HISTORIA DE LAS MENTALIDADES:
INCERTIDUMBRES DE LA PERCEPCI~N
Y EQUIVOCO DE LA EXPERIENCIA
«Historia cierta de los siete cielos; siete paraísos mágicos y en-cantados,
siete nidos de paz, de gloria y de felicidad. El primer
cielo es un invento, el primer gran invento de la terrestridad. El
segundo cielo fue imaginado a la orilla del mar en una noche
cálida. El tercer cielo, dentro de un espejo, dibuja las imágenes
de un mundo ignorado. El cuarto cielo es irreal como un espejis-mo
de oasis verde en un desierto exótico. Del quinto cielo nada
se sabe, no hay noticias de este cielo arcano. El sexto cielo esta
copiado del séptimo que has producido en tu cabeza*. Jaume Sisa.
Los frontispicios, a más de un toque de melancolía de la memoria y
una pequeña operación de alquimia cultural (fundir heterogeneidades para
producir «sorprendentes» homogeneidades áureas) deberían servir para
ayudar a la propuesta del texto y a metaforizar su contenido. El que
acabo de ofrecer tiene, en mi opinión, algunas peculiaridades que pue-den
avalarlo como dintel de una reflexión sobre la historia de las men-talidades:
aborda, por ejemplo, un tópico supuestamente elaborado por
la «cultura popular» (el «séptimo cielo») que hunde sus raíces, sin em-bargo,
en la física aristotélica y en la teología tomista5 que no son raí-ces
precisamente frívolas en la construcción cultural del mundo occiden-tal;
se propone un desarrollo desde una percepción de idéntica apariencia
popular (no es más que una canción, no un texto semiótico erudito) pero
con los suficientes tics y guiños intelectualizados como para que «algu-nos
» reciban un mensaje, voluntariamente codificado, que fluye por
&h+ de 10 ~-n&!~mentee vidente y c m t é ~ f i yi ~c m~ intpn-ción
aelitistan; todo el desarrollo expone, precisamente, una secuencia
del tratamiento de la «realidad» que arranca de una certidumbre para
420 León Carlos Alvarez Santaló
desembocar en su opuesta (por cierto tan veraz-falsa como la primera)
y que se desentraña como una construcción mental que va a sustituir a
una realidad experimental, «confirmándola»; todo el proceso se trama
con el trenzado analógico (al lado de, semejante a, luego idéntico a)
que es una de las albañilenas mentales reconocidas como especialmente
eficaces en «inventar» la realidad '; del mismo modo toda la secuencia
se distribuye en un solipsismo evidente (el mundo «exterior real» no exis-te
salvo en la cabeza pensante que lo inventa) que, sin embargo, nada
dice sobre el efecto experimental que lo no real, pensado como real,
tenga sobre la conducta y la sensación del sujeto; contiene alusiones
expresas a la existencia-fuerza de un imaginario social y con él, va de
suyo, el juego complejo de «la acción ejercida por los mecanismos del
pensamiento simbólico sobre lo real, acción que es más que nada afectiva
y que supone organizar el mundo, la vida y la muerte del grupo ... en
un todo coherente» 2; por último se utiliza, igualmente, una metáfora
sobre existencias «en el espejo»; las que el propio U. Eco ha disecado
como mallas semióticas y que intervienen, casi por definición, en los
mundos mentales como conciencias de pseudoexperiencia. Si todo esto
no tiene nada que ver con la historia de las mentalidades entonces es
que no he comprendido cosa alguna sobre el tema (lo que no tendría
nada de improbable). Ello se verá.
1. EL SAMBENITO Y SU SIGNIFICADO APARENTE
El tema central de esta reflexión, frontispicio aparte, es que la de-nominada
«historia de las mentalidades» (y también historia de lo men-tal,
historia de las visiones del mundo, del inconsciente colectivo...), un
tiempo estrella y paradigma historiográfico «nuevo», seductor y exigen-te
parece haber perdido cetro, corona y manto y amenaza con perder
hasta los «cueros» mismos, en el panorama de la historiografía crítica.
Qué pecados cometió y cuáles sus furibundos e inmisericordes detrac-tores
es cosa que intentaré sugerir con buen propósito que no sé si se
> - - A --- -:-:1-- --:--L.. LUlIt;b~UIlUGl¿l L U I I 5111111a1 ¿iLIGILU.
Para empezar, la crítica no es dudosa ni siempre «contenida»; con
seguridad imprescindible, sorprendentemente tardía y no siempre ajena
a la esperada batalla por la hegemonía de las vanguardias y el, diga-mos,
liderazgo-paradigma historiográfico; el ruido abundante, las nue-ces
menos e, incluso, algunas difícilmente reconocibles como apropia-das.
Levantada ia veda, ia condena irresisti'oie se va a convertir en una
prueba de agiornamiento y de historiografía «políticamente correcta»;
Historia de' las mentalidades: incertidumbres de ... 42 1
muchos de los críticos jamás han pensado en la conducta humana como
un proceso mental y menos aún les han preocupado las «reglas» de ta-les
procesos; otros se desentienden de la complejidad, abordada desde
otras perspectivas (antropológicas, psicológicas, etnológicas, filológicas,
semióticas), enarbolando, con agresividad excluyente, términos despec-tivos:
«psicologista», «antropologista» o simplemente «diletante», todo
lo cual quiere decir, de facto y en la comunidad académica, cualquier
cosa menos historiador. Todo ello no significa que la crítica a la «his-toria
de las mentalidades» como género (subgénero, parcela, metodolo-gía,
tendencia, plano acotado, perspectiva...?) historiográfico no dispon-ga
de argumentos razonables y sólidas objeciones. Un recorrido, incluso
rápido y forzosamente arbitrario, pondrá sobre el tapete lo más sustan-cial
de ella.
En una publicación bien reciente, la profesora Hernández Sandoica,
en la introducción, establece un diagnóstico de este tipo de «situacio-í;
esB eí; e! matar Efe! EfeskT9!!o histo~ográficoq üe p-ce especid-mente
útil para comenzar; al referirse a la inevitable aporía inicial de
establecer las mallas «de familia» entre la historia y las «otras» cien-cias
sociales advierte: «No creo, sin embargo, que las disciplinas de cuya
situación y naturaleza vengo a hablar entrelazadamente aquí (historia y
ciencias sociales) constituyan complejos, rígidamente articulados y per-fectamente
integrados, de conocimientos obtenidos de modo progresivo
e independiente, aplicando a cada uno de ellos métodos estrictamente
particulares y específicos»; y algo más adelante concreta: «Es cierto que
el «territorio del historiador» ... ha sufrido delimitaciones y expansiones
sucesivas de una manera a veces arrogante y confiada y otras, por el
contrario, tímida y recoleta, hablando en términos muy generales. Y que,
además, su asignación interna ha sido hecha de manera asincrónica y
desigual, compartimentada y no armónica ... El resultado ha sido, así,
internamente competitivo, con el cansancio y el desánimo que ello com-porta
para la profesión» 3. Es evidente que una de las expansiones a las
que se refiere, e incluso una de las de la «manera arrogante y confia-da
», ha sido la historia sectorial, «de las mentalidades» (hay otras, des-de
iuego, como ia «historia economica», harto mas arrogantes e inciuso
altivas) y también lo es que sus lados de contacto y transmigración con
«otras» ciencias sociales parecen no solo insalvables sino decisivos. Voy
a citar con cierta extensión el análisis crítico de esta autora porque al
asumir un largo recorrido de comentarios al respecto nos evitará ir dan-do
saltos para reconstruirlo, pero también porque el libro en cuestión,
pensado (creo que con excesiva modestia) para estudiantes universita-rios,
constituye una plataforma importante como formadora de opinión
422 León Carlos Alvarez Santaló
y resulta relevante por ello; igualmente porque el comentario está ejer-cido
desde la lucidez y, digamos, la neutralidad y se le ha concedido
una extensión inusual en este tipo de trabajos. Todo ello confiere a los
juicios de Hemández Sandoica una utilidad ejemplificadora poco conien-te,
como se verá de inmediato 4 . Pero, acudiendo al núcleo de la cues-tión
que nos ocupa, su juicio sobre el particular se desarrolla, a vista de
pájaro sobre los siguientes pilares: «Lo que ha venido a conocerse, en
todo el mundo occidental, como "histoire des mentalités" ... confusa en
su definición general porque sus promotores y cultivadores apenas se han
ocupado de perfilar sus contornos (no ya teórica sino ni siquiera
metodológicamente, por bastarles quizás el respaldo y la acreditación de
los Annales) es un modo de escribir la historia casi siempre estructural,
serial y cuantitativo ... representa un enfoque, por el contrario, poco atento
a lo subjetivo, a lo singular o a lo particularizante»; y también: «...de-sarrollado
intermitentemente a lo largo de más de medio siglo, no pare-cerá
extrañe que seu este ur! rr.odo de escribir !a histeria tar? p!uru! en
sus inspiraciones temáticas como lo es, también, difuso en sus implica-ciones
y referentes teóricos»; al ocuparse de los objetivos de tal modo
de escribir historia señala: «Como aproximación intelectual a lo vivido
y realizado, la historia de las mentalidades oscurece voluntariamente la
separación clásica, objetivizante ... que diferencia el estudio de los indi-viduos
y el de los grupos de las sociedades. Pero no resuelve de forma
universalmente válida el procedimiento normal para llevar a cabo esa
fusión ni establece siquiera ciertos cánones para movemos en el seno
de la regularidad...». A partir de aquí y con la complicidad casi cons-tante
de F. Furet, se establece un rosario de reticencias cuando no de
conminaciones explícitas, que merece la pena recuperar aquí como un
casi-decálogo de los demonios que acechan y acosan no solo a los his-toriadores
de las mentalidades en cuestión sino a todo el trabajo inte-lectual
y a su incrustación en las tramas socioculturales. Procuraré resu-mirlo
en unas cuantas frases: «La historia de las mentalidades no parece
ser consciente, por lo general, de las limitaciones metodológicas de su
empresa ... a veces aparece incluso convencida de haber superado con su
nueva existencia aquella dicotomía antigua entre objetividaá y subjeti-vidad
», es decir, «aquella arrogancia confiada» que recogíamos de su
introducción; «La inteligibilidad de los procesos sociohistóricos no que-daría,
pues, ... mejorada por este camino irregular, y pedregoso, lleno de
brumas, además»; «autoreforzamiento claustrofóbico, ... resultante de "una
autosatisfacción en espacio cerrado"»; ausencia de «objetos de investi-gación
... propios y espec$cos» («encontrados», por ei contrario, al in-dagar
la originalidad y novedad relativa «en la persecución de aquello
Historia de las mentalidades: incertidumbres de ... 423
que es peculiar y nunca antes ha sido explotado»); y, por último: «La
crítica posiblemente más fuerte, la más severa que a la historia de las
mentalidades pudiera hacerse, consistiría en decir que las preguntas que
esa sedicente "nueva historia" plantea ... no siempre alcanzarían relevan-cia
para el historiador ... Con lo cual no añadirían, en efecto, gran cosa
al género de conmocimiento que, desde otras disciplinas -psicología o
antropología- se nos proporciona»
Insisto en que la longitud de las citas se justifica por el hecho de
evitarnos multiplicaciones textuales en el recorrido de una crítica dis-persa
pero también abrumadoramente reiterativa. Igualmente, es también
cierto que medio folio de citas no hace justicia al análisis que la autora
dedica a la corriente y sus avatares historiográficos, más sus desembo-caduras
más inmediatas, a lo largo de mucha páginas, pero mi inten-ción
no era más que cuadricular un catálogo de agravios para servir de
pórtico a mi reflexión bien modesta y un poco escéptica sobre el parti-cular.
