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ANTIYANQUISMO CONSERVADOR.
LA INJERENCIA DE ESTADOS UNIDOS EN CUBA Y
LA PRENSA DE DERECHA EN MÉXICO
Salvador E. Morales Pérez
Por regla general la ideología antiimperialísta se ha identificado como propia de
los grupos sociopolíticos amenazados, lastimados u obstruídos por el fenómeno histórico
de la dependencia dentro del moderno sistema capitalista mundial. El antiimperialismo ha
sido observado como una variante del enfrentamiento a los esquemas de dominio colonial
y neocolonial. Así la conformación de la conciencia antiimperialista ha cargado un signo
revolucionario, como vía para quebrantar la estructura de subordinaciones funcionales
generadas por las sociedades capitalistas avanzadas.
Sin embargo, en la conformación de estos reflejos ideológicos han contribuido
una gama mayor y más compleja de circunstancias y elementos integradores, sobre todo
en la coyuntura aceleradora de este imaginario combinado de afluencias dispares, cuando
no contradictorias.
En la historia del pensamiento político latinoamericano cabe a México un papel
muy importante en la elaboración del discurso antiimperialista. Particularmente de las
elaboraciones nacidas de una vecindad tan extensa y peligrosa como la de Estados Uni-dos.
Elaboraciones que se extienden desde los días de la independencia mexicana, cuando
la conducta oficial de Estados Unidos decepcionó a admiradores tan fervientes como
Servando Teresa de Mier y alertó a los nacientes estadistas -de signo político conservador
moderado como Lucas Alamán- a urdir una diplomacia de cautela y contención al ambi-cioso
y activo vecino del norte, hasta fines del siglo XIX, en donde se cierra una etapa de
acumulación y se inicia una era de confrontaciones y posicionamientos marcada por la
hegemonía de Estados Unidos sobre la mayor parte de la América.
La guerra cubana de independencia iniciada el 24 de febrero de 1895 fue un
catalizador de una perspectiva diferente hacia los admirados Estados Unidos de América.
Conocida de antiguo, entre otras, la apetencia geopolítica de Cuba por Estados Unidos era
de esperar por muchos observadores del panorama internacional una injerencia de la repú-blica
angloamericana en el último conflicto anticolonial del siglo. Saber cómo percibían a
Estados Unidos sus más cercanos vecinos constituye una necesidad heurística. ¿En qué
medida, nos preguntamos tomando el caso de México como punto de referencia principal,
la “yankofobia” generada por el despojo, las humillaciones y las amenazas fue mermando
su intensidad y haciendo sitio a otras actitudes que llegaron al extremo del pitiyanquismo?
¿Qué condiciones nutrieron la apertura y el cuestionamiento a una relación intensificada
mediante vías de comunicación, acuerdos comerciales, numerosas inversiones y trasvases
humanos y culturales? ¿Cuál fue el papel que desempeñó la lucha cubana por la indepen-dencia
absoluta en el conflicto ideológico desatado por la eventualidad de una injerencia
de Estados Unidos?
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En los medios oficiales del porfiriato las opiniones más autorizadas descansaban
en dos supuestos de enorme significación: el coco de una nueva mutilación se había aleja-do
considerablemente y la expansión económica pacífica predominaba como vía óptima
para las urgencias mercantiles. Hombre colocado en donde se traman y adoptan grandes
decisiones, Matías Romero se esforzó desde 1889 en convencer a México de que ya Esta-dos
Unidos no amenazaba la integridad territorial de México, pero en mucha mayor medi-da
se empeñó en abrir el paso a los capitales yanquis hacia las prometedoras e inertes
riquezas de su país. Una buena porción del liberalismo oficial estaba ganado por esa pers-pectiva
tranquilizadora y promisoria. No así el sector conservador, ultramontano e hispa-nófilo
que había ido ganando ascendiente en torno al caudillo presidente, sector que ha
sido muy bien estudiado en los trabajos de Antonia Pi-Suñer, Matilde Souto Mantecón,
Clara E. Lida, Leonor Ludlow y Carlos Marichal, y que temía los avances de los intereses
estadounidenses por cuanto podían afectar a los suyos y al conjunto de representaciones
que sustentaban. México, junto con Argentina (en donde como es sabido hubo una inmi-gración
masiva de españoles en la segunda mitad del siglo XIX) habían constituido los
dos principales polos de atracción, por la naturaleza de sus recursos y la fuerza de sus
relaciones naviero-mercantiles, de poderosos intereses hispanos.
