LA MIGRACIÓN CANARIA EN LA FORMACIÓN
DEL CAMPESINADO URUGUAYO
TRABAJO Y CEREMONIAL EN EL PER~ODO AGR~COLA CEREALERO
* El material historiográfico fue aportado por la licenciada María Camou.
Preguntando en el noreste de Canelones acerca de los traba!os del
campo en la época cerealera, recibimos, además, un caudal de relatos
que «no vienen a cuento»: hablan sobre «la vida» que contiene en sí
al trabajo. Vida y trabajo se mezclan en las respuestas de tal forma
que difícil es dividir, a riesgo de rasgar una realidad que recibió tan
poco de «afuera», que el «adentro», la vida en los rancheríos rurales
y s~hret ode !U Unméstica, parecen iinidx!es q ~ seS!n g!nh!mmte
adquieren significado. Así, al separar los conceptos de producción y
reproducción aplicados a los trabajos de los canarios en el período
cerealero, se fracturan esferas de actividad relacionadas en forma
múltiple y se rompe la cadena de actos superpuestos y algunas veces
en apariencia contradictorios: no se explica una economía cuya do-minante
es la escasez - d e tierra, de objetos, de dinero, de servicios-y
en que la sabiduría consiste en que ese poco se desdoble asegurando
la conservación y la sobrevivencia de los hombres y de los ciclos pro-ductivos,
en un futuro que sólo tiene el alcance de la nueva cosecha.
Esta aproximación al origen de las chacras abastecedoras de la
población capitalina, intenta mostrar cómo se conforma una matriz
cuiturai que persiste y expiica, en parte, ia dociiiciad de ia pobiación
canaria para adecuarse a los cambios que, desde el Estado y a partir
de la penetración del capitalismo en la agricultura, le han determina-do
su dedicación productiva en las distintas fases de su historia:
cerealera, remolachera y, hoy en día, horticultora, lechera y ganade-ra,
en permanente contradicción con los intereses hegemónicos, no sólo
de una clase, sino de un país ganadero.
Es difícil comprender la tenacidad con que el campesinado cana-rio
eludió su desaparición como grupo social ante las crisis que apa-
164 Kirai de León
rejaron el fracaso de los distintos modelos productivos y las estrate-gias
que le permitieron asumir durante décadas los distintos destinos
que se le han asignados. Y proponemos que esta resistencia y adap-tación
sólo se explican a partir de una aproximación a la lógica de
su cultura que percibimos aceptando que todo acto y pensamiento lleva
en sí una intencionalidad; ampliando el concepto de resistencia cultu-ral
para que contenga los ritos y pautas que facilitan la sobrevivencia
social; mirando con otro lente los frutos supuestamente intrascendentes
de los acontecimientos de la cotidianeidad y aceptando que los
contenidos simbólicos del simple hecho de vivir, se recrean en
vínculos sociales que rodean los acontecimientos de nacer, del matri-monio
y la muerte, recreándose en cultura de subsistencia social y eco-nómica.
La propuesta apunta a rescatar las acciones ligadas a la produc-ci6ii
y la reprodüccióii como un todo, büscaiido las normas qüe orde-nan
los trabajos y las vidas según los sexos en el pasado cerealero;
pone atención en las prácticas y contenidos no significativos, en los
actos y pensamientos simbólicos que habitualmente se rescatan inmer-sos
en los grandes continentes que denominamos ideología o cultura.
En definitiva, pregunta cuál es la lógica de resistencia que se opone
desde la producción y, con igual peso, desde lo recreativo, lo cere-monial
y lo simbólico, vistos como acciones cuya lógica hacen posi-ble
la reproducción de la vida de las familias canarias.
Buscamos cautelar la memoria de los antepasados de los canarios
de hoy en día, criollos de nacimiento, haciendo trascripciones fieles
de los relatos y testimonios y proponiendo este material como eje del
texto. Nos apoyamos además en materiales de naturaleza diversa que
aportan datos del período. El soporte de documentos, datos históricos
y censales sólo apuntan a relacionar lo enunciado en la data testimo-nial
con el contexto social y económico nacional o con la visión de
«los otros» posada sobre el campesinado: no significa buscar una su-puesta
<:=~;r~ivi&&= !a \jrrificaciór? & !es c o n t ~ n i d en~iie ciiruen
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en las entrevistas individuales y colectivas, ya que son estas últimas,
justamente, las que entregan los elementos indispensables para com-prender
la realidad del período cerealero, llenando los vacíos que otros
datos entregan. Nos hablan de la vida cotidiana a través de cuentos
que se han contado muchas veces y oído tantas otras, a través de re-creaciones
y versiones del pasado. Y también, como iodo discurso,
tiene una intencionalidad de quien lo narra, que se representa a sí
mismo y a sus pares, que a veces se da en olvidos y otras en hacer
que la realidad se parezca a los deseos.
La migración canaria en la formación del campesinado uruguayo 165
LA LLEGADA: DEL VIVIR TRABAJOSO EN LA ETAPA DE
ASENTAMIENTO
Los migrantes canarios llegaron al departamento de Canelones en
distintas oleadas migratorias a partir de la década del 50 del siglo xrx
y en los primeros años del actual, desde las islas de Lanzarote,
Tenerife y Fuenteventura. En las frecuentes sequías, el precio de sus
principales productos agrícolas -vino y barillas- bajaba fuertemen-te,
ocasionando la ruina de productores y comerciantes. Escapando de
esta situación que llegaba «a términos de morirse de hambre las per-sonas
si no se las socorre de afuera* intentaban la peligrosa aventura
de atravesar el océano hacia América donde, se decía, los esperaban
«fortunas colosales».
Emprerarics cric!!ns aumentirnn siis fnrtiinas dedicándcse a! tras-lado
de campesinos canarios. De estos viajes sumamente riesgosos y
que se hacían en pésimas condiciones tenemos la versión del paso por
Río de Janeiro del bergantín español «Libertad», ((conduciendo qui-nientos
setenta y cinco colonos de la isla de Lanzarote, la mayor parte
enfermos y de los cuales habían perecido muchos en el viaje, ya por-q""
la ag."a& iba carrompi& "= sinlim pi-a..- rl.-'-:- , YUG llaulall D-L-I--
vido para vino y aceite, y ya porque su escasa comida se reducía a
harina de maíz, con agua de mar». (Citado en Guerrero Balfagón,
1960).
El gobierno nacional, interesado en poblar la campaña, y los con-tratistas
que ejecutaban la política, coincidían en las cualidades a exigir
para la elección de los migrantes. En las instrucciones a sus agentes
en Islas Canarias, uno de los mayores contratistas criollos menciona
sus preferencias y las condiciones de los contratos: los hombres, ma-yores
de catorce años y solteros, «labradores u hombre de trabajo o
peones»; las mujeres, en cambio, debían ser solteras y sólo eran bien
recibidas si estaban «acostumbradas al servicio doméstico».
Los contratos firmados antes del viaje, convertía al migrante en
«vil esclavo», debiendo pagar precios exagerados por su pasaje o de-volverlo
con los frutos de sus malos trabajos. En caso de viajar sin
contrato, quedaban obligados al empresario que los había traído: «las
mujeres deben permanecer al lado de sus padres sin poder separarse
sin licencia de sus patronos, debiendo tostar y hacer la comida para
ellos y asistirles en sus enfermedades». (Archivo de Juan María Pérez,
1937. Archivo General de la Nación, Uruguay).
Muchos de los colonos se trasladaron a Canelones, como fue el
166 Kirai de León
caso de más de mil de ellos que llegaron a la ciudad de Guadalupe
-hoy ciudad de Canelones- donde la jefatura les dio alojamiento y
alimento «mientras no han sido colocados>>. El interés por la mano
de obra masculina se percibe por la masculinidad de la población es-pañola
en las secciones judiciales IX y X de Canelones en el Censo
del año 1908, que alcanza índices de 165,8 y 1573 respectivamente.
Según el mismo Censo, en la XI Sección Judicial habitaban 189 hom-bres
y 114 mujeres de origen español, y 389 y 247 respectivamente
para la X. Debe aclararse que la población registrada como española
era casi exclusivamente canaria.
En ese tiempo, ya repartida la mayoría de la tierra del departa-mento,
los colonos se ocuparon como peones, jornaleros, puesteros o ,,
arrendatarios. D
E
«...varios monopolistas enemigos de la patria, y defraudado-res
del bien de la Nación, han introducido en estas Islas, ma-yormente
en la de Lanzarote, un comercio clandestino prohibi-do
por todo derecho de gentes, ... conduciendo gentes artesanas,
industriales, con tanta abundancia como si fueses fardos de mer-cancías
...; los conducen como esclavos, y allá los encierran en
barracas hasta tanto se presente quien los compre por el flete de
cien duros para que vayan a trabajar a sus haciendas ... Esta Ysla
tiene no menos de siete mil almas que ... han salido p.a el indi-cado
Montevideo, en perjuicio de la agricultura y renta públi-ca
». (Citado en Guerrero Balfagón, 1960).
Los canarios no fueron vistos como esclavos -eran blancos y
españoles- pero fueron tratados como tales. El comercio de escla-vos
fue el modelo solapado para las necesidades de población en la
Banda Oriental: se basó en algunos principios similares y en recursos
idénticos a los que rigieron el tráfico de africanos. La dieta de maíz
para la travesía que posibilitó el traslado de casi diez millones de
esclavos negros, fue también la dieta de mantenimiento de los cana-f,,
*,, ,,..A l , * --..,,.,. --^?l:l^,,:L- --- l - . .
~ U D uuiaiirr; ia riavr;a;a, !a ~IGUIIGLLIUII pul IUS v d l u l l t ; ~ j6uenes y Su
mayor valía estuvo presente en ambas migraciones (Warman, 1986).
Esta discriminación en el trato a los canarios marcó desde el ini-cio
las diferencias con otras migraciones europeas localizadas en el
campo, que lograron ser trabajadores para sí y no para otros, incidie-ron
ante el Estado y, en algunos casos, pudieron escoger alternativas
productivas que, nasta hoy, ios perfiian como innovadores.
Los canarios, en vez, debieron ingeniarse para conseguir la tierra
que les permitiera cumplir -ya no escoger- con la producción de
La migración canaria en la formación del campesinado uruguayo 167
los únicos rubros posibles ante la ausencia de capital, de conocimientos
y elementos para la labranza.
En 1878, la Memoria del Jefe Político y Policial del depar-tamento
de Canelones, registra 312 arrendatarios y 116 propie-tarios
agricultores para la zona de Tala y 327 arrendatarios y 47
propietarios para la de Migues.
