldados de Guantánamo y Santiago de Cuba que integraron el grueso de las tropas invasoras. La mayoría de ellos eran negros y mulatos descendientes de esclavos o esclavos libres por el pacto del Zanjón o por la abolición de esa infame institución. En ellos no se había creado el arraigo regiona-lista de los campesinos blancos. La nación y la independencia estaban vinculados más a otros conceptos, como por ejemplo conseguir plenos derechos, que a la pertenencia a una u otra comarca. El regionalismo, no podemos olvidarlo, estaba muy vinculado a los cam-pesinos blancos. En Holguín, dirigido por líderes muy vinculados a Maceo de la guerra de 1868 también logro conseguir un contingente de cierta importancia. Pero Bartolomé Masó, apoyado por sus oficiales, se negó por entero a secundar lo que parecía algo completamente descabellado y que siempre había fracasado en el 68. La invasión afectaba a la masa de campesinos y terratenientes que integraban sus fuerzas para los que la independencia se iniciaba en el batey y la sitiería. Si los del occidente del país querían patria libre, pues que la conquistaran a machetazo como venían haciendo ellos desde muchos años, parecían razonar estos hombres. Pese a los llamados de Maceo y luego a la orden de destituir e incluso detener a Masó nada se pudo lograr. Ni un solo bayamés, manzanillero y jiguanicero integraron la columna invasora. Por lo menos en el sentido de formar parte de un contingente de fuerzas de esas regiones El bravo general tuvo que conformarse con el contingente de sus fieles santiagueros y guantanameros y los holguineros convencidos por sus jefes locales de la necesidad de llevar a cabo la invasión. Durante la marcha de esa fuerza se produjeron importantes de-serciones pero no lo suficientemente numerosas para afectar sensiblemente tan arriesgada empresa. Es interesante que todos los intentos de invadir el occidente del país o sublevarlo durante la guerra de 1868 fracasaron. El análisis de esos reveses casi siempre se han cen-trado en los muchos problemas internos de las fuerzas libertadoras o en aspectos militares. 139 Pero creemos que merecen una segunda lectura. El asunto militar no ha variado mucho del 68 al 95. Incluso continúa existiendo el regionalismo al que se le considera como el prin-cipal culpable del fracaso de la invasión al occidente del país organizada durante la guerra de 1868. Pero lo que sí ha cambiado es la sociedad de la parte del occidente de la isla. El fin de la esclavitud trajo cambios muy importantes en la región. Apareció con mucha fuerza demográfica el colono. Y los grandes hacendados perdieron fuerza. Estos y otros factores que escapan de los objetivos de esta ponencia permiten que la sociedad del occi-dente del país asimile la guerra en 1895. Los antiguos esclavos, hoy peones, campesinos, artesanos ya no son la masa castrada por el barracón. También los colonos, pequeños y medios, tienen un papel político de relieve. Los grandes hacendados esclavistas del 68 ya no existen. Es cierto que la burguesía azucarera occidental no tiene interés en que la guerra llegue a sus plantaciones pero no cuenta con las fuerzas ni la influencia que en 1868. La invasión de 1895 fue producto de la capacidad militar de los insurrectos y en especial de Maceo y Máximo Gómez pero es también resultado de las grandes transforma-ciones ocurridas en la sociedad cubana en aquellos momentos. La guerra en Oriente El 31 de octubre de 1895 en Mala Noche, una prefectura mambisa, los holguineros, despidieron a la columna invasora con un emotivo baile. Las muchachas prendían de las camisas de sus novios imágenes de la virgen de la Caridad del Cobre y de santos en un intento, para que los protegieran de las balas españolas. Desgraciadamente el poder de esos nobles santos y vírgenes tenía limites. Un alto porciento de ellos jamás regresarían. Pero ninguna de aquellas personas, ni los bravos guerreros ni las enamoradas muchachas campesinas, podían imaginar que estaban despidiendo definitivamente un tipo de guerra. La salida de la invasión cambia el panorama militar de oriente por entero. Hasta aquel momento el grueso de las operaciones militares se había concentrado contra aquella provincia maldita que había llevado al país a tres guerras. El nuevo capitán general Arsenio Martínez Campos había desembarcado por Santiago de Cuba. Los transportes militares traían casi siempre como destino algún puerto de la gigantesca cabeza del caimán que conformaba el extremo oriental de la isla. Ahora el interés mayor de la metrópoli se con-centraba en el occidente. Oriente y Camagüey formarían un frente secundario. Martínez Campo marchó desesperadamente delante de la columna invasora tra-tando inútilmente de detenerla. Valeriano Weyler, el nuevo capitán general, concentraría el grueso de su esfuerzo sobre Pinar del Río, La Habana, Matanzas y Las Villas. El contro-lar esas zonas era tema primordial para poder sostener la guerra. Allí se concentraba el grueso de la producción de azúcar y tabaco. Los grandes renglones de exportación. Fueron los bocoyes y los tercios de tabaco los elementos de mayor peso que permitieron sostener las dos guerras anteriores. La invasión de 1895 con la destrucción de esa riqueza hizo bruscamente que la guerra realmente comenzara a sostenerse a 10.000 kilómetros de la metrópoli. El 68 y la Guerra Chiquita se desarrollaron en las fronteras económicas de España. La invasión desterró el ejército hispano, en el sentido económico, a sus bases en la península. 140 Luego de la salida de la columna invasora del Oriente, el plan militar hispano cambió por entero. Ahora lo esencial sería sostener las principales poblaciones del interior por medio de convoyes. Mantener en los alrededores de esas poblaciones zonas de cultivo de extensión variada según las posibilidades militares. Se realizarían operaciones en el territorio controlado por el enemigo, pero no se intentó su ocupación con pequeños desta-camentos y columnas móviles como se efectúo en el 68 y se estaba realizando en el occi-dente. Pero contra toda lógica, la emigración revolucionaria cubana envía el mayor nú-mero de expediciones hacia el departamento oriental formado por Camagüey y Oriente. Se calcula que el 65.5 % de todos los fusiles y carabinas remitidos a Cuba llegaron por Oriente y Camagüey así como el 71.4% de la artillería. Es designado jefe de ese departa-mento uno de los militares más capaces, el general Calixto García. Veterano del 68 y la Guerra Chiquita con concepciones regionales muy arraigadas. Desde que ocupa el mando en mayo de 1896 va ha realizar una intensa guerra de regional que se concentrará funda-mentalmente en la cuenca del río Cauto de donde es nativo. Tomará las poblaciones de Guimaro, Tunas y Guisa y atacará infructuosamente a Jiguaní. Ocurre un hecho excepcional en las guerras de Cuba que es el realizar sitios prolongados. Los ataques a poblaciones durante la guerra de 1868 fueron rápidas acciones casi siempre nocturnas, donde el factor esencial era la sorpresa. Esto era producto de la superioridad de fuerzas de los hispanos. Desde 1896 la situación en Oriente y Camagüey varía completamente y pequeñas guarniciones defienden poblados