Como era de esperarse la principal reacción de la sociedad mexicana con respec-to
a la intervención estadounidense en la guerra independentista de Cuba se concentró en
los periódicos. Los periódicos oficialistas lo hicieron con suma cautela, en contraposición
con la exaltación y sistematicidad con que se proyectó la prensa conservadora, católica y
filohispana. Precisamente a ésta deseamos hacer referencia; a pesar de que Daniel Cosío
Villegas descalificase el antiyanquismo de esta franja político-ideológica, no cabe extra-ñeza
de que su discurso haya podido calar con más hondura en la cultura política mexica-na
que el discurso procedente de las filas liberales rayando en lo blandílocuo. A diferencia
de publicaciones más o menos favorables a la causa independentista y preocupados por
los aires expansionistas del norte, como El Diario del Hogar, El Hijo del Ahuizote, El
Continente Americano y otros, la prensa conservadora concentró su atención en la crítica
furiosa a Estados Unidos, a sus prácticas y políticas, instituciones y proyectos, que si bien
fueron acentuados en señal de adhesión a España, no dejaron de aportar un significativo
discurso cuestionador del progreso material, la modernización y la expansión imperialis-ta,
como podrá verse en las muestras que tomamos de ejemplo.
Desde la década de los ochenta, periódicos de filiación católica habían venido
denunciando y combatiendo la creciente influencia yanqui en México. Este campo de
enfrentamientos intelectuales tenía un trasfondo que no debe olvidarse por un momento:
trasfondo económico y tecnológico, espiritual y religioso, étnico y social. Los avances de
la modernización periférica eran vistos no sólamente en términos de peligros por el pro-greso
material, sino como anuncios de ruptura en la jerarquía de valores, penetración de
otras creencias y prácticas religiosas, democratización de la vida social, resquebrajamiento
de una estructuración etnosocial. Estas circunstancias coincidieron con el despliegue in-tenso
del programa panhispanista esgrimido por España a la reconquista de un nuevo
relacionamiento con las repúblicas hispanoamericanas. Programa que buscaba aliados en
el propósito de extirpar la hispanofobia resultante de las luchas independentistas y de las
aventuras de reconquista y marchar hacia una concordancia que favoreciese los alicaídos
intereses mercantiles del reino peninsular. Para ello debía contar con intereses afines e
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ideología análoga que le diesen puntos de apoyo para repeler a los competidores y usu-fructuar
nuevos niveles de influencia. En México tuvo dos significativos pilares en los
periódicos El Tiempo y La Voz de México, los cuales desempeñaron hasta fines del siglo
XIX una notable labor desde su punto de vista prohispánico y católico. Punto de vista que
hizo posible la alineación más estrecha con España durante la guerra de Cuba y la inter-vención
de Estados Unidos.
El Tiempo no sólo era un periódico católico sino rabiosamente hispanófilo, como
correspondía a tal ortodoxia religiosa de procedencia europea. De ahí su discurso en honor
a los ancestros hispanos y su labor mitificadora del aporte colonizador, como gloria civi-lizadora.
De suma elocuencia proespañola fue la reproducción de la oración fúnebre pro-nunciada
por el cura Zacarías Martínez Núñez en honor de Felipe II en el Escorial, el 13 de
septiembre de 1898, que hemos tomado de muestra para nuestro análisis.1 La extensa
apología al gotoso y oscurantista monarca venía a ser la apología al consolidador del
imperio español e instrumento eficiente de la imposición ecuménica de la religión católica
en su variante más atrabiliaria: “el más grande entre los reyes, martillo de las herejías,
brazo de la cristiandad...”
Detrás de la retórica teológica bulle, junto a la defensa del sojuzgamiento colo-nial
y las bondades de la Inquisición, el dolor sordo e inconsciente del poder perdido y la
rabia ahogada por la desdicha presente. Un discurso hecho para españoles: recuento de
triunfos y hazañas de dudosa autenticidad, exaltación militar y evangelizadora, construc-ción
de una historia sesgada y tendenciosa, acusadora y sentenciante. El cura Zacarías
lleva toda su agua a favor del conservadurismo y contra el liberalismo (“factores de las
libertades modernas”, que “constituyen la mayor de las tiranías”) cuestiona el concepto
material del progreso y resuella por la pérdida de las últimas colonias. Y es en los párrafos
finales en que se desnuda la esencia política de su honra fúnebre:
Pero, señores, no quiero terminar esta oración fúnebre, que podría cali-ficarse
también “Oración fúnebre de España”, sin hablaros de lo que algunos
llamarán error político de Felipe II respecto de las colonias: ¿Sabéis cuál es? Es
el error de toda nuestra patria: el haber conquistado América y Filipinas, redi-miendo
a las personas sin matar la raza, siguiendo el sistema contrario de Ingla-terra
con la raza tasmania y al de los Estados Unidos con los indios aborígenes de
la América del norte y con los pieles rojas, de los cuales sólo quedan ya cuatro o
cinco tribus insignificantes; el haber roto, como no lo hacen Inglaterra ni Holan-da,
las cadenas de la esclavitud, derramando la luz de lo alto en las inteligencias
extraviadas, despertando del sueño de la muerte a los pueblos errantes y perdi-dos,
dándoles nuestra sangre, religión y lengua, realizando el plan de Dios, del
padre cariñoso que supo dictar las “Leyes de Indias”, civilizando en el cabal
sentido de la palabra...2
El periódico mexicano se hacía eco así del esfuerzo por contraponer a la “leyenda
negra” de la colonización española el cuestionamiento a otra conquista igualmente brutal.