Los trabajadores canarios se sumaron al escaso pobrerío criollo de
los alrededores de la capital en situación dependiente de ésta y, den-tro
de la zona, como dependientes del capital ganadero y comercial:
se les extrajo excedente a través del pago de la renta de la tierra, de
los precios de venta del trigo y el maíz y del interés del dinero que
los financistas locales -almaceneros, puesteros, comerciantes- exi-gían
y que les permitía sobrevivir de cosecha en cosecha y reprodu-cir
el ciclo productivo.
Si la migración canaria puede entenderse, desde sus protagonistas
como un escape o como búsqueda de nuevos horizontes, desde el país
fue una acción planificada para conseguir mano de obra calificada para
el trabajo en la campaña despoblada, estrategia que se ve frustrada
ante las cifras que nos indican que los 53.382 inmigrantes que decla-raron
ser agricultores o pastores, sólo representan al 16 % de los arri-bados
a nuestro puerto.» La gran lucha americana por hacer dinero»
que emprendió la población canaria, terminó siendo una batalla por
la sobrevivencia, más aún porque muchos de quienes dijeron ser cam-pesinos
para poder emigrar, no lo eran: debieron adiestrarse en el tra-bajo
de la tierra aprendiendo de sus vecinos agricultores.
Las grandes estancias trataron de frenar el impulso de la agricul-tura
imponiendo onerosas formas de pago: el agricultor debía pagar
al propietario un tercio de su cosecha, recibiendo a cambio la tierra,
arado, bueyes, mula y carro. En los casos de pago en dinero, los es-tancieros
amortizaron el desgaste de la tierra por la labranza pidiendo
rentas elevadas. La ausencia de créditos del Estado, situaba al campe-sinado
en economías tan frágiles que, ante una mala cosecha, debían
subsistir mediante préstamos de los comerciantes que les cobraban
altos intereses, o abandonar la tierra trasladándose a Montevideo o a
la Argentina.
Los campesinos sólo guardan fragmentos de memoria de los hitos
que marcaron !a migración de sus antepasados y la penuria de la pri-mera
época; son raros entonces los casos en que se evalúa su incor-poración
al campo uruguayo como aporte en mano de obra adulta para
168 Kirai de León
cubrir la necesidades de granos y como la reconstrucción de su origi-nal
condición campesina (Meillassoux, 1987).
Cerca de cien años de migraciones canarias y las distintas razo-nes
que las impulsan, explican las distintas versiones sobre su trasla-do
al Nuevo Mundo y sobre el asentamiento en Canelones. Para es-capar
de las guerras, del servicio obligado, del hambre, porque «les
daban unos beneficios bárbaros para que se vinieran» o por la aven-tura
de «hacerse la América», son los motivos que con más frecuen-cia
se mencionan en los testimonios. Pero aún cuando la memoria sólo
entrega fragmentos de este periplo, existe una lógica en los relatos
individuales, que resulta de la trasmisión oral por generaciones de la
historia particular de cada familia, y de allí, por veces, aparece tam-bién
una actitud ante la realidad que parece prolongarse del asenta-miento
original de los grupos domésticos hasta el presente.
«Lo que nos contaban era que no se podía vivir allá por las
guerras y las carestías. Contaban la miseria, valían mucho las
cosas porque mi madre decía que cuando ella vino acá un buey
por ejemplo valía 7 ó 8 pesos, y allá valían 300 y pico de pe-sos,
allá la carestía era mucha. Y el hambre era muy grande.
Y yo que sé si se disparó un canario y mandó a buscar los otros,
porque casi las familias venían completas, venía uno y manda-ba
a buscar otro.»
«Mi abuelo y mi abuela eran canarios, vinieron casados y con
tres hijos, mi padre y dos tíos más. Y llegaron y mi padre se
crió ahí cerquita de la escuela, y ahí estudió y ahí se casaron
con mi madre y después nos criamos todos. Pero a ellos no les
sentí conversar de allá, lo que oí yo es que se vinieron muchas
familias, en barco, a mi me parece que es por una guerra que
hubo que dispararon para acá. Una tía sabía unos cantos cana-rios,
yo nunca los aprendí, ella a los nietos más viejos se los
enseñaba, no se si se acordarán. El cuento que yo le oí a mi
abuela es que en la casa la fiesta que hacían era la de San Juan,
porque ella se llamaba Juana, entonces ella esa noche puso una
clara de huevo en una palangana de agua y como era el día de
San Juan parece que se le hacía lo que a ella le iba a resultar.
Y a ella la clara de huevo le formó un barco, como que se iba
a embarcar.))
«Los años de los canarios era grande la pobreza, porque acá
no quedaba nada, hubo una guerra, la del Quebracho, en el año
Q n 5, "1,- '.a ,,,.,,LA +,,A,, l,, "a-*- A-"....A" ..- "a "..A ,.*.a
uv J y l r w YUC oc ucuvw LVUU LU ~ C I I I ~ , U~UYUCU LIW uc YUC w u a
guerra hubo también, después hubo la del 97 y después del 1903
y 4. Aquí no habían uruguayos, eran muy pocos los uruguayos
La migración canaria en la formación del campesinado uruguayo 169
que habían cuando vinieron los canarios; los varones habían
muerto. Eran pobrezas espantosas, miserias amarillas!»
El pobrerío rural, desplazado por la alambrada de las estancias,
deambulaba por la campaña o se instalaba en los «pueblos de ratas»,
constituyéndose en una amenaza para la oligarquía terrateniente. Ya
agotadas las tierras fiscales, que el gobierno batllista tratará de recu-perar
de manos de los particulares para dedicarlas a colonias agríco-las,
se detiene la política que propiciaba la migración europea que sólo
incrementaría «el enjambre de proletarios andariegos» que cometía
abigeo y destrozaba alambradas. A Canelones, junto a otros departa-mentos
del sur -Colonia, San José y Soriano- se los reconoce den-tro
de la campaña, como la región sin problemas; según versiones
oficiales eran departamentos sin pobres, lo que debía significar au-sencia
de desocupados, y es la zona con menos robo de ganado y tam-bién
la con menor número de nacimientos ilegítimos. (Barrán y Naún,
1972).
Desde esta matriz original del momento del asentamiento canario
en Canelones, de este vivir trabajoso que sólo tiene la pausa del des-canso
obligado del dormir y guardar el domingo, va conformándose
una cultura de la vida cotidiana, un estilo de vida; las formas de
interacción con los vecinos y parientes, la relación con el pueblo y
sus agentes, con la Iglesia, con el Estado; el sincretismo de la cultu-ra
ganadera con la agrícola, del criollo con el canario, del campesi-nado
con los restos dispersos del gauchaje.
Y es desde esta matriz, que proponemos explicativa del compor-tamiento
de los campesinos ante los cambios históricos hasta el pre-sente,
y también de los contenidos émicos de su discurso, que busca-mos
rescatar la reproducción de su gente y su cultura a través de las
alianzas matrimoniales; de la «querencia» con todo lo que contiene
de construcción material, reproductiva y social; de los contenidos sim-bólicos
que rodean a la labranza y los hábitos del comer en la etapa
cerea!era; de! momento en que el producto se realiza -la trilla- y
el entorno ceremonial que lo renueva en fiesta y en la formalización
imprescindible de intercambio de trabajo entre vecinos.
Poco material hay en cada uno de estos temas que no sea a la vez
un pedazo insustituible de otro, parte de esa confusión en todos los pla-nos
de la actividad humana que se da cuando todos los actos respon-den
únicxmnte 2 !2 Mgic-. de !a sohrevivenria: Y confusión también
respecto a la identidad canaria, en que muchos de los gestados «allá»,
nacieron y fueron inscritos en nuestros libros parroquiales como crio-
170 Kirai de León
llos, y que los recién llegados -los extranjeros- tuvieron hijos crio-llos
nuevos. Con el tiempo se perdió el dialecto canario que acentuaba
las diferencias entre migrantes y orientales, quizás por eso alguien nos
dice: «ella era extranjera, era canaria ... pero se le entendía todo, hablaba
como nosotros». «Ellos» y «nosotros», forma de «ser criollo» -de ela-borar
una nueva nacionalidad- en contrapunto con la resistencia a
abandonar la pertenencia canaria que los distingue y a la vez los dis-crimina.
La construcción de una identidad que es criolla pero mantie-ne
lo canario y que se basa en la contradicción dialéctica entre «yo» y
«el otro», entre la «pureza» y la «gracia» de los canarios, y cómo se
sienten percibidos: «con desprecio», «como que somos inferiores».
Si aún hoy perdura esta forma de sentirse -o de ser- discrimina-dos,
es quizás por la dureza con que el medio oriental recibió a los
migrantes. La tónica de la «hospitalidad» con que fueron recibidos por
la antagonista oligarquía ganadera, surge claramente de un discurso
pronunciado a fines del siglo pasado en la Asociación Rural: «...el ru-tinario
sistema agrícola de las Islas Canarias, no les permitió aprove-char
de las ventajas que ofrecía el suelo fertilísimo de la República
Oriental; faltando de los hábitos de un trabajo constante, debido a la
ingénita indolencia, los nuevos pobladores, ni mejoraban sus condicio-nes
económicas y menos, estudiando el suelo, que les había brindado
hospitalidad, se esforzaban en desechar las rutinarias costumbres, que
el progreso realizado en todos los ramos de la actividad humana, debía
hacerles juzgar como perjudicionales a sus intereses.» (Polleri, 1887)
UN LUGAR PARA TRABAJAR Y UN LUGAR PARA VIVIR: DE
LO QUE SE PLANTA Y LO QUE SE COME, DE D ~ N D E SE VIVE Y C ~ M O
SE VISTE
Llegaron con las manos vacías, las mujeres con un puñado de le-vadura
para el amasijo que les marcaba su responsabilidad de nutrir;
los hombres debieron conseguir la tierra para poblar y todo lo nece-sario
para comenzar la producción. Por medio de arriendo y media-nerías,
pidiendo elementos de labranza, comenzó la tarea agrícola.
La lucha por el acceso a la tierra como arrendatarios, medianeros
o propietarios, se fue volviendo gradualmente más dura en la medida
La migración canaria en la formación del campesinado uruguayo 17 1
en que se agotaban las tierras fiscales y por la resistencia de los es-tancieros
a degradar las propias en las labores agrícolas.