perdidos en el interior del territorio. Esto es aprovechado por Calixto García para sitiar varias de esas poblacio-nes, para lo que cuenta con artillería y la falta de iniciativa del enemigo que no puede o no se atreve a intentar rescatar las guarniciones sitiadas. En el departamento oriental se realizó una guerra regionalista. El mando militar del departamento perdió el sentido nacional de la contienda y se enfrasco en sus operacio-nes. Por otro lado, esto recibió pleno apoyo de la emigración que concentró el grueso de sus envíos de armas y pertrechos sobre este territorio. De esa forma la invasión al occiden-te del país que debía de poner fin al regionalismo permitió que los jefes militares del oriente desarrollaran la campaña de guerra regional más estupenda y eficaz de las tres guerras de Cuba. La guerra en el occidente Las desventajas en el occidente eran gigantescas. Gran parte de la guerra se lleva-ba a cabo en zonas llanas, principalmente Matanzas y La Habana, o muy estrechas como Pinar del Río. En general tenían buenas comunicaciones, numerosos poblados. Con una concentración de tropas tanto regulares como auxiliares nunca vista en una guerra colo-nial en América y en general en el mundo. Con una disminución sensible de la población civil luego de la reconcentración ordenada por Weyler. Además, los insurrectos reciben muy pocas expediciones. Maceo en la más terrible de sus campañas, la de Pinar del Río, tan solo recibió una expedición. 141 Todo esto favoreció los planes de Valeriano Weyler quien obtuvo importantes éxitos con su política de dislocar en el occidente del país el grueso de sus tropas y recon-centrar la población civil. Esto le permitió eliminar una parte considerable del avitualla-miento y los servicios de información mambises. Pero además, la separación de la familia era un duro golpe moral para estos campesinos insurrectos. La mayoría de los insurrectos del occidente del país eran campesinos según investigación inédita del historiador cubano Jorge Ibarra. El sufrimiento material y moral de esta masa de campesinos trasladada brus-camente de su medio son inenarrables. La mortalidad alcanzó cifras muy altas. Las muer-tes se cuentan por decenas de miles. Pero Weyler ha obtenido brillantes éxitos. Las fuerzas insurrectas se vieron dis-minuidas, en algunas unidades al mínimo. La muerte de Antonio Maceo fue el mayor trofeo que pudo mostrar el capitán general al gobierno de Madrid. Es cierto que hay mu-cho de casualidad en el hecho como que en su avance en una carga de caballería Maceo y sus hombres se encontraran una cerca de alambres que detiene la marcha y permite con-centrar el fuego hispano sobre el grupo de insurrectos que se amontonaron junto a la cerca. El valor temerario de Antonio Maceo también tiene su parte de responsabilidad. Por cos-tumbre marchaba en la extrema vanguardia incluso para acciones tan insignificantes como aquella. Pero no hay dudas que el hecho de que decenas de columnas como a la que se enfrentó Maceo marcharan constantemente por el territorio habanero, y en general del occidente del país, era producto del plan elaborado por Weyler y del gigantesco esfuerzo del estado español. Cualquier tropa insurrecta que se desplazara por estos campos tenía que entrar constantemente en combate y someterse a un desgaste muy grande de sus hom-bres. Muy difíciles de reponer en aquellas circunstancias. Esto no es producto del azar. Ahora el asunto es ver hasta qué punto Weyler logró poner en crisis la insurrec-ción. Tema muy discutido y donde en ocasiones hay más pasión que objetividad. El plan esencial de Weyler hasta su destitución en octubre de 1897 fue el de tratar de liquidar el movimiento independentista en el occidente y pasar a una recuperación económica. Esto nos sitúa ante el problema de la guerrilla. El número de irregulares siempre es asunto relativo. Mientras existan algunos grupos por muy pequeño que sean el estado tendrá que mantener poderosas fuerzas. La guerrilla puede tener más fuerza potencial que real. En este sentido en octubre de 1897 se mantenía el estado de profunda intranquilidad creada por la guerra irregular que impedía el desarrollo de la economía, por lo menos en los principales sectores. La guerra del 98 La intervención de los Estados Unidos en la guerra de 1895 cambia por entero la situación militar de los insurrectos cubanos. De buenas a primeras se encontraron comba-tiendo junto a una de las grandes potencias militares. Se dio una extraña situación que la rápida culminación de aquella contienda impide apreciar en toda su magnitud. Los insurrectos cubanos se encontraron combatiendo junto a las fuerzas estadounidenses en Santiago de Cuba en una guerra regular, mientras en el resto del país se mantenía una guerra irregular. 142 Por los demás, los nuevos aliados se encontraron con una situación militar que se repetía desde 1896. El país estaba enfrascado en una intensa guerra irregular. Esto le im-pedía al mando hispano lograr un plan de defensa para toda la isla en su conjunto. Las tropas de los Estados Unidos al desembarcar en los alrededores de Santiago de Cuba no entraron en un país enemigo sino que contaron desde los primeros momentos con el apoyo de los guerrilleros cubanos, lo que es importante en una operación de ese tipo. El papel de los insurrectos cubanos hay que verlo no solo en las operaciones de Santiago de Cuba, donde fueron importantes, sino en el conjunto de la isla. Incluso en el tiempo es necesario analizarlo como un complejo proceso que se inició en 1868 que some-tió a la metrópoli a una guerra de desgaste desproporcional a sus recursos. La guerra con los Estados Unidos logró poner fin a ese calvario del pueblo español. El sacrificio de la flota española es el ejemplo más elocuente de que la dirección del estado español fue a la guerra con ese criterio. La guerra en cierta forma fue una gran farsa militar. Pero según los mecanismos políticos de la época y en especial de España fue la solución más inteligente. Aunque el militar español, por lo menos el jefe, el oficial y el soldado, que pelea en Cuba está exento de esa gran farsa militar con que terminó el siglo XIX. Ha combatido con valor y una resistencia asombrosa. Los propios cubanos lo reconocieron así levantán-dole un monumento en la Loma de San Juan junto al soldado estadounidense y el cubano. Desde aquel día este soldadito de bronce nos ha acompañado en nuestros muchos avata-res. Nos continuará acompañando como parte ya de la historia común de la isla por la que luchó y murió con tanto valor como el mambí, como si Cuba fuera una tierra común de todos por la que se puede morir pero sobre todo vivir. NOTAS 1 Archivo Nacional de Cuba, Fondo Comisión Militar, Legajo 129, Número l0. 2 Idem. Legajo 126, Número 1. 3 José Luciano Franco. Antonio Maceo: Apuntes para una Historia de su Vida. Editorial de Ciencias Socia-les. La Habana, 1973, t. II., p. 151. 4 Raúl Izquierdo Canosa. La Reconcentración 1896-1897. Ediciones Verde Olivo, Ciudad de La Habana, 1997, p. 23. 5 Jorge Ibarra Cuesta. Herencia española, influencia estadounidense. En: Nuestra Común Historia. Cultura y Sociedad. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1995.