A partir de ahora iremos mas rapidos porque ai catáiogo anterior
solo quedan ya por añadir algunas objeciones más «especializadas» que
tienden a recaer sobre «lo mental» y sus peculiaridades respecto a «lo
social». Por ejemplo (y sin abandonar las filas de la histonografía espa-ñola)
se han reiterado reticencias terminológicas respecto a conceptos
como «visiones del mundo» (R. García Cárcel, J. M. Salrach) o las con-flictivas
y equívocas interrelaciones entre «mentalidad», «cultura», «ideo-logía
», «imaginario» (J. M. Salrach); la pérdida aparente de las raíces
sociales de la mentalidad y su «inadmisible» sistema de flotación al
margen de las sociedades «reales», de forma autonómica (García Cár-cel,
Vaquero Iglesias, Vázquez García) con lo que se desdibuja la no-ción
de culturas «de clase», al insistir en el término «mentalidades co-lectivas~;
el concepto de mentalidad como una estructura rígida (más
bien dominante), «cuadro de categorías o código», objeto en fin cuasi
volu-ménico y mensurable (Vázquez García); por último una acusación
generalizada de «literaturización» que parece inherente, sin remisión, al
análisis de lo mental y que se presenta como pecado imperdonable de
frivolización evanescente (J. Fontana) o como una tentación de anular
«la distancia cultural entre el observador y los casos observados», «una
especie de traslación idealizadora del pasado que tiene inmediatas con-secuencias
ideológicas* (Hernández Sandoica), algo como una románti-ca
participación, si no he entendido mal, comprometida y complaciente
entre el historiador y lo historiado 6.
Naturalmente el catálogo no es ni exhaustivo ni sofisticado. puede
rastrearse con mayor enjundia, rigor y pormenor y con las variantes
oportunas en aportaciones críticas algunas de las cuales tienen ya más
424 León Carlos Alvarez Santaló
de veinte años, pero cumple los requisitos que me interesaban subrayar
ahora '. Si repasamos la «lista» de agravios que se echan en cara a la
historia de las mentalidades fácilmente podemos llegar a una conclusión:
que la «escuela» parece haber cometido algunos errores graves de fon-do
(definición-objetivos), de método (excesiva confianza en la cuantifi-cación
seriada o, su contrario, excesiva «representatividad» acordada a
datos «banales» y a peculiaridades «sui generiw extrapoladas sin rigor;
ausencia de distanciamiento y, por el contrario, complicidad sentimen-tal
-¿ideológica también?- entre el historiador y su «reconstrucción»
de casos); y de forma (literaturización incontinente, frivolización «sen-sacionalista
», «éxito» social-lector). En realidad ningún crítico se ha
atrevido a afirmar paladinamente que tal historia no tiene por qué ha-cerse,
o que es técnicamente imposible o que, conceptualmente, consti-tuye
una superchería. Es más, con frecuencia se reconoce que es el co-rolario
obligado de la hipótesis de una «historia total» cuyo horizonte
no p e d e ser negado, ni, menos, ieí iüi ici~a SI; cüaíidu iiu se pziiicipa
del «entusiasmo» por la posibilidad empírica de semejante «totalidad»
(y eso incluye a un segmento historiográfico que puede representar, tal
vez, dos tercios de la historiografía actual, liderado por la anglosajona,
en líneas generales *) no deja de concederse que de uno u otro modo, la
construcción-traducción mental de la realidad constituye un orden privi-legiado
en la explicación de la conducta social. Así pues, las reticencias
son respecto a «modelos» y, casi, respecto a historiadores o «historias»
propuestas; la cosa no se discute, eficazmente. Con frecuencia se su-giere
que tales campos deberían «dejarse» en manos de antropólogos o
psicólogos o híbridos oportunos (antropólogos-históricos o psicohisto-riadores).
Tal como lo percibo, todo ello resulta esclarecedor de los
avatares sufridos por este, digamos, «campo de campos» historiográfico
y materia, ellos mismos, de una reflexión sobre la construcción mental
de la «realidad» (en este caso la historiográfica, la académica, la de la
imagen científico-pública de los historiadores, la de sus espectativas de
prestigio, hegemonía, liderazgo o cualquier otro parámetro similar). Desde
otra perspectiva, creo que puede percibirse, también, una cierta incomo-didad
sustantiva, en historiadores «protesionales» en el manejo de «lo
mental» 9; la sacralización positivista de «los hechos» ha dejado cicatri-ces
profundas en la conciencia y la técnica historiográficas que, por muy
hábil que haya sido el maquillaje, asoman bordes y arrugas; el materia-lismo
histórico, a su vez, al conceder a la ideología (que es una cons-trucción
mental, ad hoc, de unas condiciones reales de vida que se «&a-ducen
» e incorporan) un papel de motor de conductas ha jugado un papel
equívoco en otras descripciones y valoraciones de «lo mental»: dema-
Historia de las mentalidades: incertidumbres de ... 425
siado mental podría traducirse (y se ha hecho, de facto) inmediatamen-te,
como únicamente mental, y, por tanto, considerado como 'inadmisi-ble
en una explicación historiográfica marxista de la sociedad; además,
«lo mental» sugiere, con demasiada rapidez o simplicidad (o ambas cosas
a la vez), una cierta individualización del sistema de comprender el
mundo (mejor, de hacerlo?) lo que constituiría, también, una quiebra
insoportable a conceptos imprescindibles en la historiografía marxista
como conciencia de clase, cultura de clase, sujeto colectivo e incluso
el concepto mismo de clase social. El resultado de este cruce de equí-vocos
terminológicos, conceptuales y de confusas intencionalidades pro-clamadas
como «evidentes» y «militantes», es un jugoso laberinto de
opiniones críticas, rechazos retóricas, respaldos incondicionales y
clientelismos, obligados de mejor o peor gana, a un «pie de guerra»
bastante poco racionalizador. Jugoso porque daría mucho de sí, precisa-mente,
en una historia de las mentalidades al respecto; poco raciona-lizador,
porque transparenta demasiado las ruedas dentadas de la maqui-naria
«irracional» (tal vez la metáfora resulte poco afortunada), es decir
las tramas del miedo, de la no seguridad, de la violencia intelectual y
los códigos de la satisfacción esencial por todas las formas de superio-ridad
y mejor sobrevivencia. Para ejemplarizar frívolamente estas espi-rales
tan, a veces, surrealistas bastarán dos anécdotas muy leves aunque
tal vez indiciarias: en el debate de Manuscrits sobre historia de las
mentalidades, J. Fontana, que ha arremetido sin conmiseración contra
Anés, Couteau-Begane, Le Roy Ladurie, Le Goff «y compañía» (los que
él califica como «la pequeña secta francesa») tiene dificultades para
arrollar a Vovelle (uno de los pilares de la «escuela» y tan marxista como
él) de modo que elude la radicalidad de un juicio, también peyorativo,
señalando que «al qual admiro molt més quan escriu historia que quan
escriu sobre historia» 'O; la segunda atañe a un maestro absolutamente
indiscutible de la historiografía marxista y sencillamente de la histo-riografía
sin más, P. Vilar; la cuenta él mismo cuando, en plenos suce-sos
estudiantiles del 68 parisino contesta a Dupront que le sugiere que,
k s eskidiaíites, por ün comp!o:, han sido empjados a constn;i: bmi-cadas:
«J'ai dit: Non, je ne te dirai pas qu'ils onst lu les Miserables parce
qu'on les lit de moins en moins, mais il leur suffit d'en avoir vu une
des trois o quatre versions cinematographiques». Eso, después de comen-tar,
líneas antes: «Trés precisément, j'ai trouvé que mai 68 etait une
déformation de l'imaginaire revolutionnaire» ".