El testimonio que sigue relata una de las formas privilegiadas
de acceso a la propiedad de la tierra a mediados del siglo pasado;
trata del caso del tatarabuelo de una mujer nacida a principios de la
década del '30, que todavía vive en parte de ese campo, hoy sub-dividido:
«Mi familia son de aquí, tenían setecientas cuadras, que vino
el padre de mi bisabuelo ya adjudicadas de España, cuando vino
de Islas Canarias venía con la escritura, yo tengo la escritura que
reza eso. Albisquevino Antonio se llamaba ... Y Ud. sabe como
medían los campos? A la salida del sol se paraba uno aquí y
meta pata hasta que el sol se dentre era el ancho ... Así conta-ban
que era la medida ... y elegirían un día de enero! Esa tierra
se r~parti6, y eran catorce los hermanos de mi abuelo, que le
parece! Pero cuántos serían los de ese otro que había más atrás,
los hermanos de mi bisabuelo! Y nosotros éramos seis ... a mi
me tocaron dos cuadras, y qué me iba a tocar si era una de re-partir!
El padrino de bautizo de mi bisabuelo era de España, en-tonces
lo bautizaron con personero ... Y era muy rico. Entonces
le regaló cien pesos, era oro. Esos cien pesos dieron pa'ciento
veinte cuadras que se las compró el padre como regalo del pa-drino.
Entonces yo le voy a decir un verso que mi bisabuelo
cantaba con el acordeón:
Yo soy pájaro canario
de Canarias vine aquí
no pierdo mis esperanzas
de volver dónde nací.»
Calculando para el caso anterior y para el que sigue generaciones
de amplitud similar -de 25 a 30 años-, media entre ambas por lo
menos el lapso de una generación para el momento del asentamiento,
y piiede estar mostrando las dificultades progresivas en el acceso a la
tierra propia. En contraste con el anterior, tres generaciones no han
sido suficientes para que la familia del entrevistado, nacido en 1908,
lograra la acumulación suficiente para acceder a la propiedad de la
tierra. El inquilinaje original de su abuelo, la forma de dominación
económica, pareciera persistir como contenido cultural.
Biiscíinc!~ una razin a las diferencias entre su caso y el anterior-mente
trascrito, el de «la Gomalada» en sus palabras, y las causas
de la migración canaria don Zoilo nos dice:
Kirai de León
«Esa Gonzalada que vive pa'allá yo no sé si vinieron con
plata o si fue gente que se vino mucho primero que mis abue-los,
porque esa gente hizo casi toda propiedades de ellos, a lo
mejor esos canarios vinieron primero o vinieron platudos. Por-que
allá disparaban porque estaba el servicio obligatorio, enton-ces
cuando los canarios ya tenían hijos grandes que se los iban
a sacar para el servicio disparaban ... por lo cuentos que oigo yo.»
La conformación y la subdivisión de la propiedad de la tierra se
pierde en el relato de los chacreros de hoy. Testimonios y documen-tos
de época nos ilustran sobre cómo ha menguado la superficie de
las chacras y cómo han cambiado las formas de tenencia de la tierra
en la zona agrícola del sur del país. m
Analizando un caso percibimos el proceso de fraccionamiento de D
E la propiedad y el comportamiento histórico de los factores que lo
O acompañan o lo determinan: la conducta reproductiva de las familias, n -
- ia iguaiciaci iegai por sexo de ia herencia de la tierra, los procesos de O m
desconcentración y reconcentración de la propiedad, la incidencia E
E
de la variable etaria en los actos de adquisición y venta, etc. 2
E
De la escritura de sucesión de la tierra de una rama de «la Gon- -
zalada» ya mentada, surge que en 1828, los primeros en llegar com- 3
pran tierras a los herederos de Bartolomé Mitre, abuelo del futuro --
0 presidente argentino, «a quien pertenecieron primitivamente esos cam- mE
pos, a título de compensación que le hizo la Real Hacienda» por las O
tierras que había cedido para la construcción de la villa de San Juan
Bautista, estancia conocida como «de las caballadas del Rey» por n
E haber pertenecido a la Corona, ubicada entre los arroyos Tala, Santa -
a
Lucía y Vejiga. En 1939, comparece ante escribano doña Rufina To- nl
rres de González, viuda en primeras nupcias de don Juan González, n
n
y «expresa que, con el fin de que sus doce hijos y cuatro nietos com-
3 parecientes a este acto puedan en mejor forma desarrollar sus activi- O
dades en beneficio de sus propios intereses y como una satisfacción
moral para su conciencia, les dona, con las condiciones y reservas que
se establecieran en esta escritura, la propiedad y posesión que le co-rresponde
en la totalidad de los inmuebles antes determinados ó sea
toda la porción ganancial y dotales referenciadosn. Las condiciones y
reservas establecidas se refieren: «A) Que durante los días de su vida,
le pase cada uno de sus doce hijos una renta anual de treinta y seis
pesos setenta y cuatro centésimos y cada uno de sus cuatro nietos
nueve pesos diez y ocho centésimos, pagaderos por semestres venci-dos,
durante los meses de enero y julio de cada año. B) Que no abo-nando
cualquiera de sus hijos una anualidad de dicha renta, la donante
La migración canaria en la formación del campesinado uruguayo 173
se reserva el derecho de retrotraer a su dominio la porción donada,
que representa en cada hijuela, una extensión de ocho hectáreas seis
mil doscientos nueve metros cuarenta y dos decímetros, y en la de
cada nieto, dos hectáreas mil quinientos cincuenta y dos metros se-tenta
centímetros. C) Que se reserva mientras viva, los derechos de
usufructo y habitación, sobre una extensión de campo ..., con los edi-ficios
que contiene ... QUINTA.-Que el Nicho del Cementerio del Tala,
queda en común entre todos los coherederos ... SEXTA.-Que la marca
para ganado mayor, segunda serie ... se adjudica a don Ciriaco Profilio
González ... ». (Sucesión de Juan Sebastián González, 1903, y de
Ciriaco Porfirio González, 1939).
Es llamativa la alta renta fijada por doña Rufina como retribución
por las superficies donadas, ya que ésta supera el promedio nacional
de la renta de la tierra con mejoras, para el año de la escritura
-$ 2.57- equiparándose al salario rural anual de $ 37.50 estableci-do
para el año 1940, aún cuando es sabido que se pagaba muy por
debajo.
Considerando que ha pasado más de un siglo desde que las tie-rras
originales comenzaron a subdividirse y la alta tasa reproductiva
del momento, las superficies otorgadas a cada hijo -alrededor de
25 has. salvo en el caso de Ciriaco Profilio que recibe 44- son las
habituales en la zona y las que posibilitan la reproducción de cada
familia, tendencia general para la pequeña propiedad rural que histó-ricamente
tiende a recomponer las superficies pese a las constantes
subdivisiones: con los riesgos de comparar la zona del noreste de
Canelones con las cifras del país, vemos que mientras que la canti-dad
de predios grandes y medianos se mantuvo estable desde comien-zos
de siglo, los pequeños en el año 1937 eran más del doble que los
del año 1908.
«Cuando morían los padres, siendo fracción chica se vendía.
Que le tocaran 10, 12 cuadras a cada uno. .. pa'que la querían?
Antes tenían que tener 20 pa'más o menos comer. Si eran dos o
tres herederos se vendía, o compraba uno de ellos o se vendía a
un particular, a un lindero; y se repartía la plata. Porque para
repartir! Fíjese que éramos seis hermanos y eran 30 y pocas
cuadras ... Cuando mi padre murió, mi madre quedó como la
dueña, los que éramos mayores de edad le firmamos todos un
compromiso que mientras ella viviera no podíamos tocar nada
ninguno; quedamos los seis con eiia. Se tomaba conferencia eriíre
madre e hijos: «te gusta aquel pedazo» o «vamos a hacer aquel
otro)), ahí era de conformidad.))
174 Kirai de León
La división del trabajo por sexos marcó en la etapa cerealera la
doble obligación de las mujeres en la labranza y en atender lo do-méstico,
ampliado a las tareas de costura y manufactura de objetos
cotidianos; a los hombres la confección de elementos para la produc-ción
y también algunos de uso doméstico. Levantar las casas fue ta-rea
de los hombres, pero fue el espacio privilegiado de la mujer que
lo recibe como propio, mantiene con la leña que acarrea el fogón
encendido sobre el piso de tierra, caliente el agua del mate que acom-paña
los descansos del trabajo de la tierra, hace de las casas el cen-tro
de la rutina cotidiana y las mantiene en pie, remendando el adobe
y blanqueando de tanto en tanto los hollines.
Crear lo indispensable para la comida y e! descanso llevó a inno-vaciones
fruto de la imaginación y el trabajo de hombres y mujeres;
lo que se cultiva y lo que se come son una sola cosa; ambos sexos
van adiestrándose en elaborar los utensilios y herramientas que per-miten
consumir lo que producen.
Y, también, la división del trabajo según los sexos es el reflejo
de la unidad entre trabajo para el mercado y trabajo para el consumo
-se consume una parte variable de lo que se produce para el mer-cado-;
entre tierra para trabajar y tierra para poblar y vivir -se
necesita un asentamiento, la «querencia», que cobija y de donde
se obtiene lo necesario para la sobrevivencia-; toda la vida es tra-bajo
cuando el que debería ser tiempo de ocio se usa para construir
con las manos los elementos necesarios para reproducir y reafirmar
la labor agrícola y la recreación de las condiciones sociales que ha-cen
posible un nuevo ciclo.
En la tierra- se trabajaba «parejo», aún en la tarea de la arada
-momento de abrir la tierra para que pueda ser fecundada-, la que
más fuertemente se une simbólicamente a lo masculino, pero que hasta
hoy persiste en algunas zonas como tarea de ambos sexos.
De las tareas artesanales los hombres se especializaron en el tra-bajo
del cuero vacuno, adiestrándose en la' talabartería, de origen crio-llo,
para los arneses de animales y los tamangos; el trabajo de la ma-dera
para unos pocos muebles, morteros y herramientas; de la piedra
para las muelas y la totora para la quincha de los ranchos y los asien-tos.
Las mujeres se ocuparon del vestuario de la familia, de los acol-chados,
de las sábanas, de los sombreros y los pafiuelos para salir a
la tierra y no perder la blancura.
La migración canaria en la formación del campesinado uruguayo 175
«Y sombreros de paja de trigo, trenzados, le hacían la coro-na
de arriba bien redondita y cuando tenían el grandor de la
cabeza y entonces le hacían el ala. Los colchones los hacía cual-quiera
porque eran fáciles, los sombreros no, los hacían las
mujeres.»
