CONSIDERACIONES SOBRE LA HISTORIA
DE LA CIENCIA Y DE LA TÉCNICA '
EN LAS ISLAS SANAKIAS
En este trabajo, abordamos el estudio de la Historia de la Ciencia
y de la Técnica en suelo insular. A tal fin, nos valemos de la meto-dología
tradicional en este tipo de trabajos, y, para lo que es la últi-ma
parte, sobre todo de la experiencia personal de este investigador.
Por el mismo título, es fácilmente comprensible que tratamos el asunto
desde una perspectiva aproximativa y, en todo caso, abierta a las po-sibles
discrepancias que surgieran. No obstante, al final ofrecemos
unas opciones, que consideramos válidas, para el desarrollo de esta
disciplina en el Archipiélago Canario.
Bajo este epígrafe, vamos a tratar de desentrañar lo elemental y
prioritario del área de conocimiento que ha dado en llamarse ~Histo-ria
de la Ciencia y de la Técnica». Nuevamente, indico que estos bre-ves
comentario y referenci~s snn !U eb!igadü moneda de cam"viu que
hay que exhibir cuando nos asomamos a esta nueva parcela del saber
humano.
«Comencemos por la fácil distinción entre ciencia y tecnolo-gía.
En términos generales la ciencia se ocupa de averiguar co-
Juan Francisco Martín del Castillo
sas acerca del mundo; la tecnología, de aplicar lo que ya hemos
averiguado a algún fin -un fin determinado por las necesida-des
sociales de la comunidad».
Esta distinción inicial del profesor Fred Hoyle es, en la actuali-dad,
tan conocida como eficaz '. La he elegido por el didactismo de
los términos en que está expresada. Sin embargo, todavía es posible
y aconsejable ahondar en esta división. Es decir, hay un paso inter-medio
entre la Ciencia y la Tecnología; un paso inexcusable y que
une ambos extremos en un conjunto simétrico. Este jalón es la
Técnica.
Si la Ciencia es un ansia de conocimiento puro de los arcanos de
la realidad, y si la Tecnología es una aplicación práctica de aquél, ¿qué
11 T&ci~g si y pfi yp!l&n 2 estos &y p&~rtrey h&isi?s? Lu
Técnica en cuanto materia o saber humano es un método, un camino
para poner la lógica de la ciencia a favor de la consecución de un
bien tecnológico útil. De forma gráfica: provee al científico de una
guía para satisfacer el empeño social de mayores y mejores medios y
recursos. Respecto de la segunda parte de la cuestión, la Técnica es
un nexo o, por mejor decir, un «conjunror» entre ias dos facciones
que vamos estudiando. No es puramente una jerarquía semántica, aun-que
se explicite mediante ella.
Los valores fundamentales que se ocultan tras estas definiciones
primarias han hecho correr ríos de tinta y, lo peor de todo, también
de sangre. La aplicación de la Ciencia a un determinado fin no es
siempre algo deseable y esperado 2. La realidad social termina por
manifestar la responsabilidad en que se incurre cuando falla el trián-gulo
que acabamos de dibujar (figura 1). La Tecnología ha subyuga-do
el poder filosófico de la Ciencia en estos días y, curiosamente, ello
es el germen de una infinidad de problemas que aún persisten y que
deben ser resueltos.
En definitiva, el efecto perverso que conlleva toda manipula-ción
tecnológica culmina con la puesta entre paréntesis del mismo co-nocimiento
científico. Efecto que, indefectiblemente, necesitamos
evitar.
En este conflicto original, obra un elemento esperanzador -al
menos, a los ojos expertos-, de indudable calidad equilibradora y
Consideraciones sobre la historia de la Ciencia y de la Técnica ... 743
buen soporte referencial. Nos referimos a la Historia de la Ciencia y
de la Técnica.