La aliéc&jia-cita sugiere que pa-ece haber Una íiUeie;:a ideo-lógica
entre la historiografía marxista y la historia de las mentalidades
que no era-es ni imprescindible ni fundamentada ni necesariamente pro-
426 León Carlos Alvarez Sanraló
bable si el trabajo historiográfico y su reflexión teórica hubiesen man-tenido
un nivel paralelo y una cronología homogénea; también aunque
en menor grado que los nombres propios y su «significado» (académi-co,
ideológico, incluso editorial) han tenido mayor protagonismo que los
problemas sustanciales de su historiografía. La segunda, confirmación d e
mi percepción de la primera, es que un hecho, nada más que «revolu-cionario
» (aunque no fuese considerado «ortodoxo como revolución «de
clase»), es diagnosticado por un historiador de primera y un marxista
nada sospechoso de veleidades «literarias» como una «deformación del
imaginarion con conductas especulares de modelos literarios. Evidente-mente
no son las mentalidades (construcción mental de la realidad, or-ganización
inteligible de la realidad por y sobre parámetros culturales)
las que están en cuestión, sino modelos específicos de tratamiento y
metodología para obtenerlos 12.
2. UNA LECTURA VEROSÍMIL DEL AVATAR HISTORIO-GRÁFICO
DE «LO MENTAL» l 3
De cuanto acabamos de reseñar se desprende, antes que cualquier
otra percepción, que en sus inicios e incluso en su gestación previa es-tuvo
presente una niebla conceptual respecto a lo que la historia de las
mentalidades debería historiar 14. Desde luego, parecía claro que cual-quier
cosa que ello fuera quedaba detrás de ciertos hechos-conductas y
consistía, de facto, en transparencias que ellos-ellas permitían y que se
refieren a algún tipo de causalidad. Qué tipo, exactamente, constituía ya
un problema de cuantía. La tradicional relación lógica causa-efecto pa-recía
demasiado simple, lineal y plana; se sugería más bien un tipo de
relación «nueva» de difícil definición y no más fácil diseño que, aún
hoy, sigue vagando entre redes de imprecisión; este fue un problema
básico y sigue siéndolo en la medida en que afecta a situaciones, diga-mos
«filosóficas» y más concretamente de psicología: la técnica del tra-ba!~
mental y sus repercusiones en el hacer socio humano 15. Tal pro-blema
no tengo la impresión de que se abordara con decisión y a cara
de perro (por incomodidad «profesional», desconfianza respecto a las re-laciones
psicología e historia, audacia y exceso de confianza en la ca-pacidad
historiográfica para desentrañar conductas ...) y de aquellos ba-rros
nacen estos lodos. La impresión más «clara», por el contrario, es
que el foco de atención se concentrcí en familiarizarse ron a!& tipo
de «reconocimiento» de qué fuesen la mentalidad o las mentalidades no
exactamente como un trabajo general, sino como «algo» quieto. Como
Historia de las mentalidades: incertidumbres de ... 427
se avanzó deprisa, el rigor conceptual pareció menos inmediatamente
exigente que la construcción práctica de casos probatorios y en este
bamboleo entre hacer historia «nueva» de parámetros «nuevos» y pen-sar
qué eran y cómo se relacionaban tales parámetros, empezaron a pro-ducirse
deslizamientos semánticos, harto equívocos, cuya generalización
(nunca o casi sometida a algún bisturí de conceptuación rigurosa) fue
enmarañando y oscureciendo aún más las redes relacionales entre pen-sar
la vida y hacer la vida. Por establecer alguna claridad en el laberin-to,
podríamos comenzar por uno de estos deslizamientos que, tal vez,
podría esperarse que fuese el primero (en presencia, no necesariamente
en cronología estricta): la cosificación de la mentalidad 1 6 . Con la fre-cuencia
necesaria para inducir el efecto equívoco, la mentalidad parecía
configurarse como un depósito interior de «algas» con capacidad para
producir y conducir la actuación social; tal «conjunto» (que ni siquiera
quedaba claro que fuese trama relacional, «maquinaria» o «materias
primas-valores») escondido y camuflado detrás de las conductas se cons-tituían
como un objeto de descubrimiento y desenmascaramiento por
parte del historiador. Si mi lectura es correcta, podría entenderse que
tal deslizamiento conceptual constituía un efecto de la contaminación
positivista-erudita que concedía al descubrimiento de «hechos-docu-mentas
» ocuItos, por parte de un historiador-explorador (casi buscador
de tesoros), la categoría de motor historiográfico sustancial; en cualquier
caso, ello no sería más que una perturbación más añadida. Una de las
«pruebas» de esta «cosificación» de la mentalidad (si se produjo, como
propongo) fue su asimilación con la profundidad que se reforzaba con
diseños de la conducta social en niveles sucesivos; la terminología y la
utilización de metáforas como la de los niveles o la posterior del orga-nigrama
de la casa («del sotano al granero») reforzó, me parece, proba-blemente
de forma involuntaria (o simplemente imprecisa, superficial,
nada rigurosa en cualquier caso), este aire de la mentalidad como algo
cuasi físico, oculto, descubrible, articulado, acumulado, emisor, »mani-pu.
lador» ... Cualquier metáfora sugería presencia estable y larga duru- , . .
c i o ~(s e hab!S de qr;s;=fies;;> yn"n' r bnJ;n""m'yn""ln, \ xJr '1U3 "rLn".Ue'Vt'"6 fnrg f1i-i1p \(J1 , P"CU )
todavía, con frecuencia) el código casi permanente para referirse a la
mentalidad. Los problemas, así, se multiplican y el «color» literario te-ñía
a «la cosa» 17. Pero junto a la metáfora, el analogismo psicológico
hizo su trabajo de construcción de redes relacionales; el carácter indu-cido
de algo profundo había empujado al deslizamiento hacia lo esta-
L1- . , . UIG, 10 i í i i i i ü ~ i l , 10 Uüi&io j: estos últimos (jün:o a !a pmfündidad)
facilitaban el «siguiente», hacia el aislamiento respecto a las variables
de superficie: el tiempo, el espacio y la multiplicidad social; la última
428 León Carlos Alvarez Santaló
pendiente (por seguir yo también la metáfora de los deslizamientos)
podía insinuarse sin demasiado esfuerzo: algo profundo, relativamente
inmóvil, de larga duración y aislado (es decir, por encima de) de las
variables del acontecimiento y las peculiaridades sociales, parece dis-poner
de aquellas caracteristicas esenciales que concedemos al funda-mento,
al cimiento, al motor último. Nunca (o casi) se dijo explícita-mente,
arrostrando debate alguno, pero el hecho es que la cosificación
de la mentalidad corroboraba una impresión de motor eficaz «de la his-toria
». Demasiada constmcción y demasiado mecano analógico para cla-ridad
conceptual tan escasa porque, a todo esto, solo a través de traba-jos
«prácticos» aparecían aquí y allá fragmentos de «mentalidad» que
exigían ser encajados en una definición que casi se dejaba a la impro-visación
a cada resultado y a voluntad del definidor interesado I s . Si-multáneamente
se producía otra imagen, propuesta esta vez con absolu-t2
ve!linhriedx! e inte11ici611, de !U histeriu de !e m n t d reim cúpdu
que cerraba (ahora, «por fin») la geometría metafórica de la historia total;
los símiles de los niveles y la casa (sotano-granero) aluden a ello con
toda claridad: economía, sociedad, política, mentalidad (en realidad,
nunca termina de estar claro si el orden alude a que la mentalidad co-rona
o, por el contrario, fundamenta, porque es un tema de perspecti-vas
1 9 ) dibujan un «edificio» elemental cuya apariencia puede
mataforizar, con propiedad o no, el «verdadero» sentido de «historia
total» pero que, en cualquier caso, da una impresión reconfortante de
tener en cuenta todos los parámetros eficaces, de ser algo completo y
cerrado en orden psicológicamente satisfactorio. Sobre su consistencia
empírica, sin embargo, creo que pueden albergarse dudas razonables
aunque solo sea porque toda la secuencia metafórica señala mucho más
a una estratificación (sistema figurado de «cosas» superpuestas) que a
un proceso (movimiento y dilución permanente cuyos «elementos» lo
son en cuanto movidos y diluidos, no apriorísticamente).
El segundo deslizamiento, aporía conceptual donde las haya, fue
establecer el carácter «social» de la mentalidad. Debía hacerse por dis-tintas
razones, todas ellas de gran calado. Una primera, porque toda la
escuela de Annales se había identificado y comprometido con la histo-ria
social; en ella habían ejercido el liderazgo historiográfico y el
metodológico (cuantificación y seriación). Tal entrenamiento no solo
garantizaba una «cientificidad», a partir del análisis estructural, sino tam-bién
una, digamos, teoría del receutáculo, que lo sería la malla social
subdividida en bloques identificables, mantenidos en la larga duración
y cuyas «leyes» de reconocimiento se evidenciaban aportadas por el or-ganigrama
económico y, en menor medida, el político. Una segunda,
Historia de las mentalidades: incertidumbres de ... 429
porque definida la historia como historia social, va de suyo que sólo
«socializando» la mentalidad tal objeto podía reconocerse como inequí-vocamente
historiográfico. Pero socializar la mentalidad comporta idén-ticos
problemas que socializar a los humanos, es decir, reconstruirlos
en grupos reconocibles como significativamente diversos y eficazmente
distintos en relación con su avatar vital y la percepción que tengan de
él y de su significado; en el fondo el primer problema a resolver era
mentalidad individual o mentalidad colectiva. Como es bien sabido se
optó por la colectiva. La elección tenía evidentes ventajas, independien-temente
del grado de contaminación antropológica que se le suponga, y
de algunos inconvenientes con los que se estuvo dispuesto a convivir
aunque, después, han demostrado mayor carga crítica de la que en prin-cipio
probablemente se le supuso 20. Estaba, en principio, el carácter co-lectivo
mismo del término sociedad como «sujeto» histórico; el indivi-duo.
agente privilegiado de lo anecdótico. circunstancial y episcídico (es
decir, del tiempo muy corto) había quedado relegado a la cuneta de la
verdadera explicación histórica que se predicaba necesariamente estruc-tural,
de tiempo largo y volumen social extenso y profundo. Estaba,
igualmente la influencia de la psicología más reciente descompuesta en
el psicoanálisis; se suele reconocer la contaminación de Freud, menos
la de Jung que, sin embargo y en un principio, parece más fructífera
para explicar la pretendida homogeneidad del trabajo mental de milla-res
de humanos heterogéneos 2 ' . A este respecto, aunque de un modo
indirecto, estaba también el «hallazgo» de que la mentalidad podía re-coger,
para las masas, el testigo que la historia de las ideas habían de-positado
en las manos de las élites e incluso en las de individuos ex-cepcionales.