«Los tamangos los hacía el padre, mi papá los hacía, atrás
los cocía con un alambre, les formaba el talón y le hacía una
oreja y le hacía cuatro ojales de cada lado, para pasarle el
tiento.»
Las necesidades de mano de obra para los momentos de mayor
trabajo -siembra, cosecha y trilla- no se cubrían con la mano de
obra familiar. El trabajo colectivo de los vecinos, la «compaña» en
el decir de la gente de la zona, permitió la producción de los pre-dios;
sin esta práctica, posiblemente traída desde Islas Canarias -no
hay experiencia similar entre orientales- la producción cerealera
no podía realizarse. Pero esta relación de vecinos y parientes no sólo
permitió la producción, sino que jugó además un papel importante en
la reproducción social de los grupos: instalaron prácticas de intercam-bio
en todas las esferas de la actividad y en los acontecimientos vita-
!es, filemn creand~id entidides C G ! P C ? ~ V ~y sentk!~d e pe~enenciaA. !
igual que las prácticas ceremoniales religiosas, fueron también el
momento de intercambio entre los jóvenes casaderos.
«El labrador oriental no tiene dónde guardar los granos que
recoge sino en un rincón del pequeiío rancho que ocupa con su
numerosa familia. De modo que si su cosecha es algo importante,
tiene que venderla en la era, a cualquier precio, sin poder espe-rar
una época más ventajosa. Generalmente no siembra nada más
que trigo y maíz. Si alguna vez sucede, como en todas partes,
que se le pierde la cosecha de trigo, no le queda recurso ningu-no;
pues el maíz que recoge sólo le sirve para comer...» (Cita-do
en Mariano B. Berro, 1914).
«Todo el que servía salía a trabajar, el que era grande, todos
íbamos pa'l campo, mujeres y varones.»
«Se vinieron para acá y gracias a los canarios es que sabe-mos
cultivar la tierra los orientales! Porque los orientales por lo
que yo entiendo no sabían más que pelear y comer carne, no
sahia hacer i'n p g ~ n,o sahian h x e r cnm,n!etamente nada. a -
cer producir en el campo no sabían. Alquilaron tierra y ahí em-pezaron
a hacer producir el maíz y el trigo, y ahí fue que se fue
haciendo los cultivos grandes.»
176 Kirai de León
El maíz siguió siendo un cultivo de pobres ... Canelones, que era
el departamento más maicero, incrementó su predominio llegando a
cultivar el 42 % del total de la superficie dedicada a ese grano; en
realidad, la expansión agrícola canaria se hizo en este período en base
al maíz, que creció 100 % en superficie cultivada contra un escaso
50 % de aumento de la del trigo (Barrán y Nahún, 1973).
«Se cortaba el trigo a la hoz, yo no alcancé a cortar, verlo
cortar si me acuerdo como un sueño. Diez o doce hectáreas de
trigo se cortaba todo con la hoz. Las máquinas son de este si-glo,
será por el año 8 o el 10 según tengo entendido, pa' co-mienzo
de siglo ya había alguna máquina cortadora de trigo y
había algún alambre para alambrar. Después de la guerra vinie-ron
las primera máquinas, pero el que era muy pobre que no
tenía con qué pagar, que le cobraban tres o cuatro reales la hec-tárea,
esos que eran medio pobres cortaban con hoz. Hombre y
mujeres, ahí era todo parejo.»
Para el período 1889-90 Colonia sembró el 3 1 % del trigo del país,
siguiéndole San José con un 25 % y Canelones con el 23%. Los ren-dimientos
por hectárea fueron de 557 kg. en Colonia, 648 en San José
y 440 en Canelones. El maíz representó en el mismo período para
Canelones el 42 % del área cultivada en el país, seguido por San José
con un 12 % y Colonia con el 11 %. Los rendimientos del maíz para
la cosecha 1889-90 fueron de 627 kg. por hectárea para Colonia, 589
para Canelones y 560 para San José. Soriano, con apenas un 6 % del
área cultivada de trigo alcanzó el rendimiento más alto del país con
912 kg. y para un área del 2% nacional de maíz, obtuvo también el
mejor rendimiento con 670 kg. por hectárea (Barrán y Nahún, 1973).
«Cortar maíz es tiempo de invierno, con humedad y mucho
rocío, uno se moja mucho. En verano cortar trigo hay sol no más,
hay calor, pero el maíz era más pesado y es tiempo muy frío,
se mojaba uno desde los tamangos hasta el sombrero.»
«irabajaban con dificultades porque trabajaban con zuecos de
madera, y eso agarra barro! y los zuecos descalzos para cuando
estaba seco. Yo usé tamangos también, porque era más prácti-co,
para los rocíos, para cortar y parar maíz, y allí llevábamos
otros trapos secos para envolvernos, nos envolvíamos bien en-vuelto,
porque se mojaban y había que sacárselos, se hacían de
lona de esa, arpillera. F! tamangi qiiediha h!andn. LI ~ ' ? J e"Yr-1- 1 ~
iba al campo tenía que ponérselos. Porque los niños también
usaban tamanguitos, porque no había otro calzado.»
La migración canaria en la formación del campesinado uruguayo 177
«Las mujeres nos mojábamos hasta la rodilla, a veces nos
poníamos unos zuecos rusos, así le llamaban, y si no marchába-mos
igual descalzas, parando maíz.»
«Para trabajar en el campo las mujeres se ponían pantalones,
lo que si que pantalones mal hechos, los hacía la madre. Las más
se ponían pañuelos, cuando había sol le ponían un alambre y le
ponían cartón y se hacían sombra, pa'no quemarse del sol, para
tener la cara linda y después se lo ataban todo alrededor, y tam-bién
se ponían sombreros. Y en las manos unas polleritas oscu-ras.
Y arriba delantales, blanco para pasear, pa'ir a la casa de
los vecinos, o pa'ponerse un domingo de tarde, se planchaban
bien planchados, almidonados, y quedaban preciosos. Pa'ir a la
casa de los vecinos se ponían enaguas blancas, con puntillas, y
quedaban como las novias hoy. En crochet se trabajaba muchí-simo,
y en festones y vainillas, lo hacían ellas.»
«Antes era distinto el trabajo del campo, porque se planta-ban
dos cosas nu más, ei maíz se piariíaba en una épüca y d
trigo en otra, una mujer siempre se quedaba pa' lavar junto a la
madre.»
Como en otras economías campesinas, el trigo «harina de los ri-cos
» va al mercado ya que es su venta que la que permitirá la com-pras
imprescindibles para la reproducción de la vida cotidiana de las
familias y del ciclo agrícola; el maíz, con su productividad asombro-sa,
fue la base de la comida campesina.
«No se plantaba boniato pa'l gasto ni papa pa'l gasto. Se
comía poroto, mazamorra, gofio porque pan comían poco, chi-charros
y lenteja. Eso se cosechaba en la chacra y el que cose-chaba
más le regalaba al otro, venderse no se vendía. Habían
tostadores (de harina de maíz para el gofio), tostaba uno mis-mo,
después habían molinos pa'moler, tanto en la campaña como
en los pueblos. Así se hacía el gofio y la polenta. La mazamo-rra
se hacía en las casas, con un mortero de madera y se gol-peaba
con la maceta. Se va revolviendo y se va pelando y eso
se aventaba en un arriero.»
«Para el desayuno, en casa no se hizo ni yo lo hice tampo-co,
pero conocí casas, vecinas, amigas, que amasaban el gofio
(con leche) en una fuente grandota y ahí comían todos de la
misma fuente, fueran cuatro, fueran cinco, fueran los que fue-ran.
Allí no se servía en platos ni se servían pocillos ni en nada.»
Los testimonios dan cuenta de los cambios que se producen en la
agricultura y, de allí, en la vida de la gente. La introducción de ma-
178 Kirai de León
quinaria -arados de fierro, rastras, trilladoras, segadoras- desde fi-nes
del siglo pasado, fue perfilando un nuevo tipo de división del tra-bajo
entre los sexos.
Para el año 1878, la estadística agrícola registra 747 y 802
arados perfeccionados en las secciones IX y X del departamen-to
de Canelones.
Las tareas de conducción, mantenimiento y mecánica quedaron del
lado de los hombres, los conocimientos que se desprenden de estas
prácticas también. A diferencia de la situación igualitaria del comien-zo,
en que un artesanado doméstico de hombres y mujeres llenó las
necesidades de la vida cotidiana en la producción y la reproducción,
la mujer queda aislada del mundo de la técnica. De allí en más, este
conocimiento misterioso e intransferible de los hombres, las relegará
a trabajar sin apropiarse del dominio de íos factores productivos. Ese
es el inicio de su posición subalterna que se define por su papel de
«colaboradora» con que se la rotula desde los organismos del Estado
en el presente.
Pero es en el momento de la aparición de la tierra, en la trilla del
trigo, que el duro trabajo de los hombres y el no-trabajo: labor cere-monial
de las mujeres, se muestra más fuertemente. Si la «compaña»
se reproduce cada año por la necesidad de brazos para las tareas que
más pesadas y con plazos más restringidos, también se reproduce
porque el verano y los días largos son propicios para la madurez de
las alianzas.
La mujer alimenta a la tropa de hombres pero, quizás más impor-tante,
forma la bandada colorida de muchachas casaderas con las que
compartir el tiempo de descanso y el baile que culmina en cada pre-dio
la cosecha del grano.
«Para la trilla venía el convoy, las carretas tiradas por bue-yes,
podían traer siete o más y una con toldo que traía la linyera,
el equipaje de los peones, la ropa para dormir, y la yerba pa'
tomar mate, la comida, todo eso cargado. Cocinero a veces
traían, entonces venía otra carreta que se llamaba la cocina, con
los equipos, las ollas; otras hacían la comida en la casa del dueño
de la trilla.. El primero en llegar era el encargado, ese hacía el
contrato, veían el día que se hacía la trilla. Cada peón tenía su
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U U p U U I u I I U u U , &"O U U l l U l V U Ll'Llllll U. L l L B V YU &U L l U L l Y , U. U Y I C U U V I
cortaba el hilo de los atados de trigo, el echador lo tiraba a la
máquina, el foguista que se ocupaba de hacer el fuego con la
La migración canaria en la formación del campesinado uruguayo 179
misma paja, el aguatero que tría el agua para la máquina y para
todo desde el arroyo, el pajuyero que era el que retiraba la paja
de donde la tiraba la máquina. Y el capataz de campo y el ca-pataz
de la máquina, el maquinista, que mandaban a los peones.»