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Título y subtítulo | Las muchas visiones de una guerra |
Autor principal | Abreu Cardet, José Miguel |
Publicación fuente | XIII Coloquio de historia canario - americano |
Numeración | Coloquio 13 |
Tipo de documento | Congreso y conferencia |
Lugar de publicación | Las Palmas de Gran Canaria |
Editorial | Cabildo Insular de Gran Canaria |
Fecha | 1998 |
Páginas | P. 0128-0142 |
Materias | Congresos ; Historia ; Canarias ; América |
Copyright | http://biblioteca.ulpgc.es/avisomdc |
Formato digital | |
Tamaño de archivo | 119508 Bytes |
Texto | 128 LAS MUCHAS VISIONES DE UNA GUERRA José Miguel Abreu Cardet El centenario del 98 ha atraído a numerosos estudiosos a indagar en archivos y bibliotecas sobre no pocas interrogantes que todavía no tienen respuestas y a plantearse nuevas preguntas. Sin pretender llegar a aportar elementos ni criterios nuevos sobre el tema, hemos tratado de acercarnos a aspectos que pueden ayudar a comprender aquellos acontecimientos que crearon una huella profunda en varios pueblos. En nuestro análisis nos referiremos principalmente al desarrollo de las acciones militares, pero intentando valorarlo desde diferentes ángulos. Por tradición existen dos campos bien definidos en los estudios de la guerra, los que investigan lo que se conoce propiamente como historia militar y los que se refieren fundamentalmente a las cuestiones socioeconómicas. Algo así como los que indagan cómo se dispara y los que buscan el porqué se dispara el fusil. Hemos intentado encontrar una conexión entre ambos análisis para llegar a una mejor comprensión de aquel complejo y traumático proceso que fueron las guerras de Cuba. La soledad de los antillanos Desde finales del siglo XVIII hasta las postrimerías del XIX, en las Antillas se efectuaron cinco guerras de independencia que, aunque tienen características muy dife-rentes, hay aspectos comunes. Analicemos brevemente en el campo militar esas similitu-des. Nos referimos a la revolución de Haití, la guerra de Restauración de Santo Domingo y las guerras de independencia de Cuba de 1868-1878, la Guerra Chiquita [1879-1880] y la de 1895-1898. Hay un primer asunto geográfico, y es que estamos ante islas con unas dimensio-nes bien precisas. Espacios reducidos. No podremos contemplar las vastedades sudameri-canas que veía a diario Simón Bolívar en sus muchos avatares ni la humanamente infinita Norteamérica de Jorge Washington. Por lo menos, en un sentido teórico, estas ínsulas son controlables militarmente. Una buena marina puede establecer estrecha vigilancia de sus costas. Sus territorios ofrecen posibilidades de ser ocupados potencialmente con destaca-mentos, poblados fortificados, dividirlos y aislarlos con trochas y líneas militares. Las dimensiones no son muy grandes, Haití tiene unos 28.000 kilómetros cuadra-dos, Santo Domingo alrededor de 48.000. Cuba poco más de 110.000 kilómetros cuadra-dos. En el caso de Cuba, de las tres guerras dos se desarrollan en la parte oriental y central. Solo la última se extiende por todo el país. Aunque las dimensiones geográficas hay que verlas también en el aspecto práctico. Es interesante que, durante la guerra de Restaura-ción, ambos bandos afirmaban que combatían en un escenario de dimensiones bastas. En primer lugar, estamos ante una realidad técnica de las posibilidades de despla-zamientos de las fuerzas de la época. Podemos caer en la tentación de ver el asunto con 9 129 ojos de hoy. Algo así como situarnos en la torreta de un tanque y no en la grupa de un caballo. Pero es que además este tipo de guerra irregular se deciden más a nivel de pelotón que de regimiento. El asunto no es tener un amplio espacio para los movimientos de ejér-citos y divisiones, sino cómo las medias compañías o el tercio de una compañía pueden ocupar y operar sobre una sabana o un valle. La población también es escasa: Haití medio millón de habitantes, Santo Domin-go unos 150.000 y Cuba no más de millón y medio. Además, las potencias coloniales encontrarán apoyo importante en parte de la población nativa. En Haití hay tropas de negros combatiendo junto a los franceses, en Santo Domingo las Reservas Dominicanas y en Cuba las guerrillas y los voluntarios se baten con valor bajo las órdenes de los hispanos. Por otro lado, el esfuerzo de las potencias coloniales es gigantesco para tratar de dominar sus colonias. Los franceses, olvidando sus muchas guerras del continente, man-dan una flota con decenas de miles de hombres, los españoles también hacen un esfuerzo considerable en Santo Domingo y en especial en Cuba, donde diferentes fuentes dan cifras que varían pero que en total parecen que se acercan al medio millón de hombres destaca-dos en las tres guerras, quizás más para los menos conservadores. El esfuerzo del transpor-te marítimo de esas tropas todavía asombra pese a que hemos conocido Normandía y la guerra del Golfo. En general los antillanos se baten solos. Los haitianos reciben en determinado período la interesada intervención inglesa, pero son ellos los que deciden su suerte. Los dominicanos son apoyados por los haitianos y los cubanos del 68 por algunos estados latinoamericanos que incluso le hacen envíos de armas. Pero aunque son acciones merito-rias, no deciden en lo militar ni en lo diplomático. El hecho excepcional será la interven-ción de Estados Unidos en 1898. Las guerras para los antillanos fraguarán nacionalidades nuevas. En Haití hicie-ron de la masa dispersa de esclavos de diversas procedencias africanas y de negros y mulatos libres una nueva nacionalidad. En Dominicana las guerras contra Haití y la de Restauración acabarán trazando definitivamente la frontera del dominicano moderno. Cuba será el ejemplo más elocuente de esa definición. Sobre el tema se ha escrito bastante por los estudiosos del pasado cubano. Aunque todos encaminan sus pasos a la guerra de 1868 y dan por sentada la nueva nacionalidad luego de esos 10 años de guerra. El poder intelectual de la élite del 68 fue tan aplastante que dejaron establecidos criterios que los estudiosos que le precedimos hemos considerados como tesis teóricas, cuando en realidad parecen tener más dimensiones de propaganda política. Tanto durante la guerra de 1868 como posteriormente, esta élite o sus sobrevivientes repitieron con fre-cuencia el criterio de que representaban a una nación muy bien definida. Luego los orga-nizadores de la última contienda se apropiaron de este criterio y fueron al 24 de febrero en nombre de la nación cubana. En el presente damos por sentado que la nacionalidad cubana existía para todos los vecinos de la isla en 1895. Por lo tanto, el problema de la definición de la nacionalidad no va mas allá de la contienda de los 10 años. La guerra de 1895 no ha sido abordada hasta 130 el presente en sus aristas de catalizador de la nacionalidad, en especial para el occidente del país. Podríamos preguntarnos los efectos de esa contienda para los cientos de miles de esclavos que obtuvieron la libertad en 1886 o los hijos de los emigrantes españoles asen-tados en La Habana o Matanzas. Una duda nos aborda en ese sentido. Se consideraban éstos cubanos en febrero de 1895. Más bien el trazado definitivo de la frontera para los vecinos del occidente parece que se inició con la llegada de la invasión y la guerra Los motivos para ir a una guerra ...En Yara 100 hombres mal avenidos han apelado a la sedición...l Esto lo escribió el 11 de octubre de 1868 el gobernador de Puerto Príncipe. Tal parece que éste es el primer acercamiento numérico a las guerras de independencia de Cuba. A partir de esta apreciación, son muchas las cifras que se han ofrecido tanto por participantes como por estudiosos sobre el número de alzados durante las tres contiendas. Es indiscutible que hay exageraciones por ambos bandos. Los cubanos tratando de demos-trar que recibían un apoyo mayoritario, los españoles intentando justificar sus derrotas. Pero mentiras aparte no hay duda de que un segmento importante de la población de la isla participó de una u otra forma en las tres contiendas. Estamos en el deber de preguntarnos qué llevó a estos hombres y mujeres a sentar plaza en las filas de la