Con demasiado rapidez, quizás, se dio por sentado que el
magma mentalidad, equivalía a las ideas del anonimato masivo, nunca
expresadas ni conformadas y que se podía, así, hacer tal historia y «re-cuperar
» los silencios ideológicos gracias al descubrimiento de las acti-tudes
22. Esta apreciación tenía, además, como hemos visto, la ventaja
de incluir también a las élites, esclareciendo las «ideas» que no fueron
+nrm;*nm+nmnmtn nu...,nl.nAnn ,. ,ll,n 0- ..-L...- ,,l., A- -1 -,...A,.
~ ~ ~ ~ ~ I ~ ~ I ba n~pb~n~au~aaI p~ ~i c ui.aa~ y~ ca 6c icI iv ibaua, u6 paav, r;i LaiaL-ter
peculiarmente oscuro de la mentalidad pues se «demostraba» que se
trataba, justamente, de aquello que, presente en todos los hombres, no
podía ser objeto de expresión clara y formalmente consciente pues no
estaba en la historia de las ideas habiendo existido en las élites capaci-dad
y oportunidad para expresarlo. De costado se producía una profundi-zacióri
eii ia grieta que parecía separar ia meníaiidad de ia cuiiura y con
ellas sus respectivas historias; la historia de la cultura parecía, así, re-servarse
para las actitudes y comportamientos conscientes (fuese en el
430 León Carlos Alvarez Santaló
sentido restrictivo de «lo cultural» o en otro más permisivo y abierto) y
la de las mentalidades para el inconsciente y lo «no sabido» y casi lo
«no expresado explícitamente». Estaba también la conveniencia, aparente,
que ofrecía «lo colectivo» para tender un puente a conceptos impres-cindibles
de la historiografía marxista y a las exigencias metodológicas
de su historiografía más representativa, la de la economía; a subrayar
que, desde el primer momento, las «mentalidades colectivas» exigían
fuentes colectivas, masivas y seriales lo que se suponía constituir un aval
impecable de la fraternidad de una y otra propuestas historiográficas. De
estos varios modos, el «hallazgo» de la mentalidad colectiva resultaba
sumamente gratificante y la ecuación objeto colectivo-fuentes masificadas
constituyó casi un fetiche indestructible a partir del que ya se había
constituido con los modelos cuantitativos y seriados de la historia eco-nómica
23; para la época, resultaba poco menos que herejía historiográfica,
imperdonable e inaceptable, la duda sobre la veracidad y eficacia de un
cuiij.Gíiio de uei-;ab:es seI-;adas y somei;des a: cá;cU;o rrlaieiiiáflco y si la
historia de las mentalidades podía producir curvas semilogarítmicas y
expresarse en cuantificación dura su cientificidad estaba «garantizada».
Por el contrario se desestimaron (o esa es la impresión que tengo)
algunas desventajas visibles del concepto mentalidad colectiva. Una de
ellas, de cierta relevancia, era que, de primeras o de segundas la expli-cación
por la mentalidad colectiva, producía (o podía hacerlo, al me-nos)
una cierta sensación de pérdida de libertad en las conductas socia-les,
ancladas, sin percibirlo, en esas playas mentales de larga duración;
tal vez no era excesivamente grave para postulados marxistas (aunque
el cambio de referente último resultaba inadmisible) pero resultaba in-cómodo
para otras ideologías. Más grave parecía el carácter de indeter-minación
absoluta del término mismo «colectivo» que podía postularse
como universal o como fragmentario; en el primer caso parecía proba-ble
un cierto desarraigamiento respecto de lo social, con tendencia a
flotar sobre él con apariencia de independiente y el peligro de terminar
en una mentalidad metafísica, literalmente. Contra tal deus ex machina
se elevarían voces copiosas exigiendo los razonables y pertinentes
anclajes en el tiempo histórico y las sociedades reales (una «mentalidad
de clase», por ejemplo). Con todo y cualquiera que fuese la alternativa,
el término «colectivo» no deja de proponer algo más que una ambigüe-dad
en la medida en que «exige» una técnica de extrapolación respecto
a la comprobación empírico-historiográfica realizada; cuando C. Ginz-bourg
dio el paso siguiente, «lo excepcional normal», un cierto estupor
se fue abriendo camino porque el salto no era ya desde algunos-muchos
a todos, sino desde uno a todos, que es mucho saltar, por muy brillan-
Historia de las mentalidades: incertidumbres de ... 43 1
temente que se proponga. Como es bien sabido, están aquí en juego
algunos lazos lógicos, nada simples, que atañen a las relaciones entre el
todo y las partes, lo general, lo particular, lo genérico, lo individual, lo
colectivo y lo singular 24.
Simultáneamente a los deslizamientos anteriores, de los que nos he-mos
ocupado, aparecía el problema básico metodológico: qué hacer y
donde hacerlo, para dirigir el análisis histórico a objeto tan aparentemente
evanescente y resbaladizo. Desde luego parecía evidente (o sigue
pareciéndolo) que el donde no podía ser diferente de cualquier otro objeto
historiográfico, los «hechos»; será entonces el qué, a través del cómo,
lo que deberá ser modificado. La modificación sustancial consistió en
plantearse el hecho (documento-conducta) no como punto de llegada sino
de partida 25. LOS hechos deben ser testados hacia atrás hasta llegar a
los manantiales mentales. Los datos duros se reconvierten en indiciarios
y en transparencias; no es fácil pero sí: evidentemente, razonable: Fk?!
no, porque la niebla conceptual de partida complicaba la relación entre
dato (claro, concreto, mensurable, voluntario) y mentalidad (propuesta
como oscura, involuntaria, abstracta e inasible). Razonable en todo caso
porque no se evidencia ninguna otra posibilidad historiográfica y tam-poco
no historiográfica. El problema no aparecía, pues (ni aparece), en
el primer nivel del método, salvo que se proceda a una simple descrip-ción
de «ciertos» datos, pero esto es demasiado burdo para tomarlo en
cuenta como objeción en la cumbre (aunque luego se demostró que tal
posibilidad existía cuando se identificaron, sin más, campos de conduc-ta
con historia de mentalidad); los problemas surgen en el «recorrido»
desde el dato-transparencia a la mentalidad transparentada. Podía suce-der
(de hecho creo que ha sucedido con alguna frecuencia) que se tra-bajase
con la confianza de que la conexión se evidenciase como verídi-ca,
si no en la totalidad sí en la mayoría de los casos. Esta, llamémosle
ilusión, deriva, me parece, de una trampa lógica, a saber: que al desem-barazamos
del primer nivel de informaclon (el «dato duro») hemos eli-minado
toda la apariencia de realidad, cáscara equívoca, y el siguiente
nivd pondrá de rr,znifiest~, uütomi:tcameiite, !a realidad menial
indiciada. A partir de ahí, que «es» una sensación de autosatisfacción
por la comprobada astucia intelectual que supone haber descubierto que
el dato no era la cosa a saber sino la cáscara de la cosa a saber, bajan
las defensas críticas, en la seguridad de que es imposible que el dato
resulte más astuto que su analista y se «dedique» a producir nuevas
c8sct;as donde delii'u haber yci, iixhiditlemeiiie, pulya iiieniai eficaz. Esta
confianza deriva, justamente, de «pensar» la mentalidad como una cier-ta
cosa que puede camuflarse pero no transformarse per se; una intui-
432 León Carlos Alvarez Santaló
ción de la mentalidad como algo estático que puede descubrirse apar-tando
los escombros del dato empírico. Para confusión de los analistas
las cosas no resultan tan sencillas. Podría suceder, igualmente, que, pese
a las definiciones previas, terminase por «imponerse» una tendencia a
aplicar seguridades lógicas a todo el proceso analítico, sobre la intui-ción
argumenta1 de que la «materia mental» resulta especialmente ade-cuada
a tales seguridades porque «lo mental» tiende a identificarse con
lo racional; insisto en que, a pesar del punto de partida (la mentalidad
como actitudes sentimentales, «ideas de los pobres») al trabajar se pro-duce
una tendencia «inocente» a reconstruir relaciones racionalizadas.
Podía suceder, también, que se cayese en otra confianza ilimitada e in-expugnable:
la de la veracidad indirecta de «fuentes inesperadas*. Re-sulta
una variable, esperada, de la primera y una nueva trampa lógica:
las fuentes documentales tradicionales, «oficiales», deben ser cernidas
porque es esperable que estén entreveradas por voluntades (las de sus
productores) interesadas en el encubnmiento o ei equivoco; por ei con-trario,
al «sorprender» otras fuentes, que nunca fueron producidas como
información, «oficial» sino como mero testimonio vital, tal cernido
precautorio (salvo pequeñas prudencias elementales) no resulta necesa-rio,
porque no es previsible una deformación estratégica que las conta-mine
de mendacidad. De este modo se levantó el entusiasmo por las
«nuevas» fuentes y sus «seguridades»: notariales, beneficentes, judicia-les,
literarias, «secretas» (eclesiásticas, por ejemplo), funcionales de ins-tituciones
eclesiásticas o civiles ... No resultará extraño que un, digamos,
»mentalismo vulgar», procediese a identificar la fuente, ya como el objeto
de la historia de las mentalidades 26.