Para asegurar la concurrencia de todas las jóvenes vecinas, era
obligado asistir cada día a las trillas en las chacras de la ranchería;
visto desde el presente un «modelo raro», que no se comprende ya
que hoy en día los jóvenes tienen otros espacios y más libertad para
concretar sus noviazgos y matrimonios.
«En las trillas antiguas, desde que empezaba la máquina en
una ranchería, venían todas las muchachas, cuanto más mucha-chas
había, señoritas, era más bonita la trilla y entonces tenía-mos
que ir a todos lados pa' que todas vinieran. Los hombres
iban a trabajar y las mujeres nada más que pa' conversar y es-tar
paradas, mirando nada más por que nada hacíamos, era una
moda así. Era como un mes, pero quedábamos flacas! A todas
las casas teníamos que ir, si había dos señoritas tenían que ir
las dos para que vinieran todas las de esa casa, era así, un mo-delo
raro. Se terminaba la trilla y la máquina se iba lejos y se
hacía baile. Cuando aclaraba el día ya estaba trillando la má-quina
y hasta de noche oscuro, cuando había baile no, hasta la
entrada del sol, de noche no, no había orden de hacer baile de
noche, así cuando andaban solas no. Antes de venir la máquina
se hacían bolsas de pan y después se hacía una cantidad de esas
tortas rendondas, tortas trilleras, con todos los gustos así se ha-cían
para la trilla. De eso se hacía una cantidad y se picaba y
se brindaba con eso, había que hacer un horno grande llenito pa'
que alcanzara. Cuando llegaba la trilla eso ya estaba hecho, las
mujeres de la casa lo hacían y después tomaban caña y vino,
comiendo. Al desayuno se daba mate cocido y pan y al medio
día esos guisos gordos! Y las madres se quedaban en las casas,
porque la que la trilla venía ?a' si casa tenia qce estar a m ~ s ~ n -
do. Y se ayudaban todos los vecinos, la máquina trillaba y les
entregaba el trigo y ellos tenían que traerlo y ponerlo en los
galpones y ordenarlo.»
La venta del trigo a los molinos proveía del dinero necesario para
las compras, para todo lo que la chacra no podía proveer: algunos
alimentos, las telas para los vestidos de las mujeres. El hombre se
ponía al día con los comerciantes, alguna mujer lo acompañaba para
buscar los hilos para las puntillas de las enaguas, bordará los delan-tales
para visitar, zurcirá las ropas, hará las toscas ropas de trabajo.
180 Kirai de León
El ahorro de tiempo que significó la introducción de maquinaria
permite ampliar los rubros productivos para el autoconsumo, que se
suman a las pocas legumbres tradicionales de la cultura alimenticia
canaria. El boniato compite con el gofio, se introduce la papa, los
cerdos dan la grasa que se conserva para el año después de la car-neada:
la cocina se va haciendo más compleja. El círculo de lo que
se plantallo que se come ya incluye los animales que se alimentan
del producto agrícola, para dar a la vez una diversidad de alimentos.
Para la mujer, la tarea de la huerta de autoconsumo se vuelve más
variada, se intercambian semillas, se intentan algunos nuevos cultivos.
Las flores, y no los árboles, rodean las casas, también algunas hier-bas
medicinales. Pero entre la casa y la chacra, se crea el nuevo es-pacio
de los animales, que la mujer atiende: se surte de los produc-tos
de la cha.c ra para su alimentación, y de allí extraerá productos para , . .
la alimentacion de !a fam!!!a.
Las tareas comunitarias de «hacer compaña» facilitaron tal vez los
intercambios en productos alimenticios: dar a quien no tiene y recibir
cuando no se tiene algún producto para la olla, siendo su finalidad
surtir de alimentos la mujer fue la promotora de estas prácticas. El
intercambio de servicios y productos aseguró la mano de obra nece-saria
para la carneada, día de trabajo compartido, que termina con el
asado de las partes del animal que no se conservan, y distribución
posterior de su producto entre los vecinos y parientes que participan
en ella. Hombres y mujeres tienen en ella trabajos específicos, la mujer
de la casa alimenta a los asistentes al almuerzo, siendo el hombre el
que organiza el asado con que culmina; las tareas de conservación
también se dividen por sexo, siendo la mujer, finalmente, la que dis-tribuye
los productos: hay una regla, difícilmente enunciada y expli-citada,
pero que rige y todos aceptan como válida de qué se da y
cuánto se da a cada participante.
En los casos en que esta diversificación de la producción lo per-mitía,
se podía vender -transar en dinero- productos de las chacras
-huevos, aves, factura-, comprando -con el mismo dinero- lo que
no se producía -azúcar, yerba, tabaco, sal, etc.-. Los carros de
los comerciantes de los pueblos pasaban quincenalmente a surtir los
rancheríos.
El dinero hizo también posible la aparición de los comerciantes
de artículos diversos: telas, ropa, calzado, utensilios domésticos.
Ante estos cambios algunas familias van monetarizando su eco-nomía
e invirtiendo de forma de integrarse con más beneficios al
mercado. En esos casos. la hábitos familiares van cambiando: la in-
La migración canaria en la formación del campesinado uruguayo 18 1
tensidad del trabajo hace que algunas mujeres se retraigan al trabajo
doméstico, cada vez más complejo por la aparición de elementos
modernos y urbanos que rompen la habitual escasez de enseres y uten-silios
del hogar; varios testimonios aluden a las que se especializan
en las tareas domésticas ampliadas y las que siguen preferiendo el
trabajo de la tierra, que son las que sortean el aislamiento, las que
buscan relaciones más amplias.
«Se plantaba maíz y trigo, se vendía algún maíz y trigo, el
que sobrara del que se usaba pa' la harina y el que se dejaba
pa' los animalitos. La mayoría llevaba el trigo al molino en ca-rreta
para hacer harina. Y si quedaba más, el que no se gastaba
se tiraba, por que a quién se lo iba a vender? El maíz también
se llevaba al molino, tostado, para hacer el gofio. Porque en la
antigüedad era gofio y pan, pero se comía gofio regular, se ha-cim
heniates roridns, se cnmim c m !eche. Para hacer maza-morra
se pisaba el maíz, se rolaba con un palo grueso y le ha-cían
una boca ahí y con un pisón lo quebraban y se pelaba eso
y lo aventavan, el grano partido era mazamorra para hacer con
poroto y grasa de cerdo, bien gordo».
«Acá se plantaba trigo y maíz, y boniato, zapallo, toda esa
verdura para el gasto de la casa. Lo que vendían era el trigo,
maíz, cerdos y huevos, porque criaban gallinas también. Y eso
se lo vendían a un comprador que pasaba por la ranchería, por
el «barrio», surtían y compraba todo eso y lo vendía en Monte-video.
Y traía yerba, azúcar, hacían la plata de los huevos y le
compraban mercadería, compraban lo que alcanzara pa'pagarle
con los huevos, y vendían chanchos. Pero en las casas se car-neaba
más, tres cerdos y una vaquillona, hacen bastante faena y
tenían para muchos tiempo ... muchos hijos eran también!»
LA VIDA EN LAS CASAS
Lu kestahi!idaC! en !a tenencia de !a riem !!ev6 a levantar casas
precarias donde se juntaba la gente, los granos que se guardaban para
la alimentación y enseres de labranza.
Si suponemos que las casas con azotea que aparecen en el cuadro
son las de los pueblos de Migues y Tala, vemos que la utilización de
la quincha era casi exclusiva en las secciones judiciales IX y X,
correspondiend~a !os r a x ch~ sd e !os rurnprsincs ugric~lus.D e! teta!
de 2.180 viviendas para dichas secciones, 1593 tenían este tipo de
techado.
182 Kirai de León
VIVIENDAS DE LA IX Y x SECCIÓN JUDICIAL
DE CANELONES SEGÚN MATERIAL DEL TECHO. 1908.
Absolutos 1 Total / Azotea 1 Teja
Porcentajes l l l
Sección IX ...........
Sección X ............
Departamento ......
sección IX .........1 IOO.O1 :::1 Sección X ............ 100.0
Departamento ...... 100.0 9.5 4.4
Fuente: Censo de población de 1908.
Otros
767
1.413
13.903
«con paredes de terrón o de paio a pique y techo de paja, se
componen de una o dos piezas.» (Citado en Mariano B. Berro,
1914).
El plural, las casas, con que se nombra a la vivienda del campo,
viene de la separación entre la pieza de dormir y la de cocinar,
colocadas con forma de L, concentrando así en un espacio el humo
del fogón, el hollín, los olores de comida. También allí se concen-traba
el único calor. Era raro, sólo para los más pobres, el rancho
único.
4 1
2 O
1.326
«Yo tengo el rancho de vivir, como se le llamaba, el rancho
de dormir, que es de barro con chorizo. Tiene hebras de alam-bre
que pasan entre los postes, por ahí se pasa la paja, paja
mansa o paja de trigo, y se trenza hasta que llega a la otra
hebra, a eso le llaman chorizo; y así de hebra en hebra. Enton-ces
esto se llena de barro de los dos lados. Tiene más de cin-cuenta
años la casa, pero yo le tengo más fe a este que a cual-quiera,
si viene un viento de esos que se vienen a veces, a éste
no se lo lleva. Arreglar las paredes es cosa de mujer y también
blanquear, como esto es muy alto yo blanqueo sólo hasta el mo-jinete.
Cada cuatro años o por ahí se le da una sobrequincha, le
ponen otras pajitas arriba; tengo un hijo que trabaja en eso, es
quinchador. Y tengo otro alambrador y uno pa' siete oficios:
están en todo.»
«...ün catre ijaia lus padres, cüeios tendidos coii üii poco de
paja para los niños y un cajón que encierra las ropas y el dine-ro
». (Citado en Mariano B. Berro, 1914).
23
15
618
La migración canaria en la formación del campesinado uruguayo 183
La pieza de dormir juntaba a todos los miembros de la familia para
el descanso. La cocina era el lugar de la sociabilidad de la familia al
oscurecer y los días malos, también de recibir a los vecinos y parien-tes
o dar cobijo a algún transeúnte si no había galpón. Las ventanas
pequeñas mantenían el interior en penumbra. Cuando la tierra era pro-pia
se hicieron salas para recibir, galpones para guardar los granos y
herramientas.
«Asigún el tiempo la gente se acostaba en colchones de cha-la,
del choclo se saca la chala fina y de ahí se hacían cintitas y
hacían colchones con eso. Yo de esos no dormí pero vicientos.