insurrección. La respuesta es muy compleja si tenemos en cuenta que en ellas participaron desde José Martí, uno de los hombres más geniales de América, o Francisco Alcántara, arriero de Palo Picado en la jurisdicción de Santiago de Cuba.2 Para el grupo intelectual abierto a las muchas corrientes de la época, nos es más comprensible la decisión del alzamiento, pero que pudo llevar a la gran masa de campesinos y terrate-nientes, analfabetos la mayoría de ellos, a levantarse en armas contra España. Lógicamen-te que en un sentido muy general podemos considerar que eran las contradicciones insolu-bles de la nueva nacionalidad con el vetusto sistema colonial español. Pero el asunto más difícil es cómo se concretaron estas ideas que llevaron a Francisco Alcántara a abandonar sus mulas cargadas de café por el campamento mambí. Casi siempre los hilos de esa trama se buscan en las logias masónicas que sirvie-ron de pretexto para los trajines de los conspiradores del 68, el Comité Revolucionario Cubano de 1879 o el Partido Revolucionario Cubano y la labor gigantesca de Martí en la década de los 90. Esto explica una buena parte del asunto. Nos lleva al impulso organiza-dor y unificador sin el que nada hubiera sido posible. Pero cómo penetrar en el bohío del guajiro desconfiado o en la casa del habilidoso terrateniente. Quién los convence para que dejen el sitio de labranza o la hacienda de crianza con la mujer noble en la que germina ya el próximo hijo. Tienen que existir elementos muy cercanos a su sensibilidad para llevar-los a dar un paso tan trascendental. El caudillo del barrio y el regionalismo nos pueden dar muchas respuestas sobre las motivaciones para el alzamiento. Los alzamientos y el desarrollo de las guerras de Cuba no se pueden explicar sin tener en cuenta el caudillo de barrio y el regionalismo. La historiografía tradicional cuba-na ha considerado a ambos fenómenos como el causante del fracaso de la guerra de 1868 y que puso en peligro en más de una ocasión la de 1895. Siguiendo estos criterios se han 131 estudiado los muchos estallidos regionalistas y las indisciplinas de los caudillos. Es inte-resante que al mismo tiempo los alzamientos en el 68, la Guerra Chiquita y el 95 han seguido una geografía de regionalismo y caudillos. Los levantamientos se producen y consolidan casi siempre donde ambos fenómenos crecen con fuerzas. Donde no existen éstos muchas veces era necesario imponer la guerra a sangre y fuego Regionalismo y caudillismo responden a determinados desarrollos socioeconómicos. Están casi ausentes de las zonas de la isla de gran auge de la economía de plantación, donde predominan los terratenientes absentistas, hay grandes masas de es-clavos y la emigración hispana es numerosa. Sin embargo, en la zona donde existen toda-vía determinadas relaciones patriarcales y hay un predominio de terratenientes medios y campesinos crece con fuerza. El regionalismo en Cuba y en especial en el Oriente del país conforman toda una serie de lazos que unen muy estrechamente a los vecinos de la comarca. La familia criolla tiene un peso en esas relaciones. Hasta ahora poco estudiada, la familia no se ha analizado en todas sus dimensiones y mucho menos sus influencias reales. Estudios parciales nos muestran un extraño predominio entre los integrantes de compañías insurrectas, la mayo-ría vecinos de unos barrios diminutos, de uno o dos apellidos, lo que nos alerta ante la posibilidad, casi cierta, del parentesco que tiende a marcar definiciones políticas. De todas formas, hemos trabajado fundamentalmente con el primero y segundo apellido, olvidando el tercero y cuarto, es decir, el segundo apellido de los padres que en un medio campesino del siglo XIX cubano parecen decir algo relativamente importante. No podemos tampoco engañarnos con la influencia real que tuvieron en las sitierías, por lo menos en los momentos iniciales de la guerra de 1868, esos grandes caudi-llos de las guerras de independencia cuyas figuras se levantan en blanco mármol en los principales parques de las ciudades cubanas y sus nombres aparecen en los libros de tex-tos. Casi siempre la mayoría de los estudios realizados hasta el presente se detienen en el umbral de la mansión de esos personajes. Sin embargo, leyendo con cuidado las declara-ciones de los detenidos por las autoridades militares en los primeros meses de la guerra de 1868, nos encontramos que una buena parte de ellos tan solo conocen al caudillo del barrio y no al de la jurisdicción. Tampoco deja de ser significativo que en varias jurisdic-ciones orientales durante largos períodos fueron dirigidas por generales extranjeros que estaban al servicio de la independencia. El mando de éstos transcurrió sin grandes proble-mas. De los estudios realizados con las compañías y batallones insurrectos, una buena parte de sus integrantes son vecinos de un barrio o de barrios cercanos de donde residen los oficiales y clases. Todo esto nos está revelando una extraña conexión de los insurrectos con su caudillo local. Lo que en ocasiones nos acerca al criterio que lo que le interesa a este hombre es lo que acontecía en su barrio más que en la jurisdicción. El jefe de la división podía ser cubano o extranjero, eso en ocasiones parecía secundario. Lo más im-portante era respetar determinadas normas de conductas de los soldados de filas. El barrio crea una protección común. Fue una forma de defensa contra piratas, corsarios, cobradores de impuestos y desgracias naturales y familiares. Huérfanos y viu-das, arruinados y enfermos encontraron siempre alguna solidaridad en los vecinos. 132 El caudillo del barrio tiene características muy interesantes, pero además va a sufrir una evolución durante el desarrollo de la contienda. Si analizamos el caudillo que se alzó en octubre de 1868, nos encontramos que lejos de lo planteado en algunos textos tradicionales no tiene que ser natural del lugar ni miembro de una familia de rancia estir-pe. Lo importante no es la naturaleza sino más bien la vecindad. En ocasiones puede ser extranjero, principalmente español. No siempre es una persona vinculada a ideas revolu-cionarias contra el régimen y que la rebeldía le ha ganado prestigio. No pocas veces forma parte del aparato estatal: Capitán o teniente pedáneo, juez de paz, oficial de voluntarios, miembro del cabildo. Algunos profesionales podemos considerarlo como caudillos de barrios como maestros, farmacéuticos, abogados... Aunque una buena parte son terrate-nientes y campesinos. Si embargo, existen figuras que tienen unas dimensiones que pueden abarcar la jurisdicción e incluso más allá. Por ejemplo como Carlos Manuel de Céspedes o Francisco Vicente Aguilera. En este caso el origen parece importar más. No podemos olvidar que estamos en sociedades donde las comunicaciones son en extremo lentas. En el barrio exis-ten hilos conductores muchos más rápidos que ponen a la vista de todos las cualidades y defectos del recién llegado o del vecino de arraigo antiguo. Para crear esta imagen a nivel de jurisdicción se necesita más tiempo, y la garantía de esto puede estar dada por la familia más que por la persona. El miembro de una antigua familia puede llegar al vecino recón-dito más que por su imagen por las relaciones de sus antepasados con esa comarca. Pero de todas formas hay más preguntas que respuestas sobre el caudillismo. En la guerra del 95 se va a agregar a este caudillo el prestigio militar ganado en la guerra de 1868 o en la Guerra Chiquita. Esto va hacer determinante en muchos casos. Tal hecho permite que gente de procedencia muy humilde y no pocos negros y mulatos se encuentren entre los caudillos. Existe una memoria de luchas militares. Gente de la más diversa procedencia puede estar vinculada a él y haberse ganado un prestigio. Lógicamente que nada de lo que ocurría en estas zonas podía escapar al regiona-lismo y al caudillismo. Desde la decisión de alzarse contra España hasta la sedición para destituir un jefe militar o un presidente de la República de Cuba en Armas. Sin embargo, el caudillismo y el regionalismo han sido considerados por la historiografía tradicional como desmoralizante, y responsables de muchos reveses. Se ha puesto como ejemplo por la historiografía cubana de los nefastos resultados del caudillismo y el regionalismo el año 1877. Según esa visión, producto de las numerosas indisciplinas y la desmoralización por el regionalismo y el caudillismo, la moral combativa se desplomó en casi todas las regio-nes. Sin embargo no deja de ser significativo que de 12.329 bajas causadas en combate a las fuerzas españolas por los mambises entre el 1 de noviembre de 1868 el 1 de enero de 1878, un total de 7.396 murieron entre marzo y diciembre de 1877. Es decir, el 59.9%. El caudillismo y el regionalismo más que desmoralizar al soldado, para el que tales fenómenos eran comunes, tendían a perder las dimensiones de la guerra y lo limita-ban a la comarca con todo lo nefasto que podía resultar esto. En este sentido sí podía afectar el desarrollo de la guerra. Pero no en el sentido en que tradicionalmente se ha tratado, considerándolo de que por sí es desmoralizador. 