Supongamos que lo descrito hasta aquí, pese a su fragmentación,
constituye una lectura verosímil de algunas de las aporías que han sido
percibidas en la historiografía de las mentalidades, en todo o en parte,
de manera bien visible o de forma más sutil y hermética. La cuestión
más llamativa, al menos para algunos (entre los que me encuentro) es
si verdaderamente se tuvo y se tiene conciencia clara de que cualquier
cosa que se quisiese-dijese que fueran las mentalidades, tenía que tra-tarse,
forzosamente, de situaciones que eran conocimiento. No creo que
dispongamos de ningún otro concepto para referirse al trato mental con
algún tipo de «realidad»; y ello tanto si estamos dispuestos a asumir que
existe una realidad, exterior a la mente, que se defina precisamente por
Historia de las mentalidades: incertidumbres de ... 433
su impermeabilidad ante y respecto a ella, como si militamos en el or-den
kantiano de negar toda realidad fuera de la mente. En un caso ten-dríamos
que referimos a los tratos entre mente y realidad como tratos
de captación, aprehensión, identificación y, en su caso, modificación; en
el otro, hablan'amos de tratos de construcción, organización, diseño o
creación. Pues bien, en ambos casos, estaríamos hablando de conocirnien-to
27. Incluso si, como ya hemos visto, se sugería que lo definido en las
mentalidades, con mayor presencia, eran ciertas redes sentimentales y
afectivas, ello no excusaba, en modo alguno, ser conscientes de que el
universo afectivo (que es con toda evidencia estrictamente mental, fue-ra
de cualquier metáfora cardiológica) constituye otra situación de co-nocimiento,
es decir, otra técnica de tratos entre lo mental y lo real 28.
Incluso aceptando que la imagen inicial de la mentalidad pudiera .pro-pender
hacia la cosificación, ello tampoco excluía, creo, la necesidad de
preguntarse por cómo tales «cosas» se habían alojado-crecido-puesto-nacido
para devenir mentalidad. Ahora bien, parece razonable suponer
que si había que enfrentarse con el conocimiento, se dispusiese de un
mínimo, medio o máximo arsenal metodológico al respecto. Pasar, con
la misma zancada, de los hechos a las mentalidades sugiere, más bien,
que se confiaba en que un simple movimiento del observador, de un
campo a otro, bastaría para obtener el nuevo objetivo deseado; de este
modo el «campo» mismo adquiría una sustancialidad que propiciaba la
identificación ingenua entre cierto tipo de hechos-datos y mentalidad.
Ahora bien, las peculiaridades del conocimiento no resultan operacio-nes
tan limpias, netas y seguras como podría esperarse de un aristo-telismo
al pie de la letra; la idea, más o menos difusa, de que tal ope-ración
se metaforiza en la impronta que una realidad pétrea produce
sobre un entendimiento cerúleo en el que queda, así, aprisionada, de
modo que la cosa es conocida, me parece una fuente harto probable de
equívocos encadenados. En todo caso, creo que pueden percibirse el
conjunto de tentaciones que acosarían a un analista que participase de
tal metáfora de uno u otro modo: la historia de las mentalidades, en tal
caso, debería ocuparse de la cera mental o de las improntas produci-das?;
igualmente dificultades múltiples para asumir que los sentimien-tos
y también todo el imaginario sean improntas. En mi opinión y pese
a lo que podía esperarse, la historiografía de las mentalidades no pare-ce
haberse hecho muchas y buenas preguntas sobre el conocimiento, sus
lazadas trucos y estilísticas. Los contactos, al respecto, con las ciencias
que tenían tales preguntas como objetivo de su tarea explícitaj tendie-ron
a realizarse <<con guantes». Sin entrar a fondo en la cuestión de
razonar tales y, al parecer, tan sorprendentes descuidos, pueden intuirse
434 León Carlos Alvarez Santaló
algunos tics más que probables. Por ejemplo, que siendo «evidente» la
superioridad de la historia respecto a las otras ciencias sociales no te-nía,
realmente, nada que aprender de ellas y se bastaba y sobraba para
resolver, sola, tales aparentes nimiedades; por ejemplo, también, pudo
no parecer imprescindible y tal vez ni siquiera necesario llegar tan le-jos,
cuando los nuevos campos de análisis y la visible astucia heurística
de la nueva historia garantizaban, ya, originalidad, sutileza y éxito; por
ejemplo, igualmente, que pese a las declaraciones explícitas sobre la
profundidad de las mentalidades y sus capacidades de influencia, se
mantenía, aparentemente, una reticencia de facto, a conceder al subcons-ciente
(más allá, pues, del segmento mental de ideas claras y distintas)
un protagonismo eficaz en la conducta social. Supongo que simplifico
en exceso pero, a mi parecer, la cascada de problemas (con seguridad
no tan decisivos como para justificar el desprecio y el acoso de la es-cuela
a que parecen haber dado lugar) que se han enarbolado para su
desdoro proceden de estos tics iniciales y de esa especie de agnosticis-mo,
doblado, a veces, de suficiencia, no sólo respecto a la dinámica del
conocimiento sino también respecto a sus peculiaridades de invención
de lo real y las consecuencias de todo ello en los mecanos de la con-ducta
humana colectiva.
Si semejantes escollos se hubiesen bordeado, arrostrando explícita-mente
la necesidad de sumergirse en la teoría del conocimiento, se ha-bría
podido esclarecer, por ejemplo, una de las aporías iniciales que ya
hemos citado como favorecedora de múltiples críticas: que la mentali-dad-
mentalidades puedan metaforizarse en un «objeto». Como conoci-miento,
las mentalidades son procesos no resultados; desde luego y en
contra de lo que esta imagen pueda proponer, es verdad que, en este
caso, las fronteras entre ambos distan mucho de ser evidentes, pero en
la medida en que la mentalidad tienda a percibirse objetualizada el error
casi se garantiza. Una cierta comprobación de ello puede obtenerse ob-servando
el grado de dificultad y oscilación que se presenta, reciente-mente,
para delimitar conceptos como mentalidad e ideología.
En cnnsect~encial~a penr metfifnra pnsihle es la de u n depíisitn
estratigrafico en cuyos diferentes niveles de profundidad las mentalida-des
trabajan agazapadas; que las subdivisiones de esta profundidad (cons-ciente
imaginario, consciente emotivo, inconsciente emotivo, subconscien-te)
proponga adaptarse a algún tipo de diagrama psicológico no mejora
la metáfora. Un equívoco similar propone la imagen de la proyección
o~nmbtrira AocAo 12 m~ntalidarl .-.---.-A---- a 12 C Q ~ C I , E C ~ ~E.! ~en~~imipf i@-nrnr~cn rA-----
aconseja, por el contrario, un modelo metafórico de fluidos, interactuados
y de permanente realimentación recíproca que no se cristaliza nunca y que
Historia de las mentalidades: incertidumbres de ... 435
constituye la dinámica de los tratos y contratos por los que realidad,
percepción y conducta se componen y descomponen en relaciones «quí-micas
» que propician, incluso, el intercambio insensible de roles. En efec-to,
los conceptos de realidad como objeto duro y de racionalidad o emo-tividad
como herramientas para trabajarlas tienen todas las trazas de un
casi dislate perceptivo. Con mejor probabilidad, lo que solemos llamar
realidad es un, digamos, acto de conocimiento y, como tal, un proceso
constante, reactivo, en el que todo es herramienta, técnica y producto
simultáneamente. Tan aparente confusión debería poder ser esclarecida
por alguna lógica ya que, en caso contrario, todo el sistema se nos pro-pondría
como un caos indescriptible y, como tal, hermético; por el con-trario,
la percepción de la conducta humana de que disponemos sugiere
que no nos parece así. Desde luego el reconocimiento de tal lógica, pre-sumible,
puede resultar un trabajo arduo y por veces frustrante, pues
existen indicios racionales de que hay varias y, además, evolucionando.
En cualquier caso, la lógica aplicable no se corresponde, eficazmente, con
la aristotélica, aunque solo sea porque uno de los componentes del pro-ceso,
la emotividad, no cumple, prácticamente, casi ninguna de sus
premisas. No tendré que recordar, de nuevo, que las emociones, en su
sentido más amplio, constituyen una técnica de conocimiento y el racio-cinio
otra; la interacción constante y reciproa de ambas @aba;an& a!
unísono (independientemente de que el humano sea consciente de ello),
cada una con su propia técnica de aprehensión-construcción de «lo real»,
constituye un sistema conflictivo nada despreciable. Tal situación obliga
a aceptar desproporciones incluso aparentemente aberrantes y
desequilibrios más que probables en las mallas de interrelaciones,
causa-efecto, todo-parte, estímulo-respuesta, género-especie, común-par-ticular,
sustancial-accidental y el poliédrico juego entre lo idéntico, lo
análogo, lo semejante, lo diferente, lo contrario ... Es evidente que la 1ó-gica
clásica no consentiría tales disfunciones y, en tal caso, el análisis de
estos conjuntos relacionales con el instrumental que la lógica aristotélica
propone podría resultar un despropósito absoluto en orden a disecar el
proceso. Proceso, por cierto, que, como acabo de proponer, dista mucho
de sugerir que la mente aferre a la realidad como un águila a una presa.