Dónde había mucha familia las camas eran una alfagías, predidas
de la pared, con varejones y con unas patas. Duela de barril le
ponían para sostener el colchón y después le ponían el colchón
de chala. La geíiic vieja, ki geiite de antes se acostaba cantidad,
matrimonios, muchachas y señoritas y viejas. Hacían un sólo
colchón grande. Yo nunca, pero ver dormir en eso, tropa.»
«Cualquiera lo hacía, yo era chica, catorce, trece años y mi
madre nos ponía. Nosotros mismos los hacíamos (los colchones),
abrían tres o cuatro bolsas de arpillera, las lavaban bien lavaditas,
entonces después se añadían y allí hacíamos el tal colchón. Y
también los hacían de paja de trigo, lo echaba la máquina y lo
primero que hacían las mujeres de antes, las viejas o las que
tenían hijos, eran embolsar unas cuantas bolsas de esa paja que
sale bien limpita, la más enterita ... la embolsaban para hacer col-chones.
Ellas de la ropita vieja la descocían toda, y la arreglaban, las
añadían y hacían unos tales acolchados.»
«Antes no había un camisón, no había un piyama, no había
nada. Pa' dormir con la ropa que estaban, fuera hombre o fuera
mujer. Eso si, limpita si, si aquella ropa estaba sucia no se acos-taban
con esa ropa, se ponían una ropa limpia, al otro día se
sacaban esa ropa limpita y se volvían a poner la sucia pa'salir
"1 tr"ho;n \\
'L' C I C I V U J " . "
Las tareas de la casa eran simples y de mujer: bastaba mantener
apisonados los pisos de tierra, el barro d e los muros y encalar de vez
en cuando.
La mayorfa de las tareas de transformación de productos se ha-cían
en el exterior o bajo un alero, así como el lavado y parte del
cocinar, planchar, coser y bordar: el exterior era más propicio que la
cocina ahumada, caliente en el verano.
184 Kirai de León
A la vuelta del trabajo diario en el campo, el aseo personal tam-bién
se hacía a la intemperie, la palangana de pie era obligada para
antes de recogerse: los canarios eran dierrudos pero limpitos».
En los días largos de lluvia, se hacían algunas tareas agrícolas
-desgranar, almacenar- en el interior de las casas o galpones.
El espacio de las casas fue más un lugar de resguardo que un lugar
de vivir.
Los bienes eran pocos; las tareas domésticas escasas. Pero lo que
la casa encerraba había sido hecho por el grupo doméstico. En los días
en que la tierra no se deja trabajar, hombres y muje~es se dedicaban
a las artesanías que creaban o reponían los elementos imprescindible,
algunos muebles, la vestimenta, el abrigo para las camas, los col- ,,
chones. D
E La vestimentas oscuras se hacían en la casa; las mujeres armaban O !es ecomes puñue!os c m rartmes y u!urilkres paru que e! so! no !us n tocara, hasta en las manos usaban «polleritas» para guardar la piel
-
m
O
E blanca; para salir almidonaban las enaguas, los delantales. Descocían E
2 y volvían a utilizar los tejidos, desbordaban y bordaban con los mis- E
mos hilos. -
3
-
«La mayoría de las sábanas eran de arpillera, las canarias eran
-
0
m
muy bordadoras y esas bolsas que agarraban para sábanas las E
bordaban todas, bordes macanudos, que yo ahora no veo bordar O
como la gente de antes.» n
-E
a
El trigo, con el tiempo, migró hacia el litoral oeste. Llegó la fá- nl
brica refinadora de azúcar remolachera y los campesinos trabajaron n
n
para ella durante décadas e iniciaron los cultivos hortícolas para el 3
mercado; las prácticas de subsistencia fueron desapareciendo. Cerró O
después la planta y hoy en día los productores, hombres y mujeres,
buscan la forma de resistir en la tierra. Todos cultivan maíz, que ya
no es la dieta básica, pero sigue siendo la de los animales. Ya no hay
trilla ni conclusión del ciclo agrícola, porque los cultivos se diversi-fican
y sus cosechas se distribuyen a lo largo del año.
Compitiendo con la zona cerealera capitalista, algunas chacras si-guen
produciendo trigo para malvenderlo en el mercado: algunos
productores no quisieron o no fueron capaces de seguir con docilidad
el nuevo cambio, y allí impera todavía, casi intacta, la cultura de la
época de los cereales y con más fuerza las tradiciones culturales del
pasado.
La migración canaria en la formación del campesinado uruguayo 185
DE NOVIAZGOS Y MATRIMONIOS, LOS CRIOLLOS NUEVOS Y
LA MUERTE
Mujeres y hombres jóvenes circulaban por las chacras renovando
la mano de obra mediante las alianzas matrimoniales; el grandor de
las familias impedía que yernos y nueras se asentaran en el hogar de
los padres. Aunque la norma no fijaba la endogamia, las distancias
impedían buscar novia más allá de los rancheríos vecinos, unidos des-de
sus orígenes por relaciones parentales intrincadas. Y son estas re-laciones
de vecindad y parentesco las que permiten la sobrevivencia
de las familias y los grupos.
Los ceremoniales religiosos, las fiestas, los bailes, las serenatas,
las novenas, las loterías, facilitaban las relaciones entre los jóvenes y
!a c~ncresi6n de !as alianzas.
Los juegos inocentes de los días de santos aluden a esos proyec-tos
futuros: cada varón debe escoger a una joven libre, cada mujer
debe aceptar una propuesta, sólo así se asegura la reproducción de las
familias de origen en la tierra subdividida. Una mujer relata como se
vivían estas festividades religiosas a comienzo. d. e siglo, en las que el i<jüego,, marca para 10s jóucnes todas las posicioiies posibles, sü po-sición
dentro de las redes de alianza matrimonial: los llamados a jun-tarse,
los que tienen prohibición de hacerlo y los que se relacionarán
por compadrazgo a través del nacimiento de los hijos; en la cerrada
población de los rancheríos, el juego es sólo un ensayo de las posibi-lidades
objetivas de unión.
«Para San Juan se hacían luminarias con esas esponjas gran-dotas
que se crían en el campo, las poníamos tres en una caña
y gritábamos «Viva San Juan!». Se hacían cédulas, unos papeli-tos
que se ponían en una bolsa, en una las muchachas y en otro
lado los varones y entonces se sacaban y sabían los que iban a
'.m? O~~.-."A"PC. En P.," A n t n n ; n aro Am ln" nri.i;ne i r nn c"n Dn
oui u v i i i y u u i u o . LIll "Ull I1.IIVII.V CIU "U IV" II"*IV., J "U,, I u-dro
de contrarios, los que no iban a ser nunca novios. Se lleva-ban
serenatas, se hacían bailes, andaba un viejo con un acordeón
y se juntaban unas muchachas y iban a las casas donde había
un Juan, para San Juan, o si era San Antonio iban y tocaban
donde había un Antonio: cantaban en la puerta y entraban y
bailaban un rato.»
Algunas festividades servían para mantener los momentos de en-cuentro
de los jóvenes, para la sociabilidad de los domingos o para
186 Kirai de León
afirmar las redes de vecindario y parentesco, allí se iba juntando la
cultura criolla y la canaria:
«Y hacían bailecitos, se juntaban, se llevaban serenatas los
días de los cumpleaños y ya se formaba un baile. Se llevaba el
acordeón con el proyecto ya todo pronto para bailar; se llama-ban
pasarratos. O se invitaba a la gente, a los vecinos, a las
muchachas y a los muchachos, que tal día a tal hora había un
pasarratos. Y tocaban polcas, rancheras, jotas.»
Pero para llegar al matrimonio debían cumplirse tres etapas: la que
se describe por la acción de «conversar», de donde surge el acuerdo
del hombre y la mujer para comenzar el noviazgo; el noviazgo que
anuncia socialmente la voluntad de unión y se rige por la consabidas
visitas de la tarde de domingo salteado, lapso en que deben asegurar-se
los bienes necesarios para llegar a la alianza mediante el aporte
pautado por sexo de los futuros contrayentes, y el compromiso, al
anotarse los novios y fijar la fecha de la boda, en que se concretarán
los planes mediante la cesión de tierras, ganado, utensilios domésti-cos
y herramientas, la novia bordará por lo menos una sábana para el
día de la boda y recibirán, en casa de sus familias, a las visitas que
los saludan y entregan los regalos.
«Los noviazgos eran distintos antes, como la noche y el día.
La gente se conocía, si la muchacha daba lugar conversaban y
ya fijaban visita. Si los padres no lo querían le decían a ella
alguna cosa. Los mozos visitaban cada quince días, un domingo
y de tarde. Si habían dos muchachas y un novio no podía venir
el domingo que le tocaba, ah! después no podía venir hasta cuan-do
le tocaba a él.
Había sala para eso de las visitas, en el mismo rancho. La
sala casi se usaba pa' esos días nomás, pa' los novios. Y algu-na
muchacha le cebaba mate, se lo llevaban desde la cocina.
Antes se veía pa' las casas y se sabía: «mirá, fulana está con
visita porque está el caballo pa' la entrada en el palenque»; los
domingos, en cada casa había un caballo atado.»
Bastaba que los jóvenes «conversaran» y se pusieran de acuerdo
para que el noviazgo comenzara; eran raros los casos de oposición
familiar dentro de una comunidad en que todos se conocían y la vida
se asimilaba al trabajo, los testimonios aseguran la «limpieza» de la
gente: la transgresión no era posible. Como en el juego de la cédula,
las posibilidades de alianza era previsibles.
La migración canaria en la formación del campesinado uruguayo 187
-«Ave María Purísima», gritaba el que llegaba, «sin pecado con-cebida
», le decía el que lo recibía. Y si no le decían nada que no Ile-gara
...
-Yo alcancé a llevar mate amargo a la sala, lo cebaba en la co-cina
... y hasta que diera las gracias.
-Mientras se aprovechaba el novio!
-La vieja se ponía los zuecos con tal de hacer bastante ruido para
avisar que llegaba con el mate, y corría a todas las gallinas del jar-dín;
esa tarde no escarbaba ninguna!))
(De una conversación con mujeres).
«Las novias no preparaban nada, no era como ahora, el atra-so
era así, hasta que no se apuntaban pa'casarse no compraban .
nada, de desconfiados los padres, no me sé explicar. Bordaban
los últimos días, con las amigas, bordaban una sábana, de los
novios que decían eiias, y ias aimohadas. Ires o era un mes an-tes
de la boda. Yo creo que la mayoría de ellas no conocían los
camisones, yo no le conocí a mi abuelita, se pondrían las mis-mas
enaguas...».