Conocimiento
I
I
I
1
I , MPfndo. camino
1
- I CIENCIA 1
I Manif. Social 1
I
L ~ ~ l i c a c i ó n Valores Sociales A
En un primer momento, fue una materia asociada a la propia cien-cia,
de tal forma que era casi imposible plantear diferencia respecto
de ella. En el siglo XVIII, en la época de la Razón, la virtualidad cien-tífica
se traslucía en historias naturales, que correspondían a deter-minadas
áreas del conocimiento; transcurrido un siglo, poco más o
menos, y merced a la difusión de los estudios de Herschel y Whe-we11
3, nació un nuevo tipo de historia inductiva aplicada a la cien-cia,
que, en fin de cuentas, venía a razonarla en términos cuasidemos-trativos
4. Así, prosiguió el modelo -unas veces, de arriba a abajo y
otras a la inversa-, hasta el momento de la emergencia del movi-miento
positivista, que implacablemente puso transparencia al proceso.
De los estudios positivistas, tanto continentales como británicos,
brotó una nueva rama de la filosofía, la filosofia de la ciencia. Esta
disciy!ina, u! amparo de !.S dirtin.cion,er c!$siczis cnmn !i de Reichen-bach
motivó la reflexión profunda sobre el hecho científico y su
comprensión genérica. Las manos de científico podían, por una vez,
sentirse libres del cargo de conciencia de sus manipulaciones, puesto
que ya había alguien que sobrellevaba ese ominoso peso.
Sin embargo, un giro de tuerca a la cuestión principal, hizo que
744 Juan Francisco Martín del Castillo
apareciera una visión divergente del asunto. A partir de las obras de
Pierre Duhem, Gaston Bachelard, Alexandre Koyré, y las de George
Sarton, Robert K. Merton, H. Butterfield, 1. B. Cohen o las del sui
géneris Arthur Lovejoy -entre muchos que no nombro, a un lado y
al otro del Atlántico- el problema parecía originarse en otra pers-pectiva:
la histórica. De ahora en adelante, serán sucesivas las gene-raciones
que afronten el quantum histórico de la ciencia, que es so-metida
al examen de sus remotos principios y los nudos epocales.
Por esta misma razón, se comenzarán a oír expresiones nuevas para
denominar cambios radicales en los períodos científicos, o incluso a
custionarlos abiertamente. «Revoluciones», comunidades científicas»,
«paradigmas» son los términos voceados por la emergente teoría his-tórica.
No obstante, la problematización histórica, continua y pertinen-te,
cua;ó 12 misma filos~fia& !a ciencia, yn-ii-p> - a 11 nnctr~ intrn- r-"---i ---
dujo la aguijoneante Historia de la Ciencia y de la Técnica en sus
rediles. Precisamente, este es el gran momento de la disciplina a prin-cipios
de los 60, su mayoría de edad.
C) HISTORIAE XTERNALISTA O HISTORIA INTERNALISTA
Esta es la apuesta profesional planteada por uno de los actuales
historiadores de la ciencia, Thomas S. Kuhn, a mediados de la déca-da
de los 70 6 . Por historia externalista se entiende una suerte de his-toria
basada en la importancia social, e incluso comunitaria, de la
realidad científica en su progreso y desarrollo '; en contraste, la his-toria
internalista es una forma más apegada al hecho científico per
se, obviando de alguna manera la socialidad de todo movimiento
cognosctivo *.
En esta disyuntiva, la elección es profesional, como hemos dicho.
Pero también entran factores de creencia o convicción en el proceso.
Sigizmente, K&n ya !o ha eupi'es!n; aunque aqui vmos a recordar
que, de una parte a otra, hay semejante distancia a la que separa al
hombre aislado y misántropo del hombre social y político. Por lo tanto,
en esta simple decisión juega un elemento ideológico que no debería-mos
olvidar en ninguna ocasión.
Después de este cúmulo teórico, analizaremos someramente el
estado de la disciplina de marras en nuestro país. Y lo más importan-
Consideraciones sobre la historia de la Ciencia y de la Técnica ... 745
te, comprenderemos aún mejor su existencia y funcionamiento a la luz
del respeto y consideración de los puntos anteriores. Toda teoría tie-ne
una justificación en la práctica, y a ello vamos.