De donde, la famosa experiencia, condecorada como la técnica más ve-rídica
de conocimiento, no resulta ya tan clara, precisa, eficaz o inexpug-nable
porque, para decirlo trivialmente, el conocimiento ha resultado ser
no un producto de adición de sumandos sino una mutación de parámetros
intercambiables en movimiento. En un sistema semejante de trayectorias
móviles, se integran, como tales, todos los flujos culturales: paradigmas,
modelos previos de relación, escalas de jerarquización, técnicas de eva-
436 León Carlos Alvarez Suntuló
luación y resolución de conflictos, estrategias de supervivencia y de ven-taja,
»evidencias» de éxito y fracaso con el miedo y la esperanza como
catalizadores; es decir los flujos que competen al hombre como mamífe-ro
básico pero también los que le pertenecen como mamífero conocedor,
razonante y emotivo. En consecuencia, parece bastante plausible que no
existe ninguna «mentalidad» flotando sobre la red social o como sedi-mento
en la red social, porque la mentalidad es red social y viceversa;
la construcción social lo es en tanto que conocida y sus parámetros flui-dos
lo son en tanto que pensados. Todo lo cual no apunta, precisamen-te,
a un agente que piensa y algo paciente que es pensado sino a un
movimiento inextricable, de ida y vuelta, en el que lo que se piensa es y
lo que es condiciona el pensarlo. Todo ello establece, así, un tejer y m
destejer penelópico de mentalidades-conductas y hace posible el telar D
E historiográfico en el que advertirlo, en zonas y fragmentos sucesivos y o
simultáneos. Es bastante improbable que el proceso entero pueda ser re- ---
construido con exhaustividad y que seamos capaces de concretar, en cada m
O
E caso historiográfico, un diagrama nítido e integrado de él; pero parece E
también razonable aceptar que lo importante es ser conscientes de que en 2
E
cada estudio tenemos acceso a una zona de tales turbulencias, reconocien- -
do que los flujos del sistema que disecamos tienen longitudes múltiples 3
que se pierden fuera de nuestro control. Eso será siempre más eficaz, para O- -
integrarlo en nuestro propio proceso de conocimiento, como historiado- m
E
res, que suponer un modelo dialéctico simple entre dos elementos con- o
frontados a los que anudar (mentalidad versus datos-conductas). En todo
este recomdo, conceptos tales como el de imagirzario no pueden aludir, -
E por tanto, a algo como un estrato estructural paralelo, en bateria, con otros -
a
de su mismo género como los de raciocinio o emotividad; por el con- 2 -
trario, son, al igual que estos últimos, componentes del proceso y resul- --
tado simultáneo del proceso mismo porque el sistema del conocer no 3
excluye a ningún componente. Quiero decir y, supongo, es bien sabido, O
que «imaginar» y «conocer» no son operaciones sustancialmente diver-sas
y mucho menos incompatibles y que, por tanto, la existencia com-=
n-.,r-. nhah"l-p- l 1 ~ lim aginario socia! P todn y uno con el conocer social por- --* -**--
que son ambos el mismo proceso. Y es, precisamente, en este sentido en
el que adquieren el suyo conceptos como la invención de la realidad; es
real lo que percibimos como real y, en ese sentido, lo hacemos real y todo
el conjunto es proceso-producto y la conducta es, de idéntica forma,
proceso-producto. Conocemos-actuamos y la conducta se funde de nue-r
a en e! c=fi=cimiefi:=; es, pues, ~ ~ f i ~ r , i ~fui f~i&,&ndt~~re,n arii c ~ o i i i r r-- --a---
conociendo.
En definitiva y para concluir, la profundización epistemológica ha-
Historia de las mentalidades: incertidumbres de ... 437
bría evitado algunos dolores de cabeza (para decirlo suavemente) a la
historia de las mentalidades, pero de ello no se tiene derecho, creo, a
deducir, que tal historiografía, siempre y en todo caso, pueda definirse
como un producto literario y frívolo; podemos aceptar que, con alguna
frecuencia, tal historiografía ha circulado por las márgenes del proceso
conocimiento-conducta-conocimiento, sin atreverse a la inmersión, con
todos sus riesgos, en semejantes tremedales, pero ello no autoriza des-calificaciones
irreversibles. Al cabo, con una terminología historiográfica
u otra (por ejemplo como historia culturo-social) de lo que se trata es
de acceder a la complejidad de la conducta social (nunca exótica ni
menuda, por definición) y en modo alguno buscar ilusorios «motores de
la historia», alternativos a «últimas instancias)) semicosificadas. Se tra-ta
de comprender cómo funcionan las construcciones sociales con sus
hombres pensándolas-haciéndolas-pensándolas y, por eso mismo una his-toria
de tales laberintos, que son los del conocer, resulta imprescindible
si no queremos caer en el curioso espectáculo (por frivolizar, ahora sí)
de un sedicente biólogo que analizase un feto partiendo del supuesto de
que, resultado de un proceso de fusión del rocio con las hojas de la col
había sido puesto a su alcance por un hada. Creo entender la historia
como la evidencia de un proceso de supervivencia creciente, con inquie-tantes
desfases de colectivos humanos innumerables; pero la sobre-vivencia
no es más que una fluida negociación permanentemente pen-sada.
Este imprescindible discurrir, con tendencia a la laceria, puede dar
de sí monstruos asombrosos (eso ya lo sabía Goya) pero es cuanto he-mos
tenido y cuanto tenemos.
NOTAS
León Carlos Alvarez Santaló
1. En opinión de un constructivista, Emst von Glaserfield, »El realista metafísico
busca conocimiento que corresponde con la realidad ... una clase de «homomorfia», es
decir; una equivalencia de relaciones ... por otro lado, si declrnoi que a!gn encnjn?, te-nemos
en mente una relación diferente ... describe una capacidad de la llave no de la
cerradura)). Cfdo. en «Introducción al constructivismo radical» en La realidad inventa-da,
Paul WATZLAEV~y EoKtr os (1981), Barcelona, 1993, pp. 22-23. Tanto en la metáfo-ra
de la búsqueda de la correspondencia (realismo metafísico) como en la de la llave
que encaja en la cerradura (constructivismo radical), el instrumento epistemológico cla-ve
es la analogía o, para ser más precisos, la trama laberíntica analógica.
2. LLINARES, Mana del Mar: Mouros, Animas, Demonios; el imaginario popular
gallego. Madrid, 1990, p. 36.
3. HERNÁNDESZA NDOICAE,.: Los caminos de la historia; cuestiones de historio-grafía
y método. Madrid, 1995, p. 8.
4. Como corroboración sui generis de lo que quiero decir puede ser útil consultar
otro libro igualmente reciente, el de J. AROSTEGULIa, investigación histórica: teoría y
método (Barcelona, 1995), en el que en la revisión de las comentes historiográficas («La
renovación contemporánea de la historiografía», pp. 96-152) dedica a la historia de las
mentalidades exactamente veinticinco líneas (cita de «fundadores» y de «influyentes» y
poco más) en las que, además, no se arriesga un sólo juicio de valor al respecto salvo
que «De la historia de las mentalidades no es difícil el salto a una historia con una amplia
visión antropológica, etnológica ... como es la "antropología histórica" ... Con ello se ha
ido también hacia el campo de la llamada historia socio-cultural, una de las corrientes
más claras de la historiografía actual». Op. cit., p. 109.
5. HERNÁNDESZA NDOICAE,. : Op. cit., pp. 133-136.
6. Las opiniones de García Cárcel, Salrach o el propio Fontana en «La historia de
les Mentalitats; una polemica oberta», Manuscrits, n." 2 (1985). pp. 31-55; HERNÁNDEZ
SANDOICAE,. : Op. cit., p. 136; VAQUEROIG LESIASJ,. A,: «Mentalidades e Ideologías»
en Historia a Debate. Tomo 11, Santiago de Compostela, 1995, pp. 25-35; VÁZQUEZ
GARC~AF.,: «LOSp roblemas de la explicación en historia de las mentalidades)) en His-toria
a Debate, Tomo 11, pp. 37-52.
7. Las críticas a la historia de las mentalidades van del brazo, comúnmente, con
iiib dirigillas a ia esmeia de Annaies y ia «iu'ouveiie iiistoire»; como referencias úriies,
por sintéticas, en una lista que resultaría bastante extensa vid. por ejemplo, VV. AA:
L'Histoire en Frunce, Paris, 1990; BURKEP, .: La revolución historiográjica francesa.
Historia de las mentalidades: incertidumbres de ... 439
La escuela de los Annales, 1929-1984. Barcelona, 1994; BUREAUA,, : «Propositions pour
une histoire restreinte des mentalités~ en Annales, E.S.C. Nov-Dec. 1989, pp. 1491-1504;
FURETF, .: «En marge des Annales~e n Le Debut, 17 (1981); CHARTIERR,. : El mundo
como representación. Historia cultural: entre práctica y representación. Barcelona, 1992;
FONTANAJ,.: «Ascenso y decadencia de la escuela de los Annales* en VV.AA: Hacia
una nueva historia. Madrid, 1976, pp. 109-126; COUTAU-BEGARILEe : phénoméne
~NouvelleH istoire~S. trategie et Ideologie des nouveaux historiens. Paris, 1983; DOSE,
F.: La historia en migajas. De «Annales» a la «Nueva Historia». Valencia, 1988; BA-RROS,
C.: «La Nouvelle Histoiren y ,sus cnticos~, Manuscrits, 9 (1991), pp. 83-111;
BOUTIERJ,. y JULIAD, .: «Ouverture: A quoi pensent les historiens?~e n VV.AA.: Passés
Recomposés. Paris, 1995, pp. 13-55; por cierto en este último libro se encontrará una
bibliografía selectiva (65 títulos si no he contado mal) bajo el sugestivo título de «los
clásicos* de la historia en el s. xx y entre ellos un buen tercio largo corresponde a tra-bajos
de historia de universos mentales, bien que no estrictamente bajo la etiqueta de
historia de las mentalidades (Op. cit., pp. 332-36).