Suavizando aún más la gesta hispana del siglo XVI con aportes de religión, sangre y
lengua susceptibles de ser matizados si miramos específicamente. La “redención” parece
bastar al orador sagrado, como excusa suficiente para el despojo de territorios, la imposi-ción
de lengua y religión, la erección de una pigmentocracia ajustada a un supuesto plan
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divino.
Concepción providencialista de la historia, manejada dolosamente, que compor-ta
un riesgo que a duras penas acepta:
No se me oculta que por esos caminos se llega a la independencia de las
colonias; pero así como algunas vivieron pacífica y felizmente por espacio de
tres siglos a la sombra de la Cruz, más tiempo hubieran continuado de esa manera
si las miasmas de la impiedad y de la corrupción administrativa, más terribles
que las del cólera, no hubieran asolado a aquellas hermosísimas comarcas. De
todos modos si ese sistema de colonizar es un error, creo que debe abrazarse con
él toda alma honrada ¡Bendito sea el error!3
El elogio a la colonización hace abstracción a siglos de historia real, a los hechos
de resistencia y castigos, omite mencionar revueltas y cimarronaje, genocidio y
deculturación, es decir, cuanto pueda afear un pasado paradigmático. Al dejar como úni-cas
lacras explicativas de la opción independentista a la corrupción y a la impiedad, con-dena
al silencio la propia evolución de los pueblos, su capacidad regenerativa, la lucha por
la libertad y la igualdad social, pero sobre todo contra las trabas coloniales. De este modo,
el cura Zacarías escamoteaba los trasfondos que justificaban también la lucha cubana por
su emancipación, adaptando un punto de vista ahistórico, del cual se hizo eco el periódico
mexicano. Desde luego, una elaboración muy difícil de asimilar por un país que había
derramado tantos esfuerzos por asegurar su independencia.
A su juicio, la consideración religiosa ya no domina, sino la del hecho de la
fuerza material y bruta; se mata y esclaviza por codicia y egoísmo, por ambiciones y
mercados, para tener instrumentos de diplomacia. El retrato abstracto le va como anillo al
dedo a la reciente injerencia de Estados Unidos y los entretelones que la motivaron:
Hoy se conquistan territorios, no para redimir a las personas, sino para
llevar las hermosas pieles de sus animales a los mercados públicos; para extraer
las primeras materias de las sedas, de los colores y perfumes del taller, de la
fábrica y del tocador; para extraer de las minas las sustancias con que se forjan
espadas y puñales o grandes acorazados y formidables cañones, que constituyen
trono con que la diosa Materia rueda por el mundo aplastando cruentamente a
infelices muchedumbres.4
Suelta entonces una filípica teológico-conservadora contra el concepto de pro-greso
materialista y utilitario que enarbola el capitalismo moderno en su énfasis estado-unidense,
que nos excusamos de citar en este momento a pesar de su notable importancia
dada su extensión y para no alejarnos del centro de nuestro interés. No cabe duda de que
en la contraposición entre dos potencias desiguales se colocaban valoraciones asimétricas.
La prensa de derecha se hizo eco casi exacto del discurso hispanista elaborado
por la inteligencia española con fines de política de Estado. Un punto básico fue el catoli-cismo
común considerado como compendio de los valores conservadores. Pivote para
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atacar al liberalismo, a la masonería, al socialismo y anarquismo; para oponer espiritualismo
a materialismo, honor a tecnología; para contraponer al panamericanismo de factura yan-qui
el iberoamericanismo de progenie europea.
De los días en que la corona española se inclinaba derrotada ignominiosamente
por el puntillazo con que la artillería yanqui remataba al dominio agonizante a causa de la
lucha cubana por la independencia, son los versos de Carolina Coronado, Mitra, agosto 11
de 1898, publicados en este mismo periódico de la derecha católica de Ciudad de México.5
La poetisa da rienda suelta —entre airada y pesarosa— a las ideas y sentimientos que le ha
despertado el desborde yanqui, no sólo en las Antillas. El cuestionamiento rimado de que
damos cuenta revela una inquietud política por el fondo y las formas adoptadas por Esta-dos
Unidos (al cual nunca se le menciona específicamente) en su estallido invasor.
Al fin los vicios del caduco imperio,
La ambición de los Césares insana
Ha logrado invadir nuestro hemisferio.
Comprendo su dolor, querida hermana;
Tú, que desciendes del ilustre anciano
Honra de la familia ciudadana.
Comprendo que tu espíritu cristiano
Se espante del terror y la injusticia
Que hoy arrastra al pueblo americano.
No es por humildad, es por codicia
Por lo que rompe las sangrientas leyes
Fundador a favor de la justicia.
Si el yugo sacudió de injustos reyes
Fue para dar ejemplo al viejo mundo
Con las virtudes de sus nuevos reyes.