Las primeras aportaciones a la Historia de la Ciencia y de la Téc-nica
en España proceden de principios de siglo, con los voluntariosos
estudios de Rodríguez Carracido y la publicística del momento, ocu-pada
primordialmente por el problema de la difusión del darwinismo 9.
Más entrada la centuria, en la década de los 20 y 30, ligeramente
continuada en la postguerra, sobresale la escuela formada por catala-nes
y valencianos lo, interesada en dar soporte documental a los lo-gros
científicos de la España medieval y renacentista, pero con ma-yor
rigor y seriedad qne la impuesta por e! menendezpe!ayism^
asfixiante de aquellos años -aunque, por la contra, fuese su origen
intelectual.
Este tinte humanista, si bien matizado por el influjo germánico,
fue el distintivo mostrado en las décadas posteriores por las cátedras
de Historia de la Medicina -donde únicamente era posible la prác-tica
de la historia de la ciencia sin menoscabo académico y polí-tico-,
al frente de las cuales destacan los profesores Pedro Laín
Entralgo l ' y Luis S. Granjel. El foco principal de investigación, por
ende, eran las ciencias de la salud y algunos escarceos hacia la astro-nomía
y las ciencias básicas.
Todo ello hubo de cambiar a finales de los sesenta, y por mor de
la entrada en la modernidad de las escuelas mentadas. Las nuevas
generaciones respondieron a las vetustas enseñanzas escolásticas con
la búsqueda de la literatura temática de vanguardia y la dispersión de
la investigación. Por un tiempo, perduró la apuesta de la historia
de la ciencia medieval, pero pronto se abrieron las puertas a todo
tipo de estudios y épocas históricas.
Lo primero que se hizo fue actualizar la metodología y vocabula-rio
de la disciplina. Es decir, a trancas y barrancas se tradujo lo más
señalado de la teoría histórica al uso y pudo, en consecuencia, optarse
por una u otras alternativas. Las distinciones elementales, de las que
hemos hecho un comentario en el apartado 1, son tenidas en cuenta y
las investigaciones toman un cariz de seriedad que va en ascenso. No
obstante, no hay ningún fruto de orden teórico reseñable en el pano-rama
español; lo que más abunda es la copia de los modelos impor-tados
de tierras anglosajonas.
746 Juan Francisco Martín del Castillo
B) EL MODELO SOCIOL~GICO( D. J. S. PRICEY THOMASS . KUHN)
Estas modelizaciones son harto conocidas en los países de lengua
inglesa y pergeñadas con grandes dosis de sistematicidad. En Espa-ña,
la postura común era hacer una Historia de la Ciencia y de la
Técnica en términos humanistas, con ligeros retoques sociologizantes,
según el ejemplo paradigmático de la obra de Alfred von Martin,
Sociología del Renacimiento (1932) 12; pero lo venido de más allá de
las fronteras imponía un cierto respeto a la clientela investigadora
española, ya que había que examinar detenidamente la teoría sustenta-dora
del modelo y elegir de sus posibles facciones de salida histórica. ,,
Muchas veces se echaba en olvido esta intrínseca advertencia de D
E las obras tomadas por modelo y alzábase una general satisfacción por
e! emp!ee de m méterle e práctic-. sin e! mener deszrre!!e in?e!ec?~z! O
previo. Este «hacer sin cabeza» no fructificó en demasía, aunque la
-
m
O
mayoría de los autores participaron en algún grado de él; no obstan- E
E
te, con la llegada de una joven generación, de fuerte formación filo- 2
E
sófica, las cosas habrían de dar un vuelco. En este instante, y por un -
salto cuasicircence, se pasó de un extremo al otro de la cuerda: aho- 3
ra e: factor deteimiiiaíite , . s.i.6 la ver~efiiei& o:ugica f;]osbf;ca de - -
0 la materia. m
E
De esta manera, en casi un decenio, por completo se habló de las O
tesis popperianas. Las investigaciones históricas se redujeron parcial-mente,
en vista del deslumbramiento teórico. Pero, gracias al esfuer- n
E zo del equipo de la revista Teorema (Universidad de Valencia) 13, de -
a
nuevo la teoría y la práctica histórica empezaron a reconciliarse. El nl
flujo de la investigación anchó su caudal, de tal forma que podíamos n
n
sentir la existencia de obras mucho mejor redactadas y con más am-plio
sustento y alcance históricos. 3
O
A finales de los 70 y, plenamente, en la década posterior, el de-sarrollo
ha sido suficiente, pero con unas claras pautas. Estas son las
que pasamos a explicar.