133 El combate Con las víctimas de estas guerras, tanto civiles como militares, se podría hacer un puente entre América y Europa, sin embargo, es interesante que, pese al gigantesco esfuer-zo militar, el combate, la batalla poco o nada decide. No hay un Ayacucho. El papel de la batalla como elemento resolutivo de una contienda se pone en duda, si estudiamos con cuidado estas guerras. La acción militar lo que hace es prolongar la contienda. Incluso en ocasiones ni siquiera eso pues no pocas veces durante largos períodos se mantienen los ejércitos operando sin combatir siquiera. Otro aspecto interesante es el papel de las enfermedades. No es nada nuevo que una buena parte de los fallecidos en las contiendas es producto de bacterias y no de balas o sablazos. Incluso pese a los adelantos de la asistencia médica en la primera y la segunda guerra mundial, el por ciento de fallecidos por enfermedades es alto. Pero en las guerras antillanas ese por ciento de fallecidos por enfermedades es resolutivo. En ocasiones parece que los ejércitos luchan contra microbios y toxinas más que contra hombres. De un total de 145.884 fallecidos en la guerra de Cuba entre el 1 de noviembre de 1868 y el 1 de enero de 1878, unos 12.329 lo fueron en combate, el resto 133.555, de enfermedades. Pero realmente las enfermedades son un simple producto de la resistencia. Éste es el factor determinante en estas contiendas. Al prolongarse la resisten-cia y con ello el tiempo de guerra, las enfermedades, asunto individual, deviene en proble-ma colectivo e imposible de poner remedio, si no es con el fin de la guerra. Todo esto nos sitúa ante una nueva valoración del combate. A qué podríamos llamar acción militar en cualquiera de estas guerras. Al ataque y toma del poblado de Tunas en el Oriente de Cuba por las tropas de Calixto García en agosto de 1897 o a la acción librada por un destacamento del tercio de voluntarios vascongados en el Jíbaro en Santi Espíritu, Las Villas, en enero de 1870. Los vascos encontraron al borde de un cami-no a un grupo de insurrectos quienes le hicieron un disparo y emprendieron la huida rápi-damente bajo el fuego peninsular. Sobre el campo de combate los exploradores hispanos encontraron el cadáver de un insurrecto, dos caballos y una carabina. El enemigo fue desesperadamente perseguido por el monte hasta que la vegetación hizo humanamente imposible continuar avanzando. Se pudo comprobar que los mambises se dispersaron com-pletamente. Cada uno escapó por su rumbo. Tanto el general cubano Calixto García como el oficial hispano jefe de las fuer-zas del Jíbaro escribieron sendos partes militares describiendo sus victorias. En ambos casos estamos ante dos victorias indiscutibles. Calixto capturó una de las plazas más im-portantes del oriente del país. Mientras, aquel desconocido oficial del tercio de volunta-rios vascongados dispersó a una fuerza enemiga a los primeros disparos. Lo que no se podía imaginar Calixto García es que con su brillante victoria humi-llaba al orgulloso León hispano, pero libraba al estado peninsular de mantener una guarni-ción en el centro del oriente, abastecido por convoyes de carretas, que debían de ser prote-gidas por columnas que bajo el ardiente sol o la lluvia avanzaban lentamente por las saba- 134 nas tuneras dejando a su paso una larga aritmética de tumbas de soldados que morían de diarreas, vómitos o fiebres. Mientras, el valiente teniente vasco tampoco podía imaginarse que la dispersa tropa insurrecta, no muy lejos de donde él y sus hombres levantaron un improvisado vivac para el rancho del medio día, se volvía a reunir siguiendo intransitables trillos, extrañas contraseñas tan solo alcanzable a los iniciados en los misterios mambises y continuaba su marcha por las selvas villareñas obligando al estado español a mantener sobre las armas cientos de destacamento, como aquél que había obtenido tan brillante victoria, sustituyen-do a los muchos enfermos con gente nueva que también irían enfermando para prolongar-se en inalcanzable círculo de muerte. Todo esto provocado por media docena de partidas que en esos días de enero de 1870, más que combatir huían por la jurisdicción de Sancti Spíritu. Gente que vivían de derrota en derrota, de dispersión en dispersión. Que eran derrotas muy reales y militares y que en nada disminuyen los méritos y valores de nuestro teniente vasco; pero victorias españolas que prolongaban la guerra de día en día, de año en año La formación de las fuerzas libertadoras En la guerra de los 10 años las fuerzas revolucionarias alcanzaron entre octubre de 1868 y febrero de 1869 el máximo esplendor numérico. Miles de hombres se incorpo-raron a sus filas en Oriente, Camagüey y Las Villas. A partir de allí su número irá disminu-yendo. En ocasiones bruscamente como ocurrió durante la gran ofensiva española en Oriente y Camagüey hasta 1870. En Las Villas los reveses desde los primeros momentos comien-zan rápidamente la disminución de esas tropas. Las bajas en combate son en parte respon-sable de ese decrecimiento brusco, pero en especial son las deserciones. Una parte de los insurrectos apostaron a un corto tiempo de guerra. Para muchos el... lechón... de la noche buena de 1868 se asaría en una tierra libre. Pero la obstinación hispana puso fin a esas aspiraciones. La contienda se extendía de día en día, mes en mes, año en año. Ese grupo, que aspira a una solución rápida, comenzó a rendirse. Se les cono-ció como los presentados. Pero un núcleo aceptó el reto de una guerra prolongada. No será hasta 1873 que se inicia un lento proceso de recuperación de las fuerzas independentistas que no dura más allá de 1875. En este período los insurrectos obtienen una serie de victo-rias importantes y realizan la invasión a Las Villas de donde habían sido desalojado el grueso de sus tropas. En los asaltos a poblados y ciudad se producen incorporaciones. Pero siempre la tendencia será de un mayor número de bajas que altas. Esto puso al independentista ante la posibilidad de que sus tropas desaparecieran con el trascurrir de los años por la elemental suma de bajas y altas. Sin embargo, hay un elemento importante para comprender esa realidad y era el papel del combate del que ya hemos hecho referencia. Combatir era asunto secundario. Mientras existiera la pequeña partida por los bosques, España debía de mantener toda su estructura militar como si tuviera que hacer frente a todo un ejército. Incluso la simple amenaza de esa posibilidad, sin la existencia de partidas insurrectas, crea una obligación gigantesca del mando hispano. 