Para que hallase manantial fecundo
En su labor, la sociedad tranquila,
De paz con su gobierno sin segundo.
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Mas convertís a Washington en Sila,
Y al pacífico pueblo ciudadano
En sanguinario ejército de Atila.
¡Ay! ¡Quién dijera a tu leal hermano
Que su bandera injuriaría el fuero
Del generoso pueblo castellano!...
Pero no venció a España el caballero,
El barco por el arte acorazado
Es hoy el adalid, es el guerrero.
Evocaciones del infierno airado
Salen al mar y reventando en llama,
Sepultan al ejército abrasado;
Y Lucifer vencedor se aclama,
Porque él es quien alcanza la victoria
Y de gran paladín logra la fama.
En negra piedra escribirá la historia
La fundación de vuestro nuevo imperio
Y el fin de su grandeza transitoria.
A España tienen hoy en cautiverio:
Mas lo que harán del nuevo poderío
Es para la República un misterio.
Arrastrada por loco desvarío
Quiere emular de Europa los blasones
Y remedar su antiguo señorío.
Quieren tener marqueses y barones
Y duques y sus príncipes reales,
Cual en Europa intrusos Napoleones.
Y a Inglaterra decir: “Somos iguales,
Llevamos ya corona en la cabeza
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Aunque súbitos fuimos desleales.
La República ha sido una flaqueza
Entramos en la edad adolescente
Y queremos mayor alteza”.
Y para eso ¡oh dolor! sangre inocente
Ha enrojecido el mar de las Antillas
Y el remoto archipiélago de Oriente...
Y aún amenazan arrasar las villas
De Iberia, por mostrar a las naciones
De su infernal obús las maravillas
Cubierta con los fúnebres crespones,
Si vienen, los veré del Océano
A la orilla, sin miedo a sus cañones.
Mas con horror a su furor insano...
La colaboradora de El Tiempo reconocía en Estados Unidos el mismo espíritu
imperial de la Roma precristiana, motivado por apetencias mercantiles (codicia),
equiparándolo con las míticas hordas de Atila (sinónimo de sangrienta barbarie). Como el
cura Zacarías, Carolina Coronado apela a la interacción tecnología/diabólica versus caba-lleros/
valerosos (la máquina vencedora del hombre). Y vaticinaba la transitoriedad del
nuevo imperio y la degradación de los valores republicanos ostentados.
Si El Tiempo fue parco y mesurado en sus expresiones de adhesión hispanófila
hacia 1898, luego de la ignominiosa derrota, La Voz de México adoptó los tonos más acres,
vibrantes y declamatorios.
La Voz de México era uno de los principales órganos de prensa del conservaduris-mo
independiente, junto con El Tiempo y El Nacional. Desde el comienzo de las hostili-dades
hispano-yanquis, acentuó su postura “antigringa” y no dejó pasar día sin echar un
grano al costal ya nutrido de la animadversión hacia Estados Unidos. Animadversión no
siempre visceral, pues entre sus alegatos hay no pocos razonamientos de notable interés.
Fue La Voz de México quien difundió con más clarividencia el significado de la modifica-ción
de la tesis monroísta, en la “doctrina McKinley” que se vino a redefinir en otorgar “a
los Estados Unidos el derecho de intervención, en nombre de la humanidad, de la civiliza-
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ción y de la protección de los intereses americanos, en los asuntos de sus vecinos”.6 En
este punto insistió en varios de sus artículos, destacando la impropiedad de intervenir en
asuntos internos bajo pretextos humanitarios.
El periódico conservador fue de los que creyeron que las acciones de Estados
Unidos serían condenadas como en “acto bárbaro” y que España no sólo tendría “la sim-patía
de todos los pueblos civilizados”, entre los cuales colocaba también los del continen-te.
7 Donde no se equivocaba La Voz de México era en advertir la simpatía de buena parte
de los “liberales ilustrados”, por Estados Unidos, puesto que no se habían pronunciado
contra el intervencionismo de la “doctrina McKinley” y contra cuanto tenía ésta de ame-nazante
para el futuro de las relaciones intercontinentales:
¡Que tiemble México, porque hoy se trata de Cuba, mañana de Yucatán,
después, cuando a la muerte del actual jefe de Estado o en cualquier otra emer-gencia
se perturbe la paz, vendrá el protectorado político para garantizar la tran-quilidad
y el capital de los ciudadanos americanos, desde Monterrey, que es ya
étnica y comercialmente una prolongación de Texas, hasta el Istmo de Tehuantepec
que es el presente del mundo; después la absorción y con ella la esclavitud.8
El tono apocalíptico que adoptó el discurso antinorteamericano al convocar a los
pueblos latinoamericanos a oponerse a la doctrina McKinley, lejano precedente de la doc-trina
Truman, enarbolada en la segunda postguerra mundial, no dejaba de tener una buena
dosis de razón. Si bien la defensa a España era notoria, el pronóstico respecto a una doctri-na
que se atribuía unilateralmente el derecho intervencionista bajo el supuesto de perjui-cios
a ciudadanos estadounidenses, doctrina que se aplicaría luego a troche y moche para
legitimar las más humillantes injerencias, tenía sólidos fundamentos:
El mensaje por último, absorbe para la soberanía de los Estados Unidos
la de las demás naciones de América, arrogándose el derecho de calificar
automáticamente sus actos, aprobarlos o castigarlos interviniendo personalmente
en los asuntos privados de cada pueblo, y que de hoy en adelante tendrán en
Washington su juez y señor.