La regla general del proceso seguido estaba determinada por unos
pasos recurrentes. El primero, por supuesto, eran las traducciones de
los originales, que llegaban con un retraso cifrado en diez años 14. Tras
la puesta en castellano de los libros, la próxima parada definíase por
el debate en ciertos círculos elitistas de los rasgos más interesantes
de la nueva teoría, que, finalmente, recalaba en el personal investi-gador,
dándose comienzo a la realización de trabajos mayores para-petados
en las recién llegadas consignas.
Consideraciones sobre la historia de la Ciencia y de la Técnica ... 747
Esta era, por si así dijéramos, la ruta del maná académico, en su
atravesar el suelo hispano. Sin embargo, hay que entablar otra clase de
consideraciones pertinentes al caso. Queremos decir que los «modelos
sociológicos» de Kuhn y Solla Price tienen mucha más miga que la que
podamos extraer en un artículo como éste; pero, la eficacia de su lec-ción
para el historiador español de la ciencia reside en la aplicación
razonada de las claves del pensamiento de ambos autores.
También el fundamento ideológico, preferentemente de Little
Science, Big Science (1963), rebusca significantes oportunistas al
momento. La propia comunidad científica -incluso los historiadores,
aunque difusamente- se veía plasmada en la obra, con su crecimiento
y el peculiar «colegio invisible». Por fortuna, o quizás no, el fenó-meno
español parecía espejearse demasiado con lo escrito por Solla
Price. Ni siquiera había división entre «internalistas» o «extemalistas»,
pues la segunda oferta era la aceptada como iiniversal,
Hubo un trasunto de completa ósmosis entre las directrices con-ceptuales
del libro y el panorama hispano de la comunidad científica.
Ello fue notoriamente perceptible en el aparejo biblio-sociométrico
utilizado con profusión por la Historia de la Ciencia y de la Técnica
desde la aparición de las traducciones.
En la época más reciente, esta sensación se ha ido mitigando. Ya la
Historia de la Ciencia no reproduce evasivamente los modelos trazados
en otras latitudes, aunque, dicho sea de paso, todavía es reconocible la
amplia disfusión del método sociométrico en los artículos editados en
las revistas de prestigio en el campo (como la venerable Llull).
Por otra parte, el período crítico de la fama de las tesis kuhnianas
parece remitir, ante la imparable propagación de las tesis estructu-ralistas
de Sneed y Moulines, pese a ser el brote de estas últimas.
Podemos, en fin, tener una alegría esperanzada sobre la Historia
de la Ciencia en España, que cuenta con una Sociedad (SEHCYT) 15,
que promete poner proa hacia una mejor conjunción de intereses y
afanes.
IV. LA HISTORIA DE LA CIENCIA Y DE LA TÉCNICA EN
CANARIAS
Ahora nos toca referirnos a la situación canaria en específico. Las
primeras precisiones nacen de la carencia de jerarquía conceptual, no
748 Juan Francisco Martin del Castillo
ya en las obras (que son verdaderamente pocas), sino en las personas
que están al frente de un cargo académico conexo, en cierta medida,
con la disciplina en cuestión. Aquí, desgraciadamente, bulle una mez-colanza
mental en torno a las diferencias entre Ciencia y Técnica, y
en mayor magnitud entre Técnica y Tecnología, que obviarnos cual-quier
comentario por odioso.