La norma fija la obligación de los padres del novio en ceder un
trozo de tierra y herramientas, pero en algunos casos la data recogida
indica que «da el que tiene», o sea que estando pautada la cesión de
tierras por vía masculina, hay casos en que, en ausencia de tierra
de los padres, pueden recibirla de otros parientes, preferentemente por
vía del novio.
Aún cuando la norma dice que parejas jóvenes deben conformar
su propia familia fuera de las casas de los padres, la ubicación de las
primeras en predios linderos o de propiedad de la familia del novio,
asegura que el varón casado joven será una especie de «socio» en las
tareas productivas, ya sea manteniendo superficies cultivadas en for-ma
conjuntas con su familia de origen o ayudando en las labores más
pesadas o en los momentos de más trabajo.
Si bien es cierto que ia entrega de tierra asegura aigún tipo de
retribución en productos de parte de la familia joven, esta retribución
siempre es menos importante que el valor de la mano de obra mas-culina:
una familia no «entregará» a un hijo varón cuyo valor en tra-bajo
es superior al de la mujer: el mecanismo de cesión de tierras por
vía masculina asegura la permanencia del hijo varón y, además, per-mite
recibir una mujer. Los factores culturales y biológicos que pe-san
sobre las mujeres no les impiden la dedicación igualitaria en las
tareas de labranza, pero le imponen limitaciones en las tareas más
188 Kirai de León
rudas y en las relaciones sociales que de ésta se desprenden, repre-sentación,
comercilización, compras, etc., marcando su responsabili-dad
en las tareas de reproducción que tienen su centro en la vivien-da.
Esta valoración económica de la mano de obra masculina, pese a
no perder su vigencia, aparece veladamente en los testimonios: allí
se habla de la costumbre y no se alcanza la explicación de porqué
«un padre» no quiere desprenderse de su hijo y se somete con natu-ralidad
a la pérdida de las hijas mujeres. Pero pese a la opacidad de
la norma ante los ojos de los protagonistas de hoy, ésta se mantuvo a
través de los tiempos racionalizando la distribución de las tierras.
La familia nuclear campesina, que acompañó los avances de la
modernización en la ideología de la familia, parece haberse regido en
el pasado por las decisiones masculinas, revistiendo un carácter auto-ritario
la potestad sobre las transacciones económicas unidas a la alian-za
y, en definitiva, sobre las opciones de vida de los jóvenes. Es así
que se iogra el entreiazamiento indispensable de familias nucleares de
tres generaciones a través de distintas formas de reciprocidad e inter-cambio
económico y social: los abuelos, los padres y los hijos casa-dos,
a través de los lazos que los hombres mantienen por la reparti-ción
de la tierra y el trabajo.
La tendencia habitual en los casos de cesión de tierras a las pare-jas
jóvenes, iba acompañada del «arreglar en vida» la división de las
tierras a los hijos por parte de los mayores, generalmente el padre.
Desde el punto de vista legal, tales «arreglos» sólo debían inscribirse
ante escribano, y la valoración de las tierras y mejoras se establecía
dentro de la familia. Según informantes, no ha sido frecuente en la
zona el alegar en contra de tales convenios lo que supone una distri-bución
equitativa, o bien el acuerdo de las partes a la partición
establecida por el padre viejo. Las madres viudas frecuentemente
donaban las tierras, estableciendo la reserva de seguir habitando la
casa.
En caso en que las dos familias carecieran de tierra para ceder,
los novios deberían conseguir una en arriendo o trabajar en formas
de tenencia precaria con o para otros. La carencia de tierra y los di-versos
arreglos a los que se llegaba para acceder a un trozo suficien-te
para la mantención de la familia, hizo que gran parte de las for-mas
de tenencia fueran irregulares. En grandes rasgos, podemos pen-sar
en una gran inestabilidad del campesinado sin tierra en el siglo
pasado, expiilsado por los estancieros, financistas y comerciantes ante
el no pago de la renta o por endeudamiento; pasando grandualmente
a una mayor estabilidad por la protección que la ley otorga a los ocu-
La migración canaria en la formación del campesinado uruguayo 189
pantes, en forma gradual y según la cantidad de años de asentamien-to,
hasta regir la prescripción adquisitiva al cumplirse los treinta años,
ya sea en situación de renteros u otras.
La compra de derechos de herencia fue habitual en la zona, for-ma
de contrato en que sólo los afectados tenían conocimiento de cuán-ta
y qué tierra se estaba tramando, ya que este hecho que no figuraba
en el registro legal.
Los elementos necesarios para la labranza, bueyes y arado, eran
pedidos en préstamo por los más pobres. Las mujeres, en cambio,
debían recibir los elementos necesarios para el día a día sin los cuá-les
no se puede reproducir la vida cotidiana; allí sí, pareciera que de
la cocina de la madre parten los utensilios imprecindibles en la de la
hija. Pero si esto marca el destino reproductor de la mujer, más aún
el único don aparentemente normado: la entrega de una vaca por par-te
de los padres de la novia.
«Generalmente eran los padres los que daban la ropa, y los
muebles también, una cama, una mesa de luz, una mesita y si-llas
para el comedor. El novio tenía que poblar, tenía que tener
la chacra porque, dónde iba a llevar a la novia? tenía que com-prar
el arado y la rastra y los bueyes porque pa'trabajar preci-san
todo eso. Y le daban a según lo que pudieran.»
«Eso de ir a visitar a los novios antes del casamiento es de
toda la vida, llevarle un poco de tabaco, era lo que los hombres
le regalaban al amigo, iban a visitar y tomar mate: y gastaban
más en yerba que el regalo que llevaban!»
Los noviazgos se alargaban esperando el momento propicio
para la boda: mujeres y hombres, mano de obra obligada de las
chacras de sus padres, sólo se podían alejar en la medida en que
otros, los hermanos más jóvenes, los relevaran en las tareas de la
tierra. Noviazgos de veinte años se daban en la zona, también ma-dres
viudas que teniendo sólo hijas mujeres, ahuyentaban los preten-dientes.
En la medida que las alianzas se concretaban y la tierra se subdi-vidía,
los padres, ya viejos, iban viviendo con poquito; aún no habien-do
un contrato explícito, a cambio de la tierra cedida los hijos apor-taban
sus productos. La institución del parentesco lograba mantener
las redes de obligación recíproca por la proximidad de la familia de
origen y las nuevas parejas: todos son vecinos pero gradualmente to-dos
se van emparentando.
El ciclo de vida y el ciclo de producción se acompasaban; cuan-
190 Kirai de León
do muchos hijos adultos trabajaban junto a sus padres, podía darse
una expansión de las áreas de cultivo y aún la compra de maquina-rias
desde los finales del siglo pasado. Al comenzar el alejamiento
de los hijos y la subdivisión de las tierras, la producción del predio
de la familia de origen se angosta y enlentece: parece desencadenar-se
una etapa apretada de casamientos de hijos adultos de edades muy
diversas. Así, en los mismos años, se casaban por veces jóvenes
veinteañeros y los cuarentones y cuarentonas.
De las mujeres que se casaron en Canelones entre los años 1910
y 1915, sólo el 11 % eran menores de 21 años (Barrán y Nahún, 1979).
Si era difícil alcanzar los medios para concretar la primera alian-za;
una viudez temprana exigía en cambio recomponer prontamente
la pareja para poder cumplir así con las tareas reproductivas y pro-ductivas;
la mujer sola o encontraba marido para trabajar con él la
tierra que habita o volvía con la familia de origen, el hombre necesi-taba
imperativamenre iienar ese vacío.
En las cifras del censo de 1908 que nos muestran la conducta
reproductiva de las mujeres de Canelones, no se evidencia una dife-rencia
marcada entre el comportamiento de las orientales del de las
extrajeras -el promedio de hijos por mujer es respectivamente de 5,8
y 6,5-. Esta diferencia se debe básicamente a los promedios de hi-jos
de madres solteras que son de 3,5 para las criollas y de 5,2 para
las extranjeras. (Barrán y Nahún, 1979)
Podemos aventurar la pregunta de si las familias extrajeras cana-rias,
quizás más severas que las criollas, propiciaron en sus hijos re-laciones
clandestinas que expliquen esta mayor presencia de madres
solteras.
Las esposas eran indispensables porque los hijos lo eran para el
trabajo de la tierra; pero a mediados del siglo pasado la mujer era,
además, un bien preciado: la migración selectiva de hombres hizo que
las mujeres necesarias para reponer la mano de obra de las chacras
fueran escasas. Los viejos, hasta la muerte, trabajaban en lo que las
fuerzas le dieran; padres e hijos, y algunas veces abuelos, conforma-ron
la familia que hizo posible la agricultura.
La reproducción de la fuerza de trabajo era la tarea fundamental
de la mujer; desde hoy, en los testimonios, el tiempo de antes se ve
como más simple: las carencias, la estrechez, la cultura de la pobre-za,
simplificaban la vida. En el recuerdo los niños no eran enfermos
como ahora, la realidad dice que la enfermedad llevaba la muerte,
sobrevivian los que se acomodaban al frío, la dieta pobre, la ausen-cia
de médicos.
La migración canaria en la formación del campesinado uruguayo 19 1
«Cuando nacían los niños nacían con una mujer así nomás,
basta que tuviera coraje. y ya la llamaban partera, las que ha-cían
eso eran fumadoras, las otras no fumaban ninguna; ellas
hacían cigarros; eran de un tipo curandera.»
«Una de las características de esta buena gente -la más gra-ciosa
sin duda- constituía la aparición de un nuevo vástago. Era
costumbe en aquellos días que las madres, a poco de haber alum-brado,
fueran al trabajo ... mientras el marido, arrebujada la ca-beza
con un amplio rebozo de lana, ganaba la cama que dejaba
la parturienta, para dar calor al rorro. ... el visitante ... tras hacer
reverencias saludaba con estas palabras, que eran de rigor:
-Guenos días al guen enjendraor ...
-En lo cloco estoy -constestaba el pseudo enfermo- refi-riéndose
a que hacía las veces de gallina clueca, cuando esta
daba calor a sus polluelos» (Rossi, Rómulo, 1926)
L.2 cmtiimhre de que el hombre esté «en lo cloco» luego del par-to,
que Rossi narra en sus crónicas sobre «nuestros» canarios, es, como
lo indica su nombre, el traslado de la práctica del zorrocloco en Islas
Canarias, del que Hernández González dice que «su hipotética exis-tencia
se ha desvirtuado y queda como un reflejo de la posición mas-culina
ante el parto, perdiendo buena parte de su sentido simbólico»
y restando solo la costumbre de acostarse o, simplemente, de gozar
de comidas extaordinarias que festejan la ocasión. No es raro que en
un país culturalmente homogéneo como el nuestro, la costumbre haya
desaparecido y no se guarde memoria.