No menos importancia puede atribuirse a la incipiente manifestación de califica-dor,
como una de las tendencias más transgresoras del respeto interamericano. La adop-ción
de un papel de árbitro moral tenía sus raíces en el mesianismo paradigmático que dio
origen al “destino manifiesto”, pero hasta ese momento la filosofía de supremacía moral
no había alcanzado el nivel de asimilación institucional cristalizado con la administración
de McKinley, prolegómenos de las vejatorias certificaciones estatuídas a lo largo del siglo
XX. El intervencionismo, considerado en teoría y práctica de nuevas formas de domina-ción
neocolonial -mal de males de la república cubana, diría Emilio Roig de Leuchsenring-fue
juzgado como método atentatorio del derecho internacional reconocido por las poten-cias
actuantes y el anuncio de la vuelta a un ejercicio darwiniano de las relaciones entre
Estados.
La falta de reacciones ante las novedades de una correlación de fuerzas deslizán-dose
hacia la expansión imperialista, llevó a los artífices del panhispanismo y a sus epígonos
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latinoamericanos a cuestionar a los países de América Latina para terminar acusándolos
de inercia.
Otro modo de presentar el intervencionismo de Estados Unidos fue el impacto de
los bárbaros sobre la civilización. El calificativo de bárbaros sería arma eficiente en el
discurso antiimperialísta posterior de J.M. Vargas Vilas. Pero La Voz... coloca en manos de
España —de la España finisecular— un estandarte, “la sagrada bandera del latinismo”,
con pocas probabilidades de ser secundado, a pesar de la aquiescencia que habían disfru-tado
los inmigrantes hispanos para apoyar su permanencia en las Antillas. Muy a su pesar,
la idea de que la potencia hispana suscitaría la simpatía de los pueblos civilizados no tuvo
eco.9
¡Horror si triunfaran los bárbaros!...toda la cultura que... hemos venido
acumulando... se hundiría en un insondable abismo. Las aras de todos nuestros
ideales serían profanadas por la mano del invasor y por el caso de su brutal
cabalgaduría.
La cuestión está en que la resistencia a un perjuicio probable implicaba el alinea-miento
y defensa de una causa poco o nada simpática a los ojos de las mayorías populares
de América Latina, indiferentes a los intereses coloniales y políticos que defendía y muy
propicia a la lucha libertadora de los cubanos.
Si los Estados Unidos triunfan sobre España, habría sonado para noso-tros
la hora suprema de nuestra autonomía. (...) sus ambiciones y su engreimiento
no reconocerían límites. Salvarían el canal que divide a la isla de Cuba de la
península de Yucatán, y en ella se instalarían por espíritu de conquista, disfrazado
con todas las hipocresías diplomáticas. (...) Los estamos mirando, como funesta
filoxera, zumbar en algunos de los barrios de nuestra capital. Se han adueñado de
todos; financieramente estamos ante ellos atados de pies y manos. Sus hombres
políticos, (...) son aquí recibidos como príncipes, por más que traigan delegación
alguna, se les honra dándoles el lugar de preferencia en el salón de la representa-ción
nacional. (...)
¡Basta de torpes adulaciones! Los norteamericanos nos han demostrado
lo que son. Sus vandalismos en California y sus decepciones en Alaska, nos ma-nifiestan
la locura del Rey Midas: el oro y siempre el oro. Su democracia no es
más que un desvergonzado mercado en el que todo se mide por la tarifa Dingley.
Su Política Internacional, dócil al tanto por ciento, tiene toda la malicia y toda la
felonía cartaginesa. Washington les recomendó, casi por vía de testamento, que
fueran leales y justos en sus relaciones con los demás pueblos; por ellos, sujetos
a las leyes del atavismo, interpretan y practican el Derecho de Gentes a la manera
británica. No hay que olvidar que John Bull es el abuelo del tío Samuel.
Lastimanos hasta el fondo de las entrañas que en México haya partida-rios
del sajonismo que hagan votos por sus futuros triunfos. Maldicen a España
cuando en el fondo de ser llevan...la riquísima savia española, expresada por el
lenguaje, por la constitución psíquica, por las tradiciones históricas. Estos tales
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se coaligan con Breno por arrebatar de la balanza del rescate algunas miserables
piezas de oro. Científicos se llaman, y no son más que libertinos. Esclavos de la
escarcela mejor provista, hoy defenderán una causa y mañana romperán lanzas
por la contraria. (...)