La realidad de la historiografía canaria resulta, por momentos,
hostil a un investigador versado en la materia, por la extrapolación
injustificada de términos y conceptos de saberes afines, pero no por
ello idénticos.
De todo lo antedicho, concluimos en un punto, que es el siguien-te
a ventilar. ,,
0"
Si por existencia de una materia, entendemos su mostración físi-ca,
en Canarias hay ciertos estudios que pueden llevarnos a la com-prensión
de que hay algunos autores que practican, eso sí, muy libre-mente
la Historia de la Ciencia y la Técnica.
Hemos elegido uno al azar, aunque no tanto. Se trata del primer
volumen, dedicado a las «Ciencias», de la obra publicada con oca-sión
del 50 aniversario del Instituto de Estudios Canarios 1 6 . Por un
lado, es un libro editado por una honorable y prestigiosa institución
científica, de arraigada tradición en el Archipiélago. Y por otro, re-sulta
ser una colección de artículos de lo más interesante del panora-ma
a que alude la rúbrica anterior.
No vamos a desgranar elemento por elemento el contenido de las
colaboraciones componentes del volumen, pero sí daremos un repaso
a algunos artículos de fuste.
Por ejemplo, muy sintomático es el hecho de que un trabajo, re-ferido
al conjunto de la obra científica de Viera y Clavijo 17, no po-sea
ni una sola nota documental ni mucho menos aparato bibliográfi-co.
Parece que ei autor entiende ia Eistoria de ia Ciencia como una
reflexión instrospectiva de su propio cuño. La misma irregularidad es
apreciada en un fresco histórico sobre los estudios entomológicos en
Canarias, que, desde otra perspectiva, es una buena recopilación y
comentario bibliográfico 18; pero deja de lado la documentación no
impresa, algo inaudito para un historiador serio:
«Resulta difícil, por tanto, perfilar una historia de la Ento-mología
en Canarias, pues se trata de una línea disarmónica en
Consideraciones sobre la historia de la Ciencia y de la Técnica ... 749
el tiempo y bastante inconexa en sus elementos ... Por todo ello
la única forma válida que he encontrado para aproximarnos a la
historia de nuestro actual conocimiento sobre Canarias, ha sido
estudiar las diferentes publicaciones existentes y analizarlas se-gún
su procedencia y contenido» 19.
Para no aburrir, lo que pudiera haber sido una grandísima contri-bución
a la historia de la medicina y el Protomedicato en Canarias,
con el estudio de la figura del farmacéutico, Manuel F, López de
Vi l l avi c en~io~se~ ,c onvierte en un ejercicio arbitrario de pseudo-historia.
Pese el esfuerzo del autor, loable de todo punto de vista, el
artículo termina por reproducir los errores anteriores, siendo lo mejor
de su confección, la transcripción de los documentos originales.
En definitiva, falta de rigor y seriedad en la definición de las obras
referidas al tema. Pero, como dijo el gallego, «haberlas, haylas». Y
esto, por ahora, es lo importante.
Llegados a este punto, y a causa de la marcha que vamos a dar
este último tramo del trabajo, nos vemos en la obligación de hacer
un nuevo distingo conceptual. A veces, confundimos términos teóri-cos
por desconocimiento o por la novedad. Este es el caso de la His-toria
de la Tecnología y el asociado de Arqueología Industrial.
De un tiempo a esta parte, se ha hecho famosa la Arqueología
Industrial. Han aflorado grupos de investigación con esta vitola a lo
largo y ancho del país; se han incentivado las iniciativas estudianti-les
con ese propósito; y, en fin, se ha extendido una voluntad general
de dar cobertura a una materia novedosa pero con grandes posibilida-des
futuras. Sin embargo, aún no hay una definición expresa y diáfa-na
del fenómeno historiográfico de la «Arqueología Industrial» Z'. Pre-ciso
es, por lo tanto, ofrecer de lo que se carece.