8. Parece obligado aludir aquí al mensaje que ya en 1974 lanzaba, al respecto, M.
de Certeau y que retoman y avalan en 1995 J. Boutier y D. Julia: aL'historien n'est plus
homme a constituer un empire. 11 ne vise plus le paradis d'une histoire globale. !I en
vient ti circuler autour des rationalisations acquises. 11 travaille dans les marges. A cet
égard il devient un radeur* en LE GOFF, J. y NORA, P. (Eds): Faire de l'histoire. 3 Vols.
Paris, 1974, Vol. 1, pp. 27, cit. por BOUVrER y JULIAe n Passés Recomposés, p. 23. Sin
embargo, en idéntica fecha y libro, P. Vilar sostenía, precisamente, el punto de vista
contrario: «La historia sin más a secas. En este sentido "toda auténtica historia" sería
una historia "nueva". Y toda historia nueva privada de ambición totalizante es una his-toria
envejecida de antemano» en «Historia marxista, historia en construcción» en Ha-cer
la Historia. Barcelona, 1978, Vol. 1, pp. 179-219, la cita en p. 219.
9. Aunque la expresión no me parece excesivamente afortunada (probablemente ni
siquiera afortunada a secas), Ph. Aries aludía a ello, supongo que de forma inconscien-te,
cuando refiriéndose a la historia de las mentalidades como respuesta a «nuevas»
necesidades afirmaba: «Nous commencons alors ti deviner que I'homme d'aujourd'hui
demande a une certain histoire ce qu'il a demandé de tout temps a la métaphysique*.
Cfdo. «L'histoire des mentalitew en LE GOFF, J. (Dir): La nouvelle histoire, Paris, 1978,
pp. 167-190, la cita en p. 177. En cualquier caso que tal incomodidad no es una futili-dad
ni una frivolidad producto de improvisaciones metodológicas puede atestigaurse, sin
mayores profundidades con reflexiones tan radicales como este de E. Morin: «En el
estado actual, la filosofía por sí sola y la ciencia pos sí, sola son insuficientes para co-nocer
el conocimiento» y una de las razones palmarias de tal dificultad y que alcanza
de lleno a la historia de las mentalidades sería: «Mientras que las ciencias normales,
incluidas las cognitivas, se fundan en el principio disyuntivo que excluye al sujeto (aquí,
el que conoce) del objeto (aquí, el conocimiento), es decir, excluye al que conoce de su
propio conocimiento, el conocimiento del conocimiento debe afrontar la paradoja de un
cono-cimiento que no es su propio objeto porque emana de un sujeto». MORIN, E: El
Método; el conocimiento del conocimiento. Madrid, 1988, pp. 30-31.
10. Cfdo. Manuscrits, 2 (1985), p. 34.
11. «La memoire vive des historiens; entretien avec Pierre Vilar» en VV.AA: Passés
Recomposés, pp. 264-293; las citas en 278 y 277.
12. En principio y como diagnóstico general parece bastante razonable el que su-giere
P. BURKE: «Toda evaluación de este movimiento (la historia de las mentalidades,
va de suyoj debe distinguir entre prerensiones modesras y extremas dei método y iam-bién
entre las maneras en que ha sido empleado, con crudeza o con timidez». Cfdo. La
revolución historiográfica ..., p. 81.
440 León Carlos Alvarez Santaló
13. Como no me detendré en un repaso bibliográfico al uso, conviene recordar que
las síntesis clásicas, desde sus propios protagonistas, son las de J. LE GOFF: «Las men-talidades
una historia ambigua*, en'Hacer la Historia, vol. 111, pp. 81-98); Ph. ARIÉS:
«L'histoire des mentalités~ en LE GOFF, J. (Dir): La nouvelle histoire, pp. 167-190;
además pueden resultar útiles: BARROS, C.: «Historia de las mentalidades, historia so-cial
» en Historia Contemporánea, 9, pp. 1 11-139; del mismo autor: «La contribución
de los terceros Annales y la historia de las mentalidades, 1969-1989n en GONZÁLEZ
MINGUEZC, . (Ed): La otra historia: sociedad, cultura y mentalidades. Bilbao, 1993;
VOVELLEM, .: Ideologías y mentalidades. Barcelona, 1985; CHARTIERR, .: ~Histoire
intelectuelle et histoire des mentalités. Trayectoires et questionsn en Revue de Synthese,
n." 111-112 (1983), pp. 277-307.
14. La niebla parecía espesa; a riesgo de reiterar citas harto sabidas, no debe olvi-darse
que en 1974 J. Le Goff se permitía decir cosas como estas: «Se habla mucho de
historia de las mentalidades... uno se pregunta si la expresión encubre una realidad cien-tífica,
si oculta una coherencia conceptual, si es epistemológicamente operativan; «La
primera atracción de la historia de las mentalidades está precisamente en su impreci-sión,
en su vocación por designar ... el no sé qué de la historia»; «Mentalidad recubre,
pues, un más allá de la historia...»; «su objeto, de buenas a primeras, es lo colectivo»;
&qjofia'ia enconiiai;e a ia historia iiiás, &siirito, Este aigü m.s, "ira
distinta fueron las mentalidades»; «El nivel de la historia de las mentalidades ... es lo
que Cesar y el último de sus soldados, San Luis y los campesinos de sus tierras, Cris-tóbal
Colón y el marino de sus carabelas tienen en común»; «La mentalidad ... designa
la colaboración colectiva del siquismo, la forma particular de pensar y sentir de "un
pueblo, de cierto grupo de personasw»; «Este discurso obligado y maquinal ... es el can-to
profundo de las mentalidades, el tejido conjuntiva del espíritu de las sociedades, el
alimento más precioso de una historia que se interesa más por el bajo continuo que por
la palabra fina de la música del pasadon. Cfdo.: «Las mentalidades ... passim. Con ami-gos
como estos no parecen imprescindibles los enemigos; llamar a las mentalidades cosas
como la «coloración colectiva del psiquismon no ayuda mucho a la claridad conceptual
y el rigor definitorio.
15. En mi opinión esta ambiguedad es la piedra angular de todo el «caso»; abor-dar
el «descubrimiento» de la mentalidad sin preocuparse gran cosa (para ser suaves)
de la técnica del conocimiento, en general, parece una osadía ingenua y un manantial
permanente de equívocos y deslizamientos conceptuales. Lo que da la impresión de haber
sucedido es lo que propone Glasersfeld como diagnóstico general de la postura del «rea-lismo
metafísico»: «A diferencia de la teoría del conocimiento tradicional, en la cual se
da por sentado el conocer o se le considera una actividad legítima de un organismo
biológico y psicológico libre de toda pre-sión, el constructivismo radical se sale delibe-radamente
de estaesfera para dar en lo que los filósofos tildan, a menudo, más o me-nos
despectivamente de "psicologismo"». La historia de las mentalidades parece haber
dado por sentado el conocer y ha sentido pánico de la acusación de psicologismo. (Cfdo.
GLASERSFELDE.,: Op. cit. pp. 30-31).
16. La «situación» parece ya detectada claramente en 1989; A. Bureau, en su artí-culo
de Annales subraya: «...l'histoire des mentalités, en son deuxieme age, dans les
années 1960 s'est alourdie de fonctions nouvelles, plus cotestables, plus fragiles ... les
mentalités se muent alors en subtances. C'est ce qui reste dans la marmite de I'histoire
quand vous retirez la viande et les legumes (évenements et objets "durs" ... Cette derive
substantiaiiste, notons-ie, coniredisait ia premiere foncrion ciesrrii~urived e i'histoire des
mentalités» y más adelante, en el mismo texto, «L'histoire psychologique des mentalitésa
tendance i faire des mentalités une substance au prix d'une opération tautologique:
Historia de las mentalidades: incertidumbres de ... 44 1
choisisant des sources fprtement orientées vers des valeurs de cohésion, elle trouve une
cohésion qu'elle baptise mentalité collective». Cfdo. «Propositions pour une histoire ...,
pp. 1493-1495.
17. Las metáforas con evidentes tics de percepción de la mentalidad como «lugar
con cosas» o «cosas» en algún lugar están a la orden del día en cuanto se intenta algún
tipo de «definición». No solo el «tercer nivel» de Chaunu o las «resistencias» de
Labrousse (jmurallas inexpugnables, cimientos cementados?) y las aprisiones de larga
duración» de Braudel, junto al «granero» de Vovelle-Le Roy Ladurie, sino el «tejido
conjuntiva del espíritu» o «la cosa distinta» de Le Goff, e incluso las «estructuras men-tales
» de Mandrou (sin verdadera intención por su parte, hay algo en el término estruc-tura
que «propone» solidez e inmovilidad). Le Goff parece tener muy clara en su cabe-za
esta mentalidad cosificada cuando afirma: «De ahí el método que la historia de las
mentalidades impone al historiador: una investigación arqueológica, primero, de los es-tratos
y fragmentos de arqueopsicología ... pero con estos restos unidos en coherencias
mentales, si no lógicas, se impone luego el desciframiento. Cfdo: «Las mentalidades ...
p. 86 (El subrayado es mio).
18. La constatación puede hacerse con absoluta claridad en Ph. Ariés; en el texto
supuestamente esclarecedor y definidor de la historia de las mentalidades y que ya co-mienza
con el inefable eiemplo de Francisco 1, la amante y la misa (que se utiliza como
primera definición), el epigrafe del concepto de mentalidad se construye con cuatro ejem-plos.