La Voz... tenía más acentos y sentimientos castellanos que mexicanos, pues era
de la opinión de una alianza ofensiva y defensiva entre España y las repúblicas hispano-americanas,
que daría tranquilidad a España en las Antillas y, de esta manera, habría un
equilibrio continental adverso a la expansión de Estados Unidos. A su ver, España permite
a Europa estar presente en el medio del golfo mexicano. Con gran habilidad retórica e
ideológica argumentaban que Cuba podría convertirse en manos yanquis en el Gilbraltar
americano. Los periodistas liberales reaccionaron contra los redactores conservadores acu-sándolos
de que no ayudaban a la buena relación con los norteamericanos.
En apoyo a sus planteamientos La Voz de México invocaba las voces más autori-zadas
del panhispanismo predicado en los últimos 20 años desde Emilio Castelar, de filia-ción
republicana, hasta los redactores de El Siglo Futuro. Desde luego el cura Eizaguirre,
autor de Los intereses católicos en América, era una de las autoridades más recurridas,
sobre todo su planteamiento de una “alianza ofensiva y defensiva de España y las repúbli-cas
españolas de América”.10 Como en numerosas referencias del discurso tradicionalista
eran miradas hacia atrás a lo que podía haber sido y no fue. En ningún momento el peso de
las responsabilidades recae con fuerza en las políticas seguidas por la élite dominante en
la península, de lo cual se infiere la culpabilización a Latinoamérica, a los cubanófilos, a
los ilusos, de la sajonización del continente.
El enfoque de la insurrección cubana de La Voz... es un calco de la argumentación
de la prensa colonialista española. Así, atribuye la guerra a España a los intereses de los
tabaqueros y azucareros de Estados Unidos sin entrar al fondo conflictivo que enlaza a
diversos grupos de estos intereses.11 Trató de convencer a sus lectores mexicanos que la
insurrección independentista tenía como fuente principal el financiamiento estadouniden-se.
Eludía el parangón de la emancipación cubana con la del resto de los países america-nos.
12
Respecto a México, atribuía suma importancia al fenómeno geográfico: “México
por su topografía, es el primer valladar que tiene que romperse...” Aunque consideraba
que el gobierno porfiriano estaba preparado en el aspecto financiero y que el ejército se
modernizaba, preveía que la mexicanidad se desharía “como tierno azucarillo...en las fau-ces
del mastodonte”, porque faltaban las fuerzas morales. Juzgaban duramente a los libe-rales
positivistas como autores de una obra depresiva, opuestos a la unidad nacional que
sólo podía cohesionarse gracias a la religión católica. Para La Voz... Biblias y pastores
protestantes constituían las avanzadillas de elementos de disolvencia.
Fredrick Pike estuvo mucho tiempo intrigado por la hispanofilia de las élites
intelectuales y políticas del conservadurismo hispanoamericano.13 Quiso o encontró que
para entender esa adhesión a valores y tradiciones españoles debía ver en la dependencia
espiritual y cultural de la “madre patria”. Buscó pues los orígenes en el conservadurismo
peninsular, sin desdeñar la observación del liberalismo de ambas riberas atlánticas.
365
Para Pike el hispanismo ideológico descansa en un concepto de familia, comuni-dad
o raza. Términos que están cargados de diversidad significativa —a mi juicio— qui-zás
fuera del alcance de un angloparlante, pero que efectivamente han sido llaves condu-centes
a una gestión cohesionadora. Familia implica algo más que la urdimbre genealógica,
comporta un lazo de consanguinidad. En tanto que comunidad expresa la precisión de
aquello que se comparte dentro de una frontera de exclusividad. En cambio el término
raza elude su connotación biológica para insertarse en la sinonimia de linaje.
La españolidad concebida como autopercepción distintiva es una elaboración ideo-lógica
que hace abstracción de la diversidad marcada en el ámbito ibérico. Es una elabora-ción
política que aúna al gallego y al bable, al catalán y al eúskaro, saltando no sólo
barreras lingüísticas, patrones de comportamientos, también distinciones de clase y cultu-ra.
Es una ideología de Estado.
El criticismo a las características dominantes de la sociedad y cultura españolas
—del cual fue un destacado exponente el argentino Domingo Faustino Sarmiento14 —
alcanzó nuevas cotas en el período posterior a la independencia de América. Ciertamente,
como advierte Fredrick Pike, las acciones españolas preocupaban más que los despuntes
imperialistas yanquis, a pesar del despojo a México en 1848.15 Aunque a mi juicio la
diferencia de intensidad a comienzos de la segunda mitad del siglo XIX se hizo sensible-mente
menor. Tengo presentes los formidables alegatos del cubano José Antonio Saco, los
del chileno Francisco Bilbao, los del panameño Justo Arosemena.