Para nuestro interés, y creemos que para la generalidad, definire-mos
a la Arqueología Industrial como aquella área de conocimiento,
desgajada de la rama central de la Historia de la Tecnología, que se
ocupa de poner al dscubierto los medios físicos de producción de un
determinado hábitat y en una época fijada de antemano 22. ES decir,
solamente estaremos en disposición de hablar de Arqueología Indus-trial,
stricto sensu, cuando hallemos pruebas físicas -y las documen-tales
correspondientes- de un evento posterior a la protoindus-trialización.
750 Juan Francisco Martin del Castillo
Porque la seriedad de cualquier estudio histórico está por encima
del encanto pasajero, es por lo que recurrimos a estas precisiones.
Difícilmente llegaríamos a un conclusión, si no hiciéramos el oportu-no
caso a la inteligencia y al espíritu científico.
Dicho lo cual, queremos hacer extensiva la opinión de que este
área de nuevos enfoques es un óptimo puntal de investigación para la
historia reciente de las Islas Canarias. Por motivos evidentes, no po-demos
enfrentamos a una historia local de la ciencia básica, ya que
ésta se desarrolla ahora mismo -salvando la honrosa excepción de
Blas Cabrera Felipe, que presenta unas peculiaridades muy acentua-das
23.
En cierto modo, la práctica personal de los investigadores -entre
los que, modestamente, me incluyo 24- aconseja la adopción del mé-
*,A- 1-0 c;.,on AA LUUU iua IUIW UG l1a- nAi*y" u..c-u -:--.1,i ugia uT..idu..-+u.2a-1i iiai, -p.u.-~ "4a,. ruy- .u.-~ a,-1i cuiia*r: i-tuirse
esta sociedad insular en un «taller de pruebas» de las poten-cias
coloniales de fin de siglo, podríamos obtener buenos frutos del
trabajo hecho con esmero y pundonor. No voy a citar todos y cada
uno de los sectores relevantes para la Historia de la Tecnología y la
Arquelogía Industrial, pues es sabido que, buena parte de los servi-cios
estratégicos de las dos grandes urbes canarias, fue financiada y
materialmente realizada por gente foránea muy cualificada.
C) LAS ALTERNATIVAS
En resumen, lo sensatamente practicable en las Islas Canarias es
la Historia de la Tecnología en el más amplio sentido, acompañado
de los informes aportados por su ancilla, la Arqueología Industrial.
Esto es lo que el buen juicio y la tarea cotidiana de investigación
indican; pero, por otra parte, hay que potenciar el que, desde nues-tros
señeros centros académicos (léase: las Universidades), se doten
de suficientes medios de formación y preparación, tanto metodológicos
y conceptuales como de los empíricos, a nuestros jóvenes estudian-tes,
interesados en la Historia de la Ciencia y la Técnica en general.
Creo, finalmente, que han pasado los tiempos de la improvisación
en estas materias. Mi propósito, respecto de este artículo, está cum-plido;
ahora les toca a otras personas poner manos a la obra.
Consideraciones sobre la historia de la Ciencia y de la Técnica ... 75 1
1. HOYLEF, red: De Stonehenge a la cosmología contemporánea. Nicolás Copér-nico,
Madrid: Alianza, 19822, «Primera Conferencia», p. 12.
2. Ibid., véase el desarrollo de la «Primera Conferencia».
3. Cfr. HERSCHELJo, hn: A Preliminary Discourse on the Study of Natural
Philosophy, Londres: Longman, 1830; W. Whewell, The Philosophy of Inductive
Sciences Founded upon Their History, J. W. Parker, 1847, 3 vol.
4. Cfr. LOSEEJ, ohn: Introducción histórica a la filosofía de la ciencia, Madrid:
Alianza, 19813, pp. 123s.
5. Véase su obra, La Filosofía Cientqica México: F.C.E., 1953.
6. S. KUHN,T homas: «Historia de la Ciencia», en: RADAE, loy: La filosofía
de la ciencia y el giro ~historicistau: El post-positivismo, Madrid: UNED, 1984,
pp. 279-295.