«El que menos tenía, tenía doce hijos, nosotros éramos los
menos que éramos ocho hermanos, demás doce y quince y die-ciocho.
Los que se criaban muy bien, las madres no pasaban
trabajo como ahora porque como los criaban: les daban de co-mer
y el que pantalón, pantalón, y el que descalzo, descalzo, no
daban trabajo, porque no tenían ropa ni pa' lavar. Yo no me crié
así pero habían muchas casas que los criaban así, porque no
podían, calzarlos y vestir y dar de comer ... Pero se criaban bien
ios niños, sanitos, porque antes comían gofio y iociiio de caiiie
gorda y no se enfermaban ... Y antes nunca en la vida veían un
doctor. Morirse desde luego ... muchos se morían si»
De la población total, a mediados del siglo pasado, el 50 %
de los que morían eran niños (Barrán, 1989).
Lo que la cultura aceptaba como dolencia corriente -el mal de
ojo, el empacho, los aires, las culebrillas- eran los males simples que
sanaba alguna de las mujeres de la familia la curandera del vecinda-
192 Kirai de León
rio. La lejanía del doctor imponía el recurso de la curandera y sus
conocimientos traídos con la migración; de ahí que los santiguados
envían los males «al fondo del mar», referencia que quizá remite a
las Islas, donde eran campesinos y pescadores. De madre a hija o
entrevecinas, las prácticas de curación y los versos antiguos se tras-mitieron
y sanaron a la gente de las rancherías con la asistencia divi-na:
«Jesús, José y María, pon la mano santa donde yo pongo la mía>>
dice un santiguado para el mal de la «madre»: También la curandera
podía tener atributos de bruja y hacer males por encargo: así se re-solvían
las envidias, los celos, los amores contrariados y aún las ven-ganzas.
Así la salud quedaba en manos de mujeres, aún en la fami-lia,
con el uso de plantas medicinales y en los partos. Pero sanar, m
cuidar y preservar son deberes del interior doméstico, tareas reserva- -
das, como la de engendrar. E
O
n -
«La müje; no salia paia lado íiiiigüiiu, Li íriüjer iio se iiüiii-
-
m
O braba nada en esa época, nada más la que era casada para tener E
hijos y tener la casita.» E
2
-E
En las parroquias se inscribían a los criollos nuevos. En sus re-gistros
encontramos los nombres de antes: Peregrina, Mamerto, Mel-chor,
Hipólita, Nicasio, Cesárea, Anacleto, Tomasa, Viviano, Eulogia,
Telésforo ... Cuando el estado creó los registros civiles, la Iglesia brego
por mantener su papel en la sacralización de los acontecimientos vi-tales.
Pocas veces se registraba la muerte de los niños.
Mirado desde la perspectiva de la mano de obra campesina, en-gendrar
era entonces la primera tarea de la esposa; pero para lograr
la mano de obra disciplinada que los terratenientes requerían, la mu-jer
era la socializadora llamada a eliminar los peligros de la trashu-mancia,
el delito, la holgazanería, con que se caracteriza al pobrerío
de la campaña.
«Bajo su mano generosa, todo se fomenta, todo prospera.
Dulce y severa: indulgente y caritariva, sabe hacer reinar en su
hogar las virtudes de la familia y el respeto a las buenas cos-tumbres
». (Revista de la Asociación Rural del Uruguay, 1874)
No solo cabe a la mujer agricultora la reproducción genética y
social: para el poder hegemónico de los ganaderos, la mujer debía ser
el factor represor, el que ella pusiera freno a la barbarie; el hombre
tendrá en ella a la compañera que «viene a compartir sus faenas ...
entra con ella en la granja el orden, la economía, el aseo, la vigilan-
La migración canaria en la formación del campesinado uruguayo 193
cia interior, y poco después, el bienestar y la prosperidad». Agricul-tora,
administradora, cauteladora del orden, doméstica, lograra por la
vía de cumplir con todas estas responsabilidades que la familia agrí-cola
se convierta en funcional a los intereses de los terratenientes, en
otras palabras, que produzcan y se resten al pobrerío que amenaza la
propiedad y la estabilidad de la mano de obra.
La constitución de la familia campesina, desde la conciencia de
las comunidades y de los grupos dominantes tuvo una fuerte determi-nación
económica. Desde ella se concretaba el trabajo y la reproduc-ción
del grupo doméstico, también la identidad de las vecindades. Del
trabajo del campo, con un fuerte componente colectivo, nacía el trigo
que llevado al molino, se desdoblaría en dinero y en las fanegas de
harina para el escaso pan que se amasará en el año. La levadura fue,
y es todavía, el ingrediente mágico cuyo origen se pierde en los rela-tos,
quizás el único «bien» que trajeron canarias que llegaron con las
manos vacías y que hasta hoy iecieaii coi? SU irabajo; parte de! c m -
monial campesino que se perpetúa a través de la convivencia de ca-narios
y orientales agricultores.
«Yo amaso el pan y siempre tengo que guardar un pedacito
de levadura casera, como del tamaño del puño de una mano para
el próximo amasijo que le llamamos. Cuando yo no la usé un
determinado tiempo se pone mojosa, entonces le puede pedir a
una vecina que le preste la levadura, y yo amaso y hago la le-vadura
para mí y le hago para ella y se la devuelvo de nuevo.
Yo no sé decirle de dónde salió la primera levadura, es como
tantas otras cosas que no sabemos de dónde provienen, lo que
yo le se decir es que es algo que viene de años atrás, porque
hacen pan con levadura casera, año tras año la guardan, cada vez
que se amasa se renueva la levadura*.
«Si se amasa una masa y no le echa nada entonces eso no le
sirve de levadura, pero esto era tan antiguo, de la época de mis
abuelos! Y no se cómo les salió esa tal levadura! Yo nunca les
averigué a mis abuelos porque en ese tiempo era muy joven y a
mi que me iriieiesabal no averigüi de dónde sa!i6 ni de dmde !u
habían sacado ni quién la había hecho ni cómo era la historia*.
«La levadura yo tengo entendido una cosa: por ejemplo, es
como la cuestión de cuajar, pero se hacía la levadura con algo
de azúcar y flores de cardo silvestre, qué más llevaba no me
acuerdo. Las canarias, las viejas canarias que había aquí hacían
levadura. Y usaban azúcar y usaban la alcachofa del cardo sil-vestre,
la flor. No les doy más dato, pero mi madre hacía leva-dura*.
Kirai de León
LA MUERTE
En los acontecimientos fundamentales las mujeres tenían un pro-tagonismo
oculto: «cerradas de negro» para la muerte, clausurada en
las casas después de la boda, rodeada de mujeres para el parto -con-clusión
de algo asimilable a la enfermedad, acontecimiento en que se
celebra el nacimiento pero no se menciona la aventura femenina de
alumbrar-. El antiguo rito de las lloronas y quizás las costumbres
mediterráneas, provocaban lo que en los relatos parecieran crisis de
histeria femenina en los velorios, formas culturales de vivir y com-partir
el dolor en que las mujeres deudas y vecinas daban «espectá-culos
vergonzosos» ; otro papel a cumplir: mostrar el dolor de la fa- ,,
milia o del vecindario ante la pérdida, a pesar de ser esas mismas E
mujeres las más cercanas a la muerte a través de su destino y oficio O
de sanadoras y cuidadoras de los enfermos, de curanderas y yuyeras, - m
de parteras y, finalmente, de amortajar a los difuntos. O
E
E
2
«Pa' los entierros de los grandes venían las carrozas con tres E
caballos o cuatro, según estuviera el camino, y los niños los lle-vaban
en un charret hasta el cementerio, pero los velaban tanto 3
como a las personas mayores, así, un día y una noche. Las do-
- -
0
lientes no podían salir de un cuarto oscuro, encerradas, no ve- m
E
nían nunca donde estaba el cuerpo, las llevaban cuando se iban O
a despedir. Allí estaban enfatigadas, sufriendo a lo oscuro. Y
tampoco iban al pueblo al entierro, no iba mujer ninguna». n
«Hacían tachos grandes de guiso a los de lejos, antiguamen- E
a
te no tomaban vino ni se daba un copita de caña ni nada. Y las
mujeres todas enlutadas, todas cerradas de negro, si era la ma- n
n dre o una viuda ya le ponían un manto negro, tenía uno pa' las
casas y otro pa' salir. Y había una mujer cosiendo en una pieza 3
O
para hacer las cosas de negro para las principales)).
. . La rilüer;e dc los. renüeua la es:íechez de la pieira y 1%
escasez de las cosas. La tierra se divide, nuevamente se puebla y
se hacen necesarios los elementos para la labranza y para la vida
cotidiana. En un espacio geográfico que siempre era el mismo, se
multiplicaban las familias, se hacían más densos los vecindarios.
Con el tiempo eso fue marcando nuevas pautas en la reproducción
de ia famiiia, ya no pueden acepiarse todos ios hijos que quiera
Dios: las parejas «se cuidan», gradualmente el número de hijos dis-minuye.
La migración canaria en La formación del campesinado uruguayo
Alfagía: Especie de entarimado de madera que sirve de cama.
Canarios: Nombre que se le da a los migrantes de Islas Canarias afincados
la agrico;a de; süi de TuTTügüay y I;u; ex:eEsiSn, se =tiliza
para la población rural.
Caña: Bebida alcohólica de maíz.
Cebar: Operación de llenar con agua caliente una calabaza con yerba mate
con y servirlo.
Chala: Hojas que cubren el fruto del maíz.
Criollo: Dícese de los nacidos en el país.
Curandera: Persona que hace de médico sin serlo.
Estancia: Hacienda destinada a la ganadería extensiva.
Gofio: Harina de maíz tostada y molida.
Mazamorra: Comida criolla de grano de maíz seco y partido.
Oriental: Natural de la República Oriental del Uruguay.
Pajero, Pirva: Formas de juntar el maíz después de cosechado.
Palenque: Estructura de madera donde se atan las riendas de los caballos
ensillados.
Prosear: Conversar.
Quincha: Tejido o junco para afianzar un techo o una pared.
Rancherío: Conjunto de viviendas en el medio rural de Canelones.
Rancho: Choza con techo de paja y paredes de terrón.
Tamanpo: Calzado rústico de cuero que se usa sobre telas gruesas.
Tiento: cinta fina de cuero crudo que se utiliza como cordel y en talabar-tería.
Kirai de León
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