Pero no cabe duda de que sucesivos gobiernos hispanos de variado matiz se ha-bían
comprometido en amenazadoras aventuras reconquistadoras. La conspiración de Juan
José Flores para colocar un príncipe español en Ecuador hacia los años cuarenta alentó los
planes monarquizantes del gabinete Istúriz, que también acarició la idea de hacerlo en
México (1846) con la complicidad de los monárquicos de México. Es bien explicable que
esos conatos despertaran “la inmediata y violenta repulsa y prevención de las demás repú-blicas
hispanoamericanas”.16 Semejantes reacciones motivaron la anexión de Santo Do-mingo
en 1861 a pesar de su manejo incruento inicialmente17 y la participación en los
comienzos de la intervención de Europa en México hábilmente cancelada merced a las
negociaciones efectuadas por el general Prim.18 Todavía más indignantes fueron la recla-mación
y ocupación de las islas Chincha frente a la costa peruana (1864-1866) y los bom-bardeos
a Valparaíso y El Callao (1866), que generaron condiciones de simpatía hacia el
primer esfuerzo independentista cubano (1868-1878) en casi toda Hispanoamérica.
Fue en este período en que la hispanofobia alcanzó los niveles más altos y la
ideología conservadora hispanófila tuvo que batirse a la defensiva, en tanto los liberales
acentuaban su admiración hacia otros paradigmas: los modelos francés y estadounidense
de preferencia.
Hacia 1898 eran pocos los medios latinoamericanos que no percibían claramente
las intenciones de la cúpula dominante en Estados Unidos de influir o dominar en la ma-yoría
de los Estados del continente. De ahí que concordemos en que la hispanofilia ganase
súbitos adeptos, pero no me parece en cambio acertado tomar a 1898 como punto de
partida, sino más bien como una escala de ascenso de la ideología hispanista. Sería más
366
bien una inflexión en la expansión de una modalidad intelectual en contraposición con un
factor ajeno a la teorización y ejercicio del hispanismo oficial.
En las altas clases de poder y dirección de América Latina se generó una actitud
ambivalente. El impetuoso progreso material aupado por la segunda revolución industrial
en el principal teatro de su acción —Estados Unidos— colocaba notas de admiración y de
entusiasmo. Una recóndita ilusión de ser iguales anidaba en sus proyectos lejanos. Pero
los lastres precapitalistas injertados en las estructuras económico-sociales crecientemente
dependientes de los centros industriales, alimentaban los resabios elitistas y etnocráticos.
De ahí brotaba su adhesión a una escala de patrones culturales, de valores espirituales,
éticos y estéticos que lo alineaban con la tradición hispano-católica. Entre la utopía
modernizadora y la realidad jerárquica tradicionalista no mediaban graves conflictos. El
dilema no provocaba excesiva angustia, la brecha tecnológica era lo suficientemente elo-cuente
como para poder salvarla sencillamente, en tanto las instituciones republicanas
formales eran orilladas a conveniencias ocasionales.
A diferencia de lo sucedido con la emigración italiana en Argentina, en donde la
opción monarquía/república dividió a la colonia, el tema conflictivo no pareció afectar
significativamente a las agrupaciones de emigrados españoles en América Latina.
Naturalmente, estos y otros planteamientos merecen un estudio minucioso. La
Voz de México, durante los meses de la guerra, sostuvo un constante seguimiento, casi
diario, de la evolución del conflicto, pero sobre todo una pertinaz argumentación contra la
expansión yanqui. En ella se mezclan los razonamientos con la exaltación hispanófila y
religiosa, las argumentaciones geopolíticas con las preocupaciones de raza y cultura, la
angloxenofobia con un tenor antimodernista. Siempre prudentes con respecto al gobierno
directamente, pero cuestionando y presionando la carambola.
No solamente en la derecha católica mexicana se había desarrollado esta suerte
de pensamiento antimperialista conservador, a partir de posiciones tradicionalistas e inte-reses
materiales amenazados.
Los periódicos de derecha, francamente proespañoles, se hicieron eco no sólo de
la defensa a España y a cuanto ella simbolizaba —una cultura y una religión hegemónica
sobre pueblos heterogéneos en cuanto a raíces étnicas, patrones culturales y creencias
sincréticas—, sino también de sus intereses mercantiles, políticos y coloniales. Periódicos
como La Voz de México hicieron causa común con la prensa hispana, El Correo Español,
imitándolo en sus temas y enfoques, adoptando un tono algo más moderado e intentando
lo que éste no podía hacer: hablar en representación de México. Esto le permitió comple-mentar
y hacer el juego al periódico hispano, cuidadoso de entrometerse en cuestiones
delicadas internas.
Pero también la prensa católica derechista adoptó una posición radical frente a
Estados Unidos. Posición que abarcó una gama de aspectos que no sería posible resumir
en una sola opción. La defensa de la permanencia de España en el Caribe era un punto
importante, pero no el único. La posición probablemente representaba al conjunto de inte-reses
mercantiles amenazados y gradualmente desplazados por el empuje comercial yan-
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qui, urgido por la superproducción de mercancías en serie. El antisajonismo también par-tía
de un fundamento político interno de claro matiz antiliberal y antidemocrático enfilado
contra los llamados “científicos” que gozaron de relativa influencia en el seno de la cama-rilla
gobernante. El enfrentamiento externo era contrapartida eficaz al enfrentamiento in-terno
por las cuotas de poder.