7. Un brillante ejemplo reciente es la obra de FORMANP,a ul: Cultura en Weimar,
causalidad y teoría cuántica, 1918-1927, Madrid: Alianza, 1984 [original: Historical
Studies in the Physical Sciences, 111 (1971)l.
8. Un ejemplo español de esta segunda opción lo representa la figura del his-toriador
de la matemática, Norberto Cuesta Dutari, recientemente desaparecido.
9. Véase la magnífica antología de NÚREz, Diego (ed.): El danvinismo en Es-paña,
Madrid: Castalia, 1977.
10. Entre ellos, recordamos a José María Millás Vallicrosa y los hermanos Ca-rreras
Artau.
11. Véanse los capítulos correspondientes de sus memorias, publicadas bajo el
expresivo título de Descargo de Conciencia (1930-1960). Barcelona: Barral Ed., 1976,
2." ed.
12. vON MARTINA,l fred: Sociología del Renacimiento, Madrid: F.C.E., 1981, 5."
reimp.
13. Al frente del cual destaca el hoy profesor de Lógica de la Universidad
Compiurense, ivíanuei Sarriao.
14. Por ejemplo la «mala» traducción del libro de Kuhn, La estructura de las
revoluciones cient$icas, Madrid: F.C.E., 1971 (edición inglesa: 1962). Y la mucho
752 Juan Francisco Martín del Castillo
mejor de la obra de SOLLAP RICED, . J.: Hacia una ciencia de la ciencia, Barcelona:
Ariel, 1973 (original: 1963).
15. Sociedad Española de Historia de las Ciencias y las Técnicas.
16. Instituto de Estudios Canarios, 50 Aniversario (1932-1982), SIC Tenerife:
1982, 2 vol.
17. DARIADSE L CASTILLOV,i ctoriano: «Breves consideraciones sobre la obra cien-tífica
de Viera y Clavijon, ibid., t. 1, pp. 101-1 11.
18. MANCHADCOA RRILLOA,n tonio: «Los estudios entomológicos en Canarias, un
panorámica histórica», ibid., t. 1, pp. 195-214.
19. Ibid., p. 197.
20. MORALEYS MORALESA, lfonso: «Manuel F. López Villavicencio, boticario
de la ciudad de Las Palmas (1784-1874)», ibid., t. 1, pp. 229-264.
21. Así lo corrobora el artículo de TOR R ~Jo,s ep: «ler Congréss d'Arqueologia
industrial del País Valencia», en: Historia Social, núm. 11 (otoño 1991), pp. 165-167.
Literalmente dice: «Es evidente que no existe en el País Valenciano -y por supues-to,
en el resto del Estado español- una verdadera práctica del trabajo en Arqueolo-gía
Industrial: están aún pendientes de una configuración clara y operativa los regis-tros,
las técnicas de documentación, las rutinas del trabajo de campo; y están aún por
iompei las b?uiei?is discip:iíiaíias qUe sep~-ail a G-qG eb:ogos, :,istiia~uiej, geógia-fos,
historiadores del arte, ingenieros industriales, etc. Mientras estos obstáculos no
sean superados se carecerá de cualquier tipo de logros y la Arqueología Industrial
correrá el peligro de convertirse en un campo abonado para la teorización vana, iner-te
y reiterativa» (p. 165).
22. De forma empírica, ello ha sido practicado por CAROB AROJAJ,u lio: Tecno-logía
popular española, Madrid: Questio («Montene Aula»), 1988*. (Aunque, no obs-tante,
no compartamos su definición de la Tecnología, amparada en criterios pura-mente
humanistas o, incluso, ingenuamente filosóficos).
23. Cfr. el artículo de SÁNCHEZR ON, José Manuel, promesa de una obra mayor,
«El mundo de Blas Cabrera», en: Boletín de la Institución Libre de Enseñanza, núm.
18 (Diciembre 1993), pp. 27-48.
24. Véase mi Tesis Doctoral inédita (1994), Grúas en el Puerto de La Luz y Las
Palmas (1883-1983). (Un Capítulo de la Historia Tdcnica e Industrial Contempo-ránea).