De este modo las mentalidades, como el tiempo agustiniano, se sabe lo que es
cuando no hay que explicarlo y cuando hay que explicarlo se recurre a la conocida
boutade: «inteligencia es lo que yo mido con un test de inteligencia». De todos modos,
siempre resulta gratificante contar con la garantía de una mente tan lúcida como la de
M. Vovelle: «En el momento en que muchos redescubren la necesidad de una historia
conceptualizada ... lo menos que puede decirse es que la historia de las mentalidades, al
menos a la manera francesa, se presenta como muy empírica; lo que a mi parecer en
este periodo exploratorio o de descubrimiento no es un defecto» (Cfdo. Ideologías, p. 88).
Tal vez no fuese un defecto pero ha traído graves problemas de credibilidad.
19. Resulta bastante evidente que, en general, tiende a haber sido percibido como
una cúpula. Por ejemplo en un autor tan poco sospechoso de desafección como C. Ba-rros:
«El formidable salto que han dado en los pasados veinte años los historiadores
franceses, desde Philippe Ariés a Michel Vovelle, de lo económico a lo mental, desde
el sótano al granero, es desde luego la conquista valiosa de un nuevo temtorio. Puede
una historiografía importante ... dejar de plantearse la exploración de la acción psicoló-gica
de los hombres sin renunciar a una explicación global de la historia?». Cfdo. «His-toria
de las mentalidades...», p. 112.
20. Vid. por ejemplo Le Goff: «Próximo al etnólogo, el historiador de las menta-lidades
tiene que doblarse también de sociológo. Su objeto, de buenas a primeras, es lo
colectivo. La mentalidad de un individuo histórico, siquiera fuese la de un gran hombre
es ji?s!urr?ecte !e que !Iene de c emh c e =~tre s h e ~ h r e sd e SU tiempm (Cfde, ::Las
mentalidades ... p. 83). Y M. Vovelle, que desde luego no comparte la noción de ~colec-tivos
de Ph. Ariés («sobre la base de una documentación a la vez rica pero impresionista
que privilegia de hecho el discurso de las élites, extrapola constantemente ... este incons-ciente
colectivo es reductor ya que solo se lo ve a través de los poderosos ... Es reductor
también en la medida en que nos presenta una historia amputada por las dos puntas, en
la base y en la cima») no niega la operatividad del término: «veamos el racimo de no-ciones
que tiene como denominador común el epíteto colectivo: mentalidades colecti-vas,
representaciones colectivas, actitudes colectivas, imaginari~c olectivo, inconsciente
colectivo ... y por qué no, intelectual colectivo ... porque no se trata de rechazar estas
442 León Carlos Alvarez Santaló
nociones sino de interrogarse sobre ellas sin complacencia*. Cfdo. Ideologías ..., ambas
citas en pp. 969 y 89.
21. El Jung de Símbolos de transformación (Barcelona, 1982) con la teoría del in-consciente
colectivo y de los arquetipos, pero también respecto a las peculiaridades de
la «construcción» de la realidad de forma consciente (pensamiento dirigido) o ensoñadora
(fantasía «real»). La capacidad que Jung supone al colectivo humano para producir re-presentaciones
análogas de la realidad, fingiéndola, arquetípicas, independientemente de
su nivel de aceptación, resulta sumamente sugestiva para pensar el concepto de menta-lidad
colectiva.
22. A. Bureau se refiere, con radicalidad, a este aspecto, me parece, cuando esta-blece
el deslizamiento (también él) que se produce (a partir del artículo de L. Febvre de
Annales de 1941 sobre la reconstrucción de la vida afectiva de antaño) desde el con-cepto
de una mentalidad «du caté des sentiments et des affects* hasta la aceptación de
los sentimientos como «les idées des pauvres» y entonces señala: ... or les pauvres forment
la mayorité des populations et constituent les veritables agents de I'histoire. Les idées
seraint du caté de la singularité, les affects du caté du partage et du collectif. Dans ce
schema, les idées et les mentalités s'opposent dans une ruineuse dualité*. Cfdo.
~Proposition.s.. » pp. 1493-94.
23. La autos.a tisf.a cción había sido ya manifestada por Le Goff con toda crudeza: aparielicia, da io rr,óvii y lo ia historia de las iiieriiaiida~es
de, por el contrario, con ciertas adaptaciones, utilizar los métodos cuantitativos» y lí-neas
atrás: «...uno de los intereses de la historia de las mentalidades: las posibilidades
que ofrece a la psicología histórica de vincularse a otra gran corriente de la investiga-ción
histórica hoy: la historia cuantitativa». Cfdo. «Las mentalidades ... » p. 84.
24. Vid. las páginas que A. Bureau dedica al asunto (Cfdo. «Propositions ... » pp.
145 y SS.) y que se abre con un juicio apodíctico como el siguiente: «L'ambition
d'atteindre, directament ou par transcription simple des contextes sociaux, une instance
mentale collective parait donc h la fois vaine et trompeusen (Cfdo. Ibidem, p. 1495).
25. La explotación de «nuevos» hechos y la apertura de campos de trabajo historio-gráfico
inusuales ha constituido, de hecho la aportación más alabada e indiscutida de la
historia de las mentalidades. Ver algunos ejemplos: VOVELLEM, .: «Minutes notariales
et histoire des cultures et des mentalités* en La documentación notarial y la Historia.
Vol. 11. Santiago de Compostela-Salamanca, 1984, pp. 9-26; y en ese mismo volumen
los artículos de BARREIRMO ALLÓN,M ARCADEM, OLASR IBALTAG, ARC~CAÁ RCEL,
GONZÁLEZL ÓPEZ,B ENNASSARG,E LABERGT ONZÁLEZy ALVAREZSA N TAL^; además,
de este último, «El texto devoto en el Antiguo Régimen: el laberinto de la consolación»
en Chronica Nova, 18 (1990), pp. 9-36; BARREIR0 MALLÓN, B.: «Realidad y perspecti-vas
de la historia de las mentalidades» en Ibidem, pp. 51-76; GARC~CAÁ RCEL,R .:
«Historia de las mentalidades e Inquisición», Ibidem, pp. 179-189; EGIDO, T.: «Menta-lidades
y per-cepciones colectivas» en ALVARESZA N TAL^, L. C. y CREMADEGSR INAN,
M. C. (Eds): Mentalidad e Ideología en el Antiguo Régimen, Murcia, 1993, pp. 57-72
y, de hecha eu :=de e! ve!üme:: se encen::ürAn ejemp!os de dire:sidüd de campes y
fuentes para la historia de las mentalidades; igualmente Actas del 11 Congreso de Histo-ria
de Andalucía, Historia Moderna, Vol. 111, Córdoba, 1995, en concreto «Sexta Sec-ción:
Mentalidades y conductas culturales», pp. 9-420.
26. Me he referido con cierta amplitud a este tipo de problemas en otro lugar; vid.
ALVAREZSA N TAL^, L. C.: «Real, verdadero, verosímil, idéntico ... y contado. Una
dióptrica de urgencia de la percepción social del mundo» en Actas 11 Congreso Historia
Andalucía ..., Vol. 111, pp. 19-34.
27. Una simple apoyatura, muy accesible, para estas cuestiones: Además del artí-culo
de Ernst Vom Glasersfeld, citado en la nota 1, en el mismo libro, el de Heinz VOM
Historia de las mentalidades: incertidumbres de ... 443
FOERSTER«,C onstruyendo una realidad» (pp. 38-56) e, Ibidem. el de Gabriel STOLZEN-BERG,
«¿Qué puede revelarnos sobre el pensar un análisis de los fundamentos de la ma-temática?
» (pp. 206-251); también Edgar MORIN, <<El Método*, 111, «El conocimiento
del conocimiento», Madrid, 1988; del mismo autor, «El Método», IV, nLas ideas»,
Madrid, 1992; José Antonio MARINA«, Teoría de la inteligencia creadora*, Barcelona,
1993; Umberto Eco, <Los límites de la interpretación», Barcelona, 1992 (especialmen-te,
los capítulos 11 y 111); y, aunque más alejado, Hayden WHITE, «El contenido de la
forma; Narrativa, Discurso y representación histórica*.
28. José Antonio MARINAe,n El laberinto sentimental (Barcelona, 1996), propone
una definición de los sentimientos como «experiencias cifradas» y cuando se adentra en
definiciones metafóricas opta por la contabilidad: «Los sentimientos son un balance de
nuestra situación. Son un balance continuo ... realizado a varios niveles de profundidad ...
y que incluye un mensaje cifrado ... punto de llegada y punto de partida ... resumen y
propensión ... inician una nueva tendencia ... » (pp. 31-33). Todo ello no parece que pue-da
querer decir otra cosa que conocimiento. Veamos si otra cita mejora el esquema: «Los
seres humanos ... sobre todo somo informávoros. Asimilamos información y mediante ella
dirigimos nuestra acción ... Para poder sobrevivir, el ser humano, como todos los anima-les,
necesita distinguir las situaciones favorables de las desfavorables ... toda heurística,
es decir, iodo sistema de búsqueda o de resoiución de probiemas que no puede probar
todas las soluciones sino que tiene que elegir atajos ... ha de contener forzosamente un
sistema de valores» (pp. 80-81). Es decir, otra vez conocimiento. Probemos por última
vez: «Al analizar un sentimiento, llegamos a la conclusión de que el sujeto ha tenido
que realizar algunas operaciones mentales para experimentarlo. Esas son las evaluacio-nes
... Por ejemplo, Roseman ha seleccionado cinco criterios de evaluación por los que
una situación queda en .c on. diciones de despertar un sentimiento bien definido ... » (p. 85). sca, de aüciu i ~ i iOi i i i i i ~ ;e~! ta~üt;u í citado, 1. Ruseírioíi, <<Cugilitiued e:ermiiiaíi:s ~ l f
emotions» en P. SHAVER(e d.) «Review of Personality and Social Psycologya, n." 5, 1984.