No puede ignorarse su cuestionamiento a la democracia. Es parte del trasfondo
de elitismo, de prejuicios y de intolerancia que anidaba en estos sectores sociopolíticos. El
antisajonismo tejía también la renuencia a aceptar otros credos que no fueran los católi-cos;
el repudio a la corrupción del castellano —lengua del poder— por la invasión del
anglicismo que aparejaban las nuevas técnicas, equipos, juegos, diversiones, etc.; el ho-rror
ante nuevos comportamientos, valores, métodos, que erosionaban las antiguas cos-tumbres
de una sociedad patriarcal, autoritaria, en que la mujer era sometida por los pa-dres,
los maridos y los curas...
Estas voces de aviso, estos miedos a los cambios, estaban contaminados por un
ingrediente contradictorio: la defensa de un arraigado residuo colonial concebido como
contrapeso —poco efectivo desde luego— al desborde expansionista y de un instrumento
de cohesión falazmente consistente, la religión católica. No obstante su sazón xenofóbica,
su incondicional prohispanidad, el aliento grandilocuente, no pocos retazos de este discur-so
vinieron a incorporarse a la cultura política del siglo XX de modo complejo y heterogé-neo
que aún está pendiente de estudiarse.
Sin embargo, la crítica, el cuestionamiento de la nueva sociedad avizorada, regi-da
absolutamente por la racionalidad capitalista, formada por una ética “materialista” y
utilitaria, no deja de aportar un fondo cognoscitivo y moral de no poca importancia. Por
debajo de la retórica iracunda laten no pocos conceptos de capital relevancia: la tendencia
absorbente de la conquista pacífica iniciada desde la década anterior por Estados Unidos;
tendencia destinada a encerrar en un bloque antieuropeo a los países débiles de América
Latina; la necesidad de una alianza de las repúblicas hispanoamericanas como único me-dio
hábil de resistencia y de equilibrio continental; la significación de México en una
estrategia de contención latinoamericana y el valor de la Isla de Cuba en la coyuntura
geopolítica.
NOTAS
* Ponencia presentada al XIII Coloquio de Historia Canario Americana, y al VIII Congreso Internacional
de Historia de América AEA, octubre de 1998.
1 “Oración fúnebre que con motivo del tercer centenario de la muerte de Felipe II pronunció el P. Zacarías
Martínez Núñez en la Real Basílica del Escorial el 13 de Septiembre de 1898”, El Tiempo Edición Ilustra-da,
Tomo VIII, núm. 373, Méjico, octubre 16 de 1898, pp. 329 a 335
2 Ibídem, p. 334
3 Ibídem
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4 Ibídem
5 Carolina Coronado, “Carta a Marta”, El Tiempo, Edición ilustrada, tomo VIII, Núm. 370, Méjico, sep-tiembre
25 de 1898, p. 307
6 “La doctrina de McKinley”, La Voz de México, tomo XXIX, núm. 86, México, abril 17 de 1898
7 “España no estará aislada”, La Voz de México, tomo XXIX, núm. 86, México, abril 16 de 1898
8 “Que tiemble México”, La Voz de México, tomo XXIX, núm. 89, México, abril 19 de 1898
9 “España no estará aislada”, La Voz de México, tomo XXIX, núm. 85, México, abril 16 de 1898, p. 2
10 “Opiniones de la prensa y notables escritores. El conflicto hispano-americano”, La Voz de México, tomo
XXIX, núm. 98, México, mayo 1° de 1898
11 “Los resultados de la guerra”, La Voz de México, tomo XXIX, núm. 93, abril 26 de 1898
12 “¡Guerra inicua!,” La Voz de México, tomo XXIX, núm. 100, México, mayo 4 de 1898
13 Fredrick B. Pike, Hispanismo, 1898-1936, University of Notre Dame Press, Notre Dame-London, 1974
14 Unamuno consideraba que el cuestionamiento de Sarmiento venía desde dentro, en el mejor espíritu
hispano, comprendido y sentido como si fuese un español crítico. “Sobre la literatura hispanoamericana”
[1905], en Miguel de Unamuno, Algunas consideraciones sobre la literatura hispanoamericana, 3ª ed.,
Madrid, 1968, p. 77
15 Fredrick Pike, op.cit., ed.cit., p. 3
16 Edmundo A. Heredia, “Europa al acecho: el caso ecuatoriano”, en Edmundo A. Heredia y Delia del Pilar
Otero, Los escenarios de la historia, Córdoba, Argentina, 1996, p. 22
17 Roberto Cassá, Historia social y económica de la República Dominicana, 2 tomos, Santo Domingo,
1977/1980
18 Antonia Pi-Suñer Llorens, El general Prim y la cuestión de México, UNAM/SRE, México, 1996