135 Baracoa es un ejemplo elocuente de ello. Situada en el extremo oriental de la isla no es hasta finales de 1876 que llegan allí los insurrectos de una forma permanente. Pero varios batallones españoles desparecen en estas montañas y costas donde se mantienen en perenne vigilia desde el estallido de octubre de 1868. Estamos ante lo que hemos llamado la ausencia-presente del mambí y un colega hispano llama la acción-inacción. Esto es un aspecto esencial para poder analizar la cantidad de hombres que integraron las fuerzas libertadoras y sus posibilidades militares. Incluso la relación numérica entre el ejército regular y el irregular es relativa. Poco importa que haya una relación de 1 a 10 o de 1 a 20 a favor del ejército regular si no se pueden tomar todas las medidas, no solo militares sino también políticas, económicas, etc., para que los guerrilleros pierdan su base de apoyo materiales y espirituales. Durante la Guerra Chiquita no se llegó a constituir una estructura central. Ni siquiera regimientos ni divisiones. En cierta forma no existe un ejército como tal. Pero no por eso se ha dejado de combatir. Las pequeñas partidas dispersas en los bosques se en-frentan a las fuerzas coloniales. Esta contienda demostró las virtudes y defectos de las partidas mambisas. La partida independiente podía iniciar una guerra y mantenerla duran-te algún tiempo. Pero si no respondía o no estaba enlazada con una determinada estructura central, en especial en lo político, podía irse disolviendo y perdiendo perspectiva de la victoria como ocurrió durante la Guerra Chiquita. Las fuerzas libertadoras en 1895 tienen otras características en su formación. Un diarista mambí del 95 comparaba la formación del ejército independentista con una gigan-tesca ola de mar que avanza lentamente y todo lo inunda a su paso. En la parte oriental de la isla las tropas revolucionarias se irán incrementando paulatinamente a todo lo largo de la guerra luego del gran salto espectacular de los primeros dos meses de la contienda. Mes por mes se producen incorporaciones. En el departamento Oriental, donde los insurrectos dominan el campo, se producen periódicos reclutamientos según las necesidades. Durante la guerra de 1895 el Ejército Libertador Cubano se irá incrementando, en especial en la parte oriental durante toda la guerra. Pero en el occidente ocurre un fenómeno contrario. De las incorporaciones iniciales al paso de la invasión se produce una disminución en varias de sus unidades durante el mando de Valeriano Weyler. El espíritu del Imperio Una vez producido el alzamiento de 1895 y el desembarco de los principales líderes: la labor primordial de las fuerzas revolucionarias fue extender la guerra por toda la provincia de Oriente y al mismo tiempo organizar éstas. Antonio Maceo realizó rápidas incursiones por territorios donde la revolución había estallado con timidez como Sagua de Tánamo, Mayarí, Tunas y Holguín entre otros. En general hubo una respuesta positiva de los cubanos al llamado insurrecto. Los emigrantes hispanos no ofrecieron la enconada resistencia del 68. Antonio Maceo expresaba en una carta en agosto de 1895. 136 ....Hace tres días estoy recorriendo las inmediaciones de Santiago de Cuba y toda su jurisdicción, visitando a los vecinos y poblados que nos reciben con marcadas demostraciones de contento sin que se noten las señales de traición de cubanos y españoles como acontecía en otros tiempos... Lo que más me llama la atención es ver cómo el elemento español nos ayuda eficazmente con sus confidencias y recursos...3 El capitán general Arsenio Martínez Campos se refería el 25 de julio de 1895 a que ...ya son pocos en el interior los que quieren ser Voluntarios.4 Esto representa una diferencia sustancial entre la guerra de 1868 y la de 1895. En la anterior la inmensa mayoría de los emigrados españoles actuaron como si la insurrec-ción hubiera sido una ofensa personal. Esto era producto de las excepcionales circunstan-cias en que se produjo la guerra de 1868. Eran años de la culminación de un renacer del espíritu del imperio. Se habían producido las expediciones de Indochina, México, la gue-rra de Restauración y la del Pacífico. Este espíritu de renacer del imperio había calado en parte de la sociedad. En cierta forma era popular como diríamos hoy. Ese espíritu del imperio se reflejó en Cuba en una enconada lucha a muerte con-tra la insurrección. El ejemplo más elocuente fue la ejecución de 8 estudiantes de medici-na en La Habana en 1871. El hecho siempre ha sido visto desde el ángulo de los inocentes jóvenes inmolados. Es difícil situarse junto al pelotón de fusilamiento. Pero si logramos acercarnos a la turba cruel nos encontraremos aquel espíritu de un patriotismo fanático, tan fanático como las ideas que movían a la insurrección. En cierta forma no sería desacer-tado considerar que en Cuba se produjeron simultáneamente dos revoluciones, la independentista y la de los emigrados españoles durante la guerra de 1868. La primera acabó fundando una nación, la segunda cárceles y patíbulos. Pero no por ello deja de ser comprensible el sentir de aquellos emigrados. La guerra de los 10 años con sus cientos de miles de muertos, la destrucción de riquezas y su larga duración aniquiló por siempre aquel espíritu. En 1873, cuando Calixto García con sus tropas invade la comarca de Gibara donde había una poderosa emigración hispana, se encuentra una resistencia feroz simbolizada en un grupo de comerciante que se encierran en su casatienda y prefieren morir quemados antes que rendirse. En agosto de 1896 Calixto García de nuevo invade a Gibara. Los soldados españoles se baten con valor. Una docena de ellos durante dos horas se enfrentan a casi un millar de insurrectos armados con artillería. Pero ya no hay ese espíritu de inmolarse. Esos mismos soldados, cuando ven que no tienen posibilidades de resistir, abandonan tranquilamente sus posiciones y esca-pan a otro fuerte. Los vecinos, terribles voluntarios y guerrilleros del 68, huyen ante la avalancha insurrecta. Si en el 68 la ejecución de un patriota estaba rodeada de una sangrienta fiesta, en el 95 tan solo la rodea la curiosidad morbosa que conlleva ese tipo de acto. Esto obliga a las autoridades a prohibir la entrada de personas ajenas al reo hasta la galera de los conde-nados a la última pena en la fortaleza de la Cabaña, en La Habana, por un decreto publica- 137 do en el diario del ejército. Los curiosos quieren ver a los desgraciados reos aunque en ningún caso tratan de burlarse o de expresarles su odio. La represión existe tanto en el 68 como en el 95; incluso es más despiadada y generalizada en esta última guerra, recordemos la reconcentración de Weyler. Pero en el 95 es más técnica, es más cuestión del estado que asunto personal de cada emigrante. El historiador cubano Jorge Ibarra expresa un criterio interesante sobre la actitud de una parte de la emigración durante la guerra de 1895: ...A diferencia de la burguesía comercial e industrial española, la clase media de esa procedencia no había formado parte de las élites coloniales, ni se había iden-tificado de una manera fervorosa e incondicional, con el poder colonial durante la última gesta independentista cubana.5 Claro que esto no significa que el español de Cuba no defienda a la metrópoli, que se produzcan manifestaciones de extremistas como las de 1898 en La Habana o defen-sas desesperadas como la de la Palma en Pinar del Río, pequeño poblado defendido heroicamente donde los emigrantes desempeñaron un papel fundamental. Pero en esencia la situación ha variado. Ya no existe como asunto generalizado aquel espíritu del 68 entre los emigrantes. Éste es un factor que favorece el desarrollo del movimiento revolucionario. La invasión al occidente de la isla Las fuerzas revolucionarias de nuevo en febrero de 1895 han sorprendido a los españoles que no cuentan con suficientes hombres para reprimirlas con toda la efectividad que requiere un movimiento popular. Esto es completamente lógico y no es tanto resulta-do de la indolencia de la metrópoli que realmente existió. Una colonia es ante todo un gran negocio en el que se invierten determinados recursos para obtener ganancias. Las fuerzas represivas forman parte de esos recursos y bajo ningún concepto, a menos que existan otros tipos de motivaciones o causas, pueden provocar gastos muy por encima de las ganancias. Es lógico que se mantenga grupos reducidos de tropas. La fuerza militar de la metrópoli radica en su capacidad de responder a un movimiento sedicioso de sus colonias con el traslado de tropas y medios bélicos lo más rápido posible. En este sentido el estado español en las tres guerras actúo con la misma rapidez con que lo hicieron los ingleses contra la sublevación de los cipayos o los franceses contra la indochina de Ho Chi Min. Los insurrectos hasta principios de abril en general no toman medidas ofensivas, sino que se dedican a fortalecer la sublevación en sus comarcas. Fue un alzamiento de jefes regionales. Hay muy poca relación entre los sublevados en el sur de oriente y en el norte. La unidad llegará desde el exterior con Máximo Gómez, Antonio Maceo y José Martí. Esta situación varió completamente con la llegada de estos líderes. Máximo Gómez invade Camagüey donde prácticamente no se han producido alzamientos. Mientras Anto-nio Maceo realiza una rápida incursión por los territorios orientales donde la sublevación no se ha producido o se realizó de una forma tenue. 138 En poco tiempo el naciente Ejército Libertador se incrementa considerablemen-te. Miles de hombres lo integran. Pero no todo es unidad y subordinación. En el sur, San-tiago de Cuba y Guantánamo y en el norte Holguín, Tunas, Gibara, Mayarí, Sagua de Tánamo; Antonio Maceo no tiene serias dificultades en la subordinación de las fuerzas insurrectas. Desde la guerra anterior el general Antonio había dirigido a las tropas de Santiago de Cuba, Guantánamo y Mayarí y tenía influencia en Holguín. Pese a que era negro y aquella una zona principalmente de blancos. Quizás en esto influyera que por las estructuras militares de la primera guerra había combatido con frecuencia en Holguín con bastante éxito. Además los grandes líderes de esa región bien habían muerto en la guerra de 1868 o estaban en el exilio y no habían podido llegar todavía. Pero en Manzanillo, Bayamo y Jiguaní el asunto era muy diferente. En esta re-gión Maceo no tenía influencia importante. La mayoría de los jefes locales seguían a un veterano de la guerra de 1868, Bartolomé Masó. Mientras el asunto fue de combatir en su región, cerca del sitio de labranza y del barrio, no existieron problemas mayores. Pero lo más difícil vino cuando se planteó la necesidad urgente de llevar las fuerzas libertadoras al occidente. A Antonio Maceo no le fue muy difícil convencer a los soldados de Guantánamo y Santiago de Cuba que integraron el grueso de las tropas invasoras. La mayoría de ellos eran negros y mulatos descendientes de esclavos o esclavos libres por el pacto del Zanjón o por la abolición de esa infame institución. En ellos no se había creado el arraigo regiona-lista de los campesinos blancos. La nación y la independencia estaban vinculados más a otros conceptos, como por ejemplo conseguir plenos derechos, que a la pertenencia a una u otra comarca. El regionalismo, no podemos olvidarlo, estaba muy vinculado a los cam-pesinos blancos. En Holguín, dirigido por líderes muy vinculados a Maceo de la guerra de 1868 también logro conseguir un contingente de cierta importancia. Pero Bartolomé Masó, apoyado por sus oficiales, se negó por entero a secundar lo que parecía algo completamente descabellado y que siempre había fracasado en el 68. La invasión afectaba a la masa de campesinos y terratenientes que integraban sus fuerzas para los que la independencia se iniciaba en el batey y la sitiería. Si los del occidente del país querían patria libre, pues que la conquistaran a machetazo como venían haciendo ellos desde muchos años, parecían razonar estos hombres. Pese a los llamados de Maceo y luego a la orden de destituir e incluso detener a Masó nada se pudo lograr. Ni un solo bayamés, manzanillero y jiguanicero integraron la columna invasora. Por lo menos en el sentido de formar parte de un contingente de fuerzas de esas regiones El bravo general tuvo que conformarse con el contingente de sus fieles santiagueros y guantanameros y los holguineros convencidos por sus jefes locales de la necesidad de llevar a cabo la invasión. Durante la marcha de esa fuerza se produjeron importantes de-serciones pero no lo suficientemente numerosas para afectar sensiblemente tan arriesgada empresa. Es interesante que todos los intentos de invadir el occidente del país o sublevarlo durante la guerra de 1868 fracasaron. El análisis de esos reveses casi siempre se han cen-trado en los muchos problemas internos de las fuerzas libertadoras o en aspectos militares. 139 Pero creemos que merecen una segunda lectura. El asunto militar no ha variado mucho del 68 al 95. Incluso continúa existiendo el regionalismo al que se le considera como el prin-cipal culpable del fracaso de la invasión al occidente del país organizada durante la guerra de 1868. Pero lo que sí ha cambiado es la sociedad de la parte del occidente de la isla. El fin de la esclavitud trajo cambios muy importantes en la región. Apareció con mucha fuerza demográfica el colono. Y los grandes hacendados perdieron fuerza. Estos y otros factores que escapan de los objetivos de esta ponencia permiten que la sociedad del occi-dente del país asimile la guerra en 1895. Los antiguos esclavos, hoy peones, campesinos, artesanos ya no son la masa castrada por el barracón. También los colonos, pequeños y medios, tienen un papel político de relieve. Los grandes hacendados esclavistas del 68 ya no existen. Es cierto que la burguesía azucarera occidental no tiene interés en que la guerra llegue a sus plantaciones pero no cuenta con las fuerzas ni la influencia que en 1868. La invasión de 1895 fue producto de la capacidad militar de los insurrectos y en especial de Maceo y Máximo Gómez pero es también resultado de las grandes transforma-ciones ocurridas en la sociedad cubana en aquellos momentos. La guerra en Oriente El 31 de octubre de 1895 en Mala Noche, una prefectura mambisa, los holguineros, despidieron a la columna invasora con un emotivo baile. Las muchachas prendían de las camisas de sus novios imágenes de la virgen de la Caridad del Cobre y de santos en un intento, para que los protegieran de las balas españolas. Desgraciadamente el poder de esos nobles santos y vírgenes tenía limites. Un alto porciento de ellos jamás regresarían. Pero ninguna de aquellas personas, ni los bravos guerreros ni las enamoradas muchachas campesinas, podían imaginar que estaban despidiendo definitivamente un tipo de guerra. La salida de la invasión cambia el panorama militar de oriente por entero. Hasta aquel momento el grueso de las operaciones militares se había concentrado contra aquella provincia maldita que había llevado al país a tres guerras. El nuevo capitán general Arsenio Martínez Campos había desembarcado por Santiago de Cuba. Los transportes militares traían casi siempre como destino algún puerto de la gigantesca cabeza del caimán que conformaba el extremo oriental de la isla. Ahora el interés mayor de la metrópoli se con-centraba en el occidente. Oriente y Camagüey formarían un frente secundario. Martínez Campo marchó desesperadamente delante de la columna invasora tra-tando inútilmente de detenerla. Valeriano Weyler, el nuevo capitán general, concentraría el grueso de su esfuerzo sobre Pinar del Río, La Habana, Matanzas y Las Villas. El contro-lar esas zonas era tema primordial para poder sostener la guerra. Allí se concentraba el grueso de la producción de azúcar y tabaco. Los grandes renglones de exportación. Fueron los bocoyes y los tercios de tabaco los elementos de mayor peso que permitieron sostener las dos guerras anteriores. La invasión de 1895 con la destrucción de esa riqueza hizo bruscamente que la guerra realmente comenzara a sostenerse a 10.000 kilómetros de la metrópoli. El 68 y la Guerra Chiquita se desarrollaron en las fronteras económicas de España. La invasión desterró el ejército hispano, en el sentido económico, a sus bases en la península. 140 Luego de la salida de la columna invasora del Oriente, el plan militar hispano cambió por entero. Ahora lo esencial sería sostener las principales poblaciones del interior por medio de convoyes. Mantener en los alrededores de esas poblaciones zonas de cultivo de extensión variada según las posibilidades militares. Se realizarían operaciones en el territorio controlado por el enemigo, pero no se intentó su ocupación con pequeños desta-camentos y columnas móviles como se efectúo en el 68 y se estaba realizando en el occi-dente. Pero contra toda lógica, la emigración revolucionaria cubana envía el mayor nú-mero de expediciones hacia el departamento oriental formado por Camagüey y Oriente. Se calcula que el 65.5 % de todos los fusiles y carabinas remitidos a Cuba llegaron por Oriente y Camagüey así como el 71.4% de la artillería. Es designado jefe de ese departa-mento uno de los militares más capaces, el general Calixto García. Veterano del 68 y la Guerra Chiquita con concepciones regionales muy arraigadas. Desde que ocupa el mando en mayo de 1896 va ha realizar una intensa guerra de regional que se concentrará funda-mentalmente en la cuenca del río Cauto de donde es nativo. Tomará las poblaciones de Guimaro, Tunas y Guisa y atacará infructuosamente a Jiguaní. Ocurre un hecho excepcional en las guerras de Cuba que es el realizar sitios prolongados. Los ataques a poblaciones durante la guerra de 1868 fueron rápidas acciones casi siempre nocturnas, donde el factor esencial era la sorpresa. Esto era producto de la superioridad de fuerzas de los hispanos. Desde 1896 la situación en Oriente y Camagüey varía completamente y pequeñas guarniciones defienden poblados perdidos en el interior del territorio. Esto es aprovechado por Calixto García para sitiar varias de esas poblacio-nes, para lo que cuenta con artillería y la falta de iniciativa del enemigo que no puede o no se atreve a intentar rescatar las guarniciones sitiadas. En el departamento oriental se realizó una guerra regionalista. El mando militar del departamento perdió el sentido nacional de la contienda y se enfrasco en sus operacio-nes. Por otro lado, esto recibió pleno apoyo de la emigración que concentró el grueso de sus envíos de armas y pertrechos sobre este territorio. De esa forma la invasión al occiden-te del país que debía de poner fin al regionalismo permitió que los jefes militares del oriente desarrollaran la campaña de guerra regional más estupenda y eficaz de las tres guerras de Cuba. La guerra en el occidente Las desventajas en el occidente eran gigantescas. Gran parte de la guerra se lleva-ba a cabo en zonas llanas, principalmente Matanzas y La Habana, o muy estrechas como Pinar del Río. En general tenían buenas comunicaciones, numerosos poblados. Con una concentración de tropas tanto regulares como auxiliares nunca vista en una guerra colo-nial en América y en general en el mundo. Con una disminución sensible de la población civil luego de la reconcentración ordenada por Weyler. Además, los insurrectos reciben muy pocas expediciones. Maceo en la más terrible de sus campañas, la de Pinar del Río, tan solo recibió una expedición. 141 Todo esto favoreció los planes de Valeriano Weyler quien obtuvo importantes éxitos con su política de dislocar en el occidente del país el grueso de sus tropas y recon-centrar la población civil. Esto le permitió eliminar una parte considerable del avitualla-miento y los servicios de información mambises. Pero además, la separación de la familia era un duro golpe moral para estos campesinos insurrectos. La mayoría de los insurrectos del occidente del país eran campesinos según investigación inédita del historiador cubano Jorge Ibarra. El sufrimiento material y moral de esta masa de campesinos trasladada brus-camente de su medio son inenarrables. La mortalidad alcanzó cifras muy altas. Las muer-tes se cuentan por decenas de miles. Pero Weyler ha obtenido brillantes éxitos. Las fuerzas insurrectas se vieron dis-minuidas, en algunas unidades al mínimo. La muerte de Antonio Maceo fue el mayor trofeo que pudo mostrar el capitán general al gobierno de Madrid. Es cierto que hay mu-cho de casualidad en el hecho como que en su avance en una carga de caballería Maceo y sus hombres se encontraran una cerca de alambres que detiene la marcha y permite con-centrar el fuego hispano sobre el grupo de insurrectos que se amontonaron junto a la cerca. El valor temerario de Antonio Maceo también tiene su parte de responsabilidad. Por cos-tumbre marchaba en la extrema vanguardia incluso para acciones tan insignificantes como aquella. Pero no hay dudas que el hecho de que decenas de columnas como a la que se enfrentó Maceo marcharan constantemente por el territorio habanero, y en general del occidente del país, era producto del plan elaborado por Weyler y del gigantesco esfuerzo del estado español. Cualquier tropa insurrecta que se desplazara por estos campos tenía que entrar constantemente en combate y someterse a un desgaste muy grande de sus hom-bres. Muy difíciles de reponer en aquellas circunstancias. Esto no es producto del azar. Ahora el asunto es ver hasta qué punto Weyler logró poner en crisis la insurrec-ción. Tema muy discutido y donde en ocasiones hay más pasión que objetividad. El plan esencial de Weyler hasta su destitución en octubre de 1897 fue el de tratar de liquidar el movimiento independentista en el occidente y pasar a una recuperación económica. Esto nos sitúa ante el problema de la guerrilla. El número de irregulares siempre es asunto relativo. Mientras existan algunos grupos por muy pequeño que sean el estado tendrá que mantener poderosas fuerzas. La guerrilla puede tener más fuerza potencial que real. En este sentido en octubre de 1897 se mantenía el estado de profunda intranquilidad creada por la guerra irregular que impedía el desarrollo de la economía, por lo menos en los principales sectores. La guerra del 98 La intervención de los Estados Unidos en la guerra de 1895 cambia por entero la situación militar de los insurrectos cubanos. De buenas a primeras se encontraron comba-tiendo junto a una de las grandes potencias militares. Se dio una extraña situación que la rápida culminación de aquella contienda impide apreciar en toda su magnitud. Los insurrectos cubanos se encontraron combatiendo junto a las fuerzas estadounidenses en Santiago de Cuba en una guerra regular, mientras en el resto del país se mantenía una guerra irregular. 142 Por los demás, los nuevos aliados se encontraron con una situación militar que se repetía desde 1896. El país estaba enfrascado en una intensa guerra irregular. Esto le im-pedía al mando hispano lograr un plan de defensa para toda la isla en su conjunto. Las tropas de los Estados Unidos al desembarcar en los alrededores de Santiago de Cuba no entraron en un país enemigo sino que contaron desde los primeros momentos con el apoyo de los guerrilleros cubanos, lo que es importante en una operación de ese tipo. El papel de los insurrectos cubanos hay que verlo no solo en las operaciones de Santiago de Cuba, donde fueron importantes, sino en el conjunto de la isla. Incluso en el tiempo es necesario analizarlo como un complejo proceso que se inició en 1868 que some-tió a la metrópoli a una guerra de desgaste desproporcional a sus recursos. La guerra con los Estados Unidos logró poner fin a ese calvario del pueblo español. El sacrificio de la flota española es el ejemplo más elocuente de que la dirección del estado español fue a la guerra con ese criterio. La guerra en cierta forma fue una gran farsa militar. Pero según los mecanismos políticos de la época y en especial de España fue la solución más inteligente. Aunque el militar español, por lo menos el jefe, el oficial y el soldado, que pelea en Cuba está exento de esa gran farsa militar con que terminó el siglo XIX. Ha combatido con valor y una resistencia asombrosa. Los propios cubanos lo reconocieron así levantán-dole un monumento en la Loma de San Juan junto al soldado estadounidense y el cubano. Desde aquel día este soldadito de bronce nos ha acompañado en nuestros muchos avata-res. Nos continuará acompañando como parte ya de la historia común de la isla por la que luchó y murió con tanto valor como el mambí, como si Cuba fuera una tierra común de todos por la que se puede morir pero sobre todo vivir. NOTAS 1 Archivo Nacional de Cuba, Fondo Comisión Militar, Legajo 129, Número l0. 2 Idem. Legajo 126, Número 1. 3 José Luciano Franco. Antonio Maceo: Apuntes para una Historia de su Vida. Editorial de Ciencias Socia-les. La Habana, 1973, t. II., p. 151. 4 Raúl Izquierdo Canosa. La Reconcentración 1896-1897. Ediciones Verde Olivo, Ciudad de La Habana, 1997, p. 23. 5 Jorge Ibarra Cuesta. Herencia española, influencia estadounidense. En: Nuestra Común Historia. Cultura y Sociedad